Audiencias 2004 76

76 1. Acaban de resonar las dulces palabras del salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida a mitad del texto. Es como una jaculatoria serena y fuerte, una invocación que es también un programa de vida: "Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré" (vv. 2-3. 6-7).

2. Sin embargo, este salmo, en su desarrollo, contrapone dos clases de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y una mala, que implican dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde entra en escena un símbolo de estabilidad y seguridad, como es la roca, "el alcázar", es decir, una fortaleza y un baluarte de protección.

El salmista reafirma: "De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme; Dios es mi refugio" (v. 8). Lo asegura después de aludir a las tramas hostiles de sus enemigos, que tratan de "derribarlo de la altura" (cf. vv. 4-5).

77 3. Luego, el orante fija con insistencia su atención crítica en otra clase de confianza, fundada en la idolatría. Es una confianza que lleva a buscar la seguridad y la estabilidad en la violencia, en el robo y en la riqueza.

Por eso, hace una exhortación clara y nítida: "No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo; y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón" (v. 11).

Son tres los ídolos que aquí se citan y proscriben como contrarios a la dignidad del hombre y a la convivencia social.

4. El primer dios falso es la violencia, a la que por desgracia la humanidad sigue recurriendo también en nuestros días ensangrentados. Este ídolo va acompañado por un inmenso séquito de guerras, opresiones, prevaricaciones, torturas y crímenes execrables, cometidos sin el más mínimo signo de remordimiento.

El segundo dios falso es el robo, que se manifiesta mediante el chantaje, la injusticia social, la usura, la corrupción política y económica. Demasiada gente cultiva la falsa "ilusión" de que va a satisfacer de este modo su propia codicia.

Por último, la riqueza es el tercer ídolo, en el que el hombre "pone el corazón" con la engañosa esperanza de que podrá salvarse de la muerte (cf.
Ps 48) y asegurarse un primado de prestigio y poder.

5. Sirviendo a esta tríada diabólica, el hombre olvida que los ídolos son inconsistentes, más aún, dañinos. Al confiar en las cosas y en sí mismo, se olvida de que es "un soplo..., una apariencia"; más aún, si se pesa en una báscula, resulta "más leve que un soplo" (Ps 61,10 cf. Ps 38,6-7).

Si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y del límite propio de las criaturas, no elegiríamos la senda de la confianza en los ídolos, ni organizaríamos nuestra vida de acuerdo con una escala de pseudo-valores frágiles e inconsistentes. Más bien, nos orientaríamos hacia la otra confianza, la que se funda en el Señor, fuente de eternidad y paz. En efecto, sólo él "tiene el poder"; sólo él es fuente de gracia; sólo él es artífice de justicia: "paga a cada uno según sus obras" (cf. Ps 61,12-13).

6. El concilio Vaticano II aplicó a los sacerdotes la invitación del salmo 61 a "no poner el corazón en las riquezas" (v. 11). El decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros exhorta: "Los sacerdotes no deben de ninguna manera poner su corazón en las riquezas y han de evitar siempre toda codicia y abstenerse cuidadosamente de todo tipo de negocios" (Presbyterorum ordinis PO 17).

Sin embargo, esta invitación a evitar la confianza perversa, y a elegir la que nos lleva a Dios, vale para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en la vida diaria, en las decisiones morales y en el estilo de vida.

7. Ciertamente, se trata de un camino arduo, que conlleva también pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre marcadas por la confianza en Dios (cf. Ps 61,2). A esta luz, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del salmo 61 la prefiguración de Cristo, y pusieron en sus labios la invocación inicial de adhesión y confianza total en Dios.

78 A este respecto, en su Comentario al salmo 61, san Ambrosio argumenta así: "Nuestro Señor Jesucristo, al tomar la carne del hombre para purificarla en su persona, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer inmediatamente sino borrar el influjo maléfico del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, se había infiltrado el pecado. Por eso, ante todo tuvo que restablecer la obediencia, para apagar el foco del pecado... Él personalmente tomó sobre sí la obediencia, para transmitírnosla a nosotros" (Commento a dodici Salmi, 61, 4: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 283).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. En especial a los distintos grupos de España, Puerto Rico, Guatemala, México y Argentina. Al invitaros a mantener la confianza plena en Dios, os bendigo de corazón. Muchas gracias por vuestra atención.

