Discursos 2002 284


AL INSTITUTO DE CIENCIAS HUMANAS DE VIENA


. Señoras y señores; queridos amigos:

Me alegra encontrarme con vosotros aquí, en el Vaticano, al celebrar el Instituto de ciencias humanas el vigésimo aniversario de su fundación. Saludo en particular al profesor Krzysztof Michalski, uno de los primeros miembros del Instituto, que está hoy con nosotros. Nuestro encuentro me permite expresar mi aprecio personal por la obra del Instituto, que ha incluido la organización de ocho memorables coloquios en Castelgandolfo. Aprovecho también esta oportunidad para honrar la memoria de Jozef Tischner, presidente y fundador del Instituto, ya fallecido, que tanto trabajó en su proyecto de fomentar un diálogo sobre el futuro de Europa abierto tanto a las voces de Oriente como a las de Occidente.

Hoy, veinte años después de su fundación, el Instituto de ciencias humanas ha sido plenamente fiel a la visión de sus fundadores. Los acontecimientos de 1989 y el ritmo acelerado de la unificación de Europa han mostrado la necesidad del tipo de análisis sistemático, de discusiones de amplio alcance y de propuestas concretas que promueve el Instituto. Durante estos años, el Instituto ha contribuido de forma significativa a forjar, de un modo más responsable, el futuro político, económico, social y cultural del continente. Espero que en los próximos años siga destacando la dimensión "humana" de las inmensas posibilidades y desafíos que se abren ante la humanidad en el alba de este nuevo milenio.

En fin, cualquier solución a la grave crisis que afronta la sociedad contemporánea y cualquier esfuerzo por crear un futuro más digno del hombre deben basarse en el aprecio de la dignidad innata y en la grandeza espiritual de cada ser humano. Asimismo, deben mostrar respeto por la rica variedad de culturas y valores religiosos que han dado expresión histórica a la búsqueda de libertad auténtica y a la construcción de un mundo solidario, justo y pacífico. En este feliz aniversario, expreso mis mejores deseos para la continuación de la obra del Instituto. Sobre vosotros y vuestras familias invoco de corazón las bendiciones divinas de alegría y paz.






AL PRESIDENTE DE ESLOVAQUIA


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Lunes 28 de octubre de 2002



Señor presidente:

1. Con alegría le doy mi cordial bienvenida, en esta visita que ha querido hacerme con ocasión del décimo aniversario de la independencia de la República Eslovaca. Recuerdo con agrado el saludo que nos intercambiamos el pasado día 18 de agosto en Cracovia, durante mi peregrinación a Polonia. El encuentro de hoy confirma los sentimientos de recíproca consideración que animan las relaciones entre su país y la Santa Sede.

Al dirigirme a usted, señor presidente, deseo enviar mi afectuoso saludo a los amadísimos habitantes de la tierra eslovaca, que desde hace siglos miran al Sucesor de Pedro con sentimientos de profunda devoción y sincera adhesión. Se trata de un vínculo estrecho y recíproco, que desde los tiempos de san Cirilo y san Metodio se ha desarrollado y fortalecido cada vez más. La fe del pueblo eslovaco es sólida y rica, entre otras causas, gracias a la obra de pastores iluminados y generosos, que han sabido estar cerca de sus fieles tanto en las circunstancias alegres como en las tristes.

Con su fuerte identidad cristiana, el pueblo eslovaco mira con confianza a Europa, a la que pertenece por situación geográfica, por historia y por cultura. Estoy seguro de que el próximo ingreso de su país en la Unión europea, además de ser benéfico para Eslovaquia, contribuirá al bienestar y a la estabilidad de todo el continente. A diez años de la independencia, es preciso destacar el largo camino recorrido y las metas alcanzadas, a pesar de los complejos problemas que en este tiempo se han ido presentando.

