Discursos 2003 260

260 El clero hoy debe evitar adoptar la concepción secular del sacerdocio como "profesión", "carrera" y medio para ganarse la vida. Más bien, el clero debe considerar el sacerdocio como una vocación al servicio desinteresado y amoroso, abrazando sin reservas el "estimado don del celibato" y todo lo que implica. A este respecto, deseo poner de relieve que el celibato ha de considerarse como parte integral de la vida exterior e interior del sacerdote, y no sólo como un antiguo ideal que debe respetarse (cf. Presbyterorum ordinis PO 16). Lamentablemente, el estilo de vida de algunos sacerdotes ha sido un antitestimonio, contrario al espíritu de los consejos evangélicos, que deberían formar parte de la espiritualidad de todo sacerdote. El comportamiento escandaloso de unos pocos ha minado la credibilidad de muchos. Deseo que sepáis que soy consciente de que habéis intentado afrontar este problema con delicadeza, y os animo a no perder la esperanza. El verdadero seguimiento de Cristo requiere amor, compasión y, a veces, disciplina estricta para servir al bien común. Sed siempre justos y misericordiosos.

7. Queridos hermanos en el episcopado, mientras os preparáis para volver a vuestro país, os dejo estas reflexiones, convencido de que seguiréis guiando eficazmente a vuestro pueblo en la peregrinación del auténtico seguimiento de Cristo, que dura toda la vida. Que os consuele el hecho de que no estáis solos en este camino, pues nuestra amada Madre María, la Estrella de la mañana que ilumina nuestra vida y disipa la oscuridad de la noche, os acompaña, guiándoos a vosotros y a vuestros fieles hacia la nueva aurora (cf. Carta pastoral sobre la espiritualidad filipina). Como prenda de alegría y paz en su Hijo, el Santo Niño, os imparto mi bendición apostólica.










A LA ASAMBLEA DE LA ORGANIZACIÓN


PARA LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA


Viernes 10 de octubre de 2003

Señor presidente;
distinguidos parlamentarios:

1. Agradezco al honorable Bruce George, presidente de vuestra Asamblea parlamentaria, las amables palabras que me ha dirigido al final de la Conferencia sobre la libertad religiosa, promovida por el señor Marcello Pacini, jefe de la delegación italiana. Saludo cordialmente a todos los presentes y, al mismo tiempo, os agradezco esta grata visita.

Desde el inicio del proceso de Helsinki, los Estados participantes han reconocido la dimensión internacional del derecho a la libertad religiosa y su importancia para la seguridad y la estabilidad de la comunidad de naciones. La Organización para la seguridad y la cooperación en Europa continúa su compromiso de asegurar que este derecho humano básico, fundado en la dignidad de la persona humana, se respete adecuadamente. En cierto sentido, la defensa de este derecho es como un indicador para verificar el respeto de todos los demás derechos humanos.

2. Consciente de estos esfuerzos, deseo expresaros hoy mi aprecio y, al mismo tiempo, animaros a proseguir con generosidad este compromiso. Es verdad que hoy muchos jóvenes crecen sin tener en cuenta su herencia espiritual. A pesar de ello, la dimensión religiosa no deja de influir en amplios grupos de ciudadanos.

Por tanto, es importante que, a la vez que se respeta un sano sentido de la naturaleza secular del Estado, se reconozca el papel positivo de los creyentes en la vida pública. Esto corresponde, entre otras cosas, a las exigencias de un sano pluralismo y contribuye a la construcción de una democracia auténtica, en favor de la cual la OSCE está verdaderamente comprometida.
Cuando los Estados son disciplinados y equilibrados en la expresión de su índole secular, se fomenta el diálogo entre los diferentes sectores sociales y, en consecuencia, se promueve una cooperación transparente y frecuente entre la sociedad civil y religiosa, que beneficia al bien común.

