Discursos 2002 300

300 A su excelencia reverendísima
Monseñor MICHELE PENNISI
Obispo de Piazza Armerina

Me ha complacido mucho saber que los días 9 y 10 del corriente mes de noviembre tendrá lugar en Enna un congreso sobre el tema: "La espiritualidad y el compromiso de los laicos en la caridad, fundamento de la justicia y de una auténtica promoción humana". Este encuentro, organizado por el Instituto de promoción humana "Mons. Francesco di Vincenzo", por la Renovación en el Espíritu Santo y por la delegación regional de la Cáritas de Sicilia, ofrecerá la ocasión para presentar el proyecto "Polo de excelencia de promoción humana y de solidaridad", dedicado a Mario y Luigi Sturzo.

Al dirigir mi cordial saludo a los organizadores y a cuantos intervengan en el Congreso, expreso mi sincero aprecio por esta iniciativa, que responde muy bien a la orientación pastoral indicada en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (ágape), todo sería inútil" (n. 42).

La caridad implica espíritu de fraternidad en la Iglesia, llamada a ser casa y escuela de comunión (cf. ib., 43). Además, la caridad exige por su misma naturaleza prestar una atención operante y concreta a todo ser humano, especialmente a los pequeños y los pobres.

En el vasto campo de acción de esta renovada "creatividad de la caridad" (ib., 50), tienen un papel insustituible que desempeñar los laicos cristianos, llamados a animar con espíritu evangélico todos los ámbitos de la vida social. Para hacerlo, deberán mantener fija su mirada en Cristo, haciéndose cada vez más capaces de auténtica oración contemplativa. Es preciso recomenzar constantemente de él y reconocer su rostro en los hermanos más probados y marginados.

Que la Virgen María, espejo de caridad y justicia, sea para cada uno modelo para imitar y Madre a quien invocar incesantemente. En el contexto espiritual y eclesial del Año del Rosario, que he querido convocar para invitar a los fieles a redescubrir esa valiosa oración, este Congreso asume una importancia singular, especialmente por la obra que desea promover. Que la meditación de los misterios de Cristo, contemplados bajo la guía de María en el rezo del santo Rosario, cree el clima propicio para construir una realidad humana impregnada del amor redentor de Cristo.

Con este fin, aseguro mi recuerdo en la oración, a la vez que expreso mis mejores deseos, que acompaño de buen grado con una bendición apostólica especial.

Vaticano, 8 de noviembre de 2002








DURANTE SU HISTÓRICA VISITA


AL PARLAMENTO ITALIANO


Jueves 14 de noviembre de 2002





301 Señor presidente de la República italiana;
honorables presidentes de la Cámara de diputados y del Senado;
señor presidente del Gobierno;
honorables diputados y senadores:

1. Me siento profundamente honrado por la solemne acogida que se me tributa hoy en esta prestigiosa sede, en la que todo el pueblo italiano está dignamente representado por vosotros. A todos y a cada uno dirijo mi saludo deferente y cordial, consciente del fuerte significado de la presencia del Sucesor de Pedro en el Parlamento italiano.

Agradezco al señor presidente de la Cámara de diputados y al señor presidente del Senado de la República las nobles palabras con las que han interpretado los sentimientos comunes, representando también a los millones de ciudadanos de cuyo afecto tengo muestras diarias en las numerosas ocasiones en que me encuentro con ellos. Es un afecto que me ha acompañado siempre, desde los primeros meses de mi elección a la Sede de Pedro. Por eso, quiero expresar a todos los italianos, también en esta circunstancia, mi profunda gratitud.

Ya durante mis años de estudio en Roma, y después en las visitas periódicas que realicé a Italia como obispo, especialmente durante el concilio ecuménico Vaticano II, fue creciendo en mí la admiración por un país en el que el anuncio evangélico, que llegó aquí desde los tiempos apostólicos, ha suscitado una civilización rica en valores universales y un florecimiento de admirables obras de arte, en las que los misterios de la fe se han expresado en imágenes de incomparable belleza. ¡Cuántas veces he palpado, por decirlo así, las huellas gloriosas que la religión cristiana ha impreso en las costumbres y en la cultura del pueblo italiano, concretándose también en numerosas figuras de santos y santas, cuyo carisma ha ejercido una influencia extraordinaria en las poblaciones de Europa y del mundo! Basta pensar en san Francisco de Asís y en santa Catalina de Siena, patronos de Italia.