2. La actual circunstancia tiene también otro significado desde el punto de vista de las relaciones bilaterales. En efecto, hoy tendrá lugar el intercambio de instrumentos de ratificación del acuerdo, firmado en Bratislava el pasado 21 de agosto, sobre la asistencia religiosa a los fieles católicos en las Fuerzas armadas y en los Cuerpos armados de la República. Ese acuerdo es una de las consecuencias del Acuerdo-base que se estableció, en noviembre del año 2000, entre la Santa Sede y Eslovaquia.

La Iglesia no busca privilegios ni favores; únicamente pide poder cumplir su misión, en el respeto de las leyes que regulan la convivencia civil. Por eso, reconociendo plenamente la soberanía del Estado, desea entablar una relación de diálogo cordial y constructivo con sus diversas instituciones. La única finalidad que la impulsa es servir lo mejor posible, en su ámbito de competencia, al pueblo eslovaco. Este diálogo resulta aún más útil por el hecho de que la Iglesia católica ha tenido que atravesar, también en Eslovaquia, antes de la independencia, un duro período de persecución bajo el régimen comunista. Ahora vive y actúa en la libertad y quiere contribuir al bienestar integral del pueblo del que forma parte.

La importancia de la acción de la Iglesia resulta evidente sobre todo en las circunstancias actuales, en las que la joven democracia debe afrontar problemas relacionados con la herencia de la ideología marxista, pero también con el tumultuoso proceso de modernización, con el fenómeno del desempleo y con el consiguiente peligro, para cuantos sufren necesidad, de verse implicados en actividades ilegales.

3. Señor presidente, la reconocida fuerza de espíritu de sus compatriotas, la sólida tradición cristiana y el deseo de edificar en la libertad su presente y su futuro, hacen esperar un gran porvenir para el pueblo eslovaco.

A la vez que expreso mi viva complacencia por la atención que el Gobierno y el Parlamento de la República prestan a la misión de la Iglesia, deseo confirmar la comprensión y el apoyo de la Santa Sede y del Episcopado eslovaco a los esfuerzos que su noble nación está realizando con miras a una sociedad libre, pacífica y solidaria.

Con estos sentimientos, a la vez que le aseguro el recuerdo en la oración, le imparto de corazón mi bendición a usted, a los que lo acompañan y a todos sus compatriotas.






A LOS FORMADORES Y ALUMNOS


DEL COLEGIO GERMÁNICO-HUNGÁRICO


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Lunes 28 de octubre de 2002



Eminencias;
estimados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
reverendo padre rector;
queridos seminaristas y huéspedes:

1. En el marco de las celebraciones con ocasión del 450° aniversario del Collegium Germanicum et Hungaricum, os doy la bienvenida con gran alegría aquí, en el palacio apostólico. Este jubileo nos estimula a considerar con gratitud la ilustre historia del Colegio y a seguir el espíritu de su fundación, para comprender su misión tanto en la actualidad como en el futuro.

2. Desde hace siglos el Germanicum une a los seminaristas procedentes de los territorios del que fue el Sacro Imperio Romano de la nación alemana. Sin duda, la convivencia bajo el mismo techo de una única fe católica es un gran enriquecimiento para todos. Además, desde el comienzo, en el Colegio ha estado presente la idea de internacionalización. En este clima espiritual, el lema de san Ignacio de Loyola se ha realizado brillantemente durante la larga historia del "Collegium Germanicum": Omnia ad maiorem Dei gloriam!

3. Queridos candidatos al sacerdocio, aquí, en Roma, podéis vivir la admirable experiencia de la eclesialidad universal. Utilizad este tiempo para aprender bien la "romanitas" auténtica: un amor y una lealtad profundos al Sucesor de Pedro, así como una obediencia interior y exterior a la enseñanza y a la disciplina de la Iglesia os hacen artífices de la necesaria renovación de la vida eclesial en vuestros países de origen. No pocos diplomados de vuestro colegio han contribuido con su actividad a la creación de un vínculo más estrecho entre la Santa Sede y las Iglesias particulares de vuestra patria. También a vosotros os corresponde este cometido, un compromiso que deriva del hecho de haber estudiado en Roma.

