Discursos 2004 190


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL PACÍFICO


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 18 de septiembre de 2004





Queridos hermanos en el episcopado:

1. En la gracia y la paz de nuestro Señor os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, miembros de la Conferencia episcopal del Pacífico, y hago mío el saludo de san Pablo: "Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en todo el mundo" (Rm 1,8). Expreso mi agradecimiento al arzobispo Apuron por los buenos deseos y amables sentimientos que me ha manifestado en vuestro nombre. Correspondo cordialmente a ellos y os aseguro mis oraciones a vosotros y a los fieles confiados a vuestra solicitud. Vuestra visita ad limina Apostolorum expresa la profunda comunión de amor y verdad que une las diversas diócesis del Pacífico con el Sucesor de Pedro y sus colaboradores al servicio de la Iglesia universal. Recorriendo grandes distancias para "ver a Pedro" (cf. Ga 1,18), confirmáis "la unidad en la fe, esperanza y caridad, y hacéis conocer y apreciar cada vez más el inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que toda la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, ha difundido en todo el mundo" (Pastor bonus, Anexo I, 3).

191 2. Jesucristo sigue dirigiendo su atención amorosa a los pueblos de Oceanía, llevándolos a una fe y una vida aún más profundas en él. Como obispos, respondéis a esta llamada preguntándoos: ¿cómo puede la Iglesia ser un instrumento aún más eficaz de Cristo? (cf. Ecclesia in Oceania, 4). Incluso donde la vida de la Iglesia muestra grandes signos de crecimiento, no ha de escatimarse ningún esfuerzo para emprender iniciativas pastorales eficaces a fin de que nuestro Señor sea más conocido y amado. En efecto, las familias y las comunidades, prosiguiendo la búsqueda del sentido de su vida, tratan de ver "la fe con obras". Esto exige que vosotros, como maestros de fe y heraldos de la Palabra (cf. Pastores gregis ), prediquéis con claridad y precisión que "de hecho, la fe tiene la fuerza para modelar la cultura misma, penetrándola hasta su núcleo" (Ecclesia in Oceania, 20). Así, vuestro ministerio episcopal, arraigado en la tradición cristiana y atento a los signos de los cambios culturales contemporáneos, será un signo de esperanza y orientación para todos.

3. Queridos hermanos, la ferviente vida pastoral de vuestras diócesis, que describís claramente en vuestras relaciones, es un signo edificante para todos. Las jubilosas celebraciones litúrgicas, la participación entusiasta de los jóvenes en la misión de la Iglesia, el florecimiento de vocaciones y la presencia palpable de la fe en la vida civil de vuestras naciones testimonian la infinita bondad de Dios para con su Iglesia. Sin embargo, con la prudencia de padres solícitos por su familia, también habéis expresado vuestra preocupación por los vientos de cambio que soplan sobre vuestras costas. La invasión del secularismo, particularmente bajo la forma de consumismo, y la fuerte influencia de los aspectos más insidiosos de los medios de comunicación, que transmiten una visión deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad, minan los cimientos mismos de los valores culturales tradicionales.

Frente a estos desafíos, los pueblos de Oceanía son cada vez más conscientes de la necesidad de renovar su fe y encontrar una vida más abundante en Cristo. En esta búsqueda, tienen gran esperanza en que seáis ministros firmes de la verdad y testigos audaces de Cristo. Desean que seáis vigilantes al buscar nuevos modos de enseñar la fe, para que se fortalezcan con la fuerza del Evangelio que debe impregnar su modo de pensar, sus criterios de juicio y sus normas de comportamiento (cf. Sapientia christiana, Proemio). En este contexto, el testimonio que dais y vivís del extraordinario "sí" de Dios a la humanidad (cf.
2Co 1,20) impulsará a vuestros pueblos a rechazar los aspectos negativos de nuevas formas de colonización y a elegir todo lo que engendra nueva vida en el Espíritu.

