Audiencias 2004




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Enero de 2004


Miércoles 7 de enero de 2004

La maternidad divina de María

1. "Alma Redemptoris Mater...", "Virgen Madre del Redentor...". Así invocamos a María en el tiempo navideño, con una antigua y sugestiva antífona mariana, que, por lo demás, prosigue con estas palabras: "Tu, quae genuisti, natura mirante, tuum sanctum Genitorem", "Ante la admiración de toda la creación, engendraste a tu santo Creador".

¡María, Madre de Dios! La liturgia del primer día del año, solemnidad de María Santísima Madre de Dios, pone especialmente de relieve esta verdad de fe, profundamente relacionada con las festividades navideñas. María es la Madre del Redentor; es la mujer elegida por Dios para realizar el proyecto salvífico centrado en el misterio de la encarnación del Verbo divino.

2. ¡Una humilde criatura ha engendrado al Creador del mundo! El tiempo de Navidad nos renueva la conciencia de este misterio, al presentarnos a la Madre del Hijo de Dios participando en los acontecimientos centrales de la historia de la salvación.

La tradición secular de la Iglesia siempre ha considerado el nacimiento de Jesús y la maternidad divina de María como dos aspectos de la encarnación del Verbo. "En efecto -reafirma el Catecismo de la Iglesia católica, citando al concilio de Éfeso-, aquel que María concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios "Theotokos"" (CEC 495).

3. Del hecho de que la Virgen es "Madre de Dios" derivan todos los demás aspectos de su misión; aspectos que quedan de relieve en los títulos con los que la comunidad de los discípulos de Cristo la honra en todas las partes del mundo. Ante todo, los de "Inmaculada" y "Asunta al cielo", porque ciertamente no podía verse sujeta a la corrupción que deriva del pecado original Aquella que debía engendrar al Salvador.

La Virgen, además, es invocada como la Madre del Cuerpo místico, es decir, de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia católica, remitiéndose a la tradición patrística expresada por san Agustín, afirma que ella "es verdaderamente la Madre de los miembros de Cristo, porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza" (CEC 963).

4. Toda la existencia de María está vinculada de modo muy íntimo a la de Jesús. En Navidad es ella quien ofrece a Jesús a la humanidad. En la cruz, en el momento supremo del cumplimiento de la misión redentora, será Jesús quien haga el don de su misma Madre a todo ser humano, como herencia preciosa de la redención.

Las palabras del Señor crucificado a san Juan, el discípulo fiel, constituyen su testamento. A san Juan le encomienda a su Madre y, al mismo tiempo, entrega al Apóstol y a todo creyente al amor de María.

2 5. Durante estos últimos días del tiempo de Navidad, detengámonos a contemplar en el belén la silenciosa presencia de la Virgen al lado del Niño Jesús. El mismo amor, la misma solicitud que tuvo por su Hijo divino, la tiene por nosotros. Por tanto, dejemos que sea ella quien guíe nuestros pasos en el año nuevo, que la Providencia nos concede vivir.

Este es el deseo que formulo para todos vosotros en esta primera audiencia general del año 2004. Sostenidos y confortados por su protección materna, podremos contemplar con nuevos ojos el rostro de Cristo y caminar con más agilidad por las sendas del bien.

Una vez más, ¡Feliz Año a vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos!

Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. Que su materna protección guíe nuestros pasos en este nuevo año que la Providencia nos concede, contemplando el rostro de Cristo y caminando por los caminos del bien. ¡Feliz año a todos y muchas gracias por vuestra atención!

(A los peregrinos procedentes de Vysehrad-Praga)
En este tiempo de Navidad resuena en nuestras almas el canto evangélico: "Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama". Que difundáis también vosotros la paz de Cristo.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular, os saludo a vosotros, nuevos sacerdotes de la congregación de los Legionarios de Cristo, presentes con toda la comunidad de Roma y con las consagradas del "Regnum Christi". Os exhorto a encontrar cada día en la Eucaristía la gracia y la fuerza para ser instrumentos dóciles y obreros infatigables en la construcción del reino de Dios.

