Discursos 2003 303


CON MOTIVO DE UN CONCIERTO CELEBRADO EN LA SALA PABLO VI


Sábado 22 de noviembre de 2003

. Amadísimos hermanos y hermanas:


1. Gracias por esta manifestación, con la que habéis querido conmemorar el centenario del motu proprio Tra le sollecitudini, publicado por mi santo predecesor Pío X. Saludo con afecto a todos los presentes. Saludo, ante todo, a monseñor Vasco Giuseppe Bertelli, presidente de la Asociación italiana Santa Cecilia, y le agradezco haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes. Saludo a los promotores y a los organizadores de esta representación sacra, y agradezco a todos el significativo regalo de la campana, que tiene grabada la expresión bíblica "Cantate Domino canticum novum".

Saludo a los coristas de las scholae cantorum "San Pedro y San Pablo" de Gessate (Milán) y de San Gervasio de Capriate (Bérgamo), que han interpretado el oratorio "Pasión según san Marcos", de monseñor Lorenzo Perosi. Saludo a los participantes en el congreso nacional de vuestra benemérita asociación. Extiendo mi afectuoso saludo a los numerosísimos cantores provenientes de todas las partes de Italia, que mañana en San Pedro animarán la celebración eucarística conmemorativa de ese importante aniversario.

2. Vuestra asociación está dedicada a santa Cecilia, a quien la piedad popular presenta como patrona de la música. Esta joven mártir romana invita a los creyentes a caminar vigilantes al encuentro con Cristo, alegrando la peregrinación terrena con el gozo del canto y de la música.
Que santa Cecilia os acompañe desde el cielo a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, y os ayude a realizar plenamente vuestra misión en la Iglesia.

A la vez que invoco sobre vosotros la protección materna de María, Madre de Cristo y de la Iglesia, os aseguro un recuerdo en la oración y de corazón os bendigo a todos.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL II CONGRESO AMERICANO MISIONERO




Al Señor Cardenal Rodolfo Quezada Toruño
Arzobispo de Guatemala
Presidente del II Congreso Americano Misionero

304 1. El II Congreso Americano Misionero, que se celebra en la Ciudad de Guatemala bajo el lema "Iglesia en América, tu vida es misión", me ofrece la oportunidad de saludar con gran afecto a todos los presentes y evocar con viva gratitud vuestra calurosa acogida recibida, como peregrino del amor y de la esperanza, en mi último viaje a ese continente, durante el cual tuve el gozo de canonizar al Hermano Pedro de San José de Betancurt.

La canonización de este extraordinario misionero fue, en cierto modo, como el preludio del presente Congreso. Su poderosa intercesión y el testimonio de su santidad os guiarán en esa Asamblea, de la cual la Iglesia universal aguarda con expectación una abundante cosecha de fe, de santidad y de generosidad misionera.

Ante todo, deseo saludar al Señor Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, Arzobispo de Guatemala, y a los numerosos hermanos en el Episcopado que se encuentran en este "Cenáculo" misionero continental. Dirijo también mi afectuoso saludo a cuantos han colaborado en la preparación del Congreso y a cada uno de los participantes en el mismo: sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos, especialmente jóvenes y niños. Mi Enviado Especial, el Señor Cardenal Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, lleva el testimonio de mi cercanía espiritual y de mi interés por este importante evento.

Pienso de manera particular en vosotros que habéis recibido el llamado del Señor a anunciarlo ad gentes, vocación de entrega y de santidad que os lleva a servir a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra. "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «ya reina tu Dios»!" (
Is 52,7).

2. La historia de la Evangelización del continente americano, queridos hermanos y hermanas, muestra la íntima relación entre santidad y misión. Considerando desde una perspectiva histórica dicha obra misionera, es realmente grato comprobar el gran impacto del Evangelio y la vivencia cristiana de las primeras comunidades, así como el testimonio de los numerosos misioneros santos que de ellas surgieron.

