Audiencias 2004 66


Miércoles 6 de octubre de 2004

La reina y esposa

1. El dulce retrato femenino que nos acaban de presentar constituye el segundo cuadro del díptico del que se compone el salmo 44, un canto nupcial sereno y gozoso, que leemos en la liturgia de las Vísperas. Así, después de contemplar al rey que celebra sus bodas (cf. vv. 2-10), ahora nuestros ojos se fijan en la figura de la reina esposa (cf. vv. 11-18). Esta perspectiva nupcial nos permite dedicar el salmo a todas las parejas que viven con intensidad y vitalidad interior su matrimonio, signo de un "gran misterio", como sugiere san Pablo, el del amor del Padre a la humanidad y de Cristo a su Iglesia (cf. Ep 5,32). Sin embargo, el salmo abre también otro horizonte.

En efecto, entra en escena el rey judío y, precisamente en esta perspectiva, la tradición judía sucesiva ha visto en él un perfil del Mesías davídico, mientras que el cristianismo ha transformado el himno en un canto en honor de Cristo.

67 2. Con todo, ahora, nuestra atención se fija en el perfil de la reina que el poeta de corte, autor del salmo (cf. Ps 44,2), traza con gran delicadeza y sentimiento. La indicación de la ciudad fenicia de Tiro (cf. v. 13) hace suponer que se trata de una princesa extranjera. Así asume un significado particular la invitación a olvidar el pueblo y la casa paterna (cf. v. 11), de la que la princesa se tuvo que alejar.

La vocación nupcial es un acontecimiento trascendental en la vida y cambia la existencia, como ya se constata en el libro del Génesis: "Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne" (Gn 2,24). La reina esposa avanza ahora, con su séquito nupcial que lleva los dones, hacia el rey, prendado de su belleza (cf. Ps 44,12-13).

3. Es notable la insistencia con que el salmista exalta a la mujer: está "llena de esplendor" (v. 14), y esa magnificencia se manifiesta en su vestido nupcial, recamado en oro y enriquecido con preciosos brocados (cf. vv. 14-15).

La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor de Dios mismo; incluso los vestidos pueden ser signo de una luz interior resplandeciente, del candor del alma.

El pensamiento se remonta, por un lado, a las páginas admirables del Cantar de los cantares (cf. capítulos 4 y 5) y, por otro, a la página del Apocalipsis donde se describen "las bodas del Cordero", es decir, de Cristo, con la comunidad de los redimidos, destacando el valor simbólico de los vestidos nupciales: "Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura. El lino son las buenas acciones de los santos" (Ap 19,7-8).

4. Además de la belleza, se exalta la alegría que reina en el jubiloso "séquito de vírgenes", o sea, las damas que acompañan a la esposa "entre alegría y algazara" (cf. Ps 44,15-16). La alegría genuina, mucho más profunda que la meramente externa, es expresión de amor, que participa en el bien de la persona amada con serenidad de corazón.

Ahora bien, según los augurios con que concluye el salmo, se vislumbra otra realidad radicalmente intrínseca al matrimonio: la fecundidad. En efecto, se habla de "hijos" y de "generaciones" (cf. vv. 17-18). El futuro, no sólo de la dinastía sino también de la humanidad, se realiza precisamente porque la pareja ofrece al mundo nuevas criaturas.

Se trata de un tema importante en nuestros días, en el Occidente a menudo incapaz de garantizar su futuro mediante la generación y la tutela de nuevas criaturas, que prosigan la civilización de los pueblos y realicen la historia de la salvación.

5. Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: "Escucha, hija, mira, inclina el oído..." (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.

"A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (...) "Escucha, hija, mira, inclina el oído". En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (...) "Olvida tu pueblo y la casa paterna": no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, "prendado está el rey de tu belleza": el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (...) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, "porque él es tu Señor y tú lo adorarás". Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor" (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).

Saludos

68 Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los de España, Argentina, Costa Rica y México. Pidamos al Señor por todos los matrimonios, llamados a ofrecer nuevas vidas continuadoras de la civilización y de la historia de la salvación.