2. Es realmente profundo el vínculo que existe entre la Santa Sede e Italia.Sabemos bien que ha pasado por fases y situaciones muy diferentes entre sí, sin escapar a las vicisitudes y a las contradicciones de la historia. Pero, al mismo tiempo, debemos reconocer que, precisamente en la sucesión a veces tumultuosa de los acontecimientos, ha suscitado impulsos muy positivos tanto para la Iglesia de Roma y, por consiguiente, para la Iglesia católica, como para la amada nación italiana.

A esta obra de acercamiento y colaboración, en el respeto de la independencia y de la autonomía recíprocas, contribuyeron en gran medida los grandes Papas que Italia dio a la Iglesia y al mundo durante el siglo pasado: basta pensar en Pío XI, el Papa de la Conciliación, y en Pío XII, el Papa de la salvación de Roma, y, más cerca de nosotros, en los Papas Juan XXIII y Pablo VI, cuyos nombres, como hizo Juan Pablo I, yo también quise adoptar.

3. Tratando de contemplar con una mirada sintética la historia de los siglos pasados, podríamos decir que la identidad social y cultural de Italia y la misión de civilización que ha cumplido y cumple en Europa y en el mundo muy difícilmente se podrían comprender sin la savia vital que constituye el cristianismo.

Por tanto, permitidme que os invite respetuosamente a vosotros, representantes elegidos de esta nación, y juntamente con vosotros a todo el pueblo italiano, a cultivar una convencida y meditada confianza en el patrimonio de virtudes y valores transmitido por vuestros antepasados. Con esta confianza no sólo se pueden afrontar con lucidez los problemas, ciertamente complejos y difíciles, del momento actual, sino también dirigir audazmente la mirada hacia el futuro, interrogándose sobre la contribución que Italia puede dar al desarrollo de la civilización humana.

302 A la luz de la extraordinaria experiencia jurídica madurada a lo largo de los siglos a partir de la Roma pagana, ¡cómo no sentir, por ejemplo, el compromiso de seguir ofreciendo al mundo el mensaje fundamental según el cual, en el centro de todo orden civil justo, debe estar el respeto al hombre, a su dignidad y a sus derechos inalienables! Con razón ya el antiguo adagio afirmaba: Hominum causa omne ius constitutum est. En esta afirmación está implícita la convicción de que existe una "verdad sobre el hombre" que se impone más allá de las barreras de lenguas y culturas diferentes.

Desde esta perspectiva, hablando ante la Asamblea de las Naciones Unidas en el 50° aniversario de su fundación, recordé que hay derechos humanos universales, arraigados en la naturaleza de la persona, en los que se reflejan las exigencias objetivas de una ley moral universal. Y añadí: "Lejos de ser afirmaciones abstractas, estos derechos nos dicen más bien algo importante sobre la vida concreta de cada hombre y de cada grupo social. Nos recuerdan también que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, sino que, por el contrario, hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos" (Discurso del 5 de octubre de 1995, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1995, p. 7).

4. Siguiendo con atención y afecto el camino de esta gran nación, también me siento impulsado a considerar que, para expresar mejor sus dotes características, necesita incrementar su solidaridad y su cohesión interna.Por las riquezas de su larga historia, así como por la multiplicidad y el vigor de las presencias e iniciativas sociales, culturales y económicas que configuran con variedad sus gentes y su territorio, la realidad de Italia es ciertamente muy compleja y se vería empobrecida y mortificada por uniformidades forzadas.

