Discursos 2003 24


A LOS MIEMBROS DEL SÍNODO PEMANENTE


DE LA IGLESIA GRECO-CATÓLICA UCRANIANA


Lunes 3 de febrero de 2003



Venerados hermanos en el episcopado:

1. La reunión del Sínodo permanente de la Iglesia greco-católica ucraniana aquí, en Roma, os ofrece la grata oportunidad de reafirmar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro. En efecto, habéis querido reuniros en esta ciudad para poder encontraros con espíritu de profunda unidad y de cordial fraternidad con el Papa y con sus más íntimos colaboradores. ¡Os doy la bienvenida!

Agradezco al cardenal Lubomyr Husar, vuestro arzobispo mayor, las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido. Al saludaros a cada uno personalmente, quiero transmitir mi afectuoso saludo a los fieles confiados a vuestra solicitud pastoral, recordando la cordialidad que me demostraron durante mi visita a Ucrania en junio de 2001. En aquella circunstancia, a la alegría de vuestras comunidades se unió también la acogida y el respeto de numerosos fieles ortodoxos, que vieron en el Obispo de Roma a un amigo sincero.

2. La Iglesia greco-católica ucraniana, renacida después de los trágicos acontecimientos del siglo pasado, prosigue su camino de reconstrucción con la certeza de su gran herencia espiritual, del fecundo testimonio de sus mártires y de la necesidad de mantener en todos los niveles una actitud de diálogo, colaboración y comunión.

Os animo a manteneros con este espíritu que, en el contexto de las vicisitudes cotidianas a veces difíciles, es para vosotros guía segura para resolver los problemas que se van presentando. A este respecto, hay que destacar los recientes encuentros cordiales con vuestros hermanos obispos de rito latino, que han permitido considerar, a la luz de la común obligación de la caridad y de la unidad, las cuestiones pastorales que interesan a ambas comunidades. También esos encuentros son aplicación práctica de la comunión efectiva y afectiva que debe guiar a los pastores de la grey de Cristo.

Esta comunión es muy necesaria si se reflexiona en los desafíos que debéis afrontar en la situación actual: de las necesidades espirituales de amplios sectores de la población a los graves dilemas de la emigración; de las estrecheces de los menos favorecidos a las dificultades familiares; y de la exigencia de un diálogo ecuménico al deseo de una mayor integración en el contexto europeo.

3. Venerados hermanos, provenís de una tierra que es la cuna del cristianismo en Europa oriental. Se os pide que trabajéis en este "laboratorio" eclesial en el que coexisten la tradición cristiana oriental y la latina. Ambas contribuyen a embellecer el rostro de la única Iglesia de Cristo. Ucrania, "tierra de confín", lleva inscrita en su historia y en la sangre de muchos de sus hijos la llamada a trabajar con todo empeño al servicio de la causa de la unidad de todos los cristianos.

Encomiendo vuestros buenos propósitos a las oraciones de vuestros numerosos mártires y a la intercesión de María santísima, venerada con ternura en los muchos santuarios de vuestro país.
Con mi cordial bendición apostólica.








A UNA DELEGACIÓN DEL SANTO SÍNODO


DEL PATRIARCADO ORTODOXO DE SERBIA


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Jueves 6 de febrero de 2003



1. Con profunda alegría os dirijo mi saludo a vosotros, amadísimos hermanos, y con sentimientos de caridad fraterna acojo, junto a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, a vuestra delegación. A través de vosotros saludo al venerado patriarca Pavle con el Santo Sínodo, así como a todos los obispos, al clero, a los monjes y a los fieles de vuestra santa Iglesia.

2. La presencia de vuestra delegación en Roma y nuestro encuentro de hoy, que se realiza al inicio del tercer milenio, no sólo tienen gran significado, sino que también nos colman de esperanza a todos. En efecto, el último decenio del siglo XX se caracterizó por muchos acontecimientos dolorosos, que causaron indecibles sufrimientos a numerosas poblaciones de los Balcanes. Por desgracia, no faltaron injusticias, y sus autores no dudaron en recurrir a la instrumentalización de los sentimientos y de los valores religiosos y patrióticos para herir más a fondo a su prójimo.

