Discursos 2003 310

310 Transmitid a todos vuestros diocesanos, sobre todo a las personas y a las familias que han experimentado las dificultades vinculadas a la situación económica de vuestra región, mi saludo afectuoso, asegurándoles mi ferviente oración. Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, patrona de vuestro país, Madre de la Iglesia y "espejo de la Iglesia", como la solía llamar el padre De Lubac, os imparto de todo corazón a vosotros, así como a todos vuestros diocesanos, la bendición apostólica.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, PATRIARCA ECUMÉNICO




A Su Santidad

BARTOLOMÉ I

Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

Después de acoger con sentimientos de alegría a la delegación que Su Santidad envió a Roma para la fiesta de san Pedro y san Pablo, con la misma alegría participo hoy, mediante este mensaje, en la fiesta del apóstol san Andrés, patrono de la Iglesia que está en Constantinopla, y me uno a su oración. Estas fiestas patronales nos permiten vivir mejor la alegría de ser hermanos y compartir una misma comunión de intenciones y una única esperanza; son también un signo de nuestro deseo de unidad y comunión plena, que es necesario alentar y perseguir para que aparezca claramente al mundo, a nuestros fieles y a todas las personas que trabajan y oran por la comunión del Oriente y del Occidente cristianos. Desde el comienzo de su institución, comprendimos la importancia de la participación recíproca en estas fiestas patronales, puesto que es la expresión más acabada de nuestro deseo mutuo de volver a crear entre nosotros un contexto de amor y de participación en la oración de unos y otros, a fin de alimentar y profundizar nuestro deseo de comunión plena.

El pasado 16 de octubre fue para mí una jornada que viví con una intensidad espiritual particular. Encomendé al Señor los veinticinco años que han transcurrido desde mi elevación a la Sede de Pedro. Desde la celebración de este aniversario, he repasado de nuevo con el pensamiento los numerosos acontecimientos que han marcado mi compromiso para que la única Iglesia de Cristo pueda respirar más ampliamente con sus dos pulmones; para que las Iglesias de Occidente y de Oriente, que durante un milenio supieron crecer juntas y articular sus grandes tradiciones vitales, avancen cada vez más hacia la comunión plena que las circunstancias históricas del segundo milenio habían minado (cf. Saludo del Patriarca Dimitrios I, 29 de noviembre de 1979: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1979, p. 9).

Recuerdo el encuentro celebrado en Jerusalén, durante el concilio Vaticano II, entre mi predecesor el Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras. Inauguraron el diálogo de la caridad, que ha llevado al diálogo de la verdad. Recuerdo mi visita a El Fanar, poco después de mi elección, y la visita a Roma de su predecesor, de feliz memoria, el patriarca Dimitrios. Son numerosos los momentos que recuerdo con gratitud al Señor, así como los gestos que han puesto de relieve nuestro deseo de comunión desde que, por la gracia de Dios, Roma y Constantinopla se comprometieron a seguir por el mismo camino y, ante el Concilio reunido, llevaron a cabo el acto con el cual se levantaron las excomuniones de 1054. Dentro de poco celebraremos el 40° aniversario de aquel acontecimiento, símbolo y garantía de nuestro compromiso y de nuestras decisiones.

Al evocar el camino recorrido, recuerdo con emoción las ocasiones de nuestros encuentros, en particular su visita a Roma en 1995, para la fiesta de san Pedro y san Pablo, cuando proclamamos juntos, en la basílica de San Pedro, el símbolo de la fe en la lengua litúrgica de Oriente, y cuando bendijimos juntos a los fieles, desde el balcón de la basílica. Y, más recientemente, cuando Su Santidad se unió a mí, en Asís, para implorar el don de la paz sobre un mundo amenazado por el odio y que cada vez busca más a Dios. Todo esto muestra la continuidad de nuestro compromiso y nos permite encomendarnos con confianza al Señor. Dios ha sido bueno con nosotros; en efecto, durante todos estos años, nuestros vínculos han manifestado el espíritu de familia que nos une y que, a pesar de las dificultades, nos hace avanzar hacia la meta que nos fijó Cristo y que nuestros predecesores se dedicaron a delinear con vigor.

