Discursos 2002 291


CRIPTA DE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Solemnidad de Todos los Santos

Viernes 1 de noviembre



En esta cripta vaticana encomendemos
a la misericordia del Padre,
292 ante todo, a las víctimas del terremoto que ha azotado el sur de Italia
y, en particular, a los numerosos niños que han perdido la vida,
a sus padres y a sus familias.

Roguemos también por los que están sepultados aquí
y esperan la resurrección de la carne,
en particular por los Sumos Pontífices,
que prestaron el servicio de Pastores de la Iglesia universal,
para que participen en la liturgia eterna del cielo.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS HABITANTES DE SAN GIULIANO DI PUGLIA




En esta hora de profundo dolor para tantas familias de San Giuliano di Puglia, que, probadas por el dolor, se disponen a dar la última despedida a sus seres queridos, deseo expresarles nuevamente mi cercanía paterna, encomendando al Padre que está en el cielo las jóvenes vidas de quienes nos han dejado, e implorando para todos el consuelo de la fe y de la esperanza.

Para la amada comunidad de San Giuliano pido también al Señor el don de la fortaleza cristiana en esta trágica circunstancia, con la seguridad de que suscitará en todos sentimientos de profunda solidaridad, que son valioso patrimonio del pueblo italiano.

El Vaticano, 3 de noviembre de 2002

IOANNES PAULUS II









A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL COMITÉ PONTIFICIO PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES


293

Martes 5 de noviembre de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acoger hoy, juntamente con los miembros del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales, a los delegados nacionales designados por las respectivas autoridades eclesiales para participar en la asamblea plenaria que se celebra estos días en Roma. Os saludo cordialmente a cada uno y, en particular, al cardenal Jozef Tomko, presidente del Comité, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo mi saludo al cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional.

Vuestra asamblea ha dedicado especial atención a ese Congreso, cuyo tema será: "La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio". Ha pasado poco tiempo desde que comenzó este milenio, pero ya se ve claramente cuán necesaria es para toda la humanidad y para la Iglesia la luz de Jesucristo y la vida que él ofrece en la Eucaristía.

En efecto, sobre este inicio se ciernen sombras amenazadoras. Por tanto, es necesario volver a presentar a la humanidad la "luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9), el Verbo encarnado, que quiso permanecer con nosotros de un modo tan significativo como el eucarístico. En este sacramento está presente Jesucristo con el don de sí mismo "por la vida del mundo" -"pro mundi vita"- y, por consiguiente, también por la vida de nuestro mundo tal como es, con sus luces y sus sombras. La Eucaristía es expresión sublime del amor de Dios encarnado, amor permanente y eficaz.

2. El Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales tiene como finalidad principal "hacer que el Señor Jesús sea cada vez más conocido y amado en su misterio eucarístico, centro de la vida de la Iglesia y de su misión para la salvación del mundo" (Estatutos). Se trata de una finalidad muy importante, que el Comité cumple, por un lado, promoviendo la celebración periódica de los Congresos eucarísticos internacionales y, por otro, favoreciendo las iniciativas adecuadas para incrementar la devoción al misterio eucarístico. Con vuestro trabajo apostólico, aplicáis la enseñanza del concilio Vaticano II, que presenta la Eucaristía como "fuente y cima de toda la vida cristiana" (Lumen gentium LG 11).

Los Congresos eucarísticos internacionales tienen ya una larga historia en la Iglesia y han asumido cada vez más claramente la característica de la "Statio orbis", que subraya la dimensión universal de esta celebración. En efecto, se trata siempre de una fiesta de fe en torno a Cristo eucarístico, en la que no sólo participan los fieles de una Iglesia particular o de una sola nación, sino también, en la medida de lo posible, de diferentes partes del mundo. La Iglesia se congrega en torno a su Señor y Dios.

A este respecto, es muy importante la obra de los delegados nacionales, nombrados por las respectivas autoridades de las Iglesias de Occidente y Oriente. Están llamados a sensibilizar a sus Iglesias con respecto al tema del Congreso internacional, sobre todo en su fase preparatoria, para que llegue a ser un acontecimiento fontal, del que broten para las Iglesias particulares frutos de vida y de comunión.

