Discursos 2003 167


A LOS PEREGRINOS QUE ACUDIERON A LA CANONIZACIÓN DE:



MARÍA DE MATTIAS


y


VIRGINIA CENTURIONE BRACELLI


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Lunes 19 de mayo de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ayer por la mañana compartimos la alegría de la canonización de cuatro testigos luminosos de Cristo: san José Sebastián Pelczar, santa Úrsula Ledóchowska, santa María de Mattias y santa Virginia Centurione Bracelli. Un obispo y tres religiosas; los cuatro, fundadores de institutos de vida consagrada. Hoy tenemos la oportunidad de encontrarnos nuevamente para seguir admirando en cada uno de ellos un reflejo del rostro de Cristo, y para dar juntos gracias a Dios.

Con gran alegría os acojo y saludo a vosotros, que habéis venido para honrar a santa María de Mattias y santa Virginia Centurione Bracelli. Saludo a los pastores de las diócesis en las que nacieron estas dos nuevas santas: monseñor Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova, y monseñor Salvatore Boccaccio, obispo de Frosinone-Véroli-Ferentino. Saludo, asimismo, a los demás obispos, a las autoridades, a los sacerdotes y a los fieles que han venido de diversas regiones de Italia, en particular a las religiosas que han heredado los carismas y la espiritualidad de estas nuevas santas.

2. La canonización de María de Mattias es una ocasión propicia para profundizar en su lección de vida y para sacar de su ejemplo orientaciones útiles para la propia existencia. Pienso, ante todo, en vosotras, queridas Religiosas Adoratrices de la Sangre de Cristo, que os alegráis al ver glorificada a vuestra fundadora, y en todos vosotros, fieles y devotos suyos, que formáis su familia espiritual.

El mensaje de la madre De Mattias es para todos los cristianos, porque señala un compromiso primario y esencial: el de tener "fijos los ojos en Jesús" (He 12,2) en todas las circunstancias de la vida, sin olvidar jamás que él nos redimió con el precio de su sangre: "Lo dio todo -repetía-, y lo dio por todos".

Ojalá que muchos sigan el ejemplo de la nueva santa. Durante toda su vida se dedicó a difundir el mandamiento cristiano del amor, curando las heridas y sanando las situaciones difíciles y las contradicciones de la sociedad de su tiempo. Es fácil constatar la gran actualidad de ese mensaje.

3. Con viva cordialidad os saludo ahora a vosotras, amadísimas Hermanas de Nuestra Señora del Refugio del Monte Calvario e Hijas de Nuestra Señora en el Monte Calvario, y a cuantos os alegráis por la canonización de santa Virginia Centurione Bracelli.

La valiosa herencia que esta santa legó a la Iglesia y, de modo particular, a sus hijas espirituales consiste en una caridad entendida no como simple ayuda material, sino como compromiso de auténtica solidaridad orientada a la liberación plena y a la promoción humana y espiritual de los necesitados. Santa Virginia supo transformar la acción caritativa en contemplación del rostro de Dios en el hombre, uniendo la docilidad a las mociones interiores del Espíritu con la audacia prudente e iluminada al emprender iniciativas de bien siempre nuevas.

La caridad auténtica brota de una comunión constante con Dios y se alimenta en la oración. Que el ejemplo de esta nueva santa sea para todos aliento y estímulo a vivir también hoy el mandamiento evangélico del amor como adhesión plena a la voluntad divina y como servicio concreto al prójimo, especialmente al que se encuentra en mayores dificultades.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, la Reina celestial de los santos, la Virgen María, os guíe por el camino que recorrieron estas dos santas. Os renuevo la expresión de mi gratitud por vuestra presencia, y os bendigo de corazón.