Desde el inicio de la evangelización y a lo largo de su interesante historia, el Espíritu del Señor ha suscitado en esas benditas tierras hermosos frutos de santidad en hombres y mujeres que, fieles al mandato misionero del Señor, han entregado su propia vida al anuncio del mensaje cristiano, incluso en circunstancias y condiciones heroicas. En la base de este maravilloso dinamismo misionero estaba, sin duda, su santidad personal y también la de sus comunidades. Un renovado impulso de la misión ad gentes, en América y desde América, exige también hoy misioneros santos y comunidades eclesiales santas.

El llamado a la misión está unido a la vocación a la santidad, la cual es "un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia" (Redemptoris missio RMi 90). Ante dicho llamado universal, debemos tomar conciencia de nuestra propia responsabilidad en la difusión del Evangelio. A este respecto, la cooperación en la misión ad gentes ha de ser signo de una fe madura y de una vida cristiana capaz de producir frutos, de modo que las Iglesias particulares más necesitadas reciban un impulso humano y espiritual que las ayude a caminar con sus Pastores.

Para ello "no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre aquéllos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros" (ibíd).

3. Después de mis viajes pastorales a diferentes naciones -donde el Evangelio en algunas de ellas apenas ha sido anunciado-, he llegado a la íntima convicción de que la humanidad aguarda, cada vez con mayor anhelo, "la plena manifestación de los hijos de Dios" (Rm 8,19). En efecto, tantas personas desean encontrar el misterio de santidad y de comunión que es fundamental en la Iglesia y es también epifanía de "aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del espíritu que Jesús nos da (cf. Rm Rm 5,5), para hacer de todos nosotros «un solo corazón y una sola alma» (Ac 4,32)" (Novo millennio ineunte NM 42).

Millones de hombres y mujeres que no conocen a Cristo, o tan sólo lo conocen superficialmente, viven a la espera -a veces no consciente- de descubrir la verdad sobre el hombre y sobre Dios, sobre la vía que lleva a la liberación del pecado y de la muerte. Para esta humanidad que anhela o que siente nostalgia de la belleza de Cristo, de su luz clara y serena que resplandece sobre la faz de la tierra, el anuncio de la Buena Noticia es una tarea vital e inderogable.

Este Congreso está orientado hacia dicha tarea. Responded, pues, con prontitud al llamado del Señor. ¡Manifestad el deseo de ser testigos gozosos y apóstoles entusiastas del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra, mediante el testimonio de una vida santa!

305 4. Después de la gozosa experiencia del Gran Jubileo del año 2000, he indicado la vía de la santidad como fundamento sobre el cual debería basarse la programación pastoral de cada Iglesia particular. Se trata de "proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria" (Novo millennio ineunte NM 31). Esto, queridos hermanos y hermanas, exige una adecuada y paciente pedagogía pastoral -una pedagogía de la santidad- que debe distinguirse por la primacía que se ha de dar a la persona de Jesucristo, a la escucha y anuncio de su Palabra, a la participación plena y activa en los sacramentos, y al cultivo de la oración como encuentro personal con el Señor.

Toda actividad pastoral debe centrarse en la iniciación cristiana y en la formación que, ayudando a madurar y reforzar la fe de quienes ya se acercaron a ella y atrayendo a los que todavía están alejados, representan la mayor garantía para que las Iglesias particulares de América desarrollen una eficaz obra de cooperación y animación misionera. Ésta debe ser, en efecto, el "elemento primordial de su pastoral ordinaria" (Redemptoris missio RMi 83).

5. Alentado por el Espíritu Santo y por el testimonio del creciente número de misioneros ad gentes procedentes de vuestros Países, deseo renovar ante esa gran Asamblea -signo de unidad de todos los pueblos del continente- lo que ya decía en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, dirigiéndome a vuestras comunidades cristianas: "Las Iglesias particulares del continente están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en América" (n. 74).

Grande es la responsabilidad de vuestras Iglesias particulares en la obra de evangelización del mundo contemporáneo. Grande es el fruto que ellas podrán dar en esta nueva primavera misionera "si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (Redemptoris missio RMi 92).

