Discursos 2002 306


A LOS SUPERIORES, FORMADORES Y ALUMNOS


DE LOS SEMINARIOS MAYORES DE SICILIA


Sábado 16 de noviembre de 2002



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos seminaristas:

1. Con gran alegría os acojo y os saludo cordialmente a todos. Saludo, en primer lugar, al cardenal Salvatore De Giorgi, arzobispo de Palermo, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Saludo a los prelados de las dieciocho diócesis de vuestra isla, en las que está presente el seminario mayor. Saludo a los rectores, a los profesores y a los formadores, y especialmente a vosotros, queridos seminaristas, que representáis una gran esperanza para la comunidad eclesial en Sicilia.

Durante los últimos años la Conferencia episcopal siciliana ha hecho más intensa y directa su atención a los seminarios. A este propósito, ha sido particularmente significativo el encuentro de los obispos con los superiores de los seminarios y los decanos de la facultad teológica y de los institutos vinculados a ella, para examinar juntos los resultados de una esmerada investigación sobre la vida de los seminarios.

Esta colaboración de los obispos, los superiores y los profesores de los seminarios responde a una exigencia fundamental de la formación de los futuros ministros del altar. En efecto, "el primer responsable de la formación sacerdotal es el obispo, que debe reconocer la llamada interior del Espíritu como auténtica llamada" (Pastores dabo vobis PDV 65). Por eso, a semejanza del Maestro, que "llamó a los que él quiso (...) e instituyó Doce, para que estuvieran con él" (Mc 3,13-14), conviene que el obispo se esfuerce por conocer personalmente a sus seminaristas, los escuche y, en cierto modo, "esté con ellos", para que ellos estén con él (cf. Mc Mc 3,14).

2. Aunque los colaboradores directos del obispo en esta importante tarea son los superiores y los profesores del seminario, el mismo candidato al sacerdocio debe convertirse en protagonista de su propia formación. En este contexto es muy importante la organización de las asambleas anuales denominadas "Diálogo", organizadas directamente por vosotros, queridos seminaristas, con la aprobación y la guía de vuestros pastores. Además, el Centro regional de formación permanente del clero, dedicado a la "Madre del Buen Pastor", con sede en Palermo, pone de relieve y fortalece "el vínculo intrínseco" de la formación permanente de los sacerdotes con la del seminario, de la que es una significativa prolongación. Es importante que los sacerdotes participen en las iniciativas organizadas tanto en las diversas diócesis como en la región, sobre todo durante los primeros años después de la ordenación. No hay que olvidar que "aunque es comprensible una cierta sensación de saciedad que ante ulteriores momentos de estudio y de reuniones puede afectar al joven sacerdote apenas salido del seminario, ha de rechazarse como absolutamente falsa y peligrosa la idea de que la formación presbiteral concluya con su estancia en el seminario" (Pastores dabo vobis PDV 76).

3. Doy gracias a Dios, juntamente con vosotros, por el aumento de las vocaciones que se verifica en Sicilia. Es un estímulo a intensificar la oración al Dueño de la mies para que envíe más obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38), así como a desarrollar una eficaz, vasta e intensa pastoral de las vocaciones en las parroquias, los centros educativos y las familias. Al mismo tiempo, el aumento del número debe ir acompañado por el de la calidad, mediante la atención constante a la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de los jóvenes aspirantes.

La formación humana es el fundamento de toda la formación sacerdotal y es importante que el seminario sea un lugar privilegiado en el que se cultiven las cualidades humanas necesarias para la construcción de personalidades equilibradas y maduras, fuertes y libres, capaces de llevar, como sacerdotes, el peso de las responsabilidades pastorales.

