Discursos 2003 71

71 María, Reina de la paz y Estrella de la evangelización, guíe los pasos de vuestra emisora, para que comuniquéis la alegría, el amor y la paz de Cristo, "nuestra paz" (Ep 2,14).

Os bendigo de corazón a vosotros, a vuestros seres queridos y a cuantos forman la gran familia de Telepace.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN LUTERANA


Lunes 24 de marzo de 2003



Queridos amigos:

Me complace dar la bienvenida a la delegación de la Iglesia evangélica luterana de Estados Unidos, que está realizando un viaje ecuménico a Estambul, Roma y Canterbury. Aprovecho también esta ocasión para expresar mis mejores deseos al obispo Mark Hansen, al comenzar su misión como obispo presidente de la Iglesia evangélica luterana de Estados Unidos, y como vicepresidente de la Federación luterana mundial. Ojalá que vuestra visita os confirme en vuestro compromiso en favor de la causa de la unidad cristiana.

La búsqueda de la comunión plena entre todos los cristianos es un deber que brota de la oración del Señor mismo (cf. Jn Jn 17,21). En los últimos tiempos hemos llegado a apreciar aún más la fraternidad existente entre los luteranos y los católicos, que llevó a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, firmada en 1999. En ese documento afrontamos el desafío de construir sobre lo que ya se ha logrado, fomentando más ampliamente a nivel local una espiritualidad de comunión caracterizada por la oración y por el testimonio común del Evangelio.
En una situación mundial llena de peligros e inseguridad, todos los cristianos están llamados a mantenerse unidos en la proclamación de los valores del reino de Dios. Los acontecimientos de los últimos días hacen mucho más urgente este deber.

Me uno a vosotros para pedir a Dios todopoderoso que conceda al mundo la paz, que es fruto de la justicia y de la solidaridad (cf. Is Is 32,16-17). Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco de corazón abundantes bendiciones de Dios.






A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN ACUDIDO


A LA BEATIFICACIÓN



Lunes 24 de marzo de 2003




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme de nuevo con vosotros esta mañana, después de la festiva celebración de beatificación, que tuvo lugar ayer en la plaza de San Pedro. Os saludo a todos con afecto. Saludo a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles que han venido con esta ocasión. Estos ilustres hermanos nuestros en la fe, a quienes ahora contemplamos en la gloria, participaron de modo singular en la muerte y resurrección de Cristo. En ellos resplandecen elocuentemente los frutos del misterio pascual, que nos disponemos a celebrar con solemnidad al final del camino cuaresmal.

2. Queridos peregrinos que habéis venido para celebrar la beatificación de Pedro Bonhomme, de buen grado os acojo. Me alegra vuestra atención al carisma de este beato vinculado a la historia de la región de Cahors. Saludo muy especialmente a las Religiosas de Nuestra Señora del Calvario, que dan gracias a Dios por su fundador, totalmente entregado a los pobres. Queridas hermanas, os aliento a permanecer fieles al espíritu de servicio que os enseñó. Sacaba la fuerza para su misión del misterio de la Eucaristía, centro de su jornada y de su ministerio, encontrando en María, invocada particularmente en Rocamadour, la protección y la confianza que animaron sus iniciativas. Imitando su ejemplo, vivid plenamente vuestra consagración religiosa, para ser sus testigos.

72 3. Saludo ahora con gran afecto a los pastores, a las religiosas y a los fieles de lengua española, que han participado en la celebración de ayer. Os sentís vinculados a tres mujeres que se entregaron con heroica generosidad a su vocación cristiana y enriquecieron a la Iglesia con nuevas fundaciones. Me refiero a las beatas españolas Dolores Rodríguez Sopeña y Juana María Condesa Lluch, y a la suiza de alma latinoamericana y universal, madre Caridad Brader. Las tres vivieron en una misma época, alimentaron sólidamente su vida de fe con la oración, la intimidad con la Eucaristía y la tierna devoción a la santísima Virgen María.

4. De entre las virtudes de la beata Caridad Brader, deseo resaltar su ardor misionero, que no se detiene ante las dificultades.

Queridas hermanas Franciscanas de María Inmaculada, imitad con gozo el ejemplo de vuestra fundadora; seguid con abnegación su camino, infundiendo nueva esperanza a la humanidad. Ya tenéis una historia importante; la Iglesia os agradece vuestra misión y os alienta a continuarla con la intercesión y la protección de la madre Caridad.

