Discursos 2003 16


CON OCASIÓN DEL 20° ANIVERSARIO


DEL NUEVO CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO


Viernes 24 de enero de 2003



1. Me alegra mucho acogeros, queridos participantes en la Jornada académica organizada por el Consejo pontificio para los textos legislativos sobre los "Veinte años de experiencia canónica", que han transcurrido desde que, el 25 de enero de 1983, tuve la alegría de promulgar el nuevo Código de derecho canónico. Agradezco de corazón al presidente del Consejo pontificio, arzobispo Julián Herranz, los sentimientos expresados en nombre de todos y la eficaz ilustración del congreso.

La coincidencia entre la fecha de promulgación del nuevo Código de derecho canónico y la del primer anuncio del Concilio -ambos acontecimientos llevan la fecha del 25 de enero-, me induce a reafirmar una vez más la estrecha relación existente entre el Concilio y el nuevo Código. En efecto, no hay que olvidar que el beato Juan XXIII, al manifestar su propósito de convocar el concilio Vaticano II, reveló su voluntad de proceder también a la reforma de la disciplina canónica. Precisamente pensando en esto, en la constitución apostólica Sacrae disciplinae leges subrayé que tanto el Concilio como el nuevo Código habían nacido "de una misma y única intención, que es la de reformar la vida cristiana. Efectivamente, de esta intención ha sacado el Concilio sus normas y su orientación" (AAS 75 [1983] pars II, p. VIII: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 1983, p. 15).

En estos veinte años se ha podido constatar hasta qué punto la Iglesia necesitaba el nuevo Código. Felizmente, las voces de contestación del derecho ya han quedado superadas. Sin embargo, sería ingenuo ignorar lo que queda aún por hacer para consolidar en las actuales circunstancias históricas una verdadera cultura jurídico-canónica y una praxis eclesial atenta a la dimensión pastoral intrínseca de las leyes de la Iglesia.

17 2. La intención que presidió la redacción del nuevo Corpus iuris canonici fue, obviamente, la de poner a disposición de los pastores y de todos los fieles un instrumento normativo claro, que contuviera los aspectos esenciales del orden jurídico. Pero sería completamente simplista y erróneo concebir el derecho de la Iglesia como un mero conjunto de textos legislativos, según la perspectiva del positivismo jurídico. En efecto, las normas canónicas se refieren a una realidad que las trasciende; dicha realidad no sólo está compuesta por datos históricos y contingentes, sino que también comprende aspectos esenciales y permanentes en los que se concreta el derecho divino.

El nuevo Código de derecho canónico -y este criterio vale también para el Código de cánones de las Iglesias orientales- debe interpretarse y aplicarse desde esta perspectiva teológica. De este modo, pueden evitarse ciertos reduccionismos hermenéuticos que empobrecen la ciencia y la praxis canónica, alejándolas de su verdadero horizonte eclesial. Es obvio que esto sucede sobre todo cuando la normativa canónica se pone al servicio de intereses ajenos a la fe y a la moral católica.

3. Por tanto, en primer lugar, hay que situar el Código en el contexto de la tradición jurídica de la Iglesia. No se trata de cultivar una erudición histórica abstracta, sino de penetrar en ese flujo de vida eclesial que es la historia del derecho canónico, para iluminar la interpretación de la norma. En efecto, los textos del código se insertan en un conjunto de fuentes jurídicas, que no es posible ignorar sin exponerse al espejismo racionalista de una norma exhaustiva de todo problema jurídico concreto. Esa mentalidad abstracta resulta infecunda, sobre todo porque no tiene en cuenta los problemas reales y los objetivos pastorales que están en la base de las normas canónicas.