Las Iglesias han cumplido su deber de exhortar a todas las partes en conflicto a la paz, al restablecimiento de la justicia y al respeto de los derechos de cada persona, prescindiendo de su pertenencia étnica o de su creencia religiosa. Como es sabido, también la Santa Sede, sin equívocos y con imparcialidad, ha elevado a menudo su voz, y yo personalmente lo hice antes y durante las acciones que afectaron en particular a las poblaciones de vuestro país en 1999.

3. El pasado reciente ha influido profundamente en la memoria de los hombres; ha creado mucha confusión en los juicios, y un gran sufrimiento en los que han padecido lutos dolorosos o han debido abandonar todo lo que poseían. Las Iglesias tienen la tarea de actuar según el modelo del buen samaritano. Deben aliviar los sufrimientos comunes, curar las heridas y promover la purificación de la memoria, para que brote un perdón sincero y una colaboración fraterna. Me alegra que ya se hayan puesto en marcha diversas iniciativas en este sentido, y deseo que continúe su realización, gracias a la contribución generosa de todos, tanto a nivel local en vuestro país como también a nivel regional. Por lo que respecta a la Iglesia católica, también ella presente en Serbia y en los países limítrofes, os aseguro que no eludirá este deber y aportará su contribución.

4. Hoy, las Iglesias afrontan nuevas exigencias y desafíos, que derivan de una irrefrenable transformación del continente europeo. A veces se pone en tela de juicio la identidad cristiana de Europa, plasmada en sus raíces por las dos tradiciones: occidental y oriental. Esto no puede menos de impulsarnos a buscar y promover toda forma de colaboración que permita a los ortodoxos y a los católicos dar juntos un testimonio vivo y convincente de su tradición común. Este testimonio no sólo resultará eficaz en la afirmación de los valores evangélicos como la paz, la dignidad de la persona, la defensa de la vida y la justicia en la sociedad de hoy, sino también en el acercamiento y en la consolidación de la fraternidad que debería caracterizar las relaciones eclesiales entre católicos y ortodoxos.

Vuestra Iglesia, a lo largo de los siglos, incluso en medio de grandes adversidades, se ha comprometido en la difusión del Evangelio en el pueblo serbio, contribuyendo de este modo a la promoción de la identidad cristiana de Europa. Fiel a la tradición apostólica, ha proclamado con perseverancia la buena nueva de la salvación, imprimiendo en la sociedad serbia una fuerte huella cultural que aflora, entre otras cosas, en la sugestiva arquitectura de iglesias y monasterios. Esta herencia no os pertenece sólo a vosotros; todos los demás cristianos también se sienten orgullosos de ella. Mi deseo y mi esperanza es que Europa encuentre los medios adecuados para preservarla dondequiera que haya florecido y crezca.

5. Amadísimos hermanos, os agradezco vuestra visita. Es para mí un signo de que el Espíritu de Dios guía a la Iglesia hacia el restablecimiento de la unidad de todos los discípulos de Cristo por la que él rogó la víspera de su muerte. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza para seguir recorriendo este camino con confianza, paciencia y valentía. Os pido que transmitáis mi saludo cordial y fraterno a Su Beatitud el patriarca Pavle y a vuestra Iglesia en todos sus componentes. En cuanto a vosotros, os aseguro mi oración para que el Señor, que guía nuestros pasos, os acompañe durante esta visita, motivo de esperanza para el crecimiento de nuestras relaciones recíprocas.

El jueves 6 de febrero, Juan Pablo II recibió en audiencia, en su biblioteca privada, a una delegación del Santo Sínodo del Patriarcado ortodoxo de Serbia, que vino a Roma para encontrarse con los diferentes dicasterios de la Curia romana, a fin de establecer un diálogo profundo cristiano, e intercambiar experiencias para afrontar los problemas de hoy, y orar juntos por la paz en el mundo y por la unidad de las Iglesias. La encabezaba S. E. Amfilohije, metropolita de Montenegro, quien al comienzo del encuentro pronunció unas palabras en las que transmitió el saludo del patriarca Pavle y del Santo Sínodo de la Iglesia local. El Santo Padre pronunció el discurso que publicamos.