Os saludo también a vosotros, el querido personal del circo, que en estas fiestas navideñas habéis realizado vuestros espectáculos en Roma, y os animo a vivir siempre con alegría vuestra fe en Cristo.

Mi pensamiento va finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Amadísimos hermanos, en estos días que siguen a la fiesta de la Epifanía, continuemos meditando en la manifestación de Jesús a todos los pueblos. La Iglesia os invita a difundir la luz de Cristo con el testimonio de vuestra vida.




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Miércoles 14 de enero de 2004

Pasión voluntaria de Cristo, siervo de Dios

1. Después de la pausa con ocasión de las festividades navideñas, reanudamos hoy nuestro itinerario de meditación sobre la liturgia de las Vísperas. El cántico que acabamos de proclamar, tomado de la primera carta de san Pedro, se refiere a la pasión redentora de Cristo, anunciada ya en el momento del bautismo en el Jordán.

Como escuchamos el domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, Jesús se manifiesta desde el inicio de su actividad pública como el "Hijo amado", en el que el Padre tiene su complacencia (cf. Lc 3,22), y el verdadero "Siervo de Yahveh" (cf. Is 42,1), que libra al hombre del pecado mediante su pasión y la muerte en la cruz.

En la carta de san Pedro citada, en la que el pescador de Galilea se define "testigo de los sufrimientos de Cristo" (1 P 5, 1), el recuerdo de la pasión es muy frecuente. Jesús es el cordero del sacrificio, sin mancha, cuya sangre preciosa fue derramada para nuestra redención (cf. 1P 1,18-19). Él es la piedra viva que desecharon los hombres, pero que fue escogida por Dios como "piedra angular" que da cohesión a la "casa espiritual", es decir, a la Iglesia (cf. 1P 2,6-8). Él es el justo que se sacrifica por los injustos, a fin de llevarlos a Dios (cf. 1P 3,18-22).

2. Nuestra atención se concentra ahora en la figura de Cristo que nos presenta el pasaje que acabamos de escuchar (cf. 1P 2,21-24). Aparece como el modelo que debemos contemplar e imitar, el "programa", como se dice en el original griego (cf. 1P 2,21), que debemos realizar, el ejemplo que hemos de seguir con decisión, conformando nuestra vida a sus opciones.

En efecto, se usa el verbo griego que indica el seguimiento, la actitud de discípulos, el seguir las huellas mismas de Jesús. Y los pasos del divino Maestro van por una senda ardua y difícil, precisamente como se lee en el evangelio: "El que quiera venir en pos de mí, (...) tome su cruz y sígame" (Mc 8,34).

En este punto, el himno de la carta de san Pedro traza una síntesis admirable de la pasión de Cristo, a la luz de las palabras y las imágenes que el profeta Isaías aplica a la figura del Siervo doliente (cf. Is 53), releída en clave mesiánica por la antigua tradición cristiana.

3. Esta historia de la Pasión en el himno se formula mediante cuatro declaraciones negativas (cf. 1P 2,22-23) y tres positivas (1P 2,23-24), para describir la actitud de Jesús en esa situación terrible y grandiosa.

Comienza con la doble afirmación de su absoluta inocencia, expresada con las palabras de Isaías (cf. Is 53,9): "Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca" (1P 2,22). Luego vienen dos consideraciones sobre su comportamiento ejemplar, impregnado de mansedumbre y dulzura: "Cuando le insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas" (1P 2,23). El silencio paciente del Señor no es sólo un acto de valentía y generosidad. También es un gesto de confianza con respecto al Padre, como sugiere la primera de las tres afirmaciones positivas: "Se ponía en manos del que juzga justamente" (1P 2,23). Tiene una confianza total y perfecta en la justicia divina, que dirige la historia hacia el triunfo del inocente.

4. Así se llega a la cumbre del relato de la Pasión, que pone de relieve el valor salvífico del acto supremo de entrega de Cristo: "Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia" (1P 2,24).

4 Esta segunda afirmación positiva, formulada con las expresiones de la profecía de Isaías (cf. Is 53,12), precisa que Cristo cargó "en su cuerpo" "en el leño", o sea, en la cruz, "nuestros pecados", para poder aniquilarlos.