Podemos decir que vivimos bajo el signo de la cruz y con la esperanza de la Pascua. Abrigamos la confianza de que el Señor lleve a cabo la obra de restablecimiento de la unidad que él inspiró. Por su parte, la Iglesia de Roma mantendrá la decisión irreversible del concilio Vaticano II, que abrazó esta causa y este deber. En la liturgia romana, nos unimos cada día a la oración de Cristo que, en la víspera de su muerte, pidió a su Padre la unidad de sus discípulos. Estamos seguros de que el Señor nos dará un día, cuando él quiera, la alegría de volver a encontrarnos en la comunión plena y en la unidad visible que quiere para su santa Iglesia.

Querido hermano, su eminencia el cardenal Walter Kasper intercambiará con usted el beso de la paz al final de la liturgia que usted preside hoy en la iglesia patriarcal de San Jorge. Sepa que es el Obispo de Roma quien le da ese beso con sentimientos de gratitud por el camino que usted ha aceptado recorrer con él hasta el presente. Pido al Señor que bendiga su ministerio en favor de la Iglesia de Constantinopla y a todas las santas Iglesias ortodoxas, para que puedan crecer y prosperar, en la proclamación de Aquel que es santo y derrama en abundancia sobre nosotros sus dones de santidad, sabiduría y paz.

Vaticano, 26 de noviembre de 2003





311                                                                             Diciembre de 2003



ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PONTIFICIO SEMINARIO FRANCÉS


Lunes 1 de diciembre de 2003



Señores cardenales;
querido superior;
amados hermanos en el sacerdocio;
queridos seminaristas;
queridos amigos:

Me alegra acogeros en este momento en que vuestro seminario celebra su 150° aniversario. Saludo en particular a los dos cardenales presentes, que han salido de vuestra casa. La formación de los futuros sacerdotes es una tarea fundamental en la Iglesia, y requiere la atención de los obispos, que son sus primeros responsables, pues a ellos corresponde llamar a las órdenes sagradas, después del discernimiento con los sacerdotes designados para ello. Aprovechad esta etapa para dejaros guiar por el Señor, con gran docilidad al Espíritu y con profunda obediencia a la Iglesia y a sus pastores. Vuestra formación integral es una maduración humana, espiritual, moral e intelectual, que implica realizar la verdad a lo largo de su camino, a la luz de Cristo y en el contacto con las realidades pastorales, aceptando con confianza la ayuda de los formadores en el seno de una comunidad. Tenéis también la gran posibilidad de ser un lugar de acogida fraterna para los sacerdotes franceses que viven en Roma y para los sacerdotes que están de paso, haciendo así una experiencia formadora del presbiterio. Saludo, por último, al personal laico encargado del funcionamiento del seminario.

Encomendándoos a la Inmaculada, Tutela Domus, os imparto a todos con afecto la bendición apostólica.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN COLOQUIO ORGANIZADO


POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Martes 2 de diciembre de 2003




Queridos amigos:

312 Me alegra daros la bienvenida a los participantes en el coloquio sobre "verdad, justicia, amor y libertad: pilares de paz". De modo particular, saludo al secretario del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, arzobispo Pier Luigi Celata, y al jefe de la Organización para la cultura islámica y las comunicaciones de Teherán, ayatolá Mahmoud Mohammadi Araqi. Doy las gracias a ambas instituciones por haber patrocinado este acontecimiento, que es el cuarto coloquio organizado por ellas.

Hoy es particularmente urgente la necesidad de diálogo, comprensión y cooperación entre las grandes religiones del mundo, en especial entre el cristianismo y el islam. De hecho, la religión está llamada a construir puentes entre las personas, los pueblos y las culturas, a ser signo de esperanza para la humanidad.

Os exhorto a vosotros, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a unir vuestras voces a la mía para repetir que el santo nombre de Dios jamás debe usarse para incitar a la violencia o al terrorismo, para fomentar el odio o la exclusión. Confío en que vuestro diálogo continuo y vuestra cooperación, de los cuales este coloquio es un ejemplo elocuente, ayude mucho a los cristianos y a los musulmanes a ser instrumentos cada vez más eficaces de paz en nuestro mundo. Que Dios todopoderoso bendiga vuestros esfuerzos y conceda a toda la humanidad la valentía y la fuerza para abrazar la verdad, la justicia, el amor y la libertad como verdaderos pilares de paz.







MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA CONFERENCIA DE ORGANIZACIONES


INTERNACIONALES CATÓLICAS




Profesor ERNEST KÖNIG
Presidente de la
Conferencia de organizaciones
internacionales católicas

Por medio de esta carta le envío mi cordial saludo a usted y a los participantes en la asamblea general de la Conferencia de Organizaciones internacionales católicas, celebrada en Roma del 30 de noviembre al 6 de diciembre de 2003.

Confío en que el tema elegido para vuestra asamblea: "Hacer que la sociedad humana sea más humana, llevando con los valores evangélicos de la violencia a la compasión", estimulará un debate muy provechoso sobre cómo las Organizaciones internacionales católicas pueden desempeñar un papel cada vez más activo en la construcción de una auténtica cultura de la paz en todo el mundo.
Un aspecto importante de esa tarea consiste en acrecentar la conciencia de que los derechos humanos van acompañados necesariamente por los correspondientes deberes humanos (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2003, n. 5). De hecho, el Evangelio enseña claramente que tenemos una responsabilidad inequívoca ante los demás, en primer lugar ante Dios y ante nuestro prójimo (cf. Mc Mc 12,29-33). Cuanto más crezca esta conciencia, y cuanto más reconozca y acepte la gente en todo el mundo sus obligaciones con respecto a los demás, tanto más se contribuirá a la causa de la armonía entre los pueblos. Este es el fundamento seguro sobre el que puede construirse una paz verdadera y duradera.

Durante vuestra asamblea, tendréis también la oportunidad de reflexionar sobre vuestra misión como Organizaciones internacionales católicas dentro de la familia más amplia de las asociaciones católicas. En este contexto, aliento a cada una de vuestras instituciones a revisar sus estatutos a la luz del Código de derecho canónico, haciendo todas las enmiendas que sean necesarias para asegurar que predomine siempre entre vuestros miembros un verdadero espíritu de servicio a la Iglesia universal. Porque "la espiritualidad de comunión da un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y a la apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del pueblo de Dios" (Novo millennio ineunte NM 45).

313 Pidiendo a Dios todopoderoso, "el cual desde las condiciones de opresión y conflicto nos llama a la libertad y la cooperación para bien de todos" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2003, n. 10), que envíe sobre vosotros la luz de su Espíritu, imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y fuerza en nuestro Señor Jesucristo.

Vaticano, 28 de noviembre de 2003





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO


DE SU VISITA AL PARLAMENTO ITALIANO




Honorable señor

PIER FERDINANDO CASINI

Presidente de la Cámara de diputados

1. Con gran cortesía ha querido informarme de que, a un año de mi visita al Parlamento italiano, la Cámara de diputados quiere conmemorar dicho acontecimiento con una iniciativa especial. Me alegra, señor presidente, enviarle para la circunstancia un deferente saludo a usted y a sus honorables colegas, a quienes renuevo la expresión de mi más profunda gratitud por la amistosa acogida que me dispensaron entonces.

Perdura en mí el recuerdo de aquel día, en el que por primera vez la sala del palacio Montecitorio acogió entre sus paredes a un Sucesor del apóstol san Pedro, durante una sesión especial conjunta de todos los senadores y diputados de la República, y con la participación del presidente del Consejo de ministros, de los miembros del Gobierno y de los más altos cargos del Estado, comenzando por el presidente de la República. Recuerdo con emoción la sincera atención que dedicaron a mi persona, y aún hoy me conforta la demostración de unánime adhesión que dieron a mis palabras. Creo que aquella rápida pero intensa manifestación ha constituido una piedra miliar en la historia de las relaciones entre Italia y la Santa Sede. Ojalá que la celebración, con que esa insigne asamblea quiere conmemorar dicho aniversario, contribuya también a mantener vivo el espíritu de aquel encuentro.

2. En el último siglo Italia ha cambiado profundamente desde el punto de vista social. Ahora está afrontando los desafíos del tercer milenio con una renovada conciencia de su misión en el contexto europeo y mundial, marcado también por transformaciones rápidas y, a veces, sustanciales. La visita del Obispo de Roma al Parlamento italiano mostró, de modo muy simbólico, el papel determinante que el cristianismo ha desempeñado y desempeña aún en la historia y en la vida de la nación. El Evangelio -anuncio de fe, de esperanza y de amor- ha sido a lo largo de los siglos savia vital para el pueblo italiano, animando de muchos modos su búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza. No se puede dejar de reconocer que, a pesar de los límites y los errores de los hombres, la Iglesia ha sido levadura de civilización y de progreso para las personas, las familias, las comunidades y el país entero. La misma Constitución republicana, en sus principios fundamentales, refleja de modo elocuente y siempre válido la verdad evangélica sobre el hombre y la sociedad.