Amadísimos hermanos y hermanas, es para mí motivo de profunda alegría saber que vuestro Congreso, para el cual os habéis preparado comunitariamente durante el Año Santo Misionero, acogerá dicho llamado y sabrá dar respuestas concretas y eficaces al mandato evangélico de la misión, que es vida para la Iglesia en América.

Como en los anteriores Congresos Misioneros, pido al Señor que os conceda vivir una intensa experiencia de comunión y que la Virgen María de Guadalupe, Madre y evangelizadora de América, "ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquéllos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (ibíd. 92), os acompañe con su ternura y os proteja con su poderosa intercesión.

Al alentaros a todos y cada uno de vosotros a vivir en la propia Iglesia particular en espíritu de comunión y servicio, os renuevo mi invitación a llevar a cabo el mandato misionero en el mundo de hoy, a la vez que os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 25 de octubre de 2003.

IOANNES PAULUS PP. II






MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASOCIACIÓN RELIGIOSA


DE INSTITUTOS SOCIO-SANITARIOS ITALIANOS




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me complace enviaros un mensaje con ocasión del 40° aniversario de fundación de la Asociación religiosa de institutos socio-sanitarios (ARIS). Al saludar con afecto a cada uno de los presentes, quiero llegar, por medio de vosotros, a todos los miembros de esa benemérita asociación, que da una valiosa contribución a la renovación profesional y espiritual del mundo de la sanidad.

Os exhorto a proseguir con competencia y entrega en el servicio al enfermo. Que el Señor, dador de todo bien, siga acompañándoos y bendiciéndoos como ha hecho durante los cuarenta años transcurridos.

306 2. En estos días, que cierran el Año litúrgico, los creyentes se sienten impulsados de modo natural a dirigir la mirada a las realidades últimas, cuando el Señor, en el juicio final, nos pregunte si y cómo hemos amado, acogido y servido al prójimo necesitado (cf. Mt Mt 25,31-46). Para prepararse a ese encuentro decisivo es necesario comprometerse diariamente a buscar y contemplar en nuestros hermanos el rostro de Jesús, único Salvador del mundo. Podemos reconocer, especialmente en los enfermos y en los que sufren, el rostro sufriente de Cristo, que en la cruz nos reveló el amor misericordioso del Padre; amor redentor, que ha sanado definitivamente a la humanidad herida por el pecado.

A la luz de estas perennes verdades de fe, ¡cuán importante se revela vuestra misión junto a los enfermos! Haced que el apostolado de la misericordia, al que os dedicáis, se convierta en auténtica diaconía de caridad, que, en el tiempo y en el espacio, haga visible y casi tangible la ternura del corazón de Dios.

3. Muy a menudo, a quien vive en situaciones de profundo dolor y pena le resulta difícil comprender el sentido y el significado de la existencia. Es importante entonces que junto a él haya alguien que, como el buen samaritano, lo sostenga y lo acompañe. Personas como la madre Teresa, recientemente beatificada, testimonian de modo sencillo y concreto la caridad y la compasión del Señor por los marginados, los que sufren, los enfermos y los moribundos. A la vez que curan las heridas de su cuerpo, les ayudan a encontrar a Cristo que, al vencer la muerte, reveló el valor pleno de la vida en cada una de sus etapas y condiciones.

Amadísimos hermanos y hermanas, ¡jamás dejéis de anunciar el evangelio del sufrimiento! Testimoniad con vuestro servicio la fuerza redentora del amor divino.

4. Aprovecho de buen grado esta oportunidad para manifestaros mi aprecio por la obra generosa que vuestra asociación realiza en muchos países, y especialmente en los territorios de misión. Ayudáis a las Iglesias jóvenes a gestionar estructuras de acogida para enfermos y personas que sufren, y a preparar cualificados agentes sanitarios y pastorales.

