Discursos 2002 313


A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LOS LAICOS


Sábado 23 de noviembre de 2002



1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Co 13,13).

Este saludo del apóstol san Pablo a los Corintios, os lo dirijo a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos durante estos días en la XX asamblea plenaria del Consejo pontificio para los laicos.

Saludo, ante todo, al presidente, señor cardenal James Francis Stafford, al secretario, al subsecretario y a todos los colaboradores del dicasterio. Os saludo a vosotros, queridos miembros y consultores de este Consejo pontificio, procedentes de diferentes países y continentes.

Os dirijo un saludo especial a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que representáis las diversas experiencias de los christifideles laici y prestáis vuestro servicio al Sucesor de Pedro en el ámbito de las competencias de vuestro dicasterio. A la vez que doy a cada uno mi más cordial bienvenida, deseo manifestar mi profunda gratitud por la generosa disponibilidad con la que brindáis vuestra colaboración fiel y competente.

2. Los trabajos de la asamblea plenaria se desarrollan en el 40° aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, el mayor acontecimiento eclesial de nuestros tiempos, que impulsó en la Iglesia una vasta corriente de promoción del laicado dentro de la renovada conciencia de la Iglesia de que es misterio de comunión misionera. Con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos en el año 2000, invité a todos los bautizados a volver al Concilio, a tomar de nuevo en sus manos los documentos del concilio Vaticano II para redescubrir su riqueza de estímulos doctrinales y pastorales.

Como hace dos años, renuevo hoy a los fieles laicos esta invitación. A ellos "el Concilio abrió extraordinarias perspectivas de participación y compromiso en la misión de la Iglesia", recordándoles su peculiar participación en la función sacerdotal, profética y real de Cristo (Homilía en el Jubileo de los laicos, 26 de noviembre de 2000, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 2000, p. 5). Por tanto, volver al Concilio significa colaborar para que se siga aplicando según las orientaciones indicadas en la exhortación apostólica Christifideles laici y en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Hoy hacen falta fieles laicos conscientes de su vocación evangélica y de la responsabilidad que tienen por ser discípulos de Cristo, para testimoniar la caridad y la solidaridad en todos los ambientes de la sociedad moderna.

3. Como tema de vuestra asamblea habéis elegido: "Es preciso seguir caminando recomenzando desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía". Es un tema que completa el itinerario de los sacramentos de la iniciación cristiana, que empezó con las consideraciones sobre el bautismo y la confirmación durante las dos plenarias anteriores. La reflexión sobre los sacramentos de la iniciación cristiana centra naturalmente la atención en la parroquia, comunidad en la que se celebran estos grandes misterios. La comunidad parroquial es el corazón de la vida litúrgica; es el lugar privilegiado de la catequesis y de la educación en la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 2226). En la parroquia se lleva a cabo el itinerario de la iniciación y de la formación para todos los cristianos. ¡Cuán importante es redescubrir el valor y la importancia de la parroquia como lugar donde se transmiten los contenidos de la tradición católica!

Al parecer, muchos bautizados, entre otras causas, por el influjo de fuertes corrientes de descristianización, han perdido el contacto con este patrimonio religioso. A menudo, la fe se reduce a episodios y fragmentos de vida. Cierto relativismo tiende a alimentar actitudes discriminatorias con respecto a los contenidos de la doctrina y de la moral católica, aceptados o rechazados según preferencias subjetivas y arbitrarias. Así, la fe recibida ya no se vive como don divino, como extraordinaria oportunidad de crecimiento humano y cristiano, como acontecimiento de sentido y de conversión de vida. Sólo una fe arraigada en la estructura sacramental de la Iglesia, que bebe de las fuentes de la palabra de Dios y la Tradición, y se convierte en vida nueva y en inteligencia renovada de la realidad, puede capacitar efectivamente a los bautizados para resistir el impacto de la cultura secularizada dominante.

