Audiencias 2003 83

Noviembre de 2003


Miércoles 5 de noviembre de 2003


Oración en el peligro

1. En las anteriores catequesis hemos contemplado en su conjunto la estructura y el valor de la Liturgia de las Vísperas, la gran oración eclesial de la tarde. Ahora queremos adentrarnos en ella. Será como realizar una peregrinación a esa especie de "tierra santa", que constituyen los salmos y los cánticos. Iremos reflexionando sucesivamente sobre cada una de esas oraciones poéticas, que Dios ha sellado con su inspiración. Son las invocaciones que el Señor mismo desea que se le dirijan. Por eso, le gusta escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el corazón de sus hijos amados.
Comenzaremos con el salmo 140, con el cual se inician las Vísperas dominicales de la primera de las cuatro semanas en las que, después del Concilio, se ha articulado la plegaria vespertina de la Iglesia.

2. "Suba mi oración como incienso en tu presencia; el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde". El versículo 2 de este salmo se puede considerar como el signo distintivo de todo el canto y la evidente justificación de que haya sido situado dentro de la Liturgia de las Vísperas. La idea expresada refleja el espíritu de la teología profética, que une íntimamente el culto con la vida, la oración con la existencia.

La misma plegaria, hecha con corazón puro y sincero, se convierte en sacrificio ofrecido a Dios. Todo el ser de la persona que ora se transforma en una ofrenda de sacrificio, como sugerirá más tarde san Pablo cuando invitará a los cristianos a ofrecer su cuerpo como víctima viva, santa, agradable a Dios: este es el sacrificio espiritual que le complace (cf. Rm 12,1).

Las manos elevadas en la oración son un puente de comunicación con Dios, como lo es el humo que sube como suave olor de la víctima durante el rito del sacrificio vespertino.

3. El salmo prosigue con un tono de súplica, transmitido a nosotros por un texto que en el original hebreo presenta numerosas dificultades y oscuridades para su interpretación (sobre todo en los versículos 4-7).

En cualquier caso, el sentido general se puede identificar y transformar en meditación y oración. Ante todo, el orante suplica al Señor que impida que sus labios (cf. v. 3) y los sentimientos de su corazón se vean atraídos y arrastrados por el mal y lo impulsen a realizar "acciones malas" (cf. v. 4). En efecto, las palabras y las obras son expresión de la opción moral de la persona. Es fácil que el mal ejerza una atracción tan grande que lleve incluso al fiel a gustar los "manjares deliciosos" que pueden ofrecer los pecadores, al sentarse a su mesa, es decir, participando en sus malas acciones.
El salmo adquiere casi el matiz de un examen de conciencia, al que sigue el compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.

84 4. Con todo, al llegar a este punto, el orante siente un estremecimiento que lo impulsa a una apasionada declaración de rechazo de cualquier complicidad con el impío: no quiere en absoluto ser huésped del impío, ni permitir que el ungüento perfumado reservado a los comensales importantes (cf. Ps 22,5) atestigüe una connivencia con los que obran el mal (cf. Ps 140,5). Para expresar con más vehemencia su radical alejamiento del malvado, el salmista lo condena con indignación utilizando unas imágenes muy vivas de juicio vehemente.

Se trata de una de las imprecaciones típicas del Salterio (cf. Ps 57 y 108), que tienen como finalidad afirmar de modo plástico e incluso pintoresco la oposición al mal, la opción del bien y la certeza de que Dios interviene en la historia con su juicio de severa condena de la injusticia (cf. vv. 6-7).

5. El salmo concluye con una última invocación confiada (cf. vv. 8-9): es un canto de fe, de gratitud y de alegría, con la certeza de que el fiel no se verá implicado en el odio que los malvados le reservan y no caerá en la trampa que le tienden, después de constatar su firme opción por el bien. Así, el justo podrá superar indemne cualquier engaño, como se dice en otro salmo: "Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos" (Ps 123,7).