Es justo que esa provechosa colaboración entre comunidades eclesiales del norte y del sur del mundo se intensifique cada vez más, para que en todas las partes del mundo, sobre todo donde es más profunda la crisis de valores religiosos y morales, los creyentes estén preparados para dar razón de su fe.

Con estos sentimientos, os renuevo a todos la expresión de mi gratitud por cuanto estáis haciendo. Os aseguro mi oración y os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las respectivas familias religiosas y a los numerosos enfermos internados en las estructuras de la ARIS.

Vaticano, 24 de noviembre de 2003









DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA,

GEORGI PARVANOV


Jueves 27 de noviembre de 2003

Señor presidente:

1. Me complace de modo particular su visita. Al saludarlo a usted, señor presidente, y al séquito que lo acompaña, deseo renovar mis fervientes deseos a toda la nación búlgara, a fin de que prosiga con confianza su camino.

307 El encuentro de hoy me trae a la mente la inolvidable visita que la Providencia me concedió realizar en mayo del año pasado a Sofía, a San Juan de Rila y a Plovdiv. Recuerdo con particular intensidad los rostros de las innumerables personas que quisieron manifestarme su profunda alegría espiritual. Pude percibir el firme propósito de edificar el país con mayor serenidad y confianza en el futuro, dentro de la gran casa europea.

Además, el encuentro cordial con las diversas autoridades civiles me convenció de que todos están decididos a proseguir con valentía la edificación pacífica de la sociedad entera, sin temor a afrontar los desafíos que se presentan cada día.

2. Mi pensamiento se dirige también al venerado patriarca Maxim, jefe de la Iglesia ortodoxa búlgara, quien, durante mi viaje, quiso acogerme en su casa con fraterna atención. Se trató de una nueva etapa en el crecimiento progresivo de la comunión eclesial. Junto con él pude constatar cómo Europa espera el compromiso común de católicos y ortodoxos en la defensa de los derechos del hombre y de la cultura de la vida.

Vi los mismos sentimientos de disponibilidad al diálogo y a la colaboración en la pequeña pero fervorosa comunidad católica, muy decidida a dar testimonio de Cristo en tierra búlgara, en constante colaboración también con las demás comunidades religiosas del país. Deseo fervientemente que ese clima de colaboración activa aumente en beneficio de la comprensión recíproca y del bien de toda la sociedad.

3. Señor presidente, a la vez que renuevo mi satisfacción por el gesto que usted ha querido realizar hoy, le pido que lleve a sus compatriotas mi renovado saludo afectuoso y la seguridad de mi constante recuerdo en la oración, para que Dios siga sosteniendo la obra de su país con sus abundantes bendiciones









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES




Venerados hermanos:

1. Con alegría os envío mi cordial saludo a cada uno de vosotros, obispos amigos del Movimiento de los Focolares, que participáis en el 22° congreso ecuménico que, a causa de los trágicos acontecimientos de los últimos días, habéis tenido que trasladar de Estambul a Rocca di Papa.

Aunque no habéis podido visitar la venerable Iglesia de san Andrés en Constantinopla, con gran afecto os acoge la Iglesia de san Pedro y san Pablo en Roma, y os brinda la hospitalidad reservada a los hermanos en Cristo.

2. El programa de vuestro encuentro anual se centra en la frase de la sagrada Escritura: "Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28). Se trata de un tema más actual que nunca: puede dar una respuesta válida a las graves divisiones que afligen al mundo de hoy.

Ojalá que vuestro congreso os reafirme en el compromiso ecuménico y apresure el camino hacia la unidad plena, por la que Jesús imploró al Padre y ofreció su vida.

Sabéis muy bien cuánto me interesa la unidad de los cristianos y que, desde el inicio de mi pontificado, le he dedicado una atención constante.