307 La formación humana se completa con la formación espiritual, cuyos elementos fundamentales, sabiamente indicados por el concilio Vaticano II en el decreto Optatam totius (cf. n. 8), analicé en la exhortación Pastores dabo vobis (cf. nn. 47-50). Es preciso cultivar una comunión íntima con Dios en la escucha dócil de su Palabra y en la oración, personal y litúrgica, especialmente en el rezo de la Liturgia de las Horas y en la participación diaria en la celebración eucarística, manantial siempre fresco de caridad pastoral. Tomando de él, el joven se forma en "el espíritu de la propia abnegación", "el sentido de la Iglesia", "la obediencia sacerdotal", "el tenor de vida pobre", para "vivir el celibato como don precioso de Dios" y "la opción de un amor más grande e indiviso a Cristo y a su Iglesia" (cf. ib.49-50). Todo esto resulta más fácil si en el seminario se respira un clima de recogimiento, "como atmósfera espiritual indispensable para percibir la presencia de Dios y dejarse conquistar por ella" (ib., 47).

4. En el actual contexto sociocultural, marcado a menudo por una difundida indiferencia religiosa, por una desconfianza en las capacidades reales de la razón de alcanzar la verdad objetiva y universal, y por problemas e interrogantes inéditos, la formación intelectual exige un elevado nivel de empeño en el estudio, con plena fidelidad al magisterio de la Iglesia (cf. ib., 51-55). Los sacerdotes deben esforzarse por estar a la altura de la complejidad de los tiempos, para ser capaces de "afrontar, con competencia, claridad y profundidad los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la respuesta plena y definitiva" (ib., 56).

Por último, la formación pastoral es la meta de todo el programa formativo en el seminario, porque tiende a "formar auténticos pastores de almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, maestro, sacerdote y pastor" (Optatam totius
OT 4). De aquí la necesidad del estudio de la teología pastoral, acompañado de la experiencia en algunos servicios pastorales, que constituyen una "verdadera iniciación en la sensibilidad del pastor" y la "asunción de manera consciente y madura de sus responsabilidades" (Pastores dabo vobis PDV 58).

5. Queridos seminaristas, encomendad vuestro camino vocacional y formativo a la Virgen santísima, venerada en Sicilia con el título de Odigitria. Acudid incesantemente a ella, amadla con afecto filial e invocadla con confianza ilimitada. Familiarizaos con la oración del santo Rosario, que tanto aprecio, oración eminentemente contemplativa que, a través de la meditación de los misterios de Cristo con los ojos y el corazón de María, favorece su "asimilación" en la propia vida, impulsando a una "configuración cada vez más plena con Cristo" (Rosarium Virginis Mariae RVM 26).

A cada uno de vosotros y a vuestras familias, así como a los responsables de vuestra formación y a las comunidades a las que pertenecéis, aseguro un constante recuerdo en la oración, a la vez que os bendigo de corazón a todos.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA 50ª ASAMBLEA GENERAL


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA




Amadísimos obispos italianos:

1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

A cada uno de vosotros, reunidos en Collevalenza, en el santuario del Amor misericordioso con ocasión de vuestra 50ª asamblea general, os envío mi saludo más cordial, acompañado del deseo de intensas y provechosas jornadas de oración y trabajo común. Saludo, en particular, al cardenal presidente Camillo Ruini, a los tres vicepresidentes, al secretario general y a todos los que se dedican con pasión al servicio de vuestra Conferencia.

Como siempre, estoy muy cerca de vosotros en vuestra solicitud diaria de pastores, para el bien de las Iglesias particulares que se os han confiado y de toda la amada nación italiana.

2. Vuestra asamblea centrará su atención principalmente en el gran desafío que se está planteando durante estos años en torno al interrogante crucial, ya destacado por el concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes GS 12): "¿Qué es el hombre?". Se trata de un desafío antiguo, pero también nuevo, puesto que las tendencias, siempre latentes, a negar u olvidar la unicidad de nuestro ser y de nuestra vocación de criaturas creadas a imagen de Dios, reciben hoy nuevo impulso de la pretensión de poder explicar adecuadamente al hombre únicamente con los métodos de las ciencias empíricas. Y esto sucede cuando, por el contrario, resulta más necesario que nunca tener una convicción clara y firme de la dignidad inviolable de la persona humana para afrontar los riesgos de una manipulación radical, que se produciría si los recursos de las tecnologías se aplicaran al hombre prescindiendo de los parámetros fundamentales y de los criterios antropológicos y éticos inscritos en su misma naturaleza.

