Discursos 2003



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Enero de 2003



ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS BARRENDEROS DE ROMA


Domingo 5 de enero de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. ¡Bienvenidos a la casa del Papa! Os saludo cordialmente a todos vosotros y a vuestras familias. Dirijo un deferente saludo a las autoridades presentes, en particular al señor alcalde y al presidente de la Empresa municipal del ambiente (AMA), al que agradezco las amables palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos comunes.

Es tradición, desde hace años, que el Papa vaya a visitar el característico belén, conocido como el belén de los barrenderos, mejorado cada año por su realizador, el señor Giuseppe Ianni. Esta vez no he ido personalmente a verlo a vuestra sede de vía dei Cavalleggeri; me contento con admirarlo, en cierto sentido, a través de la fotografía que me habéis traído, juntamente con un pequeño belén construido con los mismos materiales.

Pero al concluir las fiestas navideñas, he querido invitaros yo para corresponder a vuestra cortesía. Aquí, en el palacio apostólico y en otros lugares del Vaticano se han montado varios belenes, con estatuas, personajes y paisajes que reflejan la universalidad de la Iglesia. Podéis admirar uno muy hermoso en esta sala. Hay otro grande en la plaza de San Pedro, y otro más en la basílica vaticana. Los belenes acogen a los peregrinos y a los visitantes, y les ayudan a evocar el misterio de la noche santa.

2. Queridos hermanos, ¡gracias de corazón por haber aceptado mi invitación! Este encuentro, sencillo y familiar, me brinda la oportunidad de renovar mi profundo aprecio al presidente, a los directivos y a todo el personal de la AMA por el importante servicio que vuestra empresa presta día y noche a la ciudad y a sus habitantes. Que Dios os ayude a realizarlo con empeño y dedicación.

Estamos al comienzo del nuevo año; por eso, os expreso con afecto mi deseo de que 2003 sea un año de serenidad y paz para todos. La solemnidad de la Epifanía, que celebraremos mañana, nos recuerda la manifestación de Jesús al mundo.

María santísima, que presentó a Jesús a los Magos para que lo adoraran, os proteja a vosotros, a vuestros seres queridos, así como vuestras actividades y vuestros proyectos. Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos mi bendición.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO


Viernes 10 de enero de 2003



Eminencias;
excelencias;
2 queridos hermanos en Cristo:

Con gran afecto saludo a los alumnos del Pontificio Colegio Norteamericano, así como al rector, a los profesores y a los estudiantes del seminario y a los sacerdotes estudiantes de la Casa Santa María de la Humildad. Os habéis reunido en Roma para celebrar el 50° aniversario de dos acontecimientos que han abierto un nuevo capítulo de la historia del Colegio: la dedicación del edificio del seminario en el Janículo y la inauguración de la Casa Santa María como casa sacerdotal de estudio. Que este aniversario intensifique vuestro compromiso de continuar la misión del Colegio de formar sacerdotes imbuidos de un profundo sentido de la universalidad de la Iglesia y de celo por la difusión del reino de Dios tanto en vuestro país natal como en todo el mundo.

Este año, vuestro encuentro os hace volver a Roma y al Colegio, a los amados lugares donde en otro tiempo, con el idealismo y la generosidad de la juventud, os habéis comprometido en la búsqueda del conocimiento, la sabiduría y la santidad para servir al pueblo de Dios. En un tiempo de dificultades y sufrimientos para los católicos en Estados Unidos, os aseguro a todos mi solidaridad en la oración. Espero fervientemente que estos días de reflexión, oración y fraternidad sacerdotal os fortalezcan en vuestra noble vocación de ser discípulos de Jesucristo, testigos de la verdad de su Evangelio y pastores totalmente comprometidos en la renovación de su Iglesia en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Queridos hermanos, en medio de los desafíos y las esperanzas del momento presente, os exhorto a mantener vuestra mirada fija en Jesús, nuestro sumo Sacerdote, que jamás deja de inspirar y perfeccionar nuestra fe (cf. Hb
He 12,2). Encomendándoos a vosotros y a los fieles a los que servís a la intercesión amorosa de Nuestra Señora de la Humildad, patrona del Colegio, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en el Señor.



MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL 160° ANIVERSARIO


DE LA PONTIFICIA OBRA DE LA SANTA INFANCIA




Amadísimos muchachos misioneros:

1. En la primera mitad del siglo XIX, en Europa se produjo una gran expansión misionera, y la Iglesia, consciente de la potencialidad misionera de la infancia, comenzó a pedir a los niños que se convirtieran en protagonistas del anuncio del Evangelio a sus coetáneos.

El 9 de mayo de 1843, el obispo de Nancy, monseñor Charles de Forbin-Janson, con el deseo de sostener las actividades de los católicos en China, propuso a los muchachos de París que ayudaran a sus coetáneos rezando un avemaría al día y ofreciendo algo de dinero al mes. En poco tiempo, esta iniciativa misionera de apoyo material y espiritual superó los confines de Francia y se difundió en otros países.

El 30 de septiembre de 1919 mi venerado predecesor Benedicto XV escribió: "Recomendamos intensamente a todos los fieles la Obra de la Santa Infancia, que tiene como finalidad proporcionar el bautismo a los niños no cristianos. Hácese esta obra tanto más simpática cuanto que también nuestros niños tienen en ella su participación; con lo cual, a la vez que aprenden a estimar el valor del beneficio de la fe, se acostumbran a la práctica de cooperar a su difusión" (Maximum illud).

La fiesta de la Epifanía de este año reviste un valor singular, porque la Obra de la santa infancia, presente actualmente en 110 naciones, cumple 160 años de historia. Esta Obra propone a los niños de todas las diócesis del mundo un programa que tiene como fundamento la oración, el sacrificio y gestos de solidaridad concreta: de este modo pueden convertirse en evangelizadores de sus coetáneos.

2. Queridos muchachos misioneros, conozco el empeño y la generosidad con que procuráis cumplir este compromiso apostólico. Os esforzáis de muchos modos por compartir la suerte de los niños obligados prematuramente al trabajo y por aliviar la indigencia de los pobres; os solidarizáis con la ansiedad y los dramas de los niños implicados en las guerras de los adultos, siendo a menudo víctimas de la violencia bélica; rezáis todos los días para que el don de la fe, que vosotros habéis recibido, se participe a millones de vuestros amigos que aún no conocen a Jesús.

Con razón estáis convencidos de que quien encuentra a Jesús y acepta su Evangelio se enriquece con numerosos valores espirituales: la vida divina de la gracia, el amor que hermana, la entrega a los demás, el perdón dado y recibido, la disponibilidad a acoger y ser acogidos, la esperanza que nos proyecta hacia la eternidad, y la paz como don y como tarea.

3 En este tiempo navideño, en muchas Iglesias particulares los niños de la Obra de la Santa Infancia, vestidos de magos o de pastores, pasan de casa en casa a dar el anuncio gozoso de la Navidad. Es la simpática costumbre de los "cantores de la estrella", que comenzó por iniciativa de la Obra de los países germánicos y se difundió a continuación en muchas otras naciones; muchachos y muchachas llaman a la puerta, cantan villancicos, rezan oraciones y presentan a las familias proyectos de solidaridad. Así, los pequeños evangelizan también a los grandes.

3. Sabéis bien que este compromiso de evangelización y de solidaridad no se limita a algunas semanas y al período navideño; se extiende a toda la vida. Por eso, os animo a responder generosamente a las innumerables peticiones de ayuda que provienen de los países pobres.
¡Cuántos muchachos en Europa, en América, en Asia, en África y en Oceanía oran y trabajan por este mismo ideal! Se ha creado un Fondo mundial de solidaridad, incrementado por donativos que llegan de todo el mundo. Se utiliza para financiar pequeños y grandes proyectos destinados a la infancia.

