Audiencias 2003






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Enero de 2003


Miércoles 8 de enero de 2003


Alegría de los que entran en el templo

1. En el clima de alegría y de fiesta que se prolonga durante esta última semana del tiempo navideño, queremos reanudar nuestra meditación sobre la liturgia de las Laudes. Hoy reflexionamos sobre el salmo 99, que se acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitación a alabar al Señor, pastor de su pueblo.

Siete imperativos marcan toda la composición e impulsan a la comunidad fiel a celebrar, en el culto, al Dios del amor y de la alianza: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se puede pensar en una procesión litúrgica, que está a punto de entrar en el templo de Sión para realizar un rito en honor del Señor (cf. Ps 14 Ps 23 Ps 94).

En el Salmo se utilizan algunas palabras características para exaltar el vínculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la afirmación de una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo" (Ps 99,3), una afirmación impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que Israel se presenta como "ovejas de su rebaño" (ib.). En otros textos encontramos la expresión de la relación correspondiente: "El Señor es nuestro Dios" (cf. Ps 94,7). Luego vienen las palabras que expresan la relación de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf. Ps 99,5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los términos típicos del pacto que une a Israel con su Dios.

2. Aparecen también las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto, por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes, alabando a Dios (cf. v. 2); luego, el horizonte se reduce al área sagrada del templo de Jerusalén con sus atrios y sus puertas (cf. v. 4), donde se congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creación ("él nos hizo", v. 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño", v. 3) y, por último, el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna" (v. 5).

3. Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la larga invitación a alabar al Señor y ocupan casi todo el Salmo (cf. vv. 2-4), antes de encontrar, en el último versículo, su motivación en la exaltación de Dios, contemplado en su identidad íntima y profunda.

La primera invitación es a la aclamación jubilosa, que implica a la tierra entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos sentirnos en sintonía con todos los orantes que, en lenguas y formas diversas, ensalzan al único Señor. "Pues -como dice el profeta Malaquías- desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos" (Ml 1,11).

4. Luego vienen algunas invitaciones de índole litúrgica y ritual: "servir", "entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos que, aludiendo también a las audiencias reales, describen los diversos gestos que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sión para participar en la oración comunitaria. Después del canto cósmico, el pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19,5), celebra la liturgia.

La invitación a "entrar por sus puertas con acción de gracias", "por sus atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: "El pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Ps 42,4). En efecto, abandonando los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como águila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y, al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Ps 22,1-2)" (Opere dogmatiche III, SAEMO 17, pp. 158-159).

2 5. Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes religiosas fundamentales del orante: reconocer, dar gracias, bendecir. El verbo reconocer expresa el contenido de la profesión de fe en el único Dios. En efecto, debemos proclamar que sólo "el Señor es Dios" (Ps 99,3), luchando contra toda idolatría y contra toda soberbia y poder humanos opuestos a él.
El término de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es también "el nombre" del Señor (cf. v. 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y salvadora.

A esta luz, el Salmo concluye con una solemne exaltación de Dios, que es una especie de profesión de fe: el Señor es bueno y su fidelidad no nos abandona nunca, porque él está siempre dispuesto a sostenernos con su amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de su Dios: "Gustad y ved qué bueno es el Señor -dice en otro lugar el salmista-; dichoso el que se acoge a él" (Ps 33,9 cf. 1P 2,3).

Saludos

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en especial a los estudiantes de la Escuela italiana de Montevideo y a los demás peregrinos venidos de América Latina y de España. Os aliento a confiar siempre en el Señor para que el nuevo año sea para todos fecundo en frutos de vida cristiana.

¡Feliz año nuevo!

(En portugués)
¡Bienvenidos todos! Que la luz de la Navidad que viene de Belén continúe iluminando vuestros pasos para que podáis corresponder con fe, esperanza y amor a los designios del Divino Salvador.

