Discursos 2003 7


A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO


Y DE LA PROVINCIA DE ROMA


Jueves 16 de enero de 2003

Ilustres señores y amables señoras:

1. Me alegra mucho recibiros, al inicio del nuevo año, para nuestro tradicional intercambio de felicitaciones. Es una ocasión propicia para confirmar y fortalecer los vínculos, consolidados a lo largo de dos milenios de historia, que unen al Sucesor de Pedro y la ciudad de Roma, su provincia y la región del Lacio.

8 Dirijo mi saludo cordial y deferente al presidente de la Junta regional del Lacio, Francesco Storace, al alcalde de Roma, Walter Veltroni, y al presidente de la provincia de Roma, Silvano Moffa, agradeciéndoles las amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las administraciones que presiden. Saludo asimismo a los presidentes de los respectivos concejos y a todos vosotros, aquí presentes.

2. En un momento de gran preocupación por la paz en el mundo, y también marcado por no pocos problemas nacionales y locales, deseo ante todo dirigiros a vosotros, ilustres representantes de Roma y del Lacio, las mismas palabras de convencida y meditada confianza que dirigí al Parlamento italiano en el memorable encuentro del 14 de noviembre del año pasado. Precisamente cuando aumenta el peligro de enfrentamientos y conflictos entre las diversas naciones y culturas, se manifiesta con más nitidez y urgencia la misión de amor y por consiguiente de paz, de comprensión recíproca y de reconciliación propia del cristianismo y que, por tanto, corresponde a la vocación histórica de Roma, centro de la catolicidad. La ciudadanía honoraria de Roma, que habéis querido otorgarme hace poco más de dos meses, es para mí una confirmación y un estímulo ulterior a impulsar la dedicación de esta nobilísima ciudad a la causa de la paz. Os pido que colaboréis, cada uno según sus responsabilidades, en esta grande y benéfica empresa, y os agradezco el esfuerzo que ya habéis realizado en este sentido.

3. No cabe duda de que uno de los mayores problemas de nuestro tiempo es la crisis de numerosas familias, la escasez de nacimientos y el consiguiente envejecimiento de la población. Roma y el Lacio no están exentos de estas dificultades, que amenazan tanto a Italia como a muchas otras naciones.

Precisamente en este ámbito la Iglesia y las instituciones civiles están llamadas a una colaboración cordial y efectiva. En efecto, es preciso suscitar una renovada conciencia de la importancia y del carácter sagrado de los vínculos familiares, así como de la alegría que acompaña el nacimiento y la educación de los hijos: la comunidad cristiana tiene aquí un campo fundamental de testimonio y de compromiso. Pero también es indispensable que la familia fundada en el matrimonio sea objeto privilegiado de las políticas sociales; por tanto, me alegra el desarrollo de las iniciativas en favor de las familias, en particular de las parejas jóvenes, así como la realización del Observatorio regional permanente de las familias. De igual modo, es importante nuestra colaboración recíproca con vistas a la formación de las generaciones jóvenes, para ayudar a la responsabilidad primaria de las familias. El apoyo a las escuelas católicas, a los oratorios y a las demás instituciones educativas promovidas por la comunidad católica, es una de las formas en que se realiza positivamente esta colaboración.

4. La atención de los administradores públicos jamás puede prescindir de la marcha de la economía y de las anejas posibilidades de trabajo y de empleo. La ciudad y la provincia de Roma, y toda la región del Lacio, tienen notables potencialidades, que es preciso valorar plenamente, estimulando la iniciativa de cada ciudadano y su capacidad de innovación, y sosteniéndola con oportunos medios económicos y con cursos de formación. El mismo patrimonio histórico y artístico extraordinario de estas tierras, nacido en gran parte de la fe cristiana, ofrece grandes oportunidades de desarrollo y de trabajo.

Por lo demás, el elevado número de inmigrantes que, también en Roma y en el Lacio, han podido regularizar su situación laboral en estos últimos meses, confirma que existe un dinamismo de nuestra sociedad que es necesario comprender mejor y valorar más.

5. Al dirigirme, el 14 de noviembre, al Parlamento italiano, subrayé que el carácter realmente humanístico de un cuerpo social se manifiesta particularmente en la atención que presta a sus miembros más débiles. Indudablemente, Roma y el Lacio también tienen gran necesidad de esta solicitud atenta para aliviar las necesidades de numerosas personas y familias, en particular de muchísimos ancianos. Aprecio sinceramente los esfuerzos realizados por vuestras administraciones en este ámbito, y os invito a un compromiso cada vez más eficaz, al que corresponderá la intensa acción caritativa de las parroquias, de la Cáritas y de otras muchas realidades eclesiales.