5. Las religiosas Esclavas de María Inmaculada han visto ayer proclamada beata a su fundadora. La historia de Juana María Condesa Lluch tiene un significado particular en nuestro tiempo.

A vosotras, Esclavas de María Inmaculada, la beata Juana Condesa os ha dejado en herencia la gran sabiduría de saber acercarse a quienes necesitan ayuda material y espiritual, compartiendo su camino y haciendo que este, por la fuerza de la fraternidad, lleve a Dios y al mundo que él quiere. Junto con quienes de un modo u otro comparten vuestras actividades en España, Italia, Panamá, Chile o Perú, os aliento a seguir dando este tipo de testimonio evangélico.

6. Los problemas de la emigración, las tensiones sociales o la globalización de nuestros días, el anticlericalismo manifiesto o solapado, permiten comprender mejor la inspiración que en su día llevó a la beata Dolores Sopeña a consagrar su vida a la evangelización de los alejados de Dios y de su Iglesia.

Su afán apostólico le llevó a fundar tres instituciones, hoy unidas en la "familia Sopeña", que sostienen numerosas obras en España, Italia, Argentina, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Perú y República Dominicana, cuyo objetivo principal sigue siendo la promoción y el anuncio de la buena nueva a las familias del mundo del trabajo, no tan carentes de formación como en otro tiempo, pero siempre necesitadas de Jesucristo.

7. Con afecto cordial saludo a los peregrinos que han venido a Roma con ocasión de la beatificación de Ladislao Batthyány-Strattmann. El recuerdo de este nuevo beato -que está unido tanto al pueblo húngaro como al austriaco- y su testimonio subrayan una vez más cuán importante es para la paz y para la anhelada construcción de la casa común europea, la defensa y la promoción de los valores cristianos, de los que él vivió. Que el nuevo beato no sólo sea para vosotros un protector al cual invocar, sino también un ejemplo que es preciso imitar para seguir con valentía la llamada de Dios.

Queridos peregrinos de lengua húngara, como el beato Ladislao Batthyány-Strattmann, sed también vosotros fieles a la misión recibida al servicio del Evangelio.

8. En este ambiente festivo tiene lugar la entrega al arzobispo de Valencia del "icono de la Sagrada Familia", símbolo de los Encuentros mundiales de las familias, aquí traído por el cardenal Alfonso López Trujillo desde Manila. A monseñor Agustín García-Gasco, a sus colaboradores, a las autoridades aquí presentes, a todos los fieles valencianos, les agradezco el entusiasmo demostrado desde la designación de Valencia como sede del próximo Encuentro, y animo y bendigo los trabajos e iniciativas que llevarán a término para el buen éxito. Que la contemplación de esta imagen a lo largo de estos años preparatorios os sirva de inspiración para seguir trabajando en la defensa y promoción de la institución familiar, tan necesaria para que pueda llevar adelante el cometido que Dios le encomendó, y sea "gaudium et spes", gozo y esperanza de la humanidad, escuela de transmisión de los genuinos valores que el hombre necesita, y lugar de acogida de la vida.

9. Amadísimos hermanos y hermanas, implorando la intercesión de los nuevos beatos para que nos acompañen en el itinerario diario de la vida cristiana, os bendigo con afecto a vosotros, a vuestros seres queridos y a las comunidades cristianas de las que provenís.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS CAPELLANES MILITARES




73 Amadísimos capellanes militares:

1. Me alegra enviaros mi saludo con ocasión del curso de formación en derecho humanitario, organizado conjuntamente por la Congregación para los obispos y el Consejo pontificio Justicia y paz.

Deseo expresar mi complacencia por el esmero con que los dos dicasterios han preparado desde hace tiempo este encuentro, de acuerdo con el compromiso asumido por la Santa Sede, durante la XXVII Conferencia internacional de la Cruz roja y de la Media Luna roja, en 1999.

Deseo, además, dar las gracias en particular a los expertos, tan cualificados, que han querido dar generosamente la contribución de su apreciada competencia para el éxito del curso.
Casi todos los Ordinariatos militares han enviado a sus representantes al curso: es una prueba del valor de esta iniciativa, que quiere ser un signo claro de la importancia que la Santa Sede atribuye al derecho humanitario, como defensa de la dignidad de la persona humana, incluso en el trágico marco de la guerra.