4. Queridos amigos, vuestro objetivo común es el sacerdocio de Jesucristo. Sed sacerdotes santos. Haced de la santa misa vuestro centro espiritual diario y orad mucho.

Tened el rosario en la mano, para "contemplar con María el rostro de Cristo" (Rosarium Virginis Mariae RVM 3). Cristo, Señor y Redentor, desea ser vuestra vida y vuestra pasión total.
Imparto de corazón a los presentes y a los alumnos del Colegio, así como a vuestros huéspedes y familiares, la bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DE TIMOR ORIENTAL


EN VISITA "AD LIMINA"


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Lunes 28 de octubre de 2002



Venerados hermanos en el episcopado:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ep 1,2). Con estas palabras os doy la bienvenida ad sedem Petri, hoy particularmente feliz por poder intercambiar el beso santo con las Iglesias hermanas de Dili y Baucau, que en cierto modo "vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero", animadas por la certeza de que él "los apacentará, los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 7, 14 y 17).

Doy gracias a Dios por la generosidad con que la Iglesia que está en Timor se ha solidarizado con sus conciudadanos, siendo su apoyo moral en la hora de la prueba. Deseo encomendar, una vez más, a la misericordia de Dios a las víctimas de la violencia y expresar mi profunda solidaridad a todas las personas que sufren las consecuencias del drama que se abatió sobre vuestro pueblo. Agradezco de corazón a los sacerdotes y a los religiosos, a los catequistas y a todos los fieles de Timor, su valentía y fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Cuando regreséis, llevadles el saludo afectuoso del Papa y la seguridad de su oración, para que sigan siendo testigos incansables del amor de Dios entre sus hermanos. Del mismo modo, transmitid a todos vuestros compatriotas los fervientes deseos que formulo por el éxito en la construcción de una nación fraterna y próspera.

2. Al inicio del tercer milenio, la familia de las naciones ha podido festejar el nacimiento de la República democrática de Timor, cuyo pueblo y cuyos líderes están decididos a reconstruir el país, destruido por el odio y la incapacidad de comprender una opción: la de ser timorenses y, en su gran mayoría, timorenses católicos.

Desde hace siglos, la religión, parte integrante de todo pueblo, ha sublimado el miedo supersticioso de las creencias tradicionales con el timor Dei, el temor de Dios, pero un Dios de esperanza, sensible al anhelo de futuro y a la fuerza de la oración. De hecho, cuando la inseguridad obligó a los timorenses a huir a las montañas, no pudieron llevarse nada, pero llevaban consigo el crucifijo o la imagen de la Virgen de Fátima, de sus oratorios familiares. Es preciso dar gracias a Dios, que, en su bondad y providencia, nos ha concedido ver el regreso a vuestra tierra de la libertad y de la paz, permitiendo que os dediquéis ahora con todas vuestras energías al servicio de una cosecha prometedora.

En la medida de lo posible, ayudad a vuestras comunidades eclesiales a reanudar el ritmo normal de su vida y testimonio cristiano. Están llamadas a ofrecer, allí y en otros lugares, el abrazo de reconciliación, como el padre del hijo pródigo (cf. Lc Lc 15,11-32), a los hermanos que, confiando en el perdón fraterno, vuelven a la "casa de la comunión" (Novo millennio ineunte NM 43). Tal vez engañados, forzados o convencidos, han sembrado luto y orfandad. Probablemente no sabían que, al matar a otros, se mataban a sí mismos; ahora llaman a la puerta de la Iglesia, cuyo "único anhelo es continuar la misión de servicio y amor, para que todos los habitantes del continente "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10)" (Ecclesia in Asia, ).

