Discursos 2003 218


SANTA MISA EN SUFRAGIO DEL SIERVO DE DIOS PAPA PABLO VI

Miércoles 6 de agosto de 2003



Hermanos y hermanas:

219 Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la Transfiguración del Señor. En este mismo día recordamos la piadosa muerte del siervo de Dios el Papa Pablo VI. Lo hacemos en esta santa misa, en la que Cristo renueva en el altar su sacrificio redentor.

«Mysterium fidei»: son las palabras con las que empieza la memorable encíclica que dedicó a la Eucaristía, en el tercer año de su pontificado. Devotísimo maestro de la doctrina y del culto a la Eucaristía, definió la presencia sacramental de Cristo en el sacrificio eucarístico como presencia «verdaderamente sublime» (Mysterium fidei,
MF 21), que «constituye en su género el mayor de los milagros» (ib., 26). ¡Con cuánta fe y solicitud Pablo VI instruyó al pueblo de Dios sobre este misterio central de la fe católica!

En la fiesta de la Transfiguración pidamos, con la liturgia, que «los celestes alimentos (...) nos transformen en imagen de Cristo» (Oración después de la comunión). Esto, a su tiempo, lo pidió también Pablo VI. Y esto mismo lo pedimos hoy nosotros para él, a fin de que, contemplando sin velos el rostro de su Señor, goce para siempre de la visión de su gloria.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE GUÍAS Y SCOUTS DE EUROPA,


CON MOTIVO DE SU VI ENCUENTRO





1. Con ocasión del Encuentro europeo de la Unión internacional de guías y scouts de Europa, que se celebra en Polonia, me alegra dirigiros, queridos guías y scouts de Europa, un cordial saludo y aseguraros mi profunda unión en la oración. El tema de este "encuentro europeo", Duc in altum!, retoma las palabras de Jesús a Pedro: "Rema mar adentro" (Lc 5,4). Os invita a profundizar en el itinerario espiritual que se propuso a los cristianos de todo el mundo al final del gran jubileo del año 2000 y a los jóvenes, en Toronto, el año pasado.

2. Queridos jóvenes, responded con generosidad a la llamada de Cristo, que os invita a remar mar adentro y a convertiros en sus testigos, descubriendo la confianza que Cristo deposita en vosotros para crear un futuro unidos a él. Para poder cumplir esta misión, que la Iglesia os confía, se requiere ante todo que cultivéis una auténtica vida de oración, alimentada por los sacramentos, especialmente por la Eucaristía y la reconciliación. Como destaqué en la reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia, "todo compromiso de santidad (...) ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen" (n. 60). Así pues, es importante que la santa misa constituya el centro y el culmen de este encuentro, como de todos vuestros encuentros y, de manera particular, de vuestras semanas en la celebración del día del Señor.

La experiencia escultista, itinerario privilegiado de crecimiento espiritual, es un camino de gran valor para permitir la educación integral de la persona. Ayuda a superar la tentación de la indiferencia y del egoísmo, para abrirse al prójimo y a la sociedad. Puede favorecer eficazmente la acogida de las exigencias de la vocación cristiana: ser "sal de la tierra y luz del mundo" (cf. Mt Mt 5,13-16). Os invito a ser fieles a la rica tradición del movimiento escultista, comprometido con la formación en el diálogo, en el sentido de la justicia, en la lealtad y en la fraternidad en las relaciones sociales. Este estilo de vida puede ser vuestra contribución original a la realización de una fraternidad mayor y más auténtica entre los pueblos de Europa, una aportación valiosa a la vida de las sociedades en las que vivís.

3. Queridos guías y scouts de Europa, sois un don valioso no sólo para la Iglesia, sino también para la Europa nueva que veis construirse ante vuestros ojos, y estáis llamados a "participar, con todo el ardor de vuestra juventud, en la construcción de la Europa de los pueblos, para que a todo hombre se le reconozca su dignidad de hijo amado por Dios y para que se construya una sociedad fundada en la solidaridad y en la caridad fraterna" (Discurso a los scouts de Europa durante la audiencia general, 3 de agosto de 1994: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de agosto de 1994, p. 3).

