Discursos 2003 295


A LA UNITALSI EN EL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN


Sábado 15 de noviembre de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con alegría os acojo hoy a todos vosotros, que venís de diversas regiones de Italia para conmemorar los cien años de vida y de actividad de la UNITALSI.

Saludo ante todo al presidente nacional, doctor Antonio Diella, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de toda la asociación. Saludo a monseñor Luigi Moretti, vicegerente de la diócesis de Roma y vuestro consiliario. Os dirijo un saludo agradecido a cada uno y, a través de vosotros, a todos los miembros comprometidos tanto en el voluntariado como en las diferentes actividades promovidas por vuestra organización.

Deseo, además, recordar en este momento a todos los que os han precedido durante estos cien años, tanto en los cargos directivos como en el servicio humilde y silencioso que caracteriza a la familia de la UNITALSI.

296 2. Varios momentos de celebración, durante estos meses, os han brindado la ocasión de expresar vuestro agradecimiento al Señor: el congreso de Rímini; la peregrinación internacional de los niños y la nacional a Lourdes; la subida al monte de la Santa Casa en Loreto; y otras muchas iniciativas formativas, culturales y religiosas.

Ahora queréis concluir vuestro jubileo con la visita a la ciudad eterna para renovar así la expresión de vuestra fidelidad al Sucesor del apóstol san Pedro. Sois muy conscientes de que todo bautizado está llamado a ser "santuario vivo" de Dios, mediante una existencia coherente con el mensaje evangélico. En diversas circunstancias habéis meditado sobre la vocación universal a la "santidad".
A este propósito, también recientemente, en la exhortación apostólica Ecclesia in Europa, afirmé que "la aportación de los fieles laicos a la vida eclesial es irrenunciable. En efecto, es insustituible el papel que tienen en el anuncio y el servicio al Evangelio de la esperanza, ya que por medio de ellos la Iglesia de Cristo se hace presente en los más variados sectores del mundo" (n. 41).

3. Amadísimos hermanos y hermanas, mantened vivo el carisma de vuestra asociación eclesial.
Ojalá que el icono bíblico del buen samaritano, que presta ayuda al que está herido y necesitado (cf. Lc
Lc 10,30-37), así como la tenacidad, llena de fe y de esperanza, de los hombres que llevan el paralítico ante Jesús bajándolo en camilla desde el techo (cf. Lc Lc 5,18-20), os estimulen a una entrega cada vez más total a Dios y al prójimo.

Alimentad vuestra existencia personal y el trabajo en la UNITALSI con la escucha de la Palabra y la oración, con una intensa vida sacramental y una búsqueda incesante de la voluntad divina. Así es como se rinde "el culto espiritual" agradable al Señor.

4. Los orígenes de vuestra asociación están vinculados al santuario mariano de Lourdes. A imitación de María, que, después de acoger en su seno la "Palabra hecha carne", se puso en camino para ir a la casa de Isabel, estad también vosotros dispuestos a todo servicio humilde y sencillo. Como ella, sed testigos del amor de Dios.

La Inmaculada, que "da alegría y paz", hará "resplandecer la santidad de Dios" en vuestro corazón (cf. Prefacio y colecta de la misa de la B.V. María). Recurrid a ella con el rezo del rosario, y aceptad su invitación a valorar el sufrimiento y el dolor como contribuciones preciosas para la salvación del mundo. La Virgen os ayudará y será vuestro apoyo en cualquier situación.

Os acompaño con la oración, y de buen grado os imparto una bendición especial a vosotros, a cuantos son objeto de vuestra atención y vuestro amor, y a toda la familia de la UNITALSI.








AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE LA INDIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 17 de noviembre de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

297 1. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Ps 118,1). Estas palabras de los salmos son muy adecuadas para daros la bienvenida a vosotros, pastores de las provincias eclesiásticas de Madrás y Manipur, Madurai y Pondicherry y Cuddalore, al final de esta serie de visitas ad limina de los obispos de la India. En particular, deseo saludar al arzobispo Arul Das y agradecerle los sentimientos que me ha transmitido de parte de todos vosotros.

Los discursos que dirigí anteriormente a vuestros hermanos en el episcopado han ponderado frecuentemente la importancia de promover un auténtico espíritu de solidaridad en la Iglesia y en la sociedad. No basta que la comunidad cristiana mantenga el principio de solidaridad como un ideal noble; más bien, ha de considerarse como la norma para las relaciones entre las personas que, en palabras de mi venerado predecesor el Papa Pío XII, fue "sellada por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre celestial en nombre de la humanidad pecadora" (Summi pontificatus). Al ser sucesores de los Apóstoles de Cristo, tenemos el deber fundamental de animar a todos los hombres y mujeres a transformar esta solidaridad en una "espiritualidad de comunión" para el bien de la Iglesia y de la humanidad (cf. Pastores gregis ). Al compartir estos pensamientos con vosotros hoy, deseo situar mis reflexiones en el contexto de este principio fundamental de las relaciones humanas y cristianas.