Concluyamos nuestra lectura del salmo 140 volviendo a la imagen inicial, la de la plegaria vespertina como sacrificio agradable a Dios. Un gran maestro espiritual que vivió entre los siglos IV y V, Juan Casiano, el cual, aunque procedía de Oriente, pasó en la Galia meridional la última parte de su vida, releía esas palabras en clave cristológica: "En efecto, en ellas se puede captar más espiritualmente una alusión al sacrificio vespertino, realizado por el Señor y Salvador durante su última cena y entregado a los Apóstoles, cuando dio inicio a los santos misterios de la Iglesia, o (se puede captar una alusión) a aquel mismo sacrificio que él, al día siguiente, ofreció por la tarde, en sí mismo, con la elevación de sus manos, sacrificio que se prolongará hasta el final de los siglos para la salvación del mundo entero" (Le istituzioni cenobitiche, Abadía de Praglia, Padua 1989, p. 92).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Cofrades del Santísimo Cristo de la Humildad, de Jaén, y de la Santísima Virgen del Rocío, de Murcia. Invito a todos a ofrecer a Dios con corazón puro cada jornada de vuestra vida. Gracias por vuestra atención.

(En italiano)
A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados les deseo que sientan siempre viva la presencia de Cristo, para que lo sigan con alegría por el camino de la santidad.




Miércoles 12 de noviembre de 2003

"Tú eres mi refugio"

1. La tarde del día 3 de octubre de 1226, san Francisco de Asís, a punto de morir, rezó como última oración precisamente el salmo 141, que acabamos de escuchar. San Buenaventura recuerda que san Francisco "prorrumpió en la exclamación del salmo: "A voz en grito, clamo al Señor; a voz en grito suplico al Señor" y lo rezó hasta el versículo final: "Me rodearán los justos, cuando me devuelvas tu favor"" (Leyenda mayor, XIV, 5: Fuentes Franciscanas, Padua-Asís, 1980, p. 958).

85 Este salmo es una súplica intensa, marcada por una serie de verbos de imploración dirigidos al Señor: "clamo al Señor", "suplico al Señor", "desahogo ante él mis afanes", "expongo ante él mi angustia" (vv. 2-3). La parte central del salmo está profundamente impregnada de confianza en Dios, que no queda indiferente ante el sufrimiento del fiel (cf. vv. 4-8). Con esta actitud san Francisco afrontó la muerte.

2. A Dios se le interpela hablándole de "tú", como a una persona que da seguridad: "Tú eres mi refugio" (v. 6). "Tú conoces mis senderos", es decir, el itinerario de mi vida, un itinerario marcado por la opción en favor de la justicia. Sin embargo, por esa senda los impíos le han tendido una trampa (cf. v. 4): es la imagen típica tomada del ambiente de caza; se usa frecuentemente en las súplicas de los salmos para indicar los peligros y las asechanzas a los que está sometido el justo.
Ante ese peligro, el salmista lanza en cierto modo una señal de alarma para que Dios vea su situación e intervenga: "Mira a la derecha, fíjate" (v. 5). Ahora bien, en la tradición oriental, a la derecha de una persona estaba el defensor o el testigo favorable durante un proceso, y, en caso de guerra, el guardaespaldas. Así pues, el fiel se siente solo y abandonado: "Nadie me hace caso". Por eso, expresa una constatación angustiosa: "No tengo a dónde huir; nadie mira por mi vida" (v. 5).

3. Inmediatamente después, un grito pone de manifiesto la esperanza que alberga el corazón del orante. Ya la única protección y la única cercanía eficaz es la de Dios: "Tú eres mi refugio y mi lote en el país de la vida" (v. 6). En el lenguaje bíblico, el "lote" o "porción" es el don de la tierra prometida, signo del amor divino con respecto a su pueblo. El Señor queda ya como el fundamento último, y único, en el que puede basarse, la única posibilidad de vida, la esperanza suprema.

El salmista lo invoca con insistencia, porque está "agotado" (v. 7). Le suplica que intervenga para romper las cadenas de su cárcel de soledad y hostilidad (cf. v. 8), y lo saque del abismo de la prueba.

4. Como en otros salmos de súplica, la perspectiva final es una acción de gracias, que ofrecerá a Dios después de ser escuchado: "Sácame de la prisión, y daré gracias a tu nombre" (v. 8). Cuando sea salvado, el fiel se irá a dar gracias al Señor en medio de la asamblea litúrgica (cf. ib.). Lo rodearán los justos, que considerarán la salvación de su hermano como un don hecho también a ellos.

Este clima debería reinar también en las celebraciones cristianas. El dolor de una persona debe encontrar eco en el corazón de todos; del mismo modo, toda la comunidad orante debe vivir la alegría de cada uno: "Ved: qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (
Ps 132,1). Y el Señor Jesús dijo: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).