Por este camino, también nosotros, librados del hombre viejo, con su mal y su miseria, podemos "vivir para la justicia", es decir, en santidad. El pensamiento corresponde, aunque sea con términos en gran parte diversos, a la doctrina paulina sobre el bautismo, que nos regenera como nuevas criaturas, sumergiéndonos en el misterio de la pasión, muerte y gloria de Cristo (cf. Rm 6,3-11).

La última frase -"sus heridas nos han curado" (1P 2,25)- indica el valor salvífico del sufrimiento de Cristo, expresado con las mismas palabras que usa Isaías para indicar la fecundidad salvadora del dolor sufrido por el Siervo de Yahveh (cf. Is 53,5).

5. Contemplando las llagas de Cristo por las cuales hemos sido salvados, san Ambrosio se expresaba así: "En mis obras no tengo nada de lo que pueda gloriarme, no tengo nada de lo que pueda enorgullecerme y, por tanto, me gloriaré en Cristo. No me gloriaré de ser justo, sino de haber sido redimido. No me gloriaré de estar sin pecado, sino de que mis pecados han sido perdonados. No me gloriaré de haber ayudado a alguien ni de que alguien me haya ayudado, sino de que Cristo es mi abogado ante el Padre, de que Cristo derramó su sangre por mí. Mi pecado se ha transformado para mí en precio de la redención, a través del cual Cristo ha venido a mí. Cristo ha sufrido la muerte por mí. Es más ventajoso el pecado que la inocencia. La inocencia me había hecho arrogante, mientras que el pecado me ha hecho humilde" (Giacobbe e la vita beata, I, 6, 21: SAEMO III, Milán-Roma 1982, pp. 251-253).

Saludos


Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. En especial al grupo de religiosas de España y América Latina, así como a los alumnos de la Escuela italiana de Montevideo. A todos os animo a imitar a Cristo, que, con su pasión, libra al hombre del pecado. Muchas gracias por vuestra atención.

(En polaco)
Habéis venido a las tumbas de san Pedro y san Pablo para confirmaros en la fe, en la esperanza y en el amor. Ruego a Dios que os colme abundantemente de estas gracias. Os pido que llevéis mi saludo a vuestras familias y a todos los polacos. ¡Que Dios os bendiga!.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular, a la asociación italiana "Amigos de Raúl Follereau" y a los fieles de Corridonia. Abrazo también espiritualmente a los niños bielorrusos y al "Grupo de acogida" de Modugno, que los ha hospedado generosamente.

Mi pensamiento va asimismo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo pasado, os ayude, queridos jóvenes, a redescubrir y a vivir con alegría el don de la fe en Cristo; a vosotros, queridos enfermos, os haga fuertes en la prueba; y a vosotros, queridos recién casados, os impulse a hacer de vuestra familia una verdadera iglesia doméstica. .




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Miércoles 21 de enero de 2004

Ser constructores de paz

1. "Mi paz os dejo" (Jn 14,27). La semana de oración y reflexión por la unidad de las cristianos de este año está centrada en las palabras que pronunció Jesús durante la última Cena. En cierto sentido, se trata de su testamento espiritual. La promesa que hizo a sus discípulos se realizará en plenitud en la Resurrección de Cristo. Al aparecerse a los Once en el Cenáculo, les dirigirá tres veces el saludo: "¡Paz a vosotros!" (Jn 20,19).

Por tanto, el don que hace a los Apóstoles no es una "paz" cualquiera, sino que es la misma paz de Cristo: "mi paz", como dice él. Y para que lo comprendan bien, les explica de manera más sencilla: Os doy mi paz, "no como la da el mundo" (Jn 14,27).

El mundo, hoy como ayer, anhela la paz, necesita paz, pero a menudo la busca con medios inadecuados, en ocasiones incluso recurriendo a la fuerza o con el equilibrio de potencias contrapuestas. En esas situaciones, el hombre vive con el corazón turbado por el miedo y la incertidumbre. En cambio, la paz de Cristo reconcilia las almas, purifica los corazones y convierte las mentes.