4. La unidad de la Iglesia, en cuanto don inagotable de Dios, resplandece sobre la totalidad de sus miembros como una llamada apremiante a crecer en la comunión de fe, de esperanza y de caridad. En medio de los cambios culturales, que frecuentemente son factores de división, hoy el gran desafío consiste en hacer de la Iglesia "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte NM 43). Esto requiere que el obispo, enviado en nombre de Cristo para cuidar de una porción determinada del pueblo de Dios, ayude a su pueblo a ser uno en el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis ). Por consiguiente, os exhorto a imitar al buen Pastor, que conoce a sus ovejas y llama a cada una por su nombre. Los encuentros con vuestros más estrechos colaboradores -sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas-, escuchándolos con atención, así como los contactos directos con los pobres, los enfermos y las personas ancianas, unificarán a vuestro pueblo y enriquecerán vuestra enseñanza gracias al ejemplo concreto que dais de fe humilde y de servicio.

La importancia particular de la comunión entre un obispo y sus sacerdotes exige que siempre os preocupéis de manifestarles vuestro interés paterno por su crecimiento espiritual y su felicidad. Sois los primeros formadores de vuestros sacerdotes. Vuestra solicitud por la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas y de vuestros sacerdotes es una expresión evidente de vuestro amor a ellos, y esto dará muchos frutos en vuestras diócesis. Este afecto especial debe manifestarse mediante una atención continua a su santificación personal en el ministerio y mediante la constante actualización de su compromiso pastoral (cf. Pastores dabo vobis PDV 2). Así pues, os invito con insistencia a desempeñar un papel cada vez más importante en el seguimiento de vuestros seminarios y en la propuesta de programas regulares de formación permanente de los sacerdotes, para que reafirmen su identidad y su personalidad sacerdotales (cf. ib., 71). Esta identidad jamás deberá fundarse en algún cargo social o en títulos. Está constituida, ante todo, por una vida de sencillez, de castidad y de servicio humilde (cf. ib., 33), que impulsa a los demás a hacer lo mismo.

Para concluir este punto, me uno a vosotros en la oración por vuestros sacerdotes, expresándoles mi profunda gratitud y mi vivo aliento. En particular, felicito a los que, en la perspectiva de un compromiso auténtico en favor de la Iglesia en el Pacífico, han dejado el ministerio parroquial, que amaban, para ponerse al servicio de los seminarios. Debe rendirse homenaje a su generosidad. A los sacerdotes que, por varias razones, no han podido vivir las exigencias de su ministerio, les recuerdo que Dios, rico en misericordia y lleno de amor, los invita cada día a volver a él. En definitiva, recordad a todos vuestros sacerdotes el afecto profundo que siento por ellos.

5. La historia de la fundación de la Iglesia en Oceanía está escrita por innumerables hombres y mujeres consagrados que se entregaron para seguir la llamada del Señor a anunciar el Evangelio con dedicación generosa. Sacerdotes religiosos, hermanos y hermanas siguen estando en la vanguardia de la evangelización en vuestras diócesis. Buscando la perfección de la caridad al servicio del Reino, los religiosos sacian en particular la sed creciente que tiene vuestro pueblo de una espiritualidad sostenida para avivar su fe. Este testimonio exige que los religiosos mismos se fortifiquen diariamente en la fuente de una sana espiritualidad. Por eso, la vida espiritual, arraigada en el carisma de una Orden, debe ocupar "el primer lugar en el programa de las familias de vida consagrada, de tal modo que cada instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica" (Vita consecrata VC 93). En efecto, la fecundidad apostólica, el amor generoso a los pobres y la habilidad para suscitar vocaciones entre los jóvenes dependen de esta prioridad y de su crecimiento creativo en el compromiso personal y comunitario.

Las religiosas, en particular, han contribuido en gran medida al desarrollo social de mujeres y niños en vuestra región. Al hacerlo, han dado testimonio de los valores femeninos que expresan el carácter relacional esencial de la humanidad: la capacidad de vivir "para el otro" y "por el otro" (cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 14). La autenticidad, la honradez, la sensibilidad y el servicio enriquecen todas las relaciones humanas. Lo que llamé "genio de la mujer" también enriquecerá la organización pastoral de vuestras diócesis. Ahora son necesarias una solícita colaboración y una atenta coordinación con las órdenes religiosas para asegurar que se elaboren adecuados programas de formación teológica y espiritual, inicial y permanente, para preparar a las religiosas a desempeñar su inestimable papel en la tarea cada vez más exigente de evangelización de la cultura en el Pacífico.