5. La tradición cristiana ha aplicado el salmo 141 a Cristo perseguido y sufriente. Desde esta perspectiva, la meta luminosa de la súplica del salmo se transfigura en un signo pascual, sobre la base del desenlace glorioso de la vida de Cristo y de nuestro destino de resurrección con él. Lo afirma san Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tratado sobre los salmos.

Comenta la traducción latina del último versículo de este salmo, la cual habla de recompensa para el orante y de espera de los justos: "Me expectant iusti, donec retribuas mihi". San Hilario explica: "El Apóstol nos enseña cuál es la recompensa que ha dado el Padre a Cristo: "Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Ph 2,9-11). Esta es la recompensa: al cuerpo, que asumió, se le concede la eternidad de la gloria del Padre. El mismo Apóstol nos enseña qué es la espera de los justos, diciendo: "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Ph 3,20-21). En efecto, los justos lo esperan para que los recompense, transfigurándolos como su cuerpo glorioso, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén" (PL 9, 833-837).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial, a la Sociedad de San Vicente de Paúl, de Madrid, y a los fieles de la parroquia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de México. Os animo a confiar siempre en el Señor en la adversidad y darle gracias ante la salvación. Muchas gracias por vuestra atención.

(En polaco)
86 Ayer celebramos la fiesta de la independencia de Polonia. Como todos los años, hemos dado gracias a Dios, de modo especial en esta fecha, por el gran don de la libertad de nuestra patria. A cada uno de nosotros corresponde la tarea de conservar la libertad, no sólo en el momento presente, sino también en el futuro. En mi oración, encomiendo a la Misericordia divina a todos vosotros y a la nación entera.

(En italiano)
Mi saludo se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La gracia del Señor os impulse, queridos jóvenes, en vuestro empeño por ser artífices de justicia y reconciliación; os sostenga a vosotros, queridos enfermos, a no perder la esperanza en el momento de la prueba; y os ilumine a vosotros, queridos recién casados, para ser testigos generosos del evangelio de la vida.





Miércoles 19 de noviembre de 2003

Cristo, siervo de Dios

1. La liturgia de las Vísperas incluye, además de los salmos, algunos cánticos bíblicos. El que se acaba de proclamar es, ciertamente, uno de los más significativos y de los que encierran mayor densidad teológica. Se trata de un himno insertado en el capítulo segundo de la carta de san Pablo a los cristianos de Filipos, la ciudad griega que fue la primera etapa del anuncio misionero del Apóstol en Europa. Se suele considerar que este cántico es una expresión de la liturgia cristiana de los orígenes, y para nuestra generación es una alegría poderse asociar, después de dos milenios, a la oración de la Iglesia apostólica.

Este cántico revela una doble trayectoria vertical, un movimiento, primero en descenso y, luego, en ascenso. En efecto, por un lado, está el abajamiento humillante del Hijo de Dios cuando, en la Encarnación, se hace hombre por amor a los hombres. Cae en la kénosis, es decir, en el "vaciamiento" de su gloria divina, llevado hasta la muerte en cruz, el suplicio de los esclavos, que lo ha convertido en el último de los hombres, haciéndolo auténtico hermano de la humanidad sufriente, pecadora y repudiada.

2. Por otro lado, está la elevación triunfal, que se realiza en la Pascua, cuando Cristo es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado como Señor por todo el cosmos y por todos los hombres ya redimidos. Nos encontramos ante una grandiosa relectura del misterio de Cristo, sobre todo del Cristo pascual. San Pablo, además de proclamar la resurrección (cf. 1 Co 15, 3-5), recurre también a la definición de la Pascua de Cristo como "exaltación", "elevación" y "glorificación".

Así pues, desde el horizonte luminoso de la trascendencia divina, el Hijo de Dios cruzó la distancia infinita que existe entre el Creador y la criatura. No hizo alarde "de su categoría de Dios", que le corresponde por naturaleza y no por usurpación: no quiso conservar celosamente esa prerrogativa como un tesoro ni usarla en beneficio propio. Antes bien, Cristo "se despojó", "se rebajó", tomando la condición de esclavo, pobre, débil, destinado a la muerte infamante de la crucifixión. Precisamente de esta suprema humillación parte el gran movimiento de elevación descrito en la segunda parte del himno paulino (cf. Flp Ph 2,9-11).