Esta conciencia de la dignidad que nos pertenece por naturaleza es, además, el único principio sobre el que pueden construirse una sociedad y una civilización realmente humanas, en un tiempo en el que los intereses económicos y los mensajes de la comunicación social actúan a escala mundial, poniendo en peligro los patrimonios de valores culturales y morales que representan la principal riqueza de las naciones.

308 3. Por tanto, amadísimos hermanos obispos, hacéis bien en profundizar juntos en estos problemas fundamentales, con vistas a un compromiso pastoral y cultural que aproveche todas las energías de los católicos italianos.

Así, dará un nuevo paso adelante, particularmente significativo, el proyecto cultural orientado en sentido cristiano, con el que procuráis de modo adecuado dar un perfil cultural más fuerte e incisivo a la obra de evangelización, que se encuentra en el centro de vuestra solicitud de pastores.

Desde esta misma perspectiva, deseo expresaros mi aprecio y mi aliento por el empeño que ponéis en promover una cualificada presencia cristiana en el ámbito de la comunicación social, tan importante e influyente como controvertido y difícil. En particular, me alegra vuestro esfuerzo por elevar la calidad y el prestigio público del diario Avvenire, y veo con agrado los progresos que se están realizando también en el ámbito de las transmisiones radiotelevisivas. Es grande el deseo de que los católicos italianos, a su vez, aprovechen ampliamente estos medios puestos a su disposición para una lectura y comprensión de la realidad social lo más honrada y atenta posible a los valores auténticos.

4. Amadísimos hermanos en el episcopado, hace pocos días, acogiendo una amable invitación, visité el Parlamento italiano. Así, se subrayó, de manera muy significativa, el vínculo profundo y realmente especial que se ha establecido, a lo largo de los siglos, entre Italia y la Iglesia católica, y que también hoy, en el pleno respeto de la recíproca autonomía, puede ser fuente de valiosas colaboraciones, en beneficio del pueblo italiano.

Sé bien que prestáis una atención constante, no sólo individualmente sino también colegialmente en la Conferencia episcopal y en vuestras Conferencias regionales, al destino de esta amada nación. Comparto con vosotros, en particular, la solicitud y la preocupación por la familia, reconocida desde siempre como la estructura fundamental de la vida social. Por consiguiente, el compromiso de la Iglesia en la pastoral de la familia, que espero sea cada vez más convencido y amplio, es también una gran contribución al bien del país.

Estamos llamados a prestar esta misma atención a la educación de las nuevas generaciones y, por tanto, a la enseñanza. Así pues, no podemos dejar de solicitar que se den pasos adelante concretos, necesarios para la aplicación de la paridad escolar.

Además, en un período difícil desde el punto de vista económico y social, consideramos con particular preocupación y solidaridad activa las condiciones de vida de muchas personas y familias, afectadas de diferentes modos por la pobreza o amenazadas por la pérdida del puesto de trabajo.

Por este y tantos otros motivos, es cada vez más importante y necesario que en los representantes de la política y de la economía, de la cultura y de la comunicación, como en todo el entramado social italiano, se refuercen las actitudes de solidaridad y responsabilidad con respecto al bien común de la nación.

5. La solicitud por el propio país de ningún modo puede hoy prescindir del contexto internacional más amplio. Por tanto, expreso mi satisfacción por el interés con que vuestra Conferencia sigue las vicisitudes de la Unión europea en un momento particularmente importante y delicado para la definición de sus estructuras institucionales y con vistas a su ampliación a las naciones del centro y del este de Europa. A este propósito, deseo subrayar una vez más el papel que Italia y los católicos italianos pueden desempeñar para salvaguardar y promover la matriz cristiana de la civilización europea.

