Discursos 2002 336

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN EL 50° ANIVERSARIO DE LA MISIÓN PERMANENTE


DE LA SANTA SEDE ANTE LA UNESCO




A monseñor Francesco FOLLO
Observador permanente
de la Santa Sede ante la Unesco

1. El quincuagésimo aniversario de la Misión permanente de la Santa Sede ante la Unesco reviste una importancia particular, y me alegra asociarme a él con el pensamiento, saludando cordialmente a todos los participantes en la Conferencia que marca este acontecimiento. Me complace evocar en esta ocasión el recuerdo luminoso de su predecesor monseñor Angelo Roncalli, el beato Papa Juan, que fue el primer observador permanente de esta Misión de la Santa Sede.

2. La Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, creada inmediatamente después del segundo conflicto mundial del siglo XX, nació del deseo de las naciones de vivir en paz, en justicia y libertad, y de darse los medios para promover activamente esta paz, mediante una nueva cooperación internacional, caracterizada por un espíritu de asistencia mutua y fundada en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. Era natural que la Iglesia católica se asociara a este gran proyecto por la soberanía específica de la Santa Sede, pero, sobre todo, como declaré ante esa asamblea en 1980, por "la relación orgánica y constitutiva que existe entre la religión en general y el cristianismo en particular, por una parte, y la cultura, por otra" (Discurso a la Unesco, 2 de junio de 1980, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 12).

3. Las intuiciones que llevaron a la fundación de la Unesco, hace más de cincuenta años, reconocían la importancia de la educación para la paz y la solidaridad de los hombres, recordando que, "al nacer las guerras en el corazón de los hombres, es en el corazón de los hombres donde deben construirse las defensas de la paz" (Acta de constitución de la Unesco, 16 de noviembre de 1945). Esas intuiciones se confirman ampliamente hoy: el fenómeno de la globalización ha llegado a ser una realidad que caracteriza el ámbito de la economía y de la política, pero también el de la cultura, con unos aspectos positivos y otros negativos. Se trata de campos que interpelan nuestra responsabilidad para organizar una verdadera solidaridad mundial, la única capaz de dar a nuestra tierra un futuro seguro y una paz duradera. La Iglesia, en nombre de la misión que le ha encomendado su fundador de ser sacramento universal de salvación, no deja de hablar y de actuar en favor de la justicia y de la paz, invitando a las naciones al diálogo y al intercambio, sin descuidar ningún factor. Así, da testimonio de la verdad que ha recibido sobre el hombre, su origen, su naturaleza y su destino. Sabe que esta búsqueda de la verdad es la preocupación más profunda de toda persona, que no se define principalmente por lo que posee sino por lo que es, por su capacidad de superarse a sí misma y de crecer en humanidad. La Iglesia sabe igualmente que al invitar a nuestros contemporáneos a buscar con exigencia y pasión la verdad sobre sí mismos, sirve a su libertad auténtica, mientras que otras voces los atraen hacia caminos aparentemente fáciles, contribuyendo más bien a someterlos a la fascinación y al poder siempre renovados de los ídolos.

337 4. La Iglesia católica, enviada a todos los pueblos de la tierra, no está vinculada a ninguna raza o nación, ni a ninguna manera particular de vivir. A lo largo de su historia, siempre ha utilizado los recursos de las diferentes culturas para dar a conocer a los hombres la buena nueva de Cristo, convencida de que la fe que anuncia no se reduce jamás a un elemento de la cultura, sino que es la fuente de una salvación que concierne a toda la persona humana y a toda su actividad. Pero, a través de la diversidad y la multiplicidad de las lenguas y de las culturas, así como de las tradiciones y de las mentalidades, la Iglesia expresa su catolicidad y su unidad, al mismo tiempo que su fe. Por consiguiente, se esfuerza por respetar toda cultura humana, puesto que, en su actividad misionera y pastoral, procura que "todo lo bueno que hay sembrado en el corazón y en la inteligencia de estos hombres, o en los ritos particulares, o en las culturas de estos pueblos, no sólo no se pierda, sino que mejore, se desarrolle y llegue a su perfección para gloria de Dios, para confusión del demonio y para felicidad del hombre" (Lumen gentium, 17).