A LOS PEREGRINOS QUE ACUDIERON A LA CANONIZACIÓN DE:



JOSÉ SEBASTIÁN PELCZAR


y


ÚRSULA LEDÓCHOWSKA


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Lunes\B\i\b \I19 de mayo de 2003



Doy una cordial bienvenida a todos mis compatriotas presentes hoy en la plaza de San Pedro. Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los presbíteros y a las religiosas. De modo especial, saludo al cardenal primado, aunque está ausente, y le agradezco las cordiales palabras que me ha transmitido. Le deseo que recobre pronto y plenamente la salud. Saludo cordialmente al señor presidente de la República de Polonia y a los representantes de las autoridades del Estado y de las territoriales. Agradezco al señor presidente las felicitaciones, que me ha expresado en nombre de la República, y su importante discurso. ¡Que Dios lo bendiga!

Por último, quiero saludaros cordialmente a todos vosotros, aquí presentes, que habéis querido realizar el esfuerzo de venir en peregrinación en estos días, tan importantes para la Iglesia polaca, en los que presentamos a la Iglesia universal a los dos nuevos santos polacos: el obispo José Sebastián Pelczar y la madre Úrsula Ledóchowska. Al recordarlos en el día siguiente a su canonización, quiero saludar de modo particular a las religiosas de las congregaciones de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y de las Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante.

Por voluntad de la divina Providencia he podido realizar esta canonización en el vigésimo quinto año de mi pontificado y en el día de mi cumpleaños. ¡Demos gracias a Dios! De todo corazón os doy las gracias también a vosotros. Me alegra poder celebrar estos dos acontecimientos con un grupo tan numeroso de amigos. Os agradezco vuestra bondad, así como los sacrificios y las oraciones que ofrecéis por mí y por toda la Iglesia.

Sería difícil contar cuántos han sido nuestros encuentros durante los años pasados. Algunos han tenido lugar en Roma, en Castelgandolfo, y otros en varios países del mundo; pero en mi corazón han quedado particularmente grabados los encuentros que se han celebrado en nuestra patria. Tal vez porque han sido más intensos, marcados por una profunda oración y por una reflexión religiosa sobre la realidad temporal de cada uno de nosotros y de toda la nación: en esta realidad se actúa el plan salvífico de Dios. En esos encuentros siempre hemos compartido de modo extraordinario el testimonio de fe, que brota de la de nuestros antepasados y crea un particular clima de vida y de cultura entendida ampliamente, el cual configura la identidad de la nación.Así lo vivimos en 1979, cuando, en nombre de todos los que no tenían derecho a hablar, imploré de Dios el don del Espíritu, para que renovara la faz de nuestra patria. Ese año, 1979, nos acompañaba el gran pastor y gran guía de la Iglesia polaca, el cardenal Stefan Wyszynski, primado del milenio.
Con el testimonio común nos sostuvimos también en el año 1983, cuando, en circunstancias difíciles para la nación, juntos dimos gracias por los seiscientos años de la presencia de María en su imagen de Jasna Góra y oramos para obtener fe en la fuerza del diálogo, a fin de que "Polonia fuera próspera y serena, con vistas a la tranquilidad y a la buena colaboración entre los pueblos de Europa", como dijo el Papa Pablo VI. En 1987, cuando la nación polaca seguía combatiendo contra las potencias de la ideología enemiga, todos juntos reavivamos dentro de nosotros la esperanza que brota de la Eucaristía instituida al inicio "de la hora redentora de Cristo, que fue la hora redentora de la historia del hombre y del mundo". El Congreso eucarístico nacional de entonces nos recordó nuevamente que Dios "nos ha amado hasta el extremo".

En 1991 hubo dos encuentros de particular elocuencia. Durante el primero dimos gracias a Dios por el don de la libertad recuperada e intentamos esbozar un orden para vivir noblemente esta libertad, basándonos en la ley eterna de Dios contenida en el Decálogo. Ya entonces tratamos de vislumbrar los peligros que podrían aparecer en la vida de las personas y en la de toda la sociedad, junto con la libertad separada de las normas morales. Esos peligros están siempre presentes. Por eso, no dejo de orar para que la conciencia de la nación polaca se forme sobre la base de los mandamientos divinos, y creo que la Iglesia en Polonia sabrá salvaguardar siempre el orden moral.

