Discursos 2003 162

162 3. En un momento de creciente secularismo, y a veces de abierto desprecio de la santidad de la vida humana, los obispos están llamados a recordar al pueblo, con su predicación y su enseñanza, la necesidad de una reflexión cada vez más profunda sobre las cuestiones morales y sociales. La presencia siro-malankar en los campos de la educación y los servicios sociales os sitúa en una posición excelente para preparar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para afrontar estas cuestiones de un modo verdaderamente humano. De hecho, todos los cristianos tienen la obligación de participar en esta misión profética adoptando una posición firme contra la actual crisis de valores y recordando constantemente a los demás las verdades universales que deben manifestarse en la vida diaria. Con mucha frecuencia esta lección se enseña con obras más que con palabras. Como dice el apóstol san Pablo: "Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía" (1 Co 14, 1).

Para responder adecuadamente a este desafío hace falta una inculturación de la ética cristiana en todos los niveles de la sociedad humana; se trata de una tarea difícil y delicada. "Por su propia misión, la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (Catecismo de la Iglesia católica
CEC 854). Vuestra larga experiencia como pequeña comunidad de cristianos en un país de mayoría no cristiana os ha preparado para convertiros en este "fermento", un instrumento adecuado de transformación. Este proceso nunca es simplemente "exterior", sino que requiere un cambio interior de valores culturales mediante la integración en el cristianismo y la sucesiva inserción en las diversas culturas humanas. Sin embargo, esta compleja tarea no puede realizarse sin una reflexión y una evaluación adecuadas, garantizando siempre que el mensaje salvífico de Cristo no se diluya o altere en el intento de hacerlo más aceptable cultural o socialmente (cf. Ecclesia in Asia ).

4. Vuestro ministerio especial, como pastores de greyes cada vez más numerosas, requiere una estrecha cooperación con vuestros colaboradores. Como escribí en mi exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, "los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, cabeza y pastor, y en su nombre" (n. 15). Para este ministerio de "edificación de la Iglesia" se necesitan embajadores de Cristo bien formados. Por esta razón, los obispos deben esforzarse incesantemente por identificar y animar a los jóvenes a responder a la llamada al sacerdocio y a la vida religiosa. A este respecto, pido a Dios para que sigáis haciendo todo lo posible a fin de proporcionar una buena preparación a quienes tienen vocación sacerdotal o religiosa. Esto implica garantizar que los seminarios bajo vuestra protección sean siempre modelos de formación según el ejemplo de Jesucristo y de su mandamiento del amor (cf. Jn Jn 15,12). La formación debe ser específicamente cristocéntrica, a través de la proclamación de las sagradas Escrituras y la celebración de los sacramentos.

Lo mismo vale para la formación de los candidatos a la vida consagrada. "A todos se les debe asegurar una formación y unas prácticas adecuadas, que estén centradas en Cristo (...), poniendo el acento en la santidad personal y en el testimonio. Su espiritualidad y su estilo de vida deben corresponder a la herencia religiosa de las personas entre las que viven y a las que sirven" (Ecclesia in Asia ). Como obispos, sois fuente de orientación y fuerza para las comunidades religiosas en vuestras eparquías. A través de una estrecha cooperación con los superiores religiosos, debéis contribuir a garantizar que la formación recibida por los candidatos transforme su corazón, su mente y su alma, de manera que sean capaces de entregarse a sí mismos sin reservas a la obra de la Iglesia. Vuestro fuerte liderazgo sin duda animará a las comunidades religiosas a perseverar en su ejemplo edificante como testigos de la alegría de Cristo.

5. Queridos hermanos en el episcopado, estos son algunos de los pensamientos que suscita vuestra visita. La solemnidad de la Pascua, que acabamos de celebrar, os exhorta a permitir que el Señor resucitado renueve continuamente las Iglesias confiadas a vuestra solicitud. Encomendándoos a María, Reina del rosario, ruego para que, por su intercesión, el Espíritu Santo os colme de alegría y paz, y os imparto mi bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de vuestras eparquías.






A UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES


ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 15 de mayo de 2003



Excelencias:

1. Os doy la bienvenida en esta ocasión en que presentáis las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países respectivos: Australia, Zimbabue, Siria, Trinidad y Tobago, Etiopía, Letonia, Islas Fiji, Burundi, Georgia, Vanuatu, Moldavia y Pakistán. Os agradezco las palabras corteses que me habéis transmitido de parte de vuestros jefes de Estado; yo, por mi parte, os ruego que les expreséis mis mejores deseos para sus personas y para su importante misión al servicio de sus países. Vuestra presencia me brinda también la ocasión de saludar cordialmente a las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas, transmitiéndoles mis votos más fervientes.

2. Nuestro mundo vive un período difícil, marcado por numerosos conflictos, de los que vosotros sois testigos atentos; esto preocupa a muchos hombres e invita a los responsables de las naciones a comprometerse cada vez más en favor de la paz. Desde esta perspectiva, es importante que la diplomacia recupere su nobleza. En efecto, la atención a las personas y a los pueblos, así como el interés por el diálogo, la fraternidad y la solidaridad son la base de la actividad diplomática y de las instituciones internacionales encargadas de promover ante todo la paz, que es uno de los bienes más valiosos para las personas, para las poblaciones e incluso para los Estados, cuyo desarrollo duradero sólo puede sostenerse en la seguridad y en la concordia.

3. En el año en que festejamos el cuadragésimo aniversario de la encíclica Pacem in terris del beato Juan XXIII, que fue también un diplomático al servicio de la Santa Sede en los años turbulentos de la segunda guerra mundial, es particularmente oportuno escuchar de nuevo su invitación a hacer que la vida social se apoye en "cuatro pilares": la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La paz no se puede realizar sin respetar a las personas y a los pueblos; se construye cuando todos llegan a ser interlocutores y protagonistas de la edificación de la sociedad nacional.

4. Desde el tiempo de los grandes conflictos mundiales, la comunidad internacional se dotó de organismos y legislaciones específicas, para que no volviera a estallar nunca la guerra, que mata a personas civiles inocentes, devastando regiones y dejando heridas difíciles de cicatrizar. Las Naciones Unidas están llamadas a ser, hoy más que nunca, el lugar central de las decisiones que conciernen a la reconstrucción de los países, y los organismos humanitarios están invitados a comprometerse de modo nuevo. Esto ayudará a los pueblos afectados a hacerse rápidamente cargo de su destino, permitiéndoles pasar del miedo a la esperanza y del desconcierto al compromiso en la construcción de su futuro. Es también una condición indispensable para devolver la confianza a un país.

163 Por último, exhorto a todas las personas que profesan una religión, para que el sentido espiritual y religioso sea una fuente de unidad y de paz, y que jamás ponga a los hombres unos contra otros. No puedo menos de recordar a los niños y a los jóvenes, que frecuentemente son los más afectados por las situaciones de conflicto. Al resultarles muy difícil olvidar lo que han vivido, pueden sentirse tentados por la espiral de la violencia. Tenemos el deber de prepararles un futuro de paz y una tierra de solidaridad fraterna.

Estas son algunas preocupaciones de la Iglesia católica que quería compartir con vosotros esta mañana; sabéis cuán comprometida está en la vida internacional, en las relaciones entre los pueblos y en la ayuda humanitaria, que son expresiones de su misión primordial: manifestar la cercanía de Dios a todo hombre.

5. Durante vuestra noble misión ante la Santa Sede tendréis la posibilidad de descubrir más concretamente su acción. Os expreso hoy mis mejores deseos para vuestra misión. Invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis.






A LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA


Jueves 15 de mayo de 2003



Monseñor presidente;
queridos sacerdotes alumnos de la Academia eclesiástica pontificia:

1. Os agradezco esta visita y os saludo con afecto a todos. Saludo, en primer lugar, al presidente, el arzobispo Justo Mullor García, al que doy las gracias, no sólo por las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes, sino también por la diligencia y la generosidad con que se dedica diariamente a su ardua tarea. Extiendo estos sentimientos de gratitud a todos los que, de diferentes modos y con diversas funciones, colaboran con él en la obra de formación.

Os saludo de manera especial a vosotros, queridos alumnos. Algunos completarán dentro de poco el curriculum académico y están a punto de iniciar un servicio directo a la Sede apostólica. Les expreso mis mejores deseos de un ministerio fecundo, y pido al Señor que los acompañe en todos los momentos de su existencia.