4. En el santuario mariano de Jasna Góra, tan querido para mí, vais a renovar ante la Virgen de Czestochowa los compromisos de vuestro bautismo, vuestra promesa escultista y vuestra voluntad de ser verdaderos apóstoles del amor del Señor. Vais a repetir el acto de consagración a Nuestra Señora de la Anunciación, ya pronunciado hace casi veinte años en la catedral de Nuestra Señora de París, con ocasión de vuestro primer encuentro europeo. Desde entonces, el fiat con el que María respondió a la voluntad de Dios ha llegado a ser un elemento central de la espiritualidad de los guías y los scouts de Europa, de manera particular a través de la oración del Ángelus y del rosario. Que esos momentos de oración mariana, en este año consagrado a Nuestra Señora del Rosario, sigan impregnando vuestras jornadas, reavivando en vuestro corazón el recuerdo de la maravilla de la obra de la redención que Cristo cumplió por nosotros.

Cuando volváis a vuestros países, a vuestras familias y a vuestras comunidades, enriquecidos por la experiencia de esas jornadas, dejad que resuenen en vosotros las palabras de Jesús: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Sostenidos por su gracia, tratad de vivir con un entusiasmo renovado vuestro compromiso; así, el escultismo será para vosotros "un medio de santificación en la Iglesia", que favorecerá y animará "una unión más íntima entre la vida concreta y vuestra fe" (Estatutos, art. 1, 2, 7). Este es el deseo que expreso para vosotros en la oración. Invocando sobre vuestro encuentro europeo, sobre los responsables de la Unión internacional de guías y scouts de Europa y sobre cada uno de vosotros, la intercesión de la bienaventurada Virgen de Czestochowa, de corazón os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.

Castelgandolfo, 30 de julio de 2003






AL SEMINARIO SOBRE "CIENCIA, RELIGIÓN E HISTORIA"


Castelgandolfo, viernes 8 de agosto de 2003



Ilustres señores;
220 queridos amigos:

Deseo expresar mi cordial gratitud por esta reflexión común, que nos ha unido durante estos días en la búsqueda de la verdad. Doy gracias a Dios porque, por duodécima vez, hemos podido reunirnos aquí para meditar en los problemas concernientes a las grandes cuestiones que deciden la especificidad de la cultura humana. En la encíclica Fides et ratio subrayé el papel de estos problemas. En la cultura contemporánea no pueden faltar las preguntas fundamentales sobre el sentido y la verdad, sobre la belleza y el sufrimiento, sobre la infinidad y la contingencia. Os agradezco que hayamos podido tratarlas desde una perspectiva en la que se completan recíprocamente los nuevos descubrimientos de la ciencia y la reflexión sobre la filosofía clásica.

Nuestra comunidad ha expresado simbólicamente el vínculo entre la Iglesia y la Academia. Este vínculo es particularmente importante en esta época de grandes cambios culturales. Para que los testigos contemporáneos de la verdad no se sientan solos, es necesario promover una gran solidaridad de espíritu entre todos los que están al servicio del pensamiento. La Iglesia no puede quedar indiferente ante las conquistas de la ciencia, que ha surgido y se ha desarrollado en el ámbito de las influencias culturales de la cristiandad. También es necesario recordar que la verdad y la libertad están inseparablemente unidas en la gran obra de edificación de la cultura al servicio del pleno desarrollo de la persona humana. Recordando las palabras de Cristo, "la verdad os hará libres" (
Jn 8,32), queremos edificar la cultura evangélica libre de las ilusiones y de las utopías que causaron tantos sufrimientos en el siglo XX.