(En polaco)
Durante la Navidad, de modo particular, hemos contemplado con María el rostro de Jesús, Dios encarnado. El salmo sobre el que hemos reflexionado en la catequesis de hoy es en cierto modo la invitación a permanecer en esta contemplación. Nos invita a profesar una verdad de fe fundamental: "El Señor es Dios". El salmista estimula a presentarse gozosos con esta fe ante el Señor, a entrar por las puertas del templo con gratitud y alabanza, y a servir al Señor con alegría.

(En italiano)
3 Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los nuevos sacerdotes del instituto de los Legionarios de Cristo, presentes con toda la comunidad de Roma.
Queridos hermanos, os exhorto a sacar cada día de la oración un renovado vigor espiritual para que seáis mensajeros incansables y testigos del Evangelio al servicio del pueblo de Dios.
Saludó después a los fieles de la parroquia de la Asunción de la Virgen María en Balze de Verghereto, que han regalado también este año el musgo para el belén de la plaza de San Pedro y para los otros belenes que se han preparado en el Vaticano. Unas palabras especiales dedicó a los artistas del circo "Medrano", a los que animó a vivir siempre con alegría su fe en Cristo.

Mi pensamiento va finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, en estos días que siguen a la fiesta de la Epifanía, continuemos meditando en la manifestación de Jesús a todos los pueblos. La Iglesia os invita, queridos jóvenes, a ser apóstoles entusiastas de Cristo entre vuestros coetáneos; a vosotros, queridos enfermos, os exhorta a difundir cada día su luz con serena paciencia; y a vosotros, queridos recién casados, os impulsa a ser signo de su presencia renovadora, con vuestro amor fiel.



Miércoles 15 de enero de 2003

Promesa de cumplir la ley de Dios

1. En nuestro ya largo itinerario a la luz de los salmos que propone la liturgia de las Laudes, llegamos a una estrofa -exactamente, la decimonovena- de la oración más amplia del Salterio, el salmo 118. Se trata de una parte del inmenso cántico alfabético: a través de un juego estilístico, el salmista distribuye su obra en veintidós estrofas, que corresponden a la sucesión de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa consta de ocho versos, cuyos inicios están marcados por palabras hebreas, que comienzan con una misma letra del alfabeto.

La estrofa que acabamos de escuchar va precedida por la letra hebrea qôf, y describe al orante que presenta a Dios su intensa vida de fe y oración (cf. vv. 145-152).

2. La invocación al Señor no conoce descanso, porque es una respuesta continua a la propuesta permanente de la palabra de Dios. En efecto, por una parte, se multiplican los verbos de la oración: Te invoco, te llamo, a ti grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Señor, que propone los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oración se manifiesta, por tanto, como un diálogo, que comienza cuando ya es de noche y aún no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la jornada, especialmente en las dificultades de la existencia. En efecto, el horizonte a veces es oscuro y tormentoso: "Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad" (v. 150). Pero el orante tiene una certeza indiscutible, la cercanía de Dios con su palabra y su gracia: "Tú, Señor, estás cerca" (v. 151). Dios no abandona al justo en manos de sus perseguidores.

3. En este punto, después de haber delineado el mensaje sencillo pero incisivo de la estrofa del salmo 118 -un mensaje apto para el inicio de una jornada-, para nuestra meditación recurriremos a un gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio, que en su Comentario al Salmo 118 dedica nada menos que 44 párrafos a explicar precisamente la estrofa que hemos escuchado.

Recogiendo la invitación ideal a cantar la alabanza divina desde las primeras horas de la mañana, se detiene en particular en los versículos 147-148: "Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, (...) mis ojos se adelantan a las vigilias". En esta declaración del salmista, san Ambrosio intuye la idea de una oración constante, que abarca todo tiempo: "Quien implora al Señor, haga como si no conociera que existe un tiempo particular para dedicar a las súplicas a Dios; ha de estar siempre en actitud de súplica. Sea que comamos, sea que bebamos, anunciamos a Cristo, oramos a Cristo, pensamos en Cristo, hablamos de Cristo. Cristo ha de estar siempre en nuestro corazón y en nuestros labios" (Comentario al Salmo 118: SAEMO 10, p. 297).