(En polaco)
Mañana celebraremos la fiesta de la independencia de Polonia. Demos gracias a Dios por la libertad de la patria. Que este don particular, recobrado con la sangre de nuestros padres y nuestras madres, fructifique en la patria con el diligente cumplimiento de los deberes por parte de cada uno, con la comprensión mutua y con la dedicación al servicio del bien común. Que el Señor, en su Providencia, bendiga a toda nuestra patria.

(En italiano)
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes y los exhorto a ofrecer al Señor cada uno de sus deseos y buenos propósitos.






Miércoles 17 de noviembre de 2004

Invitación universal a la alabanza divina

1. "La tierra ha dado su fruto", exclama el salmo 66, que acabamos de proclamar, uno de los textos incluidos en la liturgia de las Vísperas. Esa frase nos hace pensar en un himno de acción de gracias dirigido al Creador por los dones de la tierra, signo de la bendición divina. Pero este elemento natural está íntimamente vinculado al histórico: los frutos de la naturaleza constituyen una ocasión para pedir repetidamente a Dios que bendiga a su pueblo (cf. vv. 2, 7 y 8), de forma que todas las naciones de la tierra se dirijan a Israel, intentando llegar al Dios Salvador a través de él.
Por consiguiente, la composición refleja una perspectiva universal y misionera, en la línea de la promesa divina hecha a Abraham: "En ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 cf. Gn 18,18 Gn 28,14).

79 2. La bendición divina implorada para Israel se manifiesta de una forma concreta en la fertilidad de los campos y en la fecundidad, o sea, en el don de la vida. Por eso, el salmo comienza con un versículo (cf. Ps 66,2) que remite a la célebre bendición sacerdotal referida en el libro de los Números: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (NM 6,24-26).

El tema de la bendición se repite al final del salmo, donde se habla nuevamente de los frutos de la tierra (cf. Ps 66,7-8). Pero allí se encuentra el tema universalista que confiere a la sustancia espiritual de todo el himno una sorprendente amplitud de horizontes. Es una apertura que refleja la sensibilidad de un Israel ya preparado para confrontarse con todos los pueblos de la tierra. Este salmo probablemente fue compuesto después de la experiencia del exilio en Babilonia, cuando el pueblo ya había iniciado la experiencia de la diáspora entre naciones extranjeras y en nuevas regiones.

3. Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá conocer "los caminos" y "la salvación" del Señor (cf. v. 3), es decir, su plan salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a todos los pueblos y naciones de la tierra, llevando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (cf. v. 5).

Es el gran ideal hacia el que tendemos, es el anuncio que más nos afecta, hecho en el salmo 66 y en muchas páginas proféticas (cf. Is 2,1-5 Is 60,1-22 Jl 4,1-11 So 3,9-10 Ml 1,11).
Esta será también la proclamación cristiana, que san Pablo presentará recordando que la salvación de todos los pueblos es el centro del "misterio", es decir, del plan salvífico de Dios: "Los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio" (Ep 3,6).

4. Israel ya puede pedir a Dios que todas las naciones participen en su alabanza; será un coro universal: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben", se repite en el salmo (cf. Ps 66,4 y 6).

El deseo del salmo anticipa el acontecimiento descrito en la carta a los Efesios cuando alude tal vez al muro que en el templo de Jerusalén mantenía a los paganos separados de los judíos: "Ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad. (...) Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ep 2,13-14 Ep 2,19).

De ahí se sigue un mensaje para nosotros: debemos derribar los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se reúna en armonía a la misma mesa, bendiciendo y alabando al Creador por los dones que concede a todos, sin distinciones (cf. Mt 5,43-48).

5. La tradición cristiana ha interpretado el salmo 66 en clave cristológica y mariológica. Para los Padres de la Iglesia "la tierra que ha dado su fruto" es la Virgen María, que da a luz a Cristo nuestro Señor.

