Discursos 2003 319

319 A la vez que me alegro por esa iniciativa, aprovecho de buen grado la ocasión para transmitirle a usted, venerado hermano, y a todos los participantes en el congreso, la carta que he preparado para recordar la promulgación de esa constitución conciliar, la cual ha marcado, en la vida de la Iglesia, una etapa de importancia fundamental para la promoción y el desarrollo de la liturgia.

Al encomendar a ese dicasterio la tarea de dar a conocer al pueblo cristiano el contenido de la anexa carta apostólica, aseguro mi presencia espiritual en los trabajos del congreso, mientras de corazón le envío a usted, venerado hermano, a sus colaboradores, a los relatores y a todos los presentes, una especial bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 4 de diciembre de 2003

IOANNES PAULUS II







AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 6 de diciembre de 2003



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra acogeros a vosotros, obispos y administrador diocesano, que habéis venido de las provincias de Rennes y Rouen, de esa región del oeste de Francia que tuve la ocasión de visitar dos veces, yendo a Lisieux, a Saint-Laurent sur Sèvre y a Sainte-Anne d'Auray. Sed bienvenidos al final de vuestra visita ad limina, tiempo de encuentro y de trabajo con los dicasterios de la Curia romana, y también de renovación espiritual, mediante la oración ante las tumbas de los Apóstoles y la celebración de la comunión entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Agradezco a monseñor Saint-Macary, arzobispo de Rennes, la presentación que me ha hecho de vuestras diócesis y de los importantes cambios que experimentáis tanto en la vida de las comunidades cristianas como en las formas de ejercicio del ministerio sacerdotal. Por mi parte, deseo hablaros de una cuestión que me preocupa mucho, como a todos los obispos del mundo: la cuestión de las vocaciones sacerdotales y de la formación de los presbíteros.

2. Desde hace muchos años, vuestro país sufre una grave crisis de vocaciones, una especie de travesía del desierto que constituye una verdadera prueba en la fe tanto para los pastores como para los fieles, y a la que vuestras relaciones quinquenales dedican mucha atención. A lo largo de treinta años se ha asistido a una lenta disminución de los efectivos, que incluso parece haberse acentuado en los últimos años. Al mismo tiempo, se han hecho muchas reflexiones para tratar de analizar las causas de este fenómeno y ponerle remedio. Se han puesto en marcha numerosas iniciativas en las diócesis de Francia para despertar la pastoral de las vocaciones, para suscitar una nueva toma de conciencia en las comunidades cristianas, para interpelar a los jóvenes, para recordar la responsabilidad de los sacerdotes en la llamada, para adaptar los lugares de formación y asegurar más su solidez. Ciertamente, esos múltiples esfuerzos aún no han dado todos sus frutos, y la crisis sigue, preocupante por sus consecuencias próximas y duraderas para la vitalidad de las parroquias y de las diócesis de Francia. Os exhorto a que, en vez de ceder al desaliento ante esta situación, afrontéis el desafío con firme esperanza, para construir el futuro de vuestras Iglesias. En esta empresa, estad seguros de la cercanía espiritual y del apoyo del Sucesor de Pedro.

3. En Francia, los seminarios tienen una larga historia y una rica experiencia. La última visita apostólica, realizada a todos los institutos de formación de vuestro país, ha mostrado que, en conjunto, eran instrumentos seguros y adecuados para ayudar a los jóvenes que escuchan la llamada del Señor a discernir su voluntad, y para hacer de ellos pastores disponibles y competentes. Están, por tanto, a disposición de los obispos como instrumento esencial y necesario para la formación de los candidatos al sacerdocio (cf. Pastores dabo vobis PDV 60). Así pues, esforzaos por mantener, con toda vuestra solicitud de pastores, la calidad de estas casas de formación, en particular con la elección de formadores que aseguren ese ministerio, bajo vuestra responsabilidad, y vigilando la aplicación de la Ratio institutionis, votada por vuestra Conferencia episcopal y aprobada por la Congregación para la educación católica en 1998.

