Discursos 2003 204


A LA ASAMBLEA DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS


PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)


Jueves 26 de junio de 2003



1. Os acojo con alegría, queridos miembros de la ROACO, que habéis venido a Roma para vuestra reunión anual, y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo en particular al prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, el señor cardenal Ignace Moussa I Daoud, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes. Extiendo mi saludo al secretario, el arzobispo Vegliò, al subsecretario, a los oficiales y al personal del dicasterio, así como al nuncio apostólico en Israel y delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, al custodio de Tierra Santa, a los responsables de las agencias, a las autoridades de la Universidad de Belén y a todos los presentes.

2. Con vuestra generosidad, prestáis una gran ayuda a las Iglesias del Oriente cristiano. Esta ayuda es mucho más apreciada teniendo en cuenta los dramáticos acontecimientos de estos últimos tiempos. Pienso en la reciente guerra en Irak y el conflicto en Tierra Santa que, por desgracia, no cesa, así como en la persistente carestía en Eritrea y Etiopía. Vuestra colaboración hace presente y operante la caridad de la Iglesia y, a través de la Congregación para las Iglesias orientales, la solicitud misma del Papa.

Es preciso intensificar esta actividad y ensanchar su radio de acción; es necesario, sobre todo, acrecentar el espíritu de la caridad divina que, reconociendo como don gratuito cuanto hemos recibido de Dios, nos impulsa a compartirlo con los hermanos, para estar al servicio de una auténtica promoción humana.

En la reciente carta encíclica Ecclesia de Eucharistia escribí que la Eucaristía "da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un "cielo nuevo" y una "tierra nueva" (Ap 21,1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad con respecto a la tierra presente (Gaudium et spes GS 39)" (n. 20). Por eso, los cristianos deben sentirse hoy más comprometidos que nunca a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrena, contribuyendo con la luz del Evangelio a edificar un mundo a la medida del hombre y plenamente acorde con el designio de Dios.

3. Hacéis bien en poner especial atención en los territorios de Tierra Santa por el significado que esa región, santificada por Jesús, reviste para todos los cristianos. A ella está reservada una colecta especial, y mis venerados predecesores, desde León XIII, insistieron en que todas las comunidades católicas deben contribuir generosamente. Por desgracia, Tierra Santa sigue siendo escenario de conflictos y violencia, y las comunidades católicas allí presentes sufren y necesitan ser sostenidas y apoyadas en sus numerosas urgencias. Esas poblaciones invocan fervientemente una paz estable y duradera.

¡Gracias por todo lo que hacéis! ¡Gracias por la activa solidaridad que habéis mostrado con los cristianos duramente probados por el reciente conflicto en Irak! Pido a Dios que en aquel país se consolide oportunamente la paz, y las poblaciones, ya tan probadas entre otras razones por un largo aislamiento internacional, vivan finalmente en concordia. Estoy seguro de que vuestras intervenciones, encaminadas a realizar obras pastorales y sociales en apoyo de los creyentes, contribuirán a dar vida a un futuro mejor para toda la nación.

4. Queridos hermanos y hermanas, el servicio que prestáis al Oriente cristiano tiene cada vez más en cuenta todas las exigencias de las Iglesias locales. A veces, más necesario que las estructuras y los edificios, por lo demás indispensables, resulta ayudar a formar las conciencias y salvaguardar la fe heredada de los padres. Esto requiere una oportuna catequesis, el cuidado de la liturgia propia de la Iglesia de pertenencia, una atención a la formación del clero y de los laicos, una apertura iluminada al ecumenismo y una presencia profética en apoyo de los pobres.

El Papa os agradece la respuesta que, con inteligencia y sin escatimar energías y recursos, dais a las peticiones que se os presentan. Al mismo tiempo, se hace intérprete de la gratitud de todas las comunidades a las que ayudáis de modo concreto.

Vuestra experiencia demuestra que el Oriente cristiano mantiene vivo aún hoy el deseo de encontrar, conocer y amar cada vez más a Dios, que en Cristo nos reveló su rostro misericordioso. Quiere experimentarlo de forma viva especialmente en los lugares donde, durante decenios, se ha intentado borrar incluso sus huellas, y donde la inestabilidad y la guerra intentan socavar los antiguos cimientos de las Iglesias orientales.