308 3. Os repito a vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, lo que escribí recientemente a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos: "La fuerza del amor nos impulsa a unos hacia otros y nos ayuda a predisponernos a la escucha, al diálogo, a la conversión y a la renovación (cf. Unitatis redintegratio UR 1)". Y también: "Sólo una intensa espiritualidad ecuménica, vivida en la docilidad a Cristo y con plena disponibilidad a las mociones del Espíritu, nos ayudará a vivir con el impulso necesario este período intermedio, durante el cual debemos evaluar nuestros progresos y nuestras derrotas, las luces y las sombras de nuestro camino de reconciliación" (Mensaje del 3 de noviembre de 2003, nn. 4 y 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de noviembre de 2003, p. 7).

4. Con afecto fraterno os animo a perseverar en el itinerario apostólico emprendido y, a la vez que os aseguro mi oración por vuestras actividades pastorales, os imparto una especial bendición apostólica a todos vosotros, extendiéndola de buen grado a la señorita Chiara Lubich, que os ha acogido, y a cuantos viven en el Centro del Movimiento de los Focolares.

Vaticano, 25 de noviembre de 2003








AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE MOLDAVIA,


VLADIMIR VORONIN


Viernes 28 de noviembre de 2003



Señor presidente:

1. Me alegra dirigirle un saludo cordial y expresarle sentimientos de gratitud por la visita que me hace esta mañana. Se trata del primer encuentro entre la autoridad suprema de la República de Moldavia y el Sucesor de Pedro desde que su país ha entrado en la escena internacional como nación soberana e independiente. ¡Bienvenido sea!

Al dirigirme a usted, quiero enviar también a sus compatriotas un afectuoso saludo, junto con mi aliento a proseguir con confianza en la edificación de una nación digna de sus nobles tradiciones. El país que usted representa acaba de conquistar la libertad; por eso, pide ser apoyado comprensivamente en sus esfuerzos por superar las inevitables dificultades que son propias, sobre todo, de los comienzos. Moldavia, situada en la frontera entre el mundo latino y el mundo eslavo, no puede por menos de hacer del diálogo un instrumento operativo esencial de su acción, para suscitar posibilidades concretas de paz, de justicia y de bienestar.

2. La comunidad católica, aunque es poco numerosa, está comprometida activamente, bajo la guía de su celoso pastor, en ese proceso, como interlocutora activa y generosa de la sociedad.
Me complace subrayar que la Iglesia en Moldavia puede cumplir libremente su misión evangelizadora y caritativa, y que el Estado le reconoce personalidad jurídica.

Es de desear que, sin prejuicio para nadie, el diálogo entre las autoridades del Estado y la Iglesia católica continúe de manera provechosa, en beneficio de toda la sociedad moldava, en el respeto de las normas de la democracia y de la igualdad de todas las confesiones religiosas.

Señor presidente, al mismo tiempo que renuevo la expresión de mi aprecio por su amable visita, le pido que transmita a sus compatriotas la seguridad de mi oración y de mi constante recuerdo, para que puedan avanzar cada vez más por el camino de la prosperidad y de la paz, confortados por las bendiciones del cielo.










AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA "AD LIMINA"


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Viernes 28 de noviembre de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra daros la bienvenida, obispos de las provincias de Cambray y Reims. Inauguráis la serie de encuentros que tendré con los pastores de la Iglesia en Francia, y me complace tener la ocasión de reunirme, en las próximas semanas, con todos los obispos de la Conferencia episcopal. Recuerdo con emoción mi viaje a vuestra región y la Jornada mundial de la juventud, que acabáis de evocar. Movilizó a muchísimos jóvenes y, como decís vosotros, y como ponen de relieve vuestras relaciones y, de manera regular, vuestros boletines diocesanos, dio un nuevo impulso a los jóvenes católicos de vuestro país. Quiero dirigir un saludo en particular a los tres obispos nombrados recientemente. Agradezco a monseñor Thierry Jordan, arzobispo de Reims, que se ha hecho vuestro intérprete, sus palabras que han manifestado vuestro affectio collegialis, vuestro celo apostólico y vuestra esperanza, y la felicitación que me ha expresado con ocasión de mis veinticinco años de pontificado. Soy particularmente sensible a la perspectiva con la que realizáis vuestra visita ad limina, que es un tiempo fuerte en la vida espiritual y en la misión de un obispo, y una hermosa experiencia de comunión entre pastores.