El recuerdo de aquella enorme tragedia no puede por menos de suscitar una pregunta: ¿cómo se pudo desencadenar una violencia tan cruel e irracional? Si se exceptúa a los que dieron su vida perdonando, ¿alguien puede considerarse inmune del contagio de esa violencia homicida? A este respecto, se pueden aplicar las palabras de Jesús: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra" (Jn 8,7), que suscitaron, en las personas implicadas directamente, un examen de conciencia y la consiguiente decisión, es decir, una "purificación de la memoria". Este acto de purificación podría resultar útil para vuestras comunidades eclesiales, como sucedió en el Año santo, que "ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio" (Novo millennio ineunte NM 6), en nuestra fe.

3. Creer en Jesús significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que todas las formas de mal en las que la humanidad y el mundo están implicados. Por eso, "dar testimonio de Jesucristo es el servicio supremo que la Iglesia puede prestar a los [timorenses] puesto que responde a su profunda búsqueda de Absoluto y revela las verdades y los valores que les garantizan el desarrollo humano integral" (Ecclesia in Asia, ).

Para permitir a los fieles, tanto jóvenes como adultos, redescubrir de forma cada vez más clara su vocación y una disponibilidad cada vez mayor a vivirla en el cumplimiento de su misión, es necesario que se les imparta una catequesis completa sobre las verdades de la fe y sobre sus implicaciones concretas en la vida, para hacer que se encuentren con Jesucristo, dialoguen con él, se dejen abrasar por su amor y se inflamen con el deseo de hacer que todos lo conozcan y amen. Esta formación, dada y recibida en la Iglesia, engendrará comunidades cristianas sólidas y misioneras, puesto que "sólo se puede encender un fuego con algo que esté ya encendido" (ib., 23).

El sujeto de esta propuesta catequística es toda la comunidad cristiana, en sus diversos componentes. Sin embargo, la acción educativa de las familias es fundamental para que los padres puedan transmitir a sus hijos lo que ellos mismos han recibido. Si la vida familiar se funda en el amor, en la sencillez, en el compromiso concreto y en el testimonio diario, se defenderán sus valores esenciales frente a la disgregación que, con demasiada frecuencia en nuestros días, amenaza a esta institución primordial de la sociedad y de la Iglesia. Amadísimos hermanos en el episcopado, seguid proclamando, a tiempo y a destiempo, el llamamiento que hicieron los padres de la Asamblea para Asia del Sínodo de los obispos "a los fieles de sus países, donde la cuestión demográfica se usa a menudo como argumento para la necesidad de introducir el aborto y programas de control artificial de población, a resistir frente a la cultura de la muerte" (ib., 35). Contra el pesimismo y el egoísmo, que ensombrecen al mundo, la Iglesia está de parte de la vida.

288 4. La experiencia eclesial enseña que "sólo desde dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de historia. (...) Por eso la Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con el distintivo de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista" (Christifideles laici CL 44). Esa presencia es de suma importancia en esta fase de arranque de la vida nacional de Timor oriental, que espera mucho de la competencia y experiencia de la Iglesia, sobre todo a través de sus instituciones educativas, con vistas a una adecuada preparación de los futuros animadores y líderes socio-económicos y políticos del país.

A la vez que me congratulo con vosotros por la benemérita obra de las escuelas católicas en Timor, recuerdo que a ellas les corresponde "afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia crítica de los proyectos educativos parciales, como ejemplo y estímulo para las demás instituciones de educación, y estar en la vanguardia de la solicitud educativa de la comunidad eclesial" (Congregación para la educación católica, La escuela católica en el umbral del tercer milenio, 16). De este modo, la escuela católica presta un servicio de utilidad pública y, aunque se presente declaradamente desde la perspectiva de la fe católica, no está reservada solamente a los católicos, sino que se abre a todos los que aprecian y comparten una propuesta de educación cualificada.