Así, por ejemplo, san Gregorio Magno en la Exposición sobre el primer libro de los Reyes comenta este versículo, apoyándolo con muchos otros pasajes de la Escritura: "A María se la llama con razón "monte lleno de frutos", porque de ella ha nacido un fruto óptimo, es decir, un hombre nuevo. Y el profeta, contemplando su hermosura y la gloria de su fecundidad, exclama: "Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz" (Is 11,1). David, exultando por el fruto de este monte, dice a Dios: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. (...) La tierra ha dado su fruto". Sí, la tierra ha dado su fruto, porque aquel que la Virgen engendró no lo concibió por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Por eso, el Señor dice al rey y profeta David: "Pondré sobre tu trono al fruto de tus entrañas" (Ps 131,11). Por eso, Isaías afirma: "Y el fruto de la tierra será sublime" (Is 4,2). En efecto, aquel que la Virgen engendró no fue solamente "un hombre santo", sino también "Dios fuerte" (Is 9,5)" (Testi mariani del primo millennio, III, Roma 1990, p. 625).

Saludos

80 Saludo a los peregrinos de lengua española. En particular a la Orquesta de músicos especiales, así como a los otros grupos de España y Latinoamérica. Deseo a todos el gozo de saberse en manos de Dios. Muchas gracias por vuestra visita.
. (En polaco)
Que Cristo sea vuestro guía y os bendiga a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos. Que Dios os sea propicio.
: Saludo asimismo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos hermanos, a ejemplo de santa Isabel de Hungría, cuya memoria celebramos hoy, buscad en Jesús la luz para cada una de vuestras opciones diarias.






Miércoles 24 de noviembre de 2004


Cristo, primogénito de toda criatura y primer resucitado de entre los muertos

1. Acaba de resonar el gran himno cristológico recogido al inicio de la carta a los Colosenses.En él destaca precisamente la figura gloriosa de Cristo, corazón de la liturgia y centro de toda la vida eclesial. Sin embargo, el horizonte del himno en seguida se ensancha a la creación y la redención, implicando a todos los seres creados y la historia entera.

En este canto se puede descubrir el sentido de fe y de oración de la antigua comunidad cristiana, y el Apóstol recoge su voz y su testimonio, aunque imprime al himno su sello propio.

2. Después de una introducción en la que se da gracias al Padre por la redención (cf. vv. 12-14), este cántico, que la liturgia de las Vísperas nos propone todas las semanas, se articula en dos estrofas. La primera celebra a Cristo como "primogénito de toda criatura", es decir, engendrado antes de todo ser, afirmando así su eternidad, que trasciende el espacio y el tiempo (cf. vv. 15-18).
Él es la "imagen", el "icono" visible de Dios, que permanece invisible en su misterio. Esta fue la experiencia de Moisés, cuando, en su ardiente deseo de contemplar la realidad personal de Dios, escuchó como respuesta: "Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,20 cf. también Jn 14,8-9).

81 En cambio, el rostro del Padre, creador del universo, se hace accesible en Cristo, artífice de la realidad creada: "Por medio de él fueron creadas todas las cosas (...); todo se mantiene en él" (Col 1,16-17). Así pues, Cristo, por una parte, es superior a las realidades creadas, pero, por otra, está implicado en su creación. Por eso, podemos verlo como "imagen de Dios invisible", que se hizo cercano a nosotros con el acto de la creación.

3. En la segunda estrofa (cf. vv. 18-20), la alabanza en honor de Cristo se presenta desde otra perspectiva: la de la salvación, de la redención, de la regeneración de la humanidad creada por él, pero que, por el pecado, había caído en la muerte.

Ahora bien, la "plenitud" de gracia y de Espíritu Santo que el Padre ha puesto en su Hijo hace que, al morir y resucitar, pueda comunicarnos una nueva vida (cf. vv. 19-20).

4. Por tanto, es celebrado como "el primogénito de entre los muertos" (v. 18). Con su "plenitud" divina, pero también con su sangre derramada en la cruz, Cristo "reconcilia" y "pacifica" todas las realidades, celestes y terrestres. Así las devuelve a su situación originaria, restableciendo la armonía inicial, querida por Dios según su proyecto de amor y de vida. Por consiguiente, la creación y la redención están vinculadas entre sí como etapas de una misma historia de salvación.