2. En el mundo actual, como mostráis en vuestras relaciones quinquenales, vuestra misión ha llegado a ser, sin duda alguna, más compleja y delicada, sobre todo a causa de la situación de crisis que seguís afrontando, marcada en gran parte por la fragilidad espiritual y pastoral, y por un clima social en el que los valores cristianos y la imagen misma de la Iglesia no se perciben de manera positiva en una sociedad donde reina frecuentemente una tendencia moral subjetivista y laxista.
Además, experimentáis una notable disminución del clero y de las personas consagradas. Sin embargo, cualesquiera que sean vuestras circunstancias apostólicas, a fin de que la esperanza de Cristo no cese de habitar en vosotros y guíe vuestro ministerio, os exhorto, como recordé en la Pastores gregis, recogiendo lo que habían destacado los obispos durante la asamblea sinodal, a permanecer atentos a vuestra vida espiritual, arraigando vuestro ministerio en una fuerte relación con Cristo, en la meditación prolongada de la Escritura y en una intensa vida sacramental. Así podréis transmitir a los fieles el deseo de vivir en unión íntima con Dios, para que fortalezcan su fe, y para que juntos podáis proponer la fe a vuestros compatriotas, con el espíritu de los documentos que habéis elaborado sobre el anuncio del Evangelio. En efecto, toda misión se funda en este vínculo privilegiado con el Salvador, puesto que, como dice el Apóstol, en toda circunstancia es Dios quien da el crecimiento (cf. 1Co 3,6). Desde los orígenes de la Iglesia, los Apóstoles eran conscientes del peligro que corrían ante las preguntas que podían hacerles en su ministerio. También se preocupaban de recordar cuán importante era para ellos "dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra" (Ac 6,4), a fin de mantenerse en una fe firme, siendo capaces de permanecer vigilantes y afrontar todos los desafíos que se plantean en el anuncio de la verdad y en las relaciones entre las personas (cf. san Gregorio Magno, Homilía sobre Ezequiel, I, 11, 4-6). En toda vida cristiana, como recordé en la Novo millennio ineunte (cf. n. 39), y con mayor razón en la misión apostólica, son fundamentales la unión con Cristo y la escucha asidua de la Palabra, especialmente mediante la lectio divina, que permite asimilar la palabra de Dios y plasmar la existencia.

3. En la vida y en la misión de los obispos, la colaboración fraterna y la solicitud por la comunión son esenciales para manifestar la unidad de todo el Cuerpo eclesial. En efecto, como dice el apóstol san Pablo, "siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ep 4,15-16). Por eso, la cohesión cada vez mayor del colegio apostólico redunda en el crecimiento de todo el Cuerpo de la Iglesia. Conozco vuestra preocupación por realizar lo mejor posible vuestro ministerio episcopal, según su naturaleza propia, cuidando de la grey, y según la naturaleza misma del misterio de la Iglesia. A este propósito, en este año en que festejamos el quincuagésimo aniversario de la obra maestra del cardenal Henry de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, me complace evocar ante todo, juntamente con vosotros, el misterio de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en cuyo seno vosotros, en calidad de sucesores de los Apóstoles, estáis llamados a gobernar, enseñar y santificar al pueblo cristiano, como recordé en la reciente exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis (cf. n. 5). Hoy es más importante que nunca ayudar a los fieles a descubrir el sentido y la grandeza del misterio de la Iglesia de Cristo, ampliamente desarrollados en la constitución Lumen gentium, que exigiría un estudio más profundo. Este misterio remite al misterio de la Eucaristía, pues la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 26). La Iglesia es convocada y congregada por Cristo, que le comunica su vida y le dona el Espíritu Santo. Al participar en el sacrificio eucarístico, memorial del sacrificio de la cruz, los cristianos reciben al Salvador realmente presente, para ser configurados a su Señor y para vivir, por él, en la comunión fraterna, unidos a sus pastores, que representan a Cristo, cabeza y jefe de la grey. Sin un conocimiento serio y profundo del misterio de la Iglesia, que remite siempre a Cristo, es evidente que no se puede captar el sentido de los ministerios ordenados y, más generalmente, de la estructura de la Iglesia; gracias a esos ministerios, la Iglesia puede anunciar, a ejemplo de los Apóstoles, el Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Mc Mc 16,15). Así pues, os exhorto a proseguir mediante catequesis adaptadas, juntamente con todas las personas que tienen competencia en la materia, la formación del pueblo de Dios sobre la naturaleza divina de la Iglesia, que forma intrínsecamente parte del misterio cristiano, como lo proclamamos en el Credo: "Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica", así como sobre el sentido del ministerio episcopal. Esto contribuirá a una mayor unidad de las diferentes comunidades diocesanas.