2. Amadísimos alumnos, ya en otras ocasiones he destacado la importancia de vuestra peculiar "misión", que os llevará lejos de vuestras familias, ofreciéndoos, al mismo tiempo, la oportunidad de entrar en contacto con múltiples y diversas realidades eclesiales y sociales.

Para cumplir fielmente las misiones que se os confíen, es indispensable que desde los años de formación vuestro objetivo prioritario sea tender a la santidad. Esto lo recordé también durante la visita a vuestra Academia, hace dos años, con ocasión de su tercer centenario. Aspirar a la perfección evangélica ha de ser vuestro compromiso diario, alimentando una relación ininterrumpida de amor con Dios en la oración, en la escucha de su palabra y, especialmente, en la devota participación en el sacrificio eucarístico. Aquí se encuentra, queridos hermanos, el secreto de la eficacia de todo ministerio y servicio en la Iglesia.

3. Provenís de naciones, culturas y experiencias diversas. La vida en común en la Academia, aquí en Roma, centro del catolicismo, os educa en la comunión y en la comprensión recíproca, os abre a la dimensión universal de la Iglesia y os brinda la oportunidad de comprender mejor las complejas realidades humanas de nuestro tiempo. Todo ello os ayudará en gran medida cuando desarrolléis vuestra actividad entre poblaciones de costumbres, civilizaciones, lenguas y tradiciones religiosas diferentes. Vuestro servicio será tanto más provechoso cuanto más os esforcéis, con espíritu auténticamente sacerdotal, por promover el crecimiento de las Iglesias locales, uniéndolas a la Cátedra de Pedro, y por el bien de los pueblos.

164 La Virgen María, a la que veneramos de modo particular en este año dedicado al rosario, dirija su mirada sobre cada uno de vosotros y os acompañe con su protección materna en todos vuestros pasos. Os aseguro mi oración, y os bendigo de corazón a todos.






A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Viernes 16 de mayo de 2003



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos directores nacionales de las Obras misionales pontificias:

1. Me alegra daros la bienvenida a este encuentro anual, en el que participáis procedentes de las diferentes Iglesia del mundo.

Doy las gracias al cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Dirijo un saludo particular también al presidente de las Obras misionales pontificias, monseñor Malcolm Ranjith, y a los numerosos obispos presentes. Por último, saludo a los secretarios generales y a los miembros del "Consejo superior", los cuales, con su entrega, aseguran el buen funcionamiento de estas importantes estructuras de la actividad misionera en la vida de la Iglesia. Mis predecesores quisieron cualificar las Obras misionales con el título de "pontificias", y fijar su sede central en Roma, precisamente para señalar que en ellas se expresa el deber y el anhelo de toda la Iglesia de realizar su opera maxima, es decir, la evangelización del mundo.

2. En las Obras misionales se manifiesta la solicitud del Papa por todas las Iglesias (cf. 2Co 11,28). Su tarea consiste en promover y sostener la animación misionera en todo el pueblo de Dios, manteniendo vivo ante todo el espíritu apostólico en las diversas Iglesias, y esforzándose por ayudar en sus necesidades a las que atraviesan dificultades. Por eso, pueden muy bien llamarse "Obras del Papa". Pero, al mismo tiempo, son también "Obras de los obispos", ya que mediante estas instituciones se expresa y se cumple el deber del anuncio de la buena nueva, que Cristo encomendó al Colegio apostólico.

"Estas Obras, por ser del Papa y del Colegio episcopal, incluso en el ámbito de las Iglesias particulares, "deben ocupar con todo derecho el primer lugar, pues son medios para difundir entre los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de subsidios en favor de todas las misiones, según las necesidades de cada una" (Ad gentes AGD 38). Otro objetivo de las Obras misionales es suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las más jóvenes" (Redemptoris missio RMi 84).

3. Queridos hermanos, en toda esta importante acción misionera, que os sitúa en el centro mismo de la vida de la Iglesia, colaboráis estrechamente con la Congregación para la evangelización de los pueblos, a la que han sido confiadas las Obras misionales pontificias, convirtiéndose así en el organismo oficial de la cooperación misionera universal (cf. Pastor bonus y 91; Cooperatio missionalis, 3 y 6).