El segundo encuentro de aquel año estaba relacionado con la Jornada mundial de la juventud en Czestochowa. No olvidaré jamás aquel "Llamamiento de Jasna Góra", compartido por los jóvenes de todo el mundo, por primera vez procedentes también de más allá de nuestros confines orientales. Doy gracias a Dios porque ante la Señora de Jasna Góra me permitió encomendarlos a su maternal protección.

Después realicé una breve visita de un día a Skoczów, en 1995, con ocasión de la canonización de Jan Sarkander. También en aquella jornada hubo muchas experiencias espirituales inolvidables.
En el año 1997 vivimos una peregrinación llena de acontecimientos significativos. El primero fue la conclusión del Congreso eucarístico internacional en Wroclaw. Todas las celebraciones del Congreso y, de modo particular, la statio orbis, nos recordaron que la Eucaristía es el signo más eficaz de la presencia de Cristo "ayer, hoy y siempre". El segundo acontecimiento de particular importancia fue la visita a los restos de san Adalberto, en el milenario de su muerte. Desde el punto de vista religioso fue una ocasión para volver a las raíces de nuestra fe. Desde el punto de vista internacional, aquel encuentro fue el recuerdo del Congreso de Gniezno, que tuvo lugar en el año 1000. En presencia de los presidentes de los países limítrofes, dije en aquella oportunidad: "No habrá unidad en Europa hasta que no se funde en la unidad del espíritu. Este fundamento profundísimo de la unidad llegó a Europa y se consolidó a lo largo de los siglos gracias al cristianismo con su Evangelio, con su comprensión del hombre y con su contribución al desarrollo de la historia de los pueblos y de las naciones. Esto no significa que queramos apropiarnos de la historia. En efecto, la historia de Europa es un gran río, en el que desembocan numerosos afluentes, y la variedad de las tradiciones y culturas que la forman es su gran riqueza. Los fundamentos de la identidad de Europa están construidos sobre el cristianismo" (Homilía, 3 de junio de 1997, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de junio de 1997, p. 6).

Hoy, mientras Polonia y los demás países del ex "bloque del Este" están entrando en las estructuras de la Unión europea, repito esas palabras, que no pronuncio para desanimar, sino, al contrario, para afirmar que estos países tienen una gran misión que cumplir en el viejo continente. Sé que son muchos los que se oponen a la integración. Aprecio su solicitud por el mantenimiento de la identidad cultural y religiosa de nuestra nación. Comparto sus inquietudes relacionadas con la planificación económica de las fuerzas, en la que Polonia -después de años de explotación ilimitada por parte del sistema pasado- se presenta como un país con grandes posibilidades, pero también con escasos medios. Sin embargo, debo destacar, una vez más, que Polonia ha sido siempre una parte importante de Europa, y hoy no puede abandonar esta comunidad que, es verdad, está viviendo una crisis en diferentes niveles, pero que constituye una familia de naciones basada en la tradición cristiana común. El ingreso en las estructuras de la Unión europea, con derechos iguales a los de los demás países, es para nuestra nación y para las naciones eslavas afines expresión de una justicia histórica, y, por otra parte, puede constituir un enriquecimiento para Europa. Europa tiene necesidad de Polonia. La Iglesia en Europa necesita el testimonio de fe de los polacos. Polonia necesita a Europa.

170 De la Unión de Lublin a la Unión europea. Es una gran síntesis, pero rica en contenidos. Polonia necesita a Europa.

Es un desafío que se nos plantea hoy a nosotros y a todas las naciones que, a raíz de las transformaciones políticas en la región de la así llamada Europa centro-oriental, han salido del círculo de influencia del comunismo ateo. Sin embargo, este desafío implica una tarea para los creyentes: la tarea de una construcción activa de la comunidad del espíritu, basándose en los valores que han permitido sobrevivir a decenios de intentos de introducir de modo programático el ateísmo.