3. La Eucaristía ocupa el lugar central en la Iglesia, porque "hace la Iglesia". Como afirma el concilio Vaticano II, citando las palabras del gran san Agustín, es "sacramentum pietatis, signum unitatis, vinculum caritatis" -"sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad"- (Sacrosanctum Concilium SC 47). Y san Pablo dice: "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1Co 10,17). La Eucaristía es fuente de unidad en la Iglesia. El Cuerpo eucarístico del Señor alimenta y sostiene a su Cuerpo místico.

Los Congresos eucarísticos internacionales contribuyen también a esta finalidad plenamente eclesial. En efecto, la participación de los fieles de diversos lugares de proveniencia en ese acontecimiento eucarístico simboliza la unidad y la comunión. Los delegados nacionales pueden comunicar a sus comunidades el espíritu de fervor eucarístico y de comunión que se vive en estos tiempos fuertes de adoración, contemplación, reflexión y participación. El Congreso, vivido en profundidad, es fuego para forjar animadores de comunidades eucarísticas vivas y evangelizadores de los grupos que no conocen aún en profundidad el amor que se oculta en la Eucaristía.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, el apostolado eucarístico, al que dedicáis vuestros esfuerzos, constituye ciertamente una respuesta a la invitación del Señor: "Duc in altum!". Perseverad en él con empeño y pasión, animando y difundiendo la devoción eucarística en todas sus expresiones.
294 Que en vuestro servicio eclesial os guíe siempre un auténtico espíritu de comunión, favoreciendo la colaboración activa entre el Comité eucarístico pontificio y los comités nacionales.

Acompaño estos deseos con la seguridad de mi oración y con la bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.








A LA XVII CONFERENCIA INTERNACIONAL


SOBRE LA PASTORAL DE LA SALUD



Jueves 7 de noviembre de 2002




Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la XVII Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

Os dirijo a cada uno mi saludo cordial. Saludo, en particular, al arzobispo monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, a quien agradezco las amables palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos y ha explicado las finalidades de la Conferencia. Me alegra que vuestro dicasterio lleve a cabo esta iniciativa anual, que constituye un importante momento de profundización y confrontación, así como de diálogo entre el ámbito eclesial y el civil, con una finalidad prioritaria como es la salud.

El tema de esta Conferencia -"La identidad de las instituciones sanitarias católicas"-, es de gran importancia para la vida y la misión de la Iglesia. En efecto, al realizar la obra de evangelización, ha unido siempre, a lo largo de los siglos, la asistencia y el cuidado de los enfermos con la predicación de la buena nueva (cf. Dolentium hominum, 1).

2. Siguiendo fielmente las enseñanzas de Cristo, Médico divino, algunos de los santos de la caridad y de la hospitalidad, como san Camilo de Lelis, san Juan de Dios y san Vicente de Paúl, fundaron hospicios para la hospitalización y la asistencia, anticipando lo que serían los hospitales modernos. Así, la red de las instituciones sociosanitarias católicas se ha venido constituyendo como respuesta de solidaridad y caridad de la Iglesia al mandato del Señor, que envió a los Doce a anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos (cf. Lc Lc 9,6).

Desde esta perspectiva, os agradezco los esfuerzos que estáis realizando para dar nuevo impulso a la Confederatio internationalis catholicorum hospitalium, organismo idóneo para responder cada vez mejor a las numerosas cuestiones que interpelan a cuantos trabajan en los diferentes sectores del mundo de la salud. Por tanto, aliento al Consejo pontificio para la pastoral de la salud a sostener los esfuerzos que está realizando la Confederación, para que el servicio de caridad prestado por los hospitales católicos se inspire constantemente en el Evangelio.

3. Para comprender a fondo la identidad de estas instituciones sanitarias, es preciso ir al núcleo de lo que constituye la Iglesia, donde la ley suprema es el amor. Así, las instituciones católicas de la sanidad se transforman en testimonio privilegiado de la caridad del buen Samaritano, puesto que, al curar a los enfermos, cumplimos la voluntad del Señor y contribuimos a la realización del reino de Dios. De este modo, expresan su verdadera identidad eclesial.