3. Dios, ahora, "exalta" a su Hijo concediéndole un "nombre" glorioso, que, en el lenguaje bíblico, indica la persona misma y su dignidad. Pues bien, este "nombre" es Kyrios, "Señor", el nombre sagrado del Dios bíblico, aplicado ahora a Cristo resucitado. Este nombre pone en actitud de adoración a todo el universo, descrito según la división tripartita: el cielo, la tierra y el abismo.

87 De este modo, el Cristo glorioso se presenta, al final del himno, como el Pantokrátor, es decir, el Señor omnipotente que destaca triunfante en los ábsides de las basílicas paleocristianas y bizantinas. Lleva aún los signos de la pasión, o sea, de su verdadera humanidad, pero ahora se manifiesta en el esplendor de su divinidad. Cristo, cercano a nosotros en el sufrimiento y en la muerte, ahora nos atrae hacia sí en la gloria, bendiciéndonos y haciéndonos partícipes de su eternidad.

4. Concluyamos nuestra reflexión sobre el himno paulino con palabras de san Ambrosio, que a menudo utiliza la imagen de Cristo que "se despojó de su rango", humillándose y anonadándose (exinanivit semetipsum) en la encarnación y en la ofrenda de sí mismo en la cruz.

En particular, en el Comentario al salmo 118, el obispo de Milán afirma: "Cristo, colgado del árbol de la cruz... fue herido con la lanza, y de su costado brotó sangre y agua, más dulces que cualquier ungüento, víctima agradable a Dios, que difunde por todo el mundo el perfume de la santificación... Entonces Jesús, atravesado, esparció el perfume del perdón de los pecados y de la redención. En efecto, siendo el Verbo, al hacerse hombre se rebajó; siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su miseria (cf.
2Co 8,9); era poderoso, y se mostró tan débil, que Herodes lo despreciaba y se burlaba de él; tenía poder para sacudir la tierra, y estaba atado a aquel árbol; envolvía el cielo en tinieblas, ponía en cruz al mundo, pero estaba clavado en la cruz; inclinaba la cabeza, y de ella salía el Verbo; se había anonadado, pero lo llenaba todo. Descendió Dios, ascendió el hombre; el Verbo se hizo carne, para que la carne pudiera reivindicar para sí el trono del Verbo a la diestra de Dios; todo él era una llaga, pero de esa llaga salía ungüento; parecía innoble, pero en él se reconocía a Dios" (III 8, SAEMO IX, Milán-Roma 1987, pp. 131-133).

Saludos

Queridos hermanos y hermanas, saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los sacerdotes latinoamericanos que realizan un curso de espiritualidad misionera, a las Siervas de María Ministras de los Enfermos, así como al club Atlético de Madrid y a los demás grupos de América Latina. Cristo resucitado nos invita a todos a seguirle en la gloria eterna. Muchas gracias.

(En croata)
Saludo y bendigo a los fieles de la parroquia de Santa Teresa del Niño Jesús, en Rijeka, así como al coro Zvon, de Dobrinj, y al coro cívico de Krk. Que la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo os impulse a dar un testimonio cada vez mayor del Evangelio en la familia y en la sociedad.

(En italiano)
El próximo viernes 21 de noviembre, memoria litúrgica de la Presentación de María santísima en el templo, se celebra la Jornada de oración por las monjas de clausura. Deseo asegurar mi especial cercanía y la de toda la comunidad eclesial a estas hermanas nuestras, a las que el Señor llama a la vida contemplativa. Al mismo tiempo, renuevo la invitación a todos los creyentes para que presten a los conventos de clausura la necesaria ayuda espiritual y material. En efecto, tenemos una gran deuda con estas personas, que se consagran totalmente a la oración incesante por la Iglesia y por el mundo.


Saludo, por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, poned a Jesús en el centro de vuestra vida, y de él recibiréis luz para todas vuestras opciones.
Queridos enfermos, encomendaos a Cristo y comprenderéis el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con él. Y vosotros, queridos recién casados, poned al Señor en el centro de vuestra familia, para participar en la construcción de su reino de justicia, de amor y de paz.




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Miércoles 26 de noviembre de 2003

El Mesías, rey y sacerdote

1. Hemos escuchado uno de los salmos más célebres de la historia de la cristiandad. En efecto, el salmo 109, que la liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, se cita repetidamente en el Nuevo Testamento. Sobre todo los versículos 1 y 4 se aplican a Cristo, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en salmo mesiánico.

