Discursos 2003 267


AL FINAL DEL CONGRESO CON OCASIÓN


DE SU XXV ANIVERSARIO DE PONTIFICADO


Sábado 18 de octubre de 2003



Señor cardenal decano;
señores cardenales y patriarcas;
venerados hermanos en el episcopado:

1. He escuchado con gran atención vuestro mensaje, leído por el decano del Colegio cardenalicio, señor cardenal Joseph Ratzinger. Con gratitud acojo el deferente saludo y la cordial felicitación que ha querido dirigirme en nombre de todos los presentes.

Saludo a los señores cardenales, a los venerados patriarcas, a los presidentes de las Conferencias episcopales y a cuantos han participado en el congreso que habéis organizado, durante el cual se han examinado algunas líneas doctrinales y pastorales que han inspirado, en los veinticinco años pasados, la actividad del Sucesor de Pedro.

268 A vosotros, en particular, amados hermanos del Colegio cardenalicio, va mi sincero agradecimiento por la afectuosa cercanía que, no sólo en esta circunstancia, sino constantemente, me hacéis sentir. También este encuentro es una elocuente expresión de ello. Hoy se manifiesta de modo aún más visible el sentido de unidad y colegialidad que debe animar a los sagrados pastores en el servicio común al pueblo de Dios. ¡Gracias por vuestro testimonio!

2. Haciendo memoria de los cinco lustros transcurridos, recuerdo las numerosas veces en que me habéis ayudado con vuestro consejo a comprender mejor importantes cuestiones concernientes a la Iglesia y a la humanidad. No puedo menos de reconocer que el Señor ha actuado por medio de vosotros al sostener el servicio que Pedro está llamado a prestar a los creyentes y a todos los hombres.

El hombre de hoy -como usted, señor cardenal decano, ha querido subrayar- se debate en una intensa búsqueda de valores. También él -según la intuición de san Agustín- sólo podrá encontrar la paz en el amor a Dios llevado hasta la disponibilidad a sacrificarse a sí mismo.
Las profundas transformaciones que han tenido lugar en los últimos veinticinco años interpelan nuestro ministerio de pastores, puestos por Dios como testigos intrépidos de verdad y de esperanza. Jamás debe decaer la valentía al proclamar el Evangelio; más aún, hasta el último suspiro debe ser nuestro principal compromiso, afrontado con entrega siempre renovada.

3. El mandamiento de Cristo es anunciar el único Evangelio con un solo corazón y una sola alma; esto es lo que nos pide a nosotros, de modo individual y como Colegio, la Iglesia de hoy y de siempre; esto es lo que espera de nosotros el hombre contemporáneo.

Por eso, es indispensable cultivar entre nosotros una unidad profunda, que no se limite a una colegialidad afectiva, sino que se funde en una comunión doctrinal plena y se traduzca en un armonioso entendimiento a nivel operativo.

¿Cómo podríamos ser auténticos maestros para la humanidad y apóstoles creíbles de la nueva evangelización, si dejáramos entrar en nuestro corazón la cizaña de la división? El hombre de hoy necesita a Cristo y su palabra de salvación. En efecto, sólo el Señor sabe dar respuestas verdaderas a las inquietudes y a los interrogantes de nuestros contemporáneos. Él nos ha enviado al mundo como Colegio único e indiviso, que debe dar testimonio, con voz concorde, de su persona, de su palabra y de su misterio. ¡Está en juego nuestra credibilidad!

Cuanto más sepamos hacer resplandecer el rostro de la Iglesia que ama a los pobres, que es sencilla y defiende a los más débiles, tanto más eficaz será nuestra obra. Un ejemplo emblemático de esta actitud evangélica nos lo da la madre Teresa de Calcuta, a la que mañana tendré la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos.