Por tanto, es necesario volver a considerar desde este punto de vista "la función de los hospitales, de las clínicas y de las casas de salud: su verdadera identidad no es sólo la de instituciones en las que se atiende a los enfermos y moribundos, sino ante todo la de ambientes en los que el sufrimiento, el dolor y la muerte son considerados e interpretados en su significado humano y específicamente cristiano. De modo especial esta identidad debe ser clara y eficaz en los institutos regidos por religiosos o relacionados de alguna manera con la Iglesia" (Evangelium vitae EV 88).

295 4. En la carta apostólica Novo millennio ineunte, refiriéndome a las numerosas necesidades que, en nuestro tiempo, interpelan la sensibilidad cristiana, recordé también a cuantos carecen de la asistencia médica más elemental (cf. n. 50). La Iglesia mira con particular solicitud a estos hermanos y hermanas, dejándose inspirar por una renovada "creatividad de la caridad" (cf. ib.).
Espero que las instituciones sanitarias católicas y las instituciones públicas colaboren eficazmente, unidas por el deseo común de servir al hombre, especialmente al más débil o al que de hecho no tiene seguridad social.

Queridos hermanos, con estos deseos, os encomiendo a todos a la protección maternal de la santísima Virgen, Salus infirmorum, a la vez que, expresándoos mis mejores deseos para vuestro servicio eclesial y para vuestra actividad profesional, os imparto de corazón a vosotros, así como a vuestros familiares y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.








A LOS MIEMBROS DEL CENTRO CULTURAL


"JUAN PABLO II" DE WASHINGTON


Viernes 8 de noviembre de 2002



Eminencia;
queridos amigos:

Este año, una vez más, me complace daros la bienvenida en el Vaticano, con ocasión de vuestra visita anual. Agradezco al cardenal Maida su constante dirección del Centro y de sus actividades, y os doy las gracias a todos vosotros por sostener los esfuerzos que realiza para presentar la tradición católica en su riqueza e importancia cultural.

Es significativo que el Centro cultural haya abierto sus puertas cuando concluía el gran jubileo del año 2000 y la Iglesia se disponía a "remar mar adentro" (cf. Lc Lc 5,4) con el renovado compromiso de proclamar el Evangelio a todas las naciones y pueblos. La misión del Centro, tan entrañable para mí, se inspira en la firme convicción de que Jesucristo, el Verbo encarnado de Dios, es el centro de la historia humana y la llave que abre el misterio del hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes ). Para construir un mundo más digno de la humanidad, urge proclamar a Cristo con alegría y convicción como "el camino, la verdad y la vida" (cf. Jn Jn 14,6) que puede iluminar la vida de cada persona y el destino de toda la familia humana. El Centro cultural se ha comprometido a mostrar que el Evangelio responde a nuestros deseos más profundos y a nuestras aspiraciones más elevadas, las cuales se expresan en las culturas que forjan el futuro de nuestro mundo. Espero que al cumplir esta misión esencial, el Centro dé una contribución singular a la nueva evangelización.

Queridos amigos, os agradezco a vosotros, al personal y a los bienhechores del Centro la promoción de sus iniciativas. A vosotros y a vuestras familias imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.










A LAS CAPITULARES


DE LAS HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA



Viernes 8 de noviembre de 2002



Amadísimas Hijas de María Auxiliadora:

296 1. Me alegra encontrarme con vosotras, con ocasión del capítulo general de vuestro instituto, y os doy a todas mi cordial bienvenida. Saludo también a la superiora general Antonia Colombo, confirmada en el cargo, y le agradezco las amables palabras con que ha interpretado los sentimientos de todas vosotras. Le deseo que, con la ayuda del nuevo consejo general, guíe a vuestra familia religiosa con fiel adhesión a las enseñanzas actuales de san Juan Bosco y de santa María Dominga Mazzarello. Extiendo mi cordial saludo al rector mayor, don Pascual Chávez Villanueva, que ha querido estar presente en este encuentro.