Un aspecto fundamental de la solidaridad con quienes se encuentran en situaciones de sufrimiento es el compromiso en favor de la asistencia sanitaria. Conozco las dificultades que atraviesa este delicado sector y que hacen mucho más meritorios los esfuerzos y los loables progresos realizados.
Las instituciones hospitalarias católicas piden poder seguir dando su significativa contribución a este objetivo de solidaridad.

6. Estimados representantes de las administraciones regional, provincial y municipal, he querido reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de vuestras preocupaciones diarias. Os agradezco la atención y el apoyo que ofrecéis a la vida y a las actividades de la Iglesia. Por mi parte, os aseguro que, en los ámbitos de interés común, podéis contar con el compromiso de las comunidades cristianas de Roma y del Lacio.

Pido al Señor, por intercesión de la Virgen María, tan venerada por nuestras poblaciones, que ilumine vuestros propósitos de bien y os dé la fuerza para cumplirlos.

9 Con estos sentimientos, os imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma, en su provincia y en todo el Lacio.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS AGENTES DE LA COMISARÍA


QUE SE HALLA JUNTO AL VATICANO


Viernes 17 de enero de 2003

Señor director;
señores funcionarios y agentes:

1. También este año habéis querido visitarme para presentarme vuestras felicitaciones al inicio del nuevo año. Os acojo de buen grado y dirijo a cada uno un saludo cordial, que extiendo de corazón a vuestras familias. Dirijo un saludo especial al doctor Salvatore Festa, que ha asumido en estos días el cargo de director general. Deseo agradecerle las amables palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Al mismo tiempo, dirijo un cordial saludo a su predecesor, el doctor Roberto Scigliano.

Amadísimos funcionarios y agentes, de día y de noche veláis por el orden público en las inmediaciones del Vaticano y permitís que las actividades espirituales y eclesiales en torno a la basílica de San Pedro se realicen de modo sereno y ordenado. Asimismo, os encargáis también de acompañar al Papa durante las visitas pastorales que realiza a Roma y a otras ciudades de Italia.

El servicio que prestáis con esmero y diligencia es importante y difícil: requiere un alto sentido de responsabilidad y una constante dedicación al propio deber. Gracias de corazón por vuestra disponibilidad y por vuestra vigilancia fiel.

2. Aprovecho esta grata ocasión para renovaros la expresión de mi estima y mi gratitud por el trabajo que realizáis de manera discreta y eficiente, sacrificando a veces también comprensibles expectativas de vuestras familias. Que Dios os recompense todo.

Queridos hermanos, permitidme que os repita hoy lo que ya os he dicho en otras circunstancias.
Vuestra actividad diaria en contacto con multitud de peregrinos y visitantes, que acuden para encontrarse con el Sucesor de Pedro, os ha de estimular a profundizar cada vez más vuestra fe.
Quiera Dios que la cercanía a las tumbas de los Apóstoles sea para vosotros una constante invitación a llevar una vida ejemplar, inspirada en la adhesión plena a Cristo. Estad seguros de que la fidelidad a las propias convicciones religiosas y morales, y la aplicación coherente de los principios evangélicos, constituyen un manantial de verdadera paz y de íntima alegría.

10 El Papa está cerca de vosotros y ruega para que el Señor os proteja en toda circunstancia, gracias a la intercesión celestial de María, Madre del Señor.

Con estos sentimientos, invocando la abundancia de los dones divinos, os imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias mi bendición.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA


Sábado 18 de enero de 2003

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:

1. La inminente fiesta de santa Inés nos ofrece la grata ocasión de encontrarnos también este año. Os saludo con afecto a cada uno. Saludo, en particular, al cardenal Camillo Ruini, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los miembros de la Comisión que se encarga del Colegio Capránica, y en particular al rector recién nombrado, monseñor Alfredo Abbondi.

Deseo de corazón que, con la llegada del nuevo equipo de formadores y gracias a la contribución de cada uno, todos vosotros, queridos alumnos, realicéis una nueva etapa de vuestro itinerario formativo con entusiasmo y participación, creciendo en la comunión fraterna, para dar el ejemplo de una familia espiritual unida y dedicada al servicio de Dios y de los hermanos.