AL DUODÉCIMO GRUPO DE OBISPOS


DE BRASIL EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 7 de febrero de 2003



Venerados hermanos en el episcopado:

26 1. Sed bienvenidos a la casa del Sucesor de Pedro en esta visita ad limina Apostolorum, testimonio visible de la colegialidad episcopal de la Iglesia. Os saludo fraternalmente a cada uno de vosotros y a monseñor Jayme Henrique Chemello, presidente de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil. Deseo agradecer de corazón las palabras del señor cardenal José Freire Falcão, arzobispo de Brasilia, que me ha transmitido los buenos sentimientos que os animan y los desafíos pastorales de las regiones centro-oeste y norte 2.

Al observar el mapa de vuestros Estados, desde Goiás hasta las fronteras internacionales del norte de Brasil, pasando por Tocantins Pará y Amapá, puedo imaginar las dificultades que tenéis para cumplir vuestra misión de pastores de aquellas inmensas regiones. Ser obispo nunca ha sido fácil, y hoy supone obligaciones, compromisos y dificultades que, por doquier y en circunstancias muchas veces imprevistas, constituyen obstáculos enormes, complejos y a veces humanamente insuperables. Sin embargo, es Dios quien os llama a servir, con sentido de responsabilidad, al pueblo que os ha sido confiado, y nunca dejará de sostener y acompañar a cuantos escogió, con la certeza de que los fieles, "experimentando este servicio, glorifican a Dios por vuestra obediencia en la profesión del evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra comunión con ellos y con todos" (
2Co 9,13).

2. Sin negar las diversidades específicas de cada diócesis, existen situaciones y problemas que exigen una acción pastoral concorde para desempeñar, en la unidad y en la caridad, "algunas funciones pastorales (...) para promover, conforme a la norma del derecho, el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de tiempo y de lugar" (Apostolos suos, 14). Me conforta saber que esta es vuestra experiencia y también el compromiso de vuestra Conferencia episcopal: una larga y fecunda experiencia de comunión y de corresponsabilidad, que está ayudando a vuestras diócesis a unir sus esfuerzos en favor de la evangelización, dando vida a un organismo de comunión episcopal, para que los pastores de un determinado territorio puedan renovar su afecto colegial en el ejercicio de algunas funciones, inspirados por la solicitud pastoral común.

Desde su inicio, en 1952, la Conferencia nacional de los obispos de Brasil está realizando esta misión, con numerosas iniciativas destinadas no sólo a perfeccionar su organización, sino también a testimoniar la presencia del Redentor y su mensaje salvador en medio de los hombres.Esta ha sido la constatación al concluirse las celebraciones de las bodas de oro de la institución. La Conferencia de los obispos ha ayudado a la Iglesia que está en Brasil a permanecer al lado del pueblo, comprendiendo su situación y asumiendo sus causas.

Esto nos lleva también a recordar la importancia de que, si la Iglesia necesita estar cerca del pueblo, como hizo Jesús al recorrer los caminos de Palestina para ir al encuentro de las almas, debe sobre todo acercar a Jesús al pueblo, dándolo a conocer, haciendo que la gracia, que brotó de su costado abierto, como fuente de agua viva, llegue a los corazones que anhelan la gloria del reino de los cielos. La Iglesia, como instrumento de salvación, ha recibido de Cristo, a través de los Apóstoles, la misión vital de "ir por todo el mundo y proclamar la buena nueva a toda la creación", recordando que "el que crea y sea bautizado, se salvará; y el que no crea, se condenará" (Mc 16,16).

Vuestra misión, venerados hermanos en el episcopado, asume entonces un carácter propio y específico a la hora de decidir los diversos enfoques de la pastoral y, más ampliamente, de la evangelización. Como sucesores de los Apóstoles, habéis recibido la luz que viene de lo alto, mediante la consagración episcopal: "El Señor Jesús, después de orar al Padre, llamó a sí a los que quiso y designó a doce para que vivieran con él. (...). Con estos Apóstoles formó una especie de colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él. Los envió, en primer lugar, a los hijos de Israel, luego a todos los pueblos, para que, participando de su potestad, hicieran a todos los pueblos sus discípulos, los santificaran y los gobernaran y así extendieran la Iglesia" (Lumen gentium LG 19).