3. Del mismo modo que se daña a la sociedad cuando se relega la religión a la esfera privada, también la sociedad y las instituciones civiles se empobrecen cuando la legislación -violando la libertad religiosa- promueve la indiferencia religiosa, el relativismo y el sincretismo religioso, quizá incluso justificándolos mediante una comprensión errónea de la tolerancia.

261 Por el contrario, todos los ciudadanos se benefician cuando se respetan las tradiciones religiosas en las que cada pueblo está arraigado y con las que las poblaciones generalmente se identifican de un modo particular. La promoción de la libertad religiosa también puede realizarse mediante la adopción de medidas para las diferentes disciplinas jurídicas de las diversas religiones, con tal que se garanticen la identidad y la libertad de cada religión.

4. Por tanto, sólo puedo invitaros, queridos legisladores, a abrazar el compromiso que vuestros países han asumido en el seno de la OSCE, en el ámbito de la libertad religiosa.

La OSCE también merece elogio por reconocer la importancia institucional de esta libertad: pienso, en particular, en el número 16 del Documento final de Viena de 1989. Esa notable defensa de la libertad religiosa es una disuasión poderosa de la violación de los derechos humanos por parte de comunidades que explotan la religión con propósitos ajenos a ella. Por otra parte, la correcta promoción de la religión satisface las aspiraciones de personas y grupos, trascendiéndolos y llevándolos a una realización más perfecta.

Por tanto, el respeto de toda expresión de libertad religiosa se considera el medio más eficaz para garantizar la seguridad y la estabilidad en el seno de la familia de los pueblos y las naciones en el siglo XXI.

A la vez que os expreso mis mejores deseos, invoco la bendición de Dios omnipotente sobre todos vosotros y sobre vuestro trabajo al servicio de la persona humana y de la paz.








A UN GRUPO DE PEREGRINOS


DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE OZIERI (CERDEÑA)


Sábado 11 de octubre de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dirigiros mi cordial saludo con ocasión de vuestra peregrinación a la sede de Pedro, en el segundo centenario de la constitución de la diócesis de Ozieri, heredera de la historia plurisecular de las antiguas circunscripciones eclesiásticas de Castro y Bisarcio.
Deseo saludar, ante todo, a vuestro obispo, el querido monseñor Sebastiano Sanguinetti, a quien agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme en nombre de los presentes. Saludo, asimismo, al cardenal Mario Francesco Pompedda, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, originario de vuestra diócesis. Doy también mi bienvenida a los alcaldes y a las demás autoridades civiles, así como a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos que han intervenido aquí. Extiendo mi saludo a toda vuestra comunidad diocesana, con un recuerdo especial para los enfermos, los ancianos, las personas solas y cuantos se encuentran en dificultades.
2. Sé que el acontecimiento jubilar, que estáis celebrando, ha sido preparado con un intenso camino de oración y reflexión, que ha durado cinco años. ¡Me congratulo con vosotros! Entre las numerosas iniciativas que habéis organizado, es de significativa relevancia la gran misión popular, durante la cual se ha anunciado la palabra de Dios a los jóvenes, a las familias, al mundo del trabajo, y en todos los ambientes de vida de la diócesis.
Al final del jubileo del año 2000, con la carta apostólica Novo millennio ineunte, señalé a todo el pueblo de Dios la santidad como meta a la que hay que tender con nuevo impulso. Os renuevo esta exhortación a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la vez que os invito a mirar adelante con confianza y esperanza. La santidad se alimenta de incesante oración, de escucha de la Palabra y de intensa vida sacramental (cf. nn. 30-41).
262 3. Para afrontar los desafíos que esta época de vastas y rápidas transformaciones sociales y culturales plantea a la comunidad cristiana, es preciso mantenerse fieles a los valores perennes de la fe y volver a presentarlos con un lenguaje adaptado al mundo de hoy. Sólo un anuncio coherente del Evangelio puede ser eficaz para el hombre del tercer milenio, cada vez más cansado de palabras y, a menudo, tentado por el desaliento.
Es necesario recomenzar desde Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Él es el manantial al que hay que acudir para salir al encuentro de los problemas y las aspiraciones de los jóvenes, las preocupaciones de las familias y los sufrimientos de los enfermos y de tantos ancianos solos. Cristo infunde la valentía para luchar contra los tristes fenómenos de la ilegalidad y de la violencia homicida. Con su ayuda es posible construir una sociedad solidaria, en la que se respete la dignidad de toda persona.
4. Jesús te necesita también a ti, querida diócesis de Ozieri, para que su Evangelio sea más conocido y acogido. Consciente de su mandato a los Apóstoles -"Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (
Mc 16,15)-, da a tu actividad un vigor misionero cada vez más marcado. No escatimes ningún esfuerzo, no descuides ninguna iniciativa, no ahorres ninguna energía para que los hombres y las mujeres de Cerdeña encuentren al Señor.
Te acompaño con la oración, a la vez que te deseo que realices también hoy, como en el pasado, tu misión evangelizadora, para ser testigo de la presencia de Dios entre los habitantes de Goceano y de Logudoro.
Con estos sentimientos, invoco la protección materna de la Virgen María, y con afecto os imparto a vosotros aquí presentes, a vuestras familias y a vuestras comunidades una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos y a todos los fieles de la diócesis de Ozieri.









MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE UNA MARCHA POR LA PAZ


REALIZADA DESDE PERUSA HASTA ASÍS




Al venerado hermano
Monseñor SERGIO GORETTI
Obispo de Asís

1. Me alegra dirigirle un cordial saludo a usted y, a través de usted, venerado hermano, a todos los participantes en la marcha por la paz que, partiendo de Perusa, concluirá en Asís. En esa ciudad, en 1986, invité a los responsables de las diferentes religiones a un significativo encuentro. Hoy, como entonces, tengo ante los ojos la gran visión del profeta: todos los pueblos en camino desde los diversos puntos de la tierra para reunirse en torno a Dios como una única y gran familia (cf. Is Is 2,2-5). Es el sueño de la esperanza que impulsó a mi venerado predecesor el beato Juan XXIII a escribir la Pacem in terris, cuyo cuadragésimo aniversario recordamos este año y que esa marcha por la paz quiere conmemorar.

2. Es preciso reconocer que tal vez durante estos años no se haya realizado un gran esfuerzo por defender la paz, prefiriendo más bien, a veces, destinar ingentes recursos a la compra de armas. Ha sido como "dilapidar" la paz. Muchas esperanzas han quedado defraudadas. La crónica diaria nos recuerda que las guerras siguen envenenando la vida de los pueblos, sobre todo de los países más pobres. ¿Cómo no pensar en la continua violencia que ensangrienta, por ejemplo, el Oriente próximo y, en particular, Tierra Santa? ¿Cómo permanecer indiferentes ante un panorama de conflictos que se extiende cada vez más y afecta a varias partes de la tierra?

¿Qué hacer? A pesar de las dificultades, no hay que perder la confianza. Es necesario seguir trabajando por la paz, ser constructores de paz. La paz es un bien de todos. Cada uno está llamado a ser constructor de paz en la verdad y en el amor.

263 3. Para esta edición de la marcha se ha elegido como tema: "Construyamos juntos una Europa para la paz". Me congratulo con los organizadores y los protagonistas, que en esta benemérita iniciativa han querido unir las dos dimensiones: Europa y la paz. Podríamos decir que se sostienen recíprocamente: una llama a la otra.