En nuestro corazón y en nuestras oraciones es fuerte, sobre todo, la preocupación por la paz. Pidamos juntos a Dios, rico en misericordia y en perdón, que apague los sentimientos de odio en el corazón de las poblaciones, ponga fin al horror del terrorismo y guíe los pasos de los responsables de las naciones por los senderos de la comprensión recíproca, la solidaridad y la reconciliación.
Amadísimos hermanos, hace poco vosotros y toda Italia habéis sido probados por un gran dolor, que también yo he compartido profundamente, por las numerosas víctimas, sobre todo niños, del terremoto en Molise. Nuestra oración común, llena de conmoción, se eleva a Dios ante todo por ellos y por sus familias. Oramos también por toda Italia y por cada una de las Iglesias confiadas a vuestro cuidado pastoral, para que su gran herencia de fe, de caridad y de cultura cristiana se conserve y vivifique siempre de nuevo.

309 Con estos sentimientos, os imparto a vosotros y a vuestras Iglesias una bendición apostólica especial, que extiendo al clero, a los religiosos y a los fieles que os han sido encomendados.

Vaticano, 15 de noviembre de 2002








A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN


PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES


Jueves 21 de noviembre de 2002



Señores cardenales;
venerados patriarcas de las Iglesias orientales católicas;
amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os acojo a todos vosotros, que participáis en la asamblea plenaria de la Congregación para las Iglesias orientales. Os agradezco vuestra presencia y os saludo con afecto.
Saludo de modo especial a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo mi cordial saludo al secretario, al subsecretario de la Congregación para las Iglesias orientales y a todos los colaboradores.

2. Vuestro dicasterio está llamado a ayudar al Obispo de Roma en el ejercicio de su supremo oficio pastoral en todo lo que respecta a la vida de las amadas Iglesias orientales y a su testimonio evangélico. La presente plenaria presta una oportuna atención a tres temas, que abordan aspectos importantes de la vida de las Iglesias católicas orientales.

En el primer tema habéis tomado en consideración la actividad desarrollada por la Congregación para las Iglesias orientales durante estos últimos cuatro años. Me complace constatar lo que habéis realizado durante este período, y os animo a proseguir con determinación por el camino emprendido. Conozco la prioridad que vuestra Congregación ha dado a la renovación litúrgica y catequística, así como a la formación de los diversos componentes del pueblo de Dios, comenzando por los candidatos a las órdenes sagradas y a la vida consagrada.
Esta acción formativa es inseparable de la atención permanente a los respectivos formadores.
310 Quisiera recordar aquí lo que dije a este respecto en la exhortación Pastores dabo vobis: "Es evidente que gran parte de la eficacia formativa depende de la personalidad madura y recia de los formadores, bajo el punto de vista humano y evangélico" (n. 66).

Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar, a través de vosotros, un saludo cordial a los superiores y a los alumnos de los diferentes colegios e institutos que la Congregación sostiene en Roma. Espero que cuantos tienen la posibilidad de ser acogidos en ellos reciban una formación completa y crezcan en un amor cada vez más ardiente a la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. La diversidad de ritos no debe hacer olvidar que todos los católicos forman parte de la única Iglesia de Cristo.

3. Una importancia del todo particular reviste también el tema concerniente al procedimiento de las elecciones episcopales en las Iglesias patriarcales. Me alegrará considerar atentamente vuestras propuestas, a la luz de las relativas normas del Código de cánones de las Iglesias orientales. En efecto, en ellas he querido establecer un modus procedendi que salvaguarde al mismo tiempo las prerrogativas de los responsables de las Iglesias y el derecho del Romano Pontífice de intervenir "in singulis casibus" (Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 9). Este modo, con mayor posibilidad de comunicación, impensable en el pasado, permite a la Cabeza del Colegio de los obispos poder admitir a la comunión jerarquía -sin la cual "episcopi in officium assumi nequeunt" (Lumen gentium
LG 24)- a los nuevos candidatos con su "assensus", en la medida de lo posible, previo a la misma elección. En todo caso, cuando se señalen a la Santa Sede dificultades en la aplicación de las normas canónicas vigentes, se tratará de ayudar a superarlas, con espíritu de colaboración activa.

Sin embargo, con respecto a las normas, que en esta delicada materia fueron elaboradas juntamente con todos los patriarcas orientales, reafirmo cuanto dije sobre el principio de la territorialidad, con ocasión de la presentación del Código de cánones de las Iglesias orientales al Sínodo extraordinario de los obispos de 1990: "Tened fe en que el "Señor de los señores" y "Rey de reyes" nunca permitirá que la diligente observancia de estas leyes haga daño al bien de las Iglesias orientales" (Discurso, 25 de octubre de 1990, n. 12: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de noviembre de 1990, p. 10).

