Discursos 2003 175

175 2. Debemos tener siempre presente que "la Iglesia evangeliza por obediencia al mandato de Cristo, consciente de que toda persona tiene el derecho de escuchar la buena nueva de Dios, que se revela y se da en Cristo" (Ecclesia in Asia ). Durante siglos los católicos de la India han continuado la obra esencial de la evangelización, especialmente en los campos de la educación y de los servicios sociales, ofrecidos generosamente tanto a los cristianos como a los no cristianos. En algunas partes de vuestra nación el camino hacia una vida en Cristo es aún muy arduo. Es desconcertante que algunos que desean hacerse cristianos se vean obligados a obtener el permiso de las autoridades locales, mientras que otros han perdido su derecho a la asistencia social y al subsidio familiar. Algunos, incluso, han sido excluidos o expulsados de sus aldeas. Por desgracia, ciertos movimientos fundamentalistas están creando confusión entre los mismos católicos y también cuestionan directamente cualquier intento de evangelización. Espero que, como guías en la fe, no os desaniméis por estas injusticias, sino que, más bien, sigáis influyendo en la sociedad para que se inviertan esas tendencias alarmistas.

Conviene notar asimismo que los obstáculos a la conversión no siempre son externos, sino que pueden surgir también dentro de vuestras comunidades. Esto sucede cuando los miembros de otras religiones ven desacuerdo, escándalo y desunión en el seno de nuestras instituciones católicas. Por esta razón, es importante que los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos trabajen unidos y, en especial, que colaboren con su obispo, que es signo y fuente de unidad. El obispo tiene la responsabilidad de sostener a los que están comprometidos en la tarea vital de la evangelización, asegurando que nunca pierdan el celo misionero, que es fundamental para nuestra vida en Cristo. Estoy convencido de que, para afrontar esos desafíos, seguiréis predicando la buena nueva cada vez con mayor valentía y convicción. "Lo que cuenta -aquí como en todo sector de la vida cristiana- es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu" (Redemptoris missio
RMi 36).

3. Para sostener los esfuerzos de la evangelización es fundamental el desarrollo de una Iglesia local que esté madura para convertirse en misionera (cf. ib., 48). Esto implica tener un clero local bien formado, no sólo capaz de ocuparse de las necesidades de las personas confiadas a su cuidado, sino también dispuesto a abrazar la misión ad gentes.Como dije durante mi primera visita pastoral a la India, "una vocación es tanto un signo de amor como una invitación a amar (...). La decisión de decir "sí" a la llamada de Cristo lleva consigo muchas consecuencias importantes: la necesidad de renunciar a otros planes, la voluntad de dejar a personas queridas, la prontitud a ponerse en marcha con profunda confianza en el camino que llevará a una mayor unión con Cristo" (Homilía en Puna, 10 de febrero de 1986, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de febrero de 1986, p. 19).

El compromiso de seguir a Cristo como sacerdote requiere la mejor formación posible. "Para servir a la Iglesia como Cristo quiere, los obispos y los sacerdotes necesitan una formación sólida y permanente, que les permita una renovación humana, espiritual y pastoral. Por consiguiente, tienen necesidad de cursos de teología, espiritualidad y ciencias humanas" (Ecclesia in Asia, 43). Los candidatos al sacerdocio deben comprender lo más plenamente posible el misterio que celebrarán y el Evangelio que predicarán. Son dignas de alabanza las iniciativas que habéis emprendido para asegurar que vuestros centros de formación sacerdotal alcancen el elevado nivel de educación y formación necesario para el clero de hoy, y os animo a continuar este esfuerzo, garantizando que las personas llamadas se preparen de verdad para actuar "en nombre y en persona de quien es cabeza y pastor de la Iglesia" (Pastores dabo vobis PDV 35).

