Discursos 2003 187


VIAJE APOSTÓLICO

DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A CROAZIA

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto Internacional Adrija Riviera Kvarner de Rijeka/Krk

Jueves, 5 de junio de 2003



Señor presidente de la República;
venerados hermanos en el episcopado;
distinguidas autoridades;
amadísimos hermanos y hermanas:


188 1. Con profunda alegría piso por tercera vez la amada tierra croata. Doy gracias a Dios omnipotente por haberme concedido volver a vosotros, en este centésimo viaje apostólico.
Le dirijo un respetuoso saludo a usted, señor presidente de la República, y a las demás autoridades civiles y militares aquí reunidas. Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes y de todos sus compatriotas.

Abrazo con afecto a la comunidad católica de Croacia y, de modo particular, a mis venerados hermanos en el episcopado. Dirijo un saludo especial al obispo monseñor Valter Zupan, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de la diócesis de Krk, en cuyo territorio se encuentra este aeropuerto.

Saludo a los creyentes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, así como a los seguidores del judaísmo y del islam. Me alegra que también en esta circunstancia podamos testimoniar juntos nuestro compromiso común de edificar la sociedad en un clima de justicia y respeto recíproco.

2. He venido a vosotros para cumplir la misión de Sucesor de Pedro, y traer a todos los habitantes del país un saludo y un deseo de paz. Al visitar las diócesis de Dubrovnik, Dakovo-Srijem, Rijeka y Zadar, podré recordar las antiguas raíces cristianas de esta tierra regada por la sangre de numerosos mártires. Pienso en los mártires de los tres primeros siglos -en particular, en los mártires de Sirmio y de toda la Dalmacia romana-, así como en los de los siglos sucesivos, hasta el siglo pasado, con la heroica figura del beato cardenal Alojzije Stepinac.

Tendré, además, la alegría de elevar al honor de los altares a la madre María de Jesús Crucificado Petkovic, a la que dentro de algunas semanas se sumará el joven Iván Merz. El recuerdo de estos intrépidos testigos de la fe me hace pensar con gratitud y emoción en la Iglesia que los engendró, y en los tiempos difíciles durante los cuales conservó celosamente su fidelidad al Evangelio.

3. La isla de Krk conserva un rico patrimonio glagolítico, madurado tanto en el uso litúrgico como en la vida diaria del pueblo croata. El cristianismo dio en el pasado una gran contribución al desarrollo de Croacia, y podrá seguir contribuyendo eficazmente a su presente y a su futuro. En efecto, hay valores, como la dignidad de la persona, la honradez moral e intelectual, la libertad religiosa, la defensa de la familia, la acogida y el respeto de la vida, la solidaridad, la subsidiariedad y la participación, y el respeto de las minorías, que están inscritos en la naturaleza de todo ser humano, pero que el cristianismo tiene el mérito de haber captado y proclamado con claridad. En estos valores se funda la estabilidad y la verdadera grandeza de una nación.

Croacia ha presentado recientemente su candidatura para ser parte integrante, también desde el punto de vista político y económico, de la gran familia de los pueblos de Europa. No puedo menos de expresar el deseo de una feliz realización de esta aspiración: la rica tradición de Croacia ciertamente contribuirá a fortalecer la Unión no sólo como entidad administrativa y territorial, sino también como realidad cultural y espiritual.

4. En este país, como en algunos países vecinos, están aún presentes los signos dolorosos de un pasado reciente: quienes ejercen la autoridad tanto en el campo civil como en el religioso no han de cansarse de curar las heridas causadas por una guerra cruel y sanar las consecuencias de un sistema totalitario que durante demasiado tiempo intentó imponer una ideología contraria al hombre y a su dignidad.

Desde hace ya trece años Croacia recorre el camino de la libertad y de la democracia. Mirando adelante con confianza y esperanza, es preciso consolidar ahora, con la contribución responsable y generosa de todos, una estabilidad social que promueva ulteriormente el empleo, la asistencia pública, la educación abierta a toda la juventud y la liberación de toda forma de pobreza y desigualdad, en un clima de relación cordial con los países vecinos.