4. Por último, venerados hermanos, quisiera subrayar cuán importante es también estudiar, con una visión de conjunto, los temas relativos al estado de las Iglesias orientales y sus perspectivas de renovación pastoral. En efecto, cada comunidad eclesial particular no debe limitarse a estudiar sus problemas internos. Antes bien, debe abrirse a los grandes horizontes del apostolado moderno, a los hombres de nuestro tiempo, de modo especial a los jóvenes, a los pobres y a los "alejados". Son conocidas las dificultades que encuentran las comunidades orientales en no pocas partes del mundo. Su escaso número, la penuria de medios, el aislamiento y la condición de minoría impiden frecuentemente una serena y provechosa acción pastoral, educativa, asistencial y caritativa. Se verifica también un incesante flujo migratorio hacia occidente por parte de los miembros más prometedores de vuestras Iglesias.

¿Y qué decir de los sufrimientos en Tierra Santa, y en otros países orientales, arrastrados a una peligrosa espiral que parece humanamente irrefrenable? ¡Que Dios haga cesar cuanto antes este torbellino de violencia! Hoy quisiera elevar una ferviente invocación de paz, por intercesión del beato Juan XXIII, al acercarse el cuadragésimo aniversario de la promulgación de su célebre encíclica Pacem in terris. Él, que vivió mucho tiempo en Oriente y amó tanto a las Iglesias orientales, presente nuestra súplica al Señor. Interceda también para que estas Iglesias no se cierren en las fórmulas del pasado, sino que se abran a la sana actualización que él mismo deseó en la línea de la sabia armonía entre "nova et vetera".

5. La Iglesia latina recuerda hoy la Presentación de la bienaventurada Virgen María en el templo, memoria litúrgica celebrada en Oriente desde el siglo VI. A la Madre de Dios, que, movida por el Espíritu, se entregó totalmente al Señor, le encomiendo la vida y la actividad de vuestras comunidades. En estos años he podido visitar muchas de ellas: desde el Oriente Próximo hasta África, desde Europa hasta la India. Invoco la protección de la Virgen santísima sobre todos esos hermanos y hermanas nuestros, en particular sobre los que, en Tierra Santa y en Irak, pasan por momentos difíciles de gran sufrimiento.

Con estos sentimientos, os renuevo a cada uno mi gratitud por los servicios que prestáis a la Iglesia, y os imparto de corazón a todos la propiciadora bendición apostólica.








AL SEÑOR CARL HENRI GUITEAU,


NUEVO EMBAJADOR DE HAITÍ ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 22 de noviembre de 2002

Señor embajador:

1. Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Haití ante la Santa Sede.
311 Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el saludo que me ha transmitido de parte de su excelencia el señor Jean-Bertrand Aristide, presidente de la República. Le ruego que, a su vez, le transmita mis mejores deseos para el cumplimiento de su alto cargo al servicio de la nación. A través de usted, deseo saludar con afecto también a todo el pueblo haitiano, al que tanto amo.

2. He apreciado, señor embajador, la decisión tomada por las más altas autoridades del Estado de designar de nuevo, en su persona, a un embajador residente. Esta voluntad manifiesta el interés del Estado haitiano por desarrollar cada vez más las relaciones de amistad y comprensión que ya mantiene con la Santa Sede, para sostener a todos los haitianos en sus esfuerzos por participar cada vez más activamente en el progreso humano y espiritual de su país.