4. A través del Cuerpo y la Sangre de Cristo la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para difundir la buena nueva. "Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en él, con el Padre y con el Espíritu Santo" (Ecclesia de Eucharistia EE 22). Como obispos, sois plenamente conscientes de que cada diócesis es responsable de la primera evangelización y de la formación permanente de los laicos. En la India, como en muchos otros países, son los catequistas quienes realizan gran parte de esta labor. Estos obreros de la viña del Señor son mucho más que maestros. No sólo educan a la gente en los principios de la fe, sino que también llevan a cabo muchas otras tareas que forman parte de la misión de la Iglesia. Algunas de esas tareas son: trabajar con las personas en pequeños grupos; ayudar con los servicios de oración y la música; preparar a los fieles para recibir los sacramentos, en especial el sacramento del matrimonio; formar a otros catequistas; enterrar a los muertos y, en muchos casos, ayudar a los sacerdotes en la administración diaria de la parroquia o la estación. Para realizar con eficacia su apostolado, los catequistas no sólo necesitan una preparación adecuada; también deben saber que sus obispos y sacerdotes están allí para ofrecerles el apoyo espiritual y moral necesario para la transmisión eficaz de la palabra de Dios (cf. Catechesi tradendae CTR 24,63 y 64).

5. Todos los fieles cristianos están llamados a "transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo "eucarística". Eso implica tener amor a los pobres y deseos de aliviar sus sufrimientos. Por eso, es indigno de una comunidad cristiana que participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres" (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 20). La India tiene la suerte de poseer un recuerdo directo de la vocación de la Iglesia al amor a los más débiles en el testimonio y en el ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, que pronto será beatificada. Su vida de sacrificio gozoso y de amor incondicional a los pobres despierta en nosotros el deseo de hacer lo mismo, porque amar a los últimos, sin esperar nada a cambio, es amar verdaderamente a Cristo. "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber" (Mt 25,35).

Queridos hermanos en el episcopado, como la madre Teresa, también vosotros estáis llamados a ser ejemplos admirables de sencillez, humildad y caridad para con las personas confiadas a vuestro cuidado. Me alienta el modo en que ya demostráis amor a los pobres. Vuestras diócesis se sienten orgullosas de sus numerosos programas elaborados para asistirlos: hogares para indigentes, leproserías, orfanatos, hospederías, centros familiares y centros de formación vocacional, por nombrar sólo algunos. Mientras la Iglesia en la India, a pesar de la grave falta de personal y de recursos, continúa afrontando estos desafíos, pido al Señor que sigáis el ejemplo de la madre Teresa como modelo para las obras de caridad en vuestras comunidades.
Sólo Cristo ofrece respuestas seguras

6. El mundo actual está tan obsesionado con los bienes materiales, que a menudo hasta los ricos se ven arrastrados por el afán frenético de tener más, en un intento fútil por llenar el vacío de su existencia diaria. Se trata de una tendencia especialmente alarmante entre nuestros jóvenes, muchos de los cuales viven en pobreza espiritual, buscando respuestas de modos que sólo suscitan más interrogantes. Sin embargo, los cristianos debemos tener una actitud diferente. Jesucristo nos ha abierto los ojos; por eso, somos capaces de reconocer la insensatez de esas tentaciones. Todos los cristianos, y de modo especial los obispos, los sacerdotes y los religiosos, están llamados a evitar esas tentaciones, viviendo una vida de pobreza evangélica sencilla pero plena, testimoniando que Dios es la verdadera riqueza del corazón humano.

En un mundo en el que tantas personas se plantean numerosos interrogantes, sólo en Cristo pueden esperar encontrar respuestas seguras. Sin embargo, a veces la claridad de la respuesta queda oscurecida por una cultura moderna que no sólo refleja una crisis de conciencia y del sentido de Dios, sino también "la progresiva atenuación del sentido del pecado" (cf. Reconciliatio et paenitentia RP 18). En efecto, sólo una participación activa y comprometida en el misterio de la reconciliación puede llevar a una paz verdadera y dar una respuesta auténtica a las cuestiones que agobian el alma. Me complace saber que en muchas de vuestras diócesis los fieles aprovechan frecuentemente la gracia del sacramento de la reconciliación, y os exhorto a seguir destacando la importancia de este sacramento.

7. Queridos hermanos en el episcopado, espero que al volver a vuestras respectivas diócesis llevéis un renovado sentido de vuestras responsabilidades pastorales. Ruego para que seáis colmados del mismo celo de los primeros discípulos, a quienes Jesús, al subir al cielo, les dio este mandato: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).