4 Refiriendo luego los versículos al momento específico de la mañana y aludiendo también a la expresión del libro de la Sabiduría que prescribe "adelantarse al sol para dar gracias" a Dios (Sg 16,28), san Ambrosio comenta: "En efecto, sería grave que los rayos del sol que sale te sorprendieran acostado en la cama con descaro, y que una luz más fuerte te hiriera los ojos soñolientos, aún dominados por la pereza. Para nosotros, en una noche ociosa, un espacio de tiempo tan largo sin hacer una pequeña práctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual, es una acusación" (ib., p. 303).

4. Luego, san Ambrosio, contemplando el sol que sale -como había hecho en otro de sus célebres himnos "al canto del gallo", el Aeterne rerum conditor, que ha sido incluido en la liturgia las Horas- nos interpela así: "¿No sabes, hombre, que cada día adeudas a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? La mies madura cada día; cada día madura su fruto. Por eso, corre al encuentro del sol que sale... El sol de la justicia quiere ser anticipado; no espera otra cosa... Si tú te adelantas a este sol que va a salir, recibirás como luz a Cristo. Será precisamente él la primera luz que brille en lo más íntimo de tu corazón. Será precisamente él quien (...) haga brillar para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si reflexionas en las palabras de Dios. Mientras tú reflexionas, se hace la luz... Muy de mañana apresúrate a ir a la iglesia y lleva como ofrenda las primicias de tu devoción. Y después, si los compromisos del mundo te llaman, nada te impedirá decir: "mis ojos se adelantan a las vigilias meditando tu promesa", y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos.¡Qué hermoso es comenzar la jornada con himnos y cánticos, con las bienaventuranzas que lees en el evangelio! Es muy saludable que venga sobre ti, para bendecirte, el discurso del Señor; que tú, mientras repites cantando las bendiciones del Señor, tomes el compromiso de practicar alguna virtud, si quieres tener también dentro de ti algo que te haga sentir merecedor de esa bendición divina" (ib., pp. 303, 309, 311 y 313).

Recojamos también nosotros la invitación de san Ambrosio y cada mañana abramos la mirada a la vida diaria, a sus alegrías y sus tristezas, invocando a Dios para que esté cerca de nosotros y nos guíe con su palabra, que infunde serenidad y gracia.

Saludos


Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de quinceañeras panameñas y a los fieles de las parroquias de la Sagrada Familia, de Torrent y de Pego, de la Virgen del Lluch, de Alcira, y de la Preciosísima Sangre, de Valencia. Ruego a todos que llevéis el saludo del Papa a vuestras familias y comunidades. ¡Feliz año nuevo!

(En italiano)
La fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo pasado, os sirva de estímulo, queridos jóvenes, en el recuerdo de vuestro bautismo, para testimoniar con alegría la fe en Cristo; para vosotros, queridos enfermos, constituya consuelo y alivio en la prueba; y a vosotros, queridos recién casados, os impulse a profundizar y testimoniar con valentía la fe, para transmitirla fielmente a vuestros hijos.



Miércoles 22 de enero de 2003

Semana de oración por la unidad de los cristianos

1. El Señor fundó la Iglesia "una" y "única": lo profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano: "Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica". "Sin embargo, -recuerda el concilio Vaticano II- son muchas las comuniones cristianas que se presentan ante los hombres como la verdadera herencia de Cristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido" (Unitatis redintegratio UR 1).

La unidad es un gran don, pero lo llevamos en vasijas de barro frágiles y quebradizas. Las vicisitudes de la comunidad cristiana a lo largo de los siglos demuestran cuán realista es esta afirmación.

