Discursos 2004 145

145 Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, las cuales me han hecho reavivar los sentimientos de cercanía y aprecio a un País que, como Vuestra Excelencia ha resaltado, desde su honda raigambre cristiana se ha distinguido siempre por su vinculación a la Iglesia, dando lugar a que, mediante una ingente obra de evangelización, un gran número de sus fieles en el mundo hablen español.

Aprecio de corazón los saludos de parte de Su Majestad el Rey, de la Familia Real, de la Nación española y de su Gobierno, rogándole se haga intérprete ante ellos del afecto entrañable del Papa por todos los españoles.

2. Al constatar con satisfacción el estado de las relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede, basadas en la estima y el respeto, no puedo olvidar mis cinco viajes a ese país. Recuerdo sobre todo el más reciente, el año pasado, cuando a la expresividad de los testimonios se unió una vivacidad y fervor desbordantes. Me encontré una vez más con una multitud de todos los sectores sociales, vibrante, de una fe profunda y un afecto entrañable al Sucesor de Pedro. Fue un signo muy claro de esperanza para la Iglesia y también para la sociedad española, pues los elevados valores vividos intensamente son como el alma que da cohesión a toda actividad humana e infunde creatividad y entereza en los momentos de decaimiento o de adversidad, de la que España ha tenido también muy recientemente trágicas experiencias, sobre todo a causa de la plaga del terrorismo.

Consciente de ello, me despedí dirigiendo una invitación encarecida a los españoles: “No descuidéis nunca esa misión que hizo noble a vuestro País en el pasado y es el reto intrépido para el futuro” (Regina caeli, Madrid, 4 mayo 2003). Es una misión que perdura incluso fuera de las fronteras patrias, donde muchos miles de religiosos y religiosas, voluntarios y cooperadores laicos, con su dedicación y esfuerzo abnegado, son tantas veces portadores de la mejor imagen de su patria. España ha dado una pléyade de santos y está sembrada de monumentos, centros de asistencia, de cultura y obras de arte inspirados por la fe. Son muestras patentes de su identidad y de la fuerza vital que ha guiado su gloriosa historia y ha sabido llevar con generosidad a muchos otros pueblos. En el momento en que en la vieja Europa nace también un nuevo orden, no puede faltar entre sus aportaciones la manifestación expresa de las raíces cristianas, de las que, como en los otros países europeos, ha ido brotando durante siglos un alto concepto de persona abierta a la trascendencia, que es también un factor decisivo de integración y universalidad.

3. En el ejercicio de su propia misión, la Iglesia busca el bien integral de cada pueblo, actuando en el ámbito de sus competencias y respetando plenamente la autonomía de las autoridades civiles, a las que aprecia y por las pide a Dios para que ejerzan con generosidad, acierto y justicia su servicio a todos los ciudadanos.

En efecto, se trata de dos ámbitos autónomos que no pueden ignorarse, pues ambos se benefician de un diálogo leal y constructivo, ya que el bien común requiere con frecuencia diversas formas de colaboración entre ambos, sin discriminación o exclusión alguna. Esto es lo que plasman los Acuerdos parciales entre la Iglesia y el Estado, establecidos inmediatamente después de la aprobación de la actual Constitución española. Los frutos alcanzados y el desarrollo adquirido en su aplicación concreta son resultado también de una constante comunicación abierta, establecida sobre una base firme y duradera precisamente para evitar el riesgo de alteraciones bruscas o alternancias pasajeras, que en muchos casos producen inseguridad y desconcierto respecto a los derechos propios de las instituciones, de la familia y de los ciudadanos.

4. En su acción evangelizadora, la Iglesia se esfuerza en invitar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a construir una sociedad basada en valores fundamentales e irrenunciables para un orden nacional e internacional justo y digno del ser humano. Esto va unido a su misión religiosa y tiene un carácter ético de alcance universal, fundado en la inigualable dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, de la que nacen sus derechos inalienables, que precisamente las instituciones públicas han de servir y promover, según el clásico principio de subsidiariedad. Así, la convivencia humana, en vez de obedecer únicamente a intereses parciales o pasajeros, se debe regir por los ideales de libertad, justicia y solidaridad.