2. Precisamente cuando se acude a las armas es imperativa la exigencia de reglas que hagan menos inhumanas las operaciones bélicas.

A lo largo de los siglos ha ido creciendo gradualmente la conciencia de esa exigencia, hasta la progresiva formación de un verdadero corpus jurídico, definido "derecho internacional humanitario". Este corpus ha podido desarrollarse también gracias a la maduración de los principios connaturales al mensaje cristiano.

Como dije en el pasado a los miembros del Instituto internacional de derecho humanitario, "el cristianismo ofrece una base a este desarrollo, en cuanto afirma el valor autónomo del hombre y su preeminente dignidad como persona, con su propia individualidad, completo en su constitución esencial, y dotado de una conciencia racional y de una voluntad libre. También en siglos pasados, la visión cristiana del hombre inspiró la tendencia a mitigar la ferocidad tradicional de la guerra, hasta asegurar un trato más humano a cuantos se hallaban involucrados en las hostilidades. Contribuyó decisivamente a la consolidación, tanto moral como práctica, de las normas de humanitarismo y justicia que actualmente, de forma más modernizada y especificada, constituyen el núcleo de nuestras convenciones internacionales" (Discurso, 18 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de agosto de 1982, p. 9).

3. Los capellanes militares, movidos por el amor de Cristo, están llamados, por vocación especial, a testimoniar que incluso en medio de los combates más encarnizados siempre es posible y, por tanto, necesario respetar la dignidad del adversario militar, la dignidad de las víctimas civiles, la dignidad indeleble de todo ser humano involucrado en los enfrentamientos armados. De este modo, además, se favorece la reconciliación necesaria para el restablecimiento de la paz después del conflicto.

Inter arma caritas ha sido la significativa consigna del Comité internacional de la Cruz roja desde sus inicios, símbolo elocuente de las motivaciones cristianas que inspiraron al fundador de ese benemérito organismo, el ginebrino Henry Dunant, motivaciones que no deberían olvidarse jamás.
Vosotros, capellanes militares católicos, además de cumplir vuestro ministerio religioso específico, debéis contribuir siempre a una educación apropiada del personal militar en los valores que animan el derecho humanitario y hacen de él no sólo un código jurídico, sino también y sobre todo un código ético.

74 4. Vuestro curso coincide con un momento difícil de la historia, cuando el mundo escucha, una vez más, el fragor de las armas. El pensamiento de las víctimas, de las destrucciones y de los sufrimientos causados por los conflictos armados suscita siempre profunda preocupación y gran dolor.

Ya debería ser evidente para todos que la guerra como medio para resolver las controversias entre los Estados ha sido rechazada, antes aún que por la Carta de las Naciones Unidas, por la conciencia de gran parte de la humanidad, quedando a salvo la licitud de la defensa contra un agresor. El vasto movimiento contemporáneo en favor de la paz, la cual, según la enseñanza del concilio Vaticano II, no se reduce a una "mera ausencia de la guerra" (Gaudium et spes
GS 78), traduce esta convicción de hombres de todos los continentes y de todas las culturas.

En este cuadro, el esfuerzo de las diversas religiones para sostener la búsqueda de la paz es motivo de consuelo y esperanza. En nuestra perspectiva de fe, la paz, aunque sea fruto de acuerdos políticos y de pactos entre personas y pueblos, es don de Dios, que es preciso invocar insistentemente con la oración y la penitencia. Sin la conversión del corazón no hay paz. A la paz sólo se llega por el amor.

A todos se pide ahora el compromiso de trabajar y rezar para que las guerras desaparezcan del horizonte de la humanidad.

Con estos deseos, pido a Dios que el curso de formación sea fructífero para vosotros, queridos capellanes, a quienes envío de corazón la bendición apostólica, extendiéndola de buen grado a los organizadores, a los profesores y a los colaboradores.


Vaticano, 24 de marzo de 2003






A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Martes 25 de marzo de 1964



Eminencias;
excelencias;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me complace saludaros a vosotros, miembros, consultores, personal y expertos del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, al reuniros con ocasión de vuestra asamblea plenaria. En efecto, es oportuno que vuestro encuentro tenga lugar durante esta semana en la que la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel anunció a María la buena nueva de nuestra salvación en Jesucristo. Todos los pueblos, en todos los tiempos y lugares, han de compartir esta buena nueva, y vosotros tenéis el preciso deber de hacerla presente de una forma cada vez más eficaz en el mundo de los medios de comunicación social. Os agradezco vuestro compromiso a este respecto, y os animo a perseverar en él.