Que la patrona de esta obra sea santa Eduvigis, la Señora de Wawel, la gran precursora de la unión de las naciones sobre la base de la fe común. Doy gracias a Dios porque me concedió canonizarla precisamente durante aquella peregrinación.

El largo encuentro con Polonia y con sus habitantes que tuvo lugar en 1999 fue una experiencia común en la fe de la verdad de que "Dios es amor". Fue, en cierto sentido, una gran preparación nacional para lo que vivimos el año pasado: la profunda experiencia de la verdad de que "Dios es rico en misericordia". ¿Hay otro mensaje que pueda llevar tanta esperanza al mundo de nuestros días y a todos los hombres del inicio del tercer milenio? En Lagiewniki de Cracovia, lugar de una particular manifestación de Cristo misericordioso, no dudé en consagrar el mundo a la Misericordia divina.Creo firmemente que aquel acto de consagración tendrá una respuesta confiada por parte de los creyentes en todos los continentes, y los llevará a una renovación interior y a la consolidación de la obra de edificación de la civilización del amor.

Recuerdo esos encuentros particulares con los polacos, puesto que en su contenido espiritual se halla encerrada la historia del último cuarto de siglo de Polonia, de Europa, de la Iglesia y del actual pontificado. Demos gracias a Dios por este tiempo, en el que hemos experimentado la abundancia de su gracia.

En el contexto del misterio de la Misericordia divina, volvamos ahora, una vez más, a las figuras de los nuevos santos polacos. Ambos no sólo se encomendaron a Cristo misericordioso, sino que también se convirtieron cada vez más plenamente en testigos de misericordia. En el ministerio pastoral de san José Sebastián Pelczar la actividad caritativa ocupó un lugar particular. Estuvo siempre convencido de que la misericordia activa es la defensa más eficaz de la fe, la predicación más elocuente y el apostolado más fecundo. Él mismo sostenía a los necesitados y, al mismo tiempo, se esmeraba para que se les atendiera de forma organizada y ordenada, no ocasional. Por eso, apreciaba también las instituciones caritativas y las sostenía con sus propios fondos. La madre Úrsula Ledóchowska hizo de su vida una misión de misericordia para con los más necesitados. Dondequiera que la Providencia la puso, encontró a jóvenes que necesitaban instrucción y formación espiritual, pobres, enfermos, personas solas y heridos de diferentes modos por la vida, que esperaban de ella comprensión y ayuda concreta. Ayuda que, según sus posibilidades, no negaba a nadie. Su obra de misericordia permanecerá esculpida para siempre en el mensaje de santidad, que ayer se convirtió en herencia de toda la Iglesia.

Así, José Sebastián Pelczar y Úrsula Ledóchowska, que nos han acompañado hoy en esta peregrinación espiritual a través de la tierra polaca, nos han conducido nuevamente a Roma. Os agradezco una vez más vuestra presencia aquí.

Ayer, por la tarde, cumplí ochenta y tres años de vida y entré en el ochenta y cuatro. Cada vez soy más consciente de que se acerca cada vez más el día en que deberé presentarme ante Dios con toda esta vida, con el período pasado en Wadowice, con el período vivido en Cracovia y con el vivido en Roma: ¡Da cuentas de tu ministerio! Confío en la Misericordia divina y en la protección de la Madre santísima cada día, y sobre todo en el día en que todo llegará a cumplimiento: en el mundo, ante el mundo y ante Dios. Os agradezco una vez más esta visita; aprecio muchísimo el gesto. Llevad mi saludo a vuestras familias, a vuestros seres queridos y a todos nuestros compatriotas. Os abrazo a todos con gratitud. Os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

¡Alabado sea Jesucristo! Dios os bendiga.