6. Queridos hermanos, durante el Sínodo para Oceanía muchos de vosotros observasteis con satisfacción que un número cada vez mayor de fieles laicos están apreciando más profundamente su deber de participar en la misión de evangelización de la Iglesia (cf. Ecclesia in Oceania, 19). Vuestros catequistas han abrazado con gran celo y generosidad la ardiente convicción de san Pablo: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Sin embargo, esta pasión no puede circunscribirse a un pequeño grupo de "especialistas", sino que debe inspirar e impulsar a todos los miembros del pueblo de Dios a llevar la fuerza del Evangelio al corazón mismo de la cultura y de las culturas (cf. Catechesi tradendae CTR 53). Esto requiere prestar gran atención a la promoción de programas de catequesis para adultos. Al elevar el nivel general de la educación en vuestras comunidades, es necesario que vuestro pueblo crezca en su comprensión de la fe y en su capacidad de expresar su verdad liberadora. A este respecto, confío en que pondréis atención especial en la consolidación de la capellanía en la Universidad del Pacífico sur, donde muchos de vuestros mejores jóvenes se están formando para ser futuros líderes de vuestras comunidades. Ojalá que estén dispuestos a dar razón de su esperanza (cf. 1P 3,15).

7. Con afecto y fraterna gratitud os ofrezco estas reflexiones y os animo a compartir los frutos del carisma de verdad que el Espíritu Santo os ha concedido. Unidos en el anuncio de la buena nueva de Jesucristo y guiados por el ejemplo de los santos, proseguid con esperanza. Encomendándoos a Nuestra Señora, Estrella del mar, e invocando sobre vosotros la intercesión de san Pedro Chanel, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.








AL SEÑOR JOÃO ALBERTO BACELAR DA ROCHA


NUEVO EMBAJADOR DE PORTUGAL ANTE LA SANTA SEDE


Martes 21 de septiembre de 2004



192 Señor embajador:

Le doy la bienvenida al Vaticano, donde tengo la alegría de acogerlo con ocasión de la presentación de las cartas credenciales que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Portugal ante la Santa Sede. Le agradezco los saludos que me ha transmitido de parte del señor presidente Jorge Sampaio y del pueblo portugués; sus palabras me han traído a la mente los días de mis visitas pastorales a su tierra, en particular al santuario de Fátima, cuando pude constatar personalmente las raíces cristianas de esa nación bendecida y protegida por Nuestra Señora. Le agradecería, excelencia, que tenga la bondad de transmitir al señor presidente de la República mis mejores votos de bienestar y prosperidad para todo el país y la certeza de mis súplicas al Altísimo a fin de que siga inspirando sentimientos de entendimiento mutuo y de fraternidad que permitan la edificación de la patria como casa y obra de todos.

Es de todos conocido el panorama sociopolítico mundial de este inicio de milenio; la acentuación de las diferencias regionales, tanto culturales como económicas; la preocupación por la salvaguardia de la paz ante la creciente acción de grupos extremistas que "han obstaculizado cada vez más el proceso del diálogo y la negociación" (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2004, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 2003, p. 6); la frecuencia de catástrofes naturales y de otros tipos, mucho más graves, que asolan poblaciones enteras, como son el hambre y las enfermedades endémicas, a veces incontrolables; la escandalosa brecha entre ricos y pobres, y la consiguiente violación de los derechos humanos, son, entre otros, motivo de seria preocupación para todo gobernante, consciente de la influencia globalizante de sus propias decisiones.

Señor embajador, su país es consciente de los esfuerzos de la Santa Sede encaminados a humanizar la globalización y a captar la influencia benéfica del progreso científico y tecnológico con vistas a un bienestar mayor de todos los pueblos y naciones. Por eso, las autoridades del Gobierno portugués no han dudado en reconocer y difundir sus convicciones cristianas al colaborar en la preparación de una Constitución europea. Deseo aprovechar esta ocasión para expresar mi gratitud por la acción llevada a cabo por su Gobierno para poner de relieve la identidad cristiana de Europa y hago votos para que las convicciones que de ella derivan se puedan afirmar tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

En este sentido, la firma del nuevo Concordato entre la Santa Sede y Portugal no es más que la expresión viva de un consenso madurado para reforzar la presencia de esta "alma" cristiana fundada en las "profundas relaciones históricas entre la Iglesia católica y Portugal, teniendo en cuenta las mutuas responsabilidades que vinculan a las partes, en el ámbito de la libertad religiosa, a continuar su servicio al bien común y a colaborar en la construcción de una sociedad que promueva la dignidad de la persona humana, la justicia y la paz" (cf. Preámbulo). Que la Providencia, como en otro tiempo, impulse a revivir el pasado con nuevos gestos audaces, haciendo que llegue la hora de una nueva evangelización, que a todos corresponde descubrir. Deseo un Portugal activo y valiente, siempre abierto a los nuevos desafíos de nuestra sociedad, y consciente de que el Todopoderoso no dejará con las manos vacías a los que se empeñan en confiar en sus designios.