Desde esta perspectiva, es conveniente poner de manifiesto la incoherencia de ciertas tendencias de nuestro tiempo que, mientras por un lado magnifican el bienestar de las personas, por otro cercenan de raíz su dignidad y sus derechos más fundamentales, como ocurre cuando se limita o instrumentaliza el derecho fundamental a la vida, como es el caso del aborto. Proteger la vida humana es un deber de todos, pues la cuestión de la vida y de su promoción no es prerrogativa solamente de los cristianos, sino que pertenece a toda conciencia humana que aspira a la verdad y se preocupa por la suerte de la humanidad. Los responsables públicos, en cuanto garantes de los derechos de todos, tienen la obligación de defender la vida, en particular la de los más débiles e indefensos. Las verdaderas “conquistas sociales” son las que promueven y tutelan la vida de cada uno y, al mismo tiempo, el bien común de la sociedad.

En este campo se dan algunas mal llamadas “conquistas sociales”, que lo son en realidad sólo para algunos a costa del sacrificio de otros, y que los responsables públicos, garantes y no origen de los derechos innatos de todos, deberían considerar más bien con preocupación y alarma.

Algo similar sucede en ocasiones con la familia, núcleo central y fundamental de toda sociedad, ámbito inigualable de solidaridad y escuela natural de convivencia pacífica, que merece la máxima tutela y ayuda para cumplir sus cometidos. Sus derechos son primarios respecto a cuerpos sociales más amplios. Entre tales derechos no se ha de olvidar el de nacer y crecer en un hogar estable, donde las palabras padre y madre puedan decirse con gozo y sin engaño. Así se prepara también a los más pequeños a abrirse confiadamente a la vida y a la sociedad, que se beneficiará en su conjunto si no cede a ciertas voces que parecen confundir el matrimonio con otras formas de unión del todo diversas, cuando no contrarias al mismo, o que parecen considerar a los hijos como meros objetos para la propia satisfacción.

Entre otros, la familia tiene el derecho y el deber de educar a los hijos, haciéndolo de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas, pues la formación integral no puede eludir la dimensión trascendente y espiritual del ser humano. En este contexto se plantea el papel de las instituciones educativas vinculadas a la Iglesia, que contribuyen al bien común, así como tantas otras que en diversos ámbitos prestan también un servicio a los ciudadanos, a menudo a los menos favorecidos. Tampoco se debe infravalorar la enseñanza de la religión católica en las instituciones estatales, basada precisamente en el derecho de las familias que lo solicitan, sin discriminaciones ni imposiciones.

146 5. Señor Embajador, le reitero mis mejores deseos al frente de la Embajada de su País ante la Santa Sede y, en este Año Santo Jacobeo, ruego al Apóstol Santiago que, como lo ha sido durante siglos, continúe siendo un faro luminoso para los pueblos de España y haciendo de sus tierras un camino sembrado de esfuerzos y esperanzas para tantos peregrinos de toda Europa. Muchos de ellos han quedado fascinados por la acogida y la nobleza de quienes han encontrado a su paso; han sido testigos de su laboriosidad, constancia y fidelidad; han descubierto una nación que sabe mirar alto. Éstas son virtudes que han conformado una gloriosa historia y que, con el empuje y la colaboración leal entre todos, hacen esperar también en un futuro prometedor, en una sociedad más próspera, ecuánime y abierta a los valores del espíritu.

Con estos deseos, a la vez que le deseo una feliz estancia en Roma, le imparto la Bendición Apostólica, que extiendo a su distinguida familia y a sus colaboradores.






A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN


DE LA DIÓCESIS DE AVERSA (ITALIA)


Sábado 19 de junio de 2004



Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Aversa:

1. Me alegra daros a todos vosotros mi cordial bienvenida. Este encuentro representa un momento significativo de vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, al concluir la visita pastoral realizada por vuestro arzobispo.