En mi juventud pude constatar, por experiencia personal, el drama de una Europa privada de la paz. Eso me impulsó aún más a trabajar incansablemente para que Europa recuperara la solidaridad en la paz y se convirtiera, entre los demás continentes, en constructora de paz, dentro y fuera de sus confines. Estoy convencido de que se trata de una misión que es preciso redescubrir en toda su fuerza y urgencia. Es necesario que el continente europeo, teniendo como punto de referencia sus nobles tradiciones espirituales, invierta con generosidad, en favor de toda la humanidad, su rico patrimonio cultural madurado a la luz del Evangelio de Cristo. Este es el deseo que encomiendo a la intercesión materna de María, Reina de la paz, y de san Francisco, profeta de paz.

Con estos sentimientos le envío a usted, y a todos los que participen en tan importante iniciativa de paz, mi bendición.

Vaticano, 11 de octubre de 2003







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRIMER CONGRESO DE LOS LAICOS CATÓLICOS


DE EUROPA DEL ESTE




1. Mi saludo de paz se dirige a todos vosotros, señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, que habéis llegado a Kiev desde diversos países, y no sin sacrificios, para participar en el Congreso de los laicos católicos de Europa del este. Habéis acudido a esta cita animados por la misma esperanza que sostiene a vuestras Iglesias. Iglesias martirizadas y heroicas que, en medio de las tribulaciones, y a menudo hasta el derramamiento de la sangre, han perseverado en la adhesión a Cristo, único Señor, en la fidelidad a la Iglesia católica y en la afirmación del valor de la libertad.

Saludo y expreso mi agradecimiento en particular a los señores cardenales Lubomyr Husar y Marian Jaworski, sin cuyo valioso apoyo el Congreso no se hubiera podido realizar. También manifiesto mi gratitud a la Iglesia en Ucrania -que el Señor me concedió visitar en el mes de junio de hace dos años y de la que llevo un vivo recuerdo en mi corazón-, por haber acogido un acontecimiento tan significativo. Me congratulo con el señor cardenal James Francis Stafford por esta estimulante iniciativa del Consejo pontificio para los laicos, motivo de gran satisfacción para mí.

2. La pesada herencia de los regímenes ateos totalitarios, que han dejado tras de sí vacío y heridas profundas en las conciencias, obliga aún hoy a los países de Europa del este a realizar un gran esfuerzo en el proceso de reconstrucción religiosa, moral y civil; de consolidación de la soberanía, de la libertad y de la democracia recobradas; y de saneamiento de la economía. En el arduo camino que vuestras naciones deberán recorrer para recuperar su historia y su dignidad cultural, vosotros, cristianos laicos, desempeñáis un papel de importancia fundamental, en el que sois insustituibles. A vosotros, que habéis sido testigos indómitos de la fe en los tiempos de la prueba y la persecución, en el tiempo de la libertad religiosa reconquistada el Señor os pide que preparéis el terreno para un vigoroso renacimiento de la Iglesia en vuestros países. Después de largos decenios de penosa ruptura, que casi provocó la asfixia de las comunidades cristianas del este, Europa vuelve a respirar con sus dos pulmones, abriendo grandes posibilidades al anuncio del Evangelio.

3. La vieja Europa, de Oeste a Este, busca su nueva identidad. En este proceso no puede olvidar cuáles son sus raíces. Europa debe recordar que la savia vital de la que durante dos milenios ha sacado las inspiraciones más nobles del espíritu ha sido el cristianismo. Como escribí en la exhortación apostólica Ecclesia in Europa, hoy "la cultura europea da la impresión de ser una "apostasía silenciosa" por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera" (n. 9). Y, a pesar de ello, no faltan signos alentadores de "una nueva primavera cristiana" (Redemptoris missio RMi 86), que se vislumbran también en el horizonte de vuestras Iglesias. Pero su pleno florecimiento dependerá de la aportación irrenunciable de los fieles laicos, llamados a hacer presente la Iglesia de Cristo en el mundo, anunciando y sirviendo al evangelio de la esperanza (cf. Ecclesia in Europa, 41). El tema de vuestro congreso -"Ser testigos de Cristo hoy"- expresa bien el significado de esta misión, que ningún bautizado puede delegar o eludir. A vosotros, reunidos en la admirable ciudad de Kiev, donde tuvo lugar el bautismo de la antigua Rus', se os confía la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras el patrimonio de la fe cristiana. Esto será posible en la medida en que cada uno de vosotros sepa fortalecer la conciencia de su bautismo. El sacramento del bautismo nos hace hijos de Dios, llamados a la santidad, miembros de la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo-, corresponsables en la edificación de las comunidades cristianas, y partícipes de la misión de la Iglesia de anunciar a los hombres la buena nueva de la salvación. El redescubrimiento de la dignidad bautismal de los fieles laicos y de su responsabilidad en la misión de la Iglesia es uno de los frutos del concilio Vaticano II.