Existen bellísimas historias de niños que, para adoptar a distancia a sus amigos, se han dedicado a vender estrellas o a recoger sellos; para liberar a sus coetáneos obligados a combatir, han renunciado a un juguete o a una diversión costosa; y para financiar los libros de catecismo o para construir escuelas en zonas de misión, realizan diferentes formas de ahorro. Y los ejemplos podrían seguir. Son más de tres mil los proyectos que los niños misioneros están financiando con sus contribuciones. ¿No es un auténtico milagro del amor de Dios, vasto y silencioso, que deja una huella en el mundo?

En este milagro debéis participar todos, queridos niños misioneros. Y el que no tenga realmente nada, puede dar la contribución de su oración juntamente con las molestias de su pobreza.

4. Queridos muchachos y muchachas, el compromiso misionero os ayuda a vosotros mismos a crecer en la fe y os hace discípulos alegres de Jesús.

La solidaridad con quienes son menos afortunados os abre el corazón a las grandes exigencias de la humanidad. En los niños pobres y necesitados podéis reconocer el rostro de Jesús. Así actuaron insignes misioneros como Francisco Javier, Mateo Ricci, Carlos de Foucauld, la madre Teresa de Calcuta y tantos otros en todas las regiones del mundo.

Deseo de corazón que vuestros pastores, obispos y sacerdotes, así como vuestros catequistas y animadores, vuestros padres y profesores, se interesen por la Obra de la Infancia Misionera.
Desde su fundación, ha dado frutos de heroísmo misionero, y ha escrito páginas muy hermosas en la historia de la Iglesia. Los primeros niños chinos, salvados por los "niños misioneros", han llegado a ser profesores, catequistas, médicos y sacerdotes. El don del bautismo se ha transformado en luz para ellos y para sus familias.

Entre los muchachos que han recibido ayuda gracias a los donativos y la oración de otros niños, figuran el mártir Pablo Tchen y el cardenal Tien Kenshin, primer arzobispo de Pekín. Además, a lo largo de los años ha nacido en numerosos muchachos y muchachas la vocación a la consagración total a la evangelización.

¡Cómo no recordar a la pequeña Teresa de Lisieux que, a los 7 años, el 12 de mayo de 1882, se inscribió en la Obra de la Santa Infancia, y a los 14 ya había decidido entregarse a Jesús por la salvación del mundo! Esta fecundidad espiritual no se ha extinguido hoy. Oremos para que un número cada vez mayor de niños ponga a disposición del Evangelio no sólo una etapa de su vida, sino toda su existencia. Pidamos también a Dios que se extienda por doquier la acción benéfica de la Infancia Misionera.

4 5. Las necesidades de los niños del mundo son tan numerosas y complejas, que ninguna alcancía y ningún gesto de solidaridad, por más grande que sea, bastaría para resolverlas. Es necesaria la ayuda de Dios. Vosotros, queridos muchachos misioneros, al inscribiros en la Obra de la Santa Infancia, asumís como primer compromiso el rezo de un avemaría al día. En efecto, sabéis que la eficacia de la misión depende, ante todo, de la oración, y por eso os dirigís a la Virgen, Estrella de la evangelización.

Desde hace 160 años la invocáis en nombre de los niños de todo el mundo. Os exhorto a perseverar en esta hermosa práctica con un compromiso renovado en este "Año del Rosario". Los más grandes de entre vosotros podrían intentar, al menos de vez en cuando, rezar toda una decena o, incluso, el rosario entero. Es muy sugestivo el Rosario misionero: una decena, la blanca, es por la vieja Europa, para que sea capaz de recuperar la fuerza evangelizadora que ha engendrado tantas Iglesias; la decena amarilla es por Asia, que rebosa de vida y juventud; la decena verde es por África, probada por el sufrimiento, pero disponible al anuncio; la decena roja es por América, promesa de nuevas fuerzas misioneras; y la decena azul es por el continente de Oceanía, que espera una difusión más amplia del Evangelio.

Queridos muchachos misioneros, que os acompañe la Virgen en vuestro compromiso. A ella os encomiendo a vosotros, así como a vuestros familiares y a las comunidades cristianas a las que pertenecéis. Os bendigo a todos con afecto.

Vaticano, 6 de enero de 2003, solemnidad de la Epifanía del Señor.