Os saludo con afecto, comenzando por vuestro pastor, monseñor Mario Milano, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Saludo al señor cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a cuantos están comprometidos en los consejos parroquiales y en las actividades pastorales diocesanas. Mi saludo va también a todos vosotros, aquí presentes, así como a los que no han podido participar personalmente, con un recuerdo especial para los jóvenes, las familias y las personas solas, ancianas o enfermas. A cada uno aseguro mi cercanía espiritual con el afecto y la oración.

2. La visita pastoral, que hoy se concluye idealmente, ha sido para vuestra comunidad diocesana uno de los frutos más importantes del gran jubileo del año 2000; un singular "tiempo de gracia", que ha favorecido la reflexión y ha impulsado la comunión entre los diversos componentes de la diócesis, en íntima unidad con su pastor y con el Sucesor de Pedro. Estoy convencido de que suscitará en todos los creyentes un renovado impulso ascético y misionero para construir una nueva sociedad.

A este propósito, recuerdo lo que os dije en la primavera del año 2000, al encontrarme con vosotros en la plaza de San Pedro. Mencioné entonces la importancia de la solidaridad material y espiritual. Os dirijo hoy la misma invitación: "Sed testigos de solidaridad" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de abril de 2000, p. 15). Solidaridad que comienza por los aspectos más inmediatos de la vida diaria, como el trabajo y la asistencia, para construir una sociedad más justa y equitativa.

3. Sin embargo, además de los ámbitos sociales, el sentido de solidaridad y de ayuda recíproca debe abarcar también los de la comunión espiritual y la misión evangelizadora de toda comunidad cristiana. ¿No es la santidad el testimonio más elevado de solidaridad que vuestra diócesis está llamada a dar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Sí, amadísimos hermanos y hermanas, anunciad con coherencia a Cristo y su Evangelio con generosa fidelidad y abandono confiado a la voluntad divina. Alimentad vuestra existencia con ferviente oración, dócil escucha de la palabra de Dios y frecuente recurso a los sacramentos, especialmente a los de la confesión y la Eucaristía.

Amadísimos hermanos y hermanas, proseguid el camino emprendido, fortalecidos también por la gracia de esta peregrinación. Quiera Dios hacer fecundos vuestros propósitos de comunión eclesial y el compromiso en favor de la nueva evangelización, siguiendo las indicaciones que ha proporcionado la visita pastoral.

Desde el santuario mariano de Casapesenna, que tuve la alegría de visitar hace catorce años, la Virgen santísima siga acompañándoos en este arduo itinerario espiritual y apostólico.
147 Por mi parte, os aseguro mi cercanía espiritual y de corazón os bendigo, juntamente con vuestras comunidades parroquiales y religiosas, vuestras familias y todos vuestros seres queridos.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE MANTUA CON OCASIÓN


DEL XII CENTENARIO DE LA ERECCIÓN DE LA DIÓCESIS






Al venerado hermano

EGIDIO CAPORELLO

Obispo de Mantua

1. Me alegra que la comunidad cristiana de Mantua quiera recordar este año con un jubileo especial el duodécimo centenario (804-2004) de la diócesis. En esta feliz ocasión deseo enviarle mi cordial saludo a usted, venerado hermano, y a cuantos la Providencia divina ha confiado a su solicitud pastoral.

Desde que, hace mil doscientos años, mi venerado predecesor san León III fue a Mantua para venerar la "reliquia" de la preciosísima Sangre de Cristo y erigir la ciudad como sede episcopal, inició una veneración ininterrumpida de los fieles a esa insigne "reliquia", que remite al misterio de la Redención y al don del sacramento de la Eucaristía.

Me uno de buen grado a usted y a toda la diócesis al elevar a Dios un himno de alabanza y acción de gracias por los abundantes frutos producidos a lo largo de los siglos. Además, deseo que de las diversas manifestaciones jubilares surja un renovado compromiso de adhesión a Cristo, profundizando en las razones de la fe y corroborando el sentido de pertenencia a la Iglesia. Esto estimulará cada vez más la valentía de los sacerdotes, religiosos y fieles en el anuncio y en el testimonio evangélico.