Durante estos días de intenso trabajo habéis querido centrar vuestra atención en el tema: "En la Alianza renovada, el compromiso de una ciudadanía activa", teniendo muy en cuenta el programa de vuestros fundadores -"formar buenos cristianos y ciudadanos honrados"-, de gran actualidad en el presente contexto social multicultural, caracterizado por tensiones y desafíos a veces incluso dramáticos. Este programa, queridas Hijas de María Auxiliadora, os llama a testimoniar la esperanza en las numerosas fronteras del mundo moderno, sabiendo descubrir con audacia misionera caminos nuevos de evangelización y de promoción humana, especialmente al servicio de las generaciones jóvenes. Debéis comunicar a las nuevas generaciones, en un clima impregnado de afecto según el estilo de don Bosco, el mensaje evangélico, que se sintetiza en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona.

2. Para cumplir esta ardua misión es necesario, ante todo, mantener una comunión constante con Jesús, contemplando incesantemente su rostro en la oración, para servirlo después con todas las energías en los hermanos.

Por tanto, deseo repetiros también a vosotras la exhortación evangélica: Duc in altum! (
Lc 5,4), que en la carta apostólica Novo millennio ineunte dirigí a todo el pueblo cristiano. ¡Sí! Remad mar adentro, amadísimas hermanas, y echad con confianza las redes en nombre del Redentor. En una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sin sentido", anunciad sin componendas el primado de Dios, que escucha siempre el grito de los oprimidos y de los afligidos.
La santidad personal, en dócil escucha del Espíritu que libera y transforma el corazón, es el fundamento de todo compromiso apostólico y un antídoto contra toda peligrosa fragmentación interior.

La santidad constituye vuestra tarea esencial y prioritaria, queridas salesianas. Es la mejor aportación que podéis dar a la nueva evangelización, así como la garantía de un servicio auténticamente evangélico en favor de los más necesitados.

3. Vuestra familia religiosa tiene ya una larga historia, escrita por valientes testigos de Cristo, algunos de los cuales han confirmado su fidelidad al Evangelio con el martirio. En esta misma dirección debéis seguir caminando hoy en ambientes a menudo turbados por tensiones y miedos, por enfrentamientos y divisiones, por extremismos y violencias, capaces incluso de ofuscar la esperanza. Sin embargo, no faltan inéditas oportunidades apostólicas y providenciales fermentos de renovación evangélica. A vosotras, como a todas las religiosas y religiosos, se os pide que viváis a fondo la opción radical de las bienaventuranzas, aprendiendo en la escuela de Jesús, como María, a escuchar y poner en práctica la exigente palabra de Dios. Las bienaventuranzas, como recordé en Toronto durante el encuentro con los jóvenes del mundo entero, describen el rostro de Jesús y, al mismo tiempo, el del cristiano; son como el retrato del discípulo auténtico que quiere sintonizar de manera perfecta con su divino Maestro.

Animadas por este fervor espiritual, no dudéis en recorrer, con libertad profética y sabio discernimiento, arriesgados caminos apostólicos y fronteras misioneras, manteniendo una estrecha colaboración con los obispos y los demás miembros de la comunidad eclesial. Los vastos horizontes de la evangelización y la necesidad urgente de testimoniar el mensaje evangélico a todos, sin distinción, constituyen el campo de vuestro apostolado. Muchos esperan aún conocer a Jesús, único Redentor del hombre, y numerosas situaciones de injusticia y de problemas morales y materiales interpelan a los creyentes.

4. Una misión tan urgente requiere una incesante conversión personal y comunitaria. Sólo corazones totalmente abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y captar los llamamientos de la humanidad necesitada de justicia y paz. Vosotras podréis salir al encuentro de las exigencias de la gente si conserváis intacto el espíritu de san Juan Bosco y de santa María Dominga Mazzarello, que vivieron con la mirada puesta en el cielo y el corazón gozoso incluso cuando el seguimiento de Cristo conllevaba obstáculos y dificultades, y también aparentes fracasos.

Queridas hermanas, ojalá que vuestra adhesión fiel a Cristo y a su Evangelio resplandezca en los diversos campos de vuestro servicio eclesial.

La Virgen santísima, a la que veneráis con el hermoso título de María auxiliadora, os proteja, os ayude y sea la guía segura del camino de vuestra familia religiosa, para que pueda realizar todos sus proyectos de bien.