Todo esto expresa el espíritu auténticamente universal y misionero de las Obras misionales pontificias, cuyo carisma profundamente "católico" conserváis y testimoniáis con vuestra oración, vuestra actividad y vuestro sacrificio.

165 Este es también el espíritu que impregna vuestros Estatutos. Hay que conservar celosamente este espíritu y adaptarlo continuamente a las exigencias del apostolado, que van cambiando. Al respecto, me ha alegrado saber que estáis llevando a cabo un trabajo oportuno de revisión, con el propósito de adecuar los Estatutos mismos a las nuevas condiciones de los tiempos. Por eso, no puedo menos de elogiaros a vosotros y a todos los que están contribuyendo a esta renovación, encaminada a favorecer cada vez más la colaboración y la oportuna utilización de los medios de asistencia a las Iglesias.

4. En esta feliz ocasión no puedo dejar de recordar la celebración del 160° aniversario de la Obra pontificia de la Santa Infancia o Infancia misionera, que tiene lugar este año. Deseo evocar una vez más y destacar el gran trabajo de animación y sensibilización que realiza esta Obra "desde la infancia" para promover la causa misionera. El Mensaje que dirigí en la solemnidad de la Epifanía a los miembros de la Obra expresa todo mi aprecio por estos "muchachos misioneros". Por tanto, será una alegría para mí recibir próximamente a una numerosa y animada delegación de niños de todo el mundo, que vendrán a Roma para celebrar el significativo aniversario de su benemérita Obra.

Tuve también el placer de acoger, el pasado mes de febrero, a una numerosa representación de las Obras misionales pontificias de Estados Unidos, encabezada por su director nacional. A través de sus generosos donativos a los hermanos necesitados, estas Obras constituyen en aquella nación un signo de amor auténticamente universal.

5. Deseo exhortaros a tener siempre presentes, en vuestro trabajo de "cooperación misionera", las crecientes necesidades de la Iglesia en diversas partes del mundo. Por motivos contingentes, el "intercambio de dones" entre las Iglesias, por lo que respecta a las ayudas materiales, ha sufrido recientemente una preocupante disminución.

Os exhorto a no desanimaros ante las dificultades. En sintonía con san Pablo, que recomendaba las "colectas" para ayudar a la Iglesia de Jerusalén (cf. Rm
Rm 15,25-27), recordad a todos que "la cooperación, indispensable para la evangelización del mundo, es un derecho y un deber de todos los bautizados" (Cooperatio missionalis, 2; Redemptoris missio RMi 77 cf. también Código de derecho canónico, cc. 211 y 781).

Por consiguiente, seguid ofreciendo a todas las Iglesias, antiguas y nuevas, el privilegio de "ayudar al Evangelio", para que se proclame a todos los pueblos de la tierra: "La Iglesia misionera da lo que recibe; distribuye a los pobres lo que sus hijos más pudientes en recursos materiales ponen generosamente a su disposición. "Mayor felicidad hay en dar que en recibir" (Ac 20,35)" (Redemptoris missio RMi 81).

6. Amadísimos hermanos, en el mes de mayo, que estamos viviendo, resulta espontáneo dirigirse a María, a la que invocamos como "Reina de las misiones". Tomemos en las manos las cuentas del rosario, cuyo rezo, en la historia de la Iglesia, ha obtenido siempre, además del crecimiento en la fe, una particular protección para los devotos de la Virgen. Aquí quiero repetir también la invitación que dirigí a los muchachos de la Infancia misionera: "Es muy sugestivo el rosario misionero: una decena, la blanca, es por la vieja Europa, para que sea capaz de recuperar la fuerza evangelizadora que ha engendrado tantas Iglesias; la decena amarilla es por Asia, que rebosa de vida y de juventud; la decena verde es por África, probada por el sufrimiento, pero disponible al anuncio; la decena roja es por América, promesa de nuevas fuerzas misioneras; y la decena azul es por el continente de Oceanía, que espera una difusión más amplia del Evangelio" (n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de enero de 2003, p. 7).

Con estos sentimientos, os encomiendo a todos a la Madre común, a la que -estoy seguro- ofrecéis oraciones y sacrificios continuos en el cumplimiento de vuestro valioso trabajo misionero. La bendición apostólica, que os imparto de corazón, os obtenga a vosotros y a vuestros colaboradores abundantes efusiones de favores celestiales.






