Discursos 2004 18


A UN GRUPO DE PEREGRINOS POLACOS


Domingo 25 de enero de 2004



Doy una cordial bienvenida a todos los artistas y a las personas que los acompañan.

Muchas gracias por haberme entregado el "Libro de los querubines", registro de la generosidad de la gente que aprecia la creatividad en la vida de las sociedades y de los pueblos.

En otra ocasión escribí que en el hombre artífice se refleja la imagen del Creador (cf. Carta a los artistas, 1). Hoy repito esas palabras ante los representantes de la Fundación que tiene como objetivo la promoción del estilo creativo en la vida, sobre todo entre la juventud. Las repito como motivación fundamental de la importancia de vuestra obra. Lo digo también para explicar a todos los artistas aquí presentes que este reflejo de Dios implica una gran responsabilidad.

Ante todo, responsabilidad con respecto a sí mismo y a sus talentos. El talento artístico es un don de Dios, y quien lo descubre en sí mismo percibe al mismo tiempo un deber: sabe que no puede desperdiciar ese talento, sino que debe desarrollarlo. También se da cuenta de que no lo desarrolla para su propia satisfacción, sino para servir con él al prójimo y a la sociedad en la que vive. Esta es la segunda dimensión de la responsabilidad de un artista: el compromiso de plasmar el espíritu de las sociedades y de los pueblos.

Desde esta perspectiva, se revela la tercera dimensión de la responsabilidad, que el filósofo griego Platón encerró en la frase: "La potencia del bien se ha refugiado en la naturaleza de la belleza" (Filebo, 65).

Cuando se habla de la creatividad, se piensa espontáneamente en la belleza. Sin embargo, la belleza sólo puede comenzar a existir cuando en su naturaleza se refugia la potencia del bien. Así pues, el artista es responsable no sólo de la dimensión estética del mundo y de la vida, sino también de su dimensión moral.

Si en la creatividad no se deja guiar por el bien o, peor aún, si se dirige hacia el mal, no es digno del título de artista.

19 Pongo en vuestro corazón esta triple responsabilidad, queridos jóvenes que deseáis vivir creativamente, y todos vosotros, que queréis ayudarles de diversas maneras.

Sed fieles a la belleza y al bien. Que esto os acerque a Dios, el primer Creador de la belleza y del bien, para que podáis ayudar a otros a sacar de esta fuente inspiración para su crecimiento espiritual. Dios os asista.

Con vistas a este esfuerzo creativo, os bendigo de corazón.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE ACADÉMICOS POLACOS


Martes 27 de enero de 2004



Doy una cordial bienvenida a todos los presentes. Saludo al arzobispo Zygmunt Kaminski y al alcalde de Szczecin, así como al rector y a los representantes de la Universidad de Szczecin y de la facultad teológica.

Habéis venido con ocasión de un acontecimiento particular. El senado de la Universidad ha decidido que el ateneo acoja en su sede la facultad de teología, que hasta ahora ha llevado a cabo de forma independiente su actividad científica y educativa. Habiendo solicitado el parecer de la Congregación para la educación católica, he aceptado de buen grado. En efecto, me parece justo que esa región de Polonia tenga una sólida facultad teológica, sostenida por las estructuras organizativas y por el potencial científico de la Universidad. Espero que, gracias a ello, los jóvenes de Szczecin y de toda la región del noroeste de Polonia tengan mayores posibilidades de adquirir la ciencia filosófica y teológica.

Existe también otra dimensión de esa unión, que es necesario tener en cuenta. En la edad media se solía considerar que una universidad sin facultad de teología estaba, en cierto modo, "incompleta". Es verdad que en los tiempos modernos se han creado numerosas universidades dinámicas que no tienen facultad teológica, pero la convicción de entonces tenía su razón de ser. Nacía de la necesidad del diálogo entre la razón y la fe. He hablado recientemente de ello ante los representantes de los ateneos de Wroclaw y Opole. Sí, este diálogo es necesario si se quiere que los frutos de las investigaciones científicas en diversas disciplinas contribuyan al pleno desarrollo del hombre. Así como no se puede separar la razón del alma, del mismo modo no se puede transmitir plenamente la ciencia sin tener en cuenta las necesidades del espíritu humano, que está abierto al infinito. Además, el desarrollo de las ciencias plantea numerosas cuestiones éticas, que deberían resolverse respetando la autonomía de las ciencias, pero también buscando la verdad. La tendencia común al conocimiento de la verdad sobre el hombre, sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de la vida y, al mismo tiempo, sobre los admirables resultados científicos en todas las disciplinas servirá ciertamente para profundizar en los datos transmitidos. Confrontar los conceptos y establecer la dignidad de los fines a los que tiende la ciencia, y de los medios con que actúa, no puede por menos de dar buenos frutos.