5. La eficacia de toda esta acción evangelizadora depende en gran parte de la tensión espiritual de los sacerdotes, "colaboradores diligentes de los obispos" (Lumen gentium ). Si es verdad que corresponde a los obispos ser "los pregoneros de la fe" y "los maestros auténticos" de la misma (ib., 25) en medio de la grey que el Espíritu Santo les ha confiado, sólo la acción específica de sus presbíteros podrá garantizar a toda comunidad cristiana alimentarse con la palabra de Dios y sustentarse con la gracia de los sacramentos, en particular el de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor que edifica la Iglesia, y el de la reconciliación, del que he tratado recientemente en el motu proprio "Misericordia Dei", deseando dar un "nuevo impulso" a este sacramento.

Ojalá que los sacerdotes sean siempre hombres de fe y de oración, que tanto necesita el mundo: "No sólo como agentes de la caridad o administradores de la institución, sino como hombres que tengan su mente y su corazón sintonizados con las profundidades del Espíritu (Ecclesia in Asia, ). De acuerdo con su vocación de pastores, deben dar prioridad al servicio espiritual de los fieles que les han sido confiados, para llevarlos a Jesucristo, a quien ellos mismos representan, siendo hombres de misión y de diálogo. Los invito a promover cada vez más entre sí el espíritu de fraternidad sacerdotal y de colaboración, con vistas a una fecunda acción pastoral común.
Aumento de vocaciones

6. Los religiosos y las religiosas, tanto originarios del país como venidos de fuera, participan plenamente en la obra de evangelización de la Iglesia, reservando un lugar de predilección a las personas más pobres y más frágiles de la sociedad. En nombre de la Iglesia les agradezco el elocuente testimonio de caridad que dan con la entrega total de sí mismos a Dios y a los hermanos. La vida consagrada contribuye decididamente a la implantación y al desarrollo de la Iglesia en Timor. Deseo que siga siendo objeto de vuestra solicitud, venerados hermanos en el episcopado, que la promováis tanto en su forma activa como en la contemplativa, y que salvaguardéis su carácter peculiar de servicio al reino de Dios.

Me alegra saber que hoy en vuestras diócesis las vocaciones sacerdotales y religiosas aumentan en número. Os felicito por la atención que les dedicáis y por los esfuerzos que realizáis para la formación de los jóvenes que, siguiendo los pasos de Cristo, desean servir a la Iglesia. A todos los jóvenes que responden a la llamada del Señor, así como a sus familias, transmitidles el agradecimiento del Papa por el generoso don que han hecho a Cristo.

7. Al concluir nuestro encuentro, mi pensamiento va a vuestro noble país, exhortando a todos sus hijos e hijas, según el nivel de responsabilidad que corresponde a cada uno, a comprometerse decididamente en la construcción de una sociedad cada vez más fraterna y solidaria, cuyos miembros compartan equitativamente el honor y el peso de la nueva nación. Que Dios derrame sobre todos su Espíritu de amor y paz.

Que los discípulos de Cristo se dirijan al Padre de toda misericordia, en actitud de conversión profunda y de oración intensa para pedirle la fuerza y la valentía de ser, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, agentes convencidos de diálogo y reconciliación. Asegurad a cada una de vuestras comunidades y a sus miembros que aún viven lejos de la patria o privados de su hogar, la cercanía del Papa. Ojalá que este tiempo proporcione a la Iglesia en Timor una nueva primavera de vida cristiana y permita responder con audacia a las llamadas del Espíritu.

Encomiendo a la Inmaculada Virgen María vuestro ministerio y la vida de vuestras comunidades, para que ella guíe sus pasos hacia Cristo Señor, y os imparto de corazón mi bendición apostólica, extendiéndola a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.






A LOS MIEMBROS DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS


Martes 29 de octubre de 2002



289 1. Me alegra particularmente dirigiros mi saludo cordial a todos vosotros, que participáis en la VII sesión pública de las Academias pontificias, comprometidas con gran generosidad, cada una en su ámbito propio de investigación y de iniciativa, a promover eficazmente un nuevo humanismo cristiano para el tercer milenio.

Saludo con afecto al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo de coordinación de las Academias pontificias, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes. Saludo también a los señores cardenales y a los embajadores presentes, a los obispos y a los sacerdotes, así como a todos los presentes.