176 A la intercesión de María, mujer "eucarística", encomiendo los sufrimientos y las alegrías de vuestras Iglesias locales y de toda la comunidad católica de vuestro país. A todos vosotros, así como al clero, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis, imparto cordialmente mi bendición apostólica.






A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN


PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS


Sábado 24 de mayo de 2003



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os acojo y os saludo con afecto a cada uno de vosotros, que participáis en la asamblea plenaria de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Saludo, en primer lugar, al cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de vuestra Congregación, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, a los secretarios, al subsecretario y a los colaboradores del dicasterio; saludo a los cardenales, a los obispos, a los religiosos, a las religiosas y a todos los presentes.

Durante los trabajos de la plenaria habéis afrontado un aspecto importante de la misión de la Iglesia: "La formación en los territorios de misión", con respecto a los sacerdotes, los seminaristas, los religiosos y las religiosas, los catequistas y los laicos comprometidos en las actividades pastorales. Es un tema que merece toda vuestra atención.

2. La urgencia de preparar apóstoles para la nueva evangelización fue reafirmada tanto por el concilio Vaticano II como por los Sínodos de los obispos que se han celebrado en estos años. Fruto de los trabajos de las asambleas sinodales ha sido la promulgación de significativas exhortaciones apostólicas, entre las cuales me limito a recordar Pastores dabo vobis, Vita consecrata, Catechesi tradendae y Christifideles laici.

Las comunidades eclesiales de reciente fundación están en rápida expansión. Precisamente porque a veces se han manifestado deficiencias y dificultades en su proceso de crecimiento, es urgente insistir en la formación de agentes pastorales cualificados, gracias a programas sistemáticos, adecuados a las necesidades del momento actual, y atentos a "inculturar" el Evangelio en los diversos ambientes.

Urge una formación integral, capaz de preparar evangelizadores competentes y santos, a la altura de su misión. Esto requiere un proceso largo y paciente, en el que toda profundización bíblica, teológica, filosófica y pastoral se apoye en la relación personal con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

3. Jesús es el primer "formador", y el esfuerzo fundamental de todo educador ha de consistir en ayudar a los que se están formando a cultivar una relación personal con él. Sólo los que han aprendido a "permanecer con Jesús" están preparados para ser "enviados por él a evangelizar" (cf. Mc Mc 3,14). Un amor apasionado a Cristo es el secreto de un anuncio convencido de Cristo. A esto aludía cuando, en la reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia, escribí: "Es hermoso estar con él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn Jn 13,25), experimentar el amor infinito de su corazón" (n. 25).

177 La Iglesia, especialmente en los países de misión, necesita personas preparadas para servir de modo gratuito y generoso al Evangelio, y por tanto dispuestas a promover los valores de la justicia y la paz, derribando toda barrera cultural, racial, tribal y étnica; capaces de escrutar los "signos de los tiempos" y descubrir las "semillas del Verbo", sin caer en reduccionismos ni relativismos.
Sin embargo, a esas personas se les exige ante todo que tengan "experiencia de Dios" y estén "enamoradas" de él. "El mundo -afirmaba mi venerado predecesor Pablo VI- exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (Evangelii nuntiandi
EN 76).

4. Además de la intimidad personal con Cristo, es necesario prestar atención a un crecimiento constante en el amor y en el servicio a la Iglesia. A este propósito, por lo que concierne a los sacerdotes, será útil tener particularmente presentes las indicaciones contenidas en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, en los decretos conciliares Presbyterorum ordinis y Optatam totius, y en otros textos publicados por los diferentes dicasterios de la Curia romana.
"En cuanto representa a Cristo, cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, -afirmé en la Pastores dabo vobis- el sacerdote no sólo está en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo esposo con la Iglesia esposa" (n. 22).
Corresponde al obispo, en comunión con el presbiterio, delinear un proyecto y un programa "capaces de estructurar la formación permanente no de modo episódico, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (ib., 79).