Por estas razones, la Iglesia católica tiene una gran estima de la nación, que es el crisol donde se forja el sentido del bien común y donde se aprende la pertenencia a una cultura, a través de la lengua, la transmisión de los valores familiares y la adhesión a la memoria común. Pero, al mismo tiempo, la experiencia multiforme de las culturas de los hombres que la caracteriza, puesto que es "católica", es decir, universal en el espacio y a la vez en el tiempo, le hace desear también la necesaria superación de todo particularismo y de todo nacionalismo estrecho y exclusivo.
Debemos ser conscientes de que "cada cultura, al ser un producto típicamente humano e históricamente condicionado, también implica necesariamente unos límites" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 9). Entonces, "para que el sentido de pertenencia cultural no se transforme en cerrazón, un antídoto eficaz es el conocimiento sereno, no condicionado por prejuicios negativos, de las otras culturas" (ib.).

La Unesco tiene precisamente la noble misión de fomentar este conocimiento mutuo de las culturas y promover su diálogo institucional, con todo tipo de iniciativas a nivel internacional, con encuentros, intercambios y programas de formación. Construir puentes entre los hombres, a veces también reconstruirlos cuando la locura de la guerra se ha encargado de destruirlos, constituye un trabajo arduo, que hay que recomenzar siempre, e implica la formación de las conciencias y, por tanto, la educación de los jóvenes y la evolución de las mentalidades. Es uno de los desafíos importantes de la globalización, que no debe conducir a una nivelación de los valores ni a una sumisión a las solas leyes del mercado único, sino más bien a la posibilidad de poner las riquezas legítimas de cada nación al servicio del bien de todos.

5. Por su parte, la Iglesia católica se alegra por el trabajo ya realizado, aunque conoce sus límites, y desea seguir impulsando con determinación el encuentro pacífico entre los hombres, a través de sus culturas y la valoración de la dimensión religiosa y espiritual de las personas, que forma parte de su historia. Este es el sentido que hay que dar a la presencia de un observador permanente de la Santa Sede ante la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, testigo atento desde hace cincuenta años de la especificidad católica de la Iglesia y de su compromiso decidido al servicio de la comunidad de los hombres.

Quiera Dios que la celebración de este aniversario refuerce el compromiso de todos de trabajar incansablemente al servicio de un verdadero diálogo entre los pueblos, a través de sus culturas, para que la conciencia de pertenecer a una misma familia humana sea cada vez más viva y la paz del mundo cada vez más segura.

A usted y a todos los participantes en la Conferencia, les imparto de todo corazón una bendición apostólica particular.

Vaticano, 25 de noviembre de 2002







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LAS RELIGIOSAS DE SANTA CATALINA, VIRGEN Y MÁRTIR


Jueves 12 de diciembre de 2002





Queridas hermanas:

1. Con un saludo muy cordial os acojo a todas vosotras en el palacio apostólico. Me uno de buen grado a vosotras en la alegría por el IV centenario de la aprobación pontificia de la congregación de las Religiosas de Santa Catalina, Virgen y Mártir y por el 450° aniversario del nacimiento de vuestra fundadora. Este doble aniversario os invita a renovar, con fidelidad al carisma de la beata Regina Protmann, vuestra entrega a la misión heredada, para llevar el amor de Dios a los que lo buscan y sufren.

338 2. La espiritualidad de una comunidad religiosa debe inspirarse siempre en el carisma fundacional, dejarse interpelar por él y confrontarse con él. Regina Protmann nació en Braunsberg, Ermland, en la época de la Reforma. Ella misma vivió el espíritu de la auténtica reforma religiosa en el seguimiento de Cristo. Visitaba a los pobres, a los enfermos y a los niños para testimoniarles el amor de Dios. Consideraba sagrada su misión de consolar a los afligidos, asistir a los enfermos (cf. Mt Mt 25,35 ss) y dar una buena educación a los niños.