2. No podemos esperar difundir este espíritu de unidad entre nuestros hermanos y hermanas sin una auténtica solidaridad entre los pueblos. Como muchos otros lugares en el mundo, también la India está afligida por numerosos problemas sociales. En algunos casos, esos desafíos se agravan a causa del injusto sistema de división de castas, que niega la dignidad humana de enteros grupos de personas. A este respecto, repito lo que dije durante mi primera visita pastoral a vuestro país: "La ignorancia y los prejuicios deben ser reemplazados por la tolerancia y el entendimiento. La indiferencia y la lucha de clases deben transformarse en fraternidad y servicio entregado. La discriminación fundada en la raza, el color, el credo, el sexo o el origen étnico debe rechazarse como totalmente incompatible con la dignidad humana" (Homilía durante la misa en el estadio Indira Gandhi, Nueva Delhi, 2 de febrero de 1986, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de febrero de 1986, p. 7).

Alabo las numerosas iniciativas que han puesto en marcha la Conferencia episcopal y las Iglesias particulares para combatir esa injusticia. Los valientes pasos que habéis dado para solucionar ese problema, como los del Consejo de obispos Tamil Nadu en 1992, son ejemplos que pueden seguir otros. En todo momento debéis procurar que se preste especial atención a los que pertenecen a las castas más bajas, especialmente a los dalits. No deben ser segregados nunca de los demás miembros de la sociedad. Cualquier apariencia de prejuicio basado en la casta en las relaciones entre cristianos es un antitestimonio de la auténtica solidaridad humana, una amenaza contra la genuina espiritualidad y un serio obstáculo a la misión evangelizadora de la Iglesia. Por tanto, habría que reformar notablemente las costumbres o tradiciones que perpetúan o refuerzan la división de castas, para que puedan llegar a ser una expresión de la solidaridad de toda la comunidad cristiana. Como nos enseña el apóstol san Pablo, "si un miembro sufre, todos los demás sufren con él" (1Co 12,26). La Iglesia tiene el deber de trabajar sin cesar para cambiar los corazones, ayudando a las personas a considerar a todo ser humano como hijo de Dios, hermano o hermana de Cristo y, por consiguiente, miembro de nuestra misma familia.

3. La auténtica comunión con Dios y con los demás lleva a todos los cristianos a anunciar la buena nueva a aquellos que no han visto ni oído (cf. 1Jn 1,1). La Iglesia ha recibido la misión única de servir "al Reino difundiendo en el mundo los "valores evangélicos", que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios" (Redemptoris missio RMi 20). En efecto, es este espíritu evangélico el que anima incluso a las personas de diferentes tradiciones a trabajar juntas con el objetivo común de anunciar el Evangelio (cf. Discurso a los obispos de rito siro-malabar de la India, 13 de mayo de 2003).

Muchos de vosotros habéis expresado la esperanza de que la Iglesia en la India continúe sus esfuerzos por permanecer activamente comprometida en la "nueva evangelización". Esto es de especial importancia en las sociedades modernas, en las que amplios sectores de la población se encuentran en situaciones desesperadas, que a menudo los llevan a buscar soluciones rápidas y fáciles para problemas complicados. Este sentido de desesperación puede explicar, en parte, por qué tantas personas -jóvenes y ancianos- se sienten atraídas por las sectas fundamentalistas, que ofrecen emociones efímeras y una garantía de riqueza y ventajas terrenas. Nuestra respuesta a esto debe ser una "nueva evangelización", y su éxito depende de nuestra habilidad para mostrar a las personas la vaciedad de esas promesas, convenciéndolas de que Cristo y su Cuerpo comparten sus sufrimientos, y recordándoles que "busquen primero el reino de Dios y su justicia" (Mt 6,33).

4. En mi reciente exhortación apostólica postsinodal, Pastores gregis, destaqué que el obispo es el "administrador de la gracia del sumo sacerdocio", ejerciendo su ministerio mediante la predicación, la guía espiritual y la celebración de los sacramentos (cf. n. 32). Como pastores de la grey del Señor, sois muy conscientes de que no podéis cumplir eficazmente vuestras obligaciones sin colaboradores comprometidos que os asistan en vuestro ministerio. Por esta razón, es esencial que sigáis promoviendo la solidaridad entre el clero y una mayor unidad entre los obispos y sus presbíteros. Confío en que los sacerdotes en vuestro país "vivan y actúen con espíritu de comunión y colaboración con los obispos y con todos los miembros de la Iglesia, dando testimonio del amor que Jesús definió como auténtico distintivo de sus discípulos" (Ecclesia in Asia ).

Por desgracia, incluso quienes han sido ordenados para el ministerio, a veces pueden ser víctimas de tendencias culturales o sociales dañosas, que socavan su credibilidad y obstaculizan seriamente su misión. Como hombres de fe, los sacerdotes no deben dejar que la tentación del poder o de ganancias materiales los alejen de su vocación, ni pueden permitir que las diferencias étnicas o de castas los aparten de su misión fundamental de anunciar el Evangelio. Los obispos, como padres y hermanos, han de amar y respetar a sus sacerdotes. Del mismo modo, los sacerdotes deben amar y honrar a sus obispos. Vosotros y vuestros sacerdotes sois heraldos del Evangelio y constructores de la unidad en la India. Las diferencias personales o la casualidad del nacimiento no deben minar nunca este papel esencial (cf. Discurso a los sacerdotes de la India, Goa, 6 de febrero de 1986).