5. Quisiera aprovechar esta ocasión para dar las gracias a todos los que se dedican generosamente a la educación en los territorios de misión. Y no podemos menos de recordar que muchos seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos pertenecientes a los territorios de misión completan su itinerario formativo aquí, en Roma, en colegios y centros, muchos de los cuales dependen de vuestro dicasterio. Pienso en los Colegios pontificios Urbano, San Pedro y San Pablo para los sacerdotes, en el Foyer Pablo VI para las religiosas, en el centro Mater Ecclesiae para los catequistas, y en el Centro internacional de animación misionera para la renovación espiritual de los misioneros. Deseo de corazón que la experiencia romana sea para cada uno un verdadero enriquecimiento cultural, pastoral y, sobre todo, espiritual.

Deseo, asimismo, que cada comunidad cristiana siga con docilidad en la escuela de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. En el Mensaje para la próxima Jornada mundial de las misiones escribí que una "Iglesia más contemplativa" se convierte en una "Iglesia más santa" y en una "Iglesia más misionera".

A la vez que pido al Señor que así sea para cada comunidad eclesial, de modo especial en los territorios de misión, os aseguro mi oración y os imparto con afecto a todos una especial bendición apostólica.






A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA ORTODOXA


DE BULGARIA


Lunes 26 de mayo de 2003

Señor cardenal;
venerados metropolitas y obispos;
178 amadísimos todos en el Señor:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (
Ep 1,2).
Con sentimientos de alegría os dirijo el saludo que repite a menudo el apóstol san Pablo, evocando ante vosotros el nombre de Dios, Padre de la gloria, que ilumina los ojos de nuestra mente para hacernos comprender a cuál "esperanza" nos ha llamado en Cristo y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su "fuerza" (cf. Ef Ep 1,17-19).

Agradezco al metropolita Kalinik las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de toda la delegación. Saludo al cardenal Walter Kasper y a los obispos católicos que lo acompañan.
Nuestro encuentro de hoy nos llama realmente a la esperanza. Advertimos, con corazón agradecido, la fuerza eficaz de Aquel que todo lo puede, a pesar de los obstáculos humanos a la libre efusión de su gracia. Sentimos crecer el deseo de una comunión más profunda entre nosotros, y vislumbramos, con mayor claridad, el camino por recorrer.

La esperanza es muy fundada, porque no nos encontramos por primera vez; más bien, nos reencontramos a un año de distancia de mi visita a Sofía. El 24 de mayo del año pasado, en el palacio patriarcal, tuve la alegría de reunirme por primera vez con Su Santidad Maxim. Fue un encuentro fraterno que encerraba la fuerza de suscitar otros. En cierto sentido, se han acortado las distancias, y se conoce mejor al hermano. Se crea el contexto adecuado, dentro del cual crece la confianza recíproca, condición previa para el entendimiento, la convivencia pacífica y la comunión.

2. Jamás podré olvidar mi viaje a vuestra tierra. Os ruego que transmitáis a Su Santidad Maxim mi recuerdo emocionado, que se alimenta de la oración; os pido que le renovéis la expresión de mi cercanía espiritual, con el anhelo de que se haga realidad cuanto antes la unidad plena entre cristianos católicos y ortodoxos. Asimismo, le expreso mi más sincera felicitación, a pocos días de distancia de las solemnes celebraciones que han conmemorado en Sofía el quincuagésimo aniversario del restablecimiento del patriarcado.

Al inicio de este nuevo milenio, la tarea de Su Santidad Maxim, de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria y de su Santo Sínodo, implica una gran responsabilidad. Ahora que también Bulgaria se abre a una nueva época, orientada a una Europa ampliada, es preciso reavivar el rico patrimonio de fe y de cultura que la Iglesia y la nación búlgara comparten y que constituye el milagro de la obra de evangelización realizada por los dos santos hermanos de Tesalónica, Cirilo y Metodio, cuyo legado, al cabo de once siglos de cristianismo entre los eslavos, es y sigue siendo para ellos más profundo y más fuerte que cualquier división (cf. Slavorum apostoli, 25).