5. Siguiendo nuestra costumbre, dejemos ahora espacio para la meditación de los grandes maestros de la fe, los Padres de la Iglesia. Uno de ellos nos guiará en la reflexión sobre la obra redentora realizada por Cristo con la sangre de su sacrificio.

Reflexionando sobre nuestro himno, san Juan Damasceno, en el Comentario a las cartas de san Pablo que se le atribuye, escribe: "San Pablo dice que "por su sangre hemos recibido la redención" (Ep 1,7). En efecto, se dio como rescate la sangre del Señor, que lleva a los prisioneros de la muerte a la vida. Los que estaban sometidos al reino de la muerte no podían ser liberados de otro modo, sino mediante aquel que se hizo partícipe con nosotros de la muerte. (...) Por la acción realizada con su venida hemos conocido la naturaleza de Dios anterior a su venida. En efecto, es obra de Dios el haber vencido a la muerte, el haber restituido la vida y el haber llevado nuevamente el mundo a Dios. Por eso dice: "él es imagen de Dios invisible" (Col 1,15), para manifestar que es Dios, aunque no sea el Padre, sino la imagen del Padre, y se identifica con él, aunque no sea él" (I libri della Bibbia interpretati dalla grande tradizione, Bolonia 2000, pp. 18 y 23).

San Juan Damasceno concluye, después, con una mirada de conjunto a la obra salvífica de Cristo: "La muerte de Cristo salvó y renovó al hombre; y devolvió a los ángeles la alegría originaria, a causa de los salvados, y unió las realidades inferiores con las superiores. (...) En efecto, hizo la paz y suprimió la enemistad. Por eso, los ángeles decían: "Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra"" (ib., p. 37).

Saludos


(A los jóvenes, profesores y estudiantes de Italia congregados en la Basílica vaticana)
Me alegra mucho encontrarme con vosotros, queridos jóvenes y estudiantes procedentes de varias regiones de Italia. Con afecto os dirijo un cordial saludo a cada uno. El domingo pasado celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del universo. Amadísimos hermanos, que Jesús sea siempre el centro de vuestra vida; que sea la luz y guía de todas vuestras opciones; participad generosamente con vuestro testimonio en la construcción de su reino de justicia y de paz. Recemos ahora juntos el padrenuestro.

En la Sala Pablo VI
82 Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los de las diócesis de Mallorca y de Huelva, así como al grupo de Castilla y León, y a los mexicanos de Guadalajara. ¡Gracias por vuestra presencia!

(En polaco)
Dentro de pocos días comenzará el Adviento. Que, en el Año de la Eucaristía, sea un tiempo de vigilancia especial, de oración y de adoración a Cristo. Bendigo de corazón a los que esperan al Salvador. ¡Alabado sea Jesucristo!".

(En italiano)
Os saludo, por último, a vosotros, queridos enfermos y recién casados.

Cristo, que ha hecho de la cruz un trono real, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a comprender el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con él; a vosotros, queridos recién casados, os llene de su amor para que vuestras familias sean santas y alegres.





Diciembre de 2004


Miércoles 1 de diciembre de 2004

Poder real del Mesías

1. La liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los salmos más apreciados en la tradición judía y cristiana, el salmo 71, un canto real que los Padres de la Iglesia meditaron e interpretaron en clave mesiánica.

Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta solemne plegaria (cf. vv. 1-11).
83 Comienza con una intensa invocación coral a Dios para que conceda al soberano el don fundamental para el buen gobierno: la justicia. Esta se aplica sobre todo con respecto a los pobres, los cuales, por el contrario, de ordinario suelen ser las víctimas del poder.

Conviene notar la particular insistencia con que el salmista pone de relieve el compromiso moral de regir al pueblo de acuerdo con la justicia y el derecho: "Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. (...) Que él defienda a los humildes del pueblo" (vv. 1-2. 4).

Del mismo modo que el Señor rige el mundo con justicia (cf.
Ps 35,7), así también debe actuar el rey, que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- siguiendo el modelo de su Dios.