Por la consagración sacramental y la comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros, el obispo se convierte en miembro del Colegio episcopal y, por tanto, participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf. ib., 23), para ser maestro de la doctrina, sacerdote del culto sagrado y ministro para el gobierno (cf. Código de derecho canónico, c. 375). En efecto, su tarea primaria es gobernar la diócesis que le ha sido encomendada, consciente de que de ese modo "contribuye eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico, que es también el cuerpo de las Iglesias" (Lumen gentium ). Sin embargo, todos saben que son bastantes las ocasiones en las que los obispos no consiguen realizar adecuadamente su misión, "si no realizan su trabajo de mutuo acuerdo y con mayor coordinación, en unión cada vez más estrecha con otros obispos" (Apostolos suos, 15).

Esta es la razón por la cual hoy las conferencias episcopales cooperan con una ayuda fecunda y diversificada para dar vida, de modo efectivo y concreto, a la unión colegial o collegialis affectus entre los obispos. La unión con los hermanos en el episcopado, con los que cada uno se encuentra especialmente vinculado, muchas veces por la proximidad geográfica y por bastantes problemas pastorales comunes, sirve de vínculo para el bien común de la diócesis que le ha sido encomendada; en caso contrario, su pastor no podría cumplir eficazmente su misión. Pienso, por ejemplo, en la importante cuestión de la formación de los candidatos al sacerdocio. La necesidad de encontrar vocaciones firmes y seguras ha exigido de vuestras Iglesias particulares un renovado esfuerzo y un dispendio de energías. Expreso mis mejores deseos de que el Año vocacional, promovido por la Conferencia episcopal, se corone con éxito, para lo cual contáis desde ahora con mi apoyo y con la seguridad de mis oraciones al Todopoderoso.

3. Se puede afirmar, por tanto, que la tarea pastoral del obispo en su diócesis incluye necesariamente la participación activa en los trabajos de la Conferencia episcopal, configurando al mismo tiempo sus límites: límites por parte de la Conferencia, que debe ocuparse de los asuntos que requieren su orientación, de acuerdo con sus Estatutos, para el bien del conjunto de las diócesis; y límites también por parte de la dedicación personal de cada obispo, según la importancia de los problemas que deben tratarse en la Conferencia, o sea, de acuerdo con los beneficios que redundarán para todas las diócesis.

Con todo, tened en cuenta que el exceso de organismos y de reuniones, obligando a muchos obispos a permanecer frecuentemente fuera de sus Iglesias particulares, además de ser contrario a la "ley de residencia" (Código de derecho canónico, c. 395), tiene consecuencias negativas tanto en el acompañamiento de su presbiterio como en otros aspectos pastorales, como podría ser en el caso de la penetración de las sectas.

Por eso, se ha indicado explícitamente la necesidad de evitar, además de la excesiva multiplicación de organismos, la burocratización de los órganos subsidiarios y de las comisiones que siguen operativos en los períodos entre las reuniones plenarias; así pues, estos órganos "existen para ayudar a los obispos y no para sustituirlos" (Apostolos suos, 18).

27 4. En el cumplimiento de esta misión, al dirigirme a mis hermanos en el episcopado, a través de la carta apostólica, en forma de motu proprio, "Apostolos suos", puse de relieve que la "unión colegial del episcopado manifiesta la naturaleza de la Iglesia que, siendo en la tierra semilla e inicio del reino de Dios, "es -citando al concilio Vaticano II (Lumen gentium LG 9)- un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano"" (n. 8).

Quisiera, además, recordar aquí con satisfacción el espíritu que anima a la Conferencia nacional de los obispos de Brasil, también como fruto de la reciente revisión de sus Estatutos. Al empeñaros en "fomentar una sólida comunión entre los obispos (...) y promover siempre una mayor participación de ellos en la Conferencia" (cap. I, art. 2), habéis querido reafirmar la tradición apostólica mantenida siempre a lo largo de la vida de la Iglesia, desde su constitución.