A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS


DEL PONTIFICIO COLEGIO PORTUGUÉS


Sábado 11 de enero de 2003



Señor cardenal patriarca;
queridos sacerdotes del Pontificio Colegio Portugués;
amados hermanos y hermanas:

Con gran alegría os doy la bienvenida a la casa de Pedro, recordando la visita que hice a la vuestra hace dieciocho años. Os saludo a cada uno, incluyendo en mi saludo a vuestras familias y vuestros países de origen, que llevo en mi corazón.

En la persona del señor cardenal, que me ha presentado amablemente la familia del Colegio y que, en calidad de presidente, representa a la Conferencia episcopal portuguesa, quiero congratularme por su compromiso, y por la solicitud y la confianza invertidas en los cien años de vida de esta institución. Aprovecho la ocasión para agradecer a los responsables los servicios prestados a la casa, así como la formación, la diligencia y la competencia que demuestran; y a los alumnos, la seriedad y el entusiasmo puestos en corresponder a las expectativas de sus respectivas diócesis.
Por mi parte, me uno de buen grado a vuestra alabanza a Dios por los cien años de esta institución, y renuevo la esperanza que depositaron en ella mis predecesores, comenzando por el Papa León XIII que, con el breve Rei catholicae apud lusitanos, del 20 de octubre de 1900, instituyó el Pontificio Colegio Portugués, dándole también una residencia y una dirección estable, con el fin de "proporcionar -se lee en el documento- a los que se dedican al sacerdocio una educación más esmerada, puesto que con este único beneficio se suministran a la Iglesia (portuguesa) casi todas las ayudas que precisa".

5 En una Iglesia local es muy útil que algunos miembros del clero profundicen su conocimiento del mensaje cristiano en el marco de los estudios universitarios. Conozco el gran empeño con que los obispos portugueses han procurado ofrecer medios de formación cualificada a sus sacerdotes, en particular con la institución y la ampliación incesante de la Universidad católica en el país, pero corresponde al espíritu de las mismas instituciones universitarias hacer que una parte de sus estudiantes frecuente centros académicos en el extranjero a fin de adquirir otra visión y una formación complementaria. De ahí la gran utilidad que ha tenido y seguirá teniendo el Colegio portugués para acoger dignamente a los sacerdotes, a los que se da la oportunidad de proseguir su formación teológico-pastoral, aprovechando todos los recursos que les ofrece la ciudad eterna.

A título de homenaje, ¡cómo no recordar que, a lo largo de los primeros cien años, han pasado por el Colegio 867 alumnos, la mayoría de ellos sacerdotes que han sido pastores iluminados y celosos -entre ellos se cuentan tres cardenales y 64 obispos-, a cuya formación esta institución ha dado una contribución de primera calidad! Roma ha ayudado a consolidar en ellos una mentalidad universal y católica de acuerdo con las líneas esenciales de la acción por realizar, cuando más tarde, impregnados de un auténtico espíritu apostólico, han puesto al servicio de la evangelización el saber acumulado, valiéndose muchas veces del conocimiento directo de las personas y las situaciones que su estancia en Roma les había proporcionado. Una lección que nos deja este centenario es la gran fecundidad espiritual que existe desde la fundación de esta institución portuguesa aquí, en el corazón mismo de la catolicidad, ofreciendo excepcionales oportunidades no sólo para el trabajo académico, sino también para la experiencia personal.

El Colegio, que recuerda en muchos aspectos el cenáculo de Jerusalén, ha entrado ya en su segundo siglo de existencia. Sobre cuantos forman su familia imploro la venida del Espíritu Santo con sus dones. Como ha dicho el señor cardenal, hoy se acoge en él a sacerdotes de diferentes países y lenguas, transformándose en un lugar privilegiado de encuentro sacerdotal y en un vínculo promotor de unidad entre distintas Iglesias locales. Al final del gran jubileo del año 2000, invité a todo el pueblo de Dios a "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión; este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte
NM 43).
Como recuerdo de nuestro encuentro, os expreso un deseo: que todos den su contribución para profundizar y consolidar la unidad de la Iglesia, de la que Roma es signo y centro puesto a su servicio.