Mi pensamiento va a todos los que en el pasado han participado en nuestros seminarios. Muchos de ellos ya están en la presencia del Señor y, ciertamente, en su luz ven con mayor claridad las verdades que nosotros debemos descubrir en la semioscuridad de las investigaciones y de las discusiones. Los encomiendo a Dios a todos ellos, al igual que a vosotros aquí presentes. Ojalá nos una el sentido de la responsabilidad cristiana con respecto al futuro de la cultura. Este sentido nos permite crear una gran armonía de vida que señala a Cristo como fuente de todo bien. A él os encomiendo a todos vosotros, a todos vuestros seres queridos y vuestros programas para el futuro.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS CLARISAS CON OCASIÓN DEL 750° ANIVERSARIO


DE LA MUERTE DE SANTA CLARA DE ASÍS




Amadísimas hermanas:

1. El 11 de agosto de 1253 concluía su peregrinación terrena santa Clara de Asís, discípula de san Francisco y fundadora de vuestra Orden, llamada Hermanas Pobres o Clarisas, que hoy, en sus diversas ramas, cuenta con aproximadamente novecientos monasterios esparcidos por los cinco continentes. A setecientos cincuenta años de su muerte, el recuerdo de esta gran santa sigue estando muy vivo en el corazón de los fieles; por eso, en esta circunstancia, me complace particularmente enviar a vuestra familia religiosa un cordial pensamiento y un afectuoso saludo.
En una celebración jubilar tan significativa, santa Clara exhorta a todos a comprender cada vez más profundamente el valor de la vocación, que es un don de Dios que ha de hacerse fructificar. A este propósito, escribió en su Testamento: "Entre tantos beneficios como hemos recibido y estamos recibiendo cada día de la liberalidad de nuestro Padre de las misericordias, por los cuales debemos mayormente rendir acciones de gracias al mismo Señor de la gloria, uno de los mayores es el de nuestra vocación; y cuanto esta es más grande y más perfecta, tanto más deudoras le somos. Por lo cual dice el Apóstol: Reconoce tu vocación" (2-4).

2. Santa Clara, nacida en Asís en torno a los años 1193-1194, en el seno de la noble familia de Favarone de Offreduccio, recibió, sobre todo de su madre Ortolana, una sólida educación cristiana. Iluminada por la gracia divina, se dejó atraer por la nueva forma de vida evangélica iniciada por san Francisco y sus compañeros, y decidió, a su vez, emprender un seguimiento más radical de Cristo. Dejó su casa paterna en la noche entre el domingo de Ramos y el Lunes santo de 1211 (ó 1212) y, por consejo del mismo santo, se dirigió a la iglesita de la Porciúncula, cuna de la experiencia franciscana, donde, ante el altar de Santa María, se desprendió de todas sus riquezas, para vestir el hábito pobre de penitencia en forma de cruz.

Después de un breve período de búsqueda, llegó al pequeño monasterio de San Damián, a donde la siguió también su hermana menor, Inés. Allí se le unieron otras compañeras, deseosas de encarnar el Evangelio en una dimensión contemplativa. Ante la determinación con la que la nueva comunidad monástica seguía las huellas de Cristo, considerando que la pobreza, el esfuerzo, la tribulación, la humillación y el desprecio del mundo eran motivo de gran alegría espiritual, san Francisco se sintió movido por afecto paterno y les escribió: "Ya que, por inspiración divina, os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir conforme a la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, diligente cuidado y especial solicitud de vosotras no menos que de ellos" (Regla de santa Clara, cap. VI, 3-4).

3. Santa Clara insertó estas palabras en el capítulo central de su Regla, reconociendo en ellas no sólo una de las enseñanzas recibidas del santo, sino también el núcleo fundamental de su carisma, que se delinea en el contexto trinitario y mariano del evangelio de la Anunciación. En efecto, san Francisco veía la vocación de las Hermanas Pobres a la luz de la Virgen María, la humilde esclava del Señor que, al concebir por obra del Espíritu Santo, se convirtió en la Madre de Dios. La humilde esclava del Señor es el prototipo de la Iglesia, virgen, esposa y madre.