(En polaco)
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos que han venido de Polonia y de otras partes del mundo. Hemos iniciado el mes de octubre, el mes del rosario. Mañana celebraremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María del Rosario. A su protección encomiendo a la santa Iglesia y mi ministerio en ella. A ella encomiendo las expectativas de paz en el mundo y también en las familias y en las conciencias humanas. Que Dios os bendiga a todos.

(A los peregrinos de Rajhrad, República Checa)
En este mes de octubre, dedicado al santo rosario, os exhorto a redescubrir la comunión con la Virgen María por medio de esta noble oración.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, así como a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridísimos hermanos, mañana la Iglesia celebrará la fiesta de la Virgen del Rosario. Os invito a valorar esta oración, tan arraigada en la tradición del pueblo cristiano. Haced del rosario vuestra oración de cada día.




Miércoles 13 de octubre de 2004

Dios salvador

1. Estamos ante el solemne himno de bendición que abre la carta a los Efesios, una página de gran densidad teológica y espiritual, expresión admirable de la fe y quizá de la liturgia de la Iglesia de los tiempos apostólicos.

69 Cuatro veces, en todas las semanas en las que se articula la liturgia de las Vísperas, se propone el himno para que el fiel pueda contemplar y gustar este grandioso icono de Cristo, centro de la espiritualidad y del culto cristiano, pero también principio de unidad y de sentido del universo y de toda la historia. La bendición se eleva de la humanidad al Padre que está en los cielos (cf. v. 3), a partir de la obra salvífica del Hijo.

2. Ella inicia en el eterno proyecto divino, que Cristo está llamado a realizar. En este designio brilla ante todo nuestra elección para ser "santos e irreprochables", no tanto en el ámbito ritual -como parecerían sugerir estos adjetivos utilizados en el Antiguo Testamento para el culto sacrificial-, cuanto "por el amor" (cf. v. 4). Por tanto, se trata de una santidad y de una pureza moral, existencial, interior.

Sin embargo, el Padre tiene en la mente una meta ulterior para nosotros: a través de Cristo nos destina a acoger el don de la dignidad filial, convirtiéndonos en hijos en el Hijo y en hermanos de Jesús (cf.
Rm 8,15 Rm 8,23 Rm 9,4 Ga 4,5). Este don de la gracia se infunde por medio de "su querido Hijo", el Unigénito por excelencia (cf. vv. 5-6).

3. Por este camino el Padre obra en nosotros una transformación radical: una liberación plena del mal, "la redención mediante la sangre" de Cristo, "el perdón de los pecados" a través del "tesoro de su gracia" (cf. v. 7). La inmolación de Cristo en la cruz, acto supremo de amor y de solidaridad, irradia sobre nosotros una onda sobreabundante de luz, de "sabiduría y prudencia" (cf. v. 8). Somos criaturas transfiguradas: cancelado nuestro pecado, conocemos de modo pleno al Señor. Y al ser el conocimiento, en el lenguaje bíblico, expresión de amor, nos introduce más profundamente en el "misterio" de la voluntad divina (cf. v. 9).

4. Un "misterio", o sea, un proyecto trascendente y perfecto, cuyo contenido es un admirable plan salvífico: "recapitular en Cristo todas las cosas, del cielo y de la tierra" (v. 10). El texto griego sugiere que Cristo se ha convertido en kefálaion, es decir, es el punto cardinal, el eje central en el que converge y adquiere sentido todo el ser creado. El mismo vocablo griego remite a otro, apreciado en las cartas a los Efesios y a los Colosenses: kefalé, "cabeza", que indica la función que cumple Cristo en el cuerpo de la Iglesia.

Ahora la mirada es más amplia y cósmica, además de incluir la dimensión eclesial más específica de la obra de Cristo. Él ha reconciliado "en sí todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1,20).

5. Concluyamos nuestra reflexión con una oración de alabanza y de acción de gracias por la redención que Cristo ha obrado en nosotros. Lo hacemos con las palabras de un texto conservado en un antiguo papiro del siglo IV.