2. La protectora de vuestro Almo Colegio es santa Inés, virgen y mártir, la cual en tierna edad -tenía sólo doce años- supo dar al Señor Jesús el supremo testimonio del martirio, en una época en la que se producían muchas defecciones en la comunidad cristiana.

En el día de su fiesta, que celebraremos el próximo 21 de enero, la liturgia nos invita a pedir a Dios la fuerza para "imitar la heroica firmeza en la fe" (cf. Oración colecta). En efecto, queridos hermanos, esta es la lección que también nosotros podemos recibir de santa Inés: la heroica firmeza de su fe "usque ad effusionem sanguinis". Esta joven mártir nos invita a perseverar con fidelidad en nuestra misión, si fuera necesario, hasta el sacrificio de la vida. Se trata de una disposición interior que es necesario alimentar diariamente con la oración y con un serio programa ascético.

3. El sacerdote, llamado a ser para el pueblo de Dios guía iluminado y ejemplo coherente de vida cristiana, no puede defraudar la confianza que el Señor y su Iglesia depositan en él. Debe ser santo y educador de santidad con su enseñanza, pero aún más con su testimonio. Este es el "martirio" al que lo llama Dios, un martirio que, aun cuando no se realice con el derramamiento violento de la sangre, exige siempre la incruenta pero "heroica firmeza en la fe" que distingue la existencia de los verdaderos discípulos de Cristo.

Quiera Dios que así sea para cada uno de vosotros. Encomiendo esta súplica a la protección materna de la Virgen santísima y a la intercesión constante de santa Inés.

11 Con estos sentimientos, deseándoos un año sereno y fecundo, os bendigo a todos de corazón.






AL COMITÉ CATÓLICO PARA LA COLABORACIÓN


CULTURAL CON LAS IGLESIAS ORIENTALES


Sábado 18 de enero de 2003



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
reverendos padres;
estimados señores:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en vuestra condición de miembros del "Consejo de gestión" del Comité católico para la colaboración cultural, con vuestro presidente, el obispo monseñor Gérard Daucourt, y con algunos oficiales del dicasterio.

Deseo, ante todo, expresar mi aprecio por la disponibilidad y la generosidad con que las personas y las entidades que forman parte de este organismo de consulta, incluido en el ámbito de la Sección oriental del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, están realizando desde hace años una actividad de apoyo eclesial a las Iglesias ortodoxas y a las antiguas Iglesias orientales, según la voluntad de mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, que también yo comparto plenamente. La acción del Comité comprende la concesión de becas a candidatos ortodoxos presentados por sus autoridades eclesiales; el envío de libros y de literatura, sobre todo teológica y patrística, a los seminarios y a las bibliotecas ortodoxas; y la promoción de proyectos especiales de los mismos seminarios e institutos de formación.

Es una obra importante que se inspira en el criterio de la reciprocidad y constituye, por su naturaleza, un importante testimonio de comunión. En efecto, los candidatos ortodoxos becarios siguen los cursos en los diversos ateneos de Roma o de otras ciudades de Occidente, y por lo general son acogidos en colegios pontificios o en otras instituciones católicas. Su presencia expresa así una sinergia eficaz, que aplica un elemento fundamental del compromiso ecuménico: el intercambio de dones entre las Iglesias en su complementariedad. Esto hace particularmente fecunda la comunión (cf. Ut unum sint UUS 57).

2. El Comité, al inicio del nuevo milenio y a la luz del renovado contexto de las relaciones con las Iglesias de Oriente, ha querido reflexionar en el camino recorrido y encontrar modos de ampliar su acción para responder cada vez mejor a las numerosas peticiones que le llegan de Oriente. Espero que vuestro encuentro contribuya a reforzar concretamente el compromiso de vuestra institución, favoreciendo su acción cada vez más eficaz en el campo de la formación.

Al inicio del nuevo milenio, en este período de transición entre lo que se ha realizado y lo que estamos llamados a realizar para promover el camino ecuménico hasta llegar a la comunión plena (cf. ib., 3), tenemos una tarea ineludible, que también el Comité debe asumir con decisión, es decir, favorecer una amplia acogida de los resultados alcanzados en las diversas iniciativas ecuménicas, sin perder ocasión de subrayar que la promoción del compromiso ecuménico debe ser una preocupación constante en la obra de formación. Ya no podemos seguir ignorándonos recíprocamente; ha llegado la hora del encuentro y del intercambio de dones, sobre la base de un conocimiento objetivo mutuo y profundo.

12 3. Desde esta perspectiva, os animo a continuar la acción que realizáis con loable empeño, y os aseguro el apoyo de mi oración.