La popularidad de esta oración se debe también al uso constante que se hace de ella en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el salmo 109, en la versión latina de la Vulgata, ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han jalonado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la práctica elegida por el concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del salmo, que entre otras cosas tiene sólo 63 palabras, el violento versículo 6. Subraya la tonalidad de los así llamados "salmos imprecatorios" y describe al rey judío mientras avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.

2. Dado que tendremos ocasión de volver otras veces a este salmo, considerando el uso que hace de él la liturgia, nos limitaremos ahora a ofrecer sólo una visión de conjunto.

Podemos distinguir claramente en él dos partes. La primera (cf. vv. 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a aquel que el salmista llama "mi Señor", es decir, el soberano de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David "a la derecha" de Dios. En efecto, el Señor se dirige a él, diciendo: "Siéntate a mi derecha" (v. 1). Verosímilmente, se menciona aquí un ritual según el cual se hacía sentar al elegido a la derecha del arca de la alianza, de modo que recibiera el poder de gobierno del rey supremo de Israel, o sea, del Señor.

3. En el ambiente se intuyen fuerzas hostiles, neutralizadas, sin embargo, por una conquista victoriosa: se representa a los enemigos a los pies del soberano, que camina solemnemente en medio de ellos, sosteniendo el cetro de su autoridad (cf. vv. 1-2). Ciertamente, es el reflejo de una situación política concreta, que se verificaba en los momentos de paso del poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos súbditos o con intentos de conquista. Ahora, en cambio, el texto alude a un contraste de índole general entre el proyecto de Dios, que obra a través de su elegido, y los designios de quienes querrían afirmar su poder hostil y prevaricador. Por tanto, se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que se desarrolla en los acontecimientos históricos, mediante los cuales Dios se manifiesta y nos habla.

4. La segunda parte del salmo, en cambio, contiene un oráculo sacerdotal, cuyo protagonista sigue siendo el rey davídico (cf. vv. 4-7). La dignidad real, garantizada por un solemne juramento divino, une en sí también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, de la antigua Jerusalén (cf. Gn 14), es quizá un modo de justificar el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Además, es sabido que la carta a los Hebreos partirá precisamente de este oráculo: "Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec" (Ps 109,4), para ilustrar el particular y perfecto sacerdocio de Jesucristo.
Examinaremos posteriormente más a fondo el salmo 109, realizando un análisis esmerado de cada uno de sus versículos.

5. Como conclusión, sin embargo, quisiéramos releer el versículo inicial del salmo con el oráculo divino: "Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies". Y lo haremos con san Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés lo comenta así: "Según nuestra costumbre, la participación en el trono se ofrece a aquel que, realizada una empresa, llegando vencedor merece sentarse como signo de honor. Así pues, también el hombre Jesucristo, venciendo con su pasión al diablo, abriendo de par en par con su resurrección el reino de la muerte, llegando victorioso al cielo como después de haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: "Siéntate a mi derecha". No debemos maravillarnos de que el Padre ofrezca la participación del trono al Hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre...
El Hijo está sentado a la derecha porque, según el Evangelio, a la derecha estarán las ovejas, mientras que a la izquierda estarán los cabritos. Por tanto, es necesario que el primer Cordero ocupe la parte de las ovejas y la Cabeza inmaculada tome posesión anticipadamente del lugar destinado a la grey inmaculada que lo seguirá" (40, 2: Scriptores circa Ambrosium, IV, Milán-Roma 1991, p. 195).

Saludos

89 Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a la estudiantina de Querétaro, invitando a todos a que en esta visita a Roma afiancen su fe y acrecienten su esperanza en Cristo. Llevad con vosotros el saludo y la bendición del Papa. Gracias por vuestra atención.

(En polaco)
Queridos peregrinos, que habéis venido de Polonia y de diversos países del mundo: la solemnidad de Cristo Rey pone fin al Año litúrgico. Con el próximo domingo comienza el tiempo de Adviento. El Adviento es un tiempo especial para educarnos en la vigilancia para prepararnos al encuentro con Cristo en la Navidad y que se manifestará plenamente Rey y Señor en la gloria del cielo. Os deseo a todos una buena preparación para las fiestas de Navidad. ¡Alabado sea Jesucristo!.