5. Un firme compromiso de mutuo apoyo asegura nuestra unidad en la misión, que se funda en Cristo mismo, y nos permite acercarnos "a todas las culturas, a todas las concepciones ideológicas, a todos los hombres de buena voluntad" (Redemptor hominis RH 12). Debemos recordar siempre las palabras de san Pablo cuando enseñaba que "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14,7). La Iglesia, además, exhorta a los fieles a entablar, con prudencia y caridad, el diálogo y la colaboración con los miembros de otras religiones. Una vez que hayamos comprometido a estos hermanos y hermanas nuestros, seremos capaces de concentrar nuestros esfuerzos en una solidaridad duradera entre las religiones. Juntos nos esforzaremos por reconocer nuestro deber de fomentar la unidad y la caridad entre las personas, reflexionando sobre lo que tenemos en común y sobre lo que puede promover ulteriormente la fraternidad entre nosotros (cf. Nostra aetate NAE 1 y 2).

Alentar la verdad requiere un profundo respeto por todo lo que ha realizado en el hombre el Espíritu, que "sopla donde quiere" (Jn 3,8). La verdad que nos ha sido revelada nos obliga a ser sus guardianes y sus maestros. Al transmitir la verdad de Dios, debemos conservar siempre "una profunda estima por el hombre, por su entendimiento, su voluntad, su conciencia y su libertad. De este modo, la misma dignidad de la persona humana se hace contenido de aquel anuncio, incluso sin palabras, a través del comportamiento respecto de ella" (Redemptor hominis RH 12). La Iglesia católica en la India ha promovido constantemente la dignidad de toda persona y ha defendido el correspondiente derecho de todos a la libertad religiosa. Su estímulo a la tolerancia y al respeto de las otras religiones se demuestra con los numerosos programas de intercambio interreligioso que habéis desarrollado tanto a nivel nacional como local. Os animo a continuar esos diálogos cordiales y útiles con los fieles de las otras religiones. Esos diálogos ayudarán a cultivar la búsqueda mutua de la verdad, la armonía y la paz.

6. Queridos hermanos, pastores del pueblo de Dios, al comienzo del tercer milenio, volvamos a dedicarnos a la tarea de reunir a los hombres y mujeres en una unidad de propósitos y entendimiento. Pido a Dios que vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo haya renovado la fuerza que necesitáis para desarrollar una auténtica espiritualidad de comunión, que enseñe a todas las personas a "dar espacio" a sus hermanos y hermanas, "llevando los unos la carga de los otros" (cf. Novo millennio ineunte NM 43). Os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, a la intercesión de la beata Teresa de Calcuta y a la protección de María, Madre de la Iglesia. Como prenda de paz y alegría en Cristo, nuestro Señor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS ITALIANOS, REUNIDOS EN ASÍS

PARA SU LII ASAMBLEA GENERAL




298 Amadísimos obispos italianos:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (
1Co 1,3).

Os saludo con gran afecto a cada uno de vosotros, reunidos en Asís, en la basílica de Santa María de los Ángeles, para vuestra LII asamblea general. Os acompaño con la oración y os deseo que paséis juntos unos días de intensa comunión y de trabajo fecundo. Saludo, en particular, al cardenal presidente Camillo Ruini, a los tres vicepresidentes y al secretario general, así como a todos los que colaboran con generoso empeño en las actividades de vuestra Conferencia.

2. En esta ocasión, vuestra solicitud de pastores se concentrará en un tema de importancia fundamental para la vida y la misión de la Iglesia: la parroquia. Muy oportunamente, en el programa de vuestra asamblea, la parroquia se presenta como "Iglesia que vive entre las casas de los hombres", recogiendo las palabras con que describí la índole de la parroquia en la exhortación apostólica Christifideles laici (cf. n. 26).

Deseo subrayar que comparto con vosotros la convicción de la función central e insustituible que corresponde a la parroquia para hacer posible, y en cierto sentido fácil y espontánea para toda persona y familia, la participación en la vida de la Iglesia. En efecto, como afirmó el concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, las parroquias, "en cierto modo, representan a la Iglesia visible establecida por todo el mundo" (n. 42).

La presencia de tantas parroquias en todo el territorio italiano, su vitalidad y capacidad de desempeñar un servicio pastoral e incluso social atento a las necesidades de la población, son una riqueza extraordinaria de la Iglesia en Italia. En vuestra asamblea trataréis de descubrir los caminos más adecuados para conservar e incrementar esta riqueza, en medio de los grandes cambios sociales y culturales de nuestro tiempo y afrontando los múltiples desafíos que tienden a alejar de la fe y de la Iglesia también a un pueblo como el italiano, cuyo arraigo cristiano es tan sólido y profundo.