4. Vosotros, señores cardenales, que de un modo particular pertenecéis a la venerada Iglesia de Roma, al provenir de todos los continentes podéis ser un valioso apoyo para el Sucesor de Pedro en el cumplimiento de su misión. Con vuestro ministerio, con la sabiduría adquirida en las culturas a las que pertenecéis y con el ardor de vuestra consagración, formáis una digna corona que embellece el rostro de la Esposa de Cristo. También por esta razón, se os pide un esfuerzo constante de fidelidad más plena a Dios y a su Iglesia. En efecto, la santidad es el secreto de la evangelización y de toda auténtica renovación pastoral.

A la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, os pido que sigáis rezando por mí, para que pueda cumplir fielmente mi servicio a la Iglesia hasta que el Señor quiera. Que nos acompañe y proteja María, Madre de la Iglesia, e interceda por nosotros el evangelista san Lucas, cuya fiesta celebramos hoy.

Con estos sentimientos, de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.
* * * * * * *


MENSAJE DEL COLEGIO CARDENALICIO


Santo Padre:

269 El Colegio cardenalicio se ha reunido para dar gracias al Señor y a usted por los veinticinco años de fecundo trabajo como Sucesor de san Pedro, que en estos días sentimos el deber de recordar.
Durante este arco de tiempo, la barca de la Iglesia con frecuencia ha navegado contra el viento y con mar agitado. El mar de la historia se encuentra agitado por contrastes entre ricos y pobres, entre pueblos y culturas, entre las posibilidades abiertas por las capacidades humanas y el peligro de la autodestrucción del hombre precisamente a causa de estas posibilidades. A veces el cielo se halla cubierto de nubes oscuras que ocultan a Dios a la mirada del hombre y ponen en tela de juicio la fe. Hoy, más que nunca, estamos experimentando que la historia del mundo -según la interpretación que dio san Agustín- es una lucha entre dos formas de amor: el amor a sí mismos hasta el desprecio de Dios, y el amor a Dios hasta la disponibilidad a sacrificarse a sí mismos por Dios y por el prójimo. Y a pesar de que los signos de la presunción del hombre, de su alejamiento de Dios, se sienten y perciben más que los testimonios de amor, gracias a Dios precisamente hoy vemos que la luz de Dios no se ha apagado en la historia: el gran número de santos y beatos que usted, Santo Padre, ha elevado al honor de los altares es un signo elocuente, en el que podemos reconocer con alegría la presencia de Dios en la historia, el reflejo de su amor en el rostro de los hombres bendecidos por Dios. En este arco de tiempo, Vuestra Santidad, constantemente confortado por la presencia amorosa de la Madre de Jesús, nos ha guiado con la alegría de la fe, con la intrépida valentía de la esperanza y con el entusiasmo del amor. Ha hecho que podamos ver la luz de Dios a pesar de todas las nubes y que no prevalezca la debilidad de nuestra fe, que nos impulsa demasiado fácilmente a exclamar: "Sálvanos, Señor, que perecemos" (
Mt 8,25). Por este servicio le damos las gracias hoy de todo corazón. Como peregrino del Evangelio, usted, al igual que los Apóstoles, se ha puesto en camino y ha cruzado los continentes para llevar el anuncio de Cristo, el anuncio del reino de Dios, el anuncio del perdón, del amor y de la paz.

Incansablemente, a tiempo y a destiempo, ha anunciado el Evangelio y, a su luz, ha recordado a todos los valores humanos fundamentales: el respeto de la dignidad del hombre, la defensa de la vida, la promoción de la justicia y de la paz. Sobre todo, ha salido al encuentro de los jóvenes, contagiándolos con el fuego de su fe, con su amor a Cristo y su disponibilidad a dedicarse a él en cuerpo y alma.

Se ha preocupado de los enfermos y de los que sufren, y ha lanzado un apremiante llamamiento al mundo para que los bienes de la tierra se repartan con equidad y para que los pobres tengan justicia y amor. Ha entendido el mandamiento de la unidad que dio el Señor a sus discípulos como un mandato dirigido personalmente a usted, hasta el punto de que ha hecho todo lo posible para que los creyentes en Cristo sean uno, de modo que en el milagro de la unidad, que los hombres no pueden crear, se reconozca el poder benévolo de Dios mismo.

