Discursos 2004 23

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL


SOBRE "REGULACIÓN NATURAL DE LA FERTILIDAD


Y CULTURA DE LA VIDA"


Ilustres señores y amables señoras:

24 1. Me alegra enviar mi cordial saludo a todos vosotros, participantes en el Congreso internacional sobre "Regulación natural de la fertilidad y cultura de la vida", que se celebra en Roma durante estos días. Saludo con afecto a todos y cada uno. Expreso mi vivo aprecio a los que han colaborado en la realización de esta iniciativa: en primer lugar, al Centro de estudios para la regulación natural de la fertilidad, a las Facultades de medicina y cirugía de las diversas universidades romanas, al Ministerio italiano de sanidad, al Instituto italiano de medicina social y a la Oficina de pastoral universitaria del Vicariato de Roma.

Este encuentro afronta temas actuales, muy interesantes para el desarrollo de las relaciones entre la ciencia y la ética. El Magisterio de la Iglesia ha acompañado con gran solicitud el desarrollo de la que podríamos llamar "cultura de la procreación responsable" y ha fomentado el conocimiento y la difusión de los métodos llamados "naturales" de regulación de la fertilidad. En diversas ocasiones mis venerados predecesores, desde Pío XII hasta Pablo VI, impulsaron la investigación en ese ámbito, precisamente con el fin de ofrecer bases científicas cada vez más sólidas a una regulación de los nacimientos que respete la persona y el plan de Dios sobre el matrimonio y sobre la procreación. En estos años, gracias a la contribución de innumerables matrimonios cristianos en muchas partes del mundo, los métodos naturales han entrado en la experiencia y en la reflexión de los grupos, de los movimientos familiares y de las asociaciones eclesiales.

2. Hoy asistimos a la consolidación de una mentalidad que, por un lado, parece atemorizada ante la responsabilidad de la procreación y, por otro, en cierto sentido quisiera dominar y manipular la vida. Por tanto, urge insistir en una acción cultural que ayude a superar, en este ámbito, tópicos y mistificaciones, con mucha frecuencia amplificados por cierto tipo de propaganda. Al mismo tiempo, es preciso llevar a cabo una obra educativa y formativa capilar con respecto a los cónyuges, los novios y los jóvenes en general, así como con respecto a los agentes sociales y pastorales, para explicar adecuadamente todos los aspectos de la regulación natural de la fertilidad en sus fundamentos y en sus motivaciones, al igual que en sus consecuencias prácticas.

Los centros de estudio y enseñanza de tales métodos prestarán una gran ayuda a la maternidad y a la paternidad responsables, esmerándose por lograr que a cada persona, comenzando por el hijo, se la reconozca y respete por sí misma, y que cada elección esté animada e inspirada por el criterio de la entrega sincera de sí.

Es evidente que, cuando se habla de regulación "natural", no se refiere sólo al respeto del ritmo biológico. Mucho más precisamente, se trata de responder a la verdad de la persona en su íntima unidad de espíritu, psique y cuerpo, unidad que nunca se puede reducir sólo a un conjunto de mecanismos biológicos. Únicamente en el contexto del amor recíproco, total y sin reservas, de los cónyuges se puede vivir con toda su dignidad el acontecimiento de la generación, al que está vinculado el futuro mismo de la humanidad. Precisamente por eso, no sólo los médicos y los investigadores están llamados a dar su contribución responsable a ese acontecimiento fundamental, sino también los agentes pastorales y las autoridades políticas, en sus respectivos ámbitos de competencia.

3. El hecho de que el Congreso haya sido organizado por algunas Facultades de medicina me brinda la oportunidad de subrayar, de modo especial, el papel que desempeñan los médicos en este campo tan delicado. Quisiera renovar aquí la expresión de la estima que la Iglesia siente desde siempre por todos los que en el mundo de la salud se esmeran por ser coherentes con su vocación de servidores de la vida. Pienso, en particular, en los hombres y mujeres de ciencia que, iluminados por la fe, se dedican a la investigación y difusión de los métodos naturales de regulación de la fertilidad, promoviendo al mismo tiempo una educación en los valores morales que implica el recurso a esos métodos. El papel y la responsabilidad de las universidades resultan decisivos para la promoción de programas de investigación en este campo, así como para la formación de futuros profesionales capaces de ayudar a los jóvenes y a los matrimonios a tomar decisiones cada vez más conscientes y responsables.

Deseo que el actual encuentro marque una nueva etapa en este camino, contribuyendo a profundizar de modo completo en ese tema en sus diversos aspectos científicos, culturales, psicosociales y formativos. Sin duda brindará la oportunidad de una actualización en lo relativo al estado de la enseñanza de los métodos naturales a nivel mundial, especialmente en las Facultades europeas de medicina.