Como sabéis, una comunidad cristiana vive del esfuerzo de comunicación y cooperación de cada uno de sus miembros, obedeciendo al amor que proviene de la santísima Trinidad, cuyas Personas subsisten en la comunicación y el intercambio recíprocos e incesantes de ser y vida. Esta comunicación trinitaria es el modelo que debe reflejarse en el ser y el servicio sacerdotal, que "tiene una radical forma comunitaria y sólo puede ser ejercido como una obra colectiva" (Pastores dabo vobis PDV 17), en comunión jerárquica con el propio obispo y en relación con los demás presbíteros y con los fieles laicos.

Amados hermanos y hermanas, estos son algunos de los sentimientos que me inspira el centenario de vuestro y nuestro Colegio. Seguid progresando, sin cesar, en la formación cristiana y sacerdotal, apostólica y cultural, que la Iglesia espera de vosotros; amad apasionadamente el Evangelio y a los hombres a los que sois enviados, según el ejemplo y la medida del Corazón de Cristo (cf. Jr Jr 3,15), al que está dedicao solemnemente el Colegio por el acto de consagración que las sucesivas generaciones de superiores y alumnos han renovado, encontrando en él serenidad, inspiración y santidad.

Así, esta institución ha de seguir siendo, como en el pasado, vivero de apóstoles, punto de unión de la Roma católica con vuestros países, y testimonio vivo de la dedicación y la fidelidad de estos a la Sede de Pedro. Con estos deseos de un futuro para el Colegio portugués, imparto de corazón a los superiores y alumnos, a los bienhechores y colaboradores, presentes y ausentes, mi bendición apostólica.






AL CUERPO DIPLOMÁTICO


13 de enero de 2003

: Excelencias,
Señoras y Señores:

1. ¡Qué hermosa tradición es este encuentro de primeros de año, que me ofrece el gozo de recibirles y, en cierto modo, abrazar a todos los pueblos que Ustedes representan! En efecto, sus esperanzas y aspiraciones, sus logros y dificultades, me llegan por medio de Ustedes, y gracias a Ustedes. Hoy deseo expresar los más fervientes votos de felicidad, de paz y de prosperidad para sus países.

6 Al alba del nuevo año, me complace presentarles mis mejores deseos, a la vez que imploro abundantes bendiciones divinas sobre ustedes, sus familias y sus compatriotas.

Antes de compartir con ustedes algunas reflexiones inspiradas por la actual situación del mundo y de la Iglesia, siento el deber de agradecer a su Decano, el Embajador Giovanni Galassi el discurso que me ha dirigido, así como los buenos deseos que tan delicadamente ha manifestado, en nombre de todos, por mi persona y mi ministerio. Acepten por ello mi sincero agradecimiento.

Señor Embajador, se ha referido Usted brevemente a las legítimas esperanzas de nuestros contemporáneos, lamentablemente contrariadas demasiado a menudo por crisis políticas, la violencia armada, los conflictos sociales, la pobreza o las catástrofes naturales. Nunca como en este comienzo de milenio el hombre ha experimentado lo precario que es el mundo que ha construido.

2. Me impresiona personalmente el sentimiento de miedo que atenaza frecuentemente el corazón de nuestros contemporáneos. El terrorismo pertinaz que puede atacar en cualquier momento o lugar; el problema no resuelto del Medio Oriente, con Tierra Santa e Irak; los vaivenes que conmueven Sudamérica, particularmente Argentina, Colombia y Venezuela; los conflictos que impiden a numerosos países africanos dedicarse a su propio desarrollo; las enfermedades que propagan contagio y muerte; el grave problema del hambre, sobre todo en África; las conductas irresponsables que contribuyen al empobrecimiento de los recursos del planeta. Todo esto son calamidades que amenazan la supervivencia de la humanidad, la serenidad de las personas y la seguridad de las sociedades.