2. El tema de la "Semana de oración por la unidad de los cristianos" ha sido propuesto este año por un grupo ecuménico de la ciudad de Alepo en Siria. Eso me impulsa a volver con el pensamiento a la peregrinación que tuve la alegría de realizar a Damasco. En particular, recuerdo con gratitud la cordial acogida que me dispensaron los dos patriarcas ortodoxos y el greco-católico. Aquel encuentro sigue constituyendo un signo de esperanza para el camino ecuménico. Sin embargo, el ecumenismo, como recuerda el concilio Vaticano II, no es auténtico "sin la conversión interior. Porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad" (Unitatis redintegratio UR 7).

Se siente cada vez más la exigencia de una profunda espiritualidad de paz y de pacificación, no sólo en los que están directamente involucrados en el compromiso ecuménico, sino también en todos los cristianos. En efecto, la causa de la unidad atañe a todos los creyentes, llamados a formar parte del único pueblo de los redimidos por la sangre de Cristo derramada en la cruz.

3. Es alentador constatar que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se está extendiendo cada vez más gracias a oportunas iniciativas, que afectan a los diversos ámbitos del compromiso ecuménico. Entre estos signos de esperanza me complace mencionar el aumento de la caridad fraterna y el progreso alcanzado en los diálogos teológicos con las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales. En ellos se han podido lograr, con características y grados diversos, importantes convergencias sobre temas fuertemente controvertidos en el pasado.

Teniendo en cuenta estos signos positivos, no debemos desalentarnos ante las dificultades, antiguas y nuevas, que se presentan, sino afrontarlas con paciencia y comprensión, contando siempre con la ayuda de Dios.

4. "Donde hay caridad y amor, allí está Dios": así ora y canta la liturgia en esta semana, reviviendo el clima de la última Cena. De la caridad y del amor mutuo brotan la paz y la unidad de todos los cristianos, que pueden dar una contribución decisiva para que la humanidad supere las razones de las divisiones y de los conflictos.

Además de la oración, amadísimos hermanos y hermanas, sintámonos fuertemente estimulados a esmerarnos por ser auténticos "constructores de paz" (cf. Mt 5,9) en los ambientes en que vivimos.

6 Nos ayude y acompañe en este itinerario de reconciliación y de paz la Virgen María, que en el Calvario fue testigo del sacrificio redentor de Cristo.

Saludos

(En italiano)
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Velletri, acompañados por el obispo mons. Andrea Erba.

Mi pensamiento va asimismo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Amadísimos hermanos, en esta Semana de oración por la unidad de los cristianos os invito, queridos jóvenes, a ser testigos de adhesión fiel al Evangelio, especialmente con vuestros coetáneos. A vosotros, queridos enfermos, os pido que ofrezcáis vuestros sufrimientos por la causa de la unidad de los cristianos. A vosotros, queridos recién casados, os exhorto a que seáis cada vez más un solo corazón y una sola alma en vuestras familias. Os deseo un feliz año.

(En español)
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los peregrinos de tres parroquias de Murcia (España) y a los venidos de México. A todos os invito a "trabajar por la paz" en vuestro propio ambiente. Muchas gracias. ¡Feliz año nuevo!

(En polaco)
Saludo cordialmente a mis compatriotas. Hoy rezamos, en particular, por la unidad de los cristianos y por la paz en el mundo. La obra de la unidad nace en el corazón del hombre reconciliado con Dios y con sus hermanos. Que Dios nos ayude a estar unidos: "Ut unum sint". ¡Alabado sea Jesucristo!".
La audiencia, al estar enmarcada en la Semana de oración por la unidad de los cristianos, se concluyó con una oración en diferentes lenguas por la paz y la unidad.
A continuación se llevó a cabo la bendición de los corderos.
7 Luego, el Papa rezó el paternoster e impartió la bendición.

Con ocasión de la memoria litúrgica de santa Inés, virgen y mártir (que se celebra el 21 de enero), cuyo cuerpo reposa en la homónima basílica romana de vía Nomentana y cuya cabeza se venera en la iglesia a ella dedicada en la plaza Navona, al final de la audiencia general el Papa bendijo dos corderillos, cuya lana se utilizará para confeccionar los sagrados palios.

Dirigieron la ceremonia mons. Piero Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias y mons. Giulio Viviani, ceremoniero pontificio.