Santa Clara percibía su vocación como una llamada a vivir siguiendo el ejemplo de María, que ofreció su virginidad a la acción del Espíritu Santo para convertirse en Madre de Cristo y de su Cuerpo místico. Se sentía estrechamente asociada a la Madre del Señor y, por eso, exhortaba así a santa Inés de Praga, princesa bohemia que se había hecho clarisa: "Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claustro de su santo vientre y lo llevó en su seno virginal" (Carta tercera a Inés de Praga, 18-19).

221 La figura de María acompañó el camino vocacional de la santa de Asís hasta el final de su vida. Según un significativo testimonio dado durante su proceso de canonización, en el momento en que Clara estaba a punto de morir, la Virgen se acercó a su lecho e inclinó la cabeza sobre ella, cuya vida había sido una radiante imagen de la suya.

4. Sólo la opción exclusiva por Cristo crucificado, que realizó con ardiente amor, explica la decisión con la que santa Clara se adentró en el camino de la "altísima pobreza", expresión que encierra en su significado la experiencia de desprendimiento vivida por el Hijo de Dios en la Encarnación. Al llamarla "altísima", santa Clara quería expresar en cierto modo el anonadamiento del Hijo de Dios, que la llenaba de asombro: "Tal y tan gran Señor -escribió-, descendiendo al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo hecho despreciable, indigente y pobre, a fin de que los hombres, que eran pobrísimos e indigentes, y sufrían el hambre del alimento celestial, llegaran a ser ricos, mediante la posesión del reino de los cielos" (Carta primera a Inés de Praga, 19-20). Percibía esta pobreza en toda la experiencia terrena de Jesús, desde Belén hasta el Calvario, donde el Señor "desnudo permaneció en el patíbulo" (Testamento de santa Clara, 45).

Seguir al Hijo de Dios, que se ha hecho nuestro camino, representaba para ella no desear más que sumergirse con Cristo en la experiencia de una humildad y de una pobreza radicales, que implicaban todos los aspectos de la experiencia humana, hasta el desprendimiento de la cruz. La opción por la pobreza era para santa Clara una exigencia de fidelidad al Evangelio, hasta el punto de que la impulsó a pedir al Papa un "privilegio de pobreza", como prerrogativa de la forma de vida monástica iniciada por ella. Insertó este "privilegio", defendido tenazmente durante toda su vida, en la Regla que recibió la confirmación papal en la antevíspera de su muerte, con la bula Solet annuere, del 9 de agosto de 1253, hace 750 años.

5. La mirada de santa Clara permaneció hasta el final fija en el Hijo de Dios, cuyos misterios contemplaba sin cesar. Tenía la mirada amante de la esposa, llena del deseo de una comunión cada vez más plena. En particular, se entregaba a la meditación de la Pasión, contemplando el misterio de Cristo, que desde lo alto de la cruz la llamaba y la atraía. Escribió: "¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! No hay sino responder, con una sola voz y un solo espíritu, a su clamor y gemido: No se apartará de mí tu recuerdo y dentro de mí se derretirá mi alma" (Carta cuarta a Inés de Praga, 25-26). Y exhortaba: "Déjate abrasar, por lo tanto, ...cada vez con mayor fuerza por este ardor de caridad... y grita con todo el ardor de tu deseo y de amor: Llévame en pos de ti, Esposo celestial" (ib., 27-29).

Esta comunión plena con el misterio de Cristo la introdujo en la experiencia de la inhabitación trinitaria, en la que el alma toma cada vez mayor conciencia de que Dios mora en ella: "Mientras los cielos, con todas las otras cosas creadas, no pueden contener a su Creador, en cambio el alma fiel, y sólo ella, es su morada y su trono, y ello solamente por efecto de la caridad, de la que carecen los impíos" (Carta tercera a Inés de Praga, 22-23).