3. La Iglesia ortodoxa de Bulgaria, al volver a proponer, con un lenguaje más comprensible para las nuevas generaciones, la contribución de san Cirilo y san Metodio, eslabones de unión de pueblos diferentes entre sí, puede renovar, a su vez, con fuerza y por experiencia directa, la intuición evangélica de los santos hermanos, según la cual las diversas condiciones de vida de las Iglesias cristianas nunca pueden justificar desacuerdos, discordias y rupturas en la profesión de la única fe y en la práctica de la caridad (cf. ib., 11). Ya próximo a la muerte, aquí en Roma, Cirilo, como leemos en su Vida, se dirigió al Señor con estas palabras: "Haz de ellos, oh Señor, un pueblo elegido, unánime en la verdadera fe y en la doctrina auténtica; haz crecer tu Iglesia, y congrega a todos sus miembros en la unidad".

Este mensaje de fe, tan arraigado en vuestra cultura y en vuestro ser Iglesia, es y seguirá siendo la meta a la que es preciso tender para que el Oriente y el Occidente cristianos se unan plenamente y juntos hagan resplandecer mejor el pléroma de la catolicidad de la Iglesia.

Amadísimos hermanos, vuestra delegación está en Roma por más de un motivo. Ante todo, la fecha de vuestra visita coincide con la celebración de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, según el calendario vigente en Bulgaria. Además, queréis recordar el primer aniversario de mi viaje a Sofía y de mi inolvidable encuentro con Su Santidad Maxim. ¡Gracias por este signo de solicitud y de aprecio fraterno!

179 4. Habéis venido a Roma también por una circunstancia muy feliz: la inauguración del uso litúrgico de la iglesia de San Vicente y San Anastasio, junto a la Fontana de Trevi. El encuentro de oración celebrado el sábado pasado, 24 de mayo, tuvo un carácter solemne gracias a la presencia de numerosos y eminentes miembros del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria, de Su Majestad Simeón de Sajonia-Coburgo-Gotha, presidente del Gobierno búlgaro, y de diversos representantes de la Santa Sede y del Vicariato de Roma, encabezados por mi representante, el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Sé que la comunidad y su rector pro tempore han sido acogidos fraternalmente en la iglesia de San Vicente y San Anastasio, adaptada para el servicio litúrgico y pastoral de los búlgaros ortodoxos residentes en Roma. Se trata de un significativo ejemplo de comunión eclesial aquí en Roma, que deseo promover.

5. En efecto, si queremos progresar en el camino de la comunión renovada, debemos seguir los pasos de san Cirilo y san Metodio, que fueron capaces de granjearse el reconocimiento y la confianza de pontífices romanos, de patriarcas de Constantinopla, de emperadores bizantinos y de diversos príncipes de los nuevos pueblos eslavos (cf. Slavorum apostoli, 7). Esto demuestra que la diversidad no siempre genera fricciones.

Una experiencia de comunión fraterna, caracterizada por el respeto recíproco de nuestras legítimas diversidades, puede servir de aliciente para conocernos mejor y colaborar también en otros ámbitos y circunstancias, cada vez que se presente la ocasión. ¡Ojalá que esto sea un buen augurio para el futuro de nuestras relaciones! Le doy gracias al Señor por ello y le pido que bendiga nuestros pasos por el camino emprendido.

Gracias de corazón por vuestra visita. Os ruego que aseguréis a Su Santidad Maxim mi constante recuerdo ante el Señor. Dios lo bendiga a él, a todos vosotros y al amado pueblo de Bulgaria.





ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL CONSEJO GENERAL DE LA CONGREGACIÓN


DEL ESPÍRITU SANTO


Lunes 26 de mayo de 2003



Padre Pierre Schouver, c.s.sp.,
superior general de la Congregación del Espíritu Santo:

1. Me alegra saludarlo hoy a usted, querido padre superior general, así como a los miembros del consejo general de la Congregación del Espíritu Santo, fundada el 27 de mayo de 1703. Un aniversario es siempre una ocasión para dar gracias por el camino recorrido y por los dones recibidos. La Iglesia lo hace de buen grado con vosotros hoy, agradeciendo al Señor todo el trabajo realizado por vuestra congregación en estos tres siglos, sobre todo en la evangelización de África, las Antillas y América del sur. Celebrar un aniversario significa también superar una etapa e ir adelante. Lo que dije a toda la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte NM 8), lo repito a cada uno de vosotros: "Duc in altum!", "¡Rema mar adentro!". Sed fieles a la doble herencia de vuestros fundadores: la atención a los pobres y el servicio misionero, es decir, el anuncio de la buena nueva de Cristo a todos los hombres. Estas dos orientaciones de vida os abren amplias perspectivas. Se trata de llegar a las personas que el mundo somete o margina, a los pobres, que constituyen la inmensa mayoría de los habitantes de algunos continentes, pero que viven también en nuestras sociedades más desarrolladas. Así les testimoniaréis la cercanía de Cristo y les ayudaréis a comprender la alegría de su llamada.

2. Sin dejaros vencer por las dificultades, que no han faltado y que no faltarán en el futuro, confiad en la libertad y en la fuerza del Espíritu, que acompaña a la Iglesia y la guía. El Espíritu Santo es quien construye la Iglesia como una familia: haced que nuestros contemporáneos la descubran a través de la vida comunitaria y fraterna, signo fuerte de la vida evangélica, tratando de buscar la unidad y permanecer fieles a esta devoción al Espíritu Santo, que ha caracterizado siempre a vuestra familia religiosa.

3. Vuestros fundadores quisieron poneros desde el principio bajo la protección de la Virgen María y de su Corazón inmaculado. Os encomiendo de nuevo a su intercesión amorosa a vosotros y a todos los miembros de vuestra congregación esparcidos por el mundo entero al servicio de Cristo y de su Iglesia. Que la confianza de la Virgen en la palabra de Dios sea siempre una luz para vuestra vida. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica.





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL SEÑOR GUNKATSU KANO


NUEVO EMBAJADOR DE JAPÓN


Viernes 30 de mayo de 2003




Señor embajador:

180 1. Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Japón ante la Santa Sede.

Le agradezco los deferentes saludos que me ha transmitido de parte de su majestad el emperador Akihito. Le ruego que, a su vez, transmita a su majestad los cordiales deseos que expreso para él y para toda la familia imperial. Mis votos se extienden también a los miembros del Gobierno y a todo el pueblo japonés, deseando que prosigan sin cesar sus valientes esfuerzos encaminados a construir una nación cada vez más unida y más solidaria, atenta a la persona humana, que es el centro de toda sociedad, y a su dignidad. Mis votos van, en particular, a los damnificados del reciente terremoto.

2. Aprecio las amables palabras que me ha dirigido. Testimonian la atención que su país presta al desarrollo de relaciones activas y provechosas con la Santa Sede. Usted recuerda, señor embajador, cómo su nación busca servir a la causa de la paz. La situación internacional actual, marcada por un rebrote de la tensión en diversos puntos del planeta y por el recrudecimiento de acciones terroristas, sigue siendo preocupante. Sin embargo, esta coyuntura no debe atenuar la determinación de todos los que ya están comprometidos en la búsqueda de soluciones pacíficas para resolver los conflictos. Para aportar una contribución significativa a la seguridad y a la estabilidad internacionales, es importante que las naciones manifiesten de forma cada vez más clara su voluntad efectiva de participar activamente en un proceso común de reducción de las tensiones y de las amenazas de guerra.

Deben proseguir los esfuerzos encaminados, sobre todo, a la eliminación progresiva, equilibrada y controlada de las armas de destrucción masiva, así como a la no proliferación y al desarme nucleares; así, se garantizarán cada vez más las condiciones de seguridad de los pueblos y la preservación de la totalidad de la creación. A la comunidad internacional corresponde también movilizarse permanentemente para que, tanto a nivel mundial como en el ámbito regional, se tomen las medidas adecuadas a fin de prevenir las agresiones potenciales, sin que estas medidas perjudiquen las necesidades fundamentales de las poblaciones civiles implicadas, conduciéndolas a veces a la miseria y a la desesperación. No dudo de que una voluntad política concertada y una reflexión ética clarividente permitirán a las naciones ser protagonistas de una verdadera cultura de la paz, fundada en el respeto de la vida humana y en el primado del derecho en su dimensión de justicia y equidad, y orientada a la construcción paciente de la coexistencia pacífica entre las naciones y a la promoción del bien común.