Entretanto, esos desafíos se podrán valorar y presentar mejor a la opinión pública de la comunidad internacional si forman parte de una lógica de desarrollo, en la que las fuerzas vitales de la sociedad local constituyan su fuerza propulsora: hacer participar a los ciudadanos en los proyectos de la sociedad, suscitar en ellos confianza hacia los que los gobiernan y hacia la nación de la que son miembros, son las bases en las que se apoya la vida armónica de las sociedades humanas. La Iglesia, fiel a su misión religiosa y humanitaria, procura desempeñar la función de fermento de unidad, y quisiera que el Evangelio vivificara cada vez más el germen cultural que está en la base de una nación.

Sé que a esta tarea se dedican los pastores y los fieles católicos de su madre patria, cuna de numerosos santos y beatos portugueses, como usted, señor embajador, ha reconocido, destacando el servicio a la fe de ese pueblo generoso y fiel. Aprovecho la ocasión para dirigir, a través de su excelencia, mi saludo fraterno a todos sus compatriotas miembros de la Iglesia católica, cuya aspiración profundamente sentida es cooperar de modo armonioso y efectivo con sus conciudadanos en la construcción de una nación solidaria y fraterna.

Señor embajador, en este momento en que inicia oficialmente su mandato, le expreso mis mejores deseos de éxito en su noble misión, asegurándole que podrá contar siempre con la solícita atención de mis colaboradores en todo lo que pueda contribuir al fructuoso desempeño de su cargo. Por último, reiterando todo mi afecto al pueblo de Portugal y mi deferente saludo a sus gobernantes, invoco sobre su excelencia, sobre sus familiares y colaboradores, así como sobre la nación entera, la ayuda de Dios y la abundancia de sus bendiciones.










A LA CONFEDERACIÓN BENEDICTINA


Jueves 23 de septiembre de 2004



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran afecto os doy la bienvenida. Me alegra que hayáis incluido en vuestro congreso el encuentro con el Sucesor de Pedro, y agradezco al padre Wolf Notker las amables palabras con las que lo ha introducido.

193 He escuchado vuestras preocupaciones e inquietudes. No os desalentéis por los problemas de nuestro tiempo. Dios continúa su obra en vosotros y con vosotros según su estilo, como anunció Jesús a los discípulos: "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

2. Sed fieles a vuestra historia. Nuestro mundo secularizado tiene una deuda de gratitud con vosotros por el testimonio de vuestras comunidades, que ponen a Dios en el centro. Numerosos obispos piden tener en sus diócesis estos espacios vitales de encuentro con el Señor. Mediante la liturgia, el estudio y el trabajo, sed ejemplo de vida cristiana plenamente orientada a Dios, respetuosa del hombre y de la creación.

Conozco vuestros contactos con monjes y monjas de otras religiones: se trata de relaciones significativas, que pueden resultar fecundas. Os exhorto a profundizar en las relaciones ecuménicas con los hermanos y las hermanas de la Europa del este.El monaquismo constituye una plataforma natural para la comprensión mutua. Esto es sumamente importante en este momento histórico para que Europa conserve sus raíces cristianas.

3. Me alegra saber que, como gran familia benedictina, estáis redescubriendo cada vez más vuestro patrimonio común. Queridos hermanos y hermanas, proseguid vuestro camino tras las huellas de san Benito y santa Escolástica: "No antepongáis absolutamente nada a Cristo" (Regla benedictina 72, 11). Fieles a esta regla de vida, tendréis un futuro rico en dones de Dios.

Que os los obtenga la santísima Virgen María, a la que os encomiendo, a la vez que de corazón os bendigo a vosotros y a todas vuestras comunidades.