El Código de derecho canónico prevé que en cada diócesis haya un seminario para la formación de los futuros sacerdotes (c. 237). Evidentemente, la situación pastoral actual no os permite pensar que eso sea posible en todas partes, y ni siquiera deseable; en efecto, como muestra la experiencia, a menudo el agrupamiento de las fuerzas es necesario y puede dar también un dinamismo real. Pero el legislador, en su sabiduría, ha querido mostrar el vínculo profundo e intrínseco que existe entre la Iglesia diocesana y la formación de los sacerdotes. Al ordenar, para el servicio de las comunidades cristianas, a hombres que entregan toda su vida y que tendrán la misión de actuar en nombre de Cristo, el obispo diocesano asegura la vida de la Iglesia en la verdad y la continuidad de su misterio, porque es el Cuerpo de Cristo, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium ). Entonces, ¿cómo podría la Iglesia diocesana desinteresarse de la formación de sus futuros pastores? Por eso es importante que el seminario sea una institución estable, reconocible y reconocida en la diócesis, mostrándose siempre como el seminario de la diócesis, aunque ese seminario, que acoge a candidatos procedentes de muchas diócesis, esté ubicado en otra diócesis. El obispo, aun dejando la tarea de discernimiento a los que tienen esa responsabilidad, debe procurar estar presente en la vida del seminario, visitándolo él mismo o por medio de un delegado, y encontrándose regularmente con los formadores y los seminaristas. Debe invitar a estos últimos a arraigarse progresivamente en las realidades de su diócesis, mediante los necesarios períodos de práctica, sobre todo cuando, por razones legítimas relacionadas con los estudios, los lugares de formación estén alejados de la diócesis.

Con este espíritu, una concertación entre los obispos de Francia podría ser de gran utilidad, para reflexionar juntos, y con los formadores responsables, sobre la cuestión de la distribución de los seminarios, de modo que no estén demasiado lejos de las diócesis que les encomiendan sus candidatos. Las nuevas provincias, creadas recientemente para que vuestra acción pastoral preste un servicio mejor, ¿no podrían constituir un marco de referencia, permitiendo a los obispos poner en común las fuerzas pastorales disponibles para una formación mejor de los candidatos al sacerdocio?

Además, conviene no olvidar que la misión de los sacerdotes se expresa sacramental y humanamente mediante la solidaridad de un mismo presbiterio, unido en torno al obispo, y que la formación común de los sacerdotes de una misma diócesis, o de una misma provincia, en el mismo seminario es ciertamente propicia para suscitar el espíritu de unidad, tan necesario para ayudar al obispo a poner por obra sus decisiones pastorales e igualmente para permitir a los sacerdotes vivir, con apoyo mutuo y fraterno, un ministerio a menudo difícil.

320 4. Como puse de relieve en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cf. nn. 43-59), quiero recordar la complementariedad esencial de las cuatro dimensiones de la formación, humana, espiritual, intelectual y pastoral, que el seminario, "comunidad educativa en camino" (ib., 60), dispensa de modo progresivo a lo largo de los años de formación. La atención a las dificultades específicas de los jóvenes de hoy, sobre todo en el campo de la vida familiar y de la madurez afectiva, así como la consideración del ambiente social, que se caracteriza por el relativismo generalizado de los "valores" difundidos por los medios de comunicación social, por la trivialización de la sexualidad, pero también por los escándalos que están vinculados a ella, exigen velar particularmente sobre la formación humana, afectiva y moral de los candidatos. Exhorto al equipo de formadores de los seminarios a proseguir su trabajo de formación y discernimiento en este ámbito, en colaboración con especialistas competentes, para ayudar a los jóvenes seminaristas a conocer cada vez más claramente las exigencias objetivas de la vida sacerdotal e iluminar su propia vida, para que sepan apreciar en su justo valor el don del celibato y se preparen para vivirlo generosamente en la castidad, como un don de amor ofrecido al Señor y a aquellos que se les encomendarán. Cuento con vosotros, que sois los primeros responsables de la formación de los sacerdotes en vuestras diócesis, para velar con atención y rigor sobre esta dimensión. "He aquí el hombre" (Jn 19,5), dijo Pilato, de manera profética, al presentar a Jesús a la multitud: en la formación humana y afectiva de los candidatos al sacerdocio, como también en todas las demás dimensiones de su formación, es precisamente a Cristo, Verbo encarnado y hombre nuevo y perfecto, a quien es necesario buscar y contemplar; a él es a quien hay que tomar como modelo (cf. 1Co 11,1) para imitarlo en todas las cosas, para llegar a ser sacerdote, en su nombre.