6. La comunidad reunida en San Damián, guiada por santa Clara, eligió vivir según la forma del santo Evangelio en una dimensión contemplativa claustral, que se distinguía como un "vivir comunitariamente en unidad de espíritus" (Regla de santa Clara, Prólogo, 5), según un "modo de santa unidad" (ib., 16). La particular comprensión que tuvo santa Clara del valor de la unidad en la fraternidad parece referirse a una madura experiencia contemplativa del Misterio trinitario. En efecto, la auténtica contemplación no se aísla en el individualismo, sino que realiza la verdad de ser uno en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Santa Clara no sólo organizó en su Regla la vida fraterna en torno a los valores del servicio recíproco, de la participación y de la comunión, sino que también se preocupó de que la comunidad estuviera sólidamente edificada sobre "la unión del mutuo amor y de la paz" (cap. IV, 22), y también de que las hermanas fueran "solícitas siempre en guardar unas con otras la unidad del amor recíproco, que es vínculo de perfección" (cap. X, 7).

En efecto, estaba convencida de que el amor mutuo edifica la comunidad y produce un crecimiento en la vocación; por eso, en su Testamento exhortaba: "Y amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, manifestad externamente, con vuestras obras, el amor que os tenéis internamente, a fin de que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan continuamente en el amor de Dios y en la recíproca caridad" (59-60).

7. Santa Clara percibió este valor de la unidad también en su dimensión más amplia. Por eso, quiso que la comunidad claustral se insertara plenamente en la Iglesia y se arraigara sólidamente en ella con el vínculo de la obediencia y la sumisión filial (cf. Regla, cap. I, XII). Era muy consciente de que la vida de las monjas de clausura debía ser espejo para las demás hermanas llamadas a seguir la misma vocación, así como testimonio luminoso para cuantos vivían en el mundo.

Los cuarenta años que vivió dentro del pequeño monasterio de San Damián no redujeron los horizontes de su corazón, sino que dilataron su fe en la presencia de Dios, que realiza la salvación en la historia. Son conocidos los dos episodios en los que, con la fuerza de su fe en la Eucaristía y con la humildad de la oración, santa Clara obtuvo la liberación de la ciudad de Asís y del monasterio del peligro de una inminente destrucción.

8. No podemos dejar de destacar que a 750 años de la confirmación pontificia, la Regla de santa Clara conserva intacta su fascinación espiritual y su riqueza teológica. La perfecta consonancia de valores humanos y cristianos, y la sabia armonía de ardor contemplativo y de rigor evangélico, la confirman para vosotras, queridas clarisas del tercer milenio, como un camino real que es preciso seguir sin componendas o concesiones al espíritu del mundo.

A cada una de vosotras santa Clara dirige las palabras que dejó a Inés de Praga: "¡Dichosa tú, a quien se concede gozar de este sagrado convite, para poder unirte con todas las fibras de tu corazón a Aquel, cuya belleza es la admiración incansable de los escuadrones bienaventurados del cielo" (Carta cuarta a Inés de Praga, 9-10).

222 Este centenario os brinda la oportunidad de reflexionar en el carisma típico de vuestra vocación de clarisas. Un carisma que se caracteriza, en primer lugar, por ser una llamada a vivir según la perfección del santo Evangelio, con una clara referencia a Cristo, como único y verdadero programa de vida. ¿No es este un desafío para los hombres y las mujeres de hoy? Es una propuesta alternativa a la insatisfacción y a la superficialidad del mundo contemporáneo, que a menudo parece haber perdido su identidad, porque ya no percibe que ha sido creado por el amor de Dios y que él lo espera en la comunión sin fin.

Vosotras, queridas clarisas, realizáis el seguimiento del Señor en una dimensión esponsal, renovando el misterio de virginidad fecunda de la Virgen María, Esposa del Espíritu Santo, la mujer perfecta. Ojalá que la presencia de vuestros monasterios totalmente dedicados a la vida contemplativa sea también hoy "memoria del corazón esponsal de la Iglesia" (Verbi Sponsa, 1), llena del ardiente deseo del Espíritu, que implora incesantemente la venida de Cristo Esposo (cf. Ap
Ap 22,17).