5 Con todo, por la fe que nos une, todos los cristianos tenemos la obligación, cada uno según su vocación particular, de restablecer la comunión plena, "tesoro" precioso que nos legó Cristo. Con corazón puro y sincero debemos comprometernos sin cesar en esta tarea evangélica. La Semana de oración por la unidad de los cristianos nos recuerda esta tarea fundamental y nos brinda la oportunidad de rezar en las asambleas de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, así como en encuentros comunes entre católicos, ortodoxos y protestantes, para implorar con una sola voz y un solo corazón el valioso don de la unidad plena.

2. "Llevamos este tesoro en vasijas de barro" (
2Co 4,7). San Pablo dice esto a propósito del ministerio apostólico, que consiste en hacer que brille entre los hombres el esplendor del Evangelio y observa: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús" (2Co 4,5). Conoce el peso y las dificultades de la evangelización, así como la fragilidad humana; recuerda que el tesoro del kerygma cristiano, que se nos ha encomendado en "vasijas de barro", se transmite a través de instrumentos débiles "para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2Co 4,7). Y ningún enemigo logrará jamás suplantar el anuncio del Evangelio ni suprimir la voz del Apóstol: "Somos atribulados en todo -reconoce san Pablo-, mas no aplastados" (2Co 4,8). "Nosotros creemos -añade-, y por eso hablamos" (2 Co 4, 13).

3. En la última Cena Jesús ruega por sus discípulos, "para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Así pues, la unidad es el "tesoro" que les donó. Un tesoro que presenta dos características peculiares: por una parte, la unidad expresa fidelidad al Evangelio; por otra, como el Señor mismo indicó, es una condición para que todos crean que él es el enviado del Padre. Por consiguiente, la unidad de la comunidad cristiana está orientada a la evangelización de todas las gentes.

No obstante la sublimidad y la grandeza de este don, a causa de la debilidad humana no ha sido totalmente acogido y valorado. En el pasado, las relaciones entre los cristianos a veces se han caracterizado por una oposición, y en algunos casos incluso por un odio recíproco. Y todo eso -como recordó con razón el concilio Vaticano II- constituye un "escándalo" para el mundo y "perjudica" a la causa de la predicación del Evangelio (cf. Unitatis redintegratio UR 1).

4. Sí. El don de la unidad se contiene en "vasijas de barro", que pueden romperse; por eso, se requiere el máximo cuidado. Es necesario cultivar entre los cristianos un amor comprometido a superar las divergencias; es preciso esforzarse por superar todas las barreras con la oración incesante, con el diálogo perseverante y con una fraterna y concreta cooperación en favor de los más pobres y necesitados.

El anhelo de la unidad no debe debilitarse en la vida diaria de las Iglesias y comunidades eclesiales, así como en la vida de los fieles. Desde esta perspectiva, me ha parecido útil proponer una reflexión común sobre el ministerio del Obispo de Roma, constituido "principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad" (Lumen gentium LG 23), con el fin de "encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva" (Ut unum sint UUS 95). Que el Espíritu Santo ilumine a los pastores y a los teólogos de nuestras Iglesias en este diálogo paciente y seguramente beneficioso.

5. Ensanchando nuestra mirada a todo el panorama ecuménico, creo que debemos dar gracias al Señor por el camino recorrido hasta aquí, tanto por la calidad de las relaciones fraternas entabladas entre las diversas comunidades, como por los frutos alcanzados mediante los diálogos teológicos, aunque sean diversos en sus modalidades y niveles. Podemos decir que los cristianos son hoy más compactos y solidarios, aunque el camino hacia la unidad sigue siendo escarpado, con obstáculos y atolladeros. Siguiendo la senda indicada por el Señor, avanzan con confianza porque saben que, como a los discípulos de Emaús, el Señor resucitado los acompaña hacia la meta de la plena comunión eclesial, que lleva luego a la común "fracción del pan".