205 5. Con este fin, os aseguro mi oración. Amadísimos hermanos y hermanas, os acompañe en vuestra actividad diaria la constante asistencia divina, en prenda de la cual imparto de corazón a todos mi bendición, que extiendo de buen grado a los organismos que representáis, a vuestras familias, a las diócesis y a las comunidades de pertenencia.





DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA DE LA UNIÓN APOSTÓLICA DEL CLERO


Viernes 27 de junio de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. "Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum": "¡Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!". Me venían a la memoria estos conocidos versículos del salmo 133, mientras escuchaba las amables y cordiales palabras de monseñor Csaba Ternyák, secretario de la Congregación para el clero, que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Sí, es realmente una íntima alegría encontrarse y sentir la fraternidad que nace entre nosotros, queridos sacerdotes, partícipes del único y eterno sacerdocio de Cristo. Esta mañana habéis podido experimentar este misterio de comunión durante la celebración eucarística en el altar de la Cátedra, en la basílica de San Pedro. Ahora es el Sucesor de Pedro quien os abre las puertas de su casa, que también es vuestra.

Dirijo a cada uno mi más fraterno saludo en el Señor. De modo especial, saludo a los organizadores y a los animadores de vuestra asamblea nacional, y a todos los participantes. Saludo a los responsables nacionales e internacionales de la Unión apostólica del clero, así como a los representantes de la naciente Unión apostólica de laicos.

2. Durante el congreso estáis reflexionando en el tema: "En la Iglesia particular, como en la comunión trinitaria; la espiritualidad diocesana es espiritualidad de comunión". En continuidad con los encuentros precedentes, queréis centraros en el papel de los pastores en la Iglesia particular.
El misterio de la comunión trinitaria es el modelo supremo de referencia de la comunión eclesial. Lo reafirmé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, recordando que "el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza" es precisamente este: "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (n. 43). Esto implica, en primer lugar, "promover una espiritualidad de comunión", que se convierta en un "principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano" (ib.).

Se llega a ser experto en "espiritualidad de comunión", ante todo, gracias a una conversión radical a Cristo, a una dócil apertura a la acción de su Espíritu Santo, y a una acogida sincera de los hermanos. Nadie se ha de hacer ilusiones -recordé en la citada carta apostólica-, "sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento" (ib.).

3. Por tanto, dado que la eficacia del apostolado no depende sólo de la actividad y de los esfuerzos de organización, por lo demás necesarios, sino en primer lugar de la acción divina, es preciso cultivar una íntima comunión con el Señor. Hoy, como en el pasado, los santos son los evangelizadores más eficaces, y todos los bautizados están llamados a tender a "este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31). Con mayor razón, esto concierne a los sacerdotes, que dentro del pueblo cristiano ejercen funciones y cometidos de gran responsabilidad. La Jornada mundial de oración por la santificación del clero, que por feliz coincidencia se celebra precisamente hoy, constituye una ocasión propicia para implorar del Señor el don de celosos y santos ministros para su Iglesia.

4. Para realizar este ideal de santidad, cada presbítero debe seguir el ejemplo del divino Maestro, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Un santo de nuestro tiempo, Josemaría Escrivá, escribió que "el Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna" (Forja, n. 1). Pero, ¿dónde encender estas antorchas de luz y de santidad sino en el corazón de Cristo, hoguera inagotable de caridad? No es casualidad que la Jornada mundial de oración por la santificación del clero se celebre precisamente hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

En el corazón de su Hijo unigénito, el Padre celestial nos ha colmado de infinitos tesoros de misericordia, ternura y amor -"infinitos dilectionis thesauros"-, como rezamos en la liturgia de hoy. En el corazón del Redentor, "reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2,9); de él podemos tomar la energía espiritual indispensable para irradiar en el mundo su amor y su alegría.

206 Que María nos ayude a seguir con docilidad a Jesús, que nos repite constantemente: "Venid a mí (...) y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).

Queridos hermanos, os agradezco nuevamente vuestra visita y os bendigo con afecto a todos.