No me es desconocida la amplitud de la Iglesia en Brasil, que se encuentra entre las mayores del mundo católico. Las diecisiete regiones que la forman, cada una de las cuales con un numeroso grupo de diócesis y a veces de prelaturas, eparquías, un exarcado, abadías territoriales, un ordinariato militar y otro para los fieles de rito oriental, y una administración apostólica personal, nos muestran el inmenso y exigente panorama de trabajo que os depara y la continua preocupación por mantener unido el proceso evangelizador.

Esta estructuración debe estar al servicio de la Conferencia y de cada uno de los Ordinarios locales, para poner en práctica las decisiones de la asamblea general y, cuando sea el caso, del Consejo permanente como "órgano de orientación y acompañamiento de la actuación de la Conferencia episcopal" (cap. V, art. 46). Por eso, confío en vuestro celo pastoral, a fin de que se evite cualquier discrepancia relativa a las normas estatutarias aprobadas.

5. La dimensión continental de Brasil requiere una atención renovada a fin de que llegue a todos la certeza por la que Cristo instituyó el pueblo de Dios, "para ser una comunión de vida, de amor y de verdad" (Lumen gentium LG 9). El pueblo de Dios se presenta como una comunidad, en la medida en que sus miembros poseen y participan de los mismos "bienes", que sirven para identificarlo y distinguirlo de los demás grupos sociales. San Pablo resume los bienes que contribuyen a constituir al pueblo de Dios, proclamando que los seguidores de Cristo tienen "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Ep 4,5).

Todos tienen derecho a recibir de forma unitaria y homogénea no sólo la verdad revelada, sino también el pensamiento común del Episcopado nacional, a través de las declaraciones hechas en nombre de la Conferencia de los obispos. Por eso, apelo a vuestro sentido de responsabilidad en los pronunciamientos realizados a través de los medios de comunicación social, en representación de la misma Conferencia. El hecho de que una comunicación sea de entera responsabilidad personal, en conformidad con las indicaciones de vuestros Estatutos (cf. cap. IV, art. 131), no exime de la coherencia doctrinal y de la fidelidad al magisterio de la Iglesia.

6. Como maestros en la fe y dispensadores de los misterios de Dios, necesitáis una sintonía aún mayor cuando se trata de analizar, en los diversos organismos de la Conferencia episcopal, asuntos de dimensión nacional que repercuten en las diferentes pastorales diocesanas.

La Conferencia episcopal tiene una responsabilidad propia en el ámbito de su competencia, pero "sus decisiones repercuten sin duda en la Iglesia universal. El ministerio petrino del Obispo de Roma sigue siendo el garante de la sincronización de la actividad de las Conferencias con la vida y la enseñanza de la Iglesia universal" (Audiencia general, 7 de octubre de 1992, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de octubre de 1992, p. 3). A su vez, en el ámbito de la competencia de cada organismo que compone vuestra Conferencia, compete al obispo un diligente y atento examen de las materias que se le someten, no pudiendo eximirse, por falta de tiempo, del análisis objetivo de los asuntos. Como "testigos de la verdad divina y católica", los obispos "son también maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Ellos predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica" (Lumen gentium LG 25).

A esta exigencia se debe añadir también la correcta aplicación, en cada caso, de las normas del derecho de la Iglesia, tanto occidental como oriental. Si, por un lado, existe teóricamente un acuerdo bastante extendido de concebir el derecho en la Iglesia a la luz del misterio revelado, como indicó el concilio Vaticano II (cf. Optatam totius OT 16); por otro, persiste aún la idea de un cierto legalismo que, en la práctica, reduce ese derecho a un conjunto de leyes eclesiásticas, poco teológicas y poco pastorales, contrarias en sí a la libertad de los hijos de Dios. Esta visión es ciertamente inadecuada, dado que, como ya he dicho, incluso recientemente, "las normas canónicas se refieren a una realidad que las trasciende" y comprende "aspectos esenciales y permanentes en los que se concreta el derecho divino" (Discurso al Consejo pontificio para los textos legislativos, 24 de enero de 2003, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 2003, p. 8). Por eso, es necesario considerar que la acción pastoral no puede reducirse a un cierto pastoralismo, entendido en el sentido de desconocer o atenuar otras dimensiones esenciales del misterio cristiano, entre ellas la jurídica. Si la pastoral diluye cualquier obligación jurídica, relativiza la obediencia eclesial, privando de sentido las normas canónicas. La verdadera pastoral jamás podrá ser contraria al verdadero derecho de la Iglesia.