6. Amadísimos hermanos y hermanas, san Pablo nos invita a la vigilancia, a la perseverancia y a la confianza, dimensiones indispensables del compromiso ecuménico.

Con este fin, nos dirigimos unidos al Señor en esta "Semana de oración" con la invocación tomada de los textos preparados para esta ocasión: "Padre santo, a pesar de nuestra debilidad, nos has hecho testigos de esperanza, fieles discípulos de tu Hijo. Llevamos este tesoro en vasijas de barro y tenemos miedo de desfallecer ante los sufrimientos y el mal. A veces dudamos incluso de la fuerza de la palabra de Jesús, que rogó para que seamos uno. Danos de nuevo el conocimiento de la gloria que resplandece en el rostro de Cristo, para que con nuestras acciones, nuestro compromiso y toda nuestra vida, proclamemos al mundo que él vive y actúa entre nosotros".
Amén.

Saludos

6 Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón, de Roma, con su superiora general, y al grupo de la Escuela italiana de Santiago de Chile. Invito a todos a participar de corazón en el deseo de que todos los discípulos de Jesús formen una sola familia. ¡Feliz año nuevo!



Queridísimos hermanos, en esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, debemos intensificar nuestra invocación al Señor para que cuanto antes se llegue a la comunión plena de todos los discípulos de Cristo.

Con este espíritu, os invito, queridos jóvenes, a ser por doquier, especialmente entre vuestros coetáneos, apóstoles de adhesión fiel al Evangelio; a vosotros, queridos enfermos, os pido que ofrezcáis vuestros sufrimientos por la causa de la unidad de los cristianos; y a vosotros, queridos recién casados, os exhorto a ser cada vez más un solo corazón y una sola alma en vuestras familias.




Miércoles 29 de enero de 2003

¡Señor, dame la sabiduría!

1. El cántico que se nos propone hoy nos presenta la mayor parte de una amplia oración puesta en labios de Salomón, al que la tradición bíblica considera el rey justo y el sabio por excelencia. Se encuentra en el capítulo 9 del libro de la Sabiduría, un texto del Antiguo Testamento compuesto en griego, tal vez en Alejandría de Egipto, en los umbrales de la era cristiana. En él se refleja el judaísmo vivo y abierto de la diáspora hebrea en el mundo helenístico.

Son fundamentalmente tres las líneas de pensamiento teológico que este libro nos propone: la inmortalidad feliz, como meta final de la existencia del justo (cf. cc. 1-5); la sabiduría como don divino y guía de la vida y de las opciones de los fieles (cf. cc. 6-9); la historia de la salvación, sobre todo el acontecimiento fundamental del éxodo de la opresión egipcia, como signo de la lucha entre el bien y el mal, que desemboca en una salvación y redención plena (cf. cc. 10-19).

2. Salomón vivió aproximadamente diez siglos antes del autor inspirado del libro de la Sabiduría, pero ha sido considerado el fundador y el artífice ideal de toda la reflexión sapiencial posterior. La oración del himno puesto en sus labios es una invocación solemne dirigida al "Dios de los padres y Señor de la misericordia" (Sg 9,1), para que conceda el don valiosísimo de la sabiduría.

Es evidente en nuestro texto la alusión a la escena narrada en el primer libro de los Reyes, cuando Salomón, al inicio de su reinado, se dirige al alto de Gabaón, donde se alzaba un santuario, y, después de celebrar un grandioso sacrificio, durante la noche tiene un sueño-revelación. A Dios, que lo invita a pedirle un don, responde: "Concede, pues, a tu siervo, un corazón prudente para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (1R 3,9).

3. La idea que sugiere esta invocación de Salomón se desarrolla en nuestro cántico mediante una serie de peticiones dirigidas al Señor, para que conceda ese tesoro insustituible que es la sabiduría.
En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes, encontramos estas dos imploraciones: "Dame la sabiduría. (...) Mándala de tus santos cielos, de tu trono de gloria" (Sg 9,4 Sg 9,10). El fiel es consciente de que sin este don carece de guía, de una estrella polar que le oriente en las opciones morales de la existencia: "Soy hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabiduría, que procede de ti, (el hombre) será estimado en nada" (vv. 5-6).