Los italianos, a cualquier parte del planeta donde hayan emigrado, junto con sus reconocidas cualidades humanas y profesionales, han llevado el testimonio de la fe cristiana heredada de los padres en su tierra natal. La Iglesia, por su parte, jamás ha dejado de cultivar estas profundas raíces con su obra de evangelización, expresada mediante múltiples actividades pastorales.

3. Ojalá que también las nuevas generaciones hagan suyo y testimonien este patrimonio espiritual. Es una riqueza humana y religiosa que hay que salvaguardar, porque representa un bien precioso para toda la comunidad civil. Estoy seguro de que la fecunda cooperación existente entre la Santa Sede y la República italiana ayudará a la realización de esta ardua tarea. Por este nobilísimo fin elevo a Dios una especial oración, que encomiendo a la intercesión materna de María, venerada en todos los lugares de esta amada tierra italiana.

Con estos sentimientos, a la vez que le dirijo nuevamente mi deferente saludo a usted, señor presidente, y a los honorables diputados, de buen grado invoco sobre todo el Parlamento y sobre cuantos participan en esa significativa manifestación, la abundancia de las bendiciones celestiales.

Vaticano, 26 de noviembre de 2003





DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL SÍNODO DE LA IGLESIA CALDEA

314
Miércoles 3 de diciembre de 2003




Beatitudes;
queridos hermanos en el episcopado;
pastores e hijos de la venerada Iglesia caldea:

1. "A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (
Rm 1,7). Os acojo con gran afecto al concluir el Sínodo extraordinario de vuestra Iglesia, que ha procedido a la elección del nuevo patriarca de Babilonia de los caldeos, "cabeza y padre" de vuestra Iglesia, sucesor del recordado patriarca Raphael I Bidawid.

A usted, querido Emmanuel III Delly, le saludo cordialmente, a la vez que invoco sobre usted una abundante efusión de dones espirituales.

Saludo al cardenal prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que he encomendado la presidencia de los trabajos sinodales. Le agradezco su obra y las amables palabras que acaba de pronunciar.

Os saludo a todos vosotros, venerados hermanos, que habéis venido a San Pedro para realizar el acto más alto de la responsabilidad sinodal. Os pido que llevéis a las comunidades de las que sois pastores mi saludo afectuoso y la seguridad de mi oración. El Papa está cerca de todos los iraquíes y conoce sus aspiraciones a la paz, a la seguridad y a la libertad.

2. Beatitud, usted ha solicitado la communio ecclesiastica. De buen grado accedo a su petición. Desde esta perspectiva, he encargado al cardenal Moussa I Daoud que la confirme, según la praxis, en la concelebración eucarística que tendrá lugar en la basílica de San Pedro. La comunión con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, principio y fundamento visible de la unidad en la fe y en la caridad, hace que las Iglesias particulares vivan y actúen en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

La Iglesia caldea se siente orgullosa de testimoniar a Cristo en la tierra de la que partió "Abraham, nuestro padre en la fe", y de remontar sus orígenes apostólicos a la predicación de "Tomás, uno de los Doce". Participando en la única savia vital que mana de Cristo, debe seguir floreciendo, fiel a su identidad, dando abundantes frutos para el bien de todo el cuerpo eclesial.

3. Venerados hermanos, desarrollad cada vez más la unánime armonía que se ha manifestado en este Sínodo. En efecto, la unidad de propósitos permitirá el pleno desarrollo de la vida eclesial.
315 La concordia resulta muy necesaria si miramos a vuestra tierra, que hoy necesita más que nunca la verdadera paz y la tranquilidad en el orden. Esforzaos por "unir las fuerzas" de todos los creyentes en un diálogo respetuoso, que favorezca en todos los niveles la edificación de una sociedad estable y libre.