Ante la necesidad de un renovado compromiso de santidad, santa Clara da también un ejemplo de la pedagogía de la santidad que, alimentándose de una oración incesante, lleva a convertirse en contempladores del rostro de Dios, abriendo de par en par el corazón al Espíritu del Señor, que transforma toda la persona, la mente, el corazón y las acciones, según las exigencias del Evangelio.
9. Mi deseo más vivo, avalado por la oración, es que vuestros monasterios sigan presentando a la generalizada exigencia de espiritualidad y oración del mundo actual la propuesta exigente de una plena y auténtica experiencia de Dios, uno y trino, que se convierta en irradiación de su presencia de amor y salvación.

Que os ayude María, la Virgen de la escucha. Que intercedan por vosotras santa Clara y las santas y beatas de vuestra Orden.

Os aseguro un recuerdo cordial por vosotras, queridas hermanas, y por cuantos comparten con vosotras la gracia de este significativo acontecimiento jubilar, y a todos imparto de corazón una especial bendición apostólica.

Vaticano, 9 de agosto de 2003






A DIFERENTES GRUPOS DE PEREGRINOS


Castelgandolfo, sábado 23 de agosto de 2003

. 1. Os doy la bienvenida a todos vosotros, queridos peregrinos con los que tengo la alegría de encontrarme hoy.

Saludo, en particular, a los fieles de la parroquia de la Natividad de la santísima Virgen, en Miane, diócesis de Vittorio Véneto. Queridos hermanos, al pensar en vuestra hermosa tierra me viene a la memoria el recuerdo de mi venerado predecesor Juan Pablo I, que amaba la parroquia de Miane, y también yo estoy unido a vuestra comunidad por un profundo afecto. ¡Gracias por esta visita!

Habéis traído con vosotros la estatua de Nuestra Señora del Carmen, con las coronas para la Virgen y para el Niño, que bendigo de buen grado. Deseo expresaros mi aprecio por vuestra iniciativa de rezar el rosario durante este año dedicado a él: os animo a todos -familias, jóvenes y ancianos- a contemplar asiduamente con María el rostro de Cristo, para ser siempre sus discípulos y testigos fieles.

223 Saludo también al grupo del Movimiento juvenil salesiano del Trivéneto.Vuestra presencia, queridos jóvenes, me brinda la ocasión de recordar, una vez más, la actualidad del carisma y del mensaje de don Bosco, especialmente para las nuevas generaciones. En efecto, el espíritu salesiano ayuda a los jóvenes a comprender que el Evangelio es fuente inagotable de vida y alegría. Vivid también vosotros esta estupenda realidad: siguiendo la enseñanza de don Bosco, sed siempre alegres, generosos y valientes al combatir el mal con el bien, artífices de esperanza y de paz en todos los ambientes de la vida.

Saludo con afecto al comandante y a los carabineros de la Compañía de Castelgandolfo, que durante todo el año prestan generosamente su servicio en las Villas pontificias.

Me complace, asimismo, saludar a la delegación de la pastoral juvenil de la Conferencia episcopal italiana, que en estos días va en peregrinación a la Cruz de Adamello. ¡Gracias por vuestra generosidad!

2. Saludo con afecto a monseñor Jaime Traserra, obispo de Solsona, y a los sacerdotes y jóvenes que peregrináis desde Roma hasta Asís. Queridos jóvenes: ¡no tengáis miedo! Dejaos guiar por el Espíritu en el camino de discernimiento vocacional. Sé que en vuestros corazones hay un profundo deseo de servir generosamente al Señor y a los hermanos. Que os acompañe siempre el amor a la Virgen María y mi cordial bendición.

3. Dirijamos ahora nuestra mirada a la Virgen santísima, a la que ayer veneramos con el hermoso título de "Reina". Que María, la "esclava del Señor", nos haga cada vez más conscientes de que el verdadero modo de reinar es servir.Y nos obtenga también prestar con alegría nuestro servicio a Dios y al prójimo. Con este deseo, os agradezco nuevamente vuestra visita y os bendigo a todos de corazón.