Con estos sentimientos, de corazón os imparto a todos mi bendición.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FILANDIA


Lunes 20 de enero de 2003



Excelencia;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Con afecto os saludo, miembros de la delegación ecuménica de Finlandia que habéis venido a Roma para la celebración de la fiesta de vuestro patrono, san Enrique. Recuerdo con gratitud las diversas visitas de vuestras delegaciones a Roma, encuentros que han contribuido significativamente a fortalecer las relaciones entre luteranos y católicos.

Con el concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido "de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos" (Ut unum sint UUS 3). A lo largo de todo mi pontificado he aceptado esta invitación. Ahora reconocemos un nuevo momento ecuménico, en el que podemos confesar una comunión real, aunque todavía incompleta. La Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación es un signo concreto de esta nueva situación como una "fraternidad redescubierta" (Ut unum sint UUS 41-42).

Pido fervientemente a Dios que, partiendo de esta fraternidad, promovamos cada vez más una espiritualidad compartida que nos aliente en nuestra peregrinación hacia la comunión plena. Sobre vosotros y sobre todos los que han sido encomendados a vuestro cuidado pastoral invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.








A LOS RESPONSABLES REGIONALES


DE LOS EQUIPOS DE NUESTRA SEÑORA


Lunes 20 de enero de 2003



Queridos amigos:

1. Me alegra acogeros a vosotros, responsables regionales de los Equipos de Nuestra Señora, con vuestro consiliario internacional, monseñor Fleischmann, y otros sacerdotes, con ocasión de vuestro encuentro mundial en Roma. Agradezco al señor y a la señora De Roberty, responsables internacionales del movimiento, sus cordiales palabras.

13 2. ¡Cómo no evocar, ante todo, la figura del abad Henri Caffarel, vuestro fundador, que acompañó a numerosos matrimonios y los inició en la oración! Me alegra unirme a vuestra acción de gracias con ocasión del centenario de su nacimiento. El padre Caffarel mostró la grandeza y la belleza de la vocación al matrimonio, y, anticipando las orientaciones fecundas del concilio Vaticano II, destacó la llamada a la santidad relacionada con la vida conyugal y familiar (cf. Lumen gentium LG 11). Supo captar las grandes líneas de una espiritualidad específica, que brota del bautismo, subrayando la dignidad del amor humano en el proyecto de Dios. La atención que prestaba a las personas comprometidas en el sacramento del matrimonio lo llevó también a poner sus dones al servicio del "movimiento espiritual de las viudas de guerra", que hoy se llama "Esperanza y vida", y a dar el impulso que presidió la creación de los primeros Centros de preparación para el matrimonio, hoy muy difundidos. A continuación, surgieron los Equipos de Nuestra Señora de jóvenes, mostrando la solicitud por proponer un camino de fe a la juventud.

3. Frente a las amenazas que se ciernen sobre la familia y a los factores que la debilitan, el tema de vuestros trabajos -"Matrimonios llamados por Cristo a la nueva alianza"- es particularmente oportuno. En efecto, para los cristianos, el matrimonio, que ha sido elevado a la dignidad de sacramento, es por naturaleza signo de la alianza y de la comunión entre Dios y el hombre, y entre Cristo y la Iglesia. Así, los esposos cristianos reciben para toda su vida la misión de manifestar, de manera visible, la alianza indefectible de Dios con el mundo. La fe cristiana presenta el matrimonio como una buena nueva: relación recíproca y total, única e indisoluble, entre un hombre y una mujer, llamados a dar la vida. El Espíritu del Señor da a los esposos un corazón nuevo y los capacita para amarse, como Cristo nos amó, y para servir a la vida en la prolongación del misterio cristiano, puesto que su unión "realiza el misterio pascual de muerte y de resurreción" (Pablo VI, Discurso a los Equipos de Nuestra Señora, 4 de mayo de 1970, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de mayo de 1970, p. 11).

4. El compromiso de los esposos, misterio de alianza y de comunión, los invita a sacar su fuerza de la Eucaristía, "fuente misma del matrimonio cristiano" (Familiaris consortio FC 57) y modelo para su amor. En efecto, las diferentes fases de la liturgia eucarística invitan a los esposos a vivir su vida matrimonial y familiar a ejemplo de la de Cristo, que se entregó a los hombres por amor. Han de encontrar en este sacramento la audacia necesaria para la acogida, el perdón, el diálogo y la comunión de los corazones. Será también una ayuda valiosa para afrontar las dificultades inevitables de toda vida familiar. Ojalá que los miembros de los Equipos sean los primeros testigos de la gracia que aporta una participación regular en la vida sacramental y en la misa dominical, "celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos" (Dies Domini, 31; cf. también n. 81) y "antídoto para afrontar y superar obstáculos y tensiones" (Discurso a los miembros de la XV asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, 18 de octubre de 2002, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 2002, p. 10).