314 4. La Eucaristía, "fuente y cima de toda la vida cristiana" (Lumen gentium LG 11), completa y culmina la iniciación cristiana. Aumenta nuestra unión con Cristo, nos separa y nos preserva del pecado, fortalece los vínculos de caridad, sostiene las fuerzas a lo largo de la peregrinación de la vida y hace pregustar la gloria a la que estamos destinados. Los fieles laicos, que participan del oficio sacerdotal de Cristo, presentan en la celebración eucarística su existencia -sus afectos y sufrimientos, su vida conyugal y familiar, su trabajo y los compromisos que asumen en la sociedad- como ofrenda espiritual agradable al Padre, consagrando así el mundo a Dios (cf. Lumen gentium LG 34).
La Iglesia y la Eucaristía se compenetran en el misterio de la comunión, milagro de unidad entre los hombres en un mundo donde las relaciones humanas a menudo se ven ofuscadas por la indiferencia o incluso desgarradas por la enemistad.

Queridos hermanos, os exhorto a tener siempre presente esta centralidad de la Eucaristía en la formación y en la participación en la vida de las comunidades parroquiales y diocesanas. Es importante recomenzar siempre desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía, en toda la densidad de su misterio.

5. Una oración que ayuda a penetrar en el misterio de Cristo con la mirada de la Virgen es el Rosario, que se ha convertido para mí y para innumerables fieles en una experiencia contemplativa familiar. Amadísimos hermanos y hermanas, encomendaos con esta oración a María. En su seno inmaculado se formó el cuerpo humano del Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, que sale a nuestro encuentro en la Eucaristía.

Queridos miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, dicasterio al que me siento particularmente unido por haber sido uno de sus consultores cuando era arzobispo de Cracovia, la Eucaristía os capacitará para cumplir vuestra importante misión al servicio de una "epifanía madura y fecunda del laicado católico" (Audiencia general, 25 de noviembre de 1998, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de noviembre de 1998, p. 3).

Con estos sentimientos, os imparto una bendición apostólica especial a vosotros y a vuestros seres queridos.








AL NOVENO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 26 de noviembre de 2002



Venerados hermanos en el episcopado:

1. Los discípulos del Señor, formados para una fe adulta, están llamados a anunciar y promover en el mundo, dominado hoy por crecientes incertidumbres y temores, las realidades trascendentes de la vida nueva en Cristo. Al mismo tiempo, deben sentirse comprometidos a contribuir activamente a la promoción integral del hombre, a la afirmación del diálogo y de la comprensión entre las personas y los pueblos, y al progreso de la justicia y de la paz. Como recuerda la Carta a Diogneto, los cristianos son "el alma del mundo" (6, 1). ¡Ojalá que todo fiel comprenda, con renovada conciencia, su misión de ser alma del mundo!

Esta es vuestra principal preocupación, amadísimos pastores de las amadas Iglesias de las regiones sur 3 y 4. A ella os referís insistentemente en vuestros planes pastorales, al ver en ella un exigente desafío misionero, por el que toda la comunidad debe sentirse seriamente interpelada. A la vez que os manifiesto mi aprecio por vuestro generoso trabajo apostólico, os dirijo a cada uno mi saludo fraterno y agradecido. En particular, agradezco a monseñor Dadeus Grings, arzobispo de Porto Alegre y presidente de la región sur 3, los sentimientos cordiales que me ha expresado en vuestro nombre; envío un saludo afectuoso también a los obispos que ya han dejado el ministerio pastoral directo. El Señor de la mies, que os ha llamado a trabajar en su campo, os colme a todos de su benevolencia.

2. En un ambiente donde con frecuencia se usa la libertad de expresión como arma para difundir mensajes contrarios a las enseñanzas de la moral cristiana, no ha de faltar la franca presencia pública del pensamiento católico. La Iglesia, fiel al mandato de Cristo, insiste en que la verdadera y perenne "novedad de las cosas" proviene del poder infinito de Dios: es Dios quien renueva todas las cosas (cf. Ap Ap 21,5). Los hombres y las mujeres redimidos por Cristo participan en esta novedad y son sus colaboradores dinámicos. Una fe socialmente insignificante no sería la fe exaltada por los Hechos de los Apóstoles y por los escritos de san Pablo y de san Juan.