3. La preocupación principal de la beata Regina Protmann, vinculada estrechamente con este servicio de amor, era la relación viva con su Señor y Esposo Jesús. "Rezaba de verdad e incesantemente", dice su primer biógrafo. La oración prepara el terreno para la acción. "Abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y capacita para construir la historia según el designio de Dios" (Novo millennio ineunte NM 33).

4. Queridas hermanas, como hijas de la madre Regina estáis llamadas a amar a Cristo en los pobres. La Regla (de 1602) os exhorta a "servir con diligencia a Cristo, Señor y Esposo, según su designio divino" (art. 1). Esta disponibilidad al servicio prosigue la adoración de Cristo en la vida diaria. "Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones", dice san Pedro. "Estad siempre dispuestas a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3,15). Así podréis llevar de verdad al Salvador a los hombres.

Por intercesión de santa Catalina, virgen y mártir, de la beata madre Regina y de todos los santos, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotras, queridas hermanas, y a todos los que están encomendados a vuestro cuidado.








A SIETE NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 13 de diciembre de 2002



Excelencias:

1. Me alegra mucho darles la bienvenida al Vaticano con ocasión de la presentación de las cartas que los acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de sus países respectivos: Sierra Leona, Jamaica, India, Ghana, Noruega, Ruanda y Madagascar. A la vez que les doy las gracias por haberse hecho portavoces de los amables mensajes de sus jefes de Estado, les ruego que al volver les transmitan mi respetuoso saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de todos sus compatriotas. Por medio de ustedes, saludo cordialmente también a las autoridades civiles y religiosas de sus países, así como a todos sus compatriotas, asegurándoles mi estima y mi simpatía.

2. La paz es uno de los bienes más valiosos para las personas, para los pueblos y para los Estados. Como saben ustedes, que siguen atentamente la vida internacional, todos los hombres la desean ardientemente. Sin la paz no puede haber un verdadero desarrollo de las personas, de las familias, de la sociedad e incluso de la economía. La paz es un deber para todos. Querer la paz no es un signo de debilidad, sino de fuerza. Se realiza prestando atención al respeto del orden y del derecho internacionales, que deben ser las prioridades de todos los responsables del destino de las naciones. Asimismo, es importante considerar el valor primordial de las acciones comunes y multilaterales para la resolución de los conflictos en los diferentes continentes.

3. La miseria y las injusticias son fuente de violencia y contribuyen a mantener y desarrollar diversos conflictos locales o regionales. Pienso, en particular, en los países en los que el hambre se extiende de manera endémica. La comunidad internacional está llamada a hacer todo lo posible para eliminar gradualmente estos azotes, sobre todo con medios materiales y humanos que ayuden a los pueblos más necesitados. Sin duda, un apoyo mayor a la organización de las economías locales permitiría a las poblaciones autóctonas ser protagonistas de su futuro.

La pobreza grava hoy de una manera alarmante sobre el mundo, poniendo en peligro los equilibrios políticos, económicos y sociales. De acuerdo con el espíritu de la Conferencia internacional de Viena de 1993 sobre los derechos humanos, constituye un atentado contra la dignidad de las personas y de los pueblos. Es preciso reconocer el derecho de cada uno a tener lo necesario y a beneficiarse de una parte de la riqueza nacional. Por medio de ustedes, señores embajadores, deseo hacer un nuevo llamamiento a la comunidad internacional para que, cuanto antes, se reflexione en la doble cuestión de la repartición de las riquezas del planeta y de una asistencia técnica y científica equitativa con respecto a los países pobres, que constituyen un deber para los países ricos. En efecto, el apoyo al desarrollo implica la formación, en todos los ámbitos, de responsables locales que el día de mañana se hagan cargo de sus pueblos, para que estos últimos se beneficien más directamente de las materias primas y de las riquezas extraídas del subsuelo y de la tierra.