3. Pero todo puede cambiar. Depende de cada uno de nosotros. Todos pueden desarrollar en sí mismos su potencial de fe, de rectitud, de respeto al prójimo, de dedicación al servicio de los otros.

Depende también, evidentemente, de los responsables políticos, llamados a servir el bien común. No se sorprenderán si, ante un plantel de diplomáticos, enuncio a este respecto algunos imperativos que me parecen necesarios seguir si se quiere evitar que pueblos enteros, y quizás también la humanidad misma, no se hundan en el abismo.

Ante todo, un "SÍ A LA VIDA". Respetar la vida y las vidas: todo empieza aquí, puesto que el más fundamental de los derechos humanos es ciertamente el derecho a la vida. El aborto, la eutanasia o la clonación humana, por ejemplo, amenazan con reducir la persona humana a un simple objeto: en cierto modo, ¡la vida y la muerte por encargo! Cuando carece de todo criterio moral, la investigación científica referente a las fuentes de la vida son una negación del ser y de la dignidad de la persona. La guerra misma atenta contra la vida humana, pues conlleva el sufrimiento y la muerte. ¡La lucha por la paz es siempre una lucha por la vida!

Seguidamente, el RESPETO DEL DERECHO. La vida en sociedad –en particular en el ámbito internacional – presuponen principios comunes e intangibles cuyo objetivo es garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos y de las naciones. Estas normas de conducta son la base de la estabilidad nacional e internacional. Hoy en día, los responsables políticos disponen de textos e instituciones muy apropiados. Basta con llevarlos a la práctica. ¡El mundo sería totalmente diferente si se comenzaran a aplicar sinceramente los acuerdos firmados!

En fin, EL DEBER DE SOLIDARIDAD. En un mundo sobradamente informado pero en el que, paradójicamente, se comunica con gran dificultad, en el que las condiciones de vida son escandalosamente desiguales, es importante de no dejar nada por intentado para que todos se sientan responsables del crecimiento y el bienestar de todos. En ello se juega nuestro futuro. Un joven sin trabajo, una persona minusválida marginada, personas ancianas abandonadas, países atenazados por el hambre y la miseria, hacen que demasiado a menudo el hombre desespere y sucumba ante la tentación de encerrarse en sí mismo o ceda a la violencia.

4. Por estos motivos, hay decisiones que son necesarias para que el hombre tenga aún un futuro. Y los pueblos de la tierra, así como sus autoridades, han de tener a veces valor para decir "no". ¡«NO A LA MUERTE»! Es decir, no a todo lo que atenta a la incomparable dignidad de cada ser humano, comenzando por la de los niños por nacer. Si la vida es realmente un tesoro, hay que saber conservarlo y hacerle fructificar sin desnaturalizarlo. No a lo que debilita la familia, célula fundamental de la sociedad. No a todo lo que destruye en el niño el sentido del esfuerzo, el respeto de sí mismo y del otro, el sentido del servicio.

¡«NO AL EGOÍSMO»! Esto es, a todo lo que induce al hombre a refugiarse en el círculo de una clase social privilegiada o en una comodidad cultural que excluye a los demás. El modo de vida de quienes gozan del bienestar, su modo de consumir, han de ser revisados a la luz de las repercusiones que provocan en otros países. Piénsese, por ejemplo, en el problema del agua, propuesto por la Organización de las Naciones unidad como tema de reflexión para todos durante este año 2003. También es egoísmo la indiferencia de las naciones pudientes respecto a aquellas marginadas. Todos los pueblos tienen el derecho a recibir una parte ecuánime de los bienes de este mundo y de la competencia de los países más expertos para elaborarlos. ¿Cómo no pensar, por ejemplo, en el acceso de todos a los medicamentos genéricos, necesario para luchar contra las pandemias actuales?; un acceso que se ve frecuentemente obstaculizado por consideraciones económicas a corto plazo.

