Discursos 2003 253

253 Queridos hermanos en el Señor, que Dios os ilumine durante estos días de deliberaciones y os sostenga en el camino de santidad y servicio a su Iglesia. Invocando la intercesión de la santísima Virgen, Reina del rosario, os acompaño con mi recuerdo y mis oraciones, y os imparto cordialmente a vosotros, miembros del capítulo general, y a todos los Canónigos Regulares Premonstratenses, mi bendición apostólica.











                                                                              Octubre de 2003




A LOS PADRES CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN


DEL SANTÍSIMO REDENTOR (REDENTORISTAS)


Viernes 3 de octubre de 2003



Reverendo padre Joseph Tobin,
superior general de la Congregación del Santísimo Redentor:

1. El capítulo general que el instituto está celebrando me brinda la grata oportunidad de dirigirle a usted y a los delegados, así como a todos los hermanos, mi cordial saludo. Uno de buen grado mi afectuosa felicitación, querido padre, por su confirmación como superior general, y expreso mis mejores deseos de un fructuoso trabajo tanto para usted como para el nuevo consejo general. Durante estos días de intensa oración y de reflexión común, queréis acumular energías para dar nuevo impulso al anuncio de la "copiosa redemptio" a los pobres, que constituye el núcleo central del carisma de la Congregación del Santísimo Redentor. En efecto, el hilo conductor del capítulo general es la reflexión sobre "dar la vida para la redención abundante". Que el Espíritu Santo conceda a cada uno la sabiduría de corazón y el celo profético que son indispensables para asegurar a vuestra familia religiosa un impulso misionero más vigoroso.

En esta importante ocasión, me agrada asimismo proseguir, con vuestra congregación, un diálogo que, durante los años pasados, ha tenido momentos de particular intensidad. En la carta apostólica Spiritus Domini, con motivo del segundo centenario de la muerte de san Alfonso (1987), reafirmé la actualidad del mensaje moral y pastoral del patrono de los confesores y de los moralistas, "maestro de sabiduría en su tiempo", que "con el ejemplo de su vida y con sus enseñanzas, continúa iluminando, mediante la luz reflejada de Cristo, luz de las gentes, el camino del pueblo de Dios" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de agosto de 1987, p. 1).

Diez años después, con ocasión del tercer centenario de su nacimiento, escribí: "Es preciso anunciar con fuerza la plenitud de sentido que Cristo da a la vida del hombre, el fundamento inquebrantable que ofrece a los valores y la esperanza nueva que introduce en nuestra historia. Es una predicación que es necesario encarnar en los desafíos concretos que la humanidad afronta hoy y de los que depende su futuro. Sólo así podrá hacerse realidad la civilización del amor tan anhelada por todos" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de octubre de 1996, p. 9).

2. En el capítulo general examinaréis la situación de vuestro instituto que, al igual que otros, está atravesando en algunas partes del mundo una fase de estimulante recuperación, mientras que en otras registra signos de crisis y cansancio. Por ejemplo, en algunos países florecen las vocaciones, pero en otros escasean de modo tan preocupante, que corre peligro el futuro mismo de vuestra presencia en esas regiones. Si la tentación de conformarse a estilos de vida, hoy culturalmente dominantes, hiciera brecha en vuestras comunidades, se correría el riesgo de debilitar el espíritu religioso y el impulso evangelizador. Igualmente, limitarse con resignación a formas pastorales que ya no proporcionan respuestas adecuadas a la necesidad de redención de los hombres de hoy, podría frenar el anhelado despertar misionero de toda vuestra familia religiosa.

Por tanto, ¡cuán oportuno es el discernimiento que, escrutando proféticamente los signos de los tiempos, queréis realizar a la luz de la palabra de Dios! Estoy seguro de que el capítulo general dará un impulso más fuerte a la obra de renovación que habéis emprendido, descubriendo prioridades y valientes opciones apostólicas, e implicando a todos los hermanos en los consiguientes compromisos de generosa aplicación. Sin la aportación de todos, es difícil realizar la renovación espiritual tan deseada.