Por eso os repito a vosotros, que estáis reunidos en Kiev, las palabras que dirigí a los fieles que vinieron a Roma en el año 2000 para celebrar el jubileo del apostolado de los laicos: "Es necesario volver al Concilio. Hay que volver a leer los documentos del Vaticano II para redescubrir su gran riqueza de estímulos doctrinales y pastorales. En particular, debéis releer esos documentos vosotros, laicos, a quienes el Concilio abrió extraordinarias perspectivas de participación y compromiso en la misión de la Iglesia" (Homilía con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos, 26 de noviembre de 2000, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 2000, p. 5). Con el Concilio llegó el momento del laicado en la Iglesia. Vuestra vocación y misión dará fruto a condición de que, en vuestro obrar, sepáis volver siempre a Cristo, recomenzar desde Cristo y mantener fija vuestra mirada en el rostro de Cristo. "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13-14): el Señor os dirige estas palabras a cada uno de vosotros. Haced que resplandezca su luz en vuestra vida personal, en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, en el mundo de la educación, de la cultura y de la política, en todos los sectores en los que se trabaja en favor de la paz y para construir un orden social más a la medida del hombre y respetuoso de su dignidad inalienable.

4. Para los laicos, este es el tiempo de la esperanza y de la audacia. La Iglesia os necesita, y sabe que puede confiaros grandes responsabilidades. Por eso, agradezco a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas el esfuerzo realizado hasta ahora en la formación de cristianos maduros y arraigados en la fe. A la vez que les expreso mi gratitud, los exhorto a continuar esta obra, promoviendo una catequesis orgánica, programada para las diferentes edades y las diversas situaciones y condiciones de vida, e invirtiendo energías y medios especialmente en la formación humana y cristiana de las generaciones jóvenes, esperanza de la Iglesia y futuro de los pueblos. En este sentido, pueden prestar una ayuda valiosa las asociaciones, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, de cuya experiencia han surgido itinerarios pedagógicos fecundos y un renovado impulso apostólico.

Queridos fieles laicos, no os desaniméis ante los desafíos de nuestro tiempo. Sacad fuerza del ejemplo y de la intercesión de los mártires, cuyo testimonio es "la encarnación suprema del evangelio de la esperanza" (Ecclesia in Europa, 13). Convertid vuestras familias en verdaderas iglesias domésticas, y vuestras parroquias en auténticas escuelas de oración y de vida cristiana. Vosotros, que habéis reconquistado la libertad al precio de grandes sufrimientos, no dejéis jamás que se devalúe por seguir los falsos ideales ofrecidos por el utilitarismo, el hedonismo individualista y el consumismo desenfrenado, que caracterizan a gran parte de la cultura moderna. Conservad vuestras ricas tradiciones cristianas, resistid a la tentación insidiosa de excluir a Dios de vuestra vida o de reducir la fe a gestos y episodios esporádicos y superficiales. Sois hombres y mujeres "nuevos". Por eso, que vuestra mirada sobre la realidad sea una mirada iluminada por la fe y por las enseñanzas de la Iglesia.