(En italiano)
Saludo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La figura del apóstol San Andrés, cuya fiesta se celebrará en los próximos días, sea para todos vosotros un modelo de seguimiento y de testimonio cristiano.





Diciembre de 2003


Miércoles 3 de diciembre de 2003

Las maravillas del éxodo de Egipto

1. El canto alegre y triunfal que acabamos de proclamar evoca el éxodo de Israel de la opresión de los egipcios. El salmo 113A forma parte de la colección que la tradición judía ha llamado el "Hallel egipcio". Se trata de los salmos 112-117, una especie de fascículo de cantos, usados sobre todo en la liturgia judía de la Pascua.

El cristianismo asumió el salmo 113A con la misma connotación pascual, pero abriéndolo a la nueva lectura que deriva de la resurrección de Cristo. Por eso, el éxodo que celebra el salmo se convierte en figura de otra liberación más radical y universal. Dante, en la Divina Comedia, pone este himno, según la versión latina de la Vulgata, en labios de las almas del Purgatorio: "In exitu Israel de Aegypto / cantaban todos juntos a una voz..." (Purgatorio II, 46-47). O sea, ve en el salmo el canto de la espera y de la esperanza de quienes, después de la purificación de todo pecado, se orientan hacia la meta última de la comunión con Dios en el paraíso.

2. Sigamos ahora la trama temática y espiritual de esta breve composición orante. Al inicio (cf. vv. 1-2) se evoca el éxodo de Israel desde la opresión egipcia hasta el ingreso en la tierra prometida, que es el "santuario" de Dios, o sea, el lugar de su presencia en medio del pueblo. Más aún, la tierra y el pueblo se funden: Judá e Israel, términos con los que se designaba tanto la tierra santa como el pueblo elegido, se consideran como sede de la presencia del Señor, su propiedad y heredad especial (cf. Ex 19,5-6).

90 Después de esta descripción teológica de uno de los elementos de fe fundamentales del Antiguo Testamento, es decir, la proclamación de las maravillas de Dios en favor de su pueblo, el salmista profundiza espiritual y simbólicamente en los acontecimientos que las constituyen.

3. El Mar Rojo del éxodo de Egipto y el Jordán del ingreso en la Tierra santa están personificados y transformados en testigos e instrumentos que participan en la liberación realizada por el Señor (cf. Sal 113A, 3. 5).

Al inicio, en el éxodo, el mar se retira para permitir que Israel pase y, al final de la marcha por el desierto, el Jordán remonta su curso, dejando seco su lecho para permitir que pase la procesión de los hijos de Israel (cf. Jos
Jos 3-4). En el centro, se evoca la experiencia del Sinaí: ahora son los montes los que participan en la gran revelación divina, que se realiza en sus cimas. Semejantes a criaturas vivas, como los carneros y los corderos, saltan de gozo. Con una vivísima personificación, el salmista pregunta entonces a los montes y las colinas cuál es el motivo de su conmoción: "¿Por qué vosotros, montes, saltáis como carneros, y vosotras, colinas, como corderos?" (Sal 113A, 6).
No se refiere su respuesta; se da indirectamente por medio de una orden dirigida en seguida a la tierra: "Tiembla, tierra, ante la faz del Señor" (v. 7). La conmoción de los montes y las colinas era, por consiguiente, un estremecimiento de adoración ante el Señor, Dios de Israel, un acto de exaltación gloriosa del Dios trascendente y salvador.

4. Este es el tema de la parte final del salmo 113A (cf. vv. 7-8), que introduce otro acontecimiento significativo de la marcha de Israel por el desierto, el del agua que brotó de la roca de Meribá (cf. Ex 17,1-7 NM 20,1-13). Dios transforma la roca en una fuente de agua, que llega a formar un lago: en la raíz de este prodigio se encuentra su solicitud paterna con respecto a su pueblo.
El gesto asume, entonces, un significado simbólico: es el signo del amor salvífico del Señor, que sostiene y regenera a la humanidad mientras avanza por el desierto de la historia.

Como es sabido, san Pablo utilizará también esta imagen y, sobre la base de una tradición judía según la cual la roca acompañaba a Israel en su itinerario por el desierto, interpretará el acontecimiento en clave cristológica: "Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo" (1Co 10,4).