Al mismo tiempo que invoco la intercesión de la santa Madre de Dios, que dio al mundo al Príncipe de la paz, os imparto la bendición apostólica, que de corazón extiendo a todos los hijos e hijas de la amada Iglesia caldea.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL COMITÉ QUE PREPARÓ SU VISTA A BOSNIA Y HERZEGOVINA


Jueves 4 de diciembre de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os acojo con alegría, y os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, que habéis venido a Roma para devolverme la visita pastoral que realicé a Banja Luka el pasado 22 de junio. Con el corazón lleno de gratitud por la cordial acogida que me dispensasteis entonces, os doy a cada uno mi bienvenida.

Saludo, ante todo, al obispo de Banja Luka, monseñor Franjo Komarica, y le agradezco las amables palabras que, también en calidad de presidente de la Conferencia episcopal de Bosnia y Herzegovina, me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Dirijo también un saludo fraterno al estimado y querido cardenal Vinko Puljic, arzobispo de Vrhbosna, así como al auxiliar, monseñor Pero Sudar, y al querido y celoso obispo de Mostar-Duvno y administrador apostólico de Trebinja-Mrkan, que no ha podido participar en este encuentro. Mi deferente saludo va, asimismo, al presidente de la Presidencia de Bosnia y Herzegovina, señor Dragan Covic, y a los demás miembros de la Presidencia, así como a los señores ministros presentes y a todas las autoridades civiles del país, a las que agradezco el empeño que pusieron para el éxito de mi visita pastoral.

2. En Banja Luka tuve la gran alegría de proclamar beato a un joven originario de esa ciudad, Iván Merz. Que su luminoso ejemplo de santidad estimule a los laicos católicos a comprometerse a testimoniar el Evangelio, criterio y orientación fundamental de los cristianos de todos los tiempos.
Este joven, como escribieron los obispos de vuestra tierra, "tiene en verdad mucho que decir y testimoniar" (Carta pastoral de los obispos)a toda persona de buena voluntad. Quizá la enseñanza más profunda es la que se lee en su Diario, el 5 de febrero de 1918, cuando Europa estaba en plena guerra y él se encontraba en el frente: "¡Jamás olvidar a Dios! ¡Desear siempre unirse a él!".

3. Estas palabras revisten un significado particular para vuestro país, mientras trata de superar muchos sufrimientos, que son consecuencia de un régimen opresivo y de una larga guerra. Podrá superar esta difícil situación gracias a la realización de instituciones democráticas a nivel político y administrativo. En cualquier caso, será más necesario que cada uno cultive una auténtica renovación espiritual, mediante la cual se abra al perdón, a la reconciliación y al respeto recíproco de la identidad cultural y religiosa.

Estos son los caminos que conducen a la creación de una sociedad próspera y serena, libre y solidaria; este es el camino que hace posible la tan anhelada vuelta de los prófugos y de los exiliados a sus ciudades nativas, en un clima de seguridad y de plena libertad.

4. Es grande el desafío que debéis afrontar: "¡Jamás olvidar a Dios!". Os aseguro el apoyo de mi oración, y deseo animaros a seguir adelante con confianza.

316 Sobre vosotros y sobre vuestra querida patria descienda la bendición de Dios.

¡Alabados sean Jesús y María!





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL "HOLODOMOR",


LA GRAN CARESTÍA QUE SUFRIÓ UCRANIA


. A los venerados hermanos
Cardenal LUBOMYR HUSAR
Arzobispo mayor de Lvov de los ucranios
Cardenal MARIAN JAWORSKI
Arzobispo de Lvov de los latinos

1. El recuerdo de los acontecimientos dramáticos de un pueblo, además de ser en sí mismo justo, resulta muy útil para suscitar en las nuevas generaciones el compromiso de ser, en toda circunstancia, centinelas vigilantes del respeto de la dignidad de todo hombre. Asimismo, la oración de sufragio que brota de ese recuerdo es para los creyentes bálsamo que alivia el dolor y súplica eficaz al Dios de los vivos, para que conceda el descanso eterno a cuantos fueron injustamente privados del bien de la existencia. Por último, la debida memoria del pasado adquiere un valor que supera las fronteras de una nación, alcanzando a los demás pueblos que fueron víctimas de acontecimientos igualmente funestos y pueden encontrar consuelo al compartirla.