3. Acaba de recordar usted el próximo bicentenario de la independencia de su nación, que se celebrará en 2004. También ha mencionado la crisis profunda que afecta a su país, que usted mismo califica como crisis de valores, crisis social. Deseo fervientemente que el aniversario de este acontecimiento, del que el pueblo haitiano se siente tan orgulloso, puesto que fue el primer país de toda América Latina y del Caribe en proclamarse independiente, sea una ocasión privilegiada para profundizar en la necesidad de la convivencia. Esto requiere opciones sociales que se apoyen en valores humanos, morales y espirituales. Del mismo modo, es importante tener en cuenta las justas aspiraciones de la población al respeto de las personas, a la paz, a la seguridad, a la justicia y a la equidad. Una gran mayoría de los habitantes del país sufre una pobreza cada vez más insoportable, que impulsa a muchos de sus compatriotas a emigrar o a abandonar el campo para encontrar refugio en las grandes aglomeraciones del país. Esta urbanización salvaje, que engendra el desarraigo cultural y la desintegración de los vínculos familiares, acrecienta las desigualdades entre los ricos y los pobres, hundiendo en la desesperación a las personas, a las familias y a las comunidades, en particular a las comunidades campesinas.

4. El aprendizaje de una vida democrática fuerte y la consolidación del Estado de derecho son antídotos fuertes contra esa desesperación, dado que convierten a todos los ciudadanos en protagonistas responsables de su propio desarrollo, y favorecen la unidad de la nación. La cultura de la fraternidad y de la solidaridad del pueblo haitiano, que se apoya en sus valores humanos y culturales, es un impulso importante para entablar relaciones solidarias entre los ciudadanos, más allá de las discrepancias internas. Es importante no descuidar este rico tesoro promoviendo un enfoque del desarrollo limitado a sus componentes económico y financiero. Para contribuir al crecimiento global y moral de la sociedad, conviene fomentar una política que rompa el aislamiento del campo, ya sea mediante la intensificación de las redes de comunicación, ya mediante la puesta en marcha de estructuras sanitarias, educativas y de desarrollo rural. En efecto, favorecer las relaciones y estar atentos a la asistencia sanitaria primaria y a la formación, son elementos que contribuyen ciertamente al desarrollo de la sociedad rural, uniéndola más a las zonas urbanas. Los desequilibrios en el seno de una sociedad son cada vez más perjudiciales y constituyen igualmente fuentes de malestar entre las poblaciones.

La lucha contra la injusticia y la arbitrariedad exige también garantizar un sistema judicial cada vez más independiente y equitativo, que respete los derechos de los más pobres. Por último, toda sociedad debe estar particularmente atenta a su juventud, que es como la pupila del ojo, pues constituye la primera riqueza nacional. Su educación y su formación alimentan en ella el gusto por la esperanza y le permiten participar en la transformación del país, en los diferentes ámbitos institucionales. Los valores morales y espirituales representan un tesoro que se transmite de generación en generación y prepara el futuro de un pueblo. Es preciso ayudar a los jóvenes a tomar conciencia del bien común y de la solidaridad, del respeto a la vida desde su concepción y de la grandeza de la creación, puesta en manos del hombre para que la administre convenientemente.

Ante el escándalo endémico y cada vez más chocante de la miseria, que engendra una inestabilidad permanente en el país y desintegra el entramado social, los haitianos han sabido dar siempre prueba de valentía y tenacidad en medio de las dificultades. Como dije durante mi viaje a su país en 1983 (Homilía en la misa de clausura del Congreso eucarístico de Haití), es importante que aquellos a quienes el pueblo ha confiado la noble misión de organizar y administrar la res publica tengan cada vez más en cuenta el clamor de los pobres y no defrauden su esperanza. Eliminar las causas profundas de la miseria y la desesperanza, para devolver a todo hombre su dignidad fundamental, es un deber sagrado para todas las naciones y, en especial, para los que las gobiernan. Desde esta perspectiva, es particularmente importante que la toma de decisiones políticas de las instancias institucionales tenga como objetivo el bien y el servicio del pueblo haitiano, y no se vea condicionada por intereses particulares u ocultos que perjudican el buen funcionamiento de las instituciones y mantienen vivas las desigualdades. Deseo vivamente que se estimulen todos los medios de expresión y todas las iniciativas que permitan a los haitianos construir su país y avanzar por los caminos de una esperanza nueva.