Más peligroso aún es el reduccionismo que pretende interpretar y aplicar las leyes eclesiásticas separándolas de la doctrina del Magisterio. Según esta visión, los pronunciamientos doctrinales no tendrían ningún valor disciplinario, pues sólo habría que reconocer valor a los actos formalmente legislativos. Es sabido que, desde este punto de vista reduccionista, se ha llegado a veces a teorizar incluso dos soluciones diversas del mismo problema eclesial: una, inspirada en los textos magistrales; la otra, en los canónicos. En la base de ese enfoque hay una idea de derecho canónico muy pobre, casi como si se identificara únicamente con el dictamen positivo de la norma. No es así, pues la dimensión jurídica, siendo teológicamente intrínseca a las realidades eclesiales, puede ser objeto de enseñanzas magisteriales, incluso definitivas.

Este realismo en la concepción del derecho funda una auténtica interdisciplinariedad entre la ciencia canónica y las otras ciencias sagradas. Un diálogo realmente beneficioso debe partir de esa realidad común que es la vida misma de la Iglesia. La realidad eclesial, aun estudiada desde perspectivas diversas en las varias disciplinas científicas, permanece idéntica a sí misma y, como tal, puede permitir un intercambio recíproco entre las ciencias seguramente útil a cada una.
El derecho se orienta al servicio pastoral

4. Una de las novedades más significativas del Código de derecho canónico, así como del sucesivo Código de cánones de las Iglesias orientales, es la normativa que los dos textos contienen sobre los deberes y los derechos de todos los fieles (cf. Código de derecho canónico, cc. 208-223; Código de cánones de las Iglesias orientales, cc. 7-20). En realidad, la referencia de la norma canónica al misterio de la Iglesia, deseada por el Vaticano II (cf. Optatam totius
OT 16), pasa también a través del camino real de la persona, de sus derechos y deberes, teniendo presente obviamente el bien común de la sociedad eclesial.

Precisamente esta dimensión personalista de la eclesiología conciliar permite comprender mejor el servicio específico e insustituible que la jerarquía eclesiástica debe prestar para el reconocimiento y la tutela de los derechos de las personas y de las comunidades en la Iglesia. Ni en la teoría ni en la práctica se puede prescindir del ejercicio de la potestas regiminis y, más en general, de todo el munus regendi jerárquico, como camino para declarar, determinar, garantizar y promover la justicia intraeclesial.

Todos los instrumentos típicos a través de los cuales se ejerce la potestas regiminis -leyes, actos administrativos, procesos y sanciones canónicas- adquieren así su verdadero sentido, el de un auténtico servicio pastoral en favor de las personas y de las comunidades que forman la Iglesia. A veces este servicio puede ser mal interpretado y contestado: precisamente entonces resulta más necesario para evitar que, en nombre de presuntas exigencias pastorales, se tomen decisiones que pueden causar e incluso favorecer inconscientemente auténticas injusticias.

5. Consciente de la importancia de la contribución específica que, como canonistas, dais al bien de la Iglesia y de las almas, os exhorto a perseverar con renovado impulso en vuestra dedicación al estudio y a la formación jurídica de las nuevas generaciones. Esto favorecerá una significativa aportación eclesial a la paz, obra de la justicia (cf. Is Is 32,17), por la cual he pedido que se rece especialmente durante este Año del Rosario (cf. Rosarium Virginis Mariae RVM 6 y 40).

Con estos deseos, imparto a todos con afecto mi bendición.







IV ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

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25 de enero de 2003

1. Estoy con vosotros con el pensamiento y la oración, queridas familias de Filipinas y de tantas regiones de la tierra, reunidas en Manila con motivo de vuestro IV Encuentro Mundial: ¡os saludo con afecto en el nombre del Señor!


En esta ocasión, me es grato dirigir un cordial saludo y la bendición a todas las familias del mundo, que representáis: a todos "gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro" (1Tm 1,2).

Agradezco al Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, Legado Pontificio, las amables palabras que me ha dirigido, también en nombre vuestro. A él y a sus colaboradores en el Consejo Pontificio para la Familia deseo expresar mi satisfación por el cuidadoso y esmerado empeño que han puesto en la preparación de este Encuentro. Mi viva gratitud también al Señor Cardenal Jaime Sin, Arzobispo de Manila, que os acoge con generosidad en estos días.