A LOS OBISPOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA


Martes 20 de mayo de 2003





Amadísimos hermanos en el episcopado:

171 1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ep 1,29). Me alegra saludaros con estas palabras del apóstol san Pablo. Saludo a vuestro presidente, cardenal Camillo Ruini, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo a los demás cardenales italianos, a los vicepresidentes y al secretario general de vuestra Conferencia. Os saludo con afecto fraterno a cada uno y deseo testimoniaros la cercanía en la oración, el aprecio y la solidaridad con que acompaño vuestra obra de pastores de la amada nación italiana.

2. Habéis elegido como tema central de vuestra 51ª asamblea general la iniciación cristiana: elección muy oportuna, porque la formación del cristiano y la transmisión de la fe a las nuevas generaciones tienen una importancia decisiva, que resulta mayor aún en el actual contexto social y cultural, en el que muchos factores confluyen para hacer más difícil y, por decirlo así, "contra corriente", el compromiso de ser auténticos discípulos del Señor, a la vez que la rapidez y la profundidad de los cambios aumentan la distancia y, a veces, casi la incomunicabilidad entre las generaciones.

Por eso, como habéis afirmado en las Orientaciones pastorales para este decenio, es un acierto tomar como criterio de renovación "la opción de configurar la pastoral según el modelo de la iniciación cristiana" (Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia, 59).

3. En una situación que requiere un fuerte compromiso de nueva evangelización, los mismos itinerarios de iniciación cristiana deben dar amplio espacio al anuncio de la fe y proponer sus motivaciones fundamentales, de modo adecuado a la edad y a la preparación de las personas.
Asimismo, es muy importante comenzar pronto la educación cristiana de los niños, de manera que la asimilen vitalmente desde los primeros años: es preciso hacer que las familias tomen conciencia de esta nobilísima misión suya, y ayudarles a cumplirla, integrando también sus posibles carencias. En efecto, a ningún niño bautizado se le debe privar del alimento que hace crecer el germen sembrado en él por el bautismo.

Por su parte, los sacerdotes, los catequistas y los formadores están llamados a cultivar el coloquio personal con muchachos, adolescentes y jóvenes, sin ocultar la grandeza de la llamada de Dios y el exigente compromiso de la respuesta, y haciéndoles gustar al mismo tiempo la cercanía misericordiosa del Señor Jesús y el cuidado materno de la Iglesia.

4. Conozco y comparto la gran solicitud con la que seguís el camino de la sociedad italiana, tratando de favorecer, sobre todo, la cohesión interna de la nación. Justamente destacáis la importancia que tiene la familia para la salud moral y social de la nación. Son esperanzadores los signos de una renovada atención con respecto a ella, que provienen tanto del mundo de la cultura como de los responsables de la vida pública.

La atención de vuestra asamblea se centra, también, en la reforma del sistema escolar italiano y en las nuevas perspectivas que se abren para la enseñanza de la religión católica. En la función educativa y formativa de la escuela pueden participar con pleno derecho tanto los profesores de religión como la escuela católica, que aún espera ver reconocido adecuadamente su papel y su contribución educativa, en un marco de igualdad efectiva.

Juntamente con vosotros, hermanos en el episcopado, deseo también expresar especial cercanía a todas las personas y familias que carecen de trabajo y se encuentran en condiciones difíciles. A pesar de las mejoras realizadas, existen aún, especialmente en algunas regiones del sur, áreas en las que los jóvenes, las mujeres, y a veces también los padres de familia, no tienen empleo, con grave daño para ellos y para el país. Italia necesita más confianza e iniciativa, para ofrecer a todos perspectivas mejores y más alentadoras.

5. Acabamos de celebrar el 40° aniversario de la encíclica "Pacem in terris". Esta gran herencia del beato Juan XXIII nos señala a nosotros y a todos los pueblos del mundo el camino para construir un orden de verdad y de justicia, de amor y de libertad y, por tanto, de auténtica paz.