DURANTE EL ACTO ACADÉMICO DE CONCESIÓN


DEL TÍTULO DE DOCTOR "HONORIS CAUSA"EN DERECHO


Sábado 17 de mayo de 2003



Señor presidente del Consejo de ministros;
señores cardenales y venerados hermanos en el episcopado;
rector magnífico;
166 ilustrísimos profesores;
hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de íntima alegría la visita que hoy, con particular solemnidad, habéis querido hacer al Sucesor de Pedro, con ocasión del VII centenario de la fundación de vuestra prestigiosa universidad. ¡Sed bienvenidos a esta casa!

Dirijo mi saludo deferente al señor presidente Silvio Berlusconi, a los ministros del Gobierno italiano, a las autoridades presentes y a todos los que se han reunido aquí. Agradezco a los profesores Giuseppe D'Ascenzo, rector magnífico de la universidad La Sapienza, Carlo Angelici, decano de la Facultad de derecho, y Pietro Rescingo, ordinario de derecho civil, las corteses palabras que, también en nombre del cuerpo académico, de los alumnos y del personal de la Universidad, han querido dirigirme.

Expreso asimismo viva gratitud por la concesión del doctorado honoris causa en derecho, decidida por el Consejo de Facultad. Acepto de buen grado este reconocimiento, que considero entregado a la Iglesia en su función de maestra también en el delicado ámbito del derecho por lo que concierne a los principios de fondo en los que se basa la ordenada convivencia humana.

Como se ha recordado, vuestro ilustre ateneo fue instituido por el Papa Bonifacio VIII con la bula In supremae del 20 de abril de 1303, con el fin de sostener y promover los estudios en las diversas ramas del saber. La iniciativa de aquel Pontífice fue confirmada y desarrollada por sus Sucesores a lo largo de los siete siglos transcurridos. Con ulteriores medidas perfeccionaron gradualmente el ordenamiento de la Universidad, adecuando sus estructuras al progreso del saber. En este sentido se han de leer las disposiciones del Papa Eugenio IV, así como las de León X, Alejandro II y Benedicto XIV, hasta la bula Quod divina sapientia, de León XII.

En vuestra universidad se han formado innumerables hombres y mujeres que, en las diversas disciplinas del saber, le han dado esplendor, contribuyendo al progreso de los conocimientos, favoreciendo el crecimiento de la calidad de vida y profundizando un diálogo sereno y provechoso entre los cultivadores de la ciencia y los de la fe.

Las cordiales relaciones que se han mantenido en el pasado entre vuestro ateneo y la Iglesia continúan gracias a Dios también hoy, en el pleno respeto de las competencias recíprocas, pero también con la convicción de prestar, en esferas diversas, un servicio igualmente útil al progreso del hombre.

2. En los años de servicio pastoral a la Iglesia, he considerado que formaba parte de mi ministerio dar amplio espacio a la afirmación de los derechos humanos, por la estrecha relación que tienen con dos puntos fundamentales de la moral cristiana: la dignidad de la persona y la paz. En efecto, es Dios quien, al crear al hombre a su imagen y al llamarlo a ser su hijo adoptivo, le ha conferido una dignidad incomparable, y es Dios quien ha creado a los hombres para que vivan en concordia y paz, proveyendo a una distribución justa de los medios necesarios para vivir y desarrollarse. Impulsado por esta convicción, me he entregado con todas mis fuerzas al servicio de esos valores. Pero no podía cumplir esta misión, que me exigía mi oficio apostólico, sin recurrir a las categorías del derecho.

Aunque en mis años juveniles me dediqué al estudio de la filosofía y la teología, siempre he sentido gran admiración por la ciencia jurídica en sus manifestaciones más elevadas: el derecho romano de Ulpiano, Cayo y Pablo, el Corpus iuris civilis de Justiniano, el Decretum Gratiani, la Magna Glossa de Accursio, y el De iure belli et pacis de Grocio, por recordar sólo algunas lumbreras de la ciencia jurídica, que ilustraron a Europa y particularmente a Italia. Por lo que atañe a la Iglesia, yo mismo tuve la suerte de promulgar en 1983 el nuevo Código de derecho canónico para la Iglesia latina y, en 1990, el Código de cánones de las Iglesias orientales.