315 La Iglesia no pretende usurpar tareas y prerrogativas del poder político; pero sabe que debe ofrecer también a la política su contribución específica de inspiración y de orientación acerca de los grandes valores morales. La imperiosa distinción entre Iglesia y poderes públicos no debe hacer olvidar que ambos se dirigen al hombre; y la Iglesia, "experta en humanidad", no puede renunciar a inspirar las actividades políticas con el fin de orientarlas al bien común de la sociedad. Una misión tan comprometedora requiere audacia, paciencia y confianza; no es una empresa fácil, sobre todo en nuestros días, porque, como vosotros mismos notáis, la sociedad moderna se caracteriza por una evidente desorientación ideal y espiritual.

3. En el número 12 de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, destinada a preparar el gran jubileo del año 2000, quise recordar la tradición de los años jubilares de Israel, tiempos dedicados especialmente a Dios, en los que, a la vez, se preveía la liberación de los presos, la redistribución de las tierras y el perdón de las deudas. Se trataba de poner en práctica una equidad y una justicia que fueran el reflejo de la alegría de saberse elegidos y amados por Dios. Por eso, "en la tradición del Año jubilar encuentra una de sus raíces la doctrina social de la Iglesia" (ib., 13), o sea, el conjunto de principios y criterios que, como fruto de la Revelación y de la experiencia histórica, se han ido elaborando para facilitar la formación de la conciencia cristiana y la aplicación de la justicia en la convivencia humana.

Estos principios y criterios son de muchos tipos. Por ejemplo, el amor preferencial a los pobres, con la finalidad de que alcancen un nivel de vida más digno; el cumplimiento de las obligaciones asumidas en contratos y convenios; la protección de los derechos fundamentales exigidos por la dignidad humana; el uso correcto de los bienes propios, que redunde en beneficio individual y colectivo, de acuerdo con el objetivo social que corresponde a la propiedad; el pago de los impuestos; el desempeño adecuado y honrado, con espíritu de servicio, de los cargos y funciones que se ejercen; la veracidad, tanto en la palabra dada como en los procesos y juicios; la realización del trabajo con competencia y dedicación; el respeto a la libertad de las conciencias; la universalización de la educación y de la cultura; y la atención a los inválidos y a los desempleados.

Desde una perspectiva negativa, se pueden señalar, entre las violaciones de la justicia, la insuficiencia salarial para el sustento del trabajador y de su familia; la apropiación injusta de los bienes ajenos; la discriminación en el trabajo y los atentados contra la dignidad de la mujer; la corrupción administrativa o empresarial; el afán exagerado de riqueza y de lucro; los planes urbanísticos que se concretan en viviendas que, en la práctica, llevan al control de la natalidad debido a las presiones económicas; las campañas que violan la intimidad, la honra y el derecho a la información; las tecnologías que degradan el ambiente, etc.

En el ejercicio del triple munus de santificar, enseñar y gobernar, los obispos ayudan a los fieles a ser testigos auténticos de Jesús resucitado. No siempre resulta fácil orientarlos en la búsqueda de respuestas adecuadas, según las enseñanzas de Jesucristo, para que afronten los desafíos del contexto económico y social.

4. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un déficit histórico de desarrollo social, cuyos aspectos extremos son el inmenso número de brasileños que viven en situación de indigencia, y una desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A pesar de ello, por su volumen total, la economía brasileña se sitúa entre las diez primeras del mundo, y su renta media per cápita es muy superior a la de los países más pobres.
Por eso, Brasil presenta la paradoja de que posee un grado de desarrollo industrial y científico-tecnológico equivalente, en ciertos casos, al primer mundo, aunque debe convivir con una marginación económica crónica de amplios sectores sociales, como el gran número de campesinos sin tierra, los micropropietarios rurales empobrecidos y endeudados y el gran número de trabajadores urbanos marginados, fruto de las migraciones internas y de los rápidos cambios en la estructura del empleo.