7 Es fácil intuir que esta "sabiduría" no es la simple inteligencia o habilidad práctica, sino más bien la participación en la mente misma de Dios, que "con su sabiduría formó al hombre" (cf. v. 2). Por consiguiente, es la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir en ellos el significado último, querido por el Señor.

4. La sabiduría es como una lámpara que ilumina nuestras opciones morales de cada día y nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos" (cf. v. 9). Por eso, la liturgia nos hace orar con las palabras del libro de la Sabiduría al inicio de una jornada, precisamente para que Dios, con su sabiduría, esté a nuestro lado y "nos asista en nuestros trabajos" de cada día (cf. v. 10), mostrándonos el bien y el mal, lo justo y lo injusto.

Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (
Sg 8,2).

5. Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios, siguiendo a san Pablo, que definió a Cristo "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,24).

Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro. Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377).

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de España y de América Latina, de modo particular a los miembros de la Escuela italiana de Santiago de Chile. ¡Que Cristo, Sabiduría de Dios, nos enseñe las palabras de sabiduría y nos abra, así, la puerta para entrar en el reino de la Verdad!


Celebraremos pasado mañana la memoria litúrgica de san Juan Bosco, sacerdote y educador. Acudid a él, queridos jóvenes, como a un auténtico maestro de vida y de santidad. Vosotros, queridos enfermos, aprended de su experiencia espiritual a confiar en toda circunstancia en Cristo crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, recurrid a su intercesión para que os ayude a cumplir con generosidad vuestra misión de esposos.



Febrero de 2003


Miércoles 5 de febrero de 2003

Invitación universal a la alabanza divina

8 1. Prosiguiendo nuestra meditación sobre los textos de la liturgia de Laudes, volvemos a considerar un salmo ya propuesto, el más breve de todos los que componen el Salterio. Es el salmo 116, que acabamos de escuchar, una especie de pequeño himno, semejante a una jaculatoria que se dilata en una alabanza universal al Señor. El contenido del mensaje se expresa en dos palabras fundamentales: amor y fidelidad (cf. v. 2).

Con estos términos el salmista ilustra sintéticamente la alianza entre Dios e Israel, subrayando la relación profunda, leal y confiada que existe entre el Señor y su pueblo. Escuchamos aquí el eco de las palabras que Dios mismo había pronunciado en el Sinaí al presentarse ante Moisés. "Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (
Ex 34,6).

2. El salmo 116, a pesar de su brevedad y esencialidad, capta el núcleo fundamental de la oración, que consiste en el encuentro y en el diálogo vivo y personal con Dios. En ese acontecimiento el misterio de la divinidad se revela como fidelidad y amor.

El salmista añade un aspecto particular de la oración: la experiencia orante debe irradiarse al mundo, transformándose en testimonio ante quien no comparte nuestra fe. En efecto, al inicio, el horizonte se ensancha a "todas las naciones" y "a todos los pueblos" (cf. Ps 116,1), para que ante la belleza y la alegría de la fe también ellas sean conquistadas por el deseo de conocer, encontrar y alabar a Dios.

3. En un mundo tecnológico minado por un eclipse de lo sagrado, en una sociedad que se complace en cierta autosuficiencia, el testimonio del orante es como un rayo de luz en la oscuridad.
En un primer momento sólo puede despertar curiosidad; luego puede llevar a la persona reflexiva a preguntarse por el sentido de la oración; y, por último, puede suscitar un creciente deseo de hacer esa misma experiencia. Por eso, la oración no es nunca un hecho solitario, sino que tiende a dilatarse hasta implicar al mundo entero.