Esto es lo que deseo para la Universidad de Szczecin, para su facultad de teología y para vuestra ciudad. Que vuestra colaboración, el diálogo creativo y también los debates científicos tengan como fruto la verdad y sirvan para el desarrollo versátil de quienes quieren acudir a la fuente de la ciencia y de la sabiduría. Que Dios os bendiga.








A LOS MIEMBROS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA


Jueves 29 de enero de 2004



Amadísimos miembros del Tribunal de la Rota romana:

1. Me alegra este encuentro anual con vosotros para la inauguración del año judicial. Me brinda la ocasión propicia para reafirmar la importancia de vuestro ministerio eclesial y la necesidad de vuestra actividad judicial.

20 Saludo cordialmente al Colegio de los prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Raffaello Funghini, al que agradezco las profundas reflexiones con las que ha expresado el sentido y el valor de vuestro trabajo. Saludo también a los oficiales, a los abogados y a los demás colaboradores de este tribunal apostólico, así como a los miembros del Estudio rotal y a todos los presentes.

2. En los encuentros de los últimos años he tratado algunos aspectos fundamentales del matrimonio: su índole natural, su indisolubilidad y su dignidad sacramental. En realidad, a este tribunal de la Sede apostólica llegan también otras causas de diversos tipos, de acuerdo con las normas establecidas por el Código de derecho canónico (cf. cc. 1443-1444) y la constitución apostólica Pastor bonus (cf. art. 126-130). Pero, sobre todo, el Tribunal está llamado a centrar su atención en el matrimonio. Por eso, hoy, respondiendo también a las preocupaciones manifestadas por el monseñor decano, deseo hablar nuevamente de las causas matrimoniales confiadas a vosotros y, en particular, de un aspecto jurídico-pastoral que emerge de ellas: aludo al favor iuris de que goza el matrimonio, y a su relativa presunción de validez en caso de duda, declarada por el canon 1060 del Código latino y por el canon 779 del Código de cánones de las Iglesias orientales.

En efecto, a veces se escuchan voces críticas al respecto. A algunos, esos principios les parecen vinculados a situaciones sociales y culturales del pasado, en las que la solicitud de casarse de forma canónica presuponía normalmente en los contrayentes la comprensión y la aceptación de la verdadera naturaleza del matrimonio. Debido a la crisis que, por desgracia, afecta actualmente a esta institución en numerosos ambientes, les parece que a menudo debe ponerse en duda incluso la validez del consenso, a causa de los diversos tipos de incapacidad, o por la exclusión de bienes esenciales. Ante esta situación, los críticos mencionados se preguntan si no sería más justo presumir la invalidez del matrimonio contraído, y no su validez.

Desde esta perspectiva, afirman que el favor matrimonii debería ceder el lugar al favor personae, o al favor veritatis subiecti o al favor libertatis.

3. Para valorar correctamente las nuevas posiciones, es oportuno, ante todo, descubrir el fundamento y los límites del favor al que se refiere. En realidad, se trata de un principio que trasciende ampliamente la presunción de validez, dado que informa todas las normas canónicas, tanto sustanciales como procesales, concernientes al matrimonio. En efecto, el apoyo al matrimonio debe inspirar toda la actividad de la Iglesia, de los pastores y de los fieles, de la sociedad civil, en una palabra, de todas las personas de buena voluntad. El fundamento de esta actitud no es una opción más o menos opinable, sino el aprecio del bien objetivo representado por cada unión conyugal y cada familia. Precisamente cuando está amenazado el reconocimiento personal y social de un bien tan fundamental, se descubre más profundamente su importancia para las personas y para las comunidades.

A la luz de estas consideraciones, es evidente que el deber de defender y favorecer el matrimonio corresponde ciertamente, de manera particular, a los pastores sagrados, pero constituye también una precisa responsabilidad de todos los fieles, más aún, de todos los hombres y de las autoridades civiles, cada uno según sus competencias.