3. Japón, señor embajador, goza de la riqueza de sus tradiciones religiosas y filosóficas, que contienen recursos espirituales capaces de estimular de manera eficaz este ardiente deseo de trabajar por la paz y la reconciliación entre las comunidades humanas y entre las personas. Su país es también, a través de la experiencia dolorosa de Hiroshima y Nagasaki, un testigo vivo de los dramas del siglo XX, que invitan a cada uno a repetir, con el Papa Pablo VI: "¡Nunca más la guerra!", pues pone en peligro el futuro mismo de la humanidad (cf. Discurso a la Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965, n. 5). Deseo que su país se dedique sin cesar a poner estos elevados valores al servicio de la paz en la región y en el mundo. Y, como recordé en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2003, "la cuestión de la paz no puede separarse de la cuestión de la dignidad y de los derechos humanos" (n. 6).

4. Los esfuerzos realizados por Japón, en particular en los campos de la cooperación económica con los países de Asia, así como los programas de ayuda llevados a cabo para sostener económicamente a los países pobres a fin de que se conviertan en protagonistas de su propio desarrollo, subrayan igualmente la parte activa que su país desea tener en la promoción de los pueblos.

Desde esta perspectiva, hay que destacar también la reflexión realizada por su país sobre los problemas del medio ambiente y sobre el lugar del hombre en la creación. Es de desear que la Exposición internacional de Aichi, que tendrá lugar en 2005, permita a las numerosas naciones participantes discutir serenamente sobre las soluciones concretas que pueden darse a los problemas relacionados, entre otras cosas, con la protección del medio ambiente y la gestión de los recursos naturales. Conservar la creación es un deber moral para todos los hombres, pues es voluntad del Creador que el hombre se muestre digno de su vocación, gestionando la naturaleza no como un explotador despiadado, sino como un administrador responsable (cf. Redemptor hominis
RH 15). Significa también dejar a las generaciones futuras una tierra habitable.

5. Señor embajador, permítame dirigir, por medio de usted, mi saludo afectuoso a los obispos y a la comunidad católica de su país. La Iglesia católica, aunque sea minoritaria, tiene la constante solicitud de proponer a las jóvenes generaciones de japoneses, en particular a través de la educación integral impartida en las escuelas y en las universidades, una contribución eficaz para su crecimiento humano, espiritual, moral y cívico, que las prepare para participar activamente en la vida de la nación. Las escuelas desempeñan igualmente un papel importante por lo que concierne a la evangelización, "inculturando la fe, enseñando un estilo de apertura y respeto, y promoviendo la comprensión interreligiosa" (Ecclesia in Asia ).

La Iglesia quiere también acoger a los numerosos inmigrantes que van a Japón en busca de trabajo, dignidad y esperanza. Con todos los hombres de buena voluntad, quiere luchar contra los fenómenos de discriminación y exclusión, que marginan a los más débiles y minan las relaciones entre los hombres. Mediante este compromiso, desea alentar a todos los componentes de la nación japonesa a interrogarse sobre el sentido de la vida y del destino del hombre, invitando a cada uno a construir de manera responsable una sociedad fraterna y justa, cuyos valores están llamados a expresarse principalmente a través del establecimiento de una justicia penal cada vez más conforme a la dignidad del hombre (cf. Llamamiento de la Conferencia episcopal de Japón al señor Kokichi Shimoinaba, ministro de Justicia, 21 de noviembre de 1997). Invito con afecto a los católicos a ser fervientes constructores de la paz y la caridad, firmemente unidos en torno a sus pastores y trabajando por un encuentro cada vez más fecundo entre la fe y la cultura japonesa.

6. En este momento, en que comienza su misión, le expreso mis deseos cordiales para la noble tarea que le espera. Le aseguro que encontrará aquí, entre mis colaboradores, la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Invoco de todo corazón sobre su majestad el emperador Akihito, sobre la familia imperial, sobre el pueblo japonés y sobre sus dirigentes, sobre su excelencia y sobre sus seres queridos, así como sobre el personal de la embajada, la abundancia de los dones divinos.






Discursos 2003 175