2. El jubileo diocesano, iniciado el 30 de noviembre de 2003, primer domingo de Adviento, concluirá el próximo 21 de noviembre, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Tiene como objetivo primario suscitar en todos los miembros de la comunidad diocesana un recuerdo más intenso y consciente de la muerte y resurrección de Cristo, misterio que se hace presente incesantemente en la Eucaristía.

Por tanto, esa Iglesia mantuana acertadamente ha puesto en el centro de las celebraciones jubilares a Cristo, oculto bajo el velo de las especies eucarísticas. Inspirándose en la espléndida página evangélica de la multiplicación de los panes (cf. Lc Lc 9,10-17), que contiene un anuncio profético del estupendo milagro de la Eucaristía, don vivo del Cuerpo y la Sangre de Cristo, quiere estimular a todo creyente a asumir un generoso impulso misionero. Al escuchar las palabras de Jesús: "Dadles vosotros de comer" (Lc 9,13), cada uno debe sentirse llamado por el Señor, como los Doce, a un servicio de amor responsable a los demás y, especialmente, a los pobres y a los necesitados.

Venerado hermano y queridos fieles de Mantua, la participación diaria en la Eucaristía, alimento de vida eterna, es capaz de transformar la existencia de los creyentes. Alimentados con este pan de salvación, pueden crecer como Iglesia que "da la vida", porque el Señor los capacitará para realizar los prodigios que él obró y que constantemente renueva en su pueblo con la fuerza del Espíritu Santo.

3. Queridos hermanos, la Eucaristía os infunde la valentía y la alegría de ser santos. Por tanto, este tiempo jubilar es una ocasión propicia para profundizar en la vocación universal a la santidad. El mundo necesita, ante todo y sobre todo, personas santas.

Los mil doscientos años de historia diocesana registran la presencia de figuras luminosas, que siguen brillando por el esplendor de su adhesión total a Cristo. La liturgia las vuelve a proponer a la imitación y a la devoción de los creyentes. En primer lugar, recuerdo a san Anselmo de Baggio, patrono principal de la diócesis, "un luminoso reflejo de la santidad de Dios y de su Hijo Jesucristo", como lo definí con ocasión del noveno centenario de su muerte (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de abril de 1986, p. 10).

148 Mi pensamiento va, asimismo, a san Luis Gonzaga, copatrono de la diócesis, a quien honré en Castiglione delle Stiviere, su tierra natal, con motivo del cuarto centenario de su muerte. Este joven apasionado por Cristo nos dirige también hoy a todos nosotros una apremiante exhortación a la coherencia y a la fidelidad al Evangelio, recordándonos que Dios debe ocupar el primer lugar en nuestra existencia.

Pienso, además, en mi venerado predecesor san Pío X, que pasó en Mantua algunos años de su fecundo ministerio episcopal, dejando el recuerdo de un pastor celoso y afable.
Tras las huellas de tantos santos y beatos, los cristianos mantuanos deben proseguir en su camino de fe, confirmando cada día su adhesión a Cristo y consolidando los vínculos de una unión fraterna robustecida por la inquebrantable fidelidad al Evangelio.

4. En estos años, Mantua, como el resto de Italia, está experimentando rápidos cambios sociales, con muchas dificultades económicas, mientras se hace cada vez más amplia la confrontación con culturas y religiones diversas. Cierta mentalidad consumista y secularizada mina la unidad y la estabilidad de las familias, y, seduciendo a un número creciente de cristianos, los induce de hecho a alejarse progresivamente, en el ámbito social, civil y político, de los valores de la fe. Es necesario reaccionar contra estos impulsos disgregadores y, por eso, es indispensable redescubrir las raíces cristianas de la propia cultura. Este compromiso interpela a todos los fieles. Si saben poner a Cristo en el centro de todo proyecto personal, familiar y comunitario, darán una contribución eficaz a esta obra urgente. Sólo recomenzando desde él se puede construir un mundo más justo y fraterno.