4. El favor iuris de que goza el matrimonio implica la presunción de su validez, si no se prueba lo contrario (cf. Código de derecho canónico, c.
CIC 1060; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. CIO 779). Para captar el significado de esta presunción, conviene recordar, en primer lugar, que no representa una excepción con respecto a una regla general en sentido opuesto. Al contrario, se trata de la aplicación al matrimonio de una presunción que constituye un principio fundamental de todo ordenamiento jurídico: los actos humanos de por sí lícitos y que influyen en las relaciones jurídicas se presumen válidos, aunque se admita obviamente la prueba de su invalidez (cf. Código de derecho canónico, c. CIC 124, 2; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. CIO 931, 2).

Esta presunción no puede interpretarse como mera protección de las apariencias o del status quo en cuanto tal, puesto que está prevista también, dentro de límites razonables, la posibilidad de impugnar el acto. Sin embargo, lo que externamente parece realizado de forma correcta, en la medida en que entra en la esfera de la licitud, merece una consideración inicial de validez y la consiguiente protección jurídica, puesto que ese punto de referencia externo es el único del que realmente dispone el ordenamiento para discernir las situaciones que debe tutelar. Suponer lo opuesto, es decir, el deber de ofrecer la prueba positiva de la validez de los actos respectivos, significaría exponer a los sujetos a una exigencia prácticamente imposible de cumplir. En efecto, la prueba debería incluir los múltiples presupuestos y requisitos del acto, que a menudo tienen notable extensión en el tiempo y en el espacio e implican una serie amplísima de personas y de actos precedentes y relacionados.

5. ¿Qué decir, entonces, de la tesis según la cual el fracaso mismo de la vida conyugal debería hacer presumir la invalidez del matrimonio? Por desgracia, la fuerza de este planteamiento erróneo es a veces tan grande, que se transforma en un prejuicio generalizado, el cual lleva a buscar las pruebas de nulidad como meras justificaciones formales de un pronunciamiento que, en realidad, se apoya en el hecho empírico del fracaso matrimonial. Este formalismo injusto de quienes se oponen al favor matrimonii tradicional puede llegar a olvidar que, según la experiencia humana marcada por el pecado, un matrimonio válido puede fracasar a causa del uso equivocado de la libertad de los mismos cónyuges.

La constatación de las verdaderas nulidades debería llevar, más bien, a comprobar con mayor seriedad, en el momento del matrimonio, los requisitos necesarios para casarse, especialmente los concernientes al consenso y las disposiciones reales de los contrayentes. Los párrocos y los que colaboran con ellos en este ámbito tienen el grave deber de no ceder a una visión meramente burocrática de las investigaciones prematrimoniales, de las que habla el canon CIC 1067. Su intervención pastoral debe guiarse por la convicción de que las personas, precisamente en aquel momento, pueden descubrir el bien natural y sobrenatural del matrimonio y, por consiguiente, comprometerse a buscarlo.

6. En verdad, la presunción de validez del matrimonio se sitúa en un contexto más amplio. A menudo el verdadero problema no es tanto la presunción de palabra, cuanto la visión global del matrimonio mismo y, por tanto, el proceso para certificar la validez de su celebración. Este proceso es esencialmente inconcebible fuera del horizonte de la certificación de la verdad. Esta referencia teleológica a la verdad es lo que une a todos los protagonistas del proceso, a pesar de la diversidad de sus funciones. Al respecto, se ha insinuado un escepticismo más o menos abierto sobre la capacidad humana de conocer la verdad sobre la validez de un matrimonio. También en este campo se necesita una renovada confianza en la razón humana, tanto por lo que respecta a los aspectos esenciales del matrimonio como por lo que concierne a las circunstancias particulares de cada unión.

21 La tendencia a ampliar instrumentalmente las nulidades, olvidando el horizonte de la verdad objetiva, conlleva una tergiversación estructural de todo el proceso. Desde esta perspectiva, el sumario pierde su eficacia, puesto que su resultado está predeterminado. Incluso la investigación de la verdad, a la que el juez está gravemente obligado ex officio (cf. Código de derecho canónico, c. CIC 1452; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. CIO 1110) y para cuya consecución se sirve de la ayuda del defensor del vínculo y del abogado, resultaría una sucesión de formalismos sin vida. Dado que en lugar de la capacidad de investigación y de crítica prevalecería la construcción de respuestas predeterminadas, la sentencia perdería o atenuaría gravemente su tensión constitutiva hacia la verdad. Conceptos clave como los de certeza moral y libre valoración de las pruebas perderían su necesario punto de referencia en la verdad objetiva (cf. Código de derecho canónico, c. CIC 1608; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. CIO 1291), que se renuncia a buscar o se considera inalcanzable.