264 5. Que en vuestras Iglesias se tenga en la debida consideración la necesidad de promover "una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano" (Novo millennio ineunte NM 43), en las diócesis, en las parroquias, en las familias y en la sociedad. Esta espiritualidad nos estimula de modo especial a un renovado compromiso ecuménico. Debidamente formados y siempre en el respeto de la libertad, con amor fraterno, mediante el diálogo y la colaboración, los fieles laicos pueden abrir caminos a la unidad de los cristianos, que es un "ir juntos hacia Cristo". También aquí quisiera recordaros el ejemplo de los mártires, cuyo testimonio se ha convertido en patrimonio común de las diversas Iglesias cristianas y es más convincente que los factores de división (cf. Tertio millennio adveniente TMA 37). También vosotros estáis llamados a dar testimonio de Cristo junto con todos los hermanos cristianos en todos los lugares en los que vivís y en todas las obras en las que colaboráis. El amor de Cristo sana las heridas, elimina los prejuicios y prepara los caminos de la unidad. Rezad incesantemente para que lo que parece imposible a la lógica humana, Dios lo haga posible con su ayuda poderosa: cumplir el mandato de su Hijo: "Ut unum sint" (Jn 17,21).

6. En mi ministerio de Sucesor de Pedro, peregrino en el mundo, Dios me ha concedido visitar algunos de vuestros países. Llevo en mi corazón esas experiencias extraordinarias de acogida festiva y hospitalidad cordial, de fe y devoción. Sólo la Providencia sabe si podré continuar mi peregrinación pastoral en vuestras tierras benditas. Hoy mi abrazo incluye, además de a vosotros, a todos los pueblos, las naciones y las comunidades cristianas a las que pertenecéis. A todos los encomiendo a María, Madre de la Iglesia, Auxilio de los cristianos. A ella nos dirigimos con especial devoción en este año dedicado al rosario. Que la Virgen interceda ante su Hijo para que su gracia alimente y sostenga el renacimiento de vuestras Iglesias y de vuestros países. Deseando al Congreso de los laicos católicos de Europa del este abundantes frutos de renovado compromiso por la causa de Cristo, os envío de corazón a vosotros, que participáis en él, mi especial bendición, que extiendo de buen grado a vuestros seres queridos y a todas las personas que encontréis en vuestro camino de discípulos de Cristo.

Vaticano, 4 de octubre de 2003









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA CONSULTA


DE LA ORDEN ECUESTRE DEL SANTO SEPULCRO


: Ilustres señores y gentiles señoras;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dirigiros un afectuoso saludo en esta circunstancia, en la que se ha reunido la Consulta de la benemérita Orden ecuestre del Santo Sepulcro. Saludo en especial y expreso mi gratitud al cardenal Carlo Furno, gran maestre de la Orden, que sigue con gran interés vuestras actividades.

Por medio de vosotros, amadísimos miembros del Gran Maestrazgo y lugartenientes, quiero manifestar mi aprecio a todos los caballeros y a las damas del Santo Sepulcro, que trabajan en favor de los cristianos en Tierra Santa. Os felicito a todos, a la vez que os animo, por la ayuda que brindáis a las instituciones del Patriarcado latino de Jerusalén y por todas las demás iniciativas que promovéis generosamente.

2. "Crecer para servir, servir para crecer", es un lema que apreciáis mucho. Constituye un objetivo que cada miembro de vuestra Orden debe perseguir con empeño. Son múltiples y, a veces, enormes las necesidades que hay que afrontar para promover la justicia y la paz en la región de Oriente Próximo, marcada por una persistente y grave crisis social y económica. Las anheladas perspectivas de pacificación y reconstrucción requieren la colaboración responsable de todos: de los Gobiernos y de las instituciones religiosas, de las organizaciones humanitarias y de todas las personas de buena voluntad.