Para lograr estos resultados, será especialmente importante que las parroquias italianas mantengan el característico estilo "familiar" que las distingue y que hace de ellas, en cierto sentido, grandes "familias de familias": así las parroquias serán un ambiente de vida cálido y acogedor, y podrán dar una gran contribución a la defensa y a la promoción de la familia, realidad preciosa e insustituible, sobre la que hoy por desgracia se ciernen continuas amenazas.

3. Vuestra asamblea me brinda también una ocasión propicia para dirigir un saludo afectuoso, agradecido y estimulante, a los numerosos sacerdotes italianos comprometidos en el ministerio parroquial, comenzando por los párrocos.

Conozco bien su trabajo diario, los problemas que con tanta frecuencia deben afrontar, así como las desilusiones, que nunca faltan, y quiero asegurarles mi cordial cercanía. Pero también conozco el celo y la confianza que los animan, el espíritu de fe y el sentido de Iglesia que les proporcionan siempre nuevas energías.

Quiero que estos sacerdotes sepan que el Papa los lleva en su corazón y que confía en ellos para mantener la fe en el pueblo de Dios y para hacer que en los pastores y en los fieles crezca el impulso apostólico y misionero, a fin de que las comunidades parroquiales sean células vivas de irradiación del cristianismo.

4. Amadísimos hermanos en el episcopado, deseo expresar mi más vivo aprecio por la constante solicitud pastoral con que seguís y acompañáis la vida social de Italia.

299 A un año de distancia de mi visita al Parlamento italiano, esta amada nación, que tanto ha contribuido y contribuye a la construcción de Europa y a la difusión de auténticos valores de civilización, sigue afligida por diversos problemas y contrastes, mientras que aún no se ha extirpado del todo la hierba mala del terrorismo político.

Por tanto, estoy a vuestro lado en la obra que cada uno de vosotros realiza para favorecer la serenidad y la concordia en las relaciones entre las distintas fuerzas y los diferentes componentes políticos, sociales e institucionales. Asimismo, comparto de corazón vuestro continuo compromiso en defensa de la vida humana, de la familia fundada en el matrimonio, de la libertad escolar concreta, y también vuestra solicitud por el fomento del empleo y por el apoyo a los sectores más pobres de la población.

5. Amadísimos obispos italianos, os habéis reunido en Asís en el 750° aniversario de la muerte de santa Clara. Ese lugar, al que me siento vinculado por recuerdos inolvidables, es símbolo de paz para el mundo entero. Me uno espiritualmente a vosotros a fin de invocar el don de la paz para la humanidad atormentada por tantos conflictos sangrientos. Juntamente con vosotros, encomiendo al Señor a los italianos que han caído en Irak cumpliendo su deber de servicio a aquellas poblaciones.
Oremos, finalmente, por Italia y por todas las Iglesias encomendadas a vuestra solicitud pastoral, a fin de que la fe y la caridad de Cristo sean luz y alimento para la nación entera.

Con sentimientos de profundo afecto, os imparto a vosotros, a vuestras diócesis y a cada parroquia italiana, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 14 de noviembre de 2003








A LOS PARTICIPANTES EN EL V CONGRESO MUNDIAL


DE LA PASTORAL PARA LOS EMIGRANTES E ITINERANTES


Jueves 20 de noviembre de 2003





Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
amados hermanos y hermanas en Cristo:

1. ¡La paz esté con vosotros! Con alegría os doy la bienvenida hoy aquí. Saludo en particular al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, cardenal Stephen Fumio Hamao, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Me complace saludar a los demás cardenales y a los obispos presentes entre vosotros, y dar la bienvenida en especial a nuestros hermanos y hermanas de las demás comunidades cristianas. Con ocasión de este V Congreso mundial, también os aseguro mi cercanía espiritual a los emigrantes, a los refugiados, a los desplazados y a los estudiantes extranjeros en todo el mundo, a los que tratáis de prestar vuestra asistencia.

300 La tarea de promover el bienestar de numerosos hombres y mujeres que, por diversas razones, no viven en su patria, representa un campo muy vasto para la nueva evangelización, a la que está llamada toda la Iglesia. Esta tarea exige como condición fundamental reconocer la movilidad actual, voluntaria e involuntaria, de tantas familias.

2. La Iglesia sigue esforzándose por responder a los signos de los tiempos; se trata de un desafío que requiere siempre un compromiso pastoral renovado. El Consejo pontificio, inspirándose en la constitución apostólica Exsul familia del Papa Pío XII, y como respuesta a la enseñanza del concilio Vaticano II, está preparando actualmente una Instrucción que afrontará las nuevas necesidades espirituales y pastorales de los emigrantes y de los refugiados, y presentará el fenómeno de la emigración como un modo de favorecer el diálogo, la paz y el anuncio del Evangelio.

Hoy es necesario prestar atención especial al aspecto ecuménico de la emigración, con referencia a los cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, y también a la dimensión interreligiosa, sobre todo por lo que atañe a los seguidores del islam. Confío en que la Instrucción responda a estas exigencias, además de articular la necesidad de promover un programa pastoral abierto a nuevos desarrollos, y, a la vez, siempre atento al deber de los agentes pastorales de colaborar plenamente con la jerarquía local.