A LA DELEGACIÓN ENVIADA POR SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I,


PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA


Sábado 28 de junio de 2003



Queridos hermanos en Cristo:

1. Con alegría os doy la bienvenida al Vaticano para este encuentro anual con ocasión de la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Vuestra presencia aquí, como representantes del patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, es un signo de nuestro amor común a Cristo y un acto de fraternidad eclesial, con el que reafirmamos el legado de amor y unidad que el Señor dejó a su Iglesia, construida sobre los Apóstoles. Estos encuentros anuales alimentan nuestra relación fraterna y sostienen nuestra esperanza, mientras avanzamos paso a paso por el camino hacia la comunión plena y la superación de nuestras divisiones históricas.

2. Doy gracias al Señor porque, durante el año que acaba de transcurrir, la Santa Sede ha tenido muchas ocasiones de encuentro y cooperación con el Patriarcado ecuménico. Entre estas, deseo recordar el mensaje que envié a Su Santidad Bartolomé I con ocasión del V Simposio sobre el ambiente, que comenzó en mi país natal, Polonia. Aprecio mucho las amables palabras y los buenos deseos que Su Santidad expresó recientemente en dos conferencias ante la proximidad del vigésimo quinto aniversario de mi pontificado. Por último, agradezco profundamente los esfuerzos realizados por el Patriarcado ecuménico durante los meses pasados para coordinar la continuación del trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. Os pido que aseguréis a Su Santidad mis fervientes oraciones para que esta iniciativa, indispensable para nuestro progreso en la unidad, se vea coronada por el éxito.

Los rápidos cambios que tienen lugar en el mundo de hoy exigen que todos los cristianos muestren cómo el evangelio de Jesucristo puede iluminar las cuestiones éticas fundamentales que afronta la familia humana, entre ellas la necesidad urgente de promover el diálogo interreligioso, trabajar para poner fin a las injusticias que crean conflictos y enemistad entre los pueblos, salvaguardar la creación de Dios y afrontar los desafíos planteados por los nuevos avances de la ciencia y la tecnología. Aquí en Europa, los seguidores del Señor, en especial, deben cooperar en el reconocimiento y revitalización de las raíces espirituales que están en el centro de la historia y de la cultura del continente. La consolidación de la unidad y la identidad europeas requiere que los cristianos, como testigos de la misericordia salvífica de Dios uno y trino, desempeñen un papel específico en el actual proceso de integración y reconciliación. La Iglesia de Cristo, ¿no está llamada ante todo a ofrecer al mundo un modelo de armonía, de tolerancia mutua y de caridad fecunda, que revele la fuerza de la gracia de Dios para superar todas las divisiones y discordias humanas?

3. Queridos hermanos, mientras tratamos de progresar en el diálogo de la verdad y en el diálogo de la caridad, no nos desanimemos ante las dificultades que encontramos. Siempre podemos seguir adelante, si nos esforzamos por cumplir la voluntad del Señor sobre la unidad de sus discípulos. Debemos continuar nuestros esfuerzos, fortalecer nuestro deseo de unidad, y no desaprovechar ninguna oportunidad de crecer hacia la plena comunión y cooperación, presentando siempre a Dios en la oración nuestras necesidades, nuestras esperanzas y nuestras faltas, para que él nos sane con su gran misericordia.

Os encomiendo estos sentimientos a vosotros, mientras os pido que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad Bartolomé I y al Santo Sínodo. El Señor nos conceda la fuerza para dar fiel testimonio de él, y para orar y trabajar sin cesar por la unidad y la paz de su santa Iglesia.





ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS ARZOBISPOS QUE RECIBIERON


EL PALIO EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO


Lunes 30 de junio de 2003



Venerados arzobispos;
207 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después de la solemne celebración de ayer, durante la cual tuve la alegría de imponeros el sagrado palio a vosotros, queridos arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del último año, me alegra poder reunirme nuevamente con vosotros, al igual que con vuestros familiares y amigos. A todos renuevo mi cordial saludo, y expreso un agradecimiento especial a cuantos han venido de lejos. Vuestra presencia contribuye a hacer aún más visible el valor peculiar de este acontecimiento, que es la entrega del palio, expresión de unidad y, al mismo tiempo, de universalidad eclesial.