Sobre estas perspectivas invoco la intercesión de san José, patrono de la nación, y de la Virgen María, "Advocata Croatiae, fidelissima Mater".

189 ¡Dios bendiga esta tierra y a todos sus habitantes!





DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CAPÍTULO GENERAL DE LA CONGREGACIÓN

DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (DEHONIANOS)


Martes 10 de junio de 2003



Queridos Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús
y miembros de la familia religiosa dehoniana:

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial, mientras los trabajos de vuestro capítulo general están a punto de entrar en su fase conclusiva. ¡Gracias por vuestra visita!

A todos os dirijo un saludo cordial, en particular al recién elegido superior general, padre José Ornelas Carvalho, a quien agradezco de corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes y de todo vuestro instituto, extendido por treinta y siete naciones. A él y a los miembros del consejo general les expreso mis más fervientes deseos para un servicio de guía y animación que favorezca el auténtico progreso de la Congregación, conservando intacta su fisonomía originaria, querida por el fundador.

2. Este año se celebra el 125° aniversario de vida religiosa del venerable León Dehon. Habéis querido recordar este significativo acontecimiento con un especial Año dehoniano, que culminará el 28 de junio, día en que se conmemora la profesión de sus primeros votos religiosos, y día que él mismo reconoció como inicio de vuestra congregación. Espero que esto os estimule a volver a los orígenes, con la "fidelidad creativa" (cf. Vita consecrata VC 37) que conserva inalterado vuestro carisma, caracterizado por una contemplación constante del Corazón de Cristo, por la participación consciente en su oblación reparadora y por una entrega solícita a difundir el reino del Señor en las almas y en la sociedad, porque precisamente el rechazo del amor de Dios es la causa más profunda de los males del mundo (cf. Constituciones, 4).

Esta inspiración originaria fue lo que llevó a León Dehon, en la segunda mitad del siglo XIX, a comenzar, en San Quintín (Francia), una original experiencia espiritual y misionera. El mismo entusiasmo de vuestro fundador debe guiaros, amadísimos hermanos, al discernir y reconsiderar los ámbitos de vuestra acción apostólica, implicando en el "proyecto dehoniano" también a los laicos.

3. El capítulo, que está a punto de concluir, os ha permitido "revisar" los fundamentos de vuestro carisma, con el compromiso de traducirlos a nuestro tiempo, conscientes de la valiosa actualidad de vuestra misión. Espero que atesoréis las indicaciones que han surgido de los trabajos de estos días, de modo que, a través de su actuación precisa, el camino de la Congregación prosiga con seguridad y dé frutos abundantes para la Iglesia y para el mundo. Pero, para que esto suceda es necesario ante todo que Cristo siga siendo el centro de vuestra vida y de vuestras obras. El padre Dehon deseaba que sus discípulos, siguiendo fielmente al divino Maestro, fueran profetas del Amor y servidores de la reconciliación, personas totalmente orientadas a la santidad y capaces de comunicar la reconciliación y el amor que el Sagrado Corazón de Jesús, con su muerte, obtuvo para la humanidad de todos los tiempos.

4. Vosotros, amadísimos hermanos, estáis llamados en vuestro trabajo a confrontaros con los desafíos del actual momento histórico, y seguramente experimentáis que la verdadera necesidad de todo ser humano es conocer y encontrar a Dios. Pero sólo con la oración personal y comunitaria se puede obtener la energía espiritual indispensable para cumplir esta ardua misión.

Como sugiere el tema del capítulo, sed "Dehonianos en misión: corazón abierto y solidario", dispuestos a confrontaros con las exigencias de nuestra época y a reconsiderar vuestro apostolado en los ámbitos de la espiritualidad, de la misión ad gentes, de la presencia en el campo social y de una atención singular a la cultura (cf. Constituciones, n. 31).

190 Es conocida también vuestra actividad en el campo de la información y de la documentación religiosa. Atentos a escrutar "los signos de los tiempos", no debe debilitarse jamás en vosotros la fidelidad a la doctrina católica y al magisterio de la Iglesia, para que prestéis, también con vuestras publicaciones, el servicio indispensable a la verdad, primera forma de caridad.