3. En este contexto se eligió el tema de vuestro congreso: "Recomenzar desde Cristo: hacia una asistencia pastoral renovada de los emigrantes y refugiados". Tomando como punto de partida mi carta apostólica Novo millennio ineunte, deseáis examinar los desafíos actuales a la luz de la palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia, poniendo de relieve la caridad y teniendo en cuenta, de modo especial, el misterio de la Eucaristía, sobre todo su celebración dominical. Os animo en esta tarea y os recuerdo que lo que buscamos no es una fórmula, sino a una Persona, y la certeza que nos infunde: "Yo estoy con vosotros todos los días" (
Mt 28,20).

Con este fin, reafirmo que para la renovación pastoral, prescindiendo de su objetivo particular, "no se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento" (Novo millennio ineunte NM 29). Este es nuestro anuncio común de Cristo, que debe "llegar a las personas, modelar las comunidades e incidir profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (ib.).

4. Precisamente en la sociedad y en la cultura es donde debemos mostrar respeto a la dignidad del hombre, del emigrante y del refugiado. A este propósito, insto una vez más a los Estados a adherirse a la Convención internacional para la protección de los derechos de los trabajadores emigrantes y sus familias, que entró en vigor el 1 de julio de este año. Del mismo modo, invito a los Estados a respetar los tratados internacionales que atañen a los refugiados. Esta protección de la persona humana debe garantizarse en toda sociedad civil y deben asumirla todos los cristianos.

5. A la vez que expreso mi gratitud por el trabajo del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, y por el apoyo de todos los que colaboran con él, comparto con vosotros estas reflexiones y os aliento en vuestras deliberaciones de estos cinco días. A vosotros y a todos los que han sido encomendados a vuestra asistencia particular, imparto mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en nuestro Señor Jesucristo.










A LA XXV ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO "COR UNUM"


Viernes 21 de noviembre de 2003



Venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Con gran placer os recibo hoy a vosotros, miembros del Consejo pontificio "Cor unum", que habéis venido a Roma para la asamblea plenaria de vuestro dicasterio. Os saludo de corazón a todos. Saludo, en particular, a monseñor Paul Josef Cordes, al que deseo dirigir una palabra de agradecimiento cordial por las expresiones de homenaje que acaba de dirigirme.

301 El amor a Dios y a los hermanos es manifestación directa de la fidelidad de la Iglesia a su Señor, que "se entregó por nosotros" (Ep 5,2). Del corazón abierto de Jesús crucificado nació la Iglesia, la cual, consiguientemente, se siente comprometida a comunicar al mundo el amor que ha recibido de él. Lo comunica también a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a los pobres y a cuantos se encuentran en cualquier tipo de necesidad. Esta, queridos miembros del Consejo pontificio "Cor unum", es la tarea que el Papa os encomienda, para que sostengáis a tantos hermanos y hermanas que se encuentran en dificultades, haciéndoles experimentar la ternura divina y la cercanía amorosa del Sucesor de Pedro.

2. La Iglesia está al servicio del hombre en sus diversas y concretas necesidades materiales y espirituales. Puesto que "el hombre es el camino de la Iglesia", como escribí en la encíclica Redemptor hominis precisamente al inicio de mi pontificado (cf. n. 14), la atención que se le debe prestar nos impulsa a considerar en profundidad el anhelo de plenitud de vida que está en su corazón.

Muestra bien esta exigencia el tema -"La dimensión religiosa en nuestra actividad caritativa"- que habéis elegido para vuestro encuentro. En efecto, pone de relieve que, al llevar ayuda a quien está hambriento, enfermo, solo, al que sufre, no hay que descuidar la íntima aspiración que palpita en toda criatura humana de encontrar y conocer a Dios. En efecto, todos buscamos respuestas exhaustivas a los grandes interrogantes de la existencia. Nosotros, cristianos, sabemos que sólo en Jesús se encuentra la respuesta verdadera y exhaustiva a las numerosas inquietudes del alma humana.

Por eso la Iglesia no se limita a satisfacer únicamente las expectativas materiales de quien atraviesa dificultades; no agota su acción caritativa en la construcción de estructuras y obras filantrópicas, por muy meritorias que sean. Se esfuerza, además, por dar una respuesta a las preguntas existenciales más recónditas, aunque no estén expresadas claramente. Y con sencillez y prudencia pastoral no duda en testimoniar a Cristo, que revela el rostro tierno y misericordioso de Dios Padre.

3. Amadísimos miembros del Consejo pontificio "Cor unum", os estoy sinceramente agradecido por el trabajo que realizáis diariamente y por la ayuda que dais a la Santa Sede. Las reflexiones de estos días os impulsan a poner de relieve el significado y el valor evangélico de la diaconía de la caridad, que la Iglesia ejerce a través de sus instituciones benéficas y testimonia con la entrega de tantas personas.