5. Vuestras Iglesias diocesanas están comprometidas en un profundo trabajo de adaptación a las nuevas realidades, como la reorganización pastoral, la rápida disminución del número de sacerdotes y el acceso a las responsabilidades pastorales de numerosos fieles laicos, evoluciones sensibles que evidentemente conviene tener en cuenta para la preparación de los futuros sacerdotes, a fin de lograr que su formación sea cada vez más sólida y adecuada. Sin embargo, para cumplir bien esta misión difícil y esencial de la formación de los sacerdotes y superar la situación actual de crisis, ciertamente es necesario ir más lejos y más a fondo (cf. Novo millennio ineunte NM 1). Por ello, la Iglesia debe buscar una cierta estabilidad en sus instituciones y descubrir cada vez más la riqueza que la constituye en la complementariedad de las diversas vocaciones de sus miembros. Sobre todo, debe estimar en su justo valor el ministerio de los sacerdotes, comprendiendo que es indispensable para su vida, porque le asegura la permanencia de la presencia de Cristo, en la fidelidad al anuncio y a la enseñanza de su Palabra, en el don precioso de los sacramentos que la hacen vivir, especialmente la Eucaristía y la reconciliación, y en el servicio de la autoridad en nombre del Señor y a su manera. En una nueva profundización de la vida cristiana, mediante la renovación interior de la vida de fe de todos, tanto pastores como fieles, y mediante la irradiación misionera de las comunidades cristianas, es como podrán surgir entre los jóvenes nuevas vocaciones para la Iglesia.

6. A este respecto, es importante que la Iglesia, que llama a los jóvenes a servir a Cristo, aparezca a sus ojos, como a los de las familias, serena y confiada: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Por ello, es esencial que quienes están encargados de la formación para el ministerio presbiteral se sientan sostenidos por su obispo y por la Iglesia: el equipo de formadores, elegido y mandado por el obispo, o colegialmente por los obispos responsables, necesita esta confianza para cumplir su misión entre los jóvenes que se le confían, así como entre los sacerdotes y los laicos comprometidos en la pastoral de las vocaciones. Conviene también que los jóvenes que piensan llegar a ser sacerdotes puedan identificar el seminario de su diócesis como el lugar normal donde se han de preparar al sacerdocio para el servicio de la Iglesia diocesana, con una obediencia confiada al obispo y sin plantear exigencias particulares sobre el lugar de su formación. Quiero recordar igualmente que la acogida de los candidatos que provienen de otra diócesis debe hacerse con discernimiento y debe obedecer siempre a las disposiciones canónicas y pastorales vigentes (cc. 241-242), reafirmadas por la Instrucción sobre la admisión en el seminario de candidatos provenientes de otras diócesis o de otras familias religiosas. Con este fin, es de desear que los obispos de Francia intercambien serenamente opiniones, en el marco de la Conferencia episcopal, sobre las cuestiones relativas a la formación de los sacerdotes, sin volver a examinar el trabajo ya realizado y cumplido, para manifestar cada vez más ante todos los fieles una unidad de criterios sin la cual sus esfuerzos corren el riesgo de resultar inútiles. Debemos recordar siempre la oración insistente del Señor, el cual pidió al Padre que sus discípulos "sean uno, para que el mundo crea" (Jn 17,21), y debemos esforzarnos por vivir entre nosotros las exigencias de una comunión que es preciso construir, verificar y reanudar incesantemente, para hacer cada vez más evidente la unidad del Cuerpo de Cristo.