2. Con afecto fraterno saludo a los arzobispos de Génova, Catanzaro-Squillace y Cágliari, y a cuantos han querido unirse a su peregrinación ad Petri sedem. Exhorto a cada uno a ser siempre, en la Iglesia y en la sociedad, testigo y promotor de auténtica comunión.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa que han venido a acompañar a los arzobispos para la recepción del palio, en particular a los fieles de las diócesis de Fianarantsoa en Madagascar, Quebec en Canadá y Corfú en Grecia, así como de las diócesis francesas de Marsella, Clermont, Dijon, Montpellier y Poitiers. Que el signo impuesto a los arzobispos fortalezca en vosotros el deseo de comunión con toda la Iglesia.

Doy una cordial bienvenida a los metropolitanos de lengua inglesa y a los peregrinos que los acompañan, procedentes de Milwaukee, Gandhinagar, Madurai, Conakry, Kuala Lumpur, Kuching, Rangún y Mandalay. Que esta peregrinación a la tumba de san Pedro en compañía de vuestros arzobispos refuerce vuestro amor a la Iglesia y confirme a todas vuestras Iglesias locales en la comunión con el Sucesor de Pedro. Sobre todos vosotros invoco cordialmente la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo.

Con gran alegría doy la bienvenida a los nuevos metropolitanos de Alemania y Austria, que en compañía de algunos fieles de sus archidiócesis de Salzburgo, Bamberg y Hamburgo han venido en peregrinación a Roma. A todos os imparto cordialmente mi bendición. Por intercesión de María, Madre de la Iglesia, así como de los apóstoles san Pedro y san Pablo, Dios misericordioso os proteja a todos.

Con mucho afecto saludo ahora a los arzobispos de San José de Costa Rica, de Cali e Ibagué en Colombia; de Valladolid, Toledo y Granada en España; de Monterrey y Durango en México; de Santa Fe de la Vera Cruz, Bahía Blanca y Paraná en Argentina; de Quito y Guayaquil en Ecuador, acompañados de sacerdotes, fieles y familiares. Vuestra presencia aquí refleja la universalidad de la Iglesia. Revestidos con el palio, que simboliza el estrecho vínculo que os une con la Sede de Pedro, promoved el espíritu de comunión de vuestras Iglesias particulares, anunciando y dando testimonio de Jesucristo resucitado mediante una acción eclesial que infunda esperanza y anime la caridad.

Saludo con afecto también a los nuevos arzobispos de Brasil y de Mozambique, respectivamente de las archidiócesis de Maceió, Maringá y Maputo. Que el ornamento del palio, expresión del vínculo particular que os une a esta Sede apostólica, refuerce la unidad y la comunión con ella y estimule una generosa entrega pastoral para el crecimiento de la Iglesia y la salvación de las almas.

Dirijo un saludo cordial al arzobispo de Esztergom-Budapest, primado de Hungría. Que el palio, como signo de la unión con la Sede de San Pedro, le ayude en la realización de su trabajo apostólico.

Me alegra acoger a los peregrinos que han venido de Kazajstán, en particular de Astana, para acompañar a su nuevo arzobispo. Llevad a vuestra patria el saludo y la bendición del Obispo de Roma.

3. Amadísimos arzobispos metropolitanos, al nombrar vuestras sedes, hemos tocado numerosas y diversas regiones del mundo. Es el mundo que Dios amó tanto, que envió a su Hijo para salvarlo. A este mundo, en virtud de ese mismo amor, es enviada la Iglesia, de la que sois pastores. Revestidos del palio, signo de comunión con la Sede apostólica, id. Duc in altum! Los apóstoles san Pedro y san Pablo velen siempre sobre vuestro ministerio, y os proteja María santísima, Reina de los Apóstoles. Por mi parte, os aseguro mi recuerdo en la oración y os bendigo de corazón, juntamente con todos los presentes y con las comunidades que os han sido encomendadas.





208                                                                               Julio de 2003




AL CUARTO GRUPO DE OBISPOS DE RITO LATINO


DE LA INDIA EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 3 de julio de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

1. En la gracia y en la paz de nuestro Señor Jesucristo os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de las provincias eclesiásticas de Bangalore, Hyderabad y Visakhapatnam, haciendo mío el saludo de san Pablo: "Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en todo el mundo" (Rm 1,8). En particular, agradezco al arzobispo Pinto los buenos deseos y los amables sentimientos expresados en vuestro nombre, a los que correspondo con afecto, y os aseguro mis oraciones a vosotros y a quienes están encomendados a vuestro cuidado. Vuestra visita ad limina Apostolorum manifiesta la profunda comunión de amor y verdad que une a las Iglesias particulares en la India con el Sucesor de Pedro y sus colaboradores en el servicio a la Iglesia universal. Al "venir a ver a Pedro" (Ga 1,18), confirmáis vuestra "unidad en la fe, esperanza y caridad, y conocéis y apreciáis cada vez más el inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que toda la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, ha difundido en el mundo entero" (Pastor bonus, Anexo I, 3).