5. Queridos hermanos, la historia de vuestro instituto ha alcanzado ya la meta de los 125 años de vida y de actividad; es un camino rico en méritos y en frutos apostólicos. Proseguid con valentía y entrega.

Encomiendo a la intercesión celestial de la Virgen María, Reina del rosario, y del beato Juan María de la Cruz, protomártir de vuestra congregación, los propósitos y las opciones operativas que han surgido de los trabajos capitulares.

Pido a Dios que avancéis con renovado impulso por el camino de la santidad y del servicio al reino de Dios. Os acompaño con mi afectuoso recuerdo, a la vez que os imparto de corazón una bendición especial a vosotros aquí presentes, a vuestros hermanos y a cuantos forman parte de vuestra familia espiritual esparcida por el mundo.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I

CON OCASIÓN DEL V SIMPOSIO SOBRE EL MEDIO AMBIENTE


A Su Santidad

BARTOLOMÉ I

Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

Me alegra saludarlo a usted y a todos los que participan en el V Simposio sobre la religión, la ciencia y el proyecto ambiental, que este año dedica su atención al tema: "El mar Báltico, una herencia común, una responsabilidad compartida". Me alegra de modo especial saber que os habéis reunido en mi tierra natal, Polonia, en la ciudad de Gdansk para inaugurar el simposio. A través de la presencia del cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, deseo renovar mi solidaridad con los objetivos del proyecto y aseguraros mi cordial apoyo para el éxito de vuestro encuentro.

En numerosas ocasiones me he referido al hecho de que tanto las personas de forma individual como toda la comunidad internacional están tomando cada vez mayor conciencia de la necesidad de respetar el medio ambiente y los recursos naturales que Dios ha dado a la humanidad. Vuestro simposio testimonia el deseo de traducir esta creciente conciencia en políticas y actos de auténtica administración. Seguiré con interés vuestros esfuerzos para alcanzar los objetivos delineados en nuestra Declaración conjunta del año pasado.

Sin embargo, es necesario que se comprenda la verdadera naturaleza de la crisis ecológica. La relación entre las personas o las comunidades y el medio ambiente nunca puede separarse de su relación con Dios. "Cuando el hombre se aleja del designio de Dios creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11). La irresponsabilidad ecológica es, en el fondo, un problema moral -basado en un error antropológico- que surge cuando el hombre olvida que su habilidad para transformar el mundo debe respetar siempre el designio de Dios sobre la creación (cf. Centesimus annus ).

Precisamente a causa de la naturaleza esencialmente moral de los problemas que se estudian en el Simposio, los líderes religiosos, civiles y políticos, juntamente con los expertos que representan a la comunidad científica, afrontan los desafíos ambientales que se plantean a la región del Báltico. El hecho de que el Simposio tenga lugar a bordo de una nave que pasará por muchas de las ciudades portuarias del mar Báltico es de suyo una importante advertencia de que los efectos de la irresponsabilidad ecológica a menudo trascienden los confines de cada nación. Del mismo modo, las soluciones para este problema requieren necesariamente actos de solidaridad que superen las divisiones políticas o los intereses industriales innecesariamente limitados.

191 Santidad, en la Declaración conjunta sobre la ética ambiental, que firmamos el 10 de junio del año pasado sobre la salvaguardia de la creación, esbozamos una interpretación específicamente cristiana de las dificultades que presenta la crisis ecológica. Los cristianos siempre deben estar dispuestos a asumir juntos su responsabilidad dentro del designio divino sobre la creación, una responsabilidad que lleva al vasto campo de la cooperación ecuménica e interreligiosa. Como declaramos, la solución para los desafíos ecológicos exige algo más que propuestas económicas y tecnológicas. Requiere un cambio interior del corazón, que lleve a rechazar modelos insostenibles de consumo y de producción. Exige un comportamiento ético que respete los principios de la solidaridad universal, la justicia social y la responsabilidad. Como dijo usted en la conclusión del IV Simposio internacional sobre el ambiente, celebrado en Venecia: "Cuando sacrificamos nuestra vida y compartimos nuestros bienes, ganamos la vida en abundancia y enriquecemos al mundo entero".