El camino que permite mantener y valorar las diferencias, sin que se conviertan en motivos de contraposición y obstáculos al progreso común, es el de una solidaridad sincera y leal. Esta solidaridad tiene profundas raíces en el alma y en las costumbres del pueblo italiano y se expresa actualmente, entre otras manifestaciones, en numerosas y beneméritas formas de voluntariado. Pero también se siente su necesidad en las relaciones entre los múltiples componentes sociales de la población y las diversas áreas geográficas en las que está distribuida.

Vosotros mismos, como responsables políticos y representantes de las instituciones, podéis dar en este campo un ejemplo particularmente importante y eficaz, tanto más significativo cuanto más tiende la dialéctica de las relaciones políticas a evidenciar los contrastes. En efecto, vuestra actividad se aprecia en toda su nobleza en la medida en que está animada por un auténtico espíritu de servicio a los ciudadanos.

5. Desde esta perspectiva, es decisiva la presencia en el corazón de cada uno de una viva sensibilidad con respecto al bien común. La enseñanza del concilio Vaticano II en esta materia es muy clara: "La comunidad política existe para aquel bien común del que obtiene su plena justificación y sentido, y del que deriva su derecho primigenio y propio" (Gaudium et spes
GS 74).

Los desafíos que afronta un Estado democrático exigen de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, independientemente de la opción política de cada uno, una cooperación solidaria y generosa en la construcción del bien común de la nación. Por lo demás, esta cooperación no puede prescindir de la referencia a los valores éticos fundamentales inscritos en la naturaleza misma del ser humano. Al respecto, en la carta encíclica Veritatis splendor puse en guardia contra el "riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad" (n. 101). En efecto, como afirmé en otra carta encíclica, la Centesimus annus, si no existe ninguna verdad última que guíe y oriente la acción política, "las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (n. 46), también la del siglo XX, que acaba de concluir.

6. En una circunstancia tan solemne, no puedo por menos de referirme a otra grave amenaza que se cierne sobre el futuro de este país, condicionando ya hoy su vida y sus posibilidades de desarrollo. Me refiero a la crisis de los nacimientos, al declive demográfico y al envejecimiento de la población. La cruda evidencia de las cifras exige considerar los problemas humanos, sociales y económicos que esta crisis planteará inevitablemente a Italia en los próximos decenios, pero sobre todo estimula -más aún, me atrevo a decir, obliga- a los ciudadanos a un compromiso responsable y convergente para favorecer una neta inversión de esa tendencia.

La acción pastoral en favor de la familia y de la acogida de la vida, y más en general de una existencia abierta a la lógica del don de sí, son la contribución que la Iglesia da a la construcción de una mentalidad y de una cultura en las que sea posible invertir esa tendencia. Pero también son grandes los espacios para una iniciativa política que, manteniendo firme el reconocimiento de los derechos de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio, según el dictado de la misma Constitución de la República italiana (cf. art. 29), haga menos onerosas social y económicamente la generación y la educación de los hijos.

7. En un tiempo de cambios, a menudo radicales, en el que parecen irrelevantes las experiencias del pasado, aumenta la necesidad de una sólida formación de la persona. También este, ilustres representantes del pueblo italiano, es un campo en el que se requiere la más amplia colaboración, para que las responsabilidades primarias de los padres cuenten con apoyos adecuados. La formación intelectual y la educación moral de los jóvenes siguen siendo los dos caminos fundamentales a través de los cuales, en los años decisivos del crecimiento, cada uno puede ponerse a prueba a sí mismo, ensanchar los horizontes de la mente y prepararse para afrontar la realidad de la vida.

El hombre vive una existencia auténticamente humana gracias a la cultura.Mediante la cultura el hombre se hace más hombre, accede más intensamente al "ser" que le es propio. Por tanto, el ojo del sabio ve claramente que el hombre cuenta como hombre por lo que es más que por lo que tiene. El valor humano de la persona está en relación directa y esencial con el ser, no con el tener. Precisamente por esto una nación preocupada por su futuro favorece el desarrollo de la escuela en un sano clima de libertad, y no escatima esfuerzos para mejorar su calidad, en estrecha unión con las familias y con todos los componentes sociales, lo cual sucede, por lo demás, en la mayor parte de los países europeos.