Usted ha salido al encuentro de los hombres de otras religiones para despertar en todos el deseo de la paz y la disponibilidad a ser instrumento de paz. Así, más allá de todas las barreras y de todas las divisiones, usted ha sido para toda la humanidad un gran mensajero de paz. Nunca ha dejado de apelar a la conciencia de los poderosos y de confortar a los que son víctimas de la falta de paz en este mundo. De ese modo, usted ha obedecido al Señor, que dejó a los suyos la promesa: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27). Precisamente al salir al encuentro de los demás, usted nunca ha tenido la menor duda de que Cristo es el amor de Dios encarnado, el Hijo único y el Salvador de todos. Para usted, anunciar a Cristo no implica imponer a nadie algo ajeno, sino comunicar a todos aquello que en el fondo todos anhelan: el amor eterno que el corazón de cada hombre espera secretamente.

"El Redentor del hombre es el centro del cosmos y de la historia": estas palabras, con las que comienza su primera encíclica, han sido como un toque de trompeta que ha invitado a una renovación religiosa, volviendo a centrar todo en Cristo. Padre Santo, el Colegio cardenalicio, al final de este congreso, en el que sólo ha recordado algunos aspectos de los veinticinco años de su pontificado transcurridos hasta ahora, desea unánimemente reafirmar su filial adhesión a su persona, y su fiel y total acatamiento de su elevado magisterio de pastor de la Iglesia universal.

"La alegría del Señor es vuestra fortaleza" (Ne 8,10), dijo el sacerdote Esdras al pueblo de Israel en un momento difícil. Usted, Santo Padre, ha vuelto a suscitar en nosotros esta alegría del Señor. Le damos las gracias por ello. Que el Señor le conceda siempre su alegría.








AL FINAL DE LA COMIDA CON EL COLEGIO CARDENALICIO


Sábado 18 de octubre de 2003



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Conservo en mi corazón el emotivo recuerdo de la solemne celebración eucarística del jueves pasado, que me hizo revivir lo que sucedió hace veinticinco años. Con alegría y gratitud comparto con vosotros este ágape fraterno. Se prolonga así la experiencia de intensa comunión, vivida durante el interesante congreso organizado por el Colegio cardenalicio.

270 Os agradezco de corazón a cada uno de vosotros, venerados hermanos, la afectuosa cercanía que me testimoniáis en toda ocasión. Expreso mi gratitud, de modo particular, al cardenal secretario de Estado, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes, y a todo el Colegio cardenalicio por el generoso donativo que me ha hecho. Se destinará a las comunidades cristianas de Tierra Santa, tan duramente probadas.

2. Seguiremos encontrándonos durante los próximos días, primero para la beatificación de la madre Teresa y después para el consistorio. Son jornadas llenas de significado, que ponen de manifiesto la unidad y la vitalidad de la Iglesia.

Extiendo mi agradecimiento al director y al personal de esta casa acogedora y funcional que nos hospeda, así como a cuantos han preparado nuestra mesa.

3. Gracias, gracias, una vez más, a todos vosotros por vuestra presencia y por el amor que albergáis por la Iglesia. Cuando volváis a vuestras sedes, llevad mi saludo a vuestras comunidades eclesiales y asegurad a vuestros fieles que el Papa los ama mucho. Agradecedles de modo especial las oraciones y la cercanía espiritual que han demostrado a mi persona durante estos días. Con gran afecto, os imparto ahora mi bendición a vosotros y a vuestras comunidades.










A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO


EN LA BEATIFICACIÓN DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA


Lunes 20 de octubre de 2003



Venerados hermanos en el episcopado;
queridos Misioneros y Misioneras de la Caridad;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente y me uno con alegría a vuestra acción de gracias a Dios por la beatificación de la madre Teresa de Calcuta. Yo estaba unido a ella por una gran estima y un sincero afecto. Por eso, me alegra particularmente encontrarme entre vosotros, sus hijas e hijos espirituales. Saludo de modo especial a sor Nírmala, recordando el día en que la madre Teresa vino a Roma para presentármela personalmente. Extiendo mi saludo a todas las personas que componen la gran familia espiritual de esta nueva beata.