5. Como ha subrayado usted, señor embajador, la Iglesia católica en Haití, en el marco de su misión pastoral y a lo largo de la historia de la nación, jamás ha dejado de promover, a través de sus estructuras propias, pero también mediante la educación que propone, el bien común de todo el pueblo haitiano. Quiere proseguir esta misión con un espíritu de diálogo y colaboración con las instituciones implicadas y con todos los hombres de buena voluntad, participando así plenamente en la vida nacional, en el respeto de la autonomía de las diferentes instituciones y según el papel específico que le es propio. En esta solemne circunstancia, quisiera saludar afectuosamente, a través de su persona, a los miembros de la comunidad católica de Haití. Los invito a permanecer unidos en torno a sus pastores, a los que tuve la alegría de recibir el año pasado con ocasión de su visita ad limina, para ser fermentos de solidaridad y de reconciliación en una nación unida y solidaria donde cada uno se sienta plenamente acogido y respetado.

6. En el momento en que comienza su misión ante la Sede apostólica, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Puede estar seguro de que en mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Sobre su excelencia y sobre su familia, así como sobre todo el pueblo haitiano y sobre sus autoridades, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.







MENSAJE EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN


FRANCISCANA SEGLAR




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os acojo a todos con alegría y os doy a cada uno mi cordial bienvenida: a los miembros de la presidencia del Consejo internacional de la Orden franciscana seglar, tanto a la nueva como a la precedente, a todos los participantes en el décimo capítulo general y, a través de vosotros, a todos los franciscanos seglares y a los miembros de la juventud franciscana presentes en el mundo.

312 En este capítulo general habéis llevado a término la actualización de vuestra legislación fundamental. Tenéis ahora en las manos la Regla, aprobada por mi predecesor Pablo VI, de feliz memoria, el 24 de junio de 1978; el Ritual, aprobado el 9 de marzo de 1984; las Constituciones generales, aprobadas definitivamente el 8 de diciembre de 2000; y el Estatuto internacional, aprobado en este capítulo. Ahora es necesario mirar al futuro y remar mar adentro: Duc in altum!

La Iglesia espera de la Orden franciscana seglar, una y única, un gran servicio a la causa del reino de Dios en el mundo de hoy. Desea que vuestra Orden sea un modelo de unión orgánica, estructural y carismática en todos los niveles, de modo que se presente al mundo como "comunidad de amor" (Regla de la Orden franciscana seglar, 26). La Iglesia espera de vosotros, franciscanos seglares, un testimonio valiente y coherente de vida cristiana y franciscana, que tiende a la construcción de un mundo más fraterno y evangélico para la realización del reino de Dios.

2. La reflexión hecha en este capítulo sobre la "Comunión vital recíproca en la familia franciscana" os impulsa a comprometeros cada vez más en la promoción del encuentro y del entendimiento ante todo dentro de vuestra Orden, después con respecto a los demás hermanos y hermanas franciscanos y, por último, con el máximo esmero, como quería san Francisco, en la relación con la autoridad jerárquica de la Iglesia.

Vuestra legislación renovada os da óptimos instrumentos para realizar y expresar plenamente la unidad de vuestra Orden y la comunión con la familia franciscana dentro de coordenadas precisas. Prevé, ante todo, el servicio de animación y guía de las Fraternidades, "coordinadas y vinculadas en conformidad con la Regla y las Constituciones"; este servicio es indispensable para la comunión entre las Fraternidades, con vistas a la colaboración ordenada entre sí y a la unidad de la Orden franciscana seglar (cf. Constituciones generales de la Orden franciscana seglar, 29. 1).
También es importante "la asistencia espiritual como elemento fundamental de comunión", que hay que prestar colegialmente a nivel regional, nacional e internacional (ib., 90. 3). Por último, es de suma importancia el servicio colegial del altius moderamen, "confiado por la Iglesia a la primera Orden franciscana y a la tercera Orden regular", a las que desde hace siglos está vinculada la Fraternidad seglar (cf. ib., 85. 2; 87. 1).

Deseo vivamente que la nueva presidencia del Consejo internacional de la Orden franciscana seglar (CIOFS) prosiga el camino emprendido por la precedente hacia la meta de un verdadero y único cuerpo, en fidelidad al carisma recibido de san Francisco y con coherencia con las líneas fundamentales de la legislación renovada de vuestra Orden.