Amadísimos redentoristas, dejaos guiar por el Espíritu del Señor crucificado y resucitado. Os repito aquí a vosotros lo que escribí para todo el pueblo de Dios en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, debemos tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos" (n. 58).

254 3. ¡Caminad con esperanza! Como vuestro fundador, esforzaos por mantener fija vuestra mirada en el Redentor y dejaos guiar por María, Madre suya y nuestra. Sólo así podréis ser "colaboradores, socios y ministros de Jesucristo en la gran obra de la redención" (Constituciones y Estatutos de la Congregación del Santísimo Redentor, Roma 2001, n. 2).

Estáis llamados a participar "en la misión de la Iglesia", uniendo la vida de especial dedicación a Dios y la actividad misionera, a ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo al predicar a los pobres la palabra divina, como ya dijo de sí mismo: "Evangelizare pauperibus misit me" (ib., n. 1). Para llevar a cabo este especial servicio misionero, es preciso ante todo que cultivéis una intensa oración personal y comunitaria.

La gente con la que os encontráis debe veros como "hombres de Dios" y, en el contacto con vosotros, experimentar el amor misericordioso del Padre celestial, que no dudó en entregar a su mismo Hijo unigénito (cf.
1Jn 4,9-10) para la salvación de la humanidad. Debe percibir en vosotros la actitud interior de Jesús, buen Pastor, siempre en busca de la oveja perdida y dispuesto a festejar cuando la encuentra (cf. Lc Lc 15,3-7).

4. Las Constituciones de vuestro instituto os invitan a descubrir las urgencias pastorales del momento, teniendo en cuenta que vuestro ministerio, más que por algunas formas específicas de actividad, se caracteriza por un servicio de amor a los hombres y a los grupos más abandonados y pobres a causa de su condición espiritual y social.

Realizad este apostolado con una "fidelidad creativa", que conserve el espíritu de los orígenes, volviendo a proponer la iniciativa, la creatividad y la santidad de vuestro fundador como respuesta a los signos de los tiempos que aparecen en el mundo de hoy (cf. Vita consecrata VC 37).
En efecto, también en nuestros días, por múltiples causas, muchos se hallan alejados de Cristo y de la Iglesia, y no pocos esperan un primer anuncio del Evangelio. Estimulados por el ejemplo de san Alfonso, y de otros santos y beatos de vuestro instituto, no dudéis en salir a su encuentro, para presentarles el Evangelio con un lenguaje adaptado a las diversas situaciones personales y ambientales.

5. Siguiendo el ejemplo de vuestro fundador, sed maestros de vida evangélica y, utilizando el estilo popular que caracteriza vuestras metodologías pastorales, recordad a todos los bautizados su llamada a la santidad, ""alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (Novo millennio ineunte NM 31).
San Alfonso María de Ligorio se esforzó por acrecentar en el pueblo cristiano esta conciencia: "Es un gran error -escribió- lo que dicen algunos: Dios no quiere que todos sean santos. No, dice san Pablo: Haec est... voluntas Dei, sanctificatio vestra (1Th 4,3). Dios quiere que todos sean santos, y cada uno en su estado" (Pratica di amar Gesú Cristo, en: Opere Ascetiche, vol. 1, Roma 1933, p. 79).

Que la búsqueda de la santidad esté en la base de toda programación pastoral, y que vuestras comunidades se presenten como "oasis" de misericordia y acogida, escuelas de intensa oración que, sin embargo, no aleje del compromiso con la historia (cf. Novo millennio ineunte NM 33).
Los caminos de la santidad son personales, y exigen una verdadera pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona (cf. ib., 31). La sociedad compleja, en la que vivimos, acrecienta aún más la importancia de este servicio apostólico, comenzando por los jóvenes, que a menudo se encuentran con propuestas de vida contradictorias. Compartid vuestro carisma con los laicos, para que también ellos estén dispuestos a "dar la vida para la redención abundante". Así vuestra acción apostólica será "servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia" (ib., 51).