2. Dar testimonio de Jesucristo es "el servicio supremo que la Iglesia puede prestar a los pueblos de Asia" (Ecclesia in Asia ). Vivir entre tantas personas que no conocen a Cristo nos convence cada vez más de la necesidad del apostolado misionero. La radical novedad de vida traída por Cristo y vivida por sus seguidores despierta en nosotros la urgencia de la actividad misionera (cf. Redemptoris missio RMi 7). Esto exige proclamar explícitamente a Jesús como Señor: un testimonio audaz, basado en su mandato: "Id y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19), y apoyado en su promesa: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). En efecto, en fidelidad a la triple misión de Cristo como sacerdote, profeta y rey, todos los cristianos, de acuerdo con su dignidad bautismal, tienen el derecho y el deber de participar activamente en los esfuerzos misioneros de la Iglesia (cf. Redemptoris missio ).

La llamada a una nueva evangelización y a un renovado compromiso misionero que dirigí a toda la Iglesia resuena claramente tanto para vuestras antiguas comunidades cristianas como para las más recientes. La evangelización inicial de los no cristianos y la proclamación continua de Jesús a los bautizados iluminan diferentes aspectos de la misma buena nueva; ambas nacen de un firme compromiso de hacer que Cristo sea cada vez más conocido y amado. Esta obligación tiene su origen sublime en el "amor fontal" del Padre hecho presente en la misión del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ad gentes AGD 2). De este modo, todos los cristianos son atraídos hacia el amor apremiante de Cristo, del que "no podemos dejar de hablar" (Ac 4,20), como fuente de la esperanza y de la alegría que nos distingue.

3. Una correcta comprensión de la relación entre la cultura y la fe cristiana es vital para una evangelización eficaz. En vuestro subcontinente indio tratáis con culturas ricas en tradiciones religiosas y filosóficas. En ese ambiente, es esencial la proclamación de Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado. Precisamente con esta comprensión de la unicidad de Cristo como segunda persona de la santísima Trinidad, verdadero Dios y verdadero hombre, hay que predicar y abrazar nuestra fe. Cualquier teología de la misión que omita la llamada a una conversión radical a Cristo y niegue la transformación cultural que esta conversión implica necesariamente, tergiversa la realidad de nuestra fe, que es siempre un nuevo comienzo en la vida del único que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

A este respecto, reafirmamos que el diálogo interreligioso no reemplaza la missio ad gentes, sino que más bien forma parte de él (cf. Congregación para la doctrina de la fe, declaración Dominus Iesus, 2). Del mismo modo, se debe destacar que las explicaciones relativistas del pluralismo religioso, que afirman que la fe cristiana no tiene un valor diferente del de cualquier otra creencia, vacían de hecho al cristianismo del centro cristológico que lo define: la fe, separada de nuestro Señor Jesucristo como único Salvador, ya no es cristiana, ya no es una fe teológica. Una tergiversación mayor aún de nuestra fe tiene lugar cuando el relativismo lleva al sincretismo: una "construcción espiritual" artificial que manipula y, por consiguiente, distorsiona la naturaleza esencial, objetiva y reveladora del cristianismo. Lo que hace que la Iglesia sea misionera por su misma naturaleza es precisamente el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo como Hijo de Dios (cf. Dei Verbum DV 2). Este es el fundamento de nuestra fe. Esto es lo que hace creíble el testimonio cristiano. Debemos aceptar con alegría y humildad el deber que nos corresponde "a los que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo", es decir, mostrar "a qué grado de interiorización puede llevar la relación con él" (Novo millennio ineunte NM 33).