303 Igualmente importante, para la formación de la persona, es también el clima moral que predomina en las relaciones sociales y que tiene actualmente una expresión masiva y condicionante en los medios de comunicación: se trata de un desafío que interpela a toda persona y a toda familia, pero de modo peculiar a quienes tienen mayores responsabilidades políticas e institucionales. La Iglesia, por su parte, no se cansará de cumplir, también en este campo, la misión educativa que le corresponde por su misma naturaleza.

8. El carácter realmente humanístico de un cuerpo social se manifiesta de modo particular en la atención que presta a sus miembros más débiles.Al repasar el camino recorrido por Italia en estos casi sesenta años desde las ruinas de la segunda guerra mundial, no se puede por menos de admirar los grandes progresos realizados con vistas a una sociedad en la que se asegure a todos condiciones aceptables de vida. Pero, del mismo modo, es inevitable reconocer la grave crisis actual del desempleo, sobre todo juvenil, y las numerosas formas, antiguas y nuevas, de pobreza, miseria y marginación que afligen a muchas personas y familias italianas o inmigrantes en este país. Por eso, es muy necesaria una amplia solidaridad espontánea, a la que la Iglesia con gran empeño quiere dar de corazón su contribución.

Sin embargo, esta solidaridad debe contar, sobre todo, con la constante solicitud de las instituciones públicas. Desde esta perspectiva, y sin descuidar la tutela necesaria a la seguridad de los ciudadanos, merece atención la situación de las cárceles, en las que los detenidos viven a menudo en condiciones de penoso hacinamiento. Un signo de clemencia hacia ellos, mediante una reducción de la pena, constituiría una clara manifestación de sensibilidad, que estimularía el compromiso de recuperación personal con vistas a una reinserción positiva en la sociedad.

9. Una Italia que confía en sí misma y está unida en su interior constituye una gran riqueza para las demás naciones de Europa y del mundo. Deseo compartir con vosotros esta convicción en el momento en que se están definiendo los perfiles institucionales de la Unión europea y parece ya cercana su ampliación a muchos países de Europa centro-oriental, casi culminando la superación de una división innatural. Abrigo la confianza en que, también por mérito de Italia, a los nuevos cimientos de la "casa común" europea no les falte el "cemento" de la extraordinaria herencia religiosa, cultural y civil que ha engrandecido a Europa a lo largo de los siglos.

Así pues, es necesario evitar una visión del continente que considere sólo sus aspectos económicos y políticos o acepte de modo acrítico modelos de vida inspirados en un consumismo indiferente a los valores del espíritu. Si se quiere dar estabilidad duradera a la nueva unidad europea, es necesario comprometerse para que se apoye en los cimientos éticos sobre los que se constituyó en el pasado, acogiendo al mismo tiempo la riqueza y la diversidad de las culturas y de las tradiciones que caracterizan a cada una de las naciones. También en esta noble asamblea quisiera renovar el llamamiento que durante estos años he dirigido a los diferentes pueblos del continente: "Europa, al comienzo de un nuevo milenio, abre una vez más tus puertas a Cristo".

10. El nuevo siglo, recién iniciado, trae consigo una creciente necesidad de concordia, solidaridad y paz entre las naciones. En efecto, se trata de la exigencia ineludible de un mundo cada vez más interdependiente y unido mediante una red global de intercambios y comunicaciones, pero en el que perduran terribles desigualdades sociales. Por desgracia, las esperanzas de paz se ven truncadas brutalmente por la intensificación de conflictos crónicos, comenzando por el que ensangrienta la Tierra Santa. A esto se añade el terrorismo internacional, con la nueva y terrible dimensión que ha asumido, interpelando de manera totalmente distorsionada incluso a las grandes religiones. Por el contrario, precisamente en semejante situación las religiones están llamadas a aprovechar todo su potencial de paz, orientando y casi "convirtiendo" a la comprensión recíproca las culturas y las civilizaciones que se inspiran en ellas.