No faltan ejemplos luminosos de este servicio de amor a Dios y al prójimo. Señalo a todos a Teresa de Calcuta, a quien pude acompañar personalmente durante muchos años y a la que recientemente he tenido la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos. Que desde el cielo interceda por vosotros y haga que vuestro trabajo sea fructífero. Vele siempre sobre vosotros María santísima, Madre de misericordia y consuelo de los afligidos.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica a cada uno de vosotros y a las actividades que el Consejo pontificio "Cor unum" realiza con generoso empeño.








A LOS OBISPOS DE BÉLGICA EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 22 de noviembre de 2003



Señor cardenal,
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros a todos, con ocasión de vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Saludo especialmente a los más jóvenes de entre vosotros, que participan por primera vez en este encuentro, y agradezco al señor cardenal Godfried Danneels, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las amables palabras que acaba de dirigirme. Deseo que esta visita, que es un tiempo fuerte de contactos y de intercambios con los dicasterios de la Santa Sede, para un mejor servicio de evangelización, pero también un momento privilegiado de celebración del affectus collegialis que nos une, sea para cada uno de vosotros una etapa significativa y un estímulo en vuestra difícil pero exaltante misión de pastores del pueblo de Dios.

302 2. Los informes que me llegan concernientes a la situación de vuestra Iglesia son para mí particularmente preocupantes. En efecto, no se puede ocultar una real y seria inquietud ante la disminución constante e importante de la práctica religiosa en vuestro país, que afecta a las celebraciones dominicales, pero también a numerosos sacramentos, en particular el bautismo, la reconciliación y, sobre todo, el matrimonio. Del mismo modo, la disminución importante del número de sacerdotes y la crisis persistente de vocaciones son motivo de grave preocupación para vosotros. Sin embargo, notáis la calidad de la colaboración pastoral que vivís con los sacerdotes, en vuestros consejos presbiterales, así como con los representantes del pueblo de Dios, en los consejos pastorales diocesanos. La participación cada vez más activa de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, sobre todo en las parroquias, constituye igualmente un motivo de satisfacción.
Esa participación debe desarrollarse según el espíritu de corresponsabilidad querido por el concilio Vaticano II y según las indicaciones pastorales contenidas en la instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes, que recuerda la diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial y el carácter irreemplazable del ministerio ordenado. Por eso, para evitar eventuales confusiones, es necesario que se expresen claramente los principios doctrinales en esta materia. Esto ayudará a los fieles a captar con mayor claridad el sentido del ministerio sacerdotal, para el servicio del pueblo de Dios. Está claro que los jóvenes no serán capaces de comprometerse en el ministerio si no perciben el lugar que se les da en la comunidad cristiana y si los fieles cuestionan el valor de su compromiso. Por tanto, en este campo os corresponde a vosotros educar a todos vuestros diocesanos en el sentido y en el valor del ministerio ordenado.

3. Los rápidos cambios que constatáis corresponden ciertamente a una evolución sensible de la sociedad, marcada por una secularización de gran amplitud, que podría hacer pensar a veces que la sociedad belga se complace en dar la espalda a las raíces cristianas que, sin embargo, la hacen vivir en profundidad. Así, vuestro país se ha dotado recientemente de una legislación nueva e inquietante en los campos que tocan algunas dimensiones fundamentales de la vida humana y social, como el nacimiento, el matrimonio y la familia, la enfermedad y la muerte. No habéis dejado de intervenir en estas cuestiones. Es importante que los pastores hagan oír siempre su voz para reafirmar la visión cristiana de la existencia y, en esta circunstancia, para mostrar su desaprobación, puesto que esos cambios a nivel de ley no son sólo el signo de adaptaciones o de evoluciones ante mentalidades o comportamientos nuevos, sino que afectan profundamente a la dimensión ética de la vida humana y ponen en tela de juicio la relación con la ley natural, la concepción de los derechos humanos y, más profundamente aún, la concepción del hombre y de su naturaleza.

4. Así pues, vivís vuestra misión de pastores de la Iglesia de Cristo en un terreno pastoral nuevo, cambiante y difícil. Como escribí recientemente a los obispos del mundo entero, "aunque el deber de anunciar el Evangelio es propio de toda la Iglesia y de cada uno de sus hijos, lo es por un título especial de los obispos que, en el día de la sagrada ordenación, la cual los introduce en la sucesión apostólica, asumen como compromiso principal predicar el Evangelio a los hombres y hacerlo "invitándoles a creer por la fuerza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva"" (Pastores gregis ). Nuestra responsabilidad de obispos es, pues, hacer oír con fuerza y claridad el anuncio de la salvación de Dios ofrecida a todo hombre en el misterio del amor redentor de Cristo, salvación realizada una vez para siempre en el madero de la cruz, así como invitar a los fieles a llevar una vida conforme a la fe que profesan. En una sociedad que pierde sus puntos de referencia tradicionales y favorece con gusto un relativismo generalizado en nombre del pluralismo, nuestro primer deber es dar a conocer a Cristo, su Evangelio de paz y la luz nueva que arroja sobre el destino del hombre.
Al actuar así, la Iglesia "no se mueve por ninguna ambición terrena, sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido" (Gaudium et spes
GS 3). Por tanto, os invito a proseguir activamente el diálogo con la sociedad civil y con todo el pueblo de Bélgica, procurando dar a conocer explícitamente los valores de la fe cristiana y su rica experiencia del hombre a través de la historia y las culturas, no para imponer su propio modelo, sino por respeto a la verdad, cuyos ministros en nombre de Cristo sois vosotros, y por respeto al diálogo mismo, que exige que se tenga en cuenta la identidad propia y legítima de cada uno. Con estas condiciones la Iglesia encontrará el lugar que le corresponde en la sociedad belga, anunciando el Evangelio con claridad y trabajando por su progresiva inculturación en la cultura de hoy.