2. "Misionera de la Caridad: esto es lo que fue la madre Teresa, de nombre y de hecho". Con emoción repito hoy estas palabras, que pronuncié al día siguiente de su muerte (Ángelus, 7 de septiembre de 1997, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1).

Ante todo, misionera. No cabe duda de que la nueva beata fue una de las más grandes misioneras del siglo XX. De esta mujer sencilla, proveniente de una de las zonas más pobres de Europa, el Señor hizo un instrumento elegido (cf. Hch Ac 9,15) para anunciar el Evangelio a todo el mundo, no con la predicación sino con gestos diarios de amor a los más pobres. Misionera con el lenguaje más universal: el de la caridad sin límites ni exclusiones, sin preferencias, salvo por los más abandonados.

271 Misionera de la caridad. Misionera de Dios que es caridad, que siente predilección por los pequeños y los humildes, que se inclina sobre el hombre herido en el cuerpo y en el espíritu y derrama sobre sus llagas "el aceite de la consolación y el vino de la esperanza". Dios hizo esto en la persona de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, buen Samaritano de la humanidad. Y sigue haciéndolo en la Iglesia, especialmente a través de los santos de la caridad. La madre Teresa resplandece de modo especial entre ellos.

3. ¿Dónde encontró la madre Teresa la fuerza para ponerse completamente al servicio de los demás? La encontró en la oración y en la contemplación silenciosa de Jesucristo, de su santo Rostro y de su Sagrado Corazón. Lo dijo ella misma: "El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz". La paz, incluso junto a los moribundos, incluso en las naciones en guerra, incluso ante los ataques y las críticas hostiles. La oración colmó su corazón de la paz de Cristo y le permitió irradiarla a los demás.

4. Misionera de la caridad, misionera de la paz, misionera de la vida.La madre Teresa fue todas estas cosas. Habló siempre claramente en defensa de la vida humana, incluso cuando su mensaje no resultaba grato. Toda la existencia de la madre Teresa fue un himno a la vida. Sus encuentros diarios con la muerte, con la lepra, con el sida y con todo tipo de sufrimiento humano la hicieron testigo convincente del evangelio de la vida. Su misma sonrisa era un "sí" a la vida, un "sí" gozoso, nacido de una fe y un amor profundos, un "sí" purificado en el crisol del sufrimiento. Renovaba ese "sí" cada mañana, en unión con María, al pie de la cruz de Cristo. La "sed" de Jesús crucificado se convirtió para la madre Teresa en su propia sed y en la inspiración de su camino de santidad.

5. Teresa de Calcuta fue realmente madre. Madre de los pobres, madre de los niños. Madre de tantas muchachas y de tantos jóvenes que la tuvieron como guía espiritual y compartieron su misión. De una pequeña semilla el Señor ha hecho crecer un árbol grande y rico en frutos (cf. Mt
Mt 13,31-32). Y precisamente vosotros, hijas e hijos de la madre Teresa, sois los signos más elocuentes de esta fecundidad profética. Conservad inalterado su carisma y seguid sus ejemplos, y ella, desde el cielo, no dejará de sosteneros en el camino diario.

Pero el mensaje de la madre Teresa, hoy más que nunca, se presenta como una invitación dirigida a todos. Toda su existencia nos recuerda que ser cristianos significa ser testigos de la caridad. Esta es la consigna de la nueva beata. Haciéndome eco de sus palabras, exhorto a cada uno a seguir con generosidad y valentía los pasos de esta auténtica discípula de Cristo. Por la senda de la caridad la madre Teresa camina a vuestro lado.

De corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS NUEVOS CARDENALES CON SUS FAMILIARES


Jueves 23 de octubre de 2003



Venerados hermanos cardenales;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después de las solemnes celebraciones del pasado martes y de ayer, me alegra encontrarme con vosotros también hoy.