2. Sé que en la sesión teológico-pastoral que acabáis de celebrar habéis profundizado en el tema: "La familia cristiana, buena noticia para el tercer milenio". He elegido estas palabras, para vuestro Encuentro Mundial, con el fin de subrayar la sublime misión de la familia que, acogiendo el Evangelio y dejándose iluminar por su mensaje, asume el necesario compromiso de dar testimonio del mismo.

Queridas familias cristianas: ¡anunciad con alegría al mundo entero el maravilloso tesoro que, como iglesias domésticas, lleváis con vosotros! Esposos cristianos, en vuestra comunión de vida y amor, en vuestra entrega recíproca y en la acogida generosa de los hijos, ¡sed en Cristo luz del mundo! El Señor os pide que seáis cada día como la lámpara que no se oculta, sino que es puesta "sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa" (Mt 5,15).

3. Sed ante todo "buena noticia para el tercer milenio" viviendo con empeño vuestra vocación. El matrimonio que habéis celebrado un día, más o menos lejano, es vuestro modo específico de ser discípulos de Jesús, de contribuir a la edificación del Reino de Dios, de caminar hacia la santidad a la que todo cristiano está llamado. Los esposos cristianos, como afirma el Concilio Vaticano II, cumpliendo su deber conyugal y familiar, "se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua" (Gaudium et spes GS 48).

Acoged plenamente, sin reservas, el amor que primero os da Dios en el sacramento del matrimonio y con el que os hace capaces de amar (cf. 1Jn 4,19). Permaneced siempre aferrados a esta certeza, la única que puede dar sentido, fuerza y alegría a vuestra vida: el amor de Cristo no se apartará nunca de vosotros, su alianza de paz con vosotros no disminuirá (cf. Is Is 54,10). Los dones y la llamada de Dios son irrevocables (cf. Rm Rm 11,29). Él ha grabado vuestro nombre en las palmas de sus manos (cf. Is Is 49,16).

4. La gracia que habéis recibido en el matrimonio y que permanece en el tiempo proviene del corazón traspasado del Redentor, que se ha inmolado en el altar de la Cruz por la Iglesia, su esposa, venciendo la muerte para la salvación de todos.

Por tanto, esta gracia, lleva consigo la peculiaridad de su origen: es la gracia del amor que se ofrece, del amor que se consagra y perdona; del amor altruista que olvida el propio dolor; del amor fiel hasta la muerte; del amor fecundo de vida. Es la gracia del amor benévolo, que todo cree, todo soporta, todo espera, todo tolera, que no tiene fin y sin el cual todo lo demás no es nada (cf. 1Co 13,7-8).

Ciertamente, esto no siempre es fácil, y en la vida cotidiana no faltan las insidias, las tensiones, el sufrimiento y también el cansacio. Pero no estáis solos en vuestro camino. Con vosotros actúa y está siempre presente Jesús, como lo estuvo en Caná de Galilea, en un momento de dificultad para aquellos nuevos esposos. En efecto, el Concilio recuerda también que el Salvador sale al encuentro de los esposos cristianos y permanece con ellos para que, del mismo modo que Él amó a la Iglesia y se entregó por ella, también ellos puedan amarse fielmente el uno al otro, para siempre, con mutua entrega (cf. Gaudium et spes GS 48).

19 5. Esposos cristianos, sed "buena noticia para el tercer milenio" testimoniando con convicción y coherencia la verdad sobre la familia.

La familia fundada en el matrimonio es patrimonio de la humanidad, es un bien grande y sumamente apreciable, necesario para la vida, el desarrollo y el futuro de los pueblos. Según el plan de la creación establecido desde el principio (cf. Mt
Mt 19,4 Mt Mt 19,8), es el ámbito en el que la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26), es concebida, nace, crece y se desarrolla. La familia, como educadora por excelencia de personas (cf. Familiaris consortio FC 19-27), es indispensable para una verdadera "ecología humana" (Centesimus annus CA 39).