A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN


DE MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA


Viernes 24 de septiembre de 2004



Queridos hermanos:

1. Con ocasión del capítulo general de vuestro instituto, me alegro de acogeros y aseguraros mi cercanía espiritual en la oración. Saludo en particular, al superior general y a los miembros del nuevo consejo general de la congregación, al que deseo buen trabajo en su arduo cargo.
Os agradezco a todos el afecto que mostráis al Sucesor de Pedro y al que correspondo cordialmente, también por la devoción que siento hacia vuestro fundador, san Eugenio de Mazenod, así como por la estima hacia vuestra congregación, a la vez mariana y misionera.

2. "Testigos de la esperanza" es el lema de esta asamblea capitular, en continuidad con la precedente. Con toda la Iglesia, habéis entrado en el nuevo milenio bajo el signo de la esperanza, y desde esta perspectiva queréis seguir caminando, confiando en la divina Providencia. Vuestra presencia, animada por auténtico fervor religioso y misionero, debe ser signo y semilla de esperanza para cuantos se encuentran con vosotros, tanto en ambientes secularizados como en contextos de primer anuncio.

3. Os animo a perseverar en los objetivos que os habéis propuesto, ante todo el de una renovada unión fraterna, según la voluntad de vuestro santo fundador, que pensaba en el Instituto como en una familia, cuyos miembros tienen un solo corazón y una sola alma. Hoy estáis presentes con más de mil comunidades en sesenta y siete países del mundo, y esta unidad es un desafío exigente, pero muy importante para la humanidad, llamada a recorrer el camino de la solidaridad en la diversidad.

194 Aprecio, además, vuestra reflexión sobre los profundos cambios que están marcando la congregación, cuyo centro de gravedad se va desplazando hacia las zonas más pobres del mundo. Este hecho bastante significativo os lleva a actualizar la formación, la distribución de las personas, las formas de gobierno y de comunión de bienes.

Realizad opciones claras basándoos en las prioridades de vuestra misión. Entre las exigencias prioritarias, está ciertamente la atención permanente a la vida espiritual para una fidelidad siempre renovada al carisma original. En efecto, es Dios quien, con la acción de su Espíritu Santo, permite a las familias religiosas responder adecuadamente a las nuevas necesidades, acudiendo al don específico confiado a ellas.

4. Para todas estas finalidades imploro del cielo, por intercesión de María santísima, abundancia de luz y de fuerza. A ella le pido de modo particular que vele con solicitud materna sobre cada uno de vosotros y sobre vuestros hermanos, a la vez que a todos os imparto de corazón la bendición apostólica.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS REPRESENTANTES PONTIFICIOS


EN ÁFRICA Y MADAGASCAR


Sábado 25 de septiembre de 2004



Amadísimos representantes pontificios:

1. Me alegra acogeros al final de vuestro encuentro en Roma. Deseo renovaros a cada uno la expresión de mi aprecio por el valioso servicio que prestáis a las comunidades eclesiales y civiles en África.

Todos llevamos en la mente y en el corazón el recuerdo del arzobispo monseñor Michael Aidan Courtney, que desempeñó con generosidad y fidelidad su misión en favor del atormentado pueblo de Burundi, hasta el sacrificio supremo de su vida. Quiera Dios que su heroico testimonio infunda renovado vigor a cuantos trabajan por la paz en Burundi y en todo el continente africano.

2. Sé que realizáis vuestro servicio con celo y fidelidad, en medio de situaciones difíciles, compartiendo los sufrimientos y los dramas de las Iglesias y de las poblaciones a las que habéis sido enviados. Aprovecho de buen grado esta ocasión para manifestaros una vez más mi gratitud por la entrega y la sabiduría con que cumplís la delicada misión que se os ha confiado. Sabed que el Papa y la Curia romana están cerca de vosotros, como testimonia también este encuentro.

La Asamblea especial del Sínodo de los obispos para África, de la que se conmemora este año el décimo aniversario, y la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, constituyen un signo particularmente intenso de la solicitud pastoral de la Iglesia hacia ese continente.

La Iglesia en África debe afrontar actualmente antiguos y nuevos problemas, pero también está abierta a grandes esperanzas. Como representantes pontificios, estáis llamados a acompañar el desarrollo de las comunidades eclesiales, a favorecer el progreso integral de la sociedad y, sobre todo, a sostener "el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio" (Ecclesia in Africa ).

3. Seguid siendo con gran empeño testigos de comunión, favoreciendo la superación de las tensiones y de las incomprensiones, la victoria sobre la tentación del particularismo, y el fortalecimiento del sentido de pertenencia al único e indiviso pueblo de Dios.