6. Si anunciáis con alegría y coherencia de vida la "copiosa redemptio", suscitaréis o corroboraréis la esperanza evangélica en el corazón de muchas personas, especialmente entre quienes más la necesitan, por estar marcados por el pecado y sus nefastas consecuencias. Deseo de corazón que la asamblea capitular elabore directrices útiles para una eficaz programación apostólica que responda a las expectativas y a los desafíos de nuestro tiempo.

255 Que os sostengan en esta misión María, Madre del perpetuo socorro, vuestro santo fundador y todos los santos y beatos de vuestra familia espiritual.

A la vez que aseguro un recuerdo constante ante el altar, le imparto de corazón a usted, reverendo padre, a los padres capitulares y a toda la Congregación del Santísimo Redentor, una especial bendición.








DURANTE LA VISITA DE SU GRACIA ROWAN WILLIAMS,


ARZOBISPO DE CANTERBURY


Sábado 4 de octubre de 2003



Su Gracia reverendísima Rowan Williams, arzobispo de Canterbury:

Me complace darle la bienvenida aquí, en su primera visita a la Sede apostólica como arzobispo de Canterbury. Usted continúa una tradición que comenzó precisamente antes del concilio Vaticano II con la visita del arzobispo Geoffrey Fisher, y es el cuarto arzobispo de Canterbury que he tenido el gusto de recibir durante mi pontificado. Conservo un vivo recuerdo de mi visita a Canterbury en 1982, y la conmovedora experiencia de orar ante la tumba de santo Tomás Becket juntamente con el arzobispo Robert Runcie.

Los cuatro siglos que han seguido a la triste división entre nosotros, durante los cuales ha habido pocos contactos -o ninguno- entre nuestros predecesores, ha dado paso a una serie de encuentros, llenos de gracia, entre el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Arzobispo de Canterbury. Esos encuentros han tratado de renovar los vínculos entre la Sede de Canterbury y la Sede apostólica, que tienen sus orígenes en el envío, por parte del Papa Gregorio Magno, de san Agustín, el primer arzobispo de Canterbury, a los reinos anglosajones a finales del siglo VI. En nuestros días, esos encuentros también han dado expresión a nuestra anticipación de la comunión plena que el Espíritu Santo desea para nosotros y nos pide.

A la vez que damos gracias por los progresos logrados hasta ahora, también debemos reconocer que han surgido nuevas y serias dificultades en el camino hacia la unidad. Estas dificultades no son todas de índole meramente disciplinaria; algunas afectan a cuestiones esenciales de fe y de moral. A la luz de esto, debemos reafirmar nuestro compromiso de escuchar con atención y honradez la voz de Cristo tal como nos viene del Evangelio y de la tradición apostólica de la Iglesia. Ante el creciente secularismo del mundo actual, la Iglesia debe asegurar que el depósito de la fe se anuncie en su integridad y se preserve de interpretaciones erróneas y equivocadas.

Cuando empezó nuestro diálogo teológico, nuestros predecesores el Papa Pablo VI y el arzobispo Michael Ramsey no podían conocer la ruta exacta o la duración del camino hacia la comunión plena, pero sabían que requeriría paciencia y perseverancia, y que vendría sólo como un don del Espíritu Santo. El diálogo que iniciaron debía "fundarse en los evangelios y en las antiguas tradiciones comunes"; debía asociarse a la promoción de una colaboración que pudiera "llevar a una mayor comprensión y a una caridad más profunda"; y se expresó la esperanza de que, con el progreso hacia la unidad, pudiera haber "un fortalecimiento de la paz en el mundo, una paz que sólo puede conceder Aquel que da "la paz que supera todo conocimiento"" (Declaración común, 1966).