Para esta gran empresa, de cuyo éxito dependerá en los próximos decenios el destino del género humano, el cristianismo tiene una actitud y una responsabilidad muy peculiares: al anunciar al Dios del amor, se presenta como la religión del respeto recíproco, del perdón y de la reconciliación. Italia y las demás naciones que tienen su matriz histórica en la fe cristiana están casi intrínsecamente preparadas para abrir a la humanidad nuevos caminos de paz, sin ignorar las peligrosas amenazas actuales, pero sin dejarse condicionar tampoco por una lógica de enfrentamientos que no tendría solución.

Ilustres representantes del pueblo italiano, de mi corazón brota espontáneamente una oración: desde esta antiquísima y gloriosa ciudad -desde esta "Roma donde Cristo es romano", según la conocida definición de Dante (Purgatorio, XXXII, 102)- pido al Redentor del hombre que conceda a la amada nación italiana seguir viviendo, en la actualidad y en el futuro, según su luminosa tradición, recogiendo de ella nuevos y abundantes frutos de civilización, para el progreso material y espiritual del mundo entero.

¡Dios bendiga a Italia!








AL OCTAVO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 16 de noviembre de 2002



Venerados hermanos en el episcopado:

304 1. Os saludo afectuosamente a todos con las palabras de san Pedro, el primer Papa: "A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo", pues también a vosotros "os ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra por la justicia de nuestro Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador" (2P 1,1-2), para encender la esperanza en el corazón de los hombres y mujeres de este tiempo.

Deseo agradecer las palabras y los sentimientos que, en nombre de todo el Episcopado de Minas Gerais y de Espíritu Santo, ha expresado el señor cardenal Serafim Fernandes de Araújo, arzobispo de Belo Horizonte, feliz de ver cómo el amor de Cristo os estimula a un apostolado intenso y generoso en favor del crecimiento del reino de Dios en las comunidades que se os han confiado. Esta visita ad limina os ha brindado la ocasión de exponer con suficiente amplitud, sea mediante las relaciones que habéis presentado sea durante los coloquios personales que habéis tenido conmigo, vuestros anhelos y preocupaciones pastorales. Este encuentro con vosotros hoy me permite, en primer lugar, agradeceros en nombre de la Iglesia vuestro celo en el trabajo que realizáis, y, también, confirmaros en la misión común del buen Pastor que proporciona al pueblo de Dios, especialmente a las familias, el alimento en el que puede encontrar la vida y encontrarla en abundancia.

2. En la Carta que dirigí a las familias en 1994, dije que "la familia se encuentra en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor. A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre. Es preciso que dichas fuerzas sean tomadas como propias por cada núcleo familiar, para que (...) la familia sea fuerte de Dios" (n. 23).

La familia, célula originaria de la sociedad e "Iglesia doméstica" (Lumen gentium LG 11), ha constituido siempre el primer ámbito natural de la maduración humana y cristiana de las nuevas generaciones, formándolas en los valores cristianos de la honradez y la fidelidad, la laboriosidad y la confianza en la divina Providencia, la hospitalidad y la solidaridad. Por eso, hoy necesita un apoyo particular para resistir a las amenazas disgregadoras de la cultura individualista.

3. A lo largo de mi pontificado, he insistido en la importancia del papel que desempeña el núcleo familiar en la sociedad. Recuerdo, incluso, que en mi primer viaje pastoral a Brasil destaqué su influjo en la formación de vuestra cultura (cf. Homilía en Río de Janeiro, 1 de julio de 1980, n. 4). Existen valores que caracterizan una tradición durante largo tiempo adquirida por el pueblo brasileño, como el respeto, la solidaridad y la vida privada; valores que tienen un origen común: la fe vivida por vuestros antepasados. De modo especial, la mujer brasileña ha desempeñado siempre un papel insustituible y fundamental en el origen y en la duración de cualquier familia. La esposa aporta al matrimonio y la madre a la vida de la familia dotes peculiares vinculadas a su fisiología y psicología, carácter, inteligencia, sensibilidad, afecto, comprensión de la vida y actitud ante ella, pero sobre todo espiritualidad y relación con Dios, indispensables para forjar al hombre y a la mujer del mañana. Constituye el vínculo fundamental de amor, paz y garantía del futuro de cualquier comunidad familiar.