Os saludo ante todo a vosotros, venerados cardenales italianos. Juntamente con vosotros, deseo saludar a vuestros familiares, amigos y diocesanos, que os acompañan. Estoy seguro de que continuarán siguiéndoos con su oración y con su afectuoso apoyo.
272 Saludo con afecto a los nuevos cardenales de lengua francesa y a los peregrinos francófonos que han venido para estar junto a ellos con ocasión del consistorio de su creación. A todos imparto mi bendición.

Saludo a los nuevos cardenales de lengua inglesa juntamente con los peregrinos que los han acompañado a Roma. Que vuestra estancia en la ciudad de los Apóstoles os confirme en la fe, en la esperanza y en el amor. Os bendigo cordialmente a todos.

Saludo afectuosamente a los nuevos cardenales de lengua española, así como a quienes les acompañan. Bendigo a todos de corazón.

Saludo con afecto al nuevo cardenal de la arquidiócesis de Río de Janeiro y a los peregrinos de Brasil que lo acompañan. Sobre todos descienda mi bendición.

Saludo cordialmente a los padres dehonianos y a todos los que durante estos días acompañan al cardenal Stanislaw. Junto con vosotros doy gracias a Dios, porque he podido conferir esta dignidad a un sacerdote celoso, conocido investigador y fiel amigo. Pido a Dios que lo bendiga a él y a todos vosotros.

2. Venerados y queridos hermanos, al renovaros mi saludo fraterno y mis cordiales felicitaciones por la misión que se os ha confiado al servicio de la Iglesia, deseo encomendar vuestras personas y vuestro ministerio a la protección celestial de la Virgen santísima. Que san Pedro y san Pablo también intercedan por vosotros.

Con estos sentimientos, de corazón os renuevo mi bendición a vosotros y a cuantos os acompañan con alegría y afecto, así como a todos los que encontréis en vuestro ministerio pastoral.








A LOS OBISPOS DE INGLATERRA Y GALES


EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 23 de octubre de 2003



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro" (1Tm 1,2). Con estas palabras de saludo, os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Inglaterra y Gales. Agradezco al cardenal Murphy-O'Connor los buenos deseos y los amables sentimientos que me ha expresado en vuestro nombre. Correspondiendo cordialmente, os aseguro mis oraciones por vosotros y por aquellos que están encomendados a vuestra solicitud pastoral. Al "venir a ver a Pedro" (Ga 1,18) fortalecéis en la fe, en la esperanza y en la caridad vuestros vínculos de comunión con el Obispo de Roma. Vuestra primera visita ad limina Apostolorum de este nuevo milenio es una ocasión para afirmar vuestro compromiso de hacer que el rostro de Cristo sea cada vez más visible en la Iglesia y en la sociedad a través de un testimonio coherente del Evangelio, que es Jesucristo mismo (cf. Ecclesia in Europa, 6).
Vida de santidad

273 2. Inglaterra y Gales, a pesar de poseer una rica herencia cristiana, hoy afrontan el avance invasor del secularismo. En la raíz de esta situación está el intento de promover una visión de la humanidad separada de Dios y alejada de Cristo. Es una mentalidad que exagera el individualismo, rompe el nexo esencial entre libertad y verdad y, en consecuencia, destruye los vínculos mutuos que definen la vida social. Esta pérdida del sentido de Dios se experimenta a menudo como "abandono del hombre" (ib., 9). La desintegración social, las amenazas contra la vida familiar y los espectros siniestros de la intolerancia racial y la guerra, dejan a muchos hombres y mujeres, y especialmente a los jóvenes, desorientados y a veces también sin esperanza. Por tanto, no sólo la Iglesia afronta los efectos inquietantes del secularismo, sino también la vida civil.