7. Para preparar el futuro con esperanza, la Iglesia debe proseguir y ampliar su acción en favor de las vocaciones y dirigida a los jóvenes: estos últimos serán la Iglesia del futuro y los sacerdotes del mañana. Dándoles las gracias por su entusiasmo, tan expresivo en los grandes encuentros como las Jornadas mundiales de la juventud o en las que organizáis en vuestras diócesis, pero también por la generosidad con la que se comprometen al servicio de causas sociales y humanitarias, conviene ayudarles a responder, en mayor número que en la actualidad, a las llamadas particulares que el Señor no deja de dirigirles. Aunque las dificultades de los jóvenes de hoy para responder a esta llamada son múltiples, parece que se pueden encontrar tres razones principales. La primera dificultad es el temor a un compromiso a largo plazo, puesto que se tiene miedo de correr riesgos sobre un futuro incierto y se vive en un mundo que cambia, donde el interés parece fugaz, relacionado esencialmente con la satisfacción del momento. Ciertamente, este es un freno fundamental para la disponibilidad de los jóvenes, que sólo se podrá superar dándoles confianza desde una perspectiva correspondiente a la esperanza cristiana. Está en juego el trabajo educativo, que aseguran ante todo la familia y la escuela, y se realiza también a través de las diversas propuestas pastorales para los jóvenes: pienso particularmente en los movimientos de jóvenes, como el de los scouts, en las capellanías, en los diversos lugares de acogida que se les ofrecen, donde pueden aprender a confiar en los adultos, en la sociedad, en la Iglesia, en los demás jóvenes y en ellos mismos.

La segunda dificultad concierne a la propuesta del ministerio sacerdotal mismo. En efecto, desde hace varias generaciones, el ministerio de los sacerdotes ha evolucionado notablemente en sus formas; a veces se ha visto resquebrajado en las convicciones mismas de muchos sacerdotes sobre su propia identidad; se ha devaluado frecuentemente ante la opinión pública. Hoy, el perfil de este ministerio puede parecer aún vago, difícilmente reconocible para los jóvenes y carente de estabilidad. Por eso, es importante sostener el ministerio ordenado, darle el lugar que le corresponde en la Iglesia, con un espíritu de comunión que respete las diferencias y su verdadera complementariedad, y no con un espíritu de competición dañosa con el laicado.

La tercera dificultad, la más fundamental, atañe a la relación de los jóvenes con el Señor. Su conocimiento de Cristo es frecuentemente superficial y relativo, en medio de múltiples propuestas religiosas, mientras que el deseo de ser sacerdote se alimenta esencialmente de la intimidad con el Señor, en un diálogo verdaderamente personal, puesto que se expresa ante todo como deseo de estar con él (cf. Mc Mc 3,14). Es evidente que todo lo que puede favorecer en los niños y en los jóvenes un descubrimiento auténtico de la persona de Jesús y de la relación viva con él, que se expresa en la vida sacramental, en la oración y en el servicio a los hermanos, será beneficioso para suscitar vocaciones. Las escuelas de oración para niños, los retiros o las vigilias de oración para los jóvenes, así como las propuestas de formación teológica y espiritual adaptadas a los jóvenes, son un terreno fértil y necesario, donde la llamada de Dios podrá germinar hasta dar fruto. Procurad, pues, que los diversos servicios especializados que concurren en una estrecha colaboración a alimentar la vida diocesana, la pastoral familiar, la catequesis y la pastoral de los jóvenes, estén abiertos generosamente a esta perspectiva de las vocaciones, que da sentido a su acción, sobre todo gracias a las interpelaciones y las propuestas de los servicios diocesanos de vocaciones, encargados de hacer que en la Iglesia diocesana, en sus diferentes componentes, se escuche la llamada del Señor a las vocaciones particulares de sacerdotes y de diáconos, pero también a las vocaciones a la vida consagrada.