2. Esta asamblea de las Academias pontificias está dedicada a la reflexión mariológica y ha sido preparada por la Pontificia Academia Mariana internacional y por la Pontificia Academia de la Inmaculada. Saludo en particular a los dos presidentes y a los expertos relatores, así como a los académicos presentes.

En el tema de esta sesión, María, "aurora luminosa y guía segura" de la nueva evangelización, habéis querido reflexionar en las palabras con las que concluí mi carta apostólica Novo millennio ineunte, encomendando a María, Madre de Dios y Madre de todos los creyentes, el destino del nuevo milenio y el camino de la Iglesia. Una vez más quise indicarla como "Estrella de la nueva evangelización", para que sea de verdad, en el corazón y en la mente de todo discípulo del Señor, la estrella que ilumine y guíe el camino hacia Cristo.

"Recomenzar desde Cristo" es la exhortación que dirigí a toda la Iglesia al término del gran jubileo del año 2000. Recomenzar desde Cristo, aprendiendo a contemplar y amar su rostro, en el que resplandece la gloria del Padre.

3. ¿Quién mejor que María, la Virgen Madre, puede ayudarnos e impulsarnos en este compromiso? ¿Quién mejor que ella puede enseñarnos a contemplar y amar el rostro que ella miró con inmenso amor y con entrega total durante toda su vida, desde el momento del nacimiento hasta la hora de la cruz y, después, en el alba de la Resurrección? El evangelio de san Lucas nos dice, dos veces, que María "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (
Lc 2,19 y 51). El corazón de María es un cofre valioso donde se custodian también para nosotros las riquezas de Cristo.

Si es verdad, como afirma el concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes, que sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente el misterio del hombre (cf. n. 22), y, por consiguiente, también el misterio de María, la excepcional hija de la estirpe humana (cf. Redemptoris Mater RMA 4), es igualmente verdad que en el rostro de Cristo y en los rasgos de su humanidad se reflejan las características de su madre, su estilo educativo y su modo de ser y de sentir. Por eso, si queremos contemplar a fondo el rostro de Cristo, debemos recurrir a María que, al acoger plenamente el proyecto de Dios, "plasmó" de modo singularísimo al Hijo, acompañando paso a paso su crecimiento.

Por tanto, podemos aceptar también nosotros la invitación que san Bernardo dirige al sumo poeta Dante Alighieri: "Contempla de nuevo el rostro que más se asemeja a Cristo, pues su luminosidad te puede llevar a ver a Cristo" (Divina Comedia, Paraíso XXXII, 85-87). María es en verdad la aurora luminosa de la nueva evangelización, la guía segura del camino de la Iglesia en el tercer milenio.

4. Así pues, reviste gran importancia el compromiso teológico, cultural y espiritual de cuantos, comenzando por vosotros, queridos académicos de la Pontificia Academia Mariana internacional y de la Pontificia Academia de la Inmaculada, reflexionan en la figura de María santísima, para conocerla de manera cada vez más profunda. Esto supone también una investigación interdisciplinar que desarrolle la reflexión mariológica, indagando nuevas fuentes, además de las más tradicionales, para hallar ulteriores datos de investigación teológica. Pienso, por ejemplo, en los santos y en su experiencia personal, así como en el arte cristiano, que ha tenido siempre en María uno de sus temas preferidos, y en la piedad popular, que, privilegiando la dimensión "afectiva", nos ha dejado grandes testimonios sobre la misión de María en la vida de la Iglesia.