Participaron en ella mons. Raffaello Funghini, decano del Tribunal de la Rota romana; los canónigos del cabildo de la basílica de San Juan de Letrán monseñores Antonio Screnci y Nicola Battarelli; el abogado consistorial Carlo Tricerri; los padres Lode Van Hecke e Isaac Keely, de los cistercienses de la estricta observancia, en representación del monasterio trapense de "Tre Fontane", donde se han criado los corderillos; y la madre Angela Toyoda. Participaron también en el encuentro cuatro monjas del monasterio benedictino de Santa Cecilia en Trastévere, donde se confeccionarán los sagrados palios.

Al final de la ceremonia, dos sediarios pontificios, junto con el decano de Tribunal de la Rota romana, llevaron los corderos al monasterio benedictino de Santa Cecilia.




Miércoles 28 de enero de 2004

El Señor, esperanza del justo

1. Prosigue nuestra reflexión sobre los textos de los salmos, que constituyen el elemento sustancial de la Liturgia de las Vísperas. El que hemos hecho resonar en nuestros corazones es el salmo 10, una breve plegaria de confianza que, en el original hebreo, está marcada por el nombre sagrado de Dios: Adonai, el Señor. Este nombre aparece al inicio (cf. v. 1), se repite tres veces en el centro del salmo (cf. vv. 4-5) y se encuentra de nuevo al final (cf. v. 7).

La tonalidad espiritual de todo el canto queda muy bien reflejada en el versículo conclusivo: "El Señor es justo y ama la justicia". Esta es la raíz de toda confianza y la fuente de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba. Dios no es indiferente ante el bien y el mal; es un Dios bueno, y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso.

2. El salmo se desarrolla fundamentalmente en dos escenas. En la primera (cf. vv. 1-3) se describe a los malvados en su triunfo aparente. Se presentan con imágenes tomadas de la guerra y la caza: los perversos tensan su arco de guerra o de caza para herir violentamente a sus víctimas, es decir, a los fieles (cf. v. 2). Estos últimos, por ello, se ven tentados por la idea de escapar y librarse de una amenaza tan implacable. Quisieran huir "como un pájaro al monte" (v. 1), lejos del remolino del mal, del asedio de los malvados, de las flechas de las calumnias lanzadas a traición por los pecadores.

A los fieles, que se sienten solos e impotentes ante la irrupción del mal, les asalta la tentación del desaliento. Les parece que han quedado alterados los cimientos del orden social justo y minadas las bases mismas de la convivencia humana (cf. v. 3).

8 3. Pero entonces se produce un vuelco, descrito en la segunda escena (cf. vv. 4-7). El Señor, sentado en su trono celeste, abarca con su mirada penetrante todo el horizonte humano. Desde ese mirador trascendente, signo de la omnisciencia y la omnipotencia divina, Dios puede observar y examinar a toda persona, distinguiendo el bien del mal y condenando con vigor la injusticia (cf. vv. 4-5).

Es muy sugestiva y consoladora la imagen del ojo divino cuya pupila está fija y atenta a nuestras acciones. El Señor no es un soberano lejano, encerrado en su mundo dorado, sino una Presencia vigilante que está a favor del bien y de la justicia. Ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción.

El justo prevé que, como aconteció con Sodoma (cf.
Gn 19,24), el Señor "hará llover sobre los malvados ascuas y azufre" (Ps 10,6), símbolos del juicio de Dios que purifica la historia, condenando el mal. Los malvados, heridos por esta lluvia ardiente, que prefigura su destino último, experimentan por fin que "hay un Dios que hace justicia en la tierra" (Ps 57,12).

4. El salmo, sin embargo, no concluye con este cuadro trágico de castigo y condena. El último versículo abre el horizonte a la luz y a la paz destinadas a los justos, que contemplarán a su Señor, juez justo, pero sobre todo liberador misericordioso: "Los buenos verán su rostro" (Ps 10,7). Se trata de una experiencia de comunión gozosa y de confianza serena en Dios, que libra del mal.
Innumerables justos, a lo largo de la historia, han hecho una experiencia semejante. Muchas narraciones describen la confianza de los mártires cristianos ante los tormentos y su firmeza, que les daba fuerzas para resistir la prueba.