Os agradezco los testimonios que habéis presentado esta tarde y que he seguido con atención. Me hacen pensar en la experiencia adquirida como sacerdote, Arzobispo en Cracovia y a lo largo de estos casi 25 años de Pontificado: como he afirmado otras veces, el futuro de la humanidad se fragua en la familia (cf. Familiaris consortio FC 86).

Queridas familias cristianas, os encomiendo dar testimonio en la vida cotidiana de que, incluso entre tantas dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud el matrimonio como experiencia llena de sentido y como "buena noticia" para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Sed protagonistas en la Iglesia y en el mundo: es una necesidad que surge del mismo matrimonio que habéis celebrado, de vuestro ser iglesia doméstica, de la misión conyugal que os caracteriza como células originarias de la sociedad (cf. Apostolicam actuositatem AA 11).

6. En fin, para ser "buena noticia para el tercer milenio", no olvidéis, queridos esposos cristianos, que la oración en familia es garantía de unidad en un estilo de vida coherente con la voluntad de Dios.

Proclamando recientemente el año del Rosario, he recomendado esta devoción mariana como oración de la familia y para la familia: rezando el Rosario, en efecto,"Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino" (Rosarium Virginis Mariae RVM 41).

Al confiaros a María, Reina de la familia, para que acompañe y ampare vuestra vida, me alegra anunciaros que el quinto Encuentro Mundial de las Familias tendrá lugar en Valencia, España, en el 2006.

Os imparto ahora mi Bendición, dejándoos una consigna: ¡con la ayuda de Dios haced del Evangelio la regla fundamental de vuestra familia, y de vuestra familia una página del Evangelio escrita para nuestros tiempos!










AL COMITÉ ENCARGADO DE PREPARAR


EL DIÁLOGO TEOLÓGICO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA


Y LAS IGLESIAS ORTODOXAS ORIENTALES


Martes 28 de enero de 2003



Eminencias;
excelencias;
20 queridos padres:

Me complace dar la bienvenida a los miembros del Comité encargado de preparar el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales. Ante todo, saludo a los representantes de las Iglesias ortodoxas orientales. A través de vosotros, extiendo mi saludo fraterno a mis venerables hermanos los jefes de las Iglesias que representáis: Su Santidad el Papa Shenouda III, Su Santidad el Patriarca Zakka I Iwas, Su Santidad el Catholicós Karekin II, Su Santidad el Catholicós Aram I, Su Santidad el Patriarca Paulus, Su Santidad el Patriarca Yakob y Su Santidad Baselios Mar Thoma Mathews II. Recuerdo con gratitud las diversas oportunidades que he tenido de reunirme con ellos y fortalecer los vínculos de caridad entre nosotros. Saludo también a los miembros católicos del Comité preparatorio, que representan a varias comunidades tanto de Oriente como de Occidente.

Ya se ha logrado un progreso ecuménico sustancial entre la Iglesia católica y las diferentes Iglesias ortodoxas orientales. En las controversias tradicionales sobre la cristología se han logrado clarificaciones esenciales, y esto nos ha permitido profesar juntos la fe que tenemos en común. Este progreso es muy alentador, puesto que "nos muestra que el camino recorrido es justo y que es razonable esperar encontrar juntos la solución para las demás cuestiones controvertidas" (Ut unum sint
UUS 63). Ojalá que vuestros esfuerzos por crear una Comisión conjunta para el diálogo teológico constituya un ulterior paso adelante hacia la comunión plena en la verdad y la caridad.

Muchos de vosotros venís de Oriente Medio y de los países vecinos. Oremos juntos para que esta región sea preservada de la amenaza de la guerra y de ulterior violencia. Quiera Dios que nuestros esfuerzos ecuménicos se orienten siempre a la construcción de una "civilización del amor", fundada en la justicia, la reconciliación y la paz.

Sobre vosotros y sobre todos los que han sido encomendados a vuestro cuidado pastoral invoco cordialmente las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.