5. Alimentados con el Pan de vida y llamados a ser "luz para los que buscan la verdad" (Lumen gentium LG 35), sobre todo para sus hijos, los esposos podrán desplegar entonces plenamente la gracia de su bautismo en sus misiones específicas en el seno de la familia, en la sociedad y en la Iglesia. Esta fue la intuición del abad Caffarel, que no quería que se entrara "en un Equipo para aislarse (...), sino para aprender a entregarse a todos" (Carta mensual, febrero de 1948, p. 9). Alegrándome por los compromisos ya asumidos, exhorto a todos los miembros de los Equipos a participar cada vez más activamente en la vida eclesial, en particular entre los jóvenes, que esperan el mensaje cristiano sobre el amor humano, exigente y a la vez exaltante. Desde esta perspectiva, los miembros de los Equipos pueden ayudarles a vivir el período de la juventud y del noviazgo con fidelidad a los mandamientos de Cristo y de la Iglesia, permitiéndoles encontrar la verdadera felicidad en la maduración de su vida afectiva.

6. Vuestro movimiento dispone de una pedagogía propia, basada en los "puntos concretos de esfuerzo", que os ayudan a crecer juntamente en santidad. Os aliento a vivirlos con atención y perseverancia, para amar de verdad. Os invito, en particular, a desarrollar la oración personal, matrimonial y familiar, sin la cual un cristiano corre el riesgo de debilitarse, como decía el padre Caffarel (cf. L'anneau d'or, marzo-abril de 1953, p. 136). Lejos de apartar del compromiso en el mundo, una oración auténtica santifica a los miembros del matrimonio y de la familia, y abre el corazón al amor de Dios y de los hermanos. También capacita para construir la historia según el designio de Dios (cf. Congregación para la doctrina de la fe, carta Orationis formas, sobre diversos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989).

7. Queridos amigos, doy gracias a Dios por los frutos producidos por vuestro movimiento en todo el mundo, y os animo a testimoniar sin cesar y de manera explícita la grandeza y la belleza del amor humano, del matrimonio y de la familia. Al término de esta audiencia, elevo mi oración también por los hogares que atraviesan momentos de prueba. Ojalá que encuentren en su camino testigos de la ternura y de la misericordia de Dios. Deseo reafirmar mi cercanía espiritual a las personas separadas, divorciadas, y divorciadas que se han vuelto a casar, las cuales, por su bautismo, están llamadas, en el respeto de las reglas de la Iglesia, a participar en la vida cristiana (cf. Familiaris consortio FC 84). Por último, expreso mi gratitud a los consiliarios que os acompañan con disponibilidad. Aportan su competencia y su experiencia a vuestro movimiento laical. A través de esta colaboración, los sacerdotes y las familias aprenden a comprenderse, a estimarse y a apoyarse. Vosotros, que conocéis la gracia de una presencia sacerdotal, orad por las vocaciones y transmitid sin temor a vuestros hijos la llamada del Señor.

Encomendándoos a vosotros, así como a los Equipos y a sus familias, a la intercesión de Nuestra Señora del Magníficat, invocada cada día por sus miembros, y a los beatos esposos Luis y María Quattrocchi, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.








AL UNDÉCIMO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 23 de enero de 2003



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Después de haberme encontrado personalmente con cada uno de vosotros durante los días pasados, me complace ahora saludaros conjuntamente y, por medio de vosotros, agradecer a Dios esta ocasión de entrar en contacto con las comunidades cristianas que representáis, dirigiendo a todas ellas en este momento un saludo afectuoso y sincero.

14 Transmitidles, amados hermanos, mis más cordiales sentimientos, asegurando mi solidaridad espiritual a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos cristianos, a los jóvenes, a los enfermos y a todos los miembros del pueblo de Dios. A monseñor Fernando Antônio Figueiredo, obispo de Santo Amaro y presidente de la región Sur 1, le agradezco su gentil atención y las amables palabras que acaba de dirigirme también en vuestro nombre.