75 No cabe duda de que los medios de comunicación ejercen hoy un influjo muy fuerte y amplio, formando e informando la opinión pública a escala local, nacional y mundial. Al reflexionar en este hecho, viene a la mente una afirmación de la carta de san Pablo a los Efesios: "Hable cada uno verazmente con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros" (Ep 4,25). Estas palabras del Apóstol son una buena síntesis de lo que deberían ser los objetivos básicos de las comunicaciones sociales modernas: difundir cada vez más ampliamente el conocimiento de la verdad, y hacer que aumente la solidaridad en la familia humana.

Hace cuarenta años, mi predecesor el beato Papa Juan XXIII pensaba en algo semejante cuando, en su encíclica Pacem in terris, exhortó a la "lealtad e imparcialidad" en el uso de los medios de información, que "sirven para fomentar y extender el mutuo conocimiento de los pueblos" (n. 90).
Yo mismo recogí ese tema en mi reciente mensaje para la XXXVII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que se celebrará el 1 de junio de 2003. En ese mensaje afirmé que "la exigencia moral fundamental de toda comunicación es el respeto y el servicio a la verdad". Y luego expliqué que "la libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no sólo en relación con los hechos y la información, sino también y especialmente en lo que atañe a la naturaleza y al destino de la persona humana, a la sociedad y al bien común, y a nuestra relación con Dios" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 2003, p. 7).

En efecto, la verdad y la solidaridad son dos de los medios más eficaces para superar el odio, resolver los conflictos y eliminar la violencia. También son indispensables para restablecer y afianzar los vínculos mutuos de comprensión, confianza y compasión que unen a las personas, a los pueblos y a las naciones, independientemente de sus orígenes étnicos o culturales. Es decir, la verdad y la solidaridad son necesarias para que la humanidad construya con éxito una cultura de la vida, una civilización del amor y un mundo de paz.

Este es el desafío que afrontan los hombres y mujeres de los medios de comunicación, y vuestro Consejo pontificio tiene la misión de ayudarles y guiarlos para que respondan de forma positiva y eficaz a esa obligación. Oro para que vuestros esfuerzos a este respecto sigan dando mucho fruto. Durante este Año del Rosario, os encomiendo a todos a la intercesión amorosa de la santísima Virgen María: que su respuesta llena de fe al ángel, que dio al mundo al Salvador, sirva como modelo para nuestro anuncio del mensaje salvífico de su Hijo. Como prenda de gracia y fuerza en el Verbo encarnado, os imparto de corazón mi bendición apostólica.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS GRANDES DUQUES DE LUXEMBURGO


Jueves 27 de marzo de 2003

Agradezco a Vuestras Altezas reales la visita y los sentimientos que me habéis transmitido de parte de todo el pueblo luxemburgués. Os ruego que comuniquéis a Sus Altezas reales el gran duque Jean y la gran duquesa Joséphine-Charlotte mi cordial recuerdo, asegurando a la gran duquesa mi oración por la prueba de salud que atraviesa.

Conozco la atención que dedicáis a la educación de los jóvenes, para que se transmita a las generaciones futuras el patrimonio de valores que han forjado nuestras sociedades y que deben seguir dándoles un alma. Como he dicho frecuentemente, la construcción de la Unión europea no puede limitarse a los campos de la economía y la organización del mercado. Busca principalmente la promoción de un modelo de sociedad que corresponda a la dignidad fundamental de todo hombre y sus derechos, y que fomente entre las personas y los pueblos relaciones fundadas en la justicia, el respeto mutuo y la paz.

Con este espíritu actúa la Santa Sede, para recordar incansablemente que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene", como dijo el concilio Vaticano II. La dimensión religiosa del hombre y de los pueblos, cuya importancia no se puede desconocer, permite justamente a cada uno expresar su ser profundo, reconocer su origen en Dios y comprender el sentido de su acción en términos de misión y de responsabilidad.

A todos los que viven en nuestro continente, que disfrutan de la riqueza económica y de los beneficios de la paz, tenemos el deber de darles a conocer el valor inalienable de nuestra humanidad común y la responsabilidad que esta les confiere en relación con todo hombre, particularmente con los que sufren por la pobreza y la falta de respeto de su dignidad, o experimentan la prueba de la guerra. Me alegra que numerosos jóvenes europeos tengan hoy sed del espíritu de las bienaventuranzas y estén dispuestos a acogerlo más en su vida.