5. Amada diócesis de Mantua, no te desanimes ante las dificultades que encuentres. Te repito también a ti: "Duc in altum!". El Espíritu del Resucitado te sostendrá y fortalecerá, te impulsará a mirar más allá de tus límites y a descubrir, con asombro y gratitud, el milagro de un Pan que sobreabunda siempre. Sostenida por el ejemplo y la oración de tus santos patronos, camina con confianza por los senderos del nuevo milenio.

Fieles de la querida Iglesia mantuana, os encomiendo a la maternal protección de la Virgen Coronada, Reina y Madre de las Gracias, particularmente venerada en vuestra tierra. Que ella os guíe y os sostenga siempre.

Con estos sentimientos y deseos, le envío a usted, venerado hermano, al clero, a los religiosos, a las religiosas y a toda la comunidad diocesana, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 10 de junio de 2004, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.






A SU EXCELENCIA JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO,


PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE ESPAÑA


Lunes 21 de junio de 2004



Señor Presidente:

Es para mí motivo de viva satisfacción recibirle a los pocos meses de haber asumido su alto encargo, junto con sus ilustres acompañantes, en esta visita con la cual pone de relieve su estima a la Sede Apostólica. Su presencia aquí refleja el deseo de proseguir con buen clima las relaciones de colaboración entre la Iglesia local y el Estado para el bien del pueblo español, deseo que Usted mismo me expuso cuando lo encontré en Madrid, al final de la Santa Misa en la Plaza de Colón el 4 de mayo del año pasado.

149 A través suyo quiero renovar mi afecto y cercanía a todos los españoles, a Sus Majestades los Reyes y a la Familia Real, que, juntamente con quienes en cada momento estaban en el Gobierno, me han acogido tan bien en las cinco veces que he visitado su País. Yo correspondo a esas muestras de cariño renovando mi sincero aprecio a la comunidad católica en España que con sus Obispos camina por las sendas de la fe en estrecha comunión con el Papa. Elevo así mismo mi oración para que esa querida Nación marche siempre hacia el progreso integral, se fortalezca en ella la convivencia pacífica en la unidad entre las gentes y pueblos de esa gran Tierra, con la maravillosa y variada diversidad que la constituye, y se conserven los valores morales y culturales, así como sus raíces cristianas.

Hace pocos días, recibiendo a su nuevo Embajador, he tenido oportunidad de referirme a algunos aspectos de la sociedad española. Reafirmando cuanto he dicho en tal ocasión, quiero renovarle mi sincero agradecimiento por esta amable visita. Espero vivamente que su compromiso personal, así como el de su Gobierno, alcance los objetivos prefijados de fomentar el moderno desarrollo de España, y que en esa tarea se tengan en la debida cuenta los valores éticos, tan arraigados en la tradición religiosa y cultural de la población. Sepa que puede contar con la colaboración de la Santa Sede para trabajar unidos en la gran causa de la paz y en favor del progreso espiritual de los pueblos; para ayudar en lo que se refiere a la erradicación del terrorismo y de la violencia en todas sus formas; para alcanzar el mayor logro de las legítimas exigencias de la persona humana, con su dignidad, derechos y libertades. Pido fervientemente al Todopoderoso que derrame abundantes dones y bendiciones sobre Usted, Señor Presidente, sobre sus colaboradores en las tareas de Gobierno, y sobre los amadísimos hijos de su noble País.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRÍNCIPE Y GRAN MAESTRE


DE LA SOBERANA ORDEN MILITAR DE MALTA,


FRA' ANDREW W. N. BERTIE


Martes 22 de junio de 2004



Alteza:

Me alegra particularmente acogerlo, y le agradezco esta visita, que me brinda la oportunidad de renovar la expresión de los sentimientos de estima y gratitud que albergo por la Soberana Orden Militar de Malta. Lo saludo cordialmente y extiendo mi afectuoso saludo a cuantos lo acompañan gentilmente.

Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar mi saludo a todos los miembros de esta benemérita institución, presente en varias partes del mundo. La Santa Sede aprecia los numerosos servicios que presta a la causa de la evangelización y, en particular, las múltiples iniciativas que promueve constantemente en favor de las personas necesitadas.

Os aseguro un recuerdo en la oración para que Dios, por intercesión de María santísima, bendiga todos los proyectos de vuestra Orden, a la vez que os invito a proseguir con generosidad vuestro camino de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón una especial bendición apostólica a usted, a sus colaboradores y a toda la Soberana Orden de Malta.






AL OCTAVO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN "VISITA AD LIMINA"


Jueves 24 de junio de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Al continuar las visitas de los obispos de Estados Unidos a las tumbas de los Apóstoles, me complace saludaros, obispos de las provincias de Portland en Oregón, Seattle y Anchorage. En nuestra serie de reflexiones sobre el ejercicio del ministerio que nos ha sido confiado como sucesores de los Apóstoles, hemos considerado el munus docendi episcopal a la luz del testimonio profético del reino de Dios por parte de la Iglesia, del cual ella es, en la tierra, la semilla y el principio (cf. Lumen gentium LG 5). Además del testimonio personal de fe y santidad que cada creyente debe dar en virtud de su bautismo, la Iglesia también está llamada a dar un importante testimonio institucional ante el mundo.

150 Por esta razón, el mandamiento del Señor resucitado de hacer discípulos a todas las naciones y enseñarles a guardar todo lo que él ha mandado (cf. Mt Mt 28,19-20) debe ser el punto de referencia indispensable para cualquier actividad de la Iglesia. Sus numerosas instituciones religiosas, educativas y caritativas tienen una única finalidad: anunciar el Evangelio. Su testimonio debe proceder siempre ex corde Ecclesiae, del corazón mismo de la Iglesia. Por tanto, es de suma importancia que las instituciones de la Iglesia sean auténticamente católicas: católicas en la comprensión de sí mismas y católicas en su identidad. Todos los que participan en los apostolados de estas instituciones, incluyendo a los no creyentes, deberían mostrar un aprecio sincero y respetuoso por esta misión, que es su inspiración y su fundamental razón de ser.

2. Hoy en especial hace falta creatividad para lograr que las instituciones eclesiales cumplan su misión profética. Esto significa encontrar modos innovadores para permitir que la luz de Cristo brille intensamente, de manera que el don de su gracia verdaderamente "renueve todas las cosas" (Ap 21,5 cf. Novo millennio ineunte NM 54). Las numerosas instituciones de la Iglesia en Estados Unidos -escuelas, universidades, hospitales y organismos de caridad- no sólo deben ayudar a los fieles a pensar y actuar plenamente de acuerdo con el Evangelio, superando toda separación entre fe y vida (cf. Christifideles laici ), sino que también ellas mismas deben encarnar un claro testimonio comunitario de su verdad salvífica. Esto exigirá volver a examinar constantemente sus prioridades a la luz de su misión y dar un testimonio convincente, en una sociedad pluralista, de la enseñanza de la Iglesia, particularmente con respecto a la vida humana, el matrimonio y la familia, y el correcto ordenamiento de la vida pública.

3. Las instituciones educativas de la Iglesia sólo podrán contribuir con eficacia a la nueva evangelización si conservan y fomentan claramente su identidad católica. Esto significa que "los contenidos del proyecto educativo deben hacer referencia constante a Jesucristo y a su mensaje, tal como lo presenta la Iglesia en su enseñanza dogmática y moral" (Ecclesia in America ).
Además, una educación auténticamente católica ha de buscar una integración del conocimiento dentro del contexto de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio. Por su misma naturaleza, las universidades y los colegios católicos están llamados a dar un testimonio institucional de fidelidad a Cristo y a su palabra, tal como la presenta la Iglesia, un testimonio público expresado en el requisito canónico del mandato (cf. Código de derecho canónico, c. 812; Conferencia episcopal de Estados Unidos, La aplicación de la "Ex corde Ecclesiae" en Estados Unidos, segunda parte, art. 4, 4, e). Como comunidades comprometidas en la búsqueda de la verdad y en el intento de hacer una síntesis vital de fe y razón, estas instituciones deberían estar en la vanguardia del diálogo de la Iglesia con la cultura, porque "una fe que se colocara al margen de todo lo que es humano, y por lo tanto de todo lo que es cultura, sería una fe que no refleja la plenitud de lo que la palabra de Dios manifiesta y revela, una fe decapitada, peor todavía, una fe en proceso de autoanulación" (Ex corde Ecclesiae, 44).