Santidad, deseo alentarlo en su compromiso de guiar el Simposio sobre la religión, la ciencia y el proyecto ambiental. Pido a Dios todopoderoso que bendiga abundantemente esta iniciativa. Que él lo acompañe a usted y a sus colaboradores, y los guíe por las sendas de la justicia, para que toda la creación alabe a Dios (cf. Sal
Ps 148).

Vaticano, 27 de mayo de 2003






EN LA AUDIENCIA ESPECIAL PARA CELEBRAR


SUS CIEN VIAJES APOSTÓLICOS INTERNACIONALES


Jueves 12 de junio de 2003



1. Os doy las gracias por vuestra presencia hoy en la casa del Papa, casi reviviendo de alguna manera el especial estilo de vida que se instaura en el curso de los viajes apostólicos. Pienso en todos aquellos a los que representáis aquí idealmente, es decir, en cuantos -ya alejados por los caminos de la vida o bien llamados a la casa de Dios- durante casi veinticinco años han sido testigos privilegiados de este singular ejercicio del ministerio petrino.

Saludo al cardenal Roberto Tucci y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido y, sobre todo, la ayuda que en los años pasados me ha prestado en la preparación y en el desarrollo de una notable parte de estos cien viajes. Igualmente, les doy las gracias a sus colaboradores, así como a quien lo precedió en el cargo y a quien le sucedió en esta tarea.

Saludo a los señores cardenales y a los prelados presentes, especialmente a los que han participado en viajes apostólicos. Mi saludo cordial se dirige también a todos vosotros aquí reunidos: al señor ministro de Infraestructuras y Transportes de la República italiana; al presidente, al administrador delegado y al director general de Alitalia con los representantes del personal de vuelo y de tierra; a los miembros del Cuerpo de la Gendarmería y de la Guardia suiza pontificia con sus comandantes; al personal del Cuerpo sanitario y a su director; a los responsables de Radio Vaticano, de L'Osservatore Romano y del Centro Televisivo Vaticano; a los periodistas acreditados en la Sala de Prensa de la Santa Sede y a su director.

2. El centésimo viaje, recién concluido, me brinda la ocasión de renovar mi profundo agradecimiento a la Providencia divina, que me ha concedido realizar este importante proyecto pastoral.

En efecto, desde el día que fui elegido Obispo de Roma, el 16 de octubre de 1978, ha resonado en mi interior con especial intensidad y urgencia el mandato de Jesús: "Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15).

Por eso, he sentido el deber de imitar al apóstol san Pedro, que "iba recorriendo todos los lugares" (Ac 9,32), para confirmar y consolidar la vitalidad de la Iglesia en la fidelidad a la Palabra y en el servicio de la verdad; para "decir a todos que Dios los ama, que la Iglesia los ama, que el Papa los ama; y también para recibir de ellos el estímulo y el ejemplo de su bondad, de su fe" (Discurso en el aeropuerto de Fiumicino, al empezar su primer viaje apostólico, 25 de enero de 1979: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de 1979, p. 1).

También a través de los viajes apostólicos se ha puesto de manifiesto un ejercicio específico del ministerio propio del Sucesor de Pedro, como "principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión" (Lumen gentium LG 18).

192 3. En todos estos viajes me he sentido peregrino en visita al santuario particular que es el pueblo de Dios. En este santuario he podido contemplar el rostro de Cristo a veces desfigurado en la cruz o resplandeciente de luz como en la mañana de Pascua.

He podido compartir directamente con los hermanos obispos sus problemas e inquietudes pastorales. Las diversas clases de fieles con las que siempre me he querido reunir me han permitido conocer más de cerca la vida de las comunidades cristianas en los diversos continentes, sus expectativas, dificultades, sufrimientos y alegrías. No me he olvidado nunca de los jóvenes, "esperanza de la Iglesia y del Papa": en sus rostros alegres y pensativos he visto una generación dispuesta a seguir con generosidad a Cristo y a construir la civilización del amor.

Las grandes asambleas multicolores del pueblo de Dios, reunidas para la celebración de la Eucaristía, permanecen impresas en mi memoria y en mi corazón como el recuerdo más fuerte y conmovedor de mis visitas. En profunda sintonía con ellas he repetido la profesión de fe de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (
Mt 16,16).