297 Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi afectuoso recuerdo en la oración a cada una de vosotras y a cuantos encontréis en vuestro apostolado diario, os bendigo a todas de corazón.










AL CONGRESO NACIONAL ITALIANO


DE AGENTES DE LA CULTURA Y DE LA COMUNICACIÓN



Sábado 9 de noviembre de 2002




1. Saludo con afecto al señor cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia episcopal italiana, al que agradezco las palabras que me ha dirigido, interpretando los sentimientos de todos los presentes. Doy mi más cordial bienvenida a los demás cardenales, a los arzobispos y obispos, y al ministro de Comunicaciones, honorable Maurizio Gasparri, que participan en este encuentro juntamente con los agentes de la cultura y de la comunicación, venidos de todas las regiones italianas.

Habéis reflexionado en el tema "Comunicación y cultura: nuevos itinerarios para la evangelización del tercer milenio". Se trata de una perspectiva de fundamental importancia, que merece gran atención por parte de toda la comunidad cristiana.

A vosotros, que trabajáis en el campo de la cultura y de la comunicación, la Iglesia os mira con confianza y esperanza, porque, como protagonistas de los cambios actuales en estos ámbitos, en un horizonte cada vez más globalizado, estáis llamados a leer e interpretar el tiempo presente y a descubrir los caminos para una comunicación del Evangelio según los lenguajes y la sensibilidad del hombre contemporáneo.

2. Somos conscientes de que las rápidas transformaciones tecnológicas están determinando, sobre todo en el campo de la comunicación social, una nueva condición para la transmisión del saber, para la convivencia entre los pueblos y para la formación de los estilos de vida y las mentalidades. La comunicación genera cultura y la cultura se transmite mediante la comunicación.

Pero, ¿qué cultura puede generar una comunicación que no tenga en su centro la dignidad de la persona, la capacidad de ayudar a afrontar los grandes interrogantes de la vida humana, el compromiso de contribuir con honradez al bien común y la atención a los problemas de la convivencia en un clima de justicia y paz? En este campo hacen falta agentes que, a la luz de la fe, se hagan intérpretes de las actuales exigencias culturales, comprometiéndose a vivir esta época de la comunicación no como tiempo de alienación y extravío, sino como tiempo oportuno para la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la comunión entre las personas y los pueblos.

3. Ante este "nuevo areópago", forjado en gran medida por los medios de comunicación social, debemos ser cada vez más conscientes de que "la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo" (Redemptoris missio RMi 37). Podríamos creer que no somos aptos y que no estamos preparados, pero no debemos desanimarnos. Sabemos que no estamos solos: nos sostiene una fuerza incontenible, que brota del encuentro con el Señor. Si habéis asumido este compromiso, queridos agentes de la comunicación y de la cultura, es porque también vosotros, como los discípulos de Emaús, habéis reconocido al Señor resucitado al partir el pan y habéis sentido que vuestro corazón ardía de alegría al escucharlo. Este es el manantial de la novedad cultural más auténtica. Este es el estímulo más fuerte para un compromiso coherente de comunicación.

No dejemos de contemplar a Jesús de Nazaret, el Verbo hecho carne, que realizó la comunicación más importante de la historia de la humanidad, permitiéndonos ver, a través de él, el rostro del Padre celestial (cf. Jn Jn 14,9) y dándonos el Espíritu de verdad (cf. Jn Jn 16,13), que nos lo enseña todo. Pongámonos una vez más a la escucha de la enseñanza de Cristo, para que la multiplicación de las antenas sobre los tejados, como instrumentos emblemáticos de la comunicación moderna, no se convierta, paradójicamente, en signo de la incapacidad de ver y oír, sino que sea signo de una comunicación que crece al servicio del hombre y del progreso integral de toda la humanidad.