Debemos perseverar construyendo sobre la obra ya realizada por la Comisión internacional anglicano-católica (ARCIC) y sobre las iniciativas de la Comisión conjunta para la unidad y la misión (IARCCUM), instituida recientemente. El mundo necesita el testimonio de nuestra unidad, arraigado en nuestro amor común y en la obediencia a Cristo y a su Evangelio. La fidelidad a Cristo nos apremia a seguir buscando la plena unidad visible y a encontrar modos apropiados de comprometernos, siempre que sea posible, en el testimonio y en la misión comunes.

Me anima el hecho de que haya deseado hacerme una visita ya al inicio de su ministerio como arzobispo de Canterbury. Compartimos el deseo de profundizar en nuestra comunión. Pido al Señor una renovada efusión del Espíritu Santo sobre usted y sobre sus seres queridos, sobre las personas que lo han acompañado aquí, y sobre todos los miembros de la Comunión anglicana. Que Dios lo proteja, que vele siempre sobre usted y que lo guíe en el ejercicio de sus elevadas responsabilidades. En esta fiesta de san Francisco de Asís, apóstol de paz y reconciliación, oremos juntos para que el Señor nos haga instrumentos de su paz. Donde hay ofensa, llevemos perdón; donde hay odio, sembremos amor; y donde hay desesperación, busquemos humildemente la unidad que infunde esperanza.










A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO


EN LA CANONIZACIÓN DE 3 BEATOS


Lunes 6 de octubre de 2003

256 Venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros al día siguiente de la canonización de tres luminosos testigos del compromiso misionero, particularmente queridos por vosotros: san Daniel Comboni, san sant’Arnoldo Janssen y san José Freinademetz. Son tres "campeones" de la evangelización.

Os dirijo mi cordial saludo y os agradezco vuestra presencia.

2. Os saludo a todos vosotros, queridos Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, que proseguís la acción apostólica de san Daniel Comboni. Él es considerado con razón uno de los promotores del movimiento misionero, que vivió un florecimiento extraordinario en la Iglesia del siglo XIX. En particular, saludo al superior general recientemente elegido, padre Teresino Serra, y a los religiosos participantes en el capítulo general. Quiera Dios que las reflexiones y las indicaciones surgidas de la asamblea capitular den un nuevo impulso misionero a vuestro instituto.

Os saludo también a vosotras, queridas religiosas Misioneras Combonianas Pías Madres de la Nigricia, y a vosotros, queridas Misioneras Combonianas seglares y queridos Misioneros Combonianos laicos, que os inspiráis en el carisma de san Daniel Comboni.

Que Dios haga fecundas todas vuestras iniciativas, orientadas siempre a difundir el evangelio de la esperanza y que bendiga también los esfuerzos que realizáis en el ámbito de la promoción humana, especialmente en favor de la juventud. A este respecto, deseo vivamente que se reanude y se lleve a término el proyecto de fundar una universidad católica en Sudán, tierra tan querida por Comboni. Estoy seguro de que una institución cultural tan importante prestará un cualificado servicio a toda la sociedad sudanesa.

3. Me dirijo ahora a vosotros, queridos peregrinos que habéis venido para honrar a san Arnoldo Janssen y a san José Freinademetz. Con especial afecto os saludo a vosotros, queridos miembros de las tres congregaciones de la familia religiosa verbita, y a vuestros respectivos superiores generales: padre Antonio Pernia, sor Agada Brand y sor Mary Cecilia Hocbo.

Arnoldo Janssen fue un ardiente animador de la misión eclesial en Europa central. Dio prueba de valentía abriendo una casa misionera en Steyl, en los Países Bajos, cuando la Iglesia pasaba momentos difíciles a causa del así llamado Kulturkampf. Al recorrer caminos nuevos e inexplorados para difundir el Evangelio, supo atraer en torno a sí a muchos colaboradores -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- que ahora prosiguen su obra apostólica.