La presencia de la Iglesia en la enseñanza primaria y secundaria también debe ser objeto de vuestra atención particular como pastores del pueblo de Dios. Las escuelas parroquiales locales han hecho mucho para proporcionar una sólida formación académica, moral y religiosa a numerosos norteamericanos, tanto católicos como no católicos. Aprovecho esta oportunidad para reconocer con gratitud la generosa labor de innumerables sacerdotes, religiosos y laicos en el campo de la educación católica, y os invito a animarlos juntamente conmigo a perseverar en esta misión tan necesaria (cf. Congregación para la educación católica, Las personas consagradas y su misión en la escuela, 84). También os pido que impulséis a vuestros sacerdotes a que estén presentes y activos en las escuelas parroquiales, y a que hagan todo lo posible para asegurar que, a pesar de las dificultades económicas, la educación católica siga siendo accesible a los pobres y a los menos privilegiados de la sociedad.

4. Los programas de educación religiosa también son un elemento significativo de la misión evangelizadora de la Iglesia. Mientras los programas catequísticos para niños y jóvenes, especialmente en relación con la preparación para los sacramentos, siguen siendo esenciales, ha de prestarse cada vez mayor atención a las necesidades particulares de los adolescentes y de los adultos. Los programas eficaces de educación religiosa, tanto a nivel diocesano como parroquial, requieren un constante discernimiento de las necesidades actuales de las diferentes edades y de los diversos grupos, así como una valoración creativa de los mejores medios para afrontarlas, especialmente la necesidad de formación en la oración mental, en la lectura espiritual de la Escritura (cf. Dei Verbum DV 11) y en la recepción fructífera de los sacramentos. Este discernimiento continuo exige el compromiso personal del obispo, junto con los sacerdotes, que son los responsables directos de la instrucción religiosa impartida en sus parroquias, con los profesores de religión, cuya generosidad y experiencia constituyen un gran recurso en vuestras Iglesias locales, y con los padres, que son los principales encargados de formar a sus hijos en la fe y en la vida cristiana (cf. Código de derecho canónico, c. 774, 2).

5. Las numerosas iniciativas de los católicos estadounidenses en favor de los ancianos, los enfermos y los necesitados, mediante residencias para ancianos, hospitales, clínicas y diversos centros de beneficencia y asistencia, han sido siempre, y siguen siendo, un testimonio elocuente de la "fe, esperanza y amor" (1Co 13,31) que deben caracterizar la vida de todo discípulo del Señor. En Estados Unidos, generaciones de religiosos y laicos comprometidos, al construir una red de instituciones de asistencia sanitaria, han dado un testimonio excepcional de Cristo, médico de los cuerpos y las almas, y de la dignidad de la persona humana. No debéis permitir que los significativos desafíos que afrontan estas instituciones en las cambiantes circunstancias sociales y económicas debiliten este testimonio comunitario.

Las políticas elaboradas en plena conformidad con la doctrina moral de la Iglesia deben aplicarse en los centros católicos de asistencia sanitaria, y todos los aspectos de la vida de estos centros deben reflejar su inspiración religiosa y su íntima vinculación con la misión de la Iglesia de llevar la luz sobrenatural, la salvación y la esperanza a los hombres y mujeres en cada etapa de su peregrinación terrena.