Es verdad que existen factores sociales que en estas últimas décadas han llevado a desestabilizar el núcleo familiar y que habían sido señalados en el Documento de Puebla: algunos de ellos son sociales (estructuras de injusticia), culturales (educación y medios de comunicación social), políticos (dominación y manipulación), económicos (salarios, desempleo, pluriempleo) y religiosos (secularismo) (cf. n. 572). Sin olvidar que, en algunas regiones de vuestro país, la falta de viviendas, de higiene, de servicios sanitarios y de educación contribuye a disgregar la familia.

A estos factores se suma la falta de valores morales, que abre las puertas a la infidelidad y a la disolución del matrimonio. Las leyes civiles, que han favorecido el divorcio y amenazan la vida, tratando de introducir oficialmente el aborto; las campañas de control de la natalidad, que, en vez de invitar a una procreación responsable a través de los ritmos naturales de la fertilidad, han llevado a la esterilización a miles de mujeres, sobre todo en el nordeste, y han difundido el uso de los métodos anticonceptivos, revelan ahora sus resultados más dramáticos. La misma falta de una información objetiva y el desarraigo geográfico perjudican la convivencia social, dando origen a un proceso disgregador del núcleo familiar en sus elementos más esenciales.

Esta situación, a pesar de los innegables esfuerzos de varias iniciativas pastorales o de movimientos religiosos, que tienden a la recuperación de la visión cristiana de la familia, parece seguir influyendo en la realidad social brasileña.

4. Conozco vuestro compromiso por defender y promover esta institución, que tiene su origen en Dios y en su plan de salvación (cf. Familiaris consortio ). Hoy se observa una corriente muy difundida en algunas partes, que tiende a debilitar su verdadera naturaleza. En efecto, tanto en la opinión pública como en la legislación civil no faltan intentos de equiparar meras uniones de hecho a la familia, o de reconocer como tal la unión de personas del mismo sexo. Estas y otras anomalías nos llevan a proclamar, con firmeza pastoral, la verdad sobre el matrimonio y la familia. Dejar de hacerlo sería una grave omisión pastoral, que induciría a las personas al error, especialmente a las que tienen la importante responsabilidad de tomar decisiones sobre el bien común de la nación.

Es necesario dar una respuesta vigorosa a esta situación, sobre todo a través de una acción catequística y educativa más eficaz y constante, que permita estimular el ideal cristiano de la comunión conyugal fiel e indisoluble, verdadero camino de santidad y apertura a la vida.

En este contexto, vuelvo a recordar aquí la necesidad de respetar la dignidad inalienable de la mujer, para fortalecer su importante papel, tanto en el ámbito del hogar como en el de la sociedad en general. En efecto, es triste observar que "la mujer es todavía objeto de discriminaciones" (Ecclesia in America ), sobre todo cuando es víctima de abusos sexuales y de la prepotencia masculina. Por eso, es necesario sensibilizar a las instituciones públicas para promover aún más la vida familiar basada en el matrimonio y proteger la maternidad respetando la dignidad de todas las mujeres (cf. ib.). Asimismo, nunca está de más insistir en el valor insustituible de la mujer en el hogar; ella, después de haber dado a luz un hijo, es el punto de referencia constante para el crecimiento humano y espiritual de este nuevo ser. El amor de la madre en el hogar es un don precioso, un tesoro que se conserva para siempre en el corazón.

305 5. No podemos olvidar que la familia debe testimoniar sus propios valores ante sí y ante la sociedad. Las tareas que Dios llama a realizar en la historia derivan del mismo designio original y representan su desarrollo dinámico y existencial. Los esposos deben ser los primeros en testimoniar la grandeza de la vida conyugal y familiar, fundada en la fidelidad al compromiso asumido ante Dios. Gracias al sacramento del matrimonio, el amor humano adquiere un valor sobrenatural, capacitando a los esposos para participar en el amor redentor de Cristo y para vivir como parte viva de la santidad de la Iglesia. Este amor, de por sí, asume la responsabilidad de contribuir a la generación de nuevos hijos de Dios.