El 150° aniversario de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María será una ocasión propicia para intensificar este compromiso. Las dos Pontificias Academias Marianas, cada una en su ámbito propio de actividad y con sus competencias específicas propias, están llamadas a dar toda su contribución para que ese aniversario sea ocasión de un renovado esfuerzo teológico, cultural y espiritual por comunicar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el sentido y el mensaje más auténtico de esta verdad de fe.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, ya sabéis todos que quise instituir el premio de las Academias pontificias para estimular el compromiso de jóvenes estudiosos y de instituciones que dedican su actividad a la promoción del humanismo cristiano. Por eso, acogiendo la propuesta del Consejo de coordinación de las Academias pontificias, en esta solemne ocasión me alegra entregar este premio a la doctora Rosa Calì por su tesis doctoral titulada: "Los textos antimariológicos en la exégesis de los Padres, de Nicea a Calcedonia". Además, como signo de aprecio y aliento, deseo dar una medalla del pontificado al padre Stanislaw Bogusz Matula y a sor Philomena D'Souza, por los valiosos estudios que han realizado.

290 Por último, al concluir esta solemne sesión, quisiera manifestar a todos los académicos mi profundo aprecio por la actividad realizada, expresándoles mi deseo de un renovado y generoso compromiso en el campo teológico, espiritual y pastoral tertio millennio ineunte. Con estos sentimientos, os encomiendo a cada uno a la protección materna de la Virgen María, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PADRES CAPITULARES


DE LOS MISIONEROS DE MARIANNHILL




Queridos Misioneros de Mariannhill:

Os saludo con afecto en el Señor con ocasión de vuestro capítulo general y dirijo un cordial saludo particularmente al nuevo superior general, padre Dieter Gahlen. Al inicio del tercer milenio cristiano, la congregación de los Misioneros de Mariannhill, como toda la Iglesia, afronta el desafío de recomenzar desde Cristo (cf. Novo millennio ineunte, 29). De acuerdo con el tema elegido para vuestro capítulo general, "Revisar nuestra identidad y nuestra espiritualidad en el alba de una nueva era", vuestro camino en el futuro es una auténtica renovación de vuestra vida consagrada, en una nueva etapa de crecimiento espiritual y apostólico (cf. Caminar desde Cristo, 19).

Vuestra congregación es el fruto de muchos dones otorgados por Dios a vuestro fundador, el abad Franz Pfanner. Estos dones siguen modelando vuestra comunidad y, como exhorté a los institutos de vida consagrada en mi exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, también vosotros estáis llamados a "reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad" de vuestro fundador "como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy" (n. 37). En efecto, sólo con una renovada fidelidad a vuestro carisma fundacional la Congregación podrá afrontar con confianza la misión de anunciar el mensaje salvífico del Evangelio a un mundo cada vez más globalizado que, de muchos modos, se siente turbado por una "crisis de sentido" y por un "pensamiento ambiguo" (Fides et ratio FR 81).

Por esta razón, las palabras de Jesús a Pedro, "rema mar adentro" ("duc in altum", Lc 5,4), deben resonar también para vosotros en vuestra vida de misioneros. En la nueva era que está comenzando, debéis ser auténticos misioneros y santos, porque la santidad es el centro de vuestra vocación (cf. Redemptoris missio RMi 90). Como sabía vuestro fundador, la santidad ha de buscarse e implorarse activamente. Lo subrayó en su lema: Currite ut comprehendatis, "corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Ph 3,14). El abad Pfanner, un hombre celoso de la construcción del Reino, un hombre que perseveró valientemente frente a los obstáculos, os llama a "caminar con esperanza" (Novo millennio ineunte NM 58) respondiendo a la llamada de Dios en Jesucristo.

Vuestro apostolado misionero, fiel a la tradición benedictino-trapense en la que se funda vuestra vida consagrada, florecerá y dará fruto en la medida en que esté firmemente arraigado en el principio "Ora et labora". De este modo, lograréis también lo que se describe en vuestro Instrumentum laboris como "el equilibrio del misionero contemplativo, el testigo que permanece inmerso en la oración aunque esté ocupado en cumplir su urgente compromiso activo". Por eso, os exhorto a intensificar vuestra formación en este aspecto crucial de vuestra vocación. La oración y la contemplación no pueden considerarse como algo natural. Es preciso aprender a orar para conversar con Cristo como amigos íntimos (cf. Novo millennio ineunte ), y la contemplación diaria del rostro de Cristo fortalecerá en vosotros la realidad de vuestra consagración.