4. Queridos hermanos, vuestras relaciones quinquenales testimonian ampliamente la presencia del Espíritu Santo que vivifica la dimensión misionera de la vida de la Iglesia en vuestras diócesis. A pesar de los obstáculos que encuentran las personas -sobre todo los pobres- que desean abrazar la fe cristiana, los bautizos de adultos son numerosos en muchas de vuestras regiones. De igual modo, es alentador el elevado porcentaje de católicos que asisten a la misa dominical, y el creciente número de laicos que participan debidamente en la liturgia. Estos ejemplos de pronta aceptación del don de Dios de la fe indican también la necesidad de un diligente cuidado pastoral de nuestros fieles. Respondiendo a la aspiración a un nuevo impulso en la vida cristiana, declaré que debemos seguir trabajando firmemente en el programa que ya se halla en el Evangelio y en la Tradición viva, centrado en Cristo mismo (cf. ib., 29).

La razón para desarrollar iniciativas pastorales adaptadas a las circunstancias sociales y culturales de vuestras comunidades, pero firmemente arraigadas en la unicidad de Cristo, es evidente: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos" (2Co 4,5). Lejos de ser una cuestión de poder o control, los programas de evangelización y formación de la Iglesia se realizan con la convicción de que "toda persona tiene el derecho de escuchar la buena nueva de Dios, que se revela y se da en Cristo" (Ecclesia in Asia ).
En vuestras provincias hay muchos signos de una vida eclesial dinámica, pero también existen desafíos. Una estima más profunda del sacramento de la reconciliación ayudará a disponer espiritualmente a vuestro pueblo para la tarea de "hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo" (Reconciliatio et paenitentia RP 8). Del mismo modo, nuestra enseñanza sobre el matrimonio como signo sagrado de la fidelidad perenne y del amor generoso de Cristo a su Iglesia muestra el valor inestimable de un programa completo de preparación al matrimonio para quienes se disponen a recibir este sacramento y, a través de ellos, para toda la sociedad. Además, las fiestas y devociones vinculadas a los numerosos santuarios dedicados a la Virgen en vuestras regiones, al atraer a miles de seguidores de otras religiones, si quieren convertirse en una puerta hacia una auténtica experiencia cristiana, deben integrarse completamente en la vida litúrgica de la Iglesia.

209 5. En un mundo desfigurado por la fragmentación, la Iglesia, como signo e instrumento de la comunión de Dios con la humanidad (cf. Lumen gentium LG 1), es un poderoso heraldo de unidad y de la reconciliación que ella implica. Como obispos llamados a manifestar y preservar la tradición apostólica, estáis unidos en una comunión de verdad y amor. Cada uno, sois la fuente y el fundamento visible de la unidad en vuestras Iglesias particulares, que están constituidas según el modelo de la Iglesia universal. Así, mientras es verdad que un obispo representa a su Iglesia, también es necesario recordar que, junto con el Papa, todos los obispos representan a toda la Iglesia en el vínculo de paz, amor y unidad (cf. ib., 23).

A este respecto, un obispo jamás debe ser considerado como un mero delegado de un grupo social o lingüístico particular, sino que siempre debe ser reconocido como un sucesor de los Apóstoles, cuya misión viene del Señor.Rechazar a un obispo, ya sea por parte de una persona o de un grupo, es siempre una transgresión de la comunión eclesial y, por tanto, un escándalo para los fieles y un testimonio contraproducente para los seguidores de otras religiones. Hay que evitar todo espíritu de antagonismo o conflicto, que hiere siempre al Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 1,12-13), reemplazándolo con un amor práctico y concreto a toda persona que brota de la contemplación de Cristo.

6. Doy gracias a Dios por los numerosos signos de crecimiento y madurez en vuestras diócesis. Además de la entrega desinteresada de vuestros sacerdotes, religiosos y catequistas, y de la generosidad de vuestro pueblo, este desarrollo ha dependido también del ministerio de los misioneros y de la generosa ayuda económica de bienhechores extranjeros. La "unión de fuerzas y voluntades para promover el bien común del conjunto de las Iglesias y de cada una de ellas" (Christus Dominus CD 36), que se ha practicado desde los tiempos apostólicos, es una manifestación elocuente de la naturaleza de la Iglesia como comunión. Pero también es verdad afirmar que las Iglesias particulares, incluidas las de países del mundo en vías de desarrollo, deberían tratar de crear recursos propios para promover la evangelización local, y construir centros pastorales e instituciones educativas y caritativas. Con este fin, os animo a proseguir los considerables logros que habéis alcanzado con los laicos y en colaboración con los institutos religiosos (cf. Código de derecho canónico, c. 222). Por vuestra parte, os exhorto a dar un ejemplo indiscutible con vuestra imparcialidad en la gestión de los recursos comunes de la Iglesia (cf. ib., cc. 1276 y 1284). Debéis lograr que la administración de los "bienes destinados a todos" (Sollicitudo rei socialis SRS 42) no se empañe jamás con la tentación del materialismo o del favoritismo, sino que se ejerza sabiamente como respuesta a las necesidades espirituales o materiales de los pobres.