Alimentados por esta contemplación del misterio de la Iglesia, los fieles se fortalecerán en su amor a Cristo y a su Cuerpo místico, y comprenderán lo que deben ser para participar de manera más plena en la nueva evangelización. En efecto, para ser evangelizador, es necesario preocuparse por construir la Iglesia según la voluntad del Señor y las inspiraciones del Espíritu Santo, y querer ser hijo de la Iglesia, en la que, como decía con entusiasmo santa Teresa de Lisieux, cada uno está llamado a encontrar su vocación, para la gloria de Dios y la salvación del mundo. Asimismo, esto supone que cada uno tome conciencia de que, a su modo, personalmente, en la familia y en la comunidad, es imagen de la Iglesia a los ojos del mundo. Entonces los fieles, profundamente arraigados en Cristo, se comprometerán para toda la vida a ser testigos de la buena nueva de la salvación, yendo en busca de la oveja perdida; serán mensajeros y artífices de unidad, para construir un mundo reconciliado (cf. Pablo VI , Evangelii nuntiandi EN 14-15 EN 29 EN 31).

4. Para manifestar mejor y de manera más profunda la colegialidad episcopal, y para realizar un trabajo pastoral cada vez más eficaz y aumentar la colaboración necesaria, habéis aceptado valientemente, después de reflexionar, llevar a cabo cierto número de cambios, entre los cuales figura la reestructuración de las provincias eclesiásticas, volviendo a la antigua forma de relaciones entre las diócesis, que favoreció a lo largo de los siglos una intensa vida de colaboración entre los obispos, en particular en los ámbitos doctrinal y pastoral, como testimonian los concilios y los sínodos provinciales. Basta evocar los concilios provinciales del siglo IV y la figura de san Cesáreo de Arlés, cuya importancia para la enseñanza teológica conocemos. Esta referencia a la historia no puede menos de suscitar, en los pastores y en las comunidades, el deseo de hacer vivir hoy la Iglesia de Cristo mediante un compromiso renovado. Por vuestra parte, la disminución del número de sacerdotes y de las fuerzas vivas supondrá sin duda que, sin menoscabo de la responsabilidad propia de cada obispo, las diócesis de una misma provincia puedan unirse y realizar servicios comunes, principalmente en la catequesis, en la formación permanente del clero y de los laicos, así como en todo lo que concierne a las vocaciones, evitando de este modo la dispersión y suscitando dinamismos nuevos. La menor dimensión de las nuevas provincias eclesiásticas con respecto a las antiguas regiones apostólicas será ahora para vosotros una ocasión particularmente oportuna para un trabajo colegial más intenso en un conjunto pastoral relativamente unificado. Deseo vivamente que esto refuerce vuestros vínculos de comunión fraterna, os ayude y os sostenga en vuestra vida personal y en vuestra misión.