Saludo cordialmente a los peregrinos de Katowice, de la parroquia de la catedral de Cristo rey.
Sé que habéis venido con ocasión del 25° aniversario de mi pontificado. Os agradezco el recuerdo y la benevolencia. Y yo recordaré que un día en este cuarto de siglo el Papa visitó vuestra catedral. Tengo presente aquel encuentro con los enfermos y los inválidos del trabajo, que tuvo lugar hace veinte años. Recuerdo también el encuentro con los habitantes de Silesia en la explanada del aeropuerto. Juntamente con vosotros doy gracias a Dios por esos encuentros y por todos los frutos que han producido. Y pido por Silesia, porque conozco cuántos problemas afligen a esa región y cuántas personas sufren por falta de trabajo y de pan. Espero que con la ayuda de Dios se logre pronto salir al encuentro de las necesidades de los hombres que afrontan un duro trabajo.

Os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos. Que Dios os dé su alegría.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II,


FIRMADO POR EL CARDENAL ANGELO SODANO,


A LOS PARTICIPANTES EN EL "MEETING" DE RÍMINI


A su Excelencia reverendísima
Mons. MARIANO DE NICOLÒ
Obispo de Rímini
224 Excelencia reverendísima:

El Santo Padre desea enviarle, también este año, a usted, a los organizadores y a cuantos participan en el "Meeting" para la amistad entre los pueblos, su cordial saludo.

1. El tema elegido para la edición de 2003 es una expresión tomada del salmo 33: "¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?". Se trata de una pregunta que induce a reflexionar.
El hombre pasa largos períodos de su existencia casi insensible a la llamada de la verdadera felicidad, llamada que, sin embargo, alberga en su conciencia; está como "distraído" a causa de las múltiples relaciones con la realidad, y al parecer su oído interior no sabe reaccionar.

Vienen a la memoria las palabras de Isaías: "No hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse a ti. Pues encubriste tu rostro de nosotros, y nos dejaste a merced de nuestras culpas" (
Is 64,6). El profeta pone de manifiesto la raíz del malestar suscitado por la pregunta del salmo, y prosigue: "Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: "Aquí estoy, aquí estoy " a gente que no invocaba mi nombre" (Is 65,1).

Estas palabras del profeta Isaías son, tal vez, el mejor contrapunto al tema del "Meeting": Dios interviene, sacude al hombre encerrado en sí mismo, ofuscado por su misma iniquidad; se le presenta, tratando repetidamente de atraer su atención. La insistencia de Dios, que se manifiesta con amor a un hijo cuya vida va a la deriva, constituye un misterio conmovedor de misericordia y de gratuidad.

2. El mundo que la humanidad ha construido, sobre todo en los siglos más cercanos a nosotros, tiende con frecuencia a oscurecer en las personas el deseo natural de felicidad, aumentando la "distracción" en la que ya corren el riesgo de caer a causa de su debilidad intrínseca. La sociedad actual privilegia un tipo de deseo controlable según leyes psicológicas y sociológicas y, por tanto, a menudo utilizable con fines de lucro o de gestión del consenso. Una pluralidad de deseos ha sustituido el anhelo que Dios ha puesto en la persona como estímulo, para que lo busque a él y sólo en él encuentre plena realización y paz. Los deseos parciales, orientados con poderosos medios capaces de influir en las conciencias, se transforman en fuerzas centrífugas, que impulsan al ser humano cada vez más lejos de sí mismo y hacen que se sienta insatisfecho y, a veces, incluso violento.

El "Meeting" de Rímini 2003 vuelve a proponer un tema de perenne actualidad: la criatura humana, que está animada por este deseo de plenitud infinita, no se puede reducir jamás a un medio para lograr una finalidad, cualquiera que esta sea. La huella de Dios, que en ella toma la forma de añoranza de la felicidad, le impide por su misma naturaleza ser instrumentalizada.

3. Así pues, el malestar ante la pregunta del salmo 33 se debe a que el hombre a menudo no encuentra la fuerza para decir: "¡Yo! Yo soy un hombre que ama la vida y desea días de prosperidad". El tema del "Meeting" recuerda la necesidad de su rescate: debe recuperar la energía y la valentía para ponerse delante de Dios y responder al "Heme aquí, heme aquí" del Señor, diciendo -aunque sea con voz débil, eco de esa misma llamada-: "Heme aquí, también yo estoy aquí. Te invoco, ahora que me has encontrado".