5. La pobreza y las injusticias sociales en Brasil comenzaron en el período colonial y en los primeros años de vida independiente. Los planes de desarrollo aplicados durante el siglo XX aseguraron el crecimiento material del país en su conjunto y el desarrollo de una economía urbano-industrial diversificada y la correspondiente clase media, llena de creatividad e iniciativa. Sin embargo, no han sido capaces de eliminar la pobreza y la miseria, ni de reducir las desigualdades de riqueza y de renta, que han ido acentuándose en el período más reciente.
Tal vez la misma historia económica brasileña es una buena demostración de la ineficacia de los sistemas económicos destinados a resolver por sí solos los problemas del desarrollo humano, sin estar acompañados y corregidos por un fuerte compromiso ético y por el constante empeño de servicio a la dignidad humana.

Hace algunos años, a propósito de la caída del muro de Berlín y del fracaso del marxismo, recordé que "no es posible comprender al hombre, considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía, ni es posible definirlo simplemente tomando como base su pertenencia a una clase social" (Centesimus annus
CA 24). Del mismo modo, al hombre no se le puede considerar un elemento más de la economía de mercado, porque "por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad" (ib., 34).

Las experiencias económicas realizadas en Brasil desde la década de 1940 -sustitución de las importaciones, industrialización protegida, acción empresarial del Estado, expansión subsidiada del sector agrícola, etc.- procuraron combinar elementos técnicos de los grandes sistemas económicos entonces vigentes, favoreciendo sin duda el crecimiento global. Con todo, no lograron su objetivo fundamental de reducir sustancialmente la pobreza. Los recientes planes de estabilización monetaria, modernización tecnológica y apertura comercial, a pesar de su relativa eficacia, han permitido alcanzar este objetivo sólo en parte.

316 En realidad, además de las insuficientes medidas de protección social y de redistribución de la renta, lo que verdaderamente puede haber faltado ha sido una concepción ética de la vida social. La simple instrumentalización de planes y medidas a largo plazo, para corregir los desequilibrios existentes, jamás puede prescindir del compromiso de solidaridad institucional y personal de todos los brasileños. Con este fin, los católicos, que constituyen la mayoría de la población brasileña, pueden dar una contribución fundamental.

6. El nuevo escenario internacional, fruto de la globalización, impone a los Estados importantes decisiones en cuanto a su capacidad de intervenir en la vida económica, también con el intento de corregir desequilibrios e injusticias sociales.

Ya en 1967 mi venerado predecesor Pablo VI llamó la atención sobre la creciente interdependencia de los pueblos y sobre la imposibilidad de los países de vivir aislados; se subrayaba entonces que ese proceso de interdependencia podría equilibrarse mediante una globalización solidaria, en la que las naciones más fuertes garantizaran ciertas ventajas financieras y comerciales a las más débiles, con el fin de ayudar a nivelar, en la medida de lo posible, el marco internacional de referencia, o, de lo contrario, podría servir para acentuar las distorsiones (cf. Populorum progressio, 54-55). Por desgracia, aún hoy la globalización actúa muchas veces en favor del más fuerte, haciendo que las ventajas derivadas del desarrollo tecnológico estén vinculadas al cuadro normativo internacional.

Vuestro país también está condicionado por el entorno internacional como los demás Estados, pero posee una economía suficientemente fuerte que, hasta hoy, le ha permitido afrontar las recurrentes crisis financieras globales. Además, la población tiene confianza en su moneda y en el funcionamiento de las instituciones. Por tanto, hay que dar gracias a Dios porque en el conjunto de la sociedad existen los elementos básicos para resolver los problemas sociales, al margen de los condicionamientos externos. Es posible trabajar en Brasil por una sociedad más justa, y el compromiso en este trabajo es parte de las exigencias derivadas de la difusión del mensaje evangélico.