Precisamente desde esta perspectiva la Iglesia católica desea proseguir su acción, tanto en el campo diplomático como por medio de su presencia y cercanía en los diversos países del mundo, comprometiéndose en favor del respeto de las personas y de los pueblos, y en la promoción de todos, principalmente a través de la educación integral y de las obras de socialización.

339 4. Al comenzar su misión ante la Santa Sede, les expreso mis deseos más cordiales. Invocando la abundancia de las bendiciones divinas sobre ustedes, así como sobre sus familias, sus colaboradores y las naciones que representan, pido al Todopoderoso que los colme de sus dones.








A LA FEDERACIÓN DE ORGANISMOS CRISTIANOS


DE SERVICIO INTERNACIONAL


Sábado 14 de diciembre de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros y saludaros a cada uno de vosotros, que habéis venido aquí en representación de las Asociaciones católicas de voluntariado internacional, reunidas en la Federación de organismos cristianos de servicio internacional (FOCSIV).

Dirijo un saludo particular al consiliario eclesiástico, así como a vuestro presidente, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.

2. Durante estos días estáis celebrando la asamblea anual de vuestra federación, que reviste este año un significado especial, puesto que se cumple el trigésimo aniversario de la fundación de la FOCSIV. En efecto, surgió después del concilio Vaticano II, gracias a la iniciativa de algunos fieles laicos, animados por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI.

Desde sus comienzos se ha distinguido, en el ámbito de la cooperación entre los pueblos, por el empeño con que ha promovido constantemente el desarrollo de los más necesitados, a través de la acción generosa de miles de voluntarios, enviados desde 1972 hasta hoy a los países del así llamado tercer mundo por los diversos organismos que componen la Federación. Vuestras asociaciones están presentes actualmente en los cinco continentes, donde realizan importantes proyectos de solidaridad en colaboración con las Iglesias locales y con los misioneros.

3. Lo que caracteriza a vuestra benemérita federación, llamada a trabajar juntamente con muchos otros organismos de asistencia y de promoción humana, es la inspiración cristiana que orienta y sostiene su actividad en numerosas partes del mundo.

En la sagrada Escritura el deber de amar al prójimo está íntimamente unido al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Mc Mc 12,29-31). El amor al prójimo, si se funda en el amor a Dios, cumple plenamente el mandamiento de Cristo.

El cristiano está llamado a hacer "experimentable" de algún modo, a través de su dedicación a los hermanos, la ternura providente del Padre celestial. El amor al prójimo, para ser pleno y constante, necesita alimentarse del horno de la caridad divina. Esto supone largos momentos de oración, la escucha atenta de la palabra de Dios y, sobre todo, una existencia centrada en el misterio de la Eucaristía.

4. Por tanto, el secreto de la eficacia de todos vuestros proyectos es la constante referencia a Cristo. Precisamente esto es lo que han testimoniado muchos de vuestros amigos, que se han distinguido como auténticos y generosos obreros del Evangelio, llegando a veces hasta el sacrificio de la vida.

340 Amadísimos hermanos y hermanas, siguiendo su ejemplo, avanzad con confianza. Más aún, intensificad vuestro celo apostólico para responder a las urgencias de cuantos se ven hoy obligados a vivir en condiciones de pobreza o abandono.

Que la Virgen Inmaculada os proteja y os haga artífices de justicia y de paz.

Con estos sentimientos, os deseo a vosotros, aquí presentes, y a vuestras asociaciones un rico y fecundo apostolado. En la inminencia de la santa Navidad, os felicito cordialmente a vosotros y a vuestras familias, al tiempo que, asegurándoos mi recuerdo en la oración, os bendigo con afecto.










A LAS HIJAS DE SANTA ANA


Jueves 19 de diciembre de 2002





Amadísimas religiosas Hijas de Santa Ana:

1. Con ocasión de vuestro capítulo general, habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro, para reafirmar la adhesión convencida que os une a la Sede apostólica. Feliz de acogeros, doy a cada una mi cordial bienvenida.