Impulsado por la convicción de que "el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia" (Redemptor hominis RH 14), he querido además encontrarme con los hermanos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los fieles del judaísmo, del islam y de las otras religiones, para reafirmar con convicción tanto el compromiso concreto de la Iglesia católica con vistas al restablecimiento de la unidad plena entre los cristianos, como su apertura al diálogo y a la colaboración con todos para la edificación de un mundo mejor.

Van pasando ante mí en este momento los innumerables encuentros vividos y todos los participantes: a todos quisiera abrazar una vez más; a todos quisiera asegurar el amor y la oración del Papa; a todos quisiera invitar nuevamente a "abrir de par en par las puertas a Cristo".

4. Y a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas aquí reunidos, quisiera expresaros mi agradecimiento. Con vuestro trabajo, en diversos niveles y responsabilidades, habéis permitido al Papa ir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo en los lugares en los que viven habitualmente. Y le habéis ayudado en su ministerio de misionero itinerante, deseoso de anunciar a todos la palabra de salvación, con la profunda convicción de que Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,4).

Doy las gracias, en particular, a la Secretaría de Estado, que se encarga de la preparación de mis viajes, a la Oficina para las celebraciones litúrgicas, y a cuantos hacen posible mi ministerio con sus servicios, incluso los más ocultos. Doy las gracias también a los agentes de la comunicación, que se hacen eco fiel de él en las diversas partes del mundo.

A Dios omnipotente encomiendo cuanto ha sido sembrado en el curso de cien viajes apostólicos, comenzando por Puebla de los Ángeles, en México, hasta Croacia, y rezo a fin de que, con su gracia, brote de ellos una mies abundante para el bien de la Iglesia y del mundo.






A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO ORGANIZADO


POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA


Viernes 13 de junio de 2003





Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
193 amadísimos participantes en este encuentro:

1. Me complace acogeros hoy, con ocasión del IV congreso de presidentes de las comisiones episcopales de Europa para la familia y la vida. Este congreso se celebra en un momento muy importante, mientras se están debatiendo temas de gran relevancia para el futuro de la familia en los pueblos europeos.

Os saludo cordialmente a todos. De modo especial, saludo al señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Extiendo mi saludo y mi gratitud al secretario y a los colaboradores del dicasterio, que trabajan con constante solicitud en favor de la familia. Os saludo a cada uno de vosotros, aquí presentes, y a cuantos, en sus respectivas naciones de proveniencia, colaboran con vosotros en este campo pastoral de interés primario para la Iglesia y para toda la humanidad.

El tema que habéis elegido -"Desafíos y posibilidades al inicio del tercer milenio"- es muy significativo e ilustra muy bien el propósito que os anima al realizar un balance de la situación de la familia en Europa, que atraviesa momentos difíciles.

Pero la familia dispone también de grandes potencialidades, al ser una institución arraigada sólidamente en la naturaleza del hombre. Además, experimenta las energías de que la colma el Espíritu Santo, y que no le faltarán jamás en el cumplimiento de su sagrada misión de transmitir la vida y difundir el amor familiar a través de las generaciones.

2. Ciertamente, hoy la identidad de la familia está sometida a amenazas deshumanizadoras. Perder la dimensión "humana" en la vida familiar lleva a poner en tela de juicio la raíz antropológica de la familia como comunión de personas. Así, van surgiendo, casi en todo el mundo, alternativas falaces que no reconocen la familia como un bien valioso y necesario para el entramado social. De este modo, a causa de la falta de responsabilidad y de compromiso con respecto a la familia, se corre el riesgo de pagar, por desgracia, un elevado precio social, y las consecuencias las sufrirán especialmente las generaciones futuras, víctimas de una mentalidad nociva y confusa, así como de estilos de vida indignos del hombre.

3. En la Europa de nuestros días la institución familiar experimenta una preocupante fragilidad, que resulta mayor cuando las personas no están preparadas para asumir sus responsabilidades en su seno con una actitud de entrega recíproca plena y de verdadero amor.