A LOS PRELADOS AUDITORES,


DEFENSORES DEL VÍNCULO


Y ABOGADOS DE LA ROTA ROMANA


Jueves 30 de enero de 2003



1. La solemne inauguración del año judicial del Tribunal de la Rota romana me ofrece la oportunidad de renovar la expresión de mi aprecio y mi gratitud por vuestro trabajo, amadísimos prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vínculo, oficiales y abogados.
Agradezco cordialmente al monseñor decano los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos y las reflexiones que ha hecho sobre la naturaleza y los fines de vuestro trabajo.

La actividad de vuestro tribunal ha sido siempre muy apreciada por mis venerados predecesores, los cuales han subrayado sin cesar que administrar la justicia en la Rota romana constituye una participación directa en un aspecto importante de las funciones del Pastor de la Iglesia universal.

De ahí el valor particular, en el ámbito eclesial, de vuestras decisiones, que constituyen, como afirmé en la Pastor bonus, un punto de referencia seguro y concreto para la administración de la justicia en la Iglesia (cf. art. 126).

2. Teniendo presente el marcado predominio de las causas de nulidad de matrimonio remitidas a la Rota, el monseñor decano ha destacado la profunda crisis que afecta actualmente al matrimonio y a la familia. Un dato importante que brota del estudio de las causas es el ofuscamiento entre los contrayentes de lo que conlleva, en la celebración del matrimonio cristiano, la sacramentalidad del mismo, descuidada hoy con mucha frecuencia en su significado íntimo, en su intrínseco valor sobrenatural y en sus efectos positivos sobre la vida conyugal.

21 Después de haber hablado en los años precedentes de la dimensión natural del matrimonio, quisiera hoy atraer vuestra atención hacia la peculiar relación que el matrimonio de los bautizados tiene con el misterio de Dios, una relación que, en la Alianza nueva y definitiva en Cristo, asume la dignidad de sacramento.

La dimensión natural y la relación con Dios no son dos aspectos yuxtapuestos; al contrario, están unidos tan íntimamente como la verdad sobre el hombre y la verdad sobre Dios. Este tema me interesa particularmente: vuelvo a él en este contexto, entre otras cosas, porque la perspectiva de la comunión del hombre con Dios es muy útil, más aún, es necesaria para la actividad misma de los jueces, de los abogados y de todos los agentes del derecho en la Iglesia.

3. El nexo entre la secularización y la crisis del matrimonio y de la familia es muy evidente. La crisis sobre el sentido de Dios y sobre el sentido del bien y del mal moral ha llegado a ofuscar el conocimiento de los principios básicos del matrimonio mismo y de la familia que en él se funda.
Para una recuperación efectiva de la verdad en este campo, es preciso redescubrir la dimensión trascendente que es intrínseca a la verdad plena sobre el matrimonio y sobre la familia, superando toda dicotomía orientada a separar los aspectos profanos de los religiosos, como si existieran dos matrimonios: uno profano y otro sagrado.

"Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó" (
Gn 1,27). La imagen de Dios se encuentra también en la dualidad hombre-mujer y en su comunión interpersonal. Por eso, la trascendencia es inherente al ser mismo del matrimonio, ya desde el principio, porque lo es en la misma distinción natural entre el hombre y la mujer en el orden de la creación. Al ser "una sola carne" (Gn 2,24), el hombre y la mujer, tanto en su ayuda recíproca como en su fecundidad, participan en algo sagrado y religioso, como puso muy bien de relieve, refiriéndose a la conciencia de los pueblos antiguos sobre el matrimonio, la encíclica Arcanum divinae sapientiae de mi predecesor León XIII (10 de febrero de 1880, en Leonis XIII P.M. Acta, vol. II, p. 22). Al respecto, afirmaba que el matrimonio "desde el principio ha sido casi un figura (adumbratio) de la encarnación del Verbo de Dios" (ib.). En el estado de inocencia originaria, Adán y Eva tenían ya el don sobrenatural de la gracia. De este modo, antes de que la encarnación del Verbo se realizara históricamente, su eficacia de santidad ya actuaba en la humanidad.