7. Yendo más a la raíz, el problema atañe a la concepción del matrimonio, insertada, a su vez, en una visión global de la realidad. La dimensión esencial de justicia del matrimonio, que fundamenta su ser en una realidad intrínsecamente jurídica, se sustituye por puntos de vista empíricos, de tipo sociológico, psicológico, etc., así como por varias modalidades de positivismo jurídico. Sin quitar nada a las valiosas contribuciones que pueden ofrecer la sociología, la psicología o la psiquiatría, no se puede olvidar que una consideración auténticamente jurídica del matrimonio requiere una visión metafísica de la persona humana y de la relación conyugal. Sin este fundamento ontológico, la institución matrimonial se convierte en mera superestructura extrínseca, fruto de la ley y del condicionamiento social, que limita a la persona en su realización libre.

En cambio, es preciso redescubrir la verdad, la bondad y la belleza de la institución matrimonial que, al ser obra de Dios mismo a través de la naturaleza humana y de la libertad del consenso de los cónyuges, permanece como realidad personal indisoluble, como vínculo de justicia y de amor, unido desde siempre al designio de la salvación y elevado en la plenitud de los tiempos a la dignidad de sacramento cristiano. Esta es la realidad que la Iglesia y el mundo deben favorecer. Este es el verdadero favor matrimonii.

Al brindaros estas reflexiones, deseo renovaros la expresión de mi aprecio por vuestro delicado y arduo trabajo en la administración de la justicia. Con estos sentimientos, a la vez que invoco la constante asistencia divina sobre cada uno de vosotros, queridos prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota romana, con afecto imparto a todos mi bendición.






AL SEÑOR CHOU-SENG TOU,


NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE CHINA


ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 30 de enero de 2004


Señor embajador:

Me complace darle hoy la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de China ante la Santa Sede. Deseo expresar mi gratitud por el mensaje de saludo que me trae del presidente Chen Shui-bian. Le ruego que le transmita mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por la prosperidad y la armonía en Taiwan.

Señor embajador, le agradezco las palabras de aprecio por los esfuerzos que realiza la Santa Sede para promover la paz en todo el mundo. La Santa Sede considera esta tarea como parte de su servicio a la familia humana, impulsada por una profunda preocupación por el bienestar de todas las personas. La cooperación entre los pueblos, las naciones y los gobiernos es una condición esencial para asegurar un futuro mejor para todos. La comunidad internacional afronta muchos desafíos a este respecto, entre ellos, los serios problemas de la pobreza mundial, la negación de los derechos de las personas y la falta de una firme resolución por parte de algunos grupos de fomentar la paz y la estabilidad.

Las tradiciones religiosas y culturales de la República de China testimonian que el desarrollo humano no debería limitarse al éxito económico o material. Muchos de los elementos ascéticos y místicos de las religiones asiáticas enseñan que no es la adquisición de riquezas materiales lo que define el progreso de las personas y las sociedades, sino más bien la capacidad de una civilización de promover la dimensión interior y la vocación trascendente de hombres y mujeres. En efecto, "cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás -disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria y cierto nivel de bienestar material- resultará insatisfactorio y, a la larga, despreciable" (Sollicitudo rei socialis SRS 33). Por esto, es importante que todas las sociedades den a sus ciudadanos la libertad necesaria para realizar plenamente su auténtica vocación. Para lograrlo, un país debe mantener un compromiso constante de promover la libertad, que deriva naturalmente de un sentido inquebrantable de la dignidad de la persona humana. Esta decisión de fomentar la libertad en la sociedad humana requiere ante todo y sobre todo el libre ejercicio de la religión en la sociedad (cf. Dignitatis humanae DH 1).