4. Comentando el salmo 116, nos servimos ahora de las palabras de un gran Padre de la Iglesia de Oriente, san Efrén el Sirio, que vivió en el siglo IV. En uno de sus Himnos sobre la fe, el decimocuarto, expresa el deseo de no dejar nunca de alabar a Dios, implicando también "a todos los que comprenden la verdad" divina. He aquí su testimonio:

"¿Cómo puede mi arpa, Señor, dejar de alabarte? ¿Cómo podría enseñar a mi lengua la infidelidad? Tu amor me ha dado confianza en mi apuro, pero mi voluntad sigue siendo ingrata (estrofa 9).

Es justo que el hombre reconozca tu divinidad; es justo que los seres celestiales alaben tu humanidad; los seres celestiales quedaron asombrados de ver hasta qué punto te anonadaste; y los de la tierra de ver cuánto has sido exaltado" (estrofa 10: L'Arpa dello Spirito, Roma 1999, pp. 26-28).

5. En otro himno (Himnos de Nisibi, 50), san Efrén confirma ese compromiso de alabanza incesante, y explica que su motivo es el amor y la compasión divina hacia nosotros, precisamente como sugiere nuestro salmo.

"Que en ti, Señor, mi boca rompa el silencio con la alabanza. Que nuestras bocas expresen la alabanza; que nuestros labios la confiesen; que tu alabanza vibre en nosotros (estrofa 2).

9 Dado que en nuestro Señor está injertada la raíz de nuestra fe, aunque se encuentre lejos, se halla cerca por la unión del amor. Que las raíces de nuestro amor estén unidas a él; que la plena medida de su compasión se derrame sobre nosotros" (estrofa 6: ib., pp. 77. 80).

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de España y de América Latina, particularmente a los fieles de las diócesis de Jerez y de Cádiz-Ceuta; al contingente militar español destinado en el Cuartel general de la Otan en Nápoles y al grupo de la "Escola Tecnos", de Terrassa. ¡Alabad al Señor unidos a todos los pueblos y sed testigos de su amor! ¡Feliz año nuevo!

Deseo dirigir mi pensamiento a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados.

Celebramos hoy la memoria litúrgica de santa Águeda. Que el valor de esta virgen y mártir os ayude, jóvenes, a abrir el corazón al heroísmo de la santidad. Que a vosotros, enfermos, os sostenga en el ofrecimiento del don precioso de la plegaria y del sufrimiento por la Iglesia. Y a vosotros, recién casados, os dé la fuerza de fundar vuestras familias en los valores cristianos.
La audiencia se concluyó con el canto del paternóster y la bendición apostólica, impartida colegialmente por el Papa y los obispos presentes.



Miércoles 12 de febrero de 2003

Himno de acción de gracias después de la victoria

1. En todas las festividades más significativas y alegres del antiguo judaísmo, especialmente en la celebración de la Pascua, se cantaba la secuencia de salmos que va del 112 al 117. Esta serie de himnos de alabanza y de acción de gracias a Dios se llamaba el "Hallel egipcio", porque en uno de ellos, el salmo 113 A, se evocaban de un modo poético, muy gráfico, el éxodo de Israel de la tierra de la opresión, el Egipto faraónico, y el maravilloso don de la alianza divina. Pues bien, el salmo con el que se concluye este "Hallel egipcio" es precisamente el salmo 117, que se acaba de proclamar y que ya hemos meditado en un comentario anterior.

2. Este canto revela claramente un uso litúrgico en el interior del templo de Jerusalén. En efecto, en su trama parece desarrollarse una procesión, que comienza entre las "tiendas de los justos" (v. 15), es decir, en las casas de los fieles. Estos exaltan la protección de la mano de Dios, capaz de tutelar a los rectos, a los que confían en él incluso cuando irrumpen adversarios crueles. La imagen que usa el salmista es expresiva: "Me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas; en el nombre del Señor los rechacé" (v. 12).


Audiencias 2003