Pero, ¿cómo aprender a amar y a entregarse generosamente? Nada impulsa tanto a amar -decía santo Tomás- como saberse amado. Y es precisamente la familia, comunión de personas donde reina el amor gratuito, desinteresado y generoso, el lugar donde se aprende a amar. El amor mutuo de los esposos se prolonga en el amor a los hijos. En efecto, la familia es, más que cualquier otra realidad humana, el ámbito en el que el hombre es amado por sí mismo y aprende a vivir "el don sincero de sí". Por tanto, la familia es escuela de amor en la medida en que persevera en su identidad propia: la comunión estable de amor entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio y abierta a la vida.

He querido recordar estos principios, venerados hermanos en el episcopado, porque cuando desaparecen el amor, la fidelidad o la generosidad ante los hijos, la familia se desintegra. Y las consecuencias no se hacen esperar: para los adultos, la soledad; para los hijos, el desamparo; para todos la vida se convierte en territorio inhóspito. Lo he hecho, en cierto modo, para invitar a todas las fuerzas de la pastoral diocesana a no dudar en ayudar a los matrimonios que se encuentran en dificultad, animándolos oportunamente a ser fieles a su vocación de servicio a la vida y a la plena humanidad del hombre y de la mujer, fundamento de la "civilización del amor". A los que temen las exigencias que tal amor conlleva, el Papa les dice: ¡No tengan miedo de los riesgos! "No hay ninguna situación difícil que no pueda afrontarse adecuadamente cuando se cultiva un clima coherente de vida cristiana" (Discurso a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, 18 de octubre de 2002, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 2002, p. ;10). Por otra parte, la eficacia del sacramento de la penitencia, camino de reconciliación con Dios y con el prójimo, es inmensamente mayor que el mal que actúa en el mundo.

6. En la Campaña de fraternidad de 1994 observé, con cierta aprensión, el rumbo tomado por la institución familiar en vuestra patria. "El clima de hedonismo e indiferencia religiosa, que causa el derrumbamiento de buena parte de la sociedad -dije en aquella ocasión- se propaga en su interior y produce la disgregación de muchos hogares" (Mensaje del 16 de febrero de 1994, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de febrero de 1994, p. 17).

Por eso, quisiera invitar a los que se dedican a la pastoral familiar en vuestras diócesis a dar nuevo impulso a la defensa y a la promoción de la institución familiar, con una preparación adecuada para este gran sacramento, "respecto a Cristo y a la Iglesia", como dice san Pablo (
Ep 5,32). A través de las enseñanzas de la Iglesia, impartidas en aulas, cursos prematrimoniales y conversaciones particulares con algún matrimonio idóneo o con un sacerdote experimentado, el matrimonio reforzará la fe, la esperanza y la caridad de los novios ante la nueva situación social y religiosa que están llamados a asumir.

La ocasión también es propicia para una nueva evangelización de los bautizados, cuando se acercan a la Iglesia para pedir el sacramento del matrimonio. En este sentido, llama la atención la educación escolar y superior que, aunque en algunos lugares ha dado pasos significativos, carece de la correlativa evolución en la vida cristiana de las generaciones jóvenes. En este sector, las comunidades eclesiales deben desempeñar un papel muy importante, porque, de este modo, al experimentar y testimoniar el amor de Dios, podrán manifestarlo con eficacia y en profundidad a quienes necesitan conocerlo. Una propuesta pastoral para la familia en crisis supone, como exigencia preliminar, claridad doctrinal, enseñada efectivamente en el campo de la teología moral, sobre la sexualidad y la valoración de la vida. Las opiniones opuestas de teólogos, sacerdotes y religiosos, divulgadas incluso por los medios de comunicación social, sobre las relaciones prematrimoniales, el control de la natalidad, la admisión de los divorciados a los sacramentos, la homosexualidad y el lesbianismo, la fecundación artificial, el uso de prácticas abortivas o la eutanasia, muestran el grado de incertidumbre y la confusión que turban y llegan a adormecer la conciencia de muchos fieles.