7. Venerados hermanos, es una gracia saberse y sentirse unidos, cercanos unos de otros, decididos a caminar y trabajar juntos, sobre todo cuando se afrontan muchas fuerzas contrarias, fuerzas de división que tratan de separar o incluso de contraponer entre sí a hermanos llamados antes a vivir unidos. Proseguid vuestro camino, buscando siempre una sintonía fraterna en el ámbito de vuestra Conferencia episcopal y con el Sucesor de Pedro que, en este momento, renueva su abrazo de comunión con todos, también con los que han estado aquí, desde el año pasado, en visita ad limina. Por ser este el último grupo previsto del Episcopado brasileño, os expreso mis mejores deseos de paz y fraternidad, con la esperanza de que sigáis construyendo la unidad en la verdad y en la caridad y para que, juntos, respondáis a los grandes desafíos de la hora actual.

Al concluir este encuentro, dirijo mi pensamiento a la Virgen Aparecida, Madre de vuestras comunidades cristianas y patrona de la gran nación brasileña. A ella os encomiendo a todos vosotros y a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los fieles laicos de vuestras diócesis, y os imparto de corazón mi bendición apostólica.






A UN GRUPO DE OBISPOS Y SACERDOTES


AMIGOS DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO


28

Sábado 8 de febrero de 2003



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos de la Comunidad de San Egidio:

1. Me alegra encontrarme con todos vosotros, que habéis venido a Roma de varias partes del mundo para algunos días de oración y reflexión, con ocasión del encuentro internacional de los obispos y sacerdotes amigos de la Comunidad de San Egidio. Dirijo un saludo particularmente cordial a los representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales aquí presentes.

Agradezco a monseñor Vincenzo Paglia las amables palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos comunes y, juntamente con él, saludo al profesor Andrea Riccardi, que ha seguido y animado desde los primeros pasos el camino de la Comunidad de San Egidio.

Vuestra asamblea quiere recordar el 35° aniversario de vuestra comunidad, que a lo largo de estos años se ha difundido en diversos países, creando una red de solidaridad en la comunidad cristiana y civil.

2. Os habéis reunido durante estos días para reflexionar en el tema: "El evangelio de la paz", cuestión muy importante y sentida en el momento que estamos atravesando, marcado por tensiones y vientos de guerra. Por tanto, es cada vez más urgente anunciar el "evangelio de la paz" a una humanidad tentada fuertemente por el odio y la violencia.

Es preciso redoblar los esfuerzos. No hay que detenerse ante los ataques del terrorismo, ni ante las amenazas que se ciernen en el horizonte. Es necesario no resignarse, como si la guerra fuera inevitable. Queridos amigos, dad a la causa de la paz la contribución de vuestra experiencia, una experiencia de auténtica fraternidad, que lleve a reconocer en el otro a un hermano al que se ha de amar incondicionalmente. Este es el sendero que conduce a la paz, un camino de diálogo, de esperanza y de reconciliación sincera.

3. En el mensaje para la Jornada mundial de la paz del 1 de enero pasado recordé el cuadragésimo aniversario de la encíclica Pacem in terris, de mi venerado predecesor el beato Juan XXIII. Hoy, como entonces, la paz está en peligro. Por eso, es importante reafirmar con fuerza que "la paz no es tanto cuestión de estructuras, como de personas. Ciertamente, estructuras y procedimientos de paz -jurídicos, políticos y económicos- son necesarios y afortunadamente se dan a menudo. Sin embargo, no son sino el fruto de la sabiduría y de la experiencia acumulada a lo largo de la historia a través de innumerables gestos de paz, llevados a cabo por hombres y mujeres que han sabido esperar sin desanimarse nunca. Gestos de paz brotan en la vida de personas que cultivan en su espíritu actitudes constantes de paz" (n. 9).