4. Lamentablemente, por efecto del pecado original, lo que es natural en la relación entre el hombre y la mujer corre el riesgo de vivirse de un modo no conforme al plan y a la voluntad de Dios, y alejarse de Dios implica de por sí una deshumanización proporcional de todas las relaciones familiares.Pero en la "plenitud de los tiempos", Jesús mismo restableció el designio primordial sobre el matrimonio (cf. Mt Mt 19,1-12), y así, en el estado de naturaleza redimida, la unión entre el hombre y la mujer no sólo puede recobrar la santidad originaria, liberándose del pecado, sino que también queda insertada realmente en el mismo misterio de la alianza de Cristo con la Iglesia.

La carta de san Pablo a los Efesios vincula la narración del Génesis con este misterio: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,24). "Gran misterio es este; lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ep 5,32). El nexo intrínseco entre el matrimonio, instituido al principio, y la unión del Verbo encarnado con la Iglesia se muestra en toda su eficacia salvífica mediante el concepto de sacramento. El concilio Vaticano II expresa esta verdad de fe desde el punto de vista de las mismas personas casadas: "Los esposos cristianos, con la fuerza del sacramento del matrimonio, por el que representan y participan del misterio de la unidad y del amor fecundo entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef Ep 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial y con la acogida y educación de los hijos. Por eso tienen en su modo y estado de vida su carisma propio dentro del pueblo de Dios" (Lumen gentium LG 11). Inmediatamente después, el Concilio presenta la unión entre el orden natural y el orden sobrenatural también con referencia a la familia, inseparable del matrimonio y considerada como "iglesia doméstica" (cf. ib.).

5. La vida y la reflexión cristiana encuentran en esta verdad una fuente inagotable de luz. En efecto, la sacramentalidad del matrimonio constituye una senda fecunda para penetrar en el misterio de las relaciones entre la naturaleza humana y la gracia. En el hecho de que el mismo matrimonio del principio haya llegado a ser en la nueva Ley signo e instrumento de la gracia de Cristo se manifiesta claramente la trascendencia constitutiva de todo lo que pertenece al ser de la persona humana y, en particular, a su índole relacional natural según la distinción y la complementariedad entre el hombre y la mujer. Lo humano y lo divino se entrelazan de modo admirable.

La mentalidad actual, fuertemente secularizada, tiende a afirmar los valores humanos de la institución familiar separándolos de los valores religiosos y proclamándolos totalmente autónomos de Dios. Sugestionada por los modelos de vida propuestos con demasiada frecuencia por los medios de comunicación social, se pregunta: "¿Por que un cónyuge debe ser siempre fiel al otro?", y esta pregunta se transforma en duda existencial en las situaciones críticas. Las dificultades matrimoniales pueden ser de diferentes tipos, pero todas desembocan al final en un problema de amor. Por eso, la pregunta anterior se puede volver a formular así: ¿Por qué es preciso amar siempre al otro, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?

Se pueden dar muchas respuestas, entre las cuales, sin duda alguna, tienen mucha fuerza el bien de los hijos y el bien de la sociedad entera, pero la respuesta más radical pasa ante todo por el reconocimiento de la objetividad del hecho de ser esposos, considerado como don recíproco, hecho posible y avalado por Dios mismo. Por eso, la razón última del deber de amor fiel es la que está en la base de la alianza divina con el hombre: ¡Dios es fiel! Por consiguiente, para hacer posible la fidelidad de corazón al propio cónyuge, incluso en los casos más duros, es necesario recurrir a Dios, con la certeza de recibir su ayuda. Por lo demás, la senda de la fidelidad mutua pasa por la apertura a la caridad de Cristo, que "disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1Co 13,7). En todo matrimonio se hace presente el misterio de la redención, realizada mediante una participación real en la cruz del Salvador, según la paradoja cristiana que une la felicidad a la aceptación del dolor con espíritu de fe.

6. De estos principios se pueden sacar muchas consecuencias prácticas, de índole pastoral, moral y jurídica. Me limito a enunciar algunas, relacionadas de modo especial con vuestra actividad judicial.