4. La Iglesia que está en Italia ha emprendido un valiente camino en esta dirección. La Asamblea eclesial de Palermo marcó ya el comienzo de una intensa acción pastoral. Allí tuve la oportunidad de animaros a hacer de este tiempo un "tiempo de misión y no de conservación". Allí, sobre todo, nació la propuesta de un "proyecto cultural orientado en sentido cristiano", como contribución a la elaboración de una visión de la vida inspirada cristianamente. Incluso las "orientaciones pastorales", propuestas por los obispos italianos para este decenio, se caracterizan por esta opción, que lleva a una implicación de las comunidades cristianas y de cada uno de los creyentes para sostenerlas en la comprensión del tiempo actual, en la búsqueda de estilos de vida plausibles y en una presencia más eficaz de los cristianos en la sociedad.

A partir de esta opción de fondo, se han llevado a cabo muchas valiosas iniciativas en el ámbito de las comunicaciones. De gran importancia es la contribución a la lectura original de los hechos y a la reflexión cultural que ha dado el diario nacional Avvenire, comprometido en una importante e innovadora operación de relanzamiento. Igualmente significativas son las iniciativas de apoyo a los numerosos semanarios católicos italianos. Se han abierto nuevas posibilidades en el campo de las transmisiones radiotelevisivas con la televisión vía satélite Sat2000 y el circuito radiofónico, que reúne un gran número de emisoras locales.

En este fermento pastoral y cultural vemos un fruto concreto y significativo del decreto conciliar Inter mirifica. A partir de este decreto comenzó un período de gran renovación, y sus indicaciones siguen siendo válidas hoy.

298 5. El testimonio de los creyentes tiene un campo vastísimo de expresión en el mundo de los medios de comunicación social y de la cultura. También en estos sectores hay que reconocer vocaciones específicas y dones particulares, que ciertamente el Señor no permite que falten a su Iglesia. Sobre todo a los fieles laicos se les pide que den prueba de profesionalidad y de auténtica conciencia cristiana.

Los que trabajan en los medios de comunicación y crean cultura, creyentes y no creyentes, deben tener una elevada conciencia de sus responsabilidades, sobre todo ante las personas más indefensas, que a menudo están expuestas, sin ninguna protección, a programas llenos de violencia y de visiones distorsionadas del hombre, de la familia y de la vida. En particular, las autoridades públicas y las asociaciones para la defensa de los espectadores están llamadas a trabajar, según sus competencias y responsabilidades, para que los medios de comunicación cumplan su finalidad primaria de servicio a las personas y a la sociedad. La ausencia de control y de vigilancia no es garantía de libertad, como muchos quieren hacer creer; más bien, termina por favorecer un uso indiscriminado de instrumentos poderosísimos que, si se usan mal, producen efectos devastadores en la conciencia de las personas y en la vida social. En un sistema de comunicaciones cada vez más complejo y de alcance planetario, hacen falta reglas claras y justas para garantizar el pluralismo, la libertad, la participación y el respeto de los usuarios.

6. Queridos agentes de la comunicación y de la cultura, tenéis ante vosotros un gran desafío: mirad con confianza y esperanza al futuro, gastando vuestras mejores energías y confiando en el apoyo del Señor. Os acompaño con mi oración, convencido, también por experiencia personal, de que la cuestión cultural tiene gran importancia para la evangelización, y de que los medios de comunicación social pueden contribuir a una profunda renovación cultural iluminada por el Evangelio.

María, que acogió al Verbo de la vida y recibió juntamente con los Apóstoles el don del Espíritu en la efusión de Pentecostés, os acompañe y sostenga, para que anunciéis y testimoniéis siempre el Evangelio con la vida y con el compromiso en las comunicaciones y en la cultura.

A todos imparto mi bendición.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA FRATERNIDAD CATÓLICA DE COMUNIDADES


CARISMÁTICAS DE LA ALIANZA




A la Fraternidad católica
de comunidades carismáticas
de la Alianza

"El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15,13). Os saludo con las palabras del apóstol san Pablo, con ocasión de vuestra conferencia, que se está celebrando ahora en Roma. Ciertamente, se trata de una ocasión de gozosa acción de gracias, porque celebráis el XXXV aniversario de la Renovación carismática católica en el seno de la Iglesia. Al comenzar mi XXV año de pontificado, os agradezco las oraciones con las que me habéis acompañado y vuestra fidelidad al ministerio que se me ha confiado. Vuestra contribución a la vida de la Iglesia, con vuestro testimonio fiel de la presencia y la acción del Espíritu Santo, ha ayudado a muchas personas a redescubrir en su vida la belleza de la gracia que han recibido con el bautismo, el pórtico de la vida en el Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1213). Les ha ayudado a conocer la fuerza de la efusión plena del Espíritu Santo conferida en la confirmación (cf. ib., n. 1302). Me uno a vosotros para alabar a la santísima Trinidad por la obra del Espíritu, que sigue llevando de forma cada vez más plena a los hombres a la vida de Cristo y haciendo más perfectos sus vínculos con la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 11).