El bien de la sociedad exige que se incluya en la ley el derecho a la libertad religiosa y que sea tutelado efectivamente. La República de China ha mostrado respeto a las diversas tradiciones religiosas que conviven en ella y reconoce el derecho de todos a practicar su religión. Las religiones son un componente de la vida y de la cultura de una nación, y dan un gran sentido de bienestar a una comunidad, ofreciendo un indudable nivel de orden social, tranquilidad, armonía y asistencia a los débiles y a los marginados. Al centrarse en las cuestiones humanas más profundas, las religiones dan una gran contribución al progreso genuino de la sociedad y promueven, de modo muy significativo, la cultura de la paz, tanto a nivel nacional como internacional. Como dije en mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1992, "la aspiración a la paz es inherente a la naturaleza humana y se encuentra en las diversas religiones" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 1991, p. 21). En el nuevo milenio se nos plantea el desafío de esforzarnos por cumplir un preciso deber que incumbe a todos, es decir, una mayor cooperación para promover los valores de la generosidad, la reconciliación, la justicia, la paz, la valentía y la paciencia, que la familia humana universal necesita hoy más que nunca (cf. ib.).

Como parte de esta familia humana, la Iglesia católica en la República de China ha dado una significativa contribución al desarrollo social y cultural de su nación, especialmente mediante su dedicación a la educación, la asistencia sanitaria y la ayuda a los menos favorecidos. Con estas y otras actividades, la Iglesia sigue ayudando a fomentar la paz y la unidad de todos los pueblos. De este modo, cumple su misión espiritual y humanitaria, y contribuye a construir una sociedad de justicia, confianza y cooperación.

22 También los gobiernos deberían interesarse siempre por las personas marginadas de sus países, así como por los pobres y los desheredados del mundo en general. De hecho, todos los hombres y mujeres de buena voluntad deben considerar la difícil situación de los pobres y, en la medida de sus posibilidades, esforzarse por aliviar la pobreza y la miseria. Asia es un "continente con abundantes recursos y grandes civilizaciones, pero donde se hallan algunas de las naciones más pobres de la tierra y donde más de la mitad de la población sufre privaciones, pobreza y explotación" (Ecclesia in Asia ). A este respecto, aprecio las numerosas obras de caridad de la República de China en el ámbito internacional y, más especialmente, en los países en vías de desarrollo. Espero que el pueblo de Taiwan siga promoviendo actividades caritativas y contribuya así a la construcción de una paz duradera en el mundo.

Señor embajador, estoy seguro de que su misión como promotor de paz se manifestará en nuestro compromiso común de fomentar el respeto mutuo, la caridad y la libertad para todos los pueblos.
También deseo asegurarle mis oraciones continuas para que el pueblo de la República de China contribuya a construir un mundo de unidad y de paz. Al comenzar su misión, le expreso de corazón mis mejores deseos, y le aseguro la disponibilidad y colaboración de los dicasterios de la Curia romana. Sobre usted y sobre el pueblo de la República de China invoco abundantes bendiciones divinas.








AL QUINTO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 30 de enero de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Al final de este tiempo de gracia en vuestro ministerio episcopal, que es la visita ad limina, os acojo con alegría a vosotros, que tenéis la responsabilidad pastoral de la Iglesia católica en las provincias eclesiásticas de Dijon y Tours, y de la prelatura de la Misión de Francia. Recuerdo con afecto a monseñor Michel Coloni, arzobispo de Dijon, que no ha podido estar presente esta mañana. Con vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, hacéis crecer en vosotros el impulso apostólico que los animaba. Al encontraros con el Obispo de Roma y sus colaboradores, experimentáis la comunión con el Sucesor de Pedro y, mediante ella, con la Iglesia universal. Sostenidos por la oración de los santos que han marcado la historia y la espiritualidad de vuestras regiones, en particular san Martín y la beata Isabel de la Trinidad, guiad cada vez con mayor prudencia pastoral al pueblo de Dios que se os ha confiado a lo largo del camino de la santidad y de la fraternidad. Agradezco a monseñor André Vingt-Trois, arzobispo de Tours, las cordiales palabras de saludo que me ha dirigido, haciéndome partícipe de vuestras esperanzas y preocupaciones. Que las nuevas relaciones entabladas entre las diócesis con ocasión de la reorganización de las provincias eclesiásticas contribuyan a desarrollar vuestros vínculos de unidad, para afrontar juntos los desafíos de la nueva evangelización.