Los obispos están llamados a dar sin cesar un testimonio fuerte de la comunión apostólica, entre sí y con todo el colegio episcopal en torno al Sucesor de Pedro, trabajando con gran confianza mutua, procurando no hacer nada que pueda romper esa comunión, y tratando de no dar una imagen negativa a los fieles, y más en general al mundo, sin perjuicio de la potestad propia de cada obispo en el territorio diocesano y de la potestad suprema del Romano Pontífice (cf. Pastores gregis ). Con su acción, sus palabras y sus decisiones, cada obispo compromete, en cierta manera, a todo el cuerpo episcopal y a toda la Iglesia; la unidad de la Iglesia radica en la unidad del Episcopado, y la Iglesia diocesana, en torno a su pastor, es la imagen de la Iglesia, una y unida, ya que todas las "Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia universal" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 833; cf. Lumen gentium LG 23). De igual modo, en cada comunidad eclesial unida a su pastor, por pequeña que sea, está presente la Iglesia de Cristo, y encuentra en esta última su origen y la fuente de su apostolado. Sin embargo, conviene subrayar que la comunión no está en contradicción con la legítima diversidad, que permite a cada Iglesia diocesana tener un rostro propio, en función de los pastores y de las comunidades que la componen. Sería perjudicial que el ejercicio de la comunión se convirtiera en un obstáculo para el dinamismo de las diferentes comunidades locales y, en cierta manera, estuviera en contradicción con el sentido mismo de la comunión (cf. Ecclesia in Europa, 18). Como pone de relieve la constitución dogmática Lumen gentium, "en virtud de esta catolicidad, cada grupo aporta sus dones a los demás y a toda la Iglesia, de manera que el conjunto y cada una de sus partes se enriquecen con el compartir mutuo y con la búsqueda de plenitud en la unidad. (...) Además, dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro. Esta preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan" (n. 13). De ahí nacen vínculos de íntima comunión.

5. La misión apostólica del obispo es, ante todo, el anuncio del Evangelio, que nos impulsa a decir, como san Pablo, "¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16), comunicando al mundo la verdad, de la que la Iglesia es depositaria. Va acompañada de la misión de guiar y santificar al pueblo de Dios, a ejemplo del buen Pastor, y de edificar así la porción de la Iglesia encomendada a todo obispo, imagen del único Cuerpo de Cristo. Al obispo corresponde tener una solicitud muy particular por su Iglesia local, cumpliendo lo mejor posible su misión de gobierno, asistido en ello por los colaboradores que ha elegido. Cuanto más pequeño y frágil sea el pueblo, y cuanto menos numerosos sean los sacerdotes, tanto más indispensable es que el obispo se preocupe por gobernar la grey puesta bajo su cuidado, procurando no alejarse de ella demasiado tiempo, visitando las diferentes comunidades, escuchándolas y animándolas. Para concentrarse bien en esta misión y comprometer todas las fuerzas vivas en la misión, vuestra Conferencia está planeando actualmente una reestructuración de los organismos que la componen. Me complace esta decisión unánime, que demuestra que los obispos son conscientes de que los cambios que se producen en la sociedad y en la Iglesia requieren nuevos modos de colaboración y de funcionamiento, para que las estructuras estén verdaderamente a su servicio y al servicio de la misión en todas sus formas. La renovación de las estructuras, aunque a veces sea dolorosa para algunas personas, resulta necesaria periódicamente, a fin de evitar formas de esclerosis y eventuales bloqueos en el dinamismo pastoral y en la búsqueda eclesial. A este propósito, felicito a los sacerdotes y a los laicos que aceptan humildemente colaborar en la vida de la Iglesia en los organismos nacionales de la Conferencia y que, con su entrega, testimonian su deseo de servir a Cristo.

6. He querido centrar mi primera intervención en la Iglesia y en la misión episcopal, con referencia a la reciente exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis. Durante las visitas de las diferentes provincias eclesiásticas francesas tendré ocasión de abordar otros temas mencionados en las relaciones quinquenales que me envían los obispos de vuestra Conferencia. Al final de nuestro encuentro, os pido que llevéis mi saludo fraterno y mi aliento confiado a los sacerdotes y a los diáconos, que, como habéis subrayado, cumplen con fidelidad y generosidad su misión y se sienten responsables del anuncio del Evangelio y de la edificación de la Iglesia.
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