A través de una renovada conciencia misionera también vosotros estáis llamados, hoy más que nunca, a ser constructores de paz. Permaneciendo fieles y coherentes con la historia de vuestra tradición asociativa, seguid trabajando para que se intensifique por doquier la oración por la paz, acompañada de una acción concreta en favor de la reconciliación y de la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos.

4. Las comunidades cristianas y todos los creyentes en Dios deben seguir el ejemplo de Abraham, padre común en la fe, cuando en el monte pide al Señor que no destruya la ciudad de los hombres (cf. Gn Gn 18,23 ss). Con la misma insistencia hemos de seguir implorando para la humanidad el don de la paz.

29 Dirijamos con confianza nuestra mirada a Cristo, el "Príncipe de la paz", que nos anuncia la buena nueva de la salvación, el "evangelio de la paz": "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5,5). Él llama a sus discípulos a ser testigos y servidores del Evangelio, con la certeza de que, más que cualquier esfuerzo humano, es el Espíritu Santo el que fecunda su acción en el mundo.

A la vez que os renuevo a todos la expresión de mi gratitud por este encuentro, invoco la protección celestial de la Virgen María, Reina de la paz, sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras iniciativas. Asegurándoos mi cercanía espiritual, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, a todos los miembros de la Comunidad de San Egidio esparcidos por el mundo, y a todos aquellos con quienes os encontráis en vuestras actividades diarias.








A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE BIELORRUSIA EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 10 de febrero de 2003

. Queridos y venerados hermanos en el episcopado:

1. "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros" (Jn 13,34). Estas palabras, que Jesús dejó como testamento a los Apóstoles en el cenáculo, no cesan de resonar en nuestro corazón.

¡Sed bienvenidos a la casa de Pedro! Os abrazo con afecto a cada uno. Lo saludo, en particular, a usted, señor cardenal, pastor de la sede metropolitana de Minsk-Mohilev, y le agradezco cordialmente las palabras que me ha dirigido no sólo en nombre de sus demás hermanos en el episcopado, sino también de todo el pueblo católico de Bielorrusia. Os saludo a vosotros, amados pastores de Grodno, Pinsk y Vitebsk. Con afecto envío un saludo también a la pequeña pero fervorosa comunidad católica de rito bizantino, heredera de la misión de san Josafat, y saludo al reverendísimo visitador apostólico ad nutum Sanctae Sedis, que se ocupa diariamente de ella.

El amor de Cristo nos une. Su amor debe impregnar nuestra vida y nuestro servicio pastoral, estimulándonos a renovar nuestra fidelidad al Evangelio y tender a una entrega cada vez más generosa a la misión apostólica que el Señor nos ha confiado.

2. Está aún vivo en mí el recuerdo de nuestro encuentro de abril de 1997. En aquella ocasión fue motivo de profunda alegría constatar la primavera de la vida eclesial en vuestro país, después del invierno de la persecución violenta, que se prolongó durante varios decenios. Entonces eran aún evidentes los efectos del adoctrinamiento ateo sistemático de vuestras poblaciones, especialmente de los jóvenes, de la destrucción casi total de las estructuras eclesiásticas y de la clausura forzada de los lugares de formación cristiana. Gracias a Dios, ese rígido período ya ha terminado, y desde hace algunos años ya se está verificando una progresiva y alentadora reactivación.

Durante el quinquenio pasado, la celebración de los sínodos de la archidiócesis de Minsk y de las diócesis de Pinsk y Vitebsk os ha ofrecido la oportunidad de discernir mejor las prioridades pastorales, elaborando planes apostólicos adecuados a las diversas exigencias del territorio. Esta vez habéis venido a informarme de los frutos de vuestro generoso trabajo pastoral y, juntamente con vosotros, doy gracias por ellos al Señor, siempre misericordioso y providente.