Jesucristo, vivo en su Iglesia, nos permite superar la perplejidad de nuestro tiempo. Como obispos estamos llamados a permanecer vigilantes en nuestro deber de proclamar con clara y apasionada certeza que Jesucristo es la fuente de esperanza, una esperanza que no defrauda (cf. Rm
Rm 5,5). Los fieles de Inglaterra y Gales os miran con grandes expectativas, esperando que anunciéis y enseñéis el Evangelio que disipa la oscuridad e ilumina el camino de la vida. El anuncio diario del Evangelio y una vida de santidad son la vocación de la Iglesia en todo tiempo y lugar.
Este mandato, que manifiesta la identidad más profunda de la Iglesia, requiere la mayor solicitud. Los fenómenos del secularismo y la indiferencia religiosa generalizada, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y las graves dificultades que experimentan los padres en su intento de catequizar a sus hijos, atestiguan la apremiante necesidad de que los obispos cumplan su misión fundamental de ser heraldos auténticos y autorizados de la Palabra (cf. Pastores gregis ). Para lograrlo, los obispos, llamados por Cristo a ser maestros de la verdad, "deben impulsar y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia" (Lumen gentium LG 23). Mediante su fidelidad al magisterio ordinario de la Iglesia, su estricta observancia de la disciplina de la Iglesia universal y sus declaraciones positivas que instruyen con claridad a los fieles, el obispo preserva al pueblo de Dios de desviaciones y defecciones, y le garantiza la posibilidad objetiva de profesar sin error la auténtica fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 890).

3. Queridos hermanos en el episcopado, vuestras relaciones indican con claridad que habéis considerado seriamente mi profunda convicción de que el nuevo milenio exige un "renovado impulso en la vida cristiana" (Novo millennio ineunte NM 29). Si la Iglesia quiere saciar la sed que tienen los hombres y las mujeres de valores verdaderos y auténticos sobre los que puedan construir su vida, no hay que escatimar ningún esfuerzo con vistas a encontrar iniciativas pastorales eficaces para dar a conocer a Jesucristo.

En medio de impulsos recurrentes de división, sospecha y hostilidad, el gran desafío que afrontáis consiste en hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión (cf. ib., 43), reconociendo que ella es "como el pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium LG 4). Por ello, es muy importante que los programas de formación catequística y religiosa que habéis introducido ayuden a los fieles a seguir profundizando en la comprensión y el amor de Cristo y de su Iglesia. La auténtica pedagogía de la oración, la catequesis convincente sobre el significado de la liturgia y la importancia de la Eucaristía dominical, y la promoción de la práctica frecuente del sacramento de la reconciliación (cf. Congregación para el clero: instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, n. 27), contribuirán en gran medida a alcanzar este objetivo pastoral e infundir en el corazón de vuestro pueblo la alegría y la paz que derivan de la participación en la vida y en la misión de la Iglesia.

4. El papel del ministerio sacerdotal es fundamental para el éxito de vuestros programas de renovación pastoral. La Iglesia necesita sacerdotes humildes y santos, cuyo camino diario de conversión estimule a todo el pueblo de Dios a la santidad a la que está llamado (cf. Lumen gentium LG 9). El sacerdote, arraigado firmemente en una relación personal de profunda comunión y amistad con Jesús, el buen Pastor, no sólo encontrará la santificación para sí mismo, sino que también se convertirá en un modelo de santidad para el pueblo al que está llamado a servir. Asegurad a vuestros sacerdotes que los fieles cristianos, y la sociedad en general, dependen de ellos y los aprecian mucho. A este respecto, confío en que les mostréis vuestro afecto especial, acompañándolos como padres y hermanos a lo largo de todas las etapas de su vida ministerial (cf. Pastores gregis ).