7. Queridos hermanos, para mí es una alegría particular compartir estas reflexiones con vosotros en la fiesta del glorioso apóstol santo Tomás, tan venerado por vuestro pueblo. Os aseguro una vez más mis oraciones y mi apoyo para que sigáis apacentando con amor la grey encomendada a vuestro cuidado. Unidos en nuestra proclamación de la buena nueva de la salvación de Jesucristo, renovados en el celo de los primeros cristianos, e inspirados por el firme ejemplo de los santos, avancemos con esperanza. Que en este Año del Rosario, María, modelo de todos los discípulos y Estrella resplandeciente de la evangelización, sea vuestra guía segura al procurar "hacer lo que Jesús os dice" (cf. Jn Jn 2,5). Encomendándoos a su protección materna, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.







CARTA DE FELICITACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL CORRADO BAFILE


EN SU CENTÉSIMO CUMPLEAÑOS


(El cardenal Corrado Bafile, prefecto emérito de la Congregación para las causas de los santos, cumplió cien años el pasado día 4 de julio. Con esa ocasión, Juan Pablo II lo recibió en audiencia en la sala Clementina. Lo acompañaban otros 28 cardenales; numerosos arzobispos y obispos; sus familiares y las religiosas que lo cuidan desde hace 29 años. El Papa le regaló un icono de la Virgen y una medalla de su pontificado. Asimismo, le entregó la siguiente carta de felicitación.)



Al venerado hermano
Cardenal CORRADO BAFILE

Con alegría y gratitud al Señor le expreso, señor cardenal, mi más cordial felicitación con ocasión de su centésimo cumpleaños. Se trata de una meta en verdad significativa, que la Providencia le ha concedido alcanzar. Gracias a este singular privilegio, usted, nacido en L'Aquila al inicio del siglo XX, ha podido recorrerlo todo y, cruzado el umbral del gran jubileo del año 2000, se ha adentrado en el tercer milenio.

Por eso, me complace unirme a usted, querido y venerado hermano, al considerar, con íntima gratitud al Señor, la larga y rica experiencia realizada en estos cien años. En particular, tengo presente que usted, habiendo abrazado el sacerdocio en edad adulta, ha estado siempre al servicio de la Santa Sede, desempeñando importantes y delicadas misiones durante largos períodos. Después de veinte años de apreciado trabajo en la Secretaría de Estado, el beato Juan XXIII lo eligió como camarero secreto participante; luego lo nombró nuncio apostólico en Alemania y lo consagró arzobispo, sugiriéndole tomar su mismo lema episcopal: "Oboedientia et pax". Fueron particularmente intensos y provechosos sus quince años de actividad diplomática en Bonn, al final de los cuales el Papa Pablo VI lo llamó nuevamente a Roma y le encomendó la dirección del dicasterio para las causas de los santos, incluyéndolo pronto entre los miembros del Colegio cardenalicio. Era el 24 de mayo de 1976.

Deseo expresarle, además, mi gratitud y aprecio por todo lo que ha hecho como generoso y competente colaborador, tanto mío como de mis venerados predecesores. Me complace destacar sobre todo las elevadas convicciones espirituales que han orientado siempre su actividad. Cuantos han tenido el privilegio de estar a su lado, no sólo en el servicio a la Sede apostólica, sino también en la Asociación de los abruzeses en Roma y en la Legión de María, testimonian de forma unánime el celo sacerdotal y apostólico que ha animado siempre su servicio en las varias etapas de su larga vida.

Que la Virgen santísima, señor cardenal, le obtenga todas las gracias que desea, acompañándolo con su protección materna.


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