4. Deseo dirigiros ahora un especial saludo a vosotros, queridos familiares y peregrinos procedentes de la diócesis de Bozen-Brixen, Bolzano-Bressanone y, en particular, al grupo de lengua ladina. Os saludo con afecto, queridos peregrinos ladinos. Que san José Freinademetz sea para vosotros un ejemplo de fidelidad a Cristo y a su Evangelio. La Providencia, mediante la Sociedad del Verbo Divino, lo envió a China, donde permaneció hasta la muerte.

"Toda tu vida para tus queridos chinos", es el programa que redactó el día de su profesión perpetua. Y, con la ayuda de Dios, se mantuvo siempre fiel a ese programa. Se hizo chino con los chinos, asumiendo su mentalidad, sus usos y sus costumbres. Alimentó sincera estima y afecto por ese querido pueblo, hasta el punto de afirmar: "También en el cielo quisiera ser chino". Que desde el paraíso siga velando sobre aquella nación y sobre todo el continente asiático.

257 5. Amadísimos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por haber donado a la Iglesia a san Daniel Comboni, san Arnoldo Janssen y san José Freinademetz. Que su ejemplo y su intercesión nos animen a responder con generosidad a nuestra vocación cristiana.

Nos ayude la Virgen María, a quien estos nuevos santos amaron como tierna Madre, experimentando su protección y consuelo. Os acompaño con la oración, a la vez que os bendigo a vosotros, a vuestras comunidades y a todos vuestros seres queridos.









PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO MARIANO DE POMPEYA

Martes 7 de octubre de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La Virgen santísima me ha concedido volver a honrarla en este célebre santuario, que la Providencia inspiró al beato Bartolomé Longo para que fuera un centro de irradiación del santo rosario.

Con esta visita culmina, en cierto sentido, el Año del Rosario.Agradezco al Señor los frutos de este Año, que ha producido un significativo despertar de esta oración, sencilla y profunda a la vez, que llega al corazón de la fe cristiana y resulta actualísima ante los desafíos del tercer milenio y el urgente compromiso de la nueva evangelización.

2. En Pompeya esta actualidad es particularmente evidente gracias al contexto de la antigua ciudad romana que quedó sepultada bajo las cenizas del Vesubio en el año 79 después de Cristo. Esas ruinas hablan. Formulan la pregunta decisiva sobre cuál es el destino del hombre. Son testimonio de una gran cultura de la que, sin embargo, revelan, además de luminosas respuestas, también interrogantes inquietantes. La ciudad mariana nace en el corazón de estos interrogantes, proponiendo a Cristo resucitado como respuesta, como "evangelio" que salva.

Hoy, como en los tiempos de la antigua Pompeya, es necesario anunciar a Cristo a una sociedad que se va alejando de los valores cristianos y pierde incluso su memoria. Doy las gracias a las autoridades italianas por haber contribuido a la organización de esta peregrinación mía, que comenzó en la ciudad antigua. Así, he recorrido el puente ideal de un diálogo ciertamente fecundo para el crecimiento cultural y espiritual. En el trasfondo de la antigua Pompeya, la propuesta del rosario adquiere el valor simbólico de un renovado impulso del anuncio cristiano en nuestro tiempo.

En efecto, ¿qué es el rosario? Un compendio del Evangelio. Nos hace volver continuamente a las principales escenas de la vida de Cristo, como para hacernos "respirar" su misterio. El rosario es un camino privilegiado de contemplación. Es, por decirlo así, el camino de María. ¿Quién conoce y ama a Cristo más que ella?

Estaba convencido de ello el beato Bartolomé Longo, apóstol del rosario, que prestó especial atención precisamente al carácter contemplativo y cristológico del rosario. Gracias a este beato, Pompeya se ha convertido en un centro internacional de espiritualidad del rosario.