"Nosotros te invocamos, Señor Dios. Tú lo sabes todo, nada se te escapa, Maestro de verdad. Has creado el universo y velas sobre cada ser. Tú guías por el camino de la verdad a aquellos que estaban en tinieblas y en sombras de muerte. Tú quieres salvar a todos los hombres y darles a conocer la verdad. Todos juntos te ofrecemos alabanzas e himnos de acción de gracias". El orante prosigue: "Nos has redimido, con la sangre preciosa e inmaculada de tu único Hijo, de todo extravío y de la esclavitud. Nos has liberado del demonio y nos has concedido gloria y libertad.
Estábamos muertos y nos has hecho renacer, alma y cuerpo, en el Espíritu. Estábamos manchados y nos has purificado. Te pedimos, pues, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo: confírmanos en nuestra vocación, en la adoración y en la fidelidad". La oración concluye con la invocación: "Oh Señor benévolo, fortalécenos, con tu fuerza. Ilumina nuestra alma con tu consuelo... Concédenos mirar, buscar y contemplar los bienes del cielo y no los de la tierra. Así, por la fuerza de tu gracia, se dará gloria a la potestad omnipotente, santísima y digna de toda alabanza, en Cristo Jesús, el Hijo predilecto, con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén" (A. Hamman, Preghiere dei primi cristiani, Milán 1955, pp. 92-94).

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los diversos grupos venidos de España y a los peregrinos de México y Puerto Rico, así como a los demás visitantes de América Latina. Demos gracias al Señor por la redención que Cristo ha obrado en nosotros. Muy agradecido por vuestra presencia. ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!

(En polaco)
70 Saludo a los peregrinos de lengua polaca. Os doy las gracias por vuestra presencia, oraciones y benevolencia, que experimento de modo particular en estos días. Llevo siempre en mi corazón a todos nuestros compatriotas. Os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.
¡Alabado sea Jesucristo!

(En italiano)
Saludo a los peregrinos de lengua italiana, entre los cuales hay muchos grupos parroquiales. En particular dirijo un pensamiento cordial a los fieles de las parroquias de la Inmaculada en Modugno, San Fracisco de Asís en Gela y San Pedro y San Pablo en Latina.

A vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados, os exhorto a imitar el ejemplo de la Virgen María, mujer eucarística. Al comienzo del Año de la Eucaristía, esforzaos como ella por seguir a Jesús, camino, verdad y vida.

¡Adorad frecuentemente la Santísima Eucaristía!






Miércoles 20 de octubre de 2004

Vanidad de las riquezas

1. Nuestra meditación sobre el salmo 48 se articulará en dos etapas, precisamente como hace la liturgia de las Vísperas, que nos lo propone en dos tiempos. Comentaremos ahora de modo esencial su primera parte, en la que la reflexión se inspira en una situación de malestar, como en el salmo 72. El justo debe afrontar "días aciagos", porque lo "cercan y lo acechan los malvados", quienes "se jactan de sus inmensas riquezas" (cf. Ps 48,6-7).

La conclusión a la que llega el justo se formula como una especie de proverbio, que se encontrará también al final de todo el salmo. Sintetiza de modo límpido el mensaje dominante de la composición poética: "El hombre no comprende en la opulencia, sino que perece como los animales" (v. 13). En otros términos, las "inmensas riquezas" no son una ventaja, ¡al contrario! Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.

2. En el proverbio parece resonar la voz austera de un antiguo sabio bíblico, el Eclesiastés o Qohélet, cuando describe el destino aparentemente igual de toda criatura viviente, el de la muerte, que hace completamente vano el aferrarse frenéticamente a las cosas terrenas: "Como salió del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha venido; y nada podrá sacar de sus fatigas que pueda llevar en la mano... Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra... Todos caminan hacia una misma meta" (Qo 5,14 Qo 3,19 Qo 3,20).

71 3. Una torpeza profunda se apodera del hombre cuando se ilusiona con evitar la muerte afanándose en acumular bienes materiales: por ello el salmista habla de un "no comprender" de índole casi irracional.