En particular, felicito a la nueva madre general, sor Anna Maria Luisa Prandina, asegurándole un recuerdo en la oración para que pueda cumplir con eficacia las importantes tareas que se le han confiado. A todas expreso mi aprecio por cuanto está haciendo la Congregación, con generosa fidelidad a las enseñanzas de la beata Rosa Gattorno. Al encontrarme con vosotras, aquí presentes, deseo enviar mi afectuoso saludo a todas las demás "ramas" de vuestra familia espiritual, a la que aliento a proseguir por el camino emprendido bajo la protección de santa Ana, madre de la Inmaculada.

2. La asamblea capitular, durante la cual estáis reflexionando en el tema: "Fidelidad al Espíritu, con Cristo y la madre Rosa, para entrar en los "procesos históricos" remando mar adentro con optimismo pascual", representa una ocasión propicia para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abriros con confianza al futuro, dando gracias al Padre celestial por cuanto os ha concedido realizar hasta ahora.

Durante el sexenio pasado vuestro instituto ha extendido ulteriormente su presencia misionera, prodigándose al servicio de muchas personas necesitadas, especialmente en los sectores de la educación, la promoción humana, la sanidad y la asistencia a los ancianos. Vuestra acción ha encontrado aliento y estímulo en las exhortaciones apostólicas que recogieron las indicaciones de los Sínodos continentales celebrados como preparación para el gran jubileo del año 2000. Como vosotras mismas habéis querido subrayar, estos textos constituyen el humus y la "gramática" para un conocimiento adecuado de la realidad en la que vive y debe actuar también vuestra congregación.

"¡Oh dulce Jesús, quien te ama sabe hablar bien! Por tanto, hijita, ama y haz lo que quieras, porque todo lo harás bien". Vuestra fundadora os ha enviado al mundo con este espíritu, y a él queréis seguir refiriéndoos al vivir vuestra consagración religiosa.

3. Queridas hermanas, en el nuevo milenio recién iniciado hace falta una mirada penetrante para reconocer la obra que realiza Cristo, y un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos (cf. Novo millennio ineunte NM 58). De ahí la importancia fundamental de la oración para captar los signos y los instrumentos del Redentor. Os la recomienda también hoy la madre Rosa Gattorno: "La oración es la llave de las gracias: abre los tesoros del Señor".

341 Que el centro de cada una de vuestras comunidades sea la Eucaristía, presencia viva de Cristo entre los hombres. Acudid a menudo a acompañar a Jesús eucarístico. A este propósito, vuestra fundadora solía repetir: "Ante Jesús el tiempo no tiene tiempo".

Si os habituáis a contemplar el rostro de Cristo en el silencio de la oración, podréis reconocerlo en todas las personas con quienes os encontréis. Durante este año, que he querido como "Año del Rosario", esforzaos por contemplar el rostro del Redentor con la mirada de María, especialmente con el rezo diario del santo Rosario. Como escribí en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, "en la sobriedad de sus partes, encierra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio" (n. 1). En la escuela de María aprendemos más fácilmente a discernir las prioridades de nuestro trabajo apostólico.

4. Amadísimas hermanas, aunque os preocupa la disminución del número del personal religioso y el debilitamiento de las fuerzas en Italia, no debéis desanimaros. Dios ayuda a quien lo sirve con confianza. A vosotras se os pide en primer lugar que os dediquéis a amar y servir al Señor, gastando vuestras energías en beneficio de su Cuerpo místico (cf. Vita consecrata
VC 104). Imitando a vuestra fundadora, confiad en Dios, y, "puesto que la Obra es suya, él proveerá a todo": de Jesús y de su Espíritu brotará la fuerza propulsora que os permitirá consolidar vuestras actividades actuales y os impulsará hacia nuevas metas apostólicas y misioneras, para llevar la alegría del amor divino a las numerosas personas que esperan gestos concretos de caridad evangélica.