En la base de la crisis se percibe la ruptura entre la antropología y la ética, marcada por un relativismo moral según el cual no se valora el acto humano con referencia a los principios permanentes y objetivos, propios de la naturaleza creada por Dios, sino conforme a una reflexión meramente subjetiva acerca de lo que es más conveniente para el proyecto personal de vida. Se produce entonces una evolución semántica en la que al homicidio se le llama muerte inducida, al infanticidio, aborto terapéutico, y el adulterio se convierte en una simple aventura extramatrimonial.
Al no tener ya una certeza absoluta en las cuestiones morales, la ley divina se transforma en una propuesta facultativa dentro de la oferta variada de las opiniones más en boga.

Ciertamente, debemos dar gracias a Dios porque están bien arraigadas las tradiciones religiosas de la familia en Minas Gerais, donde surgen muchas vocaciones religiosas y para el seminario. Pero, sin descuidar las demás prioridades del trabajo pastoral, de modo especial la pastoral vocacional y el acompañamiento y la formación de los candidatos al sacerdocio, es necesario un esfuerzo generoso en el amplio campo del apostolado de la familia a través de la catequesis, las exhortaciones y la consulta personal. Por lo demás, en este sentido, las comunidades eclesiales de Espíritu Santo están favoreciendo el enriquecimiento de la vida eclesial en su Estado. También a ellas deseo manifestarles mi aprecio y estímulo por la obra evangelizadora que están realizando.

7. Mi pensamiento se dirige, por último, a los procesos de nulidad matrimonial sometidos al examen de vuestros tribunales diocesanos y, cuando es el caso, a la Rota romana.

En su fidelidad a Cristo, la Iglesia no puede dejar de reafirmar con persuasión el "buen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza (cf. Ef Ep 5,25)" (Familiaris consortio FC 20). Por eso, como ya afirmé, "el juez eclesiástico, auténtico "sacerdos iuris" en la sociedad eclesial, no puede menos de ser llamado a realizar un verdadero "officium caritatis et unitatis". ¡Qué delicada es, pues, vuestra misión y, al mismo tiempo, qué alto valor espiritual tiene, al convertiros vosotros mismos en artífices efectivos de una singular diaconía para todo hombre y, más aún, para el "christifidelis"!" (Discurso a la Rota romana en la apertura del año judicial, 17 de enero de 1998, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de febrero de 1998, p. 10). En su preocupación por aplicar auténticamente las normas procesales, no sólo está en juego la credibilidad de la fe revelada, sino también la paz de las conciencias. En algunas de vuestras diócesis se ha realizado un esfuerzo por organizar los tribunales, reforzando los interdiocesanos. Deseo que, en este delicado proceso interdisciplinar, la fidelidad a la verdad revelada sobre el matrimonio y sobre la familia, interpretada de manera auténtica por el magisterio de la Iglesia, constituya siempre el punto de referencia y el verdadero estímulo para una profunda renovación de este sector de la vida eclesial.

306 8. La Sagrada Familia, icono y modelo de toda familia humana, ayude a cada uno a caminar según el espíritu de Nazaret. Con este fin, amados hermanos en el episcopado, transmitid a los fieles que os han sido confiados el estímulo de saber que, "igual que estaba en Caná de Galilea, como Esposo entre los esposos que se entregaban recíprocamente para toda la vida, el buen Pastor está hoy con vosotros como motivo de esperanza, fuerza de los corazones, fuente de entusiasmo siempre nuevo y signo de la victoria de la civilización del amor.Jesús, el buen Pastor, nos repite: No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros. "Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20)" (Carta a las familias, 18). Que esta certeza guíe a los esposos y a cuantos les ayudan a comprender y poner en práctica la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, y de ella se alimente incesantemente vuestro ministerio episcopal, venerados hermanos; en esa certeza os confirmo con la bendición apostólica que de buen grado os imparto, haciéndola extensiva a cada una de vuestras comunidades diocesanas.








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