5. Para permitir que los fieles se sitúen bien en esta perspectiva realmente misionera, os animo a desarrollar cada vez más la formación teológica, espiritual y moral del mayor número posible de personas: así los fieles laicos serán sostenidos mejor en su vida cristiana y estarán más dispuestos a dar razón de su esperanza (cf. 1P 3,15), gracias a un mejor conocimiento de la palabra de Dios y del misterio de la fe, ayudados por una exposición orgánica y coherente de su contenido, principalmente a partir del Catecismo de la Iglesia católica. Preocupaos también por sostener las universidades y los institutos que ofrecen una formación de nivel superior, más especializada pero indispensable, para que se esfuercen cada vez más por testimoniar, de manera coherente, el vigor del pensamiento cristiano, prestando en esto un servicio importante, especialmente para la formación sacerdotal. Sed vigilantes, para mantener las relaciones institucionales, pero también de estima y confianza que os unen a esas instituciones así como a las personas que trabajan en ellas, en particular a los teólogos, de manera que se manifieste más la unidad católica, en el respeto necesario de las competencias y de las responsabilidades de cada uno (cf. Pastores gregis ).
En efecto, la universidad católica "debe cumplir su misión tratando de conservar su identidad cristiana (...). Aunque disfruta de autonomía científica, tiene la tarea de vivir la enseñanza del Magisterio en los diferentes campos de la investigación en los que está implicada" (Discurso a la Conferencia internacional sobre "La globalización y la educación católica superior: esperanzas y desafíos", organizada por la Congregación para la educación católica y la Federación internacional de universidades, 5 de diciembre de 2002, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 2002, p. 4). Les corresponde a las autoridades universitarias y a los pastores, que sois vosotros, velar por ello. Os invito una vez más, en unión con los párrocos y los servicios de catequesis y de formación permanente, a difundir la Biblia en las familias, para que "la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia" (Novo millennio ineunte NM 39). De una manera muy especial, deseo que los fieles profundicen cada vez más en la importancia de la Eucaristía en su vida personal y comunitaria. Que dediquen también tiempo a la oración en su vida diaria, para acudir a la verdadera fuente, según un principio esencial de la concepción cristiana de la vida: el primado de la gracia (cf. ib.,38).

6. Es necesario un esfuerzo particular para hacer cada vez más sólida la formación humana, moral, teológica y espiritual de los futuros sacerdotes, que tendrán la responsabilidad de guiar las comunidades cristianas de mañana y velar por la calidad de su testimonio en la sociedad donde vivirán, así como de manifestar la unidad del presbiterio en torno al obispo. La exigencia en esta materia no podría satisfacerse con una formación recibida sólo del exterior; convertirse en un pastor según el corazón de Cristo requiere una verdadera conversión del ser; esto se adquiere a través de todas las dimensiones de la formación sacerdotal, en el crisol de la vida común como también en la profundización de la vida espiritual. En particular, es de desear que los jóvenes, y más ampliamente todo el pueblo cristiano, conozcan de forma clara las exigencias objetivas de la llamada al ministerio presbiteral, sobre todo en lo que concierne al celibato para las órdenes sagradas, que, según la tradición que nos viene del Señor, están reservadas a los hombres. Lo que dije a toda la Iglesia al comienzo del nuevo milenio, "Duc in altum, rema mar adentro" (Novo millennio ineunte NM 1), lo repito particularmente a vuestras comunidades: remad mar adentro, acudid a las profundidades, devolviendo a la vida cristiana toda su densidad espiritual. La esperada renovación de la vida cristiana y de las vocaciones al ministerio ordenado, así como a la vida consagrada, no puede venir sólo de reformas o de reorganizaciones exteriores, aunque sean útiles, sino en primer lugar y sobre todo de una renovación interior de la vida de fe de los pastores y de los fieles. Igualmente, es importante reencontrar la dimensión sacramental de la Iglesia y la verdad de su misterio, como Esposa mística del Hijo de Dios (cf. Ef Ep 5,31-32), que es el Redentor del hombre. En esta profundidad es donde también el ministerio ordenado encuentra su verdadero significado: no se trata sólo de ser animador o coordinador de la comunidad, a través de las variadas y múltiples actividades del ministerio; se trata más bien de representar sacramentalmente, en la comunidad y para ella, a Cristo Servidor, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. ¿Cómo podría faltarle a él este don del Señor a la Iglesia? Os exhorto, queridos hermanos, a sostener y estimular, con todas vuestras fuerzas de pastores, una pastoral de las vocaciones que interpele a las comunidades y a los jóvenes, para que todos se preocupen por transmitir la llamada de Dios y preparar el futuro de vuestras diócesis.