3. En el encuentro que tuve hace más de veinte años, el 27 de septiembre de 1982, con los participantes en la asamblea general de vuestro Consejo internacional, os dije: "Os exhorto a estudiar, amar y vivir la Regla de la Orden franciscana seglar aprobada por mi predecesor Pablo VI para vosotros. Es un auténtico tesoro esta regla que tenéis en las manos, sintonizada con el espíritu del concilio Vaticano II y adecuada a cuanto espera la Iglesia de vosotros" (Discurso, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de octubre de 1982, p. 10). Me alegra poder dirigiros palabras análogas hoy: ¡estudiad, amad y vivid también vuestras Constituciones generales! Os exhortan a aceptar la ayuda que, para cumplir la voluntad del Padre, os ofrece la mediación de la Iglesia, los que en ella han sido constituidos en autoridad, y los hermanos.

Estáis llamados a dar una contribución propia, inspirada en la persona y en el mensaje de san Francisco de Asís, para apresurar la realización de una civilización en la que la dignidad de la persona humana, la corresponsabilidad y el amor sean realidades vivas (cf. Gaudium et spes
GS 31 ss). Debéis profundizar los verdaderos fundamentos de la fraternidad universal y crear por doquier un espíritu de acogida y un clima de hermandad. Comprometeos con firmeza a luchar contra toda forma de explotación, discriminación y marginación, y contra toda actitud de indiferencia con los demás.

4. Vosotros, franciscanos seglares, vivís por vocación la pertenencia a la Iglesia y a la sociedad como realidades inseparables. Por eso, se os pide antes que nada el testimonio personal en el ambiente en el que vivís: "Ante los hombres; en la vida de familia; en el trabajo; en la alegría y en el sufrimiento; en el encuentro con los hombres, todos hermanos en el mismo Padre; en la presencia y la participación en la vida social; en la relación fraterna con todas las criaturas" (Constituciones generales de la Orden franciscana seglar, 12. 1). Quizá no se os pida el martirio de sangre, pero, ciertamente, se os pide el testimonio de coherencia y firmeza en el cumplimiento de las promesas hechas en el bautismo y en la confirmación, renovadas y confirmadas con la profesión en la Orden franciscana seglar. En virtud de esta profesión, la Regla y las Constituciones generales deben representar para cada uno de vosotros el punto de referencia de la experiencia diaria, a partir de una vocación específica y de una identidad precisa (cf. Promulgación de las Constituciones generales de la Orden franciscana seglar). Si verdaderamente os impulsa el Espíritu para alcanzar la perfección de la caridad en vuestro estado seglar, "sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial" (Novo millennio ineunte NM 31). Es preciso comprometerse con convicción en favor de ese "alto grado de la vida cristiana ordinaria" al que invité a los fieles al término del gran jubileo del año 2000 (ib., 5).

5. No quiero concluir este mensaje sin recomendaros considerar vuestra familia como el ámbito prioritario en el que debéis vivir vuestro compromiso cristiano y vuestra vocación franciscana, dando en ella espacio a la oración, a la palabra de Dios y a la catequesis cristiana, y trabajando por el respeto de toda vida, desde su concepción y en toda situación, hasta la muerte. Es preciso que vuestras familias "den un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto de la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los más frágiles, que son los hijos" (ib., 47).

En este contexto, os exhorto a rezar el santo Rosario, que, por antigua tradición, "es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios" (Rosarium Virginis Mariae RVM 41). Hacedlo con la mirada fija en la Virgen María, sierva humilde del Señor, disponible a su Palabra y a todas sus exhortaciones, a quien san Francisco rodeó de indecible amor y que fue designada Protectora y Abogada de la familia franciscana. Testimoniadle a ella vuestro ardiente amor con la imitación de su disponibilidad incondicional y elevando una oración confiada y consciente (cf. Regla de la Orden franciscana seglar, 9).

313 Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, franciscanos seglares, y a vosotros, miembros de la juventud franciscana, una bendición apostólica especial.

Vaticano, 22 de noviembre de 2002








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