7. A vosotros, venerados hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano. Una visión de la economía y de los problemas sociales, desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, lleva a considerar las cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, lo cual trasciende el simple juego de los factores económicos. Por otro lado, ayuda a comprender que, para alcanzar la justicia social, se requiere mucho más que la mera aplicación de esquemas ideológicos originados por la lucha de clases como, por ejemplo, la invasión de tierras, ya condenada en mi viaje pastoral de 1991, y de edificios públicos o privados, o, por no citar otros, la adopción de medidas técnicas extremas, que pueden tener consecuencias mucho más graves que la injusticia que pretendían resolver, como en el caso de un incumplimiento unilateral de los compromisos internacionales.

Lo más importante, según la misión que Jesucristo ha encomendado a los obispos, y también lo más eficaz, es estimular toda la potencialidad y riqueza del pueblo de Dios, especialmente de los laicos, para que, en la medida de lo posible, reinen en Brasil una justicia y una solidaridad auténticas, fruto de una vida cristiana coherente.

En una democracia auténtica siempre debe haber espacio legal para que los grupos, lejos de recurrir a la violencia, pongan en marcha procesos de justa presión a fin de acelerar el establecimiento de la equidad y la justicia para todos, tan anheladas.

8. Por eso, se debe trabajar incansablemente en la formación de los políticos, de todos los brasileños que tienen algún poder decisorio, grande o pequeño, y en general de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente sus propias responsabilidades y den un rostro humano y solidario a la economía.

Es preciso formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honradez. Quien ejerce un liderazgo en la sociedad, debe tratar de prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo plazo, de sus decisiones, actuando según criterios de optimación del bien común, en vez de buscar ganancias personales. Los cristianos deben estar dispuestos a renunciar a cualquier ventaja económica o social, si no es por medios absolutamente honrados, no sólo de acuerdo con las leyes civiles, sino también según el excelso modelo moral indicado por el mismo nombre de cristianos, que siguen las huellas de Cristo en la tierra.
Servicio constante y generoso al prójimo

9. Vivir coherentemente como cristianos significa convertir la propia vida en un servicio constante y generoso al prójimo.

317 En mi carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 2002, hablando del sacramento de la penitencia, procuré estimular en mis hermanos sacerdotes la amistad de Jesús con Zaqueo: de hombre que vivía de la explotación de sus hermanos, a hombre que decide dar generosamente parte de sus bienes a los pobres y reparar las injusticias cometidas. El episodio de Zaqueo, narrado por el evangelista san Lucas, indica el camino del ejercicio de la opción preferencial por los pobres.
No es una opción clasista, sino que sirve a todos los cristianos y a todos los hombres, ricos y pobres, de cualquier partido u opinión política, como base de acercamiento al espíritu de Cristo, para suscitar en ellos el milagro de la misericordia. Venerados hermanos, de este modo conseguiréis que todos los brasileños hagan, como Zaqueo, una opción de vida en favor de sus hermanos, y abriréis en los cristianos, y en todos los hombres de buena voluntad de Brasil, las infinitas potencialidades del amor de Dios.

En el pensamiento y en la acción política y económica, con el fin de velar por el bien común, florecerán numerosas iniciativas -economía de comunión y participación, iniciativas asistenciales y educativas, formas innovadoras de auxilio a la población necesitada, etc.- que expresarán la variedad del pueblo de Dios y la inconmensurable riqueza humana y espiritual del pueblo de esta gran nación.

10. Venerados hermanos en el episcopado, que los desafíos del trabajo no debiliten nunca vuestro entusiasmo; antes bien, sed apóstoles del optimismo y de la esperanza, infundiendo confianza en vuestros colaboradores más directos y en toda la sociedad de vuestras regiones episcopales.

Que en el exaltante esfuerzo de edificación del reino de Dios os asistan los santos y beatos de la Tierra de la Santa Cruz. Os proteja Nuestra Señora Aparecida, venerada con particular e intensa devoción por vuestro pueblo. A su protección atenta y materna encomiendo vuestros planes apostólicos y las necesidades materiales y espirituales de las diócesis de las que sois pastores.
Recibid mi bendición apostólica, que de buen grado extiendo a cuantos os han sido encomendados









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL FINAL DE UN CONCIERTO EN LA SALA PABLO VI


Martes 26 de noviembre de 2002



Señoras y señores;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Nos han ofrecido un singular concierto, que une en síntesis armoniosa música, espiritualidad y amor a la montaña. Saludo y doy las gracias a los promotores, a los organizadores y a los que han contribuido a la realización de este solemne acontecimiento, que asume singular relieve en el Año internacional de la montaña.