2. "Nuestro tiempo -escribí en la encíclica Redemptoris missio- es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir en busca de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumista, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades secularizadas, se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (n. 38). Se trata del fenómeno llamado "vuelta a lo religioso", que, aunque no carece de ambigüedades, contiene fermentos y estímulos que no hay que descuidar. Vosotros percibís cuán difundida está esta exigencia de Dios entre vuestra gente, una población tradicionalmente anclada en los principios perennes del cristianismo, pero sometida a influencias negativas de diverso tipo.

El fenómeno de las sectas, que también en vuestras tierras se está difundiendo con incidencia intermitente de zona a zona y con señales acentuadas de proselitismo entre las personas más débiles social y culturalmente, ¿no es un signo concreto de una insatisfecha aspiración a lo sobrenatural? ¿No constituye para vosotros, pastores, un auténtico desafío a renovar el estilo de acogida dentro de las comunidades eclesiales y un estímulo apremiante a una nueva y valiente evangelización, que desarrolle formas adecuadas de catequesis, sobre todo para los adultos?

Sabéis bien que, en la base de esta difusión, hay también muchas veces una gran falta de formación religiosa con la consiguiente indecisión acerca de la necesidad de la fe en Cristo y de la adhesión a la Iglesia instituida por él. Se tiende a presentar las religiones y las varias experiencias espirituales como niveladas en un mínimo común denominador, que las haría prácticamente equivalentes, con el resultado de que toda persona sería libre de recorrer indiferentemente uno de los muchos caminos propuestos para alcanzar la salvación deseada. Si a esto se suma el proselitismo audaz, que caracteriza a algún grupo particularmente activo e invasor de estas sectas, se comprende de inmediato cuán urgente es hoy sostener la fe de los cristianos, dándoles la posibilidad de una formación religiosa permanente, para profundizar cada vez mejor su relación personal con Cristo.
Debéis esforzaros principalmente por prevenir ese peligro, consolidando en los fieles la práctica de la vida cristiana y favoreciendo el crecimiento del espíritu de auténtica fraternidad en el seno de cada una de las comunidades eclesiales.

3. Desde Roma seguí con especial interés el desarrollo del XIV Congreso eucarístico nacional realizado en Campinas, que contó con la participación de una multitud de brasileños reunidos en torno a la Eucaristía, en presencia de mi representante y legado especial, el cardenal José Saraiva Martins. Fue, sobre todo, un momento de comunión, de vitalidad y de esperanzada celebración de la Iglesia de hoy en Brasil. Expreso mis mejores deseos de que ese acontecimiento haya despertado la conciencia cristiana del pueblo fiel de vuestra tierra, animándolo al compromiso de una vida ejemplar que fortalezca los vínculos de comunión y reconciliación en la fe y en el amor, para ser también fermento de la renovación interior a la que me referí antes.

En efecto, la Eucaristía es el supremo bien espiritual de la Iglesia, porque contiene a Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, que con su carne da la vida al mundo (cf. Presbyterorum ordinis
PO 5). De este modo, como el corazón da vitalidad a todas las partes del cuerpo humano, también la vida eucarística llegará -a partir del altar del sacrificio, de la presencia real y de la comunión- a todas las zonas del cuerpo eclesial, y hará que sus efectos benéficos se sientan también en los complejos entramados de la sociedad por medio de los cristianos que prolongan hoy la acción del Redentor en el mundo.

4. Así pues, la Eucaristía debe estar en el centro de la pastoral, para que irradie su fuerza sobrenatural en todos los ámbitos cristianos, tanto de evangelización, de catequesis y de múltiple acción caritativa, como en el empeño de renovación social y de justicia en favor de todos, comenzando por el respeto a la vida y a los derechos de cada persona, y en el compromiso en favor de la familia, de la enseñanza en todos los niveles, del recto orden político y de la promoción de la moralidad pública y privada.

Pero para dar toda su eficacia a la acción eucarística, se debe cuidar siempre la digna y genuina celebración del misterio, según la doctrina y las directrices de la Iglesia, como he recordado en diversas ocasiones (cf. Dominicae Caenae, 12).

En efecto, la Iglesia, en la celebración de la Eucaristía, además de participar en la eficacia redentora del misterio de Cristo, realiza una pedagogía de la fe y de la vida a través de la proclamación de la Palabra, de las oraciones, de los ritos y de todo el simbolismo eclesial de la liturgia. Por eso, cualquier manipulación de estos elementos incide negativamente en la pedagogía de la fe; por otro lado, la correcta, activa y coherente participación litúrgica, según las normas aprobadas por la Iglesia, edifica la fe y la vida de los fieles.