3. El principio que me ha guiado en mi compromiso es que la persona humana -tal como ha sido creada por Dios- es el fundamento y el fin de la vida social, a la que el derecho civil debe servir. En efecto, "la centralidad de la persona humana en el derecho se expresa eficazmente en el aforismo clásico: "Hominum causa omne ius constitutum est". Esto quiere decir que el derecho es tal si se pone como su fundamento al hombre en su verdad" (Discurso al Simposio sobre la "Evangelium vitae" y el derecho, 24 de mayo de 1996, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1996, p. 17). Y la verdad del hombre consiste en su ser creado a imagen y semejanza de Dios.

167 En cuanto "persona", el hombre es, según una profunda expresión de santo Tomás de Aquino, "id quod est perfectissimum in tota natura" (Summa Theologiae, q. 29, a. 3). Partiendo de esta convicción, la Iglesia ha elaborado su doctrina sobre los "derechos del hombre", que no derivan del Estado ni de ninguna otra autoridad humana, sino de la persona misma. Por tanto, los poderes públicos los deben "reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover" (Pacem in terris PT 60); en efecto, se trata de derechos "universales, inviolables e inalienables" (ib., 9).

Por eso los cristianos "deben trabajar sin pausa en la mejora de la dignidad que el hombre recibe de su Creador, uniendo sus energías a las del resto de las personas que trabajan también en su defensa y promoción" (Discurso al congreso sobre "la Iglesia y los derechos del hombre", 15 de noviembre de 1988, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de enero de 1989, p. 10). En realidad, "la Iglesia no puede abandonar jamás al hombre, cuyo destino está unido íntima e indisolublemente a Cristo" (Discurso al Congreso mundial sobre la pastoral de los derechos humanos, 4 de julio de 1998, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de julio de 1998, p. 2).


4. Por este motivo, la Iglesia ha acogido con favor la Declaración universal de derechos del hombre de las Naciones Unidas, aprobada en la Asamblea general del 10 de diciembre de 1948. Ese documento marca "un primer paso e introducción hacia la organización jurídico-política de la comunidad mundial, ya que en ella solemnemente se reconoce la dignidad de la persona humana de todos los hombres y se afirman los derechos que todos tienen a buscar libremente la verdad, a observar las normas morales, a ejercer los deberes de la justicia, a exigir una vida digna del hombre y otros derechos que están vinculados a estos" (Pacem in terris PT 144). Con igual favor la Iglesia ha acogido la Convención europea para la defensa de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, la Convención sobre los derechos del niño y la Declaración de los derechos del niño y del nascituro.

Indudablemente, la Declaración universal de derechos del hombre de 1948 no presenta los fundamentos antropológicos y éticos de los derechos del hombre que proclama. En este campo, "la Iglesia católica (...) tiene una contribución irreemplazable que aportar, pues proclama que en la dimensión trascendente de la persona se sitúa la fuente de su dignidad y de sus derechos inviolables". Por eso, "la Iglesia está convencida de servir a la causa de los derechos del hombre cuando, fiel a su fe y a su misión, proclama que la dignidad de la persona se fundamenta en su calidad de criatura hecha a imagen y semejanza de Dios" (Discurso al Cuerpo diplomático, 9 de enero de 1989, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de enero de 1989, pp. 23-24). La Iglesia está convencida de que en el reconocimiento de ese fundamento antropológico y ético de los derechos humanos reside la más eficaz protección contra todo tipo de violación y abuso.

5. Durante mi servicio como Sucesor de Pedro he sentido el deber de insistir con fuerza en algunos de estos derechos que, afirmados teóricamente, a menudo no se respetan ni en las leyes ni en los comportamientos concretos. Así, he insistido muchas veces en el primer derecho humano, el más fundamental, que es el derecho a la vida. En efecto, "la vida humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término natural. (...) Una auténtica cultura de la vida, al mismo tiempo que garantiza el derecho a venir al mundo a quien aún no ha nacido, protege también a los recién nacidos, particularmente a las niñas, del crimen del infanticidio. Asegura igualmente a los minusválidos el desarrollo de sus posibilidades y la debida atención a los enfermos y ancianos" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1999, 30 de noviembre de 1998, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p. 6). En particular, he insistido en el hecho de que el embrión es una persona humana y, como tal, es titular de los derechos inviolables del ser humano. Por tanto, la norma jurídica está llamada a definir el estatuto jurídico del embrión como sujeto de derechos que ni el orden moral ni el jurídico pueden descuidar.