Saludo al ministro de Asuntos regionales, hon. Enrico La Loggia, y a las demás autoridades aquí reunidas, así como a los representantes de la Unión nacional de ayuntamientos, comunidades y entidades montañeses, que han querido festejar el 50° aniversario de fundación de su asociación ofreciendo al Papa, también él amante de la montaña, este gratísimo don. Saludo a los presentes y a los que se han unido a nosotros a través de la televisión, particularmente a los habitantes de las montañas.

318 Expreso mi gratitud a la orquesta sinfónica húngara de Pécs, con el maestro concertador Stefano Pellegrino Amato; al coro de la región Friuli-Venecia Julia con su director; a los realizadores del proyecto televisivo; a los dirigentes y operadores de la Radiotelevisión italiana (RAI), que han llevado a cabo la conexión vía satélite desde la cima del monte Lussari y del Gran Sasso.

2. Con gran emoción he seguido la ejecución de las espléndidas composiciones musicales de Raff y Brahms, acompañadas por las imágenes de imponentes picachos y de amenas localidades de la península italiana. Así hemos podido realizar juntos un interesante itinerario artístico que, a través de la escucha de la música y la contemplación de magníficos panoramas, nos ha invitado a elevar un cántico de alabanza al Creador por las maravillas de la naturaleza, obra de sus manos.
La ardua majestuosidad de las cumbres estimula a poner de manifiesto los valores de tenacidad y humildad, indispensables para afrontar la vida de cada día y escalar con ardor la alta montaña de la santidad.

3. Esta tarde, de alguna manera, se han dado un abrazo simbólico la montaña y la ciudad, las bellezas naturales, el talento del hombre y el misterio de Dios. El silencio de las cumbres nevadas se ha encontrado con la vivacidad de las metrópolis frenéticas. "Que los montes traigan la paz -canta el salmista- y los collados, justicia" (
Ps 71,3). Del monte donde habita el Señor es de donde vienen la justicia y la paz, condiciones indispensables para transformar el mundo en patria acogedora para todo ser humano.

Que esta interesante manifestación contribuya a realizar ese proyecto de solidaridad y amor.
Con este deseo, de corazón os bendigo a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Muchas gracias.








A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO


POR LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA


Viernes 29 de noviembre de 2002



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
autoridades académicas;
319 queridos alumnos:

1. Es para mí motivo de alegría acogeros hoy, con ocasión de la solemne celebración de los 375 años de historia del Colegio Urbano y del 40° aniversario de la institución de la Pontificia Universidad Urbaniana. Saludo al cardenal Crescenzio Sepe y le agradezco las cordiales palabras con que ha interpretado y expresado vuestros sentimientos comunes.
Extiendo mi saludo al rector magnífico de la Universidad, a los cardenales, a los prelados presentes, a las autoridades académicas, a los profesores, a los participantes en el Congreso internacional y a los alumnos del Colegio y de la Universidad, que aportan a nuestro encuentro el calor de su entusiasmo.

2. Mi inolvidable predecesor el beato Juan XXIII atribuyó a la Urbaniana, precisamente en vísperas del concilio Vaticano II, el título de Universidad. Durante estos años multitud de jóvenes -seminaristas y sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- han recibido en ella una formación espiritual y cultural que les ha permitido prepararse para vivir la fe de manera sólida, testimoniándola incluso en situaciones difíciles. Ciertamente, algunos de ellos han entrado a formar parte de los "testigos de la fe", caídos en el siglo pasado, que recordamos con la conmovedora oración en el Coliseo durante el Año jubilar.