2. Si se violan los derechos de los pobres, no sólo se realiza un acto políticamente incorrecto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, porque el Señor es el tutor y el defensor de los pobres y de los oprimidos, de las viudas y de los huérfanos (cf. Ps 67,6), es decir, de los que no tienen protectores humanos.

Es fácil intuir la razón por la cual la tradición, ya desde la caída de la monarquía de Judá (siglo VI antes de Cristo), sustituyó la figura, con frecuencia decepcionante, del rey davídico con la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, en la línea de la esperanza profética manifestada por Isaías: "Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra" (Is 11,4). O, según el anuncio de Jeremías: "Mirad que vienen días -oráculo de Yahveh- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra" (Jr 23,5).

3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo ensancha el horizonte y contempla el reino mesiánico-real, que se despliega a lo largo de las coordenadas del tiempo y del espacio. En efecto, por un lado, se exalta su larga duración en la historia (cf. Ps 71,5 Ps 71,7). Las imágenes de tipo cósmico son muy vivas: el paso de los días al ritmo del sol y de la luna, pero también el de las estaciones, con la lluvia y la floración.

Por consiguiente, se habla de un reino fecundo y sereno, pero siempre marcado por dos valores fundamentales: la justicia y la paz (cf. v. 7). Estos son los signos del ingreso del Mesías en nuestra historia. Desde esta perspectiva, es iluminador el comentario de los Padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.

4. Así, san Cirilo de Alejandría, en su Explanatio in Psalmos, afirma que el juicio que Dios da al rey es el mismo del que habla san Pablo: "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ep 1,10). En efecto, "en sus días florecerá la justicia y la paz" equivale a decir: "en los días de Cristo, por medio de la fe, florecerá para nosotros la justicia, y al volvernos hacia Dios florecerá para nosotros la paz en abundancia". Por lo demás, precisamente nosotros somos los "pobres" y los "hijos de los pobres" a los que este rey socorre y salva. Y si ante todo "llama "pobres" a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, también a nosotros nos ha salvado en cuanto "hijos de los pobres", justificándonos y santificándonos en la fe por medio del Espíritu" (PG LXIX, 1180).

5. Por otro lado, el salmista define también el ámbito espacial dentro del cual se sitúa la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (cf. Ps 71,8-11). Aquí entra en escena una dimensión universalista que va desde el Mar Rojo o desde el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, desde el Éufrates, el gran "río" oriental, hasta los últimos confines de la tierra (cf. v. 8), a los que se alude citando a Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (cf. v. 10). Es una mirada que se extiende sobre todo el mapa del mundo entonces conocido, que abarca a los árabes y a los nómadas, a los soberanos de Estados remotos e incluso a los enemigos, en un abrazo universal a menudo cantado por los salmos (cf. Ps 46,10 Ps 86,1-7) y por los profetas (cf. Is 2,1-5 Is 60,1-22 Ml 1,11).

La culminación ideal de esta visión podría formularse precisamente con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey, que viene a ti justo (...). Destruirá los carros de Efraím, los caballos de Jerusalén; romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra" (Za 9,9-10; cf. Mt 21,5).

Saludos

84 Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. En especial a los sacerdotes del Colegio Venezolano de Roma, así como a los fieles de España, México y demás países latinoamericanos. Deseo a todos un buen tiempo de Adviento, preparándose a recibir a Jesucristo con las obras. Muchas gracias por vuestra atención.

(En lengua portuguesa)
Queridos brasileños y demás peregrinos de lengua portuguesa: A todos os saludo cordialmente y os deseo que esta peregrinación predisponga vuestro corazón para acoger santamente al Señor que viene. Llega como rey que mendiga casa; ofrecedle la vuestra. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En polaco)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua polaca. De modo particular saludo a los niños de la clínica de trasplante de médula, de oncología y hematología infantil de Wroclaw, con los médicos y acompañantes. Saludo a la delegación de las autoridades municipales y territoriales de Radom y de las otras ciudades de la diócesis, junto con el obispo, mons. Zygmunt Zimowski. Os doy las gracias por la benevolencia con que me habéis concedido el título de ciudadano de honor de vuestra ciudad. A todos os encomiendo a la bondad de Dios y a la Inmaculada Madre de Dios. Os bendigo de corazón. ¡Alabado sea Jesucristo!