Al mismo tiempo, es preciso reconocer que numerosas familias cristianas dan un consolador testimonio eclesial y social: viven de modo admirable esta entrega recíproca en el amor conyugal y familiar, superando dificultades y adversidades. Precisamente de esta entrega total brota la felicidad de la pareja, cuando se mantiene fiel al amor conyugal hasta la muerte y se abre con confianza al don de la vida.

4. En las sociedades actuales de Europa emergen tendencias que no sólo no contribuyen a defender esta fundamental institución humana, como es precisamente la familia, sino que también la atacan, haciendo más frágil su cohesión interior. Difunden una mentalidad favorable al divorcio, a la anticoncepción y al aborto, negando de hecho el auténtico sentimiento del amor y atentando en definitiva contra la vida humana, al no reconocer el pleno derecho a la vida del ser humano.

Ciertamente, son numerosos los ataques contra la familia y la vida humana, pero, gracias a Dios, son muy numerosas las familias que permanecen fieles, a pesar de las dificultades, a su vocación humana y cristiana. Reaccionan a los ataques de cierta cultura contemporánea hedonista y materialista, y se van organizando para dar juntas una respuesta llena de esperanza. La pastoral familiar es hoy una tarea prioritaria, y se registran signos de renovación y de un nuevo despertar de las conciencias en defensa de la familia. Me refiero aquí a algunas intervenciones legislativas, así como a oportunos incentivos para frenar el avance del invierno demográfico, que se nota mucho más en Europa. Aumentan los movimientos en favor de la familia y de la vida; se consolidan y constituyen una nueva conciencia social. Sí, los recursos de la familia son innumerables.

5. Quisiera renovar aquí mi invitación a los responsables de los pueblos y a los legisladores para que asuman plenamente sus compromisos en defensa de la familia y favorezcan la cultura de la vida. Se celebra este año el vigésimo aniversario de la publicación, por parte de la Santa Sede, de la Carta de los Derechos de la Familia.Presenta los "derechos fundamentales inherentes a la sociedad natural y universal que es la familia". Se trata de derechos "expresados en la conciencia del ser humano y en los valores comunes a toda la humanidad", que "derivan, en última instancia, de la ley que está inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano" (cf. Introducción). Espero que este importante documento siga dando un apoyo y una orientación eficaces a cuantos, de diferentes maneras, ejercen funciones y responsabilidades sociales y políticas.

194 María, Reina de la familia, inspire y sostenga vuestros esfuerzos en las comisiones "Familia y vida" de vuestras respectivas Conferencias episcopales, para que las familias cristianas de Europa sean cada vez más "iglesias domésticas" y santuarios de la vida. Con estos deseos, avalados por la oración, invoco la constante ayuda divina sobre vuestras actividades, a la vez que os bendigo de buen grado a todos.






EN EL 160 ANIVERSARIO DE LA OBRA PONTIFICIA


DE LA INFANCIA MISIONERA


Sábado 14 de junio de 2003

: Amadísimos niños y muchachos:

1. Os saludo con gran afecto a todos vosotros, así como a los sacerdotes y a los animadores que os han acompañado. Gracias por vuestra presencia tan numerosa en este encuentro, con ocasión del 160° aniversario de la Obra pontificia de la Infancia Misionera.

Saludo al cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido también en nombre vuestro. Mi agradecimiento se extiende asimismo a los responsables de la Obra pontificia de la Santa Infancia que han preparado esta manifestación, a los directores de las Oficinas misioneras diocesanas y a las representaciones de las Obras misionales pontificias.

Me alegra estar hoy con vosotros, también porque hace diez años -en el 150° aniversario de vuestra asociación- no me fue posible encontrarme con vosotros.

2. Hoy renováis vuestro compromiso al servicio de las misiones, reflexionando en las palabras del profeta Isaías: "Heme aquí, envíame" (Is 6,8). En vuestro corazón y en vuestros labios Dios pone tan sólo dos palabras, que en la Biblia son muy importantes: "Heme aquí". Las pronunció el Hijo de Dios cuando vino al mundo, y toda su vida consistió en responder prontamente "Heme aquí" al Padre celestial.