Sea como fuere, todas las culturas y todas las espiritualidades han analizado este tema, que Jesús expone en su esencia de modo definitivo cuando declara: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes" (
Lc 12,15). Él narra también la famosa parábola del rico necio, que acumula bienes en exceso, sin imaginar que la muerte le está tendiendo una emboscada (cf. Lc Lc 12,16-21).

4. La primera parte del salmo está centrada por completo precisamente en esta ilusión que conquista el corazón del rico. Este está convencido de que puede "comprarse" también la muerte, casi intentando corromperla, un poco como ha hecho para obtener todas las demás cosas, o sea, el éxito, el triunfo sobre los demás en el ámbito social y político, la prevaricación impune, la saciedad, las comodidades, los placeres.

Pero el salmista no duda en considerar necia esta pretensión. Recurre a un vocablo que tiene un valor también financiero, "rescate": "Nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate. Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa" (vv. 8-10).
5. El rico, aferrado a su inmensa fortuna, está convencido de lograr dominar también la muerte, así como ha mandado en todo y a todos con el dinero. Pero por ingente que sea la suma que esté dispuesto a ofrecer, su destino último será inexorable. En efecto, al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, deberá encaminarse a la tumba, lo mismo que les ha sucedido a los potentes, y deberá dejar en la tierra el oro tan amado, los bienes materiales tan idolatrados (cf. vv. 11-12).

Jesús dirigirá a sus oyentes esta pregunta inquietante: "¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?" (Mt 16,26). Ningún cambio es posible, porque la vida es don de Dios, que "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12,10).

6. Entre los Padres que han comentado el salmo 48 merece una atención particular san Ambrosio, que ensancha su sentido según una visión más amplia, en concreto, a partir de la invitación inicial del salmista: "Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe".

El antiguo obispo de Milán comenta: "Reconocemos aquí, precisamente al inicio, la voz del Señor salvador que llama a los pueblos a la Iglesia, para que renuncien al pecado, se conviertan en seguidores de la verdad y reconozcan la ventaja de la fe". Por lo demás, "todos los corazones de las diversas generaciones humanas estaban contaminados por el veneno de la serpiente y la conciencia humana, esclava del pecado, no era capaz de apartarse de él". Por eso el Señor, "por iniciativa suya, promete el perdón en la generosidad de su misericordia, para que el culpable ya no tenga miedo, sino que, con plena conciencia, se alegre de ofrecer ahora sus servicios de siervo al Señor bueno, que ha sabido perdonar los pecados y premiar las virtudes" (Commento a dodici Salmi, n. 1: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 253).

7. En estas palabras del salmo se siente resonar la invitación evangélica: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo" (Mt 11,28-29). San Ambrosio continúa: "Como uno que vendrá a visitar a los enfermos, como un médico que vendrá a curar nuestras llagas dolorosas, así él nos ofrece la curación, para que los hombres lo sientan bien y todos corran con confiada solicitud a recibir el remedio de la curación... Llama a todos los pueblos al manantial de la sabiduría y del conocimiento, promete a todos la redención, para que nadie viva en la angustia, nadie viva en la desesperación" (n. 2: ib., pp. 253-255).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española. A las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, de cuya fundadora he bendecido hoy una estatua, así como a los demás grupos venidos de Latinoamérica y España. Como Jesús, invito a todos a ganar "un tesoro inagotable en los cielos" (Lc 12,33). Muchas gracias por vuestra atención.

(En italiano)
72 Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, enfermos y recién casados. Queridísimos hermanos: Que la oración del santo rosario, rezada cada día con devoción, os ayude a penetrar cada vez más en el misterio de Jesús redentor del hombre y a experimentar la ternura materna de María.