7. La Iglesia que está en Bélgica ha estado siempre atenta a la educación de la juventud, movilizando con este fin muchas de sus fuerzas vivas, sobre todo a los religiosos y a las religiosas, y las escuelas católicas, muy numerosas en vuestro país, acogen hoy a un gran número de alumnos. A este respecto, os felicito por haber reafirmado claramente los principios de la enseñanza católica y vuestra fidelidad a su identidad. Pido a los responsables, a los profesores y a los padres de los alumnos, que profundicen en las riquezas de esta identidad católica, para dar a las jóvenes generaciones lo mejor de la tradición educativa de la Iglesia, el sentido de Dios y el sentido del hombre, así como los principios morales indispensables, para permitirles avanzar con serenidad y responsabilidad por los caminos de la vida. Entonces, de entre los jóvenes de Bélgica podrán surgir aquellos que elijan vivir el Evangelio comprometiéndose en las realidades temporales y en el sacramento del matrimonio, y aquellos que elijan seguir a Cristo de una manera más radical, por el camino de los consejos evangélicos, añadiendo así nuevos frutos a la cosecha ya abundante de la vida consagrada en Bélgica. Entre esos jóvenes, abiertos a la generosidad de Cristo y a la universalidad de su amor, podrán nacer igualmente vocaciones de sacerdotes diocesanos y de sacerdotes misioneros para el mundo.

8. Aunque habéis subrayado en vuestros informes las dificultades de la vida cristiana en una sociedad que parece amnésica, habéis destacado también los signos de posible renovación: el nuevo vigor de las peregrinaciones, la atracción del silencio de los monasterios, el aumento sensible del número de los catecúmenos adultos, la participación activa de numerosos laicos en la vida de las comunidades parroquiales y el gusto renovado en muchos de ellos por una vida espiritual auténtica. Se puede decir entonces con el salmista: "Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver vuelve cantando, trayendo sus gavillas" (Ps 125,5-6). La esperanza del creyente, así expresada al retorno del exilio en Babilonia, ilumina la vida de los fieles laicos. En efecto, en los debates importantes que animan la sociedad belga de hoy se les pide un doble testimonio: el de la palabra profética, mediante posturas claras y conformes a las exigencias del Evangelio, como las recuerda a tiempo y a destiempo (cf. 2Tm 4,2) el magisterio de la Iglesia, pero también el testimonio de los hechos, el de hombres y mujeres comprometidos en las alegrías y en las dificultades de la vida diaria, a través de la vida de pareja y la vida familiar, el trabajo y las responsabilidades sociales o políticas, atentos a sus hermanos y solidarios con sus alegrías y sus esperanzas (cf. Gaudium et spes GS 1), deseosos de testimoniarles el amor sin reservas de Cristo. Preocupaos por estimular y sostener a todos los que trabajan por promover una pastoral familiar que atestigüe la grandeza del matrimonio cristiano y la felicidad de acoger a los hijos, que pueda ayudar también a los que han sido heridos en su proyecto de vida a encontrar su lugar en la comunidad eclesial. La fe del salmista ilumina igualmente la labor diaria de los sacerdotes, entregados generosamente a su misión pastoral, pero que podrían estar tentados a veces por la laxitud o el desaliento ante las dificultades que encuentran. Que sepan cuán cerca de ellos está el Papa, dando gracias por la fecundidad frecuentemente escondida de su ministerio y orando para que estén cada vez más unidos a Cristo, su Maestro y Señor. Mi gratitud va también a los diáconos permanentes: en comunión con los obispos y en colaboración con los sacerdotes, anuncian, con la entrega de su vida, el amor fiel y humilde de Cristo. "Pues esperamos gozar de la Pascua eterna" (Misal romano, Prefacio dominical VI del tiempo ordinario), alimentada en la fuente del sacrificio eucarístico, vosotros mismos, obispos de Bélgica, recibís cada día fuerzas nuevas para animar, sostener, iluminar y guiar a quienes el Señor os ha encomendado en su Iglesia. Sed para ellos profetas, testigos y servidores de la esperanza, porque "esta es un valioso apoyo para la fe y un incentivo eficaz para la caridad, especialmente en tiempos de creciente incredulidad e indiferencia. La esperanza toma su fuerza de la certeza de la voluntad salvadora universal de Dios (cf. 1 Tm 2, 3) y de la presencia constante del Señor Jesús, el Emmanuel, siempre con nosotros hasta el final del mundo (cf. Mt Mt 28,20)" (Pastores gregis ).

Que la Virgen María, que llevó en su seno la esperanza de todos los hombres, vele con amor sobre las necesidades de la Iglesia en Bélgica y oriente hacia su Hijo, como hizo en las bodas de Caná, el corazón de todos los fieles: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

303 A todos vosotros os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo de todo corazón a los sacerdotes y a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.








Discursos 2003 295