7 ¡«NO A LA GUERRA»! Ésta nunca es una simple fatalidad. Es siempre es una derrota de la humanidad. El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, el ejercicio tan noble de la diplomacia, son los medios dignos del hombre y las naciones para solucionar sus contiendas. Digo eso pensando en los tan numerosos conflictos que todavía aprisionan a nuestros hermanos, los hombres. En Navidad, Belén nos ha recordado la crisis no resuelta del Medio Oriente, donde dos pueblos, el israelí y el palestino, están llamados a vivir uno junto al otro, igualmente libres y soberanos y recíprocamente respetuosos. Sin repetir lo que os dije el año pasado en circunstancias parecidas, me conformaré con añadir hoy, ante el empeoramiento constante de la crisis medio-oriental, que su solución nunca podrá ser impuesta recurriendo al terrorismo o a los conflictos armados, pensando que la solución consiste en victorias militares. Y, ¿qué decir de la amenaza de una guerra que podría recaer sobre las poblaciones de Irak, tierra de los profetas, poblaciones ya extenuadas por más de doce años de embargo? La guerra nunca es un medio como cualquier otro, al que se puede recurrir para solventar disputas entre naciones. Como recuerda la Carta de la Organización de las Naciones Unidas y el Derecho internacional, no puede adoptarse, aunque se trate de asegurar el bien común, si no es en casos extremos y bajo condiciones muy estrictas, sin descuidar las consecuencias para la población civil, durante y después de las operaciones.

5. Por tanto, es posible cambiar el curso los acontecimientos si prevalece la buena voluntad, la confianza en el otro, la puesta en práctica de los compromisos adquiridos y la cooperación entre miembros responsables. Citaré dos ejemplos.

Europa de hoy, unida y a la vez ampliada. Ha sabido derribar los muros que la desfiguraban. Se ha embarcado en la elaboración y la construcción de una realidad capaz de conjugar unidad y diversidad, soberanía nacional y acción común, progreso económico y justicia social. Esta Europa nueva lleva consigo los valores que durante dos milenios han fecundado un modo de pensar y vivir de los que el mundo entero se ha beneficiado. Entre estos valores, el cristianismo tiene un papel clave, en la medida en que ha dado lugar a un humanismo que ha impregnado su historia y sus instituciones. Teniendo en cuenta este patrimonio, la Santa Sede y el conjunto de las Iglesias cristianas han insistido ante los redactores del futuro Tratado constitucional de la Unión europea para que se haga una referencia a las Iglesias e instituciones religiosas. En efecto, parece deseable que, respetando plenamente la laicidad, se reconozcan tres elementos complementarios: la libertad religiosa, no sólo en su dimensión individual y cultual, si no también social y corporativa; la oportunidad de que haya un diálogo y una consulta organizada entre los Gobernantes y las comunidades de creyentes; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las instituciones religiosas en los Estados miembros de la Unión. Una Europa que renegara de su pasado, que negara el hecho religioso y que no tuviera dimensión espiritual alguna, quedaría desguarnecida ante al ambicioso proyecto que moviliza sus energías: ¡construir la Europa de todos!

También África nos da esta una vez ocasión de júbilo. Angola ha comenzado su reconstrucción; Burundi ha emprendido el camino que podría conducir a la paz, y espera comprensión y ayuda financiera de la comunidad internacional; la República Demo crática de Congo se ha comprometido seriamente en un diálogo nacional que debería conducir a la democracia. También Sudán ha dado prueba de buena voluntad, si bien el camino hacia la paz es largo y arduo. Hay felicitarse sin duda por estos progresos y animar a los responsables políticos a no escatimar esfuerzos para que, poco a poco, los pueblos de África lleguen a un principio de pacificación y, por tanto, de prosperidad, al reparo de las luchas étnicas, la arbitrariedad y la corrupción. Por eso hemos de deplorar los graves acontecimientos que estremecen Costa de Marfil y la República Centroafricana, invitando al mismo tiempo a sus habitantes a deponer las armas, a respetar su respectiva Constitución y a poner las bases de un diálogo nacional. Así será fácil implicar todos los miembros de la comunidad nacional en la elaboración de un proyecto de sociedad en el que todos se reconozcan. Además, satisface constatar que, cada vez más, los africanos intentan encontrar las soluciones más adecuadas a sus problemas, gracias a la acción de la Unión Africana y a las mediaciones regionales eficaces.