En este contexto se sitúa vuestra acción humanitaria y espiritual, que concierne a un sector muy vital, como es el de la juventud. La ayuda a los cristianos de Tierra Santa se realiza, de manera concreta, proporcionando a los muchachos y a los jóvenes una formación escolar adecuada. A este propósito, deseo que se facilite, cada vez con mayor seguridad y estabilidad, la educación cristiana en las escuelas, en un clima de respeto y colaboración entre los diversos componentes de la sociedad.

El apoyo financiero de la Orden es igualmente importante para "ayudar a las obras y las instituciones de culto, caritativas, culturales y sociales de la Iglesia católica en Tierra Santa, particularmente las del Patriarcado latino de Jerusalén y las que se hallan en él" (Estatuto, art. 2).

3. Amadísimos hermanos y hermanas, salir al encuentro de las necesidades de la Iglesia en Tierra Santa forma parte de vuestra misión; pero es aún más necesario dar un testimonio coherente de fe. Por tanto, que vuestra primera preocupación sea tender a la santidad, que es la vocación universal de todos los cristianos.

265 Sed constructores de amor y de paz, inspirándoos, tanto en la vida como en las obras, en el Evangelio y, especialmente, en el misterio de la pasión y resurrección de Cristo. Que vuestro modelo sea María, la Madre de los creyentes, siempre dispuesta a cumplir con alegría la voluntad de Dios. Invocadla cada día con la hermosa y tradicional oración del rosario, que ayuda a contemplar a Cristo con la mirada de su santa Madre. Esto será para vosotros fuente de crecimiento, como sucedió con el beato Bartolo Longo, vuestro ilustre hermano.

Con estos sentimientos, a cada uno os imparto de corazón una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a los miembros de toda la Orden ecuestre del Santo Sepulcro y a sus respectivas familias.

Vaticano, 16 de octubre de 2003







DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


EN EL ACTO DE PROMULGACIÓN


DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL


"PASTORES GREGIS"


Jueves 16 de octubre der 2003



Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado:

1. Con profunda alegría firmo y entrego a toda la Iglesia e, idealmente, a cada uno de sus obispos la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis. La redacté recogiendo las diversas aportaciones ofrecidas por los padres de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tuvo por tema: "El obispo, ministro del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

Dirijo mi saludo cordial y fraterno a los señores cardenales, con un grato y especial pensamiento para el cardenal Jan Pieter Schotte, secretario general del Sínodo de los obispos. Saludo asimismo a los patriarcas, a los presidentes de las Conferencias episcopales y a los arzobispos y obispos presentes. Que a través de vosotros, venerados hermanos, la expresión de mi afecto llegue a todo el Colegio episcopal. En él se reflejan la universalidad y la unidad del pueblo de Dios peregrino en el mundo (cf. Lumen gentium LG 22). Extiendo mi saludo a los componentes de todas las Iglesias particulares: presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos. Aseguro a cada uno mi cercanía espiritual.

2. Los padres sinodales han destacado la gran importancia del servicio episcopal para la vida del pueblo de Dios. Han considerado ampliamente la naturaleza colegial del episcopado; han subrayado cómo las funciones de enseñar, santificar y gobernar deben ejercerse en la comunión jerárquica y unión fraterna con la Cabeza y con los demás miembros del Colegio episcopal.
La figura evangélica del buen Pastor ha sido el icono al que los trabajos sinodales han hecho constante referencia. La Asamblea sinodal indicó de modo concreto cuál debe ser el espíritu con el que el obispo está llamado a desempeñar en la Iglesia su servicio: conocimiento de la grey, amor a todos y atención a cada persona, misericordia y búsqueda de la oveja perdida. Estas son algunas de las características que distinguen el ministerio del obispo. Él está llamado a ser padre, maestro, amigo y hermano de cada hombre, siguiendo el ejemplo de Cristo. Recorriendo fielmente este camino, podrá llegar a la santidad, una santidad que deberá crecer no junto al ministerio, sino a través del ministerio mismo.