A la vez que os agradezco vuestra visita, saludo a través de vosotros al querido pueblo luxemburgués, y os imparto a vosotros, Altezas, así como a vuestros hijos, una afectuosa bendición apostólica.






A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN PONTIFICIA


PARA AMÉRICA LATINA


76

Jueves 27 de marzo de 2003

Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el Episcopado,

1. Me es grato recibiros, Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina que habéis celebrado vuestra Asamblea Plenaria con el fin de examinar una vez más la situación eclesial en las tierras de América latina, identificar sus problemas pastorales y ofrecer algunas pautas que ayuden a trazar una estrategia evangeliadora, capaz de afrontar los grandes desafíos que se presentan en esta hora crucial del comienzo del nuevo milenio.

Agradezco cordialmente las expresivas palabras de saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido el Señor Cardenal Giovanni Battista Re, Presidente de esta Pontificia Comisión, presentándome las líneas maestras que han guiado vuestros trabajos en estos días de encuentro, reflexión y diálogo. Así mismo os agradezco a todos vosotros el empeño y labor llevada a cabo en estas jornadas que se concretan en las indicaciones y ayuda que ofrecéis, participando de ese modo en mi solicitud de Pastor universal de toda la Iglesia. Vuestras consideraciones y propuestas serán de provecho en la renovada Evangelización de América latina, cuya situación religiosa y social he seguido siempre con interés y afecto, de modo muy concreto en mis 18 viajes apostólicos al querido Continente de la esperanza.

2. Desde el año 2001 hasta el pasado mes de febrero del 2003, los Obispos latinoamericanos han realizado sus visitas ad Limina a excepción de Colombia y México, que lo harán más adelante. A cada uno de los 28 grupos que me han visitado he dirigido un discurso con indicaciones pastorales sobre diversos temas. En realidad, se trata de orientaciones no sólo para el grupo concreto al que me dirigía en cada ocasión, sino para todo el Episcopado. La Pontificia Comisión para América Latina ha querido editarlos en un volumen, que el Presidente me ha entregado y que puede ser útil instrumento para recordar cuando dije movido por mi solicitud pastoral y mi amor hacia Latinoamérica. En esta ocasión habéis iniciado vuestras sesiones precisamente estudiando esas orientaciones.

3. Para llevar adelante su cometido de anunciar mejor a Cristo a los hombres y mujeres de hoy, iluminando para ello con la sabiduría del Evangelio los desafíos y problemas con los que la Iglesia y la sociedad se encuentran en América latina al inicio del nuevo milenio, la Iglesia necesita muchos y cualificados evangelizadores que, con nuevo ardor, renovado entusiasmo, fino espíritu eclesial, desbordantes de fe y esperanza, hablen "cada vez más de Jesucristo" (Ecclesia in America ). Estos evangelizadores -Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, fieles laicos- son, bajo la guía del Espíritu Santo, los protagonistas indispensables en la tarea evangelizadora, en la cual cuentan más las personas que las estructuras, aunque éstas sean en cierto modo, necesarias.

Tales estructuras han de ser sencillas, ágiles, sólo las indispensables, de forma que no agobien, sino que ayuden y faciliten el trabajo pastoral; por otra parte, han de ser eficaces, según las exigencias de los tiempos actuales. Es importante aprovechar todas las técnicas modernas para la evangelización, pero evitando una burocratización excesiva, la multiplicación de viajes y reuniones, así como el empleo innecesario de personas, tiempo y recursos económicos que podrían destinarse más bien a la acción directa del anuncio evangélico y a la atención a los necesitados. Las estructuras y organizaciones, así como el estilo de vida eclesial, han de reflejar siempre el rostro sencillo de América Latina para facilitar un mayor acercamiento a las masas desheredadas, a los indígenas, a los emigrantes y desplazados, a los obreros, a los marginados, a los enfermos, y, en general, a los que sufren, es decir, a todos aquellos que son o han de constituir el objetivo de vuestra opción preferencial (cf. Ecclesia in America ).