195 Con estos sentimientos y deseos, os renuevo mi más cordial agradecimiento por este encuentro y encomiendo vuestras personas y vuestra misión a la protección materna de la Virgen María, Estrella de la evangelización. A vosotros aquí presentes y a vuestros colaboradores en las nunciaturas imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las queridas poblaciones africanas, en medio de las cuales lleváis a cabo vuestra cualificada actividad de representantes pontificios.











PALABRAS DE AGRADECIMIENTO


DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PERSONAL DE LAS VILLAS PONTIFICIAS


Domingo 26 de septiembre de 2004



Amadísimos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros en este último domingo de septiembre, cuando ya se termina mi estancia estiva en Castelgandolfo. En efecto, nuestro tradicional encuentro me ofrece la oportunidad de manifestaros a cada uno mi profundo agradecimiento por el generoso servicio que prestáis en esta residencia pontificia.

En particular, saludo al doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo de buen grado este afectuoso saludo a todo el personal de las villas y a sus familias. Que el Señor os recompense por el empeño y la fidelidad con que desempeñáis las tareas que se os confían.

Al volver al Vaticano, llevaré conmigo el grato recuerdo de los días serenos y apacibles que he podido transcurrir en Castelgandolfo, gracias también a vuestra ayuda. Confío en vuestra oración y, por mi parte, os aseguro que no dejaré de pedir al Señor que os acompañe siempre con su asistencia. Os encomiendo a la materna protección de la Virgen María, Reina del rosario, y bendigo con afecto a vosotros, a vuestros familiares y a todos vuestros seres queridos.








CON OCASIÓN DE LA ENTREGA DEL PREMIO "FIDEI TESTIS"


AL CARDENAL KAZIMIERZ SWIATEK


Lunes 27 de septiembre de 2004





Señores cardenales;
venerados hermanos;
ilustres señores:

1. Me alegra este encuentro, que me permite entregarle personalmente a usted, amadísimo cardenal Kazimierz Swiatek, el premio Fidei testis, conferido por el Instituto "Pablo VI" de Brescia durante el simposio celebrado en los días pasados con motivo del 25° aniversario de su fundación. Saludo cordialmente a los cardenales Giovanni Battista Re, Paul Poupard y Georges Cottier, a los obispos monseñor Sanguineti y monseñor Macchi, a los sacerdotes y a cada uno de vosotros, ilustres miembros del consejo directivo. Agradezco al presidente, doctor Giuseppe Camadini, sus amables palabras.

196 Al dirigirme a usted, venerado y querido cardenal Swiatek, deseo expresarle mi sincera felicitación por este prestigioso reconocimiento. En efecto, el Fidei testis es el título más apropiado para un cristiano; con mayor razón lo es para un pastor revestido de la púrpura cardenalicia, que en los años difíciles de la persecución contra la Iglesia en Europa del este dio fiel y valiente testimonio de Cristo y de su Evangelio.

2. Su ordenación sacerdotal, señor cardenal, tuvo lugar poco antes del inicio de la segunda guerra mundial. Dos años después, la Providencia lo llamó a recorrer el via crucis de la persecución, solidario con la pasión del pueblo cristiano confiado a usted, llevando personalmente la cruz de la prisión, de la condena injusta y de los campos de concentración con su carga de fatiga, frío y hambre. Como usted ha manifestado, "sólo con la fe se podía sobrevivir". Y el Señor le concedió una fe fuerte y valiente para superar aquella larga y dura prueba, al final de la cual volvió a la comunidad eclesial como testigo aún más creíble del Evangelio: Fidei testis.

Esta nueva etapa de su vida culminó con su nombramiento de arzobispo de Minsk-Mohilev, ministerio que usted sigue desempeñando. Con la palabra y el ejemplo, ha anunciado a todos, creyentes y no creyentes, la verdad de Cristo, luz que ilumina a todo hombre.

3. Todo esto usted lo ha realizado con la ayuda de María santísima, Mater misericordiae, como atestigua también su lema episcopal. A la Virgen lo encomiendo con profundo afecto, venerado hermano, mientras tengo la alegría de entregarle el premio Fidei testis. A todos, con renovada gratitud, imparto de corazón la bendición apostólica.







DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA POLICÍA PENITENCIARIA DE ITALIA

Lunes 27 de septiembre de 2004




Ilustres señores, amables señoras:

1. Me alegra acogeros y daros mi cordial bienvenida. Saludo al doctor Giovanni Tinebra, jefe del departamento de la Administración penitenciaria, al que agradezco sus amables palabras, a los funcionarios presentes y al estimado monseñor Giorgio Caniato, inspector general de los capellanes. Mi saludo se extiende, en particular, a vosotras, agentes en prueba de la Policía penitenciaria femenina. Este encuentro está dedicado especialmente a vosotras, que acabáis de concluir el año de formación.

2. Me complace saber que durante el curso habéis puesto un empeño encomiable, alcanzando resultados alentadores. Me congratulo con vosotras y aprovecho la ocasión para daros una sugerencia: cuidad siempre de vuestra vida espiritual. En efecto, vuestra función requiere una sólida madurez humana, que os permita conjugar la firmeza con la atención a las personas. A este fin, os ayuda ciertamente el ser mujeres, con las cualidades propiamente femeninas que influyen de forma positiva en las relaciones humanas. Pero, sobre todo, necesitaréis la fuerza interior que viene de la oración, es decir, de la íntima unión con Dios en todas las situaciones de la vida, incluso en las ocupaciones diarias.

3. Por una feliz coincidencia, se celebra hoy, 27 de septiembre, la memoria litúrgica de san Vicente de Paúl, gran santo de la caridad. Sufrió personalmente la dureza de la cárcel, y enseñó a las "Damas", después Hijas de la Caridad, a dedicar una atención especial a esa categoría de pobres que son los "reclusos". Les pedía que tuvieran comprensión con ellos y que exigieran para ellos un trato humano. San Vicente estaba animado por el amor de Cristo, que en el evangelio se identifica también con el preso (cf. Mt Mt 25,36 Mt Mt 25,40 Mt Mt 25,43 Mt Mt 25,45). El valor primario de la persona humana debe ser el fundamento de toda ética civil y profesional y de la relativa formación. Por tanto, me alegra poneros a vosotras y vuestro trabajo bajo la protección de san Vicente de Paúl.
Ilustres señores, deseando de corazón que la voluntad de auténtica promoción de la justicia se realice con éxito en todos los sectores de la Administración penitenciaria italiana, os agradezco vuestra amable visita e imparto gustoso a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.










AL ALCALDE Y AL CONCEJO MUNICIPAL DE CASTELGANDOLFO


Martes 28 de septiembre de 2004



Señor alcalde,
197 queridos miembros de la Junta y del Concejo municipal:

Al final de mi estancia estiva en Castelgandolfo, me agrada dirigiros a cada uno mi cordial saludo. En particular, le agradezco a usted, señor alcalde, las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Extiendo mi saludo agradecido a los miembros de la administración municipal y a todos los ciudadanos por la cordial hospitalidad que me han brindado durante estos meses.

En esta amena y laboriosa localidad de los Castillos romanos, tan querida para mí, he podido transcurrir días serenos y apacibles. Ahora me dispongo a volver al Vaticano, confortado también por vuestra cercanía espiritual y vuestra oración. Por todo esto os doy las gracias de corazón, también en nombre de mis colaboradores.

Os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la protección materna de la Virgen María, Reina del santo rosario, y de corazón imparto a todos la bendición apostólica.










A LAS FUERZAS DEL ORDEN


Castelgandolfo, martes 28 de septiembre de 2004



Queridos funcionarios y agentes de policía,
guardia de seguridad y militares del Cuerpo de carabineros:

Mientras me dispongo a dejar la residencia de Castelgandolfo, siento el deber de expresaros mi estima y mi aprecio por el servicio generoso y fiel que desempeñáis para garantizar el orden y la seguridad.

Os doy las gracias por haber contribuido a que tuviera una tranquila y serena estancia en esta hermosa localidad. Os deseo que seáis siempre testigos de los valores de justicia, lealtad y espíritu de sacrificio, que tienen su manantial más profundo en el amor a Dios y al prójimo.

Por esto os aseguro mi recuerdo en la oración y, mientras invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias la protección materna de María santísima, Virgo fidelis, a todos imparto con afecto la bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SEÑOR ION ILIESCU, PRESIDENTE DE RUMANÍA


Jueves 30 de septiembre de 2004




Discursos 2004 190