Vuestra reflexión sobre la vida familiar, la juventud y la promoción humana no puede por menos de abrir vuestro corazón y vuestra mente a las necesidades de la humanidad, que se esfuerza por encontrar una finalidad en un mundo turbado con mucha frecuencia por una "crisis de sentido" (Fides et ratio ). Sois plenamente conscientes de la urgencia de una nueva evangelización, una evangelización de la cultura, para que la vida se caracterice por la esperanza más que por el miedo o el escepticismo. En mi carta apostólica Novo millennio ineunte animé a todos a confiar en las palabras de Cristo a Pedro: "Rema mar adentro" -"Duc in altum!"- (Lc 5,4). Os exhorto a hacer que vuestras comunidades sean signos vivos de esperanza, faros de la buena nueva de Cristo para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Ser testigos auténticos de la esperanza significa ser testigos auténticos de la verdad y de la visión de la vida confiada a la Iglesia y proclamada por ella. La comunión de fe y de vida, en unión cordial con los sucesores de los Apóstoles, es de por sí un fuerte testimonio del ancla de verdad que el mundo tanto necesita. Por eso, el gran desafío que afrontamos en este nuevo milenio consiste en hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión (cf. Novo millennio ineunte NM 43). Y desde luego, lo que es un desafío para toda la Iglesia, lo es también para la Fraternidad católica de comunidades carismáticas de la Alianza. La fidelidad a la índole eclesial de vuestras comunidades hará que su oración y su actividad sean instrumentos del profundo misterio vivificante de la Iglesia. Precisamente esto determinará su capacidad de atraer a nuevos miembros. Así, con san Pedro, os exhorto a dar razón de la esperanza que hay en vosotros; pero hacedlo con dulzura y respeto (cf. 1P 3,15-16).

299 Encomendando los trabajos de vuestra conferencia a la protección constante de María, Madre de la Iglesia y Sede de la Sabiduría, os imparto de buen grado mi bendición apostólica a cada uno de vosotros y a las comunidades que representáis.

Vaticano, 7 de noviembre de 2002








A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA


PLENARIA DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS


Lunes 11 de noviembre de 2002



Queridos miembros de la Academia pontificia de ciencias:

Me alegra saludaros con ocasión de vuestra asamblea plenaria, y doy una bienvenida particularmente cordial a los nuevos miembros. Vuestro debate y reflexión de este año se centra en el tema: "Los valores culturales de la ciencia". Este tema os permite considerar los desarrollos científicos en su relación con otros aspectos generales de la experiencia humana.

De hecho, antes de hablar de los valores culturales de la ciencia, podríamos afirmar que la ciencia misma representa un valor para el conocimiento humano y para la comunidad humana. En efecto, gracias a la ciencia comprendemos mejor hoy el lugar que ocupa el hombre en el universo, la relación entre la historia humana y la historia del cosmos, la cohesión estructural y la simetría de los elementos que componen la materia, la notable complejidad y, al mismo tiempo, la asombrosa coordinación de los procesos vitales mismos. Gracias a la ciencia podemos apreciar mucho mejor lo que un miembro de esta Academia ha llamado "la maravilla del ser humano": es el título que John Eccles, galardonado con el premio Nobel en 1963 por sus investigaciones en el campo de la neurofisiología y miembro de la Academia pontificia de ciencias, dio a su libro sobre el cerebro y la mente humana (J.C. Eccles, D. N. Robinson, The Wonder of Being Human: Our Brain and Our Mind, Free Press, Nueva York 1984).