3. He querido que esta peregrinación mía tuviera el sentido de una súplica por la paz. Hemos meditado los misterios de la luz, como para proyectar la luz de Cristo sobre los conflictos, las tensiones y los dramas de los cinco continentes. En la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae expliqué por qué el rosario es una oración orientada por su misma naturaleza a la paz. No sólo lo es porque nos hace invocarla, apoyándonos en la intercesión de María, sino también porque nos hace asimilar, con el misterio de Jesús, también su proyecto de paz.

258 Al mismo tiempo, con el ritmo tranquilo de la repetición del avemaría, el rosario pacifica nuestro corazón y lo abre a la gracia que salva. El beato Bartolomé Longo tuvo una intuición profética cuando, al templo dedicado a la Virgen del Rosario quiso añadir esta fachada como monumento a la paz. Así, la causa de la paz entraba en la propuesta misma del rosario. Es una intuición cuya actualidad podemos captar al inicio de este milenio, ya azotado por vientos de guerra y regado con sangre en tantas regiones del mundo.

4. La invitación a rezar el rosario que se eleva desde Pompeya, encrucijada de personas de todas las culturas atraídas tanto por el santuario como por la zona arqueológica, evoca también el compromiso de los cristianos, en colaboración con todos los hombres de buena voluntad, de ser constructores y testigos de paz. Ojalá que acoja cada vez más este mensaje la sociedad civil, aquí representada por autoridades y personalidades, a las que saludo cordialmente.

Ojalá que esté cada vez más a la altura de este desafío la comunidad eclesial de Pompeya, a la que saludo en sus diversos componentes: los sacerdotes y los diáconos, las personas consagradas, en particular las Dominicas Hijas del Santo Rosario, fundadas precisamente para la misión de este santuario, y los laicos. Expreso mi gratitud a monseñor Domenico Sorrentino por las cordiales palabras que me dirigió al inicio de este encuentro, y os doy afectuosamente las gracias también a todos vosotros, devotos de la Reina del Rosario de Pompeya. Sed "constructores de paz", siguiendo los pasos del beato Bartolomé Longo, que supo unir la oración con la acción, haciendo de esta ciudad mariana una ciudadela de la caridad. El Centro para el niño y la familia, que está naciendo y gentilmente habéis querido dedicarme, recoge la herencia de esta gran obra.
Amadísimos hermanos y hermanas, que la Virgen del Santo Rosario nos bendiga, mientras nos disponemos a invocarla con la súplica. En su corazón de Madre depositemos nuestras preocupaciones y nuestros propósitos de bien.
* * * *


Después de rezar la súplica y antes de impartir la bendición apostólica, el Papa añadió:

Gracias, gracias Pompeya. Gracias a todos los peregrinos por esta calurosa y hermosa acogida. Gracias a los cardenales y obispos presentes. Gracias a las autoridades del país, de la región, de la ciudad. Gracias por el entusiasmo de los jóvenes. Gracias a todos. Orad por mí en este santuario, ahora y siempre.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS CABALLEROS DE COLÓN


Jueves 9 de octubre de 2003

. Me complace dar la bienvenida a la junta directiva de los Caballeros de Colón, con ocasión de vuestro encuentro en Roma. Os agradezco los buenos deseos y las oraciones que habéis ofrecido en nombre de todos los Caballeros y sus familias, por el vigésimo quinto aniversario de mi elección.

En esta ocasión, deseo expresaros una vez más mi profunda gratitud por el constante apoyo que vuestra Orden ha dado a la misión de la Iglesia. Este apoyo se manifiesta de modo especial en el Vicarius Christi Fund, que es un signo de solidaridad de los Caballeros de Colón con el Sucesor de Pedro en su solicitud por la Iglesia universal, pero se aprecia también en las oraciones diarias, en los sacrificios y en el trabajo apostólico de tantos Caballeros en sus consejos locales, en sus parroquias y comunidades. Fieles a la visión del padre Michael McGivney, seguid buscando nuevos modos de ser levadura del Evangelio en el mundo y una fuerza espiritual para la renovación de la Iglesia en la santidad, en la unidad y en la verdad.