2. Vuestras relaciones quinquenales manifiestan la atención que prestáis a la vocación y a la misión de los laicos en las actuales circunstancias de la vida de la Iglesia. Muchos laicos sirven con generosidad a la Iglesia, aunque su número disminuye constantemente: las comunidades cristianas envejecen de modo progresivo; las generaciones cuya edad oscila entre 25 y 45 años están poco presentes en las comunidades; la dificultad para asegurar el relevo de los cristianos que desempeñan una función de responsabilidad en la Iglesia ya es muy real. Sin embargo, constatáis signos de esperanza. Entre ellos, la exigencia de laicos que desean adquirir una sólida formación filosófica, teológica, espiritual y pastoral, para servir mejor a la Iglesia y al mundo; la búsqueda de mayor coherencia entre la fe y su expresión en la vida diaria; el deseo de dar un testimonio cristiano arraigado en una vida espiritual auténtica; el redescubrimiento del gusto por el estudio de la Escritura y por la meditación de la Palabra; el creciente sentido de la responsabilidad y del compromiso en favor de la justicia y de las obras de solidaridad ante las nuevas situaciones de precariedad.

Invito a todos los pastores a apoyarse en estos deseos del pueblo de Dios para emprender nuevas iniciativas, aunque estas al comienzo sólo impliquen a un pequeño grupo de personas, con la certeza de que los fieles que redescubran a Cristo presentarán de manera creíble el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, invitándolos a unirse a ellos, como hizo el apóstol Felipe con Natanael: "Ven y lo verás" (Jn 1,46).

Recordáis los frutos que el gran jubileo de la Encarnación ha dado en las diócesis y en las comunidades parroquiales, exhortando a los cristianos a aprovechar la gracia de su bautismo, punto de partida de la misión propia de todo fiel. Se trata de ""recomenzar desde Cristo" con el impulso de Pentecostés, con entusiasmo renovado. Recomenzar desde él ante todo en el compromiso diario por la santidad, poniéndose en actitud de oración y de escucha de su palabra. Recomenzar desde él para testimoniar el Amor mediante la práctica de la vida cristiana marcada por la comunión, por la caridad y por el testimonio en el mundo" (Homilía durante la misa de clausura del gran jubileo, 6 de enero de 2001, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de enero de 2001, p. 4). Os corresponde a vosotros poner en práctica cada vez más este programa, para que la comunidad cristiana reme mar adentro, aceptando dejarse evangelizar e interrogándose sobre la calidad y la visibilidad de su testimonio.

3. Para adaptar las estructuras pastorales a las exigencias de la misión, la fisonomía de vuestras diócesis se ha modificado profundamente. La perspectiva de la eclesiología de comunión, que tiende a edificar la Iglesia como casa y escuela de comunión, ha orientado, en parte, vuestros proyectos pastorales. La disminución del número de sacerdotes no es la única causa de las "reorganizaciones" pastorales que resultaban necesarias. Al realizarlas, habéis constatado la reducción numérica de las comunidades. En el aspecto positivo, esto ha permitido a algunos laicos participar activamente en el dinamismo de su comunidad, tomando conciencia de las dimensiones profética, real y sacerdotal de su bautismo. Son numerosos los que han aceptado generosamente comprometerse en la vida parroquial para asumir, bajo la responsabilidad del pastor y respetando el ministerio ordenado, el deber de la evangelización, así como el servicio de la oración y de la caridad. Conozco la valentía apostólica que los anima, al tener que afrontar la indiferencia y el escepticismo del ambiente. Llevadles el saludo afectuoso del Sucesor de Pedro, que los acompaña con su oración diaria.

Velad para que vivan, en una interacción fecunda, tanto sus compromisos de laicos en el seno de las comunidades cristianas como la dimensión profética de su testimonio en el mundo, recordando que es importante "la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional" (Pastores gregis ). Para que este testimonio sea fecundo, es importante que sea sostenido espiritualmente en las parroquias y en las asociaciones de fieles. Por tanto, todos, en la legítima diversidad de las sensibilidades eclesiales, han de esforzarse siempre por participar plenamente en la vida diocesana y parroquial, y por vivir en comunión con el obispo diocesano. Así se realizará la comunión en torno a los sucesores de los Apóstoles, y los obispos tienen la misión de velar por ella. Os pido que llevéis mi más afectuoso saludo a todos los fieles laicos comprometidos en los movimientos y en los servicios eclesiales, sobre todo a los que trabajan en el campo de la solidaridad y en la promoción de la justicia, manifestando con su presencia en los lugares de división de la sociedad la cercanía y el compromiso de la Iglesia con las personas que sufren enfermedad, exclusión, precariedad o soledad. Coordinando cada vez mejor sus actividades, recuerdan sin cesar a las comunidades cristianas la exigencia común de permanecer activamente presentes junto a todos los hombres que sufren (cf. Christifideles laici CL 53).