Asegurando a cada uno de los participantes en el Congreso mi cercanía espiritual, les deseo pleno éxito en esas intensas jornadas de estudio. Con estos sentimientos, a la vez que invoco sobre los trabajos la asistencia especial de María santísima, de buen grado envío a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 28 de enero de 2004







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO


DEL SERVICIO MISIONERO JUVENIL (SERMIG)


Sábado 31 de enero de 2004



Queridos amigos del SERMIG, Arsenal de la paz:

25 1. Una vez más me encuentro con vosotros con alegría, y os saludo a todos con afecto. Vuestra presencia numerosa -veo, en particular, a muchísimos jóvenes- constituye un signo elocuente de la vitalidad de vuestra Fraternidad, así como de su deseo de trabajar al servicio de la paz. Arsenal de la paz: se llama precisamente así la que, en cierto modo, podría definirse como vuestra casa, el taller de vuestros proyectos y vuestras actividades. Queréis ser mensajeros, testigos y apóstoles incansables de la paz. ¡Gracias por vuestro entusiasmo juvenil! ¡Gracias por la esperanza que representáis para la Iglesia y para el mundo!

2. Dirijo un saludo cordial al señor Ernesto Olivero, que hace cuarenta años fundó vuestra benemérita asociación. Le agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes, explicándome el significado de esta manifestación. Saludo al presidente y a los actores del teatro Stabile de Turín, a la orquesta y al coro "Voces de la esperanza" del Arsenal de la paz, que han realizado una interesante representación artística y musical. Saludo a las autoridades y a los que han querido participar en esta significativa cita. A través de vosotros, queridos hermanos y hermanas del SERMIG, me complace enviar mi saludo a los numerosos muchachos y muchachas que, en diversas naciones, se esfuerzan por poner las bases para una "Tierra amiga", donde nadie se sienta extranjero y todos estén unidos al servicio de la justicia y de la paz.

3. El tema del encuentro de hoy -"La paz triunfará si dialogamos"- pone de relieve la estrecha relación que existe entre el respeto a los demás, el diálogo y la paz.

En nuestra época, caracterizada por una amplia red de intercambios entre diversas culturas y religiones, es preciso promover y facilitar la acogida y la comprensión recíproca entre las personas y los pueblos. Vuestra Fraternidad se dedica a esta misión y da una contribución, apreciada por muchos, a la causa de la paz. A este propósito, me complace también la institución de la "Universidad del diálogo", que quiere dar voz a jóvenes de todas las naciones, culturas y religiones, para construir un mundo en el que todos sean miembros de la única familia humana con pleno derecho. Este diálogo debe abarcar todos los ámbitos de la vida social, económica y religiosa.

4. En el Mensaje para la reciente Jornada mundial de la paz recordé que educar para la paz constituye un compromiso siempre actual, una urgencia de nuestro tiempo. Ante el aumento de la violencia, la difusión de una mentalidad hedonista y consumista, el crecimiento de la desconfianza y del miedo, debemos reafirmar con vigor que la paz es posible y que, si es posible, es también un deber. Esta convicción os ha guiado durante los cuatro decenios de vuestra historia. Queridos hermanos, continuad en esta misma dirección. Que os acompañe la Virgen Madre de Cristo; os protejan san Francisco, al que vuestra Fraternidad está vinculada, y el santo turinés Juan Bosco, cuya fiesta celebramos hoy, así como todos vuestros santos protectores. El Papa os quiere y os asegura su oración, bendiciendo a cada uno de vosotros y vuestras múltiples iniciativas apostólicas y misioneras.







Febrero de 2004



ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE ALUMNOS DEL SEMINARIO MAYOR DE VIENA


Martes 3 de febrero de 2004



Eminentísimo señor cardenal;
estimado rector;
queridos seminaristas:

Con gran alegría os doy la bienvenida a todos en el palacio apostólico. En el marco de vuestra formación en el seminario, habéis venido en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles y a la Sede del Sucesor de Pedro. Que esta visita fortalezca vuestra unión con la Iglesia universal.
26 "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Con estas palabras, Cristo invitó a los primeros discípulos a seguirlo y a permanecer con él. El seminario es, "a su manera, una continuación, en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús" (Pastores dabo vobis ).

Queridos seminaristas, vuestra amistad con Cristo, el Señor de vuestra valiosa vocación, y vuestra disponibilidad a seguirlo en la comunidad jerárquica de la Iglesia, deben ser cada vez más profundas. Para ello os ayudará y os formará la vida en el seminario.

Es preciso dar cada día de nuevo una respuesta a la pregunta decisiva de Cristo: "¿Me amas?".
El estudio y la oración, la recepción regular del sacramento de la penitencia y la participación fervorosa en el sacrificio eucarístico son medios indispensables en el camino de la santificación.