A vosotros, y a todos los Caballeros y sus familias, imparto cordialmente mi bendición apostólica.










AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPO DE FILIPINAS


EN VISITA "AD LIMINA"


259

Jueves 9 de octubre de 2003



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos filipinos de las provincias de Cáceres, Cápiz, Cebú, Jaro y Palo. Sois el segundo de los tres grupos que están haciendo esta solemne peregrinación a la ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Oro fervientemente a Dios para que vuestro tiempo junto "al Sucesor de Pedro" y a quienes lo asisten en su ministerio pastoral sea fuente de renovado celo y fuerza para vosotros cuando volváis a vuestras respectivas Iglesias locales. Me complace especialmente saludar al cardenal Vidal, y le agradezco los sentimientos que me ha transmitido de parte de los obispos, del clero, de los religiosos y de los fieles laicos de vuestras diócesis.

Como dije al primer grupo de obispos de Filipinas, los significativos acontecimientos eclesiales del segundo Concilio plenario celebrado en 1991 y más recientemente de la Consulta pastoral nacional sobre la renovación eclesial han tenido efectos positivos y duraderos en la vida de los católicos filipinos. El Concilio plenario destacó la necesidad de tres iniciativas pastorales fundamentales: llegar a ser una Iglesia de los pobres, transformarse en una comunidad de discípulos del Señor, y comprometerse en una evangelización integral renovada. En efecto, el desafío de realizar plenamente este triple plan sigue infundiendo nueva vida en la Iglesia y en la sociedad filipina en general. Habiendo desarrollado ya el tema de la Iglesia de los pobres en mis palabras al primer grupo de obispos, centro ahora mi atención en la segunda prioridad: transformarse en una verdadera comunidad de discípulos del Señor.
2. La Consulta pastoral nacional presenta a la Iglesia en Filipinas como "la comunidad de discípulos que cree firmemente en el Señor Jesús y vive gozosamente en armonía y solidaridad con los demás, con la creación y con Dios" (Declaración sobre la vida y la misión de la Iglesia en Filipinas). Esto trae a la memoria lo que enseña Jesús en el evangelio de san Juan, cuando explica que ser discípulo del Señor no es una decisión extraña, sino una respuesta seria y amorosa a una invitación personal: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. (...) Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15,16-17). El modo como los discípulos expresan su amor es uno de los numerosos temas que vosotros y vuestros hermanos en el episcopado habéis tratado de afrontar, enseñando claramente que, para llegar a ser verdaderos seguidores de Cristo, se requiere una "formación integral en la fe". De hecho, sólo a través de este seguimiento auténtico, basado en la solidaridad amorosa, los filipinos pueden comenzar a resolver la preocupante dicotomía entre fe y vida, que afecta a numerosas sociedades modernas.

3. En mi exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia recordé el orgullo que los asiáticos sienten por sus valores religiosos y culturales, como el amor al silencio, la contemplación, la sencillez y la armonía, por nombrar sólo algunos. "Todo esto indica una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica del alma asiática" (n. 6). Esta "intuición espiritual" está claramente testimoniada en los profundos sentimientos religiosos del pueblo filipino y es terreno fértil en el que se puede alimentar la disposición que lleva a todo cristiano a un seguimiento más auténtico de Cristo. Vuestra carta pastoral sobre la espiritualidad explica que este compromiso centrado en Cristo define a vuestro pueblo como peregrino en camino a su verdadera morada. La asistencia regular a la misa dominical, la participación diligente en las actividades y fiestas parroquiales, la admirable devoción mariana y el gran número de santuarios nacionales en vuestro país son sólo algunos ejemplos de la rica herencia cristiana que constituye una parte integrante de la vida y la cultura de vuestra nación. No obstante estos aspectos positivos, existen aún ciertas contradicciones entre los cristianos y la sociedad filipina en general. Sólo podéis rectificar esas incongruencias si estáis totalmente abiertos al espíritu de Cristo, yendo al mundo y transformándolo en una cultura de justicia y paz (cf. Apostolicam actuositatem AA 4).