En los Hechos de Euplo, diácono de Catania, que murió hacia el año 304 bajo el emperador Diocleciano, el mártir irrumpe espontáneamente en esta serie de plegarias: "¡Gracias, oh Cristo!, protégeme, porque sufro por ti... Adoro al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Adoro a la santísima Trinidad... ¡Gracias, oh Cristo! ¡Ven en mi ayuda, oh Cristo! Por ti sufro, oh Cristo... Es grande tu gloria, oh Señor, en los siervos que te has dignado llamar a ti... Te doy gracias, Señor Jesucristo, porque tu fuerza me ha consolado; no has permitido que mi alma pereciera con los malvados, y me has concedido la gracia de tu nombre. Ahora confirma lo que has hecho en mí, para que quede confundido el descaro del Adversario" (A. Hamman, Preghiere dei primi cristiani, Milán 1955, pp. 72-73).

Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al coro arquidiocesano de Chihuahua. Deseo a todos que esta visita a Roma refuerce el compromiso cristiano en la vida personal, familiar y social.

(A los fieles eslovenos)
Que la bondad de Dios y la protección de María Auxiliadora os acompañen siempre a vosotros y a vuestras familias.

(A los polacos)
9 Saludo cordialmente a todos mis compatriotas. De modo especial deseo saludar a los pastores de la misión católica polaca en Alemania. Queridos hermanos, que el Señor os dé la gracia de la fe y del amor pastoral, a fin de que podáis ayudar eficazmente a los polacos en Alemania y permanecer con Cristo y con la Iglesia. Bendigo de corazón a todos los presentes, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

(En italiano)
Dirijo un saludo cordial a los peregrinos de lengua italiana, en particular a las religiosas Benedictinas de la Divina Providencia procedentes de diversos países, que se están preparando para la profesión perpetua. Queridas hermanas, os exhorto a hacer de vuestra vida una ofrenda continua a Cristo, esposo y maestro.

Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la memoria litúrgica de santo Tomás de Aquino, patrono de la escuela católica. Que su ejemplo os impulse, queridos jóvenes, a seguir siempre a Jesús como el auténtico maestro de vida y santidad. Que la intercesión de este santo doctor de la Iglesia obtenga para vosotros, queridos enfermos, la serenidad y la paz que brotan del misterio de la cruz, y para vosotros, queridos recién casados, la sabiduría del corazón, indispensable para cumplir generosamente vuestra misión.



Febrero de 2004


Miércoles 4 de febrero de 2004

¿Quién es justo ante el Señor?

1. Los estudiosos de la Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de hoy, como parte de una "liturgia de ingreso". Como sucede en algunas otras composiciones del Salterio (cf., por ejemplo, los Ps 23,25 y 94), se puede pensar en una especie de procesión de fieles, que llega a las puertas del templo de Sión para participar en el culto. En un diálogo ideal entre los fieles y los levitas, se delinean las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración litúrgica y, por consiguiente, a la intimidad divina.

En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: "Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?" (Ps 14,1). Por otra, se enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la "tienda", es decir, al templo situado en el "monte santo" de Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).

2. En las fachadas de los templos egipcios y babilónicos a veces se hallaban grabadas las condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado. Pero conviene notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro salmo. En muchas culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la divinidad, se requería sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba abluciones, gestos y vestiduras particulares.

En cambio, el salmo 14 exige la purificación de la conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (cf. Is 1,10-20 Is 33,14-16 Os 6,6 Mi 6,6-8 Jr 6,20).

10 Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: "Yo detesto, desprecio vuestras fiestas; no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos, no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. (...) ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!" (Am 5,21-24).

3. Veamos ahora los once compromisos enumerados por el salmista, que podrán constituir la base de un examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración litúrgica.

Los tres primeros compromisos son de índole general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Ps 14,2).

Siguen tres deberes que podríamos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado cada día (cf. v. 3).

Viene luego la exigencia de una clara toma de posición en el ámbito social: considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor.

Por último, se enumeran los últimos tres preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo (cf. v. 5).

4. Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar preparados para el encuentro con el Señor. También Jesús, en el Sermón de la montaña, propondrá su propia "liturgia de ingreso" esencial: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5,23-24).