De igual modo, los sacerdotes religiosos, los religiosos y las religiosas necesitan ser alentados en su esfuerzo por enriquecer la comunión eclesial mediante su colaboración y su ministerio en vuestras diócesis. La vida consagrada, como don para la Iglesia, está en su mismo corazón, manifestando la profunda belleza de la vocación cristiana al amor desinteresado y dispuesto al sacrificio. Vuestros recientes esfuerzos por promover una "cultura de la vocación" se convertirán ciertamente en un signo positivo del tesoro de los diversos estados de la vida eclesial, que existen juntos "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

Como prioridad en vuestra respuesta a la llamada a la nueva evangelización, me alegra conocer vuestros decididos esfuerzos por infundir nueva energía al ministerio de los jóvenes. El crecimiento de grupos como "Juventud 2000" y el desarrollo de programas de capellanías universitarias muestran el deseo de muchos jóvenes de participar en la vida de la Iglesia. Como ministros de esperanza, los obispos deben construir el futuro junto con aquellos a quienes está encomendado el futuro (cf. Pastores gregis ). Ofrecedles una formación cristiana integral y estimuladlos a seguir a Cristo. Descubriréis que su entusiasmo y su generosidad son precisamente lo que se necesita para promover un espíritu de renovación, no sólo entre ellos, sino también en toda la comunidad cristiana.

5. La evangelización de la cultura es un aspecto central de la nueva evangelización, porque "el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios" (Centesimus annus CA 24). Como obispos, tratáis justamente de encontrar modos de lograr que la verdad de Cristo sea tenida en la debida consideración en el ámbito público. A este respecto, reconozco la gran contribución de vuestras cartas pastorales y declaraciones sobre cuestiones de interés para vuestra sociedad. Os animo a seguir asegurando que esas declaraciones expresen de forma plena y clara la totalidad de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. De particular importancia es la necesidad de sostener la unicidad del matrimonio como unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en la que, como marido y mujer, participan en la amorosa obra creadora de Dios. Equiparar al matrimonio otras formas de convivencia oscurece la santidad del matrimonio y viola su profundo valor en el plan de Dios para la humanidad (cf. Familiaris consortio FC 3).

Sin duda, uno de los factores principales en la formación de la cultura actual son los medios de comunicación social. El requisito moral fundamental de toda comunicación es que respete y sirva a la verdad. Vuestros esfuerzos por ayudar a quienes trabajan en este campo a ejercer sus responsabilidades son encomiables. Aunque esos esfuerzos a veces puedan encontrar resistencia, os aliento a colaborar con los hombres y mujeres de los medios de comunicación. Invitadlos a unirse a vosotros para derribar las barreras de la desconfianza y tratar de reunir a los pueblos en la comprensión y el respeto.

6. Por último, en el contexto de la evangelización de la cultura, deseo expresar mi aprecio por la importante contribución de vuestras escuelas católicas, tanto en el enriquecimiento de la fe de la comunidad católica como en la promoción de la excelencia en la vida cívica en general. Reconociendo los profundos cambios que afectan al mundo de la educación, animo a los maestros, laicos y religiosos, en su misión primaria de asegurar que los bautizados "sean cada vez más conscientes del don de la fe que han recibido" (Gravissimum educationis GE 2). Aunque la educación religiosa, el centro de toda escuela católica, es hoy un desafío y un apostolado arduo, hay también muchos signos del deseo de los jóvenes de conocer la fe y practicarla con vigor. Para que aumente este despertar de la fe, hacen falta maestros que comprendan con claridad y precisión la naturaleza específica y el papel de la educación católica. Esta debe articularse en todos los niveles, para que nuestros jóvenes y sus familias experimenten la armonía entre la fe, la vida y la cultura (cf. Congregación para la educación católica, Las personas consagradas y su misión en la escuela, 6). A este respecto deseo hacer un llamamiento especial a vuestros religiosos para que no abandonen el apostolado escolar (cf. Pastores gregis ) sino que, al contrario, renueven su compromiso de servir también en las escuelas situadas en las áreas más pobres. En los lugares donde existen muchas cosas que alejan a los jóvenes del camino de la verdad y de la libertad auténtica, el testimonio de los consejos evangélicos por parte de la persona consagrada es un don insustituible.