23 4. Juntamente con vosotros, doy gracias por los jóvenes y los adultos que descubren o redescubren a Cristo y llaman a la puerta de la Iglesia, porque se han planteado el interrogante de la fe y del sentido de su vida o han encontrado testigos. Velad con esmero por su acompañamiento y su progreso, por una sensibilización cada vez mayor de las comunidades cristianas a la acogida fraterna de los catecúmenos o de los que vuelven a creer, así como por su apoyo después de recibir el bautismo. Para la Iglesia, cuyas tradiciones, experiencia y prácticas deben asimilar, son una invitación estimulante. A través de vosotros, agradezco a los equipos del catecumenado el importante servicio que prestan. Este dinamismo catecumenal, así como las solicitudes presentadas por las personas con ocasión de una etapa importante de su vida familiar -bautismo, matrimonio, exequias-, estimulan a las comunidades cristianas a desarrollar una pastoral de la iniciación cristiana adaptada. La calidad de la acogida y de la fraternidad en la Iglesia es una fuerza evangelizadora para los hombres de hoy. Con este espíritu, es importante que las agrupaciones parroquiales no oscurezcan la visibilidad de la Iglesia en las unidades sociales de base, que son las comunidades, especialmente en zonas rurales, ofreciendo la posibilidad de celebraciones gozosas de la Eucaristía, que edifica a la comunidad y le da el impulso apostólico que necesita.

En las comunidades se cae en la cuenta de que, incluso para los cristianos comprometidos, la misa dominical no ocupa el lugar que le corresponde. Por tanto, los pastores deben recordar con fuerza y claridad a los fieles, especialmente a los que desempeñan responsabilidades en la catequesis, en la pastoral juvenil o en las capellanías, el sentido de la obligación dominical y de la participación en la Eucaristía del domingo, que no puede ser una simple opción entre otras muchas actividades. En efecto, para seguir verdaderamente a Cristo, para evangelizar, para ser servidores del Señor, es preciso que cada uno viva de manera coherente y responsable, en conformidad con las prescripciones de la Iglesia, y esté convencido de la importancia decisiva que tiene para su vida de fe la participación, con toda la comunidad, en el banquete eucarístico (cf. Dies Domini, 46-49).

5. En vuestras relaciones quinquenales se refleja vuestro interés por proponer a los laicos los medios para una formación espiritual y teológica cada vez más profunda, principalmente a través de la creación de centros de formación teológica en numerosas diócesis o a nivel regional. Estos lugares les permiten profundizar su fe y formarse pastoralmente para asumir una responsabilidad en la Iglesia. Del mismo modo, esta formación debe llevar a los fieles a una práctica sacramental y a una vida de oración más intensas. El mundo moderno y los avances científicos exigen que, en el campo religioso, los pastores y los fieles tengan una formación que les permita dar razón del misterio cristiano y de la vida que Cristo propone a los que quieren seguirlo. Con vistas a la integración de la enseñanza recibida, es importante procurar que la formación intelectual lleve a cada uno a una relación personal con Cristo.

Desde este punto de vista, es preciso formar permanentemente filósofos y teólogos, que puedan dar a los cristianos las bases intelectuales que necesitan para su fe y para su misión específica de laicos comprometidos en el mundo. La Iglesia educa también a numerosos jóvenes en el respeto a las culturas y a las confesiones religiosas, esforzándose por brindar una enseñanza de calidad y teniendo igualmente la noble misión de transmitir los valores humanos, morales y espirituales tomados del Evangelio. Expreso mi aprecio por el trabajo que llevan a cabo personas y comunidades educativas profundamente comprometidas en los campos escolar y universitario, en la enseñanza, en la catequesis y en las capellanías. No deben olvidar jamás que, para los jóvenes, el primer testimonio es el de la vida diaria acorde con los principios cristianos que quieren comunicar. Los pastores tienen el deber de recordar sin cesar este criterio de coherencia.