22 Ante todo, no podéis olvidar nunca que tenéis en vuestras manos el gran misterio del que habla san Pablo (cf. Ef Ep 5,32), tanto cuando se trata de un sacramento en sentido estricto, como cuando ese matrimonio lleva en sí la índole sagrada del principio, pues está llamado a convertirse en sacramento mediante el bautismo de los dos esposos. La consideración de la sacramentalidad pone de relieve la trascendencia de vuestra función, el vínculo que la une operativamente a la economía salvífica. Por consiguiente, el sentido religioso debe impregnar todo vuestro trabajo.
Desde los estudios científicos sobre esta materia hasta la actividad diaria en la administración de la justicia, no hay espacio en la Iglesia para una visión meramente inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera ni teológica ni jurídicamente.

7. Desde esta perspectiva es preciso, por ejemplo, tomar muy en serio la obligación que el canon 1676 impone formalmente al juez de favorecer o buscar activamente la posible convalidación del matrimonio y la reconciliación. Como es natural, la misma actitud de apoyo al matrimonio y a la familia debe reinar antes del recurso a los tribunales: en la asistencia pastoral hay que iluminar pacientemente las conciencias con la verdad sobre el deber trascendente de la fidelidad, presentada de modo favorable y atractivo. En la obra que se realiza con vistas a una superación positiva de los conflictos matrimoniales, y en la ayuda a los fieles en situación matrimonial irregular, es preciso crear una sinergia que implique a todos en la Iglesia: a los pastores de almas, a los juristas, a los expertos en ciencias psicológicas y psiquiátricas, así como a los demás fieles, de modo particular a los casados y con experiencia de vida. Todos deben tener presente que se trata de una realidad sagrada y de una cuestión que atañe a la salvación de las almas.

8. La importancia de la sacramentalidad del matrimonio, y la necesidad de la fe para conocer y vivir plenamente esta dimensión, podrían también dar lugar a algunos equívocos, tanto en la admisión al matrimonio como en el juicio sobre su validez. La Iglesia no rechaza la celebración del matrimonio a quien está bien dispuesto, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, con tal de que tenga la recta intención de casarse según la realidad natural del matrimonio. En efecto, no se puede configurar, junto al matrimonio natural, otro modelo de matrimonio cristiano con requisitos sobrenaturales específicos.

No se debe olvidar esta verdad en el momento de delimitar la exclusión de la sacramentalidad (cf. canon 1101, 2) y el error determinante acerca de la dignidad sacramental (cf. canon 1099) como posibles motivos de nulidad. En ambos casos es decisivo tener presente que una actitud de los contrayentes que no tenga en cuenta la dimensión sobrenatural en el matrimonio puede anularlo sólo si niega su validez en el plano natural, en el que se sitúa el mismo signo sacramental. La Iglesia católica ha reconocido siempre los matrimonios entre no bautizados, que se convierten en sacramento cristiano mediante el bautismo de los esposos, y no tiene dudas sobre la validez del matrimonio de un católico con una persona no bautizada, si se celebra con la debida dispensa.

9. Al término de este encuentro, mi pensamiento se dirige a los esposos y a las familias, para invocar sobre ellos la protección de la Virgen. También en esta ocasión me complace repetir la exhortación que les dirigí en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: "La familia que reza unida, permanece unida. El santo rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia" (n. 41).

A todos vosotros, queridos prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota romana, os imparto con afecto mi bendición.







Febrero de 2003




A LOS FIELES DE LA ARCHIDIÓCESIS ITALIANA


DE TRANI-BARLETTA-BISCEGLIE


Sábado 1 de febrero de 2003



Amadísimos jóvenes:

1. Con gran alegría os recibo, juntamente con vuestro amado arzobispo, mons. Giovanni Battista Pichierri, y los sacerdotes que os acompañan. Me alegra encontrarme con vosotros: ¡os doy a todos la bienvenida!