8. Al final de estas reflexiones, que he querido compartir con vosotros para manifestaros mi preocupación y mi apoyo en una situación difícil, que constituye una prueba para muchos, quisiera recordar a todos aquellos que están dedicados a esta misión: los miembros del servicio nacional de vocaciones y de los servicios diocesanos de vocaciones, los responsables de la pastoral juvenil y, sobre todo, los equipos de formadores de seminarios. A pesar de la disminución del número de sacerdotes y la acumulación de las tareas que les competen, procurad ofrecer vuestra disponibilidad a quienes encargáis esas responsabilidades pastorales, para permitirles asumirlas con alegría y seguridad, y también con eficacia. Doy gracias con vosotros por el testimonio de fidelidad de los sacerdotes. Aseguradles a todos mi cercanía espiritual y mi estímulo en su generoso compromiso. El Papa ora cada día para que no falte a la Iglesia el don del sacerdocio y para que los seminaristas comprendan el don maravilloso que el Señor les ha hecho al llamarlos a su servicio. Encomendándolos a todos a la intercesión materna de la Virgen María, os aseguro mi solicitud pastoral por vuestras Iglesias diocesanas. Imparto de corazón a todos una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.






A UN GRUPO NUMEROSO DE FIELES


Y PEREGRINOS DE LA ARCHIDIÓCESIS DE NÁPOLES


Sábado 6 de diciembre de 2003



1. Bienvenidos, amadísimos peregrinos de la archidiócesis de Nápoles. Os saludo a todos con afecto.

Saludo ante todo y doy las gracias a vuestro pastor, el señor cardenal Michele Giordano, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes y de vuestra cercanía espiritual con ocasión del 25° aniversario de mi pontificado. Le renuevo mis felicitaciones fraternas por sus bodas de oro sacerdotales, que ha celebrado recientemente, expresándole mis cordiales deseos de un fecundo ministerio pastoral.

Saludo a los obispos auxiliares y a las autoridades civiles, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, a los jóvenes y a las familias presentes en este encuentro. Mi saludo va también a toda vuestra ciudad, situada, como ha recordado muy bien el arzobispo, en la encrucijada de los pueblos que han construido la historia del continente europeo.

321 2. Recuerdo con gran simpatía la visita que el Señor me permitió realizar a Nápoles en noviembre de hace trece años. De los diversos encuentros con los componentes sociales y religiosos me llevé la impresión de una ciudad marcada por dificultades y problemas, pero rica en recursos interiores, y capaz de grandes gestos de valentía y generosidad.

En particular, recuerdo el encuentro con los miles de muchachos y muchachas en el estadio "San Pablo" y en la "Exposición de ultramar", a quienes dije: "Os corresponde a vosotros, jóvenes testigos de la civilización del amor, llevar, sobre todo a vuestros coetáneos, el anuncio de la esperanza evangélica, porque en vosotros ya vive la Iglesia del próximo milenio" (n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de noviembre de 1990, p. 7).

3. Repito hoy una vez más estas palabras y las dirijo idealmente a toda vuestra archidiócesis.
Anunciar y testimoniar el "evangelio de la esperanza" forma parte del mandato misionero de toda comunidad cristiana. Se trata de una prioridad muy presente en vuestros planes pastorales, que señalan a la familia y a los jóvenes como líneas fundamentales de la acción apostólica diocesana.
"Juntos para la misión": esta es la consigna que os une en un esfuerzo encaminado a hacer que resuene en la ciudad de Nápoles "el anuncio de la esperanza cristiana".