"Heme aquí" fue la respuesta de la Virgen María al ángel que le llevó el anuncio de Dios. Con esas palabras, la Virgen aceptó dócilmente la misión de convertirse en Madre de Jesús y, por tanto, en Madre de la Iglesia.

También vosotros, queridos pequeños misioneros, debéis aprender a responder "Heme aquí", invocando la ayuda de Jesús y de María. Si vuestra adhesión a la voluntad divina es generosa, podréis experimentar la alegría que sintieron numerosos santos y santas misioneros, que a lo largo de los siglos gastaron su vida por el Evangelio.

Es hermoso considerar la Obra pontificia de la Infancia Misionera como un inmenso coro, formado por niños de todo el mundo, que cantan juntos su "Heme aquí" a Dios con su oración, con su entusiasmo y con su compromiso concreto. Y esto desde hace 160 años, desde que el Espíritu Santo suscitó vuestra Obra, sugiriendo a monseñor Charles de Forbin-Janson, obispo de Nancy, en Francia, que se dirigiera precisamente a los muchachos para pedirles que ayudaran a los niños de China.

3. Desde entonces el lema de la Infancia Misionera sigue siendo: "Los niños ayudan a los niños". Pero ¿cómo? Ante todo, con la oración. Como recordé en el Mensaje que os dirigí el pasado 6 de enero, todo pequeño misionero se compromete a rezar un avemaría al día por sus coetáneos lejanos.

195 El segundo compromiso consiste en tratar de ayudarles concretamente con vuestros ahorros. De una semillita, la Obra pontificia de la Santa Infancia se ha convertido ya en un árbol majestuoso.

Ciertamente, se han producido grandes y profundas transformaciones en la humanidad desde la mitad del siglo XIX hasta hoy. En el así llamado "norte" del mundo las condiciones de vida de la infancia han mejorado, pero el desarrollo económico y social no siempre ha ido acompañado por el desarrollo humano en sentido pleno. Se ha producido una pérdida de valores, y quienes pagan el precio más alto son precisamente los más pequeños, por no decir que incluso en las naciones desarrolladas siguen existiendo áreas de gran pobreza.

En el "sur" del planeta, el grito de millones de niños, condenados a morir de hambre y de enfermedades relacionadas con la pobreza, es cada vez más desgarrador e interpela a todos.

4. Queridos niños de la Infancia Misionera, sois los primeros en responder a este llamamiento. Formáis una cadena de solidaridad en los cinco continentes y ofrecéis también a los más pobres la posibilidad de "dar", y a los más ricos, la de "recibir" dando. Seguid siendo los protagonistas de este "intercambio de dones", que contribuye a construir un futuro mejor para todos.

Sed testigos y profetas de Cristo, como sugiere el tema del 160° aniversario de la Infancia Misionera: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo". Que la Virgen os ayude a decir a Dios: "Heme aquí, envíame". Dirigíos a ella con confianza, en este año dedicado al rosario, con esta oración popular, que ciertamente conocéis bien y ya rezáis. Muchos niños en el mundo rezan el rosario, como hacían los beatos niños Francisco y Jacinta de Fátima, y el Papa se une de buen grado a ellos todos los días.

Amadísimos niños y muchachos, al volver a casa, llevad mi saludo a vuestros familiares y amigos, así como mi bendición, que extiendo de buen grado a toda la Obra pontificia de la Infancia Misionera.



Carissimi bambini e ragazzi!

1. Vi saluto tutti con grande affetto, insieme con i sacerdoti e gli animatori che vi hanno accompagnato. Grazie per la vostra presenza così numerosa a questo incontro, in occasione del centosessantesimo anniversario della Pontificia Opera dell'Infanzia Missionaria.

Saluto il Cardinale Crescenzio Sepe, Prefetto della Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli, e gli sono grato per le parole che mi ha rivolto anche a nome vostro. Il mio ringraziamento si estende poi ai Responsabili della Pontificia Opera della Santa Infanzia che hanno preparato l'odierna manifestazione, ai Direttori degli Uffici Missionari Diocesani ed alle rappresentanze delle Pontificie Opere Missionarie.

Sono lieto di essere quest'oggi con voi, anche perché dieci anni or sono - per il centocinquantesimo anniversario della vostra Associazione - non mi fu possibile incontrarvi.