Miércoles 27 de octubre de 2004

La riqueza humana no salva

1. La liturgia de Vísperas, en su desarrollo progresivo, nos vuelve a presentar el salmo 48, de estilo sapiencial, cuya segunda parte (cf. vv. 14-21) se acaba de proclamar. Al igual que la anterior (cf. vv. 1-13), que ya hemos comentado, también esta sección del salmo condena la falsa esperanza engendrada por la idolatría de la riqueza. Se trata de una de las tentaciones constantes de la humanidad: aferrándose al dinero, al que se considera dotado de una fuerza invencible, los hombres se engañan creyendo que pueden "comprar también la muerte", alejándola de sí.

2. En realidad, la muerte irrumpe con su capacidad de demoler cualquier ilusión, eliminando todos los obstáculos, humillando toda confianza en sí mismo (cf. v. 14) y encaminando a ricos y pobres, soberanos y súbditos, necios y sabios, al más allá. Es eficaz la imagen que el salmista utiliza, presentando la muerte como un pastor que guía con mano firme al rebaño de las criaturas corruptibles (cf. v. 15). Por consiguiente, el salmo 48 nos propone una meditación realista y severa sobre la muerte, meta ineludible fundamental de la existencia humana.

A menudo, de todos los modos posibles tratamos de ignorar esta realidad, esforzándonos por no pensar en ella. Pero este esfuerzo, además de inútil, es inoportuno. En efecto, la reflexión sobre la muerte resulta benéfica, porque relativiza muchas realidades secundarias a las que, por desgracia, hemos atribuido un carácter absoluto, como la riqueza, el éxito, el poder... Por eso, un sabio del Antiguo Testamento, el Sirácida, advierte: "En todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado" (Si 7,36).

3. Pero en nuestro salmo hay un viraje decisivo. El dinero no logra "rescatarnos" de la muerte (cf. Ps 48,8-9); sin embargo, alguien puede redimirnos de ese horizonte oscuro y dramático. En efecto, dice el salmista: "Pero a mí Dios me salva, me saca de las garras del abismo" (v. 16).
Así se abre, para el justo, un horizonte de esperanza e inmortalidad. A la pregunta planteada al inicio del salmo (¿Por qué habré de temer?: v. 6), se le da respuesta ahora: "No te preocupes si se enriquece un hombre" (v. 17).

4. El justo, pobre y humillado en la historia, cuando llega a la última frontera de la vida, carece de bienes, no tiene nada que ofrecer como "rescate" para detener la muerte y evitar su gélido abrazo. Pero he aquí la gran sorpresa: Dios mismo paga el rescate y arranca de las manos de la muerte a su fiel, porque él es el único que puede derrotar a la muerte, inexorable para las criaturas humanas.
Por eso, el salmista invita a "no temer" y a no envidiar al rico, cada vez más arrogante en su gloria (cf. ib.), porque, al llegar a la muerte, se verá despojado de todo, no podrá llevar consigo ni oro ni plata, ni fama ni éxito (cf. vv. 18-19). En cambio, el fiel no será abandonado por el Señor, que le señalará "el sendero de la vida, lo saciará de gozo en su presencia, de alegría perpetua a su derecha" (cf. Ps 15,11).

5. Así, podríamos poner, como conclusión de la meditación sapiencial del salmo 48, las palabras de Jesús, que nos describe el auténtico tesoro que desafía a la muerte: "No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,19-21).

73 6. En armonía con las palabras de Cristo, san Ambrosio, en su Comentario al salmo 48, reafirma de modo neto y firme la inconsistencia de las riquezas: "Son cosas caducas y se van con más rapidez de la que llegaron. Un tesoro de este tipo no es más que un sueño. Te despiertas y ya ha desaparecido, porque el hombre que logra superar la borrachera de este mundo y vivir la sobriedad de las virtudes, desprecia todas estas cosas y no da valor alguno al dinero" (Commento a dodici salmi, n. 23: SAEMO VIII, Milán-Roma 1980, p. 275).