4. La originalidad y fecundidad del Evangelio, fuente continua de creatividad, inspira siempre nuevas expresiones e iniciativas en la vida eclesial y ayuda a identificar nuevos métodos de evangelización que, en plena fidelidad al Magisterio y Tradición de la Iglesia, resulten necesarios para llevar el anuncio del Evangelio a los lugares más apartados, a todos los hombres y mujeres, a todas las etnias y a todas las clases sociales, incluso a los sectores más difíciles o refractarios.

La aceleración de los acontecimientos y transformaciones sociales obliga a la Iglesia, y consiguientemente a los Pastores, a dar, bajo el impulso de la gracia, nuevos y significativos pasos orientados a una entrega cada vez más radical a su Señor, con quien se han de identificar plenamente en sentimientos, doctrina y modo de actuar. Jesucristo es el único Señor de la Iglesia y del mundo, y hacia Él ha de orientarse todo, ya que "La Iglesia debe centrar su atención pastoral y su acción evangelizadora en Jesucristo crucificado y resucitado. Todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y de su Evangelio" (Ecclesia in America ).

5. Entre las realidades, o problemas pastorales, sometidos a vuestra consideración, hay uno que merece especial atención y que ha sido objeto de vuestros estudios y de algunas resoluciones en esta reunión plenaria y en la otra, reducida, que la Comisión organizó en el mes de enero con la colaboración del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y del Celam.

77 Me refiero al fenómeno de las sectas que, como dije en un discurso reciente a los obispos de Brasil, "también en vuestras tierras se está difundiendo con incidencia intermitente de zona a zona y con señales acentuadas de proselitismo entre las personas más débiles social y culturalmente. (...) ¿No constituye para vosotros, pastores, un auténtico desafío a renovar el estilo de acogida dentro de las comunidades eclesiales y un estímulo apremiante a una nueva y valiente evangelización, que desarrolle formas adecuadas de catequesis, sobre todo para los adultos?" (Discurso, 23 de enero de 2003, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de febrero de 2003, p. 7).

Algunas claves para afrontar de forma resuelta el grave e insidioso problema de las sectas son: la evangelización en profundidad, la presencia continua y activa de los pastores, obispos y sacerdotes, entre sus fieles, y la relación personal de los fieles con Cristo.

6. Es evidente que, con respecto a situaciones o realidades eclesiales, sobre las que habéis tratado en vuestra reunión, existen otros sectores, como los jóvenes, las familias, y sobre todo las vocaciones sacerdotales, que necesitan una atención urgente por parte de los pastores, con una amplia sinergia, o sea, con empeño de todos, apostando decididamente por la unidad y la comunión: cada vez es más necesario "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte
NM 43 cf. Ecclesia in America, capítulo IV).

Quiero recordar aquí la gran importancia que para ello tiene la acción evangelizadora de los religiosos y las religiosas, así como la de los movimientos eclesiales; sin embargo, tanto estos como aquellos deben actuar siempre "en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores" (Novo millennio ineunte NM 46).

7. El año pasado tuve la dicha de postrarme otra vez ante la venerada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe con ocasión de mi visita a México para canonizar el 31 de julio al Beato Juan Diego, su mensajero, y beatificar después allí mismo a los dos catequistas mártires de Oaxaca Guadalupe, después de haber canonizado en Guatemala al Hermano Pedro de San José de Betancurt.

Desde que peregriné por primera vez al espléndido Santuario Guadalupano el 29 de enero de 1979, Ella ha guiado mis pasos en estos casi 25 años de servicio como Obispo de Roma y Pastor Universal de la Iglesia. A Ella, camino seguro para encontrar a Cristo (Ecclesia in America ) y que fue la Primera Evangelizadora de América, quiero invocar como "Estrella de la Evangelización" -Stella evangelizationis- confiándole la labor eclesial de todos sus hijos e hijas de América: los Pastores y los fieles, las comunidades eclesiales y las familias, los pobres, los ancianos, los indígenas.

Como expresión de estos deseos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN EL CURSO


SOBRE EL FUERO INTERNO


ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA


Viernes 28 de marzo de 2003



Queridos hermanos:

1. El curso sobre el foro interno, organizado anualmente por la Penitenciaría apostólica, me brinda la oportunidad de acogeros en una audiencia especial. Dirijo un saludo cordial al pro-penitenciario mayor, monseñor Luigi De Magistris, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo también a los prelados y oficiales del mismo Tribunal y a los padres penitenciarios de las basílicas patriarcales de Roma, así como a los jóvenes sacerdotes y aspirantes al sacerdocio que participan en esta tradicional oportunidad de profundización doctrinal.