3. Se trata ahora de proyectar el trabajo con vistas al futuro. En primer lugar se halla la familia, que también en Bielorrusia atraviesa, por desgracia, una seria y profunda crisis. Las primeras víctimas de esta situación son los niños, que corren el riesgo de sufrir sus consecuencias durante toda la vida. Para confortaros y animaros, quisiera repetir lo que dije a las numerosísimas familias reunidas en Manila el pasado 25 de enero, con ocasión del IV Encuentro mundial de las familias. Es preciso testimoniar con convicción y coherencia la verdad sobre la familia, fundada en el matrimonio. Es un bien grande, necesario para la vida, para el desarrollo y para el futuro de la humanidad. Transmitid a las familias de Bielorrusia la consigna que dejé a las del mundo entero: hacer del Evangelio la regla fundamental de la familia y hacer de cada familia una página del Evangelio escrita para nuestro tiempo.

4. Vuestro país cuenta aproximadamente con diez millones de habitantes, gran parte de los cuales vive en las ciudades. Aunque Bielorrusia es la nación que ha sufrido menos los cambios del período post-soviético, su proceso de inserción en el vasto contexto del continente europeo ha sido más bien lento. Las consecuencias de este retraso influyen en la reestructuración económica y aumenta la pobreza, sobre todo en las zonas rurales. La concentración de la población en los centros urbanos implica un esfuerzo notable para la presencia de la Iglesia. Esto vale especialmente para la capital, Minsk, donde ya vive más del 20% de la población.

30 Una de vuestras prioridades son los jóvenes, cada vez más numerosos en las ciudades y en búsqueda de un posible empleo. La crisis demográfica sin precedentes, que afecta a vuestro país, constituye asimismo un fuerte desafío para el anuncio del "evangelio de la vida", y los fenómenos de la marginación, entre los cuales destaca el alcoholismo, que recientemente se ha agravado, esperan respuestas urgentes y eficaces. A todos estos problemas la Iglesia católica, aunque es minoritaria en el país, se esfuerza por responder con los medios y las estructuras disponibles. Queridos hermanos, os animo a proseguir por este camino, y quisiera aprovechar esta ocasión para dar las gracias a las organizaciones católicas de otras naciones, especialmente italianas y alemanas, que os prestan su apoyo y su colaboración.

5. "La mies es mucha y los obreros pocos" (
Mt 9,37).Ante la gran cantidad de trabajo por realizar, vienen espontáneamente a nuestra mente estas palabras de Jesús. ¿Qué hacer? La respuesta nos la da el Evangelio: "Rogad, pues, -añade Cristo- al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,38). La oración, ante todo. Es preciso intensificar la súplica de la ayuda divina, y educar a los fieles para que hagan que la oración sea un momento fundamental entre sus ocupaciones diarias. A esto contribuirá la obra, que habéis iniciado, de traducir al bielorruso los textos sagrados, en especial los del Misal romano.

Además de la oración, no puedo menos de recordar vuestro esfuerzo por la formación de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, especialmente en los dos seminarios mayores de Grodno y Pinsk. También me complace subrayar la necesaria atención a los sacerdotes encargados de la cura de almas. La colaboración del clero y de los religiosos procedentes de la cercana Polonia constituye ahora una necesidad, que seguramente ayudará a la consolidación de la comunidad católica de vuestro país.

Y, por último, el diálogo ecuménico con la Iglesia ortodoxa. En vuestra tierra, la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa han convivido desde siempre, y no pocas familias son confesionalmente mixtas; por tanto, necesitan también la asistencia de la Iglesia católica. Que el Señor siga guiando vuestros pasos en la búsqueda del respeto recíproco y la cooperación mutua.

Se celebra este año el 380° aniversario del martirio de san Josafat, arzobispo de Polatsk, cuya sangre santificó la tierra bielorrusa. Ojalá que el recuerdo de su martirio sea para todos manantial de fidelidad a Cristo y a su santa Iglesia.

6. Encomiendo a todos a María, la Theotokos. Le pido que os proteja a vosotros, venerados y amados hermanos, a vuestros colaboradores más íntimos, que son los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, a los seminaristas, a los laicos comprometidos activamente en el apostolado y a toda la comunidad católica que vive en Bielorrusia. Sobre todos y cada uno vele con su amor materno, juntamente con vuestros santos patronos. Por mi parte, os aseguro mi recuerdo diario en la oración, a la vez que os bendigo de corazón.










Discursos 2003 24