Entre las numerosas regiones del mundo privadas del bien fundamental de la paz, desde hace demasiado tiempo debemos incluir, por desgracia, la Tierra Santa.Deseo expresaros a vosotros, obispos italianos, mi vivo aprecio por la iniciativa de enviar allá, inmediatamente después de Pascua, una representación vuestra para llevar un testimonio de solidaridad concreta, en particular a las comunidades cristianas que viven allí y que se encuentran en condiciones de gravísima dificultad.

172 6. En la misa in cena Domini del Jueves santo firmé la encíclica Ecclesia de Eucharistia. Os encomiendo ante todo a vosotros, obispos, y a vuestros sacerdotes, la intención con que la escribí, para que seamos los primeros en entrar cada vez más profundamente, a través de la Eucaristía, en el misterio de la Pascua, en el que se actúa nuestra salvación y la del mundo.

Amadísimos obispos italianos, os aseguro mi oración diaria por vosotros y por las comunidades de las que sois pastores. La Virgen María, a quien los fieles se dirigen con particular confianza en este "Año del Rosario", interceda para que en todo el pueblo de Dios se fortalezca la fe y aumenten la comunión y la valentía de la misión.

A todos y a cada uno imparto mi bendición.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DEL CONGRESO JUDÍO MUNDIAL


Jueves 22 de mayo de 2003



Queridos amigos:

Me alegra recibir en el Vaticano a los distinguidos representantes del Congreso judío mundial y del Comité judío internacional para consultas interreligiosas. Vuestra visita me recuerda los vínculos de amistad que se han desarrollado entre nosotros desde que el concilio Vaticano II promulgó la declaración Nostra aetate y fundó las relaciones entre judíos y católicos sobre una base nueva y positiva.

La palabra de Dios es lámpara y luz para nuestro sendero; nos mantiene vivos y nos da nueva vida (cf. Sal Ps 119,105 y 107). Esta palabra se transmite a nuestros hermanos y hermanas judíos especialmente a través de la Torah. Para los cristianos, esta palabra llega a su plenitud en Jesucristo. Aunque comprendemos e interpretamos esta herencia de manera diferente, ambos nos sentimos obligados a dar un testimonio común de la paternidad de Dios y de su amor a sus criaturas.

El mundo de hoy está marcado a menudo por la violencia, la represión y la explotación, pero estas realidades no representan la última palabra sobre nuestro destino humano. Dios promete un cielo nuevo y una tierra nueva (cf. Is Is 65,17 Ap 21,1). Sabemos que Dios enjugará toda lágrima (cf. Is Is 25,8), y ya no habrá ni muerte ni fatiga (cf. Ap Ap 21,4). Judíos y cristianos creemos que nuestra vida está en camino hacia el cumplimiento de las promesas de Dios.

A la luz de nuestra rica herencia religiosa común, podemos considerar el presente como una oportunidad estimulante para un esfuerzo conjunto en favor de la paz y de la justicia en nuestro mundo. La defensa de la dignidad de todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, es una causa en la que se deben comprometer todos los creyentes. Esta cooperación práctica entre cristianos y judíos requiere audacia y discernimiento, así como confianza en que es Dios quien hace fecundos nuestros esfuerzos: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (Ps 127,1).

Queridos amigos, deseo alentaros en vuestro compromiso de ayudar a los niños que sufren en Argentina. Espero y oro fervientemente para que el Todopoderoso bendiga todos vuestros proyectos y planes. Que él os acompañe y guíe vuestros pasos por el camino de la paz (cf. Lc Lc 1,79).