274 7. Queridos hermanos en el episcopado, con afecto fraterno comparto estas reflexiones con vosotros y os aseguro mis oraciones mientras tratáis de hacer cada vez más reconocible el rostro de Cristo en vuestras comunidades. El mensaje de esperanza que anunciáis suscitará nuevo fervor y un renovado compromiso de vida cristiana. Unidos en nuestro amor al Señor e inspirándonos en el ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, beatificada recientemente, prosigamos con esperanza. Con estos sentimientos, os encomiendo a María, Estrella de la nueva evangelización, para que os sostenga en la prudencia pastoral, os refuerce en la entereza e infunda en vuestro corazón amor y compasión. A vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis, imparto cordialmente mi bendición apostólica.










CON OCASIÓN DEL IV CENTENARIO


DEL NACIMIENTO DE SAN JOSÉ DE CUPERTINO


Sábado 25 de octubre\i de 2003

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma con ocasión de las solemnes celebraciones por el IV centenario del nacimiento de san José de Cupertino. Saludo, ante todo, a los queridos Frailes Menores Conventuales, acompañados por su ministro general, padre Joachim Giermek, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Dirijo un saludo especial al cardenal Sergio Sebastiani y a los pastores de las comunidades eclesiales que participan en esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Por último, os saludo a vosotros, amadísimos peregrinos de Pulla, Umbría y Las Marcas, lugares particularmente vinculados al paso terreno y a la memoria del "santo de los vuelos".
Como afirmé en el Mensaje publicado el pasado mes de febrero, José de Cupertino sigue siendo un santo de extraordinaria actualidad, porque "está espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo", a los cuales enseña "a recorrer el camino que lleva a una santidad diaria, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber" (Mensaje con motivo del 400° aniversario del nacimiento de san José de Cupertino, 22 de febrero de 2003, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de marzo de 2003, p. 5).

2. En efecto, san José es, ante todo, maestro de oración. En el centro de su jornada estaba la celebración de la santa misa, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor. San José de Cupertino vivió en íntima unión con el Espíritu Santo; estaba totalmente poseído por el Espíritu, del que aprendía las cosas de Dios para traducirlas luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y cojo de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.

3. En segundo lugar, el santo de Cupertino sigue hablando a los jóvenes, y en particular a los estudiantes, que lo veneran como su patrón. Los impulsa a enamorarse del Evangelio, a "remar mar adentro" en el vasto océano del mundo y de la historia, permaneciendo firmemente arraigados en la contemplación del rostro de Cristo.

Mi deseo es que vosotros, queridos jóvenes y estudiantes, así como vosotros, que trabajáis en el ámbito cultural y formativo, sigáis el ejemplo de san José, comprometiéndoos a conjugar la sabiduría de la fe con el método riguroso de la ciencia, para que el saber humano, siempre abierto a la trascendencia, avance seguro hacia un conocimiento de la verdad cada vez más pleno.

4. Por último, san José de Cupertino resplandece como modelo ejemplar de santidad para sus hermanos de la Orden franciscana de Frailes Menores Conventuales. Su constante esfuerzo por pertenecer sólo a Cristo hace de él un icono del fraile "menor" que, siguiendo el ejemplo del "Poverello" de Asís, toma a Cristo como centro de toda su existencia. Fue elocuente su decidido compromiso de orientar constantemente su corazón a Dios, para que nada lo separara de "su" Jesús, amado sobre todas las cosas y personas.

El testimonio de este gran santo, que brilla con una luz singular en la celebración de este centenario, constituye un mensaje alentador de vida evangélica. Para los que han abrazado los ideales de la vida consagrada representa una fuerte invitación a vivir buscando siempre los valores del espíritu, totalmente consagrados al Señor y a un servicio necesario de caridad para con los hermanos.

5. Como todos los santos, José de Cupertino no pasa de moda. A cuatro siglos de distancia, su testimonio sigue representando para todos una invitación a ser santos. Aunque pertenece a una época en ciertos aspectos bastante diversa de la nuestra, señala un itinerario de espiritualidad válido para todo tiempo; recuerda el primado de Dios, la necesidad de la oración y de la contemplación, la ardiente y confiada adhesión a Cristo, el compromiso del anuncio misionero y el amor a la cruz.


Discursos 2003 267