23 Con esta peregrinación a Roma, queréis prepararos para una misión especial, organizada por la comunidad diocesana de Trani-Barletta-Bisceglie, en la que los protagonistas seréis precisamente vosotros, los jóvenes. Se trata de la "Misión de los jóvenes para los jóvenes", una iniciativa con vistas al futuro, de acuerdo con las directrices de los obispos italianos, los cuales proponen a los jóvenes y a la familia como destinatarios privilegiados del compromiso pastoral de estos años (cf. Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia. Orientaciones pastorales 2001-2010, 51-52).

Los jóvenes y las familias constituyen el futuro de la sociedad y de la Iglesia, y es consolador ver que en medio de ellos maduran numerosas y significativas experiencias de espiritualidad, de servicio y de participación.

2. Vuestra misión está en continuidad ideal con la Jornada mundial de la juventud del año 2000, cuando, en Tor Vergata, definí a los jóvenes "centinelas de la mañana en esta alba del nuevo milenio" (Homilía en la Vigilia, n. 6). Me alegra ver que aquellas palabras siguen haciendo vibrar vuestro corazón, así como el corazón de tantos chicos y chicas, impulsando su mente a la acción.

La expresión "misión de los jóvenes para los jóvenes" es un eco de la que usó el concilio Vaticano II. Los jóvenes "deben convertirse -escribieron los padres conciliares- en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sus compañeros, de acuerdo con el medio social en que viven" (Apostolicam actuositatem
AA 12). Esta invitación la recogió mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, el cual, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi afirmó: "Es necesario que los jóvenes, bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los apóstoles de la juventud. La Iglesia espera mucho de ellos" (n. 72).

3. Bien formados en la fe y arraigados en la oración. Queridos jóvenes, conviene prestar gran atención a este requisito. El éxito de la misión dependerá de la calidad de los misioneros: cuanto más dóciles instrumentos seáis en las manos de Dios, tanto más eficaz será vuestro testimonio.
Preparaos con esmero para ser "levadura", "sal" y "luz" entre vuestros compañeros y en los ambientes en donde vivís.

La santidad admira, hace pensar, convence y, si Dios quiere, convierte. La santidad de los jóvenes es uno de los dones más hermosos que el Señor regala a la Iglesia. Cada uno de vosotros está llamado a ser santo, es decir, a seguir a Jesús con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. En este camino os sirve de guía y modelo la Virgen María, la cual, joven al igual que vosotros, respondió al ángel: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) y siempre cumplió fielmente la voluntad de Dios. Aprended de ella, queridos jóvenes, a ser humildes y dóciles, a estar dispuestos a donaros vosotros mismos, para que también en vosotros el Señor pueda obrar "maravillas".

4. Permitidme que os repita ahora, con respecto al estilo de la misión, unas palabras tomadas de la primera carta del apóstol san Pedro, donde afirma: "Dad culto a Cristo el Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo" (1P 3,15-16).

Jóvenes de Trani-Barletta-Bisceglie, Cristo es "vuestra esperanza". Que él ilumine vuestra conciencia joven. Estad siempre dispuestos a dar razón de su verdad y de su amor. Sed testigos convencidos y mansos de la verdad, que persuade por sí misma a los que se abren a ella. Que vuestra "tarjeta de presentación" sea el amor mutuo: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos -dijo Jesús-: si os amáis los unos a los otros" (Jn 13,35). Y el amor os colmará de una alegría íntima e intensa; la alegría unida a la paz del corazón, que sólo Jesús sabe dar a sus amigos.

Y transmitid a vuestros compañeros la alegría de seguirlo. Quien se encuentra con Jesús experimenta un modo diverso de ser feliz, una alegría de vivir diversa, basados no en el tener o en el aparecer, sino en el ser. Ser jóvenes cristianos significa vivir con Jesús, por Jesús y en Jesús.

5. Volviendo al tema de vuestra misión, os pregunto: ¿Queréis vosotros, amadísimos jóvenes de la diócesis de Trani-Barletta-Bisceglie, ser centinelas de esperanza?

24 Con esta fe y con esta valentía, id, y que ¡el Señor esté con vosotros! María, Estrella de la nueva evangelización, vele siempre sobre vuestros pasos. También yo os acompaño con mi afecto, con mi oración y con mi bendición.








Discursos 2003 16