7. El obispo de Milán invita, por consiguiente, a no dejarse atraer ingenuamente por las riquezas y por la gloria humana: "No tengas miedo, ni siquiera cuando veas que se ha agigantado la gloria de algún linaje poderoso. Mirando a fondo con atención, te parecerá vacía si no tiene una brizna de la plenitud de la fe". De hecho, antes de la venida de Cristo, el hombre se encontraba arruinado y vacío: "La ruinosa caída del antiguo Adán nos vació, pero la gracia de Cristo nos llenó. Él se vació a sí mismo para llenarnos a nosotros y para que en la carne del hombre habitara la plenitud de la virtud". San Ambrosio concluye que, precisamente por eso, ahora podemos exclamar, con san Juan: "De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia" (
Jn 1,16) (cf. ib.).

Saludos
74 Saludo a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a las Carmelitas Misioneras Teresianas, a las Siervas de María Ministras de los Enfermos, a los grupos de Carmona, Reus, Castilla y Ciudad Real, y a los militares españoles. Saludo también a los Cooperadores salesianos, a los diocesanos de San Andrés Tuxtla, así como a los estudiantes chilenos. ¡Gracias por vuestra presencia!

(En polaco)
Hemos comenzado el Año de la Eucaristía. Os exhorto a hacer que este año sea una ocasión para una participación consciente en las misas de todos los domingos y días festivos. ¡Alabado sea Jesucristo!.

(En italiano)
Dirijo mi afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos hermanos, os exhorto a fundamentar vuestra vida en Cristo, para ser sus testigos y constructores de la civilización del amor.

Antes de impartir la bendición, prosiguió:

Cada día acompaño con mi oración a la querida población iraquí, que se esfuerza por reconstruir las instituciones de su país.

Al mismo tiempo, animo a los cristianos a continuar ofreciendo con generosidad su contribución fundamental para la reconciliación de los corazones.

Manifiesto, finalmente, mi afectuosa participación en el dolor de las familias y de las víctimas y en los sufrimientos de los rehenes y de todos los inocentes afectados por la ciega barbarie del terrorismo.



Miércoles 3 de noviembre de 2004

Himno de los redimidos

75 1. El cántico que nos acaban de proponer marca la liturgia de las Vísperas con la sencillez y la intensidad de una alabanza coral. Pertenece a la solemne visión inicial del Apocalipsis, que presenta una especie de liturgia celestial a la que también nosotros, todavía peregrinos en la tierra, nos asociamos durante nuestras celebraciones eclesiales.

El himno, compuesto por algunos versículos tomados del Apocalipsis y unificados por el uso litúrgico, está construido sobre dos elementos fundamentales. El primero, esbozado brevemente, es la celebración de la obra del Señor: "Tú has creado el universo, por tu voluntad lo que no existía fue creado" (
Ap 4,11). En efecto, la creación revela el inmenso poder de Dios. Como dice el libro de la Sabiduría, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sg 13,5). De igual modo, el apóstol san Pablo afirma: "Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1,20). Por eso, es necesario elevar el canto de alabanza al Creador para celebrar su gloria.

2. En este contexto puede ser interesante recordar que el emperador Domiciano, bajo cuyo reinado se compuso tal vez el Apocalipsis, se hacía llamar con los títulos "Dominus et deus noster" y exigía que únicamente se dirigieran a él de esa manera (cf. Suetonio, Domiciano, XIII).

Como es obvio, los cristianos se negaban a tributar a una criatura humana, por más poderosa que fuera, esos títulos y sólo dirigían sus aclamaciones de adoración al verdadero "Señor y Dios nuestro", creador del universo (cf. Ap 4,11) y a Aquel que, juntamente con Dios, es "el primero y el último" (cf. Ap 1,17), el que está sentado con Dios, su Padre, en el trono celestial (cf. Ap 3,21): Cristo, muerto y resucitado, simbólicamente representado aquí como un "Cordero de pie", aunque "degollado" (Ap 5,6).

3. Este es, precisamente, el segundo elemento, ampliamente desarrollado, del himno que estamos comentando: Cristo, Cordero inmolado. Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos lo ensalzan con un canto que comienza con la aclamación: "Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado" (Ap 5,9).

Así pues, en el centro de la alabanza se encuentra Cristo con su obra histórica de redención. Precisamente por eso él es capaz de descifrar el sentido de la historia: es él quien "abre los sellos" (Ap 5,9) del libro secreto que contiene el proyecto querido por Dios.