En diversas ocasiones he expresado mi aprecio por cuantos se dedican al ministerio penitencial en la Iglesia: en verdad, el sacerdote católico es, ante todo, ministro del sacrificio redentor de Cristo en la Eucaristía y ministro del perdón divino en el sacramento de la penitencia.

78 2. En esta circunstancia, deseo considerar en particular la relación privilegiada que existe entre el sacerdocio y el sacramento de la reconciliación, que el presbítero debe recibir ante todo con fe y humildad, además de hacerlo con frecuencia por convicción. En efecto, con respecto a los eclesiásticos, el concilio Vaticano II enseña: "Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo, salvador y pastor, por medio de la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo por la confesión sacramental frecuente, ya que, preparado con el examen de conciencia diario, favorece muchísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias" (Presbyterorum ordinis, PO 18 Código de derecho canónico, c. CIC 276, 2, 5° y, análogamente, Código de cánones de las Iglesias orientales, c. CIO 369,1).

Al valor intrínseco del sacramento de la penitencia, en cuanto recibido por el sacerdote como penitente, se añade su eficacia ascética como ocasión de examen de sí mismo y, por tanto, de verificación, gozosa o dolorosa, del propio nivel de fidelidad a las promesas. Además, es un momento inefable de "experiencia" de la caridad eterna que el Señor siente por cada uno de nosotros en su singularidad irrepetible; es desahogo de desilusiones y amarguras, que tal vez nos han infligido injustamente; y es bálsamo consolador para las múltiples formas de sufrimiento que caracterizan la vida.

3. Asimismo, en cuanto ministro del sacramento de la penitencia, el sacerdote, consciente del valioso don de gracia puesto en sus manos, debe ofrecer a los fieles la caridad de la acogida solícita, sin escatimar su tiempo, y sin aspereza o frialdad en su trato. A la vez, debe practicar la caridad, más aún, la justicia, al referir, sin variantes ideológicas y sin rebajas arbitrarias, la enseñanza auténtica de la Iglesia, rechazando las profanas vocum novitates, con respecto a sus problemas.

En particular, deseo llamar aquí vuestra atención hacia la necesaria adhesión al Magisterio de la Iglesia sobre los complejos problemas que se plantean en el campo bioético y sobre la normativa moral y canónica en el ámbito matrimonial. En mi carta dirigida a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 2002 observé: "A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con ideas bastante confusas, en parte porque "tampoco encuentran en los confesores la misma línea de juicio". En realidad, quienes ejercen en nombre de Dios y de la Iglesia este delicado ministerio tienen el preciso deber de no cultivar, y menos aún manifestar en el momento de la confesión, valoraciones personales no conformes con lo que la Iglesia enseña y proclama. "No se puede confundir con el amor el faltar a la verdad por un mal entendido sentido de comprensión"" (Carta a los sacerdotes, 17 de marzo de 2002, n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de marzo de 2002, p. 9).

4. El sacramento de la penitencia, si se administra y se recibe bien, es un instrumento excelente para el discernimiento vocacional. Quien actúa en el fuero interno debe alcanzar personalmente la certeza moral sobre la idoneidad e integridad de aquellos a quienes dirige espiritualmente, para poder aprobar lícitamente y animar su intención de acceder a las órdenes. Por tanto, esa certeza moral sólo se puede tener cuando la fidelidad del candidato a las exigencias de la vocación se ha comprobado con una larga experiencia.

En cualquier caso, el director espiritual no sólo debe ofrecer a los candidatos al sacerdocio el discernimiento, sino también el ejemplo de su vida, tratando de reproducir en sí el corazón de Cristo.

5. El recto y fructuoso ministerio penitencial y el deseo de recurrir personalmente al sacramento de la penitencia dependen sobre todo de la gracia del Señor. Para que el sacerdote obtenga este don es de singular importancia la mediación de María, Madre de la Iglesia y Madre de los sacerdotes, por ser Madre de Jesús, sumo y eterno Sacerdote. Que ella obtenga de su Hijo para todos los sacerdotes el don de la santidad mediante el sacramento de la penitencia, recibido con humildad y ofrecido con generosidad.

Que sobre vuestras convicciones, vuestros propósitos y vuestras esperanzas descienda, propiciadora de las bendiciones de Dios, la bendición apostólica, que con afecto imparto a todos.






Discursos 2003 71