3. Como heraldo de la palabra divina, maestro y doctor de la fe, el obispo tiene el deber de enseñar con sencillez apostólica la fe cristiana, volviéndola a proponer de modo auténtico.
En cuanto "administrador de la gracia del sumo sacerdocio" (Lumen gentium LG 26), cuidará de que las celebraciones litúrgicas sean epifanía del misterio, es decir, expresión de la genuina naturaleza de la Iglesia, que activamente rinde culto a Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo.
266 Como guía del pueblo cristiano, con una potestad pastoral y ministerial, el obispo deberá preocuparse por promover la participación de todos los fieles en la edificación de la Iglesia. Cumplirá esta obligación específica con la responsabilidad personal que deriva de su misión al servicio de toda la comunidad.

Atento a las necesidades de la Iglesia y del mundo, afrontará los desafíos del momento actual. Será profeta de justicia y paz, defensor de los derechos de los pequeños y los marginados. Proclamará a todos el evangelio de la vida, de la verdad y del amor. Tendrá una mirada de predilección hacia la multitud de pobres que puebla la tierra.

Consciente del anhelo de Cristo "ut omnes unum sint" (
Jn 1,21), sostendrá ante todo el camino ecuménico, para que la Iglesia resplandezca entre los pueblos como estandarte de unidad y concordia. En la sociedad multiétnica del inicio de este tercer milenio, será también promotor del diálogo interreligioso.
4. Señores cardenales, venerados patriarcas y hermanos en el episcopado, al entregar la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, soy plenamente consciente de la multiplicidad de las tareas que el Señor nos ha encomendado. El oficio al que hemos sido llamados es difícil e importante. ¿Dónde encontraremos la fuerza para cumplirlo según la voluntad de Cristo? Sin duda, sólo en él. Ser pastores de su grey es hoy particularmente fatigoso y exigente. Pero debemos tener confianza "contra spem in spem" (Rm 4,18). Cristo camina con nosotros y nos sostiene con su gracia.

Que nos vivifique en la esperanza María santísima, quien, junto a los Apóstoles, esperó en oración unánime y perseverante al Espíritu Santo. Que interceda ante Dios para que el rostro luminoso de Cristo resplandezca siempre en la Iglesia.

Amadísimos hermanos en el episcopado, el Papa comparte las preocupaciones, las angustias, los sufrimientos, las esperanzas y las alegrías de vuestro ministerio. Está espiritualmente junto a cada uno de vosotros, a la vez que con afecto imparte a todos su bendición.








AL FINAL DEL CONCIERTO DE LA ORQUESTA SINFÓNICA


Y EL CORO MITTELDEUSTSCHER RUNDFUNK


Viernes 17 de octubre de 2003





Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras;
amadísimos hermanos y hermanas:


267 1. Deseo expresar mi cordial agradecimiento a los organizadores del espléndido concierto de esta tarde. Mi gratitud se extiende también a los componentes de la orquesta sinfónica y del coro Mitteldeutscher Rundfunk, que lo han ejecutado magistralmente bajo la guía del ilustre director Howard Arman.

Mi pensamiento va, asimismo, al cardenal Joseph Ratzinger, al que agradezco las palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Saludo también a los señores cardenales, a los obispos, a los prelados de la Curia romana, a los miembros del Cuerpo diplomático, a las autoridades y a cada uno de los que han intervenido. La cordial participación de tantas personas hace aún más significativo este encuentro.

2. La novena sinfonía, la última, de Ludwig van Beethoven, nos ha invitado a meditar en la riqueza y a veces en el dramatismo de la existencia humana. En su gran final, el Himno a la alegría nos ha hecho pensar, no sólo en la humanidad en su conjunto, sino también en la nueva Europa, que está ensanchando sus confines a otros países. Ojalá que, aprovechando el patrimonio de valores humanos y cristianos de su pasado, el continente europeo contribuya a construir un futuro rico de esperanza y de paz para la humanidad entera.

A todos doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón.

Os imparto mi bendición.








Discursos 2003 260