2. Voi oggi rinnovate il vostro impegno al servizio delle Missioni, riflettendo sulle parole del profeta Isaia: "Eccomi, manda me!" (
Is 6,8). Nei vostri cuori e sulle vostre labbra Dio pone una piccola parola, che nella Bibbia è tanto importante: "eccomi". La pronunciò il Figlio di Dio quando venne nel mondo e la sua vita fu tutto un rispondere prontamente "eccomi" al Padre celeste.

196 "Eccomi" fu la risposta della Vergine Maria all'Angelo che le recava l'annuncio di Dio. Con essa la Madonna accettò docilmente la missione di diventare Madre di Gesù e, quindi, Madre della Chiesa.

"Eccomi" dovete imparare a rispondere pure voi, cari piccoli missionari, invocando l'aiuto di Gesù e di Maria. Se sarà generosa la vostra adesione alla volontà divina, potrete sperimentare la gioia che hanno provato numerosi Santi e Sante missionari, che nel corso dei secoli hanno speso la loro vita per il Vangelo.

Bello è considerare la Pontificia Opera dell'Infanzia Missionaria come un immenso coro, formato da bambini di tutto il mondo, che cantano insieme il loro "eccomi" a Dio con la preghiera, con il loro entusiasmo e con l'impegno concreto! E questo da ben cento sessant'anni, da quanto lo Spirito Santo suscitò la vostra Opera, suggerendo a Mons. Charles de Forbin-Janson, Vescovo di Nancy, in Francia, di rivolgersi proprio ai ragazzi per chiedere loro di aiutare i bambini della Cina.

3. Da allora il motto dell'Infanzia Missionaria continua a essere: "I bambini aiutano i bambini". Ma come? Anzitutto con la preghiera. Come ho ricordato nel Messaggio che vi ho indirizzato il 6 gennaio scorso, ogni piccolo missionario si impegna a recitare un’"Ave Maria" al giorno per i suoi coetanei lontani.

Il secondo impegno è cercare di venire loro incontro concretamente con i propri risparmi. Da piccolo seme, la Pontificia Opera della Santa Infanzia è diventata ormai un albero maestoso.

Certo, sono sopravvenuti grandi e profondi mutamenti nell'umanità dalla metà del secolo XIX ad oggi. Nel cosiddetto "nord" del mondo le condizioni di vita dell'infanzia sono migliorate, ma lo sviluppo economico e sociale non è stato sempre accompagnato da quello umano in senso pieno. Si è registrata una perdita di valori e a pagarne il prezzo più alto sono spesso proprio i più piccoli, senza dire poi che pure nelle nazioni sviluppate permangono aree di grande povertà.

Nel "sud" del Pianeta, il grido di milioni di bambini, condannati a morire per fame e per malattie connesse alla povertà, si è fatto più straziante e interpella tutti.

4. Cari bambini dell'Infanzia Missionaria! Voi siete i primi a rispondere a questo appello. Voi formate una catena di solidarietà attraverso i cinque Continenti e offrite la possibilità anche ai più poveri di ‘dare’, e ai più ricchi di ‘ricevere’ donando. Continuate a essere i protagonisti di questo "scambio di doni", che contribuisce a costruire un futuro migliore per tutti.

Siate testimoni e profeti di Cristo, come suggerisce il tema del centosessantesimo anniversario dell'Infanzia Missionaria: "... e tu, bambino, sarai chiamato profeta dell'Altissimo". La Madonna vi aiuti a dire a Dio: "Eccomi, manda me!". A Lei rivolgetevi fiduciosi, in questo anno dedicato al Rosario, con questa preghiera popolare, che certamente conoscete bene e già recitate. Molti bambini nel mondo pregano il Rosario, come facevano i beati fanciulli Francesco e Giacinta di Fatima, e il Papa si unisce a loro volentieri ogni giorno.

Carissimi bambini e ragazzi, tornando a casa, portate il mio saluto ai vostri familiari e amici, insieme con la mia Benedizione, che estendo volentieri all'intera Pontificia Opera dell'Infanzia Missionaria.






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