Este conocimiento representa un valor extraordinario y profundo para toda la familia humana, y tiene también un gran significado para las disciplinas filosófica y teológica al continuar a lo largo del camino del intellectus quaerens fidem y de la fides quaerens intellectum, y al buscar una comprensión cada vez más completa de la riqueza del conocimiento humano y de la revelación bíblica. Si la filosofía y la teología captan hoy mejor que en el pasado lo que significa un ser humano en el mundo, lo deben en gran parte a la ciencia, porque esta nos ha mostrado cuán numerosas y complejas son las obras de la creación y cuán ilimitado es aparentemente el cosmos creado. La admiración absoluta que inspiró las primeras reflexiones filosóficas sobre la naturaleza no disminuye cuando se hacen nuevos descubrimientos científicos. Al contrario, aumenta cuando se logra una nueva percepción. La especie capaz de "asombro creatural" se transforma cuando nuestra comprensión de la verdad y de la realidad se hace más amplia, cuando somos estimulados a investigar cada vez más profundamente en el ámbito de la experiencia y la existencia humanas.

Con todo, el valor cultural y humano de la ciencia se aprecia también en su paso del nivel de investigación y reflexión al de actuación práctica. De hecho, el Señor Jesús dijo a sus discípulos: "A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho" (Lc 12,48). Por eso los científicos, precisamente porque "saben más", están llamados a "servir más". Dado que la libertad de que gozan en la investigación les permite el acceso al conocimiento especializado, tienen la responsabilidad de usarlo sabiamente en beneficio de toda la familia humana. No me refiero sólo a los peligros que entraña una ciencia desprovista de una ética fundada firmemente en la naturaleza de la persona humana y en el respeto del medio ambiente, temas que he abordado muchas veces en el pasado (cf. Discursos a la Academia pontificia de ciencias, 28 de octubre de 1994, 27 de octubre de 1998 y 12 de marzo de 1999; Discurso a la Academia pontificia para la vida, 24 de febrero de 1998).

Pienso también en los enormes beneficios que la ciencia puede aportar a los pueblos del mundo a través de la investigación básica y las aplicaciones tecnológicas. Cuando la comunidad científica protege su autonomía legítima de las presiones económicas y políticas, sin ceder a las fuerzas del consenso o a la búsqueda del lucro, y se entrega a una investigación desinteresada, orientada a la verdad y al bien común, puede ayudar a los pueblos del mundo y servirles de una manera que no es posible a otras estructuras.

Al inicio de este nuevo siglo, los científicos deben preguntarse si no pueden hacer algo más a este respecto. En un mundo cada vez más globalizado, ¿no deben hacer mucho más para elevar los niveles de instrucción y mejorar las condiciones sanitarias, para estudiar estrategias con vistas a una distribución más equitativa de los recursos, para facilitar la libre circulación de la información y el acceso de todos al conocimiento que mejora la calidad de vida y eleva sus niveles? ¿No pueden hacer oír su voz más claramente y con mayor autoridad en favor de la paz del mundo? Sé que pueden hacerlo, y sé que podéis hacerlo también vosotros, queridos miembros de la Academia pontificia de ciencias. A la vez que os preparáis para celebrar el IV centenario de la Academia, el próximo año, transmitid estas preocupaciones y aspiraciones comunes a las agencias internacionales para las que trabajáis y a vuestros colegas, llevadlas a los lugares donde os dedicáis a la investigación y a la enseñanza. De esta manera, la ciencia ayudará a unir las mentes y los corazones, promoviendo el diálogo no sólo entre los investigadores en las diferentes partes del mundo, sino también entre las naciones y las culturas, dando una inestimable contribución a la paz y a la armonía entre los pueblos.

A la vez que os renuevo mi cordial deseo de éxito en vuestro trabajo durante estos días, elevo mi voz al Señor del cielo y de la tierra, pidiendo que vuestra actividad sea cada vez más un instrumento de verdad y de amor en el mundo. Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros colegas invoco de corazón una abundancia de gracia y bendiciones divinas.









MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE UN CONGRESO


SOBRE LA ESPIRITUALIDAD


Y EL COMPROMISO DE LOS LAICOS





Discursos 2002 291