(En italiano)
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los seminaristas y fieles de Nola, aquí reunidos con su pastor, mons. Beniamino Depalma, en el 250° aniversario de fundación del seminario. Saludo a los fieles de la parroquia del Sagrado Corazón de Avetrana, acompañados del obispo, mons. Marcello Semeraro; a los representantes de la Asociación mariana de la Familia vicenciana; y a la comunidad de Costa de Marfil residente en Italia.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Queridísimos hermanos, os invito a todos a mirar a Jesús, Hijo de Dios, al que en este tiempo de Adviento esperamos como Salvador. Que él os sostenga en todos los momentos de vuestra vida.




Miércoles 15 de diciembre de 2004


Reino de paz y de bendición

85 1. La liturgia de las Vísperas, que estamos comentando en la serie de sus salmos, nos propone en dos etapas distintas el salmo 71, un himno real-mesiánico. Después de meditar en la primera parte (cf. vv. 1-11), ahora reflexionaremos sobre el segundo movimiento poético y espiritual de este canto dedicado a la figura gloriosa del rey Mesías (cf. vv. 12-19). Sin embargo, debemos señalar inmediatamente que el final -los últimos dos versículos (cf. vv. 18-19)- es en realidad una añadidura litúrgica sucesiva al salmo.

En efecto, se trata de una breve pero intensa bendición con la que se debía concluir el segundo de los cinco libros en los que la tradición judía había subdividido la colección de los 150 salmos: este segundo libro había comenzado con el salmo 41, el de la cierva sedienta, símbolo luminoso de la sed espiritual de Dios. Ahora, esa secuencia de salmos se concluye con un canto de esperanza en una época de paz y justicia, y las palabras de la bendición final son una exaltación de la presencia eficaz del Señor tanto en la historia de la humanidad, donde "hace maravillas" (
Ps 71,18), como en el universo creado, lleno de su gloria (cf. v. 19).

2. Como ya sucede en la primera parte del salmo, el elemento decisivo para reconocer la figura del rey mesiánico es sobre todo la justicia y su amor a los pobres (cf. vv. 12-14). Sólo él es para los pobres punto de referencia y fuente de esperanza, pues es el representante visible de su único defensor y patrono, Dios. La historia del Antiguo Testamento enseña que, en realidad, los soberanos de Israel con demasiada frecuencia incumplían este compromiso, prevaricando en perjuicio de los débiles, los desvalidos y los pobres.

Por eso, ahora la mirada del salmista se fija en un rey justo, perfecto, encarnado por el Mesías, el único soberano dispuesto a rescatar "de la opresión, de la violencia" a los afligidos (cf. v. 14). El verbo hebreo que se usa aquí es el verbo jurídico del protector de los desvalidos y de las víctimas, aplicado también a Israel "rescatado" de la esclavitud cuando se encontraba oprimido por el poder del faraón.

El Señor es el principal "rescatador-redentor", y actúa de forma visible a través del rey-Mesías, defendiendo "la vida y la sangre" de los pobres, sus protegidos. Ahora bien, "vida" y "sangre" son la realidad fundamental de la persona; así se representan los derechos y la dignidad de todo ser humano, derechos a menudo violados por los poderosos y los prepotentes de este mundo.

3. El salmo 71, en su redacción originaria, antes de la antífona final a la que ya hemos aludido, concluye con una aclamación en honor del rey-Mesías (cf. vv. 15-17). Es como un sonido de trompeta que acompaña a un coro de felicitaciones y buenos deseos para el soberano, para su vida, para su bienestar, para su bendición, para la permanencia de su recuerdo a lo largo de los siglos.

Naturalmente, nos encontramos ante elementos que pertenecen al estilo de los comportamientos de corte, con el énfasis propio de los mismos. Pero estas palabras adquieren ya su verdad en la acción del rey perfecto, esperado y anhelado, el Mesías.