4. Pero su obra no consiste sólo en una interpretación, sino que es también un acto de cumplimiento y de liberación. Dado que ha sido "degollado", ha podido "comprar" (Ap 5,9) a hombres que proceden de toda raza, lengua, pueblo y nación.

El verbo griego que se utiliza no remite explícitamente a la historia del Éxodo, en la que no se habla nunca de "comprar" a los israelitas, pero la continuación de la frase contiene una alusión evidente a la célebre promesa hecha por Dios al Israel del Sinaí: "Vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,6).

5. Ahora esa promesa se ha hecho realidad: el Cordero ha constituido, de hecho, para Dios "un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra" (Ap 5,10), y este reino está abierto a la humanidad entera, llamada a formar la comunidad de los hijos de Dios, como recordará san Pedro: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1P 2,9).

El concilio Vaticano II hace referencia explícita a estos textos de la primera carta de san Pedro y del libro del Apocalipsis, cuando, presentando el "sacerdocio común" que pertenece a todos los fieles, explica las modalidades con las que lo ejercen: "Los fieles, en cambio, participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (Lumen gentium, LG 10).

6. El himno del libro del Apocalipsis que meditamos hoy se concluye con una aclamación final pronunciada por "miríadas de miríadas" de ángeles (cf. Ap 5,11). Se refiere al "Cordero degollado", al que se atribuye la misma gloria destinada a Dios Padre, porque "es digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría y la fuerza" (Ap 5,12). Es el momento de la contemplación pura, de la alabanza gozosa, del canto de amor a Cristo en su misterio pascual.

Esta luminosa imagen de la gloria celestial es anticipada en la liturgia de la Iglesia. En efecto, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, la liturgia es "acción" de Cristo total ("Christus totus"). Los que la celebran aquí, viven ya de algún modo, más allá de los signos, en la liturgia celestial, donde la celebración es totalmente comunión y fiesta. El Espíritu y la Iglesia nos hacen participar en esta liturgia eterna cuando celebramos, en los sacramentos, el misterio de la salvación (cf. nn. CEC 1136 CEC 1139).

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, y a las Legionarias de María Inmaculada. También, a la fundación ANDE y a los grupos venidos de España; a los peregrinos de México, así como a los demás visitantes de América Latina. Alabemos al Señor por el gran don de Cristo, que dio su vida por nosotros. ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Muchas gracias!

(A los peregrinos lituanos)
Al comienzo de este Año eucarístico os acompaño con mi oración y de buen grado os imparto mi bendición.

(En polaco)
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua polaca. Saludo de modo particular a la peregrinación de la archidiócesis de Gdansk, guiados por el arzobispo Tadeusz Goclowski, y de la diócesis de Tarnów. Me alegra la presencia de los representantes de los monaguillos de toda Polonia, acompañados por el delegado de la Conferencia episcopal polaca para la pastoral de los monaguillos, el obispo Grzegorz Balcerek. Doy las gracias a todos los monaguillos de Polonia por su servicio al altar y les exhorto a que durante el Año de la Eucaristía traten de ayudar con más celo a los sacerdotes y a las comunidades parroquiales a vivir este gran misterio que se realiza durante la santa misa. Os doy las gracias de corazón a vosotros, aquí presentes, y a todos los que en estos días me han manifestado su benevolencia de diversos modos. Que Dios os recompense con sus gracias. Os bendigo a todos de corazón.

Saludo, asimismo, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridísimos hermanos, acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, y mañana celebraremos la memoria de san Carlos Borromeo, particularmente grata para mí. Que estas celebraciones os impulsen a cada uno de vosotros a seguir el ejemplo de los santos, que han gastado su vida al servicio de Dios y del prójimo.

Por último, agradezco las felicitaciones que me han hecho con motivo de mi onomástico.






Miércoles 10 de noviembre de 2004

Dios, única esperanza del just\bo

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Audiencias 2004 66