Fundada como Collegium por el Papa Urbano VIII con la bula Immortalis Dei Filius, vuestra universidad, que lleva su nombre, ha tenido desde el inicio una finalidad misionera. La preocupación del Papa Urbano era precisamente liberar a la Iglesia de las potencias coloniales. En efecto, era necesario asegurar la libertad de la evangelización en las tierras recién descubiertas y en los países donde el cristianismo había sido anunciado en tiempos lejanos, como China.
Sensibilidad a los valores de las diversas culturas

3. Si aquellos tiempos eran difíciles, no podemos decir que los nuestros sean fáciles. Lo saben, sobre todo, aquellos de vosotros que proceden de regiones donde la guerra, las enfermedades y la pobreza causan a diario numerosas víctimas. Por eso, es muy necesaria una institución académica como la vuestra, que sepa transmitir la ciencia filosófica, teológica, histórica y jurídica dentro de las culturas de pueblos tan diversos entre sí.

Vuestra universidad, como afirmé durante mi primera visita, en el año 1980, expresa el carácter universal típico de la Iglesia católica. Quienes estudian en ella deben tener una sensibilidad abierta a los valores de las diversas culturas, confrontándolas con el mensaje evangélico. Noventa institutos esparcidos por todo el mundo están afiliados a vuestra universidad, testimoniando también de este modo la apertura verdaderamente "católica" que la distingue. Deseo enviarles un saludo especial: cultivad siempre en el corazón y en la investigación académica este carácter universal, tan valioso en nuestro mundo dividido, que tanto exalta lo particular, ya sea de la persona, del grupo, de la etnia o de la nación, hasta perjudicar a veces el compromiso de la solidaridad.

La violencia, el terrorismo y la guerra no hacen sino construir nuevos muros entre los pueblos. Vuestra universidad es un gimnasio de universalidad, en el que se debe poder respirar el sentido de comunión profunda que caracterizaba a la comunidad cristiana primitiva (cf. Hch
Ac 4,32).

4. Precisamente el año pasado celebramos juntos solemnemente el décimo aniversario de la encíclica Redemptoris missio. Este documento debe ser para vosotros un programa de estudio y de vida. En él hablé de una misión que aún está al comienzo, después de dos mil años de vida cristiana. La misión es un compromiso que continúa también hoy: este es el espíritu que debe animar vuestra vida espiritual y académica.

Forma parte de este espíritu, hoy de modo particular, el desarrollo de una atención especial a las culturas de los pueblos y a las grandes religiones mundiales. Sin renunciar a afirmar la fuerza del mensaje evangélico, es una tarea importante, en el mundo desgarrado de hoy, que los cristianos sean hombres de diálogo y se opongan al enfrentamiento de civilizaciones que a veces parece inevitable.

320 Por eso, mirando al futuro, sería de desear que la Urbaniana se distinguiera entre los ateneos romanos precisamente por una atención particular a las culturas de los pueblos y a las grandes religiones mundiales, comenzando por el islam, el budismo y el hinduismo y, en consecuencia, considerara cuidadosamente el problema del diálogo interreligioso en sus implicaciones teológicas, cristológicas y eclesiológicas. Sé que ya estáis desarrollando con intensidad este sector de la investigación, también en colaboración con la Congregación para la evangelización de los pueblos y con el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, con el espíritu de la encíclica Redemptoris missio.

5. Por último, os exhorto a no olvidar que la finalidad del Colegio Urbano, del que habéis nacido como Universidad, es la formación integral de sus alumnos. La Iglesia del tercer milenio necesita sacerdotes, religiosos y laicos que sean santos y cultos. "No se trata de inventar un nuevo programa - escribí en la Novo millennio ineunte-. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (n. 29).

Este programa es válido para todos, también para vosotros, queridos profesores y alumnos de la Pontificia Universidad Urbaniana, del Colegio Urbano y de los colegios dependientes de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Que el Señor sea el centro de vuestro estudio y de vuestra vida, para que estéis animados por el amor al Evangelio que llevó a los testigos de los comienzos hasta los confines de la tierra.

A la vez que os deseo un año jubilar rico en frutos para vosotros y para todos los que os acompañan con su amistad y su apoyo, os encomiendo a la protección de la Virgen María, Sede de la Sabiduría, y a todos os bendigo de corazón.








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