Este es el ferviente deseo que formulo para todo vuestro instituto. En la proximidad de las santas fiestas navideñas, me complace expresaros a cada una mi más sincera y cordial felicitación, e invocando sobre vosotras y sobre vuestra congregación la protección de la Inmaculada y de la beata Rosa Gattorno, os imparto de corazón mi bendición.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE NIÑOS Y MUCHACHOS


DE ACCIÓN CATÓLICA


Viernes 20 de diciembre de 2002



Queridos muchachos y muchachas de la Acción católica italiana:

1. Os agradezco vuestra tradicional visita navideña, y los regalos que me habéis traído. Os saludo a todos cordialmente y doy las gracias al que ha interpretado vuestros sentimientos, dándome a conocer vuestros sueños y proyectos para el futuro. Saludo a los educadores, a los responsables de la Acción católica y a los consiliarios que os acompañan. Dirijo un saludo particular al consiliario general, monseñor Francesco Lambiasi. Deseo también enviar mi cordial saludo a la presidenta de la Acción católica italiana, que no ha podido estar presente en este encuentro, deseándole todo bien en las inminentes fiestas navideñas.

Vosotros, queridos muchachos y muchachas, representáis a numerosos coetáneos vuestros que, a través de la experiencia de la Acción católica, aprenden a seguir a Jesús: escuchan su voz y se hacen sus amigos. Sólo Jesús conoce el secreto de una vida llena de significado, que es preciso vivir "a lo grande", como pienso que deseáis en lo más íntimo de vuestro corazón.

En la Navidad, que celebraremos dentro de algunos días, el Niño Jesús nos revelará el amor infinito del Padre celestial, que jamás se cansa de buscar a todos sus hijos. Desde el portal de Belén se irradiará también al mundo de hoy la belleza de su reino de justicia y de paz. Preparad vuestro corazón para acogerlo. Él os hará felices.

2. Queridos muchachos y muchachas, el lema que os acompaña durante este año en la asociación es: "Manos para todos, todos de la mano". Las manos no deben utilizarse para acaparar de forma egoísta los bienes materiales, casi como "agarrándose" a ellos. Al contrario, es necesario aprender a tenerlas abiertas para acoger el amor de Dios: manos siempre dispuestas a recibir y a dar su amor.

Vivid así, y proponed este camino también a vuestros coetáneos. De este modo daréis una valiosa contribución a la renovación que ha emprendido la Acción católica italiana.

342 Queridos muchachos, os agradezco, una vez más, vuestra visita. Os deseo una feliz Navidad y extiendo este deseo a vuestras familias y a todos vuestros amigos. Invoco sobre cada uno la protección materna de María Inmaculada, y os imparto a vosotros, aquí presentes, así como a toda la Acción católica italiana, una bendición apostólica especial.






A LOS CARDENALES, LA FAMILIA PONTIFICIA,


LA CURIA ROMANA Y EL VICARIATO DE ROMA


Sábado 21 de diciembre de 2002



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
religiosos, religiosas y laicos de la Curia romana:

1. Cum Maria contemplemur Christi vultum! El encuentro que celebramos hoy, siguiendo una hermosa tradición, se desarrolla en un clima muy familiar. Queremos intercambiarnos las felicitaciones en la inminencia de la Noche Santa, en la que contemplaremos, juntamente con María, el rostro de Cristo. Doy las gracias al cardenal Joseph Ratzinger, nuevo decano del Colegio cardenalicio, por los sentimientos y pensamientos que me ha expresado, con nobles palabras, en nombre de todos. Deseo también enviar mi afectuoso saludo y mi felicitación al cardenal Bernardin Gantin, decano emérito, manifestándole de nuevo en esta circunstancia mi profundo agradecimiento por todo el trabajo realizado al servicio de esta Sede apostólica.