A UNA DELEGACIÓN DEL MOVIMIENTO ITALIANO POR LA VIDA



Jueves 22 de mayo de 2003




Amadísimos hermanos y hermanas:

173 1. Os agradezco vuestra visita y os saludo con afecto. Saludo a los miembros del consejo directivo del Movimiento por la vida y, de modo especial, al presidente, honorable Carlo Casini. Le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Os saludo a cada uno y, a través de vosotros, a los voluntarios y a todos los que forman parte de vuestro Movimiento, que ha creado en cada región de Italia numerosos centros de ayuda a la vida y casas de acogida.

Desde hace 25 años, es decir, desde el 22 de mayo de 1978, cuando se legalizó el aborto en Italia, vuestra asociación jamás ha dejado de trabajar por la defensa de la vida humana, uno de los valores fundamentales de la civilización del amor.

2. No es la primera vez que tengo la oportunidad de encontrarme con vosotros. En efecto, en estos años he tenido diversos contactos con vuestro Movimiento. En particular, recuerdo la visita que hice en Florencia, en 1986, al primer centro de ayuda a la vida constituido en Italia. Además, en muchas circunstancias he manifestado mi aprecio por las actividades que lleváis a cabo, animándoos a hacer lo posible para que se reconozca efectivamente a todos el derecho a la vida.
Renuevo estos sentimientos ahora que está a punto de terminar el mandato del consejo directivo de vuestro Movimiento y en vísperas de la asamblea de inicios de junio, que delineará las estrategias del trabajo futuro.

Quiera Dios que, manteniéndoos muy unidos, sigáis siendo una fuerza de renovación y de esperanza en nuestra sociedad. El Señor os ayude a trabajar incesantemente para que todos, creyentes y no creyentes, comprendan que la defensa de la vida humana desde la concepción es condición necesaria para construir un futuro digno del hombre.

3. La venerable madre Teresa de Calcuta, a la que consideráis presidenta espiritual de los Movimientos por la vida en el mundo, al recibir el premio Nobel de la paz, tuvo la valentía de afirmar ante los responsables de las comunidades políticas: "Si aceptamos que una madre suprima el fruto de su seno, ¿qué nos queda? El aborto es el principio que pone en peligro la paz en el mundo".

¡Es verdad! No puede haber auténtica paz sin respeto de la vida, especialmente de la inocente e indefensa como la de los niños por nacer. Una coherencia elemental exige que quien busca la paz defienda la vida. Ninguna acción en favor de la paz puede ser eficaz si no se opone con la misma fuerza a los ataques contra la vida en todas sus fases, desde su nacimiento hasta su ocaso natural. Por tanto, vuestra asociación no es sólo un Movimiento por la vida, sino también un auténtico Movimiento por la paz, precisamente porque se esfuerza por defender siempre la vida.

4. Insidias recurrentes amenazan la vida naciente. El laudable deseo de tener un hijo impulsa a veces a superar fronteras que no se deberían traspasar. Embriones engendrados en número excesivo, seleccionados y congelados, son sometidos a experimentación destructiva y destinados a la muerte con decisión premeditada.

Conscientes de la necesidad de una ley que defienda los derechos de los hijos concebidos, como Movimiento os habéis comprometido a obtener del Parlamento italiano una norma que respete de la forma más concreta posible los derechos del niño por nacer, aunque sea concebido con métodos artificiales de suyo moralmente inaceptables. Aprovecho esta ocasión para expresar mi deseo de que se concluya rápidamente el proceso legislativo en curso y se tenga en cuenta el principio de que, entre los deseos de los adultos y los derechos de los niños, toda decisión debe tomarse según el interés de los últimos.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, no os desaniméis ni os canséis de proclamar y testimoniar el evangelio de la vida; ayudad a las familias y a las madres en dificultad. Especialmente a vosotras, mujeres, os renuevo la invitación a defender la alianza entre la mujer y la vida, y de haceros "promotoras de un "nuevo feminismo" que, sin caer en la tentación de seguir modelos "machistas", sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia civil, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación" (Evangelium vitae
EV 99).