Quiero, asimismo, exhortaros a conservar la genuina celebración de la liturgia, esforzándoos para que se sigan las indicaciones de la Santa Sede y las que competen a vuestra Conferencia episcopal. Recordad, al respecto, que los obispos tienen el deber de ser "moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica" (Código de derecho canónico, c. 835, 1) en sus respectivas diócesis.

15 5. En la línea de este servicio pastoral, desearía proponer a vuestra consideración algunos temas en los que vengo insistiendo, para dar nuevo impulso a la evangelización en las comunidades que os han sido encomendadas.

¡Cómo no recordar, ante todo, mi llamamiento a dar "un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana" (Novo millennio ineunte
NM 35)! En una época de grandes manifestaciones populares, movidas a veces por objetivos superficiales, es necesario restaurar, por la acción de la gracia, el mundo interior de las almas infinitamente más rico de valores y de esperanzas. "Sí, queridos hermanos y hermanas -os dije-, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación..." (ib., 33).

Esto significa dar nuevo impulso a los valores de la Eucaristía, tanto en la santa misa como en las diferentes manifestaciones eucarísticas: congresos, procesiones eucarísticas, adoración del Santísimo, Horas santas, etc. Es preciso enseñar a orar personalmente, y no a colectivizar la oración.El encuentro semanal del cristiano con Dios, en la misa y en las otras manifestaciones litúrgicas, debe llevar a una mayor intimidad con su Señor, porque el "reino de Dios ya está entre vosotros" (Lc 17,21), así como el sacerdote reza juntamente con el pueblo, pidiendo a Dios en el padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino".

Si la liturgia de la Palabra es un "diálogo de Dios con su pueblo", este "se siente llamado a responder a ese diálogo de amor con la acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad en el esfuerzo de una continua conversión" (Dies Domini, 41). Los medios proporcionados para una correcta comprensión de la Eucaristía: la homilía y la preparación catequística, los folletos del domingo, etc., deben enriquecer la expectativa del pueblo por este día.
En caso contrario, tienden a vaciar el contenido del sacramento y del mismo mensaje litúrgico. Por eso, la celebración eucarística no puede y no debe transformarse en una ocasión para reivindicaciones de índole política, como a veces se sugiere en publicaciones de ámbito nacional editadas para las misas dominicales.

6. Otro tema de considerable importancia para vuestras diócesis es el de la religiosidad popular.
El necesario crecimiento en la fe y el testimonio evangélico en la transformación de las realidades temporales según los designios de Dios, deben llevar a los fieles de la Iglesia a una participación activa en la vida litúrgica y sacramental. En efecto, el Concilio nos recuerda que la liturgia es "la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que todos, hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, (...) participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (Sacrosanctum Concilium SC 10).

De ahí deriva que las acciones litúrgicas en cuanto "celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad"" (ib., 26), deben ser reglamentadas únicamente por la autoridad competente (cf. Código de derecho canónico, c. 838, 4), exigiendo a todos gran fidelidad y respeto a los ritos y a los textos auténticos. Una errónea aplicación del valor de la creatividad y de la espontaneidad en las celebraciones, aunque sea típica de muchas manifestaciones de la vida de vuestro pueblo, no debe alterar los ritos y los textos, y, mucho menos, el sentido del misterio que se celebra en la liturgia.

7. Con todo, no desconozco que vuestra pastoral litúrgica convive con la presencia de varios grupos culturales, que son una manifestación más de la catolicidad de la Iglesia. Muchos de esos grupos viven en las áreas urbanas, uno al lado del otro, transformando su cultura en perfecta simbiosis. Este fenómeno implica una respuesta particularmente sensible, confiada a vuestro criterio y a vuestra prudencia pastoral.

Como comprenderéis, el respeto a las diversas culturas y la correspondiente inculturación evangélica abarcan cuestiones que merecen tratarse aparte.

Ciertamente, no es posible omitir aquí la consideración de la cultura afro-brasileña en el marco más amplio de la evangelización ad gentes, y que hoy está muy presente en vuestra reflexión teológica y pastoral. Se trata de la delicada cuestión de la aculturación, especialmente en los ritos litúrgicos, en el vocabulario y en las expresiones musicales y corporales típicas de la cultura afro-brasileña. Es bien sabido que la interacción del cristianismo con las costumbres y las tradiciones africanas ha aportado al vocabulario, a la sintaxis y a la prosodia de la lengua portuguesa hablada en Brasil un matiz propio. La presencia del elemento negro en el arte sacro barroco del período colonial, que ha dejado monumentos arquitectónicos y esculturas religiosas muy hermosos, y ha insertado la música sacra y profana en los festejos de la religiosidad popular, ha marcado de modo inconfundible las expresiones culturales más auténticas de esa sociedad multirracial que es Brasil.