6. Queridos hermanos, con profunda gratitud por la gran contribución que las instituciones católicas presentes en vuestras diócesis han dado al desarrollo de vuestras Iglesias locales, me uno a vosotros para pedir que lleguen a ser cada vez más agentes eficaces de la nueva evangelización, fuentes de energía vital para el apostolado y levadura auténtica del Reino (cf. Mt Mt 13,33) en la sociedad norteamericana. Sobre el clero, los religiosos y los fieles laicos comprometidos en obras de servicio eclesial invoco la sabiduría y la fuerza del Espíritu Santo, y de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y fortaleza en el Señor.






A LA 71ª ASAMBLEA DE LA ROACO



Jueves 24 de junio de 2004




Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
151 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo a cada uno un cordial saludo con ocasión de la 71ª asamblea de la ROACO, Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales.

Saludo al prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, señor cardenal Ignace Moussa I Daoud, y le doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Saludo al secretario y a los colaboradores del dicasterio, así como al nuncio apostólico en Rumanía, al nuevo custodio de Tierra Santa y a los responsables de las agencias. A cada uno doy mi cordial bienvenida.

2. Vuestra visita me hace pensar en la situación en que se encuentran las comunidades cristianas de las Iglesias de Oriente, sometidas en nuestro tiempo a dura prueba a causa de los conflictos actuales, del terrorismo y de otras dificultades. Seguís prestándoles vuestro apoyo, fieles a la labor que habéis asumido de acuerdo con las orientaciones de la Congregación para las Iglesias orientales. Además de la acción generosa en favor de las poblaciones de Irak, en esta sesión habéis prestado particular atención a la Iglesia greco-católica de Rumanía. Gracias por vuestra solicitud. Se trata de un valioso servicio de solidaridad hacia las personas necesitadas. Para cumplirlo del mejor modo posible, debéis sacar de la Eucaristía la fuerza necesaria. A este propósito, en la reciente carta encíclica Ecclesia de Eucharistia escribí que "a los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres" (n. 24).

3. La colecta para Tierra Santa, recogida tradicionalmente el Viernes santo en todas las partes del mundo, constituye una ocasión significativa para expresar esta comunión solidaria, que une a todos los creyentes en Cristo. Mis venerados predecesores siempre han recomendado a todas las comunidades cristianas que tengan solicitud por la Iglesia madre de Jerusalén. Es preciso perseverar, orando intensamente por la paz de los pueblos que viven en la tierra de Jesús. A los cristianos, tan probados por la continua violencia y por otros numerosos problemas que producen pobreza económica, conflictividad social y envilecimiento humano y cultural, no debería faltarles el apoyo de toda la Iglesia católica. También gracias a la colecta del Viernes santo, a la que me referí antes, es posible salir al paso de las necesidades urgentes y fomentar el espíritu de acogida y de respeto recíprocos, favoreciendo la maduración de una voluntad común de reconciliación. Todo esto no puede por menos de contribuir a la construcción de la paz tan deseada.

4. Una de las tareas más importantes de la Congregación para las Iglesias orientales al sostener la vida pastoral y la obra evangelizadora de las Iglesias católicas de Oriente sigue siendo la formación de los formadores. Al respecto, vuestra contribución deberá considerar cuán grandes son, a menudo, las necesidades de los seminarios y de las casas de formación, y cómo varían las prioridades de una comunidad eclesial a otra. Este dicasterio realiza un notable esfuerzo, también económico, para preparar a sacerdotes y acompañar a seminaristas, religiosas y religiosos, laicas y laicos, de modo que las Iglesias, una vez superados los condicionamientos del pasado, puedan contar ahora con pastores cualificados y laicos responsables y competentes.

5. El Señor Jesús y su Madre celestial, tan amada y venerada en todas partes por las antiguas Iglesias de Oriente, ayuden a estos hermanos y hermanas nuestros en la fe a responder con valentía a los desafíos de la nueva evangelización. San Juan Bautista, cuyo nacimiento recordamos hoy, juntamente con todos los santos, los asista con su intercesión.

También yo aseguro mi oración, mientras de buen grado os imparto a vosotros, a vuestros colaboradores, a los bienhechores y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.






Discursos 2004 145