Otro derecho fundamental en el que, a causa de sus frecuentes violaciones en el mundo de hoy, he querido insistir, es el de la libertad religiosa, reconocido tanto por la Declaración universal de derechos del hombre (art. 18), como por el Acta final de Helsinki (1 a, VII) y la Convención sobre los derechos del niño (art. 14). En efecto, creo que el derecho a la libertad religiosa no es simplemente uno más entre los otros derechos humanos; es el derecho con el que todos los demás se relacionan, porque la dignidad de la persona humana tiene su primera fuente en la relación esencial con Dios. En realidad, el derecho a la libertad religiosa "está tan estrechamente ligado a los demás derechos fundamentales, que se puede sostener con justicia que el respeto de la libertad religiosa es como un "test" de la observancia de los otros derechos fundamentales" (Discurso al Cuerpo diplomático, 9 de enero de 1989, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de enero de 1989, p. 23).

6. Por último, me he esforzado por destacar, pidiendo que se expresaran en normas jurídicas obligatorias, muchos otros derechos, como el derecho a no ser discriminados a causa de la raza, la lengua, la religión o el sexo; el derecho a la propiedad privada, que es válido y necesario, pero que no hay que separar jamás del principio más fundamental del destino universal de los bienes (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 42 Centesimus annus, 6); el derecho a la libertad de asociación, de expresión y de información, siempre en el respeto de la verdad y de la dignidad de las personas; el derecho -que hoy es también un serio deber- de participar en la vida política, "destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común" (Christifideles laici CL 42); el derecho a la iniciativa económica (cf. Centesimus annus CA 48 Sollicitudo rei socialis, 15); el derecho a la habitación, es decir, "el derecho a la vivienda para toda persona con su familia", estrechamente relacionado con "el derecho a formar una familia y a tener un trabajo retribuido adecuadamente" (Ángelus del 16 de junio de 1996, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de junio de 1996, p. 1); el derecho a la educación y a la cultura, porque "el analfabetismo constituye una gran pobreza y con frecuencia es sinónimo de marginación" (Mensaje para el Año internacional de la alfabetización, 3 de marzo de 1990: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de abril de 1990, p. 1); el derecho de las minorías "a existir" y "a conservar y desarrollar su propia cultura" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1989, nn. 5 y 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1988, p. 9); el derecho al trabajo y los derechos de los trabajadores, tema al que dediqué la encíclica Laborem exercens.
Por último, puse particular atención en proclamar y defender "vigorosamente los derechos de la familia contra las usurpaciones intolerables de la sociedad y del Estado" (Familiaris consortio FC 46), sabiendo muy bien que la familia es el lugar privilegiado de la "humanización de la persona y de la sociedad" (Christifideles laici CL 40) y que "a través de ella pasa el futuro del mundo y de la Iglesia" (Discurso a la Confederación de los consultorios familiares de inspiración cristiana, 29 de noviembre de 1980, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de enero de 1981, p. 14).

7. Ilustres señores, quisiera concluir nuestro encuentro con el deseo sincero de que la humanidad progrese ulteriormente en la toma de conciencia de los derechos fundamentales en los que se refleja su dignidad original. Ojalá que en el nuevo siglo, con el que se ha iniciado un nuevo milenio, se registre un respeto cada vez más consciente de los derechos del hombre, de todo hombre y de todo el hombre.

Que sensibles a la advertencia de Dante: "No habéis sido creados para vivir como brutos, sino para seguir la virtud y el conocimiento" (Infierno XXVI, 119-120), los hombres y las mujeres del tercer milenio inscriban en las leyes y traduzcan en los comportamientos los valores perennes en los que se funda toda civilización auténtica.

En mi corazón, este deseo se transforma en oración a Dios omnipotente, a quien encomiendo vuestras personas, implorando de él copiosas bendiciones sobre vosotros, aquí presentes, sobre vuestros seres queridos y sobre toda la comunidad de La Sapienza.






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