Para que vuestra acción evangelizadora sea eficaz, es necesario que nunca dejéis de buscar la savia vital en una intensa vida de oración. Además, es necesario que las parroquias, como se ha destacado también en un reciente congreso vuestro, se conviertan cada vez más en "familias de familias", escuelas permanentes de fe y oración, casas de comunión y encuentro, de diálogo y apertura al territorio.

El Señor guíe vuestros pasos con la fuerza de su Espíritu. Os proteja la Virgen María, Reina del rosario, e interceda por vosotros san Jenaro, vuestro augusto patrono.

Asegurándoos un recuerdo constante ante el Señor, os bendigo a todos de corazón.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL 60° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES




Gentil señorita

CHIARA LUBICH

Fundadora del Movimiento
de los Focolares

322 1. El 7 de diciembre, víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Movimiento de los Focolares celebrará el 60° aniversario de su nacimiento. En esta circunstancia, me alegra enviarle la expresión de mi cordial felicitación y de mi cercanía espiritual a esa gran familia espiritual, extendida ya en muchas partes del mundo.

De modo particular, deseo saludarla con gratitud a usted, que es su fundadora. En efecto, la "Obra de María" nació con la especial consagración a Dios que usted hizo en Trento precisamente a finales de 1943, y desde entonces ha ido creciendo, orientada totalmente al amor de Dios y al servicio de la unidad en la Iglesia y en el mundo.

2. En sintonía con el magisterio de la Iglesia -pienso especialmente en el concilio Vaticano II y en la encíclica Ecclesiam suam de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI-, las focolarinas y los focolarinos se han hecho apóstoles del diálogo, como camino privilegiado para promover la unidad: diálogo en el interior de la Iglesia, diálogo ecuménico, diálogo interreligioso y diálogo con los no creyentes.

Durante estos sesenta años, ¡cuántos cambios sociales rápidos y radicales han marcado la vida del mundo! La humanidad se ha vuelto cada vez más interdependiente y, persiguiendo intereses pasajeros, a veces ha perdido sus valores de referencia ideal. Y ahora corre el riesgo de encontrarse prácticamente "sin alma", es decir, sin el principio fundamental unificador de todos sus proyectos y actividades.

En particular, pienso en el continente europeo, que cuenta con una tradición cristiana bimilenaria. Al inicio de un nuevo milenio, los creyentes tienen el deber urgente de un renovado compromiso para responder a los desafíos de la nueva evangelización. Desde esta perspectiva, desempeñan un papel importante los movimientos eclesiales, entre los cuales ocupa un lugar de relieve el de los Focolares. Los nuevos movimientos eclesiales, fieles a la acción vivificante del Espíritu Santo, constituyen un don valioso para la Iglesia, que los alienta y los invita a realizar su acción profética bajo la guía de los pastores, para la edificación de todo el pueblo de Dios.

3. Por tanto, uniéndome a la común acción de gracias a Dios por las maravillas que él ha realizado durante estos sesenta años, encomiendo a los miembros de la "Obra de María" y las múltiples actividades que desarrollan a la protección materna de María santísima. Exhorto a todos a seguir fielmente a Cristo y a abrazar con él el misterio de la cruz, para cooperar, con el don de su existencia, a la salvación del mundo.

Con estos sentimientos, le envío de corazón mi afectuosa bendición a usted, a sus colaboradores y a todo el Movimiento de los Focolares.

Vaticano, 4 de diciembre de 2003





HOMENAJE A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Lunes 8 de diciembre de 2003



1. Reina de la paz, ruega por nosotros.

323 En la fiesta de tu Inmaculada Concepción
vuelvo a venerarte, oh María,
al pie de esta estatua,
que desde la plaza de España
permite a tu mirada materna
abarcar esta antigua ciudad de Roma,
tan querida para mí.

He venido aquí, esta tarde,
a rendirte el homenaje
de mi devoción sincera.
En este gesto se unen a mí, en esta plaza,
324 innumerables romanos,
cuyo afecto me ha acompañado siempre
durante todos los años
de mi servicio a la Sede de Pedro.