4. Para cumplir estos nobles propósitos es necesario que os comprometáis a preparar a los fieles laicos a ser verdaderos discípulos para el mundo. Los pastores de las Iglesias locales deben asegurar que los laicos cuenten con programas de espiritualidad y catequesis para prepararlos a esta misión. Me anima ver que de diversas maneras la Iglesia en Filipinas se esfuerza por cumplir esta responsabilidad. Lo demuestran no sólo las oportunidades educativas ofrecidas por muchas diócesis, sino también las diversas organizaciones laicas y las pequeñas comunidades de fe y movimientos que están prosperando en vuestro país. Aunque estos grupos puedan parecer bastante diversos a simple vista, de hecho "se puede encontrar una amplia y profunda convergencia en la finalidad que los anima" (Christifideles laici CL 29). Es el caso específico de los grupos que están comprometidos activamente en la vida parroquial y mantienen una relación de apertura y comunicación cordial entre sí, con sus presbíteros y con sus obispos. Como enseña Cristo: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

5. Una de las principales contribuciones que la Iglesia puede dar para garantizar una sólida preparación de los laicos consiste en asegurar que los seminarios y las casas religiosas formen a los futuros sacerdotes para que sean discípulos entregados a la Palabra y a los sacramentos. Es un proceso complejo, que comienza ya con una selección adecuada de los candidatos. A este respecto, os recomiendo a vosotros y a vuestros sacerdotes que busquéis activamente jóvenes buenos, fervorosos y equilibrados para el sacerdocio y los estimuléis a no tener miedo a "remar mar adentro" para una pesca de inestimable valor (cf. Novo millennio ineunte NM 1).

Una vez seleccionado el candidato, comienza el proceso de prepararlo para que sea sacerdote bueno y santo. Esto exige que "vayan en perfecta armonía la formación espiritual y la preparación doctrinal de los alumnos en el seminario" (Código de derecho canónico, c. 244) y que sean dirigidos por formadores bien preparados. Podemos hablar de los diversos tipos de formación: la formación humana, que ayuda al candidato a vivir y a interiorizar las virtudes sacerdotales, especialmente la sencillez, la castidad, la prudencia, la paciencia y la obediencia; la formación intelectual, que destaca la importancia del estudio profundo de la filosofía y la teología, manteniéndose siempre fiel a las enseñanzas del Magisterio; la formación pastoral, que capacita al candidato para aplicar los principios teológicos a la praxis pastoral; y la formación espiritual, que subraya la necesidad fundamental de la celebración regular de los sacramentos, especialmente del sacramento de la penitencia, junto con la oración personal y devota, y una dirección espiritual frecuente (cf. Pastores dabo vobis PDV 43-59 Código de derecho canónico, c. 246). En efecto, cualquier curso de formación sacerdotal que ofrezca estos elementos preparará ministros que hagan el gozoso esfuerzo de fidelidad al Señor y de un incansable servicio a su grey (cf. Pastores dabo vobis PDV 82).

6. El Concilio pastoral nacional afrontó detenidamente la necesidad de apoyar y ayudar a los sacerdotes en su ministerio y resolvió "buscar modos creativos de formación permanente" para el clero (Actas y discursos del NPCCR, enero de 2001, p. 59). Esto puede compararse con la renovación continua "en el espíritu y en la mente", sobre la que escribió san Pablo en su carta a los Efesios (cf. Ef Ep 4,23-24). Como la formación de los seminaristas, también la formación sacerdotal exige un enfoque "armoniosamente equilibrado", que siempre promueva las virtudes sacerdotales de la caridad, la oración, la castidad y la celebración fiel de la liturgia, prácticas a menudo descuidadas o, incluso, rechazadas por la cultura moderna y los medios de comunicación.


Discursos 2003 253