Es una Navidad muy significativa para mí, porque cae en mi vigésimo quinto año de pontificado. Precisamente esta circunstancia me impulsa a haceros partícipes de mi gratitud al Señor por los dones que ha querido concederme en este, no breve, arco de tiempo al servicio de la Iglesia universal.

También deseo expresaros mi gratitud a vosotros que, día tras día, me acompañáis muy de cerca con vuestra colaboración competente y afectuosa. Mi ministerio no podría ejercerse de modo adecuado y eficaz sin vosotros. Pido al Señor que os recompense por este servicio al Sucesor de Pedro, permitiéndoos encontrar en él íntima alegría y consuelo espiritual.

2. Este encuentro tiene una tonalidad particular por celebrarse en el Año del Rosario, que desea impulsar en la comunidad cristiana una plegaria más válida que nunca, también a la luz de las orientaciones teológicas y espirituales dadas por el concilio Vaticano II. En efecto, se trata de una plegaria mariana de índole eminentemente cristológica.

Al repasar, como es tradición en esta circunstancia, los principales acontecimientos que han marcado mi ministerio durante los meses pasados, deseo hacerlo desde la perspectiva que sugiere el rosario, o sea, con una mirada contemplativa que permita destacar, en los acontecimientos mismos, el signo de la presencia de Cristo. En este sentido, en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae subrayé el valor antropológico de esta plegaria (cf. n. 25), la cual, al ayudarnos a contemplar a Cristo, nos orienta a mirar al hombre y la historia a la luz de su Evangelio.

3. Ante todo, no podemos olvidar que el rostro de Cristo sigue teniendo un rasgo doliente, de auténtica pasión, por los conflictos que ensangrientan a tantas regiones del mundo, y por los que amenazan estallar con renovada virulencia. Sigue siendo emblemática la situación de Tierra Santa, pero no son menos devastadoras otras guerras "olvidadas". Además, el terrorismo continúa produciendo víctimas y abriendo nuevos fosos.

343 Frente a este horizonte, regado con sangre, la Iglesia no cesa de hacer oír su voz y, sobre todo, sigue elevando su oración. Es lo que sucedió, en particular, el pasado 24 de enero en la Jornada de oración por la paz en Asís cuando, juntamente con los representantes de las demás religiones, testimoniamos la misión de paz que es deber especial de todos los que creen en Dios. Debemos seguir proclamando con fuerza: "Las religiones están al servicio de la paz" (Discurso, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2002, p. 6).

Esta verdad la reafirmé también en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz del próximo 1 de enero, evocando la gran encíclica Pacem in terris del beato Juan XXIII, el cual, el 11 de abril de 1963 -¡han pasado ya casi cuarenta años!- alzó su voz en una difícil coyuntura histórica para señalar que la verdad, la justicia, el amor y la libertad son los "pilares" que sostienen la auténtica paz.

4. ¡El rostro de Cristo! Si miramos a nuestro entorno con ojos contemplativos, no nos resultará difícil descubrir un rayo de su esplendor en las bellezas de la creación. Pero, al mismo tiempo, nos veremos obligados a lamentar la devastación que el descuido humano es capaz de producir en el medio ambiente, infligiendo cada día a la naturaleza heridas que se vuelven contra el hombre mismo. Por eso, me alegra haber podido testimoniar también este año en varias ocasiones el compromiso de la Iglesia en el ámbito ecológico.

A este respecto, es doblemente significativa, por ser fruto de colaboración entre las Iglesias, la Declaración que firmé con Su Santidad el Patriarca ecuménico Bartolomé I, presente en Venecia, conectándome con él en videoconferencia el 10 de junio. Dijimos al mundo que es necesario para todos, con vistas al futuro de la humanidad y especialmente pensando en los niños, una nueva "conciencia ecológica", como expresión de responsabilidad con respecto a sí mismos, a los demás y a la creación.