6. Excelencias, distinguidos Señoras y Señores, hoy se impone una constatación: la independencia de los Estados no se puede concebir si no es en el marco de la interdependencia. Todo están unidos en el bien y el mal. Precisamente por ello, conviene saber distinguir rigurosamente entre el bien y el mal, y llamarlos por su nombre. A este respecto, cuando reina la duda y la confusión, se han de temer los mayores males, como tantas veces ha enseñado la historia.

Para evitar caer en el caos, se han de respetar dos exigencias. La primera es que, en el seno de los Estado, se redescubra el valor primordial de la ley natural, que antaño inspiró el derecho de gentes y a los primeros pensadores del derecho internacional. Aún cuando algunos cuestionan su validez, estoy convencido de que sus principios generales y universales son siempre capaces de hacer percibir mejor la unidad del género humano y de favorecer el perfeccionamiento de la conciencia tanto de los gobernantes como de los gobernados. En segundo lugar, la acción perseverante de hombres de estado honrados y desinteresados. En efecto, sólo la adhesión a profundas convicciones éticas puede legitimar la indispensable competencia profesional de los responsables políticos ¿Cómo se podría pretender tratar los asuntos del mundo sin referencia a este conjunto de principios que son la base de ese « bien común universal » del que tan bien ha hablado la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII? Para un ejecutivo coherente con sus convicciones, siempre será posible negarse a situaciones de injusticia o a desviaciones institucionales, o bien terminar con ellas. Creo que en esto reside los que corrientemente se llama hoy el "buen gobierno". El bienestar material y espiritual de la humanidad, la tutela de las libertades y los derechos de la persona humana, el servicio público desinteresado, la cercanía a las situaciones concretas, prevalecen sobre cualquier programa político y constituyen una exigencia ética, que es al vez lo mejor para asegurar la paz interior de las naciones y la paz entre los Estados.

7. Es evidente que, para un creyente, a estas motivaciones se añaden las que proporciona la fe en un Dios creador y padre de todos los hombres, a los que confía la gestión de la tierra y el deber del amor fraterno. Es como decir que el Estado tiene sumo interés en cuidar de que la libertad religiosa – individual y social al mismo tiempo – sea efectivamente garantizada a todos. Como ya he tenido ocasión de decir, los creyentes que se sienten respetados en su fe, que ven sus comunidades reconocidas jurídicamente, colaborarán con mayor convicción aún al proyecto común de la sociedad civil de la que son miembros. Comprenderán, pues, que me haga portavoz de todos los cristianos que, desde Asia a Europa, son todavía víctimas de violencia e intolerancia, como la que se ha producido muy recientemente con ocasión de la celebración de Navidad. El diálogo ecuménico entre cristianos y los contactos respetuoso con las otras religiones, en particular con el Islam, son el mejor antídoto contra las desviaciones sectarias, el fanatismo y el terrorismo religioso. Por lo que concierne a la Iglesia Católica, sólo mencionaré una situación, que es por mí motivo de gran aflicción: el trato dado a las comunidades católicas en la Federación Rusa que, desde hace meses, por razones administrativas, ven cómo algunos de sus pastores están imposibilitados para llegar hasta ellas. La Santa Sede espera que las autoridades gubernativas tomen decisiones concretas que pongan fin a esta crisis y que obren en conformidad a los compromisos internacionales suscritos por la Rusia moderna y democrática. Los católicos rusos quieren vivir como sus hermanos del resto del mundo, con la misma libertad y la misma dignidad.

8. Excelencias, Señoras y Señores, que nosotros, los que estamos reunidos en este lugar, símbolo de espiritualidad, de dialogo y de paz, contribuyamos con nuestra acción cotidiana a que todos los pueblos del tierra progresen, en la justicia y la concordia, hacia las situaciones más dichosas y más justas, libres de la pobreza, la violencia y las amenazas de guerra. ¡Dios quiera colmar de bendiciones a sus personas y a todos los que representan! ¡Feliz año a todos!






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