Estoy aquí con ellos para iniciar el camino
hacia el 150° aniversario del dogma
que hoy celebramos con alegría filial.

2. Reina de la paz, ruega por nosotros.

A ti se dirige nuestra mirada
con mayor conmoción;
a ti recurrimos con confianza más insistente
325 en este tiempo marcado
por muchas incertidumbres y temores
por la suerte presente y futura
de nuestro planeta.

A ti, primicia de la humanidad
redimida por Cristo,
finalmente liberada
de la esclavitud del mal y del pecado,
elevamos juntos
una súplica ferviente y confiada:
Escucha el grito de dolor de las víctimas
de las guerras
326 y de numerosas formas de violencia,
que ensangrientan la tierra.

Disipa las tinieblas
de la tristeza y de la soledad,
del odio y de la venganza.
Abre la mente y el corazón de todos
a la confianza y al perdón.

3. Reina de la paz, ruega por nosotros.

Madre de misericordia y de esperanza,
obtén a los hombres y a las mujeres
del tercer milenio
327 el don valioso de la paz:
paz en los corazones y en las familias,
en las comunidades
y entre los pueblos;
paz, sobre todo, para las naciones
donde cada día
se sigue combatiendo y muriendo.

Haz que todos los seres humanos,
de todas las razas y culturas,
encuentren y acojan a Jesús,
que vino a la tierra
328 en el misterio de la Navidad
para darnos "su" paz.
María, Reina de la paz,
danos a Cristo,
paz verdadera del mundo.






A S.E. EL SEÑOR MARCOS MARTÍNEZ MENDIETA,


EMBAJADOR DE PARAGUAY ANTE LA SANTA SEDE


Martes 9 de diciembre de 2003



Señor Embajador:

1. Con mucho gusto le recibo en este acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Paraguay ante la Santa Sede. Le ruego que transmita al Presidente de la República, Dr. Nicanor Duarte Frutos, mis mejores augurios y la seguridad de mis oraciones por su importante misión, junto con mis votos de prosperidad y de bien espiritual para todos los hijos de la querida tierra paraguaya, renovando cuanto dije al dejar aquella Nación en mi Viaje Pastoral: "El Papa se marcha pero os lleva en su corazón" (Discurso de despedida, 18.V.1988).

2. Su presencia aquí es una ocasión propicia para reafirmar las buenas relaciones entre el Paraguay y la Santa Sede, fundamentadas también en las profundas raíces cristianas del pueblo paraguayo, las cuales son "parte de su alma nacional, tesoro de su cultura, aliento y fuerza para construir un futuro mejor en la libertad, en la justicia y en la paz" (Ibíd). Desde los comienzos de la evangelización del continente americano, la fe cristiana arraigó en el Paraguay y conformó incluso su vida pública. Este patrimonio inicial de la fe, con las diversas expresiones de religiosidad popular a través de los siglos, es el que los Obispos, junto con el propio presbiterio y las diferentes comunidades religiosas presentes en el Paraguay, quieren preservar y acrecentar a través de la nueva Evangelización.

La Iglesia en el Paraguay cuenta con 14 circunscripciones eclesiásticas y el Obispado castrense. En las Iglesias particulares los Pastores trabajan por seguir sembrando la semilla del Evangelio en el corazón de los paraguayos, de modo que los frutos de vida cristiana sean abundantes en los distintos ambientes donde la Iglesia ejerce la misión que ha recibido de su divino Fundador. Los Obispos, los sacerdotes y las comunidades religiosas seguirán incansables en el cumplimiento de su labor evangelizadora, asistencial y educativa para bien de la sociedad. A ello les mueve su vocación de servicio a todos sin excluir a nadie, contribuyendo así a la elevación integral del hombre paraguayo y a la tutela y promoción de los valores supremos. Y aunque la misión de la Iglesia es primordialmente religiosa, sin embargo, de ella se "derivan funciones luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina" (Gaudium et spes GS 42).