Como concluye nuestra plegaria, quien actúa del modo que indica el salmista "nunca fallará" (Ps 14,5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta así esta afirmación final del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la tienda del templo de Sión. "Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los mandamientos.
Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo" (PL 9, 308).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los fieles de San Pedro y San Pablo, San Jorge, Santa Teresa y los Remedios, de Cádiz-Ceuta, así como a los de Sanxenxo, Pontevedra. Que las exigencias interiores que nos ha recordado el salmo de hoy renueven vuestros corazones y os dispongan a un encuentro más profundo con el Señor.

(En polaco)
11 En la fiesta de la Presentación del Señor celebramos también la fiesta de la vida consagrada. En ese día las personas consagradas, en Roma y en todo el mundo, renovaron sus votos de fidelidad a Cristo. Mediante la obediencia, la pobreza y la castidad quieren ser cada vez más semejantes a su Maestro Jesucristo. Desean proclamar con su vida la buena nueva. Les estamos muy agradecidos por ello. Que Dios bendiga a todas las congregaciones y a las personas consagradas y les mande numerosas vocaciones al servicio del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!.

(En italiano)
Deseo también dirigiros mi saludo a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados.
En estos días se celebra la memoria litúrgica de algunos mártires, san Blas, santa Águeda y san Pablo Miki y compañeros japoneses. Que la valentía de estos heroicos testigos de Cristo os ayude, queridos jóvenes, a abrir el corazón al heroísmo de la santidad; a vosotros queridos enfermos, os dé fuerza para ofrecer el don precioso de la oración y del sufrimiento por la Iglesia; y a vosotros, queridos recién casados, os dé la fuerza para construir vuestra familia sobre los valores cristianos.




Miércoles 11 de febrero de 2004

XII Jornada mundial del enfermo

1. Hoy nuestro pensamiento se dirige al célebre santuario mariano de Lourdes, situado en los montes Pirineos, que sigue atrayendo a multitudes de peregrinos de todo el mundo, entre los cuales se hallan muchas personas enfermas. En él se celebran este año las manifestaciones principales de la Jornada mundial del enfermo, que, según una tradición ya consolidada, coincide precisamente con la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes.

No sólo se eligió ese santuario por la intensa relación que lo vincula al mundo de la enfermedad y de los agentes de la pastoral de la salud. Se pensó en Lourdes sobre todo porque en el año 2004 se conmemora el 150° aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1854. En Lourdes, en 1858, cuatro años más tarde, la Virgen María, apareciéndose en la gruta de Massabielle a Bernardita Soubirous, se presentó como "la Inmaculada Concepción".

2. A los pies de la Inmaculada de Lourdes nos dirigimos ahora en peregrinación espiritual, para participar en la oración del clero y de los fieles, y especialmente de los enfermos presentes, allí reunidos. La Jornada mundial del enfermo constituye una fuerte invitación a redescubrir la importante presencia de los que sufren en la comunidad cristiana, y a apreciar cada vez más su valiosa aportación. Desde una perspectiva meramente humana, el dolor y la enfermedad pueden parecer realidades absurdas; pero, cuando nos dejamos iluminar por la luz del Evangelio, logramos captar su profundo sentido salvífico.

"De la paradoja de la cruz -destaqué en el Mensaje para esta Jornada mundial del enfermo- brota la respuesta a nuestros interrogantes más inquietantes. Cristo sufre por nosotros: toma sobre sí el sufrimiento de todos y lo redime. Cristo sufre con nosotros, dándonos la posibilidad de compartir con él nuestros dolores. El sufrimiento humano, unido al de Cristo, se convierte en medio de salvación" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 2003, p. 3).

3. Me dirijo ahora a todos los que experimentan en su cuerpo o en su espíritu el peso del sufrimiento. A cada uno de ellos le renuevo la expresión de mi afecto y mi cercanía espiritual. Al mismo tiempo, quisiera recordar que la existencia humana siempre es un don de Dios, incluso cuando está marcada por sufrimientos físicos de todo tipo; un "don" que es necesario valorar para bien de la Iglesia y del mundo.


Audiencias 2004