Según una característica propia de los poemas mesiánicos, toda la naturaleza está implicada en una transformación que es ante todo social: el trigo de la mies será tan abundante que se convertirá en un mar de espigas que ondean incluso en las cimas de los montes (cf. v. 16). Es el signo de la bendición divina que se derrama en plenitud sobre una tierra pacificada y serena. Más aún, toda la humanidad, evitando o eliminando las divisiones, convergerá hacia este soberano justo, cumpliendo así la gran promesa hecha por el Señor a Abraham: "él será la bendición de todos los pueblos de la tierra" (v. 17; cf. Gn 12,3).

4. La tradición cristiana ha intuido en el rostro de este rey-Mesías el retrato de Jesucristo. En su Exposición sobre el salmo 71, san Agustín, interpretando precisamente este canto en clave cristológica, explica que los desvalidos y los pobres, a los que Cristo viene a ayudar, son "el pueblo de los creyentes en él". Más aún, refiriéndose a los reyes, a los que el salmo había aludido antes, precisa que "en este pueblo se incluyen también los reyes que lo adoran, pues no han renunciado a ser desvalidos y pobres, es decir, a confesar humildemente sus pecados y reconocerse necesitados de la gloria y de la gracia de Dios, para que ese rey, hijo del rey, los liberara del poderoso", o sea, de Satanás, el "calumniador", el "fuerte". "Pero nuestro Salvador ha humillado al calumniador, y ha entrado en la casa del fuerte, arrebatándole sus enseres después de encadenarlo (cf. Mt 12,29); él "ha librado al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector". En efecto, ninguna otra potencia creada habría podido hacer esto: ni la de un hombre justo cualquiera, ni siquiera la del ángel. No había nadie capaz de salvarnos, y he aquí que ha venido él en persona y nos ha salvado" (Esposizione sul salmo 71, 14: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVI, Roma 1970, pp. 809. 811).

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los sacerdotes del Colegio pontificio Pío Latinoamericano, a la Universidad católica "Cecilio Acosta" de Maracaibo, a la Estudiantina de la Universidad autónoma de Querétaro, así como a los peregrinos españoles de Valladolid. Que el Señor conceda a todos una feliz Navidad y un año nuevo lleno de amor y de paz. Muy agradecido por vuestra presencia.

(En polaco)
86 Doy una cordial bienvenida a todos mis compatriotas. Saludo a mons. Kazimierz Nycz y a las autoridades civiles de Koszalin. Agradezco el gesto de benevolencia de vuestra ciudad. Saludo en particular a la peregrinación de Zakopane y a la orquesta militar de los alpinos de Podhale. Que Dios os recompense por los cantos y la música. Os agradezco los árboles de Navidad que traéis cada año, porque me recuerdan mi querido Podhale, las montañas y mi tierra. Llevad a vuestras casas y a vuestras familias este clima de la santa Navidad. Cristo os bendiga a todos. ¡Felices fiestas de Navidad, llenas de alegría!

(En italiano)
Saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular os saludo a vosotros, queridos fieles de la provincia autónoma de Trento, junto con vuestro arzobispo mons. Luigi Bressan, y a las autoridades civiles que os acompañan. Recuerdo con gratitud la cordial acogida que me habéis dispensado en mis breves pero intensas estancias entre vuestras bellas montañas. Hoy habéis venido a presentarme el grande y añoso árbol de Navidad instalado en la plaza de San Pedro, y los árboles colocados en esta sala, en el palacio apostólico y en otros lugares del Vaticano. Se trata de un don de vuestra provincia autónoma. Os doy las gracias. Gracias, especialmente, a cuantos han hecho posible este grato homenaje navideño, que recordará a los visitantes y a los peregrinos el nacimiento de Jesús, luz del mundo.

Saludo también a la delegación del Consejo regional de la Pulla, y expreso mi complacencia por el compromiso en favor de la defensa de la vida humana y en apoyo de la familia fundada en el matrimonio.

Por último, doy las gracias a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados por su participación en este encuentro. Ojalá que todos lleguen a la solemne fiesta de Navidad con el corazón vigilante y preparado para acoger a nuestro Redentor.






Audiencias 2004 76