Estos son los sentimientos que me inspira el 70° aniversario de los tristes sucesos del holodomor: millones de personas sufrieron una muerte atroz por la nefasta eficacia de una ideología que, a lo largo de todo el siglo XX, causó sufrimientos y lutos en muchas partes del mundo. Por esta razón, venerados hermanos, quiero hacerme presente espiritualmente en las celebraciones que tendrán lugar en recuerdo de las innumerables víctimas de la gran carestía provocada en Ucrania durante el régimen comunista. Se trató de un proyecto inhumano que llevaron a cabo con fría determinación quienes ejercían el poder en aquella época.

2. Al evocar aquellos tristes acontecimientos, os pido a vosotros, venerados hermanos, que transmitáis mi saludo solidario y la seguridad de mi oración a las autoridades del país y a vuestros compatriotas, tan queridos para mí. Las celebraciones previstas, destinadas a fortalecer el justo amor a la patria en recuerdo del sacrificio de sus hijos, no se dirigen contra otras naciones; más bien, quieren reavivar en el corazón de cada uno el sentido de la dignidad de toda persona, independientemente del pueblo al que pertenezca.

Vuelven a la mente las fuertes palabras de mi predecesor el Papa Pío XI, de venerada memoria, el cual, refiriéndose a las políticas de los gobernantes soviéticos de aquel tiempo, distinguía netamente entre gobernantes y súbditos y, mientras exculpaba a estos últimos, denunciaba abiertamente las responsabilidades del sistema "que desconocía el auténtico origen de la naturaleza y del fin del Estado, y que negaba los derechos de la persona humana, de su dignidad y libertad" (carta encíclica Divini Redemptoris, 18 de marzo de 1937, II: AAS 29 [1937] 77).

317 ¿Cómo no pensar, a este propósito, en la destrucción de tantas familias, en el dolor de los innumerables huérfanos, en la ruina de toda la sociedad? A la vez que me siento cercano a cuantos han sufrido las consecuencias del triste drama de 1933, deseo reafirmar la necesidad de hacer memoria de aquellos hechos, para poder repetir juntos, una vez más: ¡Nunca jamás! La conciencia de las aberraciones del pasado se traduce en un constante estímulo a construir un futuro más a la medida del hombre, contrastando toda ideología que profane la vida, la dignidad y las justas aspiraciones de la persona.

3. La experiencia de aquella tragedia debe impulsar hoy el sentir y el obrar del pueblo ucraniano hacia perspectivas de concordia y cooperación. Por desgracia, la ideología comunista contribuyó a profundizar las divisiones también en el ámbito de la vida social y religiosa. Es preciso comprometerse en favor de una pacificación sincera y efectiva: de este modo puede honrarse adecuadamente a las víctimas pertenecientes a la entera familia ucraniana.

El sentimiento del sufragio cristiano por cuantos murieron a causa de un insensato proyecto homicida debe ir acompañado por la voluntad de edificar una sociedad donde el bien común, la ley natural, la justicia para todos y el derecho de gentes sean guías constantes para una eficaz renovación de los corazones y de las mentes de cuantos se enorgullecen de pertenecer al pueblo ucraniano. Así, la memoria de los acontecimientos pasados se convertirá en fuente de inspiración para la generación presente y para las futuras.

4. Durante el inolvidable viaje que realicé a vuestra patria hace dos años, aludiendo al luctuoso período vivido por Ucrania setenta años antes, recordé "los años terribles de la dictadura soviética y la durísima carestía de los primeros años de la década de 1930, cuando vuestro país, "granero de Europa", ya no logró alimentar a sus propios hijos, que murieron a millones" (Discurso a los representantes de la política, la cultura, la ciencia y la empresa en el Palacio presidencial, 23 de junio de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de junio de 2001, p. 10).

Es de esperar que, con la ayuda de la gracia de Dios, las lecciones de la historia ayuden a encontrar sólidos motivos de entendimiento, con vistas a una cooperación constructiva, para edificar juntos un país que se desarrolle de manera armoniosa y pacífica en todos los niveles.

Alcanzar este noble objetivo depende, en primer lugar, de los ucranios, a los que se ha encomendado la custodia de la herencia cristiana oriental y occidental, y la responsabilidad de hacer que llegue a una síntesis original de cultura y de civilización. En esto estriba la contribución específica que Ucrania está llamada a dar a la edificación de la "casa común europea", en la que cada pueblo pueda encontrar una conveniente acogida, en el respeto de los valores de su identidad.