16 Con todo, es evidente que acentuar uno de estos elementos formadores de la cultura brasileña, aislarlo de este proceso interactivo tan enriquecedor, de modo que fuera casi necesaria la creación de una nueva liturgia propia para las personas de color, implicaría apartarse de la finalidad específica de la evangelización. Sería incomprensible dar al rito litúrgico una presentación externa y una estructuración -en los ornamentos, en el lenguaje, en el canto, en las ceremonias y en los objetos litúrgicos- basadas en los así llamados cultos afro-brasileños, sin la rigurosa aplicación de un discernimiento serio y profundo acerca de su compatibilidad con la verdad revelada por Jesucristo. Es necesario mantener, por ejemplo, una adecuada y prudente vigilancia en ciertos ritos que inspiran el acercamiento del augusto misterio trinitario al panteón de los espíritus y las divinidades de los cultos africanos, pues se corre el riesgo de modificar las fórmulas sacramentales en su referencia trinitaria. Más aún, se debe señalar, corrigiéndola oportunamente, la introducción en el rito sacramental de ritos, cantos y objetos pertenecientes explícitamente al universo de los cultos afro-brasileños.

La Iglesia católica ve con interés estos cultos, pero considera nocivo el relativismo concreto de una práctica común de ambos o de una mezcla de ellos, como si tuvieran el mismo valor, poniendo así en peligro la identidad de la fe católica. Siente el deber de afirmar que el sincretismo es dañoso cuando pone en peligro la verdad del rito cristiano y la expresión de la fe, en detrimento de una evangelización auténtica.

La tarea de adaptación y de inculturación es importante para el futuro de la renovación de la vida litúrgica. La constitución conciliar sobre la sagrada liturgia estableció sus principios (cf. nn. 37-40). A su vez, la instrucción sobre "la liturgia romana y la inculturación" profundizó el tema y precisó los procedimientos que deben seguir las Conferencias episcopales, a la luz del Derecho canónico, después de la reforma litúrgica (cf. Varietates legitimae, 62 y 65-68).

8. En vuestra acción evangelizadora, un sector que merece toda la atención de la solicitud pastoral es el de las comunidades indígenas. El año pasado vuestra Conferencia episcopal propuso como tema para la Campaña de fraternidad: "La fraternidad y los pueblos indígenas". Me alegra saber que la pastoral diocesana de algunas Iglesias particulares está contribuyendo decididamente a que las comunidades indígenas tomen mayor conciencia de su propia identidad, de los valores de sus culturas y del lugar que deben ocupar en el conjunto de la población brasileña.

La celebración del V centenario de la evangelización de Brasil proporcionó también la ocasión para renovar el compromiso en favor de la evangelización de las comunidades indígenas del país. El Evangelio debe seguir penetrando en la cultura indígena, y hacer posible su expresión en la vida comunitaria, en la fe y en la liturgia. Aprovecho la ocasión para reafirmar aquí que una Iglesia viva y unida en torno a sus pastores será la mejor defensa para afrontar la obra disgregadora que ciertas sectas están realizando en medio de vuestros fieles, sembrando entre ellos la confusión y desvirtuando el contenido del mensaje cristiano.

9. Al terminar este encuentro, deseo reiteraros, queridos hermanos, mi gratitud por los esfuerzos que realizáis en los diferentes campos de la acción pastoral; por el buen espíritu con que guiáis al pueblo de Dios; y por vuestra firme voluntad de servir al hombre, a través del anuncio del Evangelio, que salva a todo aquel que cree en Jesucristo (cf. Rm
Rm 1,16). Animándoos a proseguir con renovado compromiso en vuestra misión, os pido que llevéis mi afectuoso saludo y mi bendición a vuestros sacerdotes, así como a los religiosos, las religiosas y los fieles, en especial a los enfermos, a los ancianos y a los que sufren por cualquier causa, los cuales ocupan siempre un lugar particular en el corazón del Papa.

Que Nuestra Señora Aparecida interceda ante el Señor por la santidad de todos los fieles de Brasil, por la prosperidad de la nación y por el bienestar de cada una de sus familias. Con estos fervientes deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica.








Discursos 2003 7