Queridos hermanos en Cristo, en un mundo donde el drama humano con demasiada frecuencia está marcado por la pobreza, la división y la violencia, el seguimiento de Cristo exige que las personas consagradas respondan con valentía a la llamada del Espíritu a una conversión continua, para dar nuevo vigor a la dimensión profética de su vocación (cf. Caminar desde Cristo, 1). Como misioneros, vuestro testimonio de Cristo significa tomar la cruz por amor al Señor y a vuestro prójimo. Este es el centro de toda proclamación auténtica del Evangelio. La Iglesia cuenta con vuestro compromiso y con vuestro entusiasmo para la misión ad gentes, confiando en que contribuiréis "de forma particularmente profunda a la renovación del mundo" (Vita consecrata VC 25).

La santísima Virgen María, vuestra patrona, que presentó a Cristo como Luz de las naciones, siga siendo vuestra guía en todos vuestros esfuerzos misioneros. Que su madre santa Ana, de la que habéis sido devotos desde el inicio, así como la multitud de testigos de vuestro instituto, os protejan y animen en vuestro camino hacia la santidad. Asegurándoos un recuerdo en mis oraciones, imparto de buen grado a todos los Misioneros de Mariannhill mi bendición apostólica.

Vaticano, 26 de octubre de 2002






AL ALCALDE DE ROMA


CON MOTIVO DE LA CONCESIÓN


DE LA CIUDADANÍA HONORARIA


Jueves 31 de octubre de 2002



Señor alcalde;
291 señores representantes del Ayuntamiento de Roma:

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial con motivo de la concesión de la ciudadanía honoraria que, en nombre del amado pueblo de Roma, habéis decidido otorgarme. Lo saludo ante todo a usted, honorable señor alcalde, y le agradezco los sentimientos manifestados en las amables palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a los administradores y a los representantes de las instituciones de esta ciudad, que he aprendido a conocer y amar desde noviembre de 1946, cuando llegué aquí para estudiar. El vínculo afectivo que se estableció entonces se ha reforzado en mí en los últimos 24 años, durante los cuales he sentido diariamente la cercanía y el cariño de sus habitantes.

2. Roma, heredera de una cultura milenaria, en la que se ha injertado el fecundo germen del anuncio evangélico, no sólo conserva tesoros del pasado. Es consciente de que tiene un papel fundamental que desempeñar también para el futuro, al servicio de la humanidad de hoy y de mañana.

Ciertamente, los problemas no faltan. Es necesario el compromiso de todos para legar a la posteridad el rico patrimonio civil, moral y espiritual de Roma, de modo que sostenga a las nuevas generaciones mientras se abren con confianza a la vida. También en este ámbito la Iglesia, como ha hecho siempre, seguirá cumpliendo su deber, en el respeto de las competencias propias y ajenas, buscando siempre, mediante un diálogo sincero, los acuerdos deseables con las autoridades civiles sobre temas y problemas específicos.

3. Señor alcalde, su presencia hoy despierta en mí los mismos sentimientos que experimenté el 15 de enero de 1998, cuando visité el Capitolio y me dirigí, en la sala del Concejo municipal, a los representantes de los ciudadanos reunidos en sesión extraordinaria, y cuando saludé después, desde la casa municipal, al pueblo romano.

El Obispo de Roma se siente honrado de poder repetir hoy, con un significado particularmente intenso, las palabras del apóstol san Pablo: "Civis romanus sum" (cf. Hch
Ac 22,27). A la vez que renuevo la expresión de mi profundo aprecio por el gesto que se realiza hoy, invoco la intercesión de María, Salus populi romani, y de san Pedro y san Pablo sobre cuantos viven en nuestra maravillosa ciudad. Acompaño estos sentimientos con mi bendición, que extiendo con afecto a todos mis conciudadanos.





                                                                       Noviembre de 2002

Discursos 2002 284