5. Venerados hermanos, en esta circunstancia tan solemne, ¿cómo no ir con el pensamiento a la siembra evangélica realizada por san Cirilo y san Metodio? ¿Cómo no pensar de nuevo con gratitud en el testimonio de san Vladimiro y de su madre santa Olga, por medio de los cuales Dios donó a vuestro pueblo la gracia del bautismo y de la vida nueva en Cristo? Con el corazón iluminado por el Evangelio se puede comprender mejor cómo se debe amar a la patria para contribuir eficazmente a su progreso por el camino de la cultura y de la civilización. La pertenencia a una estirpe debe ir acompañada por el compromiso de un generoso y gratuito intercambio de los dones recibidos en herencia por las generaciones precedentes, para edificar una sociedad abierta al encuentro con otros pueblos y otras tradiciones.

A la vez que deseo que el pueblo ucraniano mire los acontecimientos de la historia con ojos reconciliados, encomiendo a cuantos aún sufren las consecuencias de aquellos tristes sucesos a las consolaciones interiores de la santísima Virgen Madre de Dios. Avalo estos sentimientos con una especial bendición apostólica, que os imparto a vosotros, venerados hermanos, y a cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral, invocando sobre todos abundantes efusiones de favores celestiales.

Vaticano, 23 de noviembre de 2003, solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.






A LA 32ª CONFERENCIA MUNDIAL DE LA FAO




Señor presidente;
señor director general;
318 excelencias; señoras y señores:

1. Me alegra daros la bienvenida a vosotros, distinguidos participantes en la 32ª Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura. Saludo cordialmente al honorable Jim Sutton, ministro de Agricultura de Nueva Zelanda, que preside esta sesión, y al director general, señor Jacques Diouf. Nuestro encuentro me permite expresar el aprecio de la Iglesia católica por el importante servicio que la FAO presta a la humanidad.

Hoy este servicio es más urgente que nunca. El hambre y la desnutrición, agravadas por la creciente pobreza, representan una grave amenaza para la coexistencia pacífica de los pueblos y las naciones. Con sus esfuerzos por combatir la inseguridad alimentaria que afecta a vastas áreas de nuestro mundo, la FAO da una significativa contribución al progreso de la paz mundial.

2. Dada esta estrecha relación entre hambre y paz, es evidente que las decisiones y las estrategias económicas y políticas deben guiarse cada vez más por un compromiso en favor de la solidaridad global y del respeto de los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a una alimentación adecuada. La dignidad humana misma corre peligro cuando un estrecho pragmatismo, separado de las exigencias objetivas de la ley moral, lleva a decisiones que benefician a unos pocos afortunados, ignorando los sufrimientos de amplios sectores de la familia humana. Al mismo tiempo, en conformidad con el principio de subsidiariedad, personas y grupos sociales, asociaciones civiles y confesiones religiosas, gobiernos e instituciones internacionales, están llamados, según sus competencias específicas y sus recursos, a participar en este compromiso de solidaridad promoviendo el bien común de la humanidad.

3. Así pues, espero que el esfuerzo de la FAO por establecer una Alianza internacional contra el hambre dé frutos en opciones prácticas y en decisiones políticas fundadas en la convicción de que la humanidad es una sola familia. Como en toda familia, hay que preocuparse sobre todo por los desfavorecidos y necesitados. El mundo no puede permanecer sordo a la súplica de quienes piden el alimento que necesitan para sobrevivir.

4. Con esta convicción, expreso mis mejores deseos y mi oración para que esta Conferencia ayude a la FAO a proseguir cada vez con mayor éxito sus nobles propósitos y objetivos. Sobre todos vosotros invoco de corazón las bendiciones divinas de sabiduría, perseverancia y paz.





CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL FRANCIS ARINZE


PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO




Al venerado hermano
cardenal FRANCIS ARINZE
Prefecto de la Congregación
para el culto divino y la disciplina de los sacramentos

A cuarenta años de distancia del 4 de diciembre de 1963, día en que mi venerado predecesor el Papa Pablo VI promulgó la constitución Sacrosanctum Concilium, primer fruto del concilio Vaticano II, esa Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos ha organizado, oportunamente, una jornada de estudio para poner de relieve los temas de fondo de la renovación litúrgica impulsada por el Concilio.


Discursos 2003 310