En esta circunstancia deseo asegurarle, Señor Embajador, la constante voluntad de la Iglesia en el Paraguay de seguir colaborando con las Autoridades y las diversas instancias públicas al servicio de las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios (cf. Ibíd, 76). Es de desear que el diálogo constructivo y frecuente entre las Autoridades civiles y los Pastores de la Iglesia acreciente las relaciones entre las dos Instituciones. A este respecto deseo recordar cómo "La Iglesia tiene una palabra que decir ... sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta" (Sollicitudo rei socialis SRS 41).

329 3 Su País, Señor Embajador, está formado por gentes nobles, valientes para dominar la naturaleza y superar toda clase de adversidades, generosas y hospitalarias; es, así mismo, rico en culturas autóctonas. Con ese patrimonio está llamado a tomar parte cada vez más activa en el concierto de las naciones, y para ello ha de fomentar de modo permanente una mayor y más adecuada capacitación de sus ciudadanos. A este respecto, es de esperar que los esfuerzos por mejorar siempre la educación alcancen sus objetivos, haciendo posible que la formación integral de la persona esté al alcance de todos, preparando a las nuevas generaciones a asumir plenamente sus responsabilidades como ciudadanos capaces de ser actores de la marcha de la Nación, procurando activamente el bien común. Es ineludible dedicar especial cuidado a la educación en los verdaderos valores morales y del espíritu, promoviendo una auténtica política cultural que los consolide y difunda. Es necesaria una nueva propuesta de dichos valores fundamentales, como son la honestidad, la austeridad, la responsabilidad por el bien común, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y la cultura del trabajo, la capacidad de diálogo y la participación a todos los niveles, que pueden asegurar un mejor desarrollo para todos los miembros de la comunidad nacional. Se trata, en definitiva, de ir promoviendo y logrando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones.

4. Señor Embajador, soy muy consciente de los momentos cruciales que vive el Paraguay en tantos aspectos. Acompaño con mucha confianza este complejo proceso recordando que una democracia se mantiene o decae según sea la defensa de los valores que encarna y promueve ya que "una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (Centesimus annus
CA 46).

Son muchos los retos que deben afrontarse para afirmar y consolidar un clima de pacífica y armónica convivencia entre todos, en el que reine la confianza de los ciudadanos en las diversas instituciones e instancias públicas. Éstas han de considerar y favorecer en todo momento el bien común como razón de su ser y objetivo prioritario de su actividad, porque la acción gubernamental tiene que estar por encima de todo interés particular y partidario teniendo en cuenta que el bien de la Nación debe prevalecer sobre las ambiciones personales y de cada grupo político.

El deseo de promover el conveniente desarrollo en todos los campos exige adoptar iniciativas que incrementen realmente la calidad de vida de los ciudadanos, cuidando especialmente el campo de la salud, la vivienda, las condiciones laborales. Tales iniciativas deben inspirarse siempre en los principios éticos que tengan en cuenta la equidad y la necesaria aportación de esfuerzos y sacrificios por parte de todos. El objetivo es servir al hombre paraguayo en sus apremiantes necesidades concretas de hoy y prevenir las del mañana; luchar con tesón contra la pobreza; transformar los recursos potenciales de la naturaleza con laboriosidad y responsabilidad; distribuir más justamente las riquezas, reduciendo las desigualdades que generan marginación y ofenden a la condición de hermanos, hijos de un mismo Padre y copartícipes de los dones que el Creador puso en manos de todos los hombres.

5. Antes de concluir este acto, deseo formularle, Señor Embajador, mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda. Le ruego se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente y demás Autoridades de la República, mientras invoco abundantes bendiciones del Altísimo sobre Usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre todos los hijos de la noble Nación paraguaya, con la constante y maternal intercesión de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé.






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