Esta respuesta al Dios que grita hasta vencer nuestra sordera describe la toma de conciencia, llena de emoción, a la que la persona llega en el centro más íntimo de sí misma. Esto sucede precisamente en el momento en que la llamada de Dios logra disipar las nubes que envolvían la conciencia. Sólo esta respuesta: "Heme aquí", devuelve al hombre su rostro verdadero, y constituye el inicio de su rescate.

Pero la persona debe ser sostenida por una educación adecuada, que tienda, como fin propio, a favorecer en ella el despertar de la conciencia de su destino, suscitando en su corazón las energías necesarias para conseguirlo. Por eso, la educación no se dirige nunca a la masa, sino a cada persona en su fisonomía única e irrepetible. Esto presupone un amor sincero a la libertad del hombre y un compromiso incansable con su defensa.

225 4. Con el tema de este año, el "Meeting" recuerda además a los pueblos de Europa, que parecen vacilar bajo el peso de su historia, dónde hunden sus raíces. Al proponer de nuevo la pregunta del salmo, la manifestación de Rímini evoca con fuerza la gran figura de san Benito en el acto de acoger a quien solicitaba entrar en el monasterio (cf. Regla, Prólogo 15).

Su Regla ha representado, además de un camino de perfección cristiana, un inigualable instrumento de civilización, de unidad y de libertad. Durante siglos a menudo marcados por la confusión y la violencia, permitió edificar baluartes, gracias a los cuales hombres y mujeres de épocas diversas llegaron a la plena realización de su dignidad. El futuro se construye recomenzando desde los orígenes de Europa y aprovechando el tesoro de las experiencias pasadas, en gran parte marcadas por el encuentro con Cristo.

Su Santidad, a la vez que desea que el "Meeting" sea ocasión de auténtico crecimiento cultural y espiritual, asegura su oración y envía de corazón una especial bendición apostólica a cuantos participen en las diferentes manifestaciones programadas.

También yo expreso mi deseo de pleno éxito para esa noble iniciativa, y de buen grado me confirmo afectísimo en el Señor.

Card. Angelo SODANO

Secretario de Estado





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS RELIGIOSAS URSULINAS DE MARÍA INMACULADA


CON OCASIÓN DE SU CAPÍTULO GENERAL




Queridas religiosas Ursulinas de María Inmaculada:

1. Me alegra dirigir un afectuoso saludo a la superiora general y a las religiosas que se han reunido en Roma para el capítulo general de vuestro benemérito instituto. Además, deseo abrazar a todas vuestras hermanas que realizan su apostolado en Italia, en la India, en Brasil y en el continente africano. Les envío un cordial saludo, avalado por la seguridad de un recuerdo especial en la oración, para que cada Ursulina de María Inmaculada siga, con alegría y fidelidad, a Cristo pobre, casto y obediente, y se dedique totalmente al servicio de los hermanos.

La asamblea capitular representa una ocasión privilegiada de oración, reflexión y discernimiento para establecer juntas las líneas directrices más adecuadas para el futuro de la congregación. Es un tiempo provechoso para renovar el compromiso de una respuesta generosa, personal y comunitaria, a la llamada de Dios.

El tema del capítulo resulta particularmente estimulante y actual: "Las Ursulinas de María Inmaculada se confrontan con los desafíos de un mundo en continua evolución y, renovadas, se entregan a la misión de la Iglesia". Se trata de una llamada a vivir vuestra misión en plena sintonía con la Iglesia, manteniéndoos firmemente unidas a Cristo y dispuestas a responder con valentía a los desafíos del tercer milenio.

Queridas hermanas, sed conscientes de que, como afirma una reciente instrucción de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, "a imitación de Cristo, aquellos a quienes Dios llama para que lo sigan son consagrados y enviados al mundo para continuar su misión. Más aún, la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo, se hace misión" (Caminar desde Cristo, 9).


Discursos 2003 218