5. En esta misma línea, un gran maestro cristiano, Orígenes, comentando la salida del pueblo de Israel de Egipto, piensa en el nuevo éxodo realizado por los cristianos. En efecto, dice así: "No penséis que sólo entonces Moisés sacó de Egipto al pueblo; también ahora el Moisés que tenemos con nosotros..., es decir, la ley de Dios, quiere sacarte de Egipto; si la escuchas, quiere alejarte del faraón... No quiere que permanezcas en las obras tenebrosas de la carne, sino que salgas al desierto, que llegues al lugar donde ya no existen las turbaciones y fluctuaciones del mundo, que llegues a la paz y el silencio... Así, cuando hayas llegado a ese lugar de paz, podrás hacer ofrendas al Señor, podrás reconocer la ley de Dios y el poder de la voz divina" (Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 71-72).

Usando la imagen paulina que evoca la travesía del Mar Rojo, Orígenes prosigue: "El Apóstol llama a esto un bautismo, realizado en Moisés en la nube y en el mar, para que también tú, que fuiste bautizado en Cristo, en el agua y en el Espíritu Santo, sepas que los egipcios te están persiguiendo y quieren ponerte a su servicio, es decir, al servicio de los señores de este mundo y de los espíritus del mal, de los que antes fuiste esclavo. Estos, ciertamente, tratarán de perseguirte, pero tú baja al agua y saldrás incólume; y, después de lavar las manchas de los pecados, sube como hombre nuevo dispuesto a cantar el cántico nuevo" (ib., p. 107).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina. Bautizados en Jesucristo, en el agua y el Espíritu Santo, y redimidos de todo pecado, renaced como hombres nuevos y cantad el cántico nuevo.

(En italiano)
91 Saludo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Os invito a todos a mirar a Jesús, el Hijo de Dios, a quien en este tiempo de Adviento esperamos como Salvador. Que él sea vuestra fuerza y vuestro apoyo.




Miércoles 10 de diciembre de 2003

Las bodas del Cordero

1. Siguiendo la serie de los salmos y los cánticos que constituyen la oración eclesial de las Vísperas, nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones.

Detrás de estas gozosas invocaciones se halla la lamentación dramática entonada en el capítulo anterior por los reyes, los mercaderes y los navegantes ante la caída de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y la opresión, símbolo de la persecución desencadenada contra la Iglesia.

2. En antítesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo un coro alegre de ámbito litúrgico que, además del aleluya, repite también el amén. En realidad, las diferentes aclamaciones, semejantes a antífonas, que ahora la Liturgia de las Vísperas une en un solo cántico, en el texto del Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. Ante todo, encontramos una "multitud inmensa", constituida por la asamblea de los ángeles y los santos (cf. vv. 1-3). Luego, se distingue la voz de los "veinticuatro ancianos" y de los "cuatro vivientes", figuras simbólicas que parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y acción de gracias (cf. v. 4). Por último, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual, a su vez, implica en el canto a la "multitud inmensa" de la que se había partido (cf. vv. 6-7).

3. En las futuras etapas de nuestro itinerario orante, tendremos ocasión de ilustrar cada una de las antífonas de este grandioso y festivo himno de alabanza entonado por muchas voces. Ahora nos contentamos con dos anotaciones. La primera se refiere a la aclamación de apertura, que reza así: "La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).

En el centro de esta invocación gozosa se encuentra el recuerdo de la intervención decisiva de Dios en la historia: el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Como dice el salmista, "el Señor tiene su trono en el cielo: sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres" (Ps 10,4).

4. Más aún, su mirada es fuente de acción, porque él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal. El salmista describe también con imágenes pintorescas (cf. Ps 10,7) esta irrupción de Dios en la historia, como el autor del Apocalipsis había evocado en el capítulo anterior (cf. Ap 18,1-24) la terrible intervención divina con respecto a Babilonia, arrancada de su sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervención en un pasaje que no se recoge en la celebración de las Vísperas (cf. Ap 19,2-3).

Nuestra oración, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal. Dios se hace presente en la historia, poniéndose de parte de los justos y de las víctimas, precisamente como declara la breve y esencial aclamación del Apocalipsis, y como a menudo se repite en el canto de los salmos (cf. Ps 145,6-9).

5. Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cántico. Se desarrolla en la aclamación final y es uno de los motivos dominantes del mismo Apocalipsis: "Llegó la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido" (Ap 19,7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, están en profunda comunión de amor.


Audiencias 2003 83