6. El interés por promover y acompañar a la familia está en el centro de vuestras preocupaciones de pastores. La familia no es un modelo de relación entre otros, sino un tipo de relación indispensable para el futuro de la sociedad. En efecto, una sociedad no puede ser sana si no promueve el ideal familiar, mediante la construcción de relaciones conyugales y familiares estables, y mediante justas relaciones entre las generaciones. ¿Cómo ayudar a las familias?
Vuestras diócesis se preocupan constantemente por ofrecer medios concretos para sostener su crecimiento, permitiéndoles dar un testimonio creíble en la Iglesia y en la sociedad.

Como sugieren algunas de vuestras relaciones, os esforzáis por proponer sobre todo un acompañamiento a los matrimonios jóvenes, permitiéndoles adquirir la madurez humana y espiritual que necesitan para el desarrollo armonioso de su familia. Pienso también en las nuevas generaciones de jóvenes, a los que la Iglesia ha llegado con gran dificultad y que vienen a pedirle que los prepare para el matrimonio.Aliento a los sacerdotes, a los diáconos y a los fieles comprometidos en esta hermosa tarea a ayudarles a descubrir el sentido profundo de este sacramento, así como los deberes a los que compromete. Así se propondrá una visión positiva de las relaciones afectivas y de la sexualidad, que contribuirá al crecimiento del matrimonio y de la familia. Como ya hice con ocasión de mi visita pastoral a Francia, en Sainte-Anne d'Auray, os invito a sostener a las familias en su vocación a manifestar la belleza de la paternidad y de la maternidad, y a favorecer la cultura de la vida (cf. Discurso durante el encuentro con los matrimonios jóvenes y sus hijos, n. 7).

Expreso igualmente mi aprecio por el importante trabajo realizado, bajo vuestra vigilancia, por los servicios y los movimientos de la pastoral familiar.Las iniciativas que promueven son un apoyo indispensable para el crecimiento y la vitalidad humana y espiritual de los hogares, así como una respuesta concreta al fenómeno de la desintegración de la familia. No podemos asistir, impotentes, a la ruina de la familia. En este campo, la Iglesia desea participar en un auténtico cambio de mentalidades y comportamientos, para que triunfen los valores positivos vinculados a la vida conyugal y familiar, y para que las relaciones no se vean simplemente desde la perspectiva del individualismo y del placer personal, pues así se desvirtúa el sentido profundo del amor humano, que es ante todo altruismo y entrega. El compromiso en el matrimonio conlleva cierto número de deberes y responsabilidades, entre ellas conservar y hacer crecer el vínculo conyugal, y educar a los hijos. Con este espíritu, es preciso ayudar a los padres, que son los primeros educadores de sus hijos, por una parte, para que puedan gestionar y resolver las posibles crisis conyugales y, por otra, para que puedan dar a los jóvenes el testimonio de la grandeza del amor fiel y único, así como los elementos de una educación humana, afectiva y sexual, ante los mensajes a menudo destructores de la sociedad actual, que llevan a pensar que todos los comportamientos afectivos son buenos, negando cualquier connotación moral de los actos humanos. Esta actitud es particularmente desastrosa para los jóvenes, ya que los induce, a veces de manera desconsiderada, a comportamientos erróneos que, como vemos frecuentemente, dejan huellas profundas en su psique, hipotecando sus actitudes y sus compromisos futuros.

7. Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro, quiero evocar la admirable figura de Madeleine Delbrêl, de cuyo nacimiento celebramos el centenario. Participó en la aventura misionera de la Iglesia en Francia, en el siglo XX, en particular en la fundación de la Misión de Francia y de su seminario en Lisieux. Que su testimonio luminoso ayude a todos los fieles, unidos a sus pastores, a enraizarse en la vida ordinaria y en las diferentes culturas, para hacer que penetre en ellas, mediante una vida cada vez más fraterna, la novedad y la fuerza del Evangelio.
Manteniendo viva, en su corazón y en su vida, su conciencia eclesial, es decir, "la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Jesucristo, partícipes de su misterio de comunión y de su energía apostólica y misionera" (Christifideles laici
CL 64), los fieles podrán dedicarse al servicio de sus hermanos. Os encomiendo a Nuestra Señora y os imparto a vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, así como a todos los laicos de vuestras diócesis, una afectuosa bendición apostólica








Discursos 2004 18