5. Nuestra mirada se dirige, luego, a lo que he podido hacer en el campo de las relaciones con los Estados. He recordado a todos la urgencia de poner en el centro de la política, tanto nacional como internacional, la dignidad de la persona humana y el servicio al bien común. En función de este anuncio la Iglesia participa, según su índole propia, en organismos internacionales. Este es el sentido de los acuerdos que firma, mirando no sólo a las expectativas de los creyentes, sino también al bien de todos los ciudadanos.

En el discurso que pronuncié ante el Parlamento de la República italiana el pasado día 14 de noviembre, subrayé que el gran desafío de un Estado democrático es la capacidad de basar el orden nacional sobre el reconocimiento de los derechos inalienables del hombre y sobre la cooperación solidaria y generosa de todos en la edificación del bien común.

Es necesario recordar que a estos valores se refería ya, hace exactamente sesenta años, mi venerado predecesor Pío XII en el Radiomensaje del 24 de diciembre de 1942. Aludiendo con sentida participación "al río de lágrimas y amarguras" y "al cúmulo de dolores y tormentos" que brotaban "de la ruina mortal del enorme conflicto" (AAS 35 [1943] p. 24), ese gran Pontífice delineaba con claridad los principios universales e irrenunciables según los cuales, una vez superada la "espantosa catástrofe" de la guerra (ib., p. 18), se debería construir el "nuevo orden nacional e internacional que con tan ardiente anhelo invocan todos los pueblos" (ib., p. 10). Los años que han transcurrido desde entonces no han hecho más que confirmar la clarividente sabiduría de aquellas enseñanzas. ¡Cómo no desear que los corazones se abran, sobre todo el corazón de los jóvenes, para acoger esos valores a fin de construir un futuro de paz auténtica y duradera!

6. Hablando de jóvenes, mi pensamiento va a las inolvidables experiencias de la Jornada mundial de la juventud, celebrada el mes de julio en Toronto. El encuentro con los jóvenes siempre es conmovedor y, podría decir, "regenerador". Este año el tema recordaba a los jóvenes el compromiso misionero, sobre la base del mandato de Cristo: ser "luz del mundo" y "sal de la tierra". Es hermoso constatar que los jóvenes, una vez más, no nos defraudaron. Participaron en gran número, a pesar de las dificultades.

Ciertamente, la presencia de tantos jóvenes en el encuentro con el Evangelio y con el Papa no puede hacernos olvidar a muchos otros que se quedan al margen o se mantienen alejados, atraídos por otros mensajes o desorientados por miles de propuestas contradictorias. Corresponde a los jóvenes ser los evangelizadores de sus coetáneos. Si la pastoral se interesa por ellos, los jóvenes no defraudarán a la Iglesia, porque el Evangelio es "joven" y sabe hablar al corazón de los jóvenes.

7. Quiero recordar, asimismo, con sentimiento de gratitud al Señor, los pasos adelante que, también este año, se han dado en el camino ecuménico. Desde luego, es preciso reconocer que no han faltado motivos de amargura. Pero debemos mirar las luces más que las sombras. Entre las luces, además de la Declaración conjunta con el Patriarca Bartolomé I, a la que aludí antes, deseo recordar sobre todo el encuentro con la Delegación de la Iglesia ortodoxa de Grecia, que el 11 de marzo vino a visitarme, trayéndome un mensaje de Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia. Así pude revivir, de algún modo, el clima vivido el año pasado durante la visita realizada a Grecia siguiendo las huellas del apóstol san Pablo. Aunque quedan aún motivos de distancia, es signo de esperanza esta actitud de apertura recíproca.

Lo mismo se puede decir con respecto a la visita que me hizo el Patriarca ortodoxo de Rumanía, Teoctist, con el que firmé una Declaración común el pasado mes de octubre. ¿Cuándo nos dará, por fin, el Señor la alegría de la comunión plena con los hermanos ortodoxos? La respuesta queda en el misterio de la Providencia divina. Pero la confianza en Dios, ciertamente, no dispensa del esfuerzo personal. Por eso, es necesario intensificar sobre todo el ecumenismo de la oración y de la santidad.


Discursos 2002 336