Si recurrís con intensa e incesante oración a Dios, os concederá la ayuda necesaria para llevar a cabo vuestras múltiples actividades. También yo os aseguro mi cercanía espiritual y, a la vez que invoco la protección materna de María, os imparto a vosotros, a vuestras familias y a vuestro Movimiento una especial bendición.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE LA EX REPÚBLICA


YUGOSLAVA DE MACEDONIA


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Viernes 23 de mayo de 2003



Querido primer ministro;
distinguidos amigos:

La fiesta de san Cirilo y san Metodio os ha traído una vez más a Roma, donde se conservan los restos de san Cirilo, y me alegra saludaros. Agradezco al presidente del Gobierno de la ex República yugoslava de Macedonia sus amables palabras y sus buenos deseos. Ruego fervientemente para que vuestro país se fortalezca cada vez más en su compromiso en favor de la unidad y la solidaridad, ideales que los santos hermanos de Salónica encarnaron tan eficazmente en su vida dedicada a predicar la fe cristiana.

Durante su vida terrena, estos dos santos fueron puentes que unieron Oriente y Occidente. Con los valores que enseñaron y el ejemplo que dieron, fundieron diferentes culturas y tradiciones en una rica herencia para toda la familia humana. En efecto, el testimonio de su vida revela una verdad perenne, que el mundo del tercer milenio necesita urgentemente redescubrir: sólo en la caridad y en la justicia la paz puede llegar a ser una realidad que impregne todos los corazones humanos, superando el odio y venciendo el mal con el bien. Esta caridad y esta justicia se convierten en realidades tangibles cuando los hombres de buena voluntad en todas las partes del mundo se comprometen incondicionalmente, como los hermanos Cirilo y Metodio, en favor de "la causa de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada nación" (Slavorum apostoli, 1).

Señoras y señores, esta peregrinación anual a Roma no es sólo un homenaje a san Cirilo, sino también un testimonio de los vínculos de amistad existentes entre vuestra nación y la Iglesia católica. Os animo a hacer que estos vínculos sean cada vez más fuertes, especialmente entre vuestras comunidades locales, produciendo así frutos de mayor buena voluntad y actitudes de mayor cooperación con la Iglesia católica en vuestro país. Dios todopoderoso colme vuestra mente y vuestro corazón de su paz, y bendiga abundantemente al pueblo de la ex República yugoslava de Macedonia.






A LOS OBISPOS DE RITO LATINO DE CALCUTA,


GUWAHATI, IMPHAL Y SHILLONG (INDIA)


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 23 de mayo de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Al comenzar esta serie de visitas ad limina de los obispos de rito latino de la India, os doy una cordial bienvenida a vosotros, pastores de las provincias eclesiásticas de Calcuta, Guwahati, Imphal y Shillong. Juntos damos gracias a Dios por las bendiciones concedidas a la Iglesia en vuestro país, y recordamos las palabras de nuestro Señor a sus discípulos cuando ascendió al cielo: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). En este tiempo de Pascua, estáis aquí, ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, para expresar una vez más vuestra relación particular con la Iglesia universal y con el Vicario de Cristo.

Agradezco al arzobispo Sirkar los afectuosos sentimientos y los buenos deseos que me ha transmitido de parte del Episcopado, del clero, de los religiosos y de los fieles laicos de las provincias eclesiásticas aquí representadas. Por gracia de Dios pude visitar vuestro país en dos ocasiones, y experimenté personalmente la cordial hospitalidad india, que forma parte de la rica herencia cultural que caracteriza a vuestra nación. Desde los albores del cristianismo, la India ha celebrado el misterio de la salvación contenido en la Eucaristía, que os une místicamente con otras comunidades de fe en la "contemporaneidad" del sacrificio pascual (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 5). Pido al Señor que los fieles de la India sigan creciendo en la unidad, a la vez que su participación en la celebración de la misa los fortalece y los confirma en sus propósitos.
No desanimarse ante las dificultades


Discursos 2003 167