Así pues, que el Señor os conceda la gracia -ya desde ahora, y después, cuando seáis sacerdotes- de seguir su santa llamada con la entrega total de vuestra vida. Para ello os imparto de corazón, por intercesión de la Virgen María, Madre de Dios, la bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO


ORGANIZADO POR EL CELAM CON MOTIVO DEL


XXV ANIVERSARIO DE LA CONFERENCIA DE PUEBLA




Al señor cardenal
Francisco Javier ERRÁZURIZ OSSA
Arzobispo de Santiago de Chile
Presidente del Consejo episcopal latinoamericano

Me complace dirigir un cordial saludo a los señores cardenales, arzobispos y obispos reunidos en Puebla de los Ángeles para participar en el encuentro promovido por el Celam con el fin de conmemorar el XXV aniversario de mi primer viaje apostólico a Latinoamérica y de la III Conferencia general del Episcopado de ese continente, que inauguré el 28 de enero de 1979.

Quiso la divina Providencia que el primer viaje apostólico de mi pontificado fuese a América Latina, en cuya historia ha calado muy hondo la raigambre católica. Aún conservo viva, en la memoria y en el corazón, la calurosa acogida y el afecto sincero que expresaron al Sucesor de Pedro los pueblos de la República Dominicana, México y Bahamas. En el encuentro con las Iglesias particulares de esas naciones abrazaba también, por así decir, a todos los hijos de la Iglesia en Latinoamérica. Vi una Iglesia joven, llena de vida, dinamismo apostólico y esperanza en el porvenir. Pero percibí también rostros de sufrimiento, que denotaban hambre de justicia, de paz, de reconciliación y de una vida digna de los hijos de Dios.

27 La Conferencia de Puebla fue, indudablemente, un gran acontecimiento eclesial, y estaba llamada a servir de luz y estímulo permanente para la evangelización de América Latina. Así lo expresaba su tema: «La evangelización en el presente y el futuro de América Latina». Este sigue siendo el gran desafío para el continente de la esperanza: evangelizar, anunciar a Cristo vivo. A este respecto, deseo repetiros lo que dije en el discurso inaugural: «Hemos de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida, vivida, como lo confesó Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Esta es la buena noticia, en un cierto sentido única: la Iglesia vive por ella y para ella, así como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres, sin distinción alguna de nación, raza, tiempo, edad o condición» (28 de enero de 1979, I, 3).
Mientras deseo ardientemente que esta conmemoración avive en vosotros y en todas las Iglesias particulares de Latinoamérica un impulso evangelizador cada vez más vigoroso y audaz, os encomiendo a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América, y os imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 5 de febrero de 2004







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A MIEMBROS DEL COMITÉ JUDÍO AMERICANO


Jueves 5 de febrero de 2004


Distinguidos amigos:

Con afecto os saludo, miembros del Comité judío americano, durante vuestra visita al Vaticano. Recuerdo con gratitud la visita que realizasteis en 1985 para celebrar el vigésimo aniversario de la declaración conciliar Nostra aetate, que ha contribuido tan significativamente al fortalecimiento de las relaciones entre judíos y católicos.

Mientras nos acercamos al cuadragésimo aniversario de ese histórico documento, lamentablemente es muy necesario repetir nuestra condena absoluta del racismo y del antisemitismo. La violencia en nombre de la religión es siempre una profanación de la religión. Para oponernos a esta alarmante tendencia, es preciso que juntos destaquemos la importancia de la educación religiosa, que promueve el respeto y el amor a los demás.

Durante estos días nuestra atención se dirige a la Tierra Santa, que sigue afligida por la violencia y los sufrimientos. Pido fervientemente a Dios que se encuentre una solución justa que respete los derechos y la seguridad tanto de israelíes como de palestinos.

Sobre todos vosotros invoco el don de la paz. Shalom aleichem.








A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE



Viernes 6 de febrero de 2004




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
28 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Se renueva mi alegría al poder encontrarme con vosotros al final de la sesión plenaria de vuestra Congregación. A la vez que dirijo a cada uno mi cordial saludo, deseo agradecer en particular al señor cardenal Joseph Ratzinger los sentimientos que ha expresado en nombre de todos y la eficaz síntesis de los múltiples trabajos del dicasterio.

Esta cita bienal me permite repasar los puntos principales de vuestra actividad e indicar también el horizonte de los desafíos que os comprometen en la delicada tarea de promover y tutelar la verdad de la fe católica, al servicio del magisterio del Sucesor de Pedro.

En este sentido, el perfil doctrinal que caracteriza de modo especial vuestra competencia puede definirse como propiamente "pastoral", puesto que participa en la misión universal del Supremo Pastor (cf. Pastor bonus ), una misión que tiene entre sus prioridades, ante todo, la unidad de la fe y de la comunión de todos los creyentes, unidad necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia.

Es preciso redescubrir continuamente esta unidad en su riqueza y defenderla oportunamente, afrontando los desafíos que plantea cada época. El actual contexto cultural, caracterizado tanto por un relativismo generalizado como por la tentación de un fácil pragmatismo, exige, hoy más que nunca, el anuncio valiente de las verdades que salvan al hombre y un renovado impulso evangelizador.

2. La traditio Evangelii constituye el compromiso primero y fundamental de la Iglesia. Toda su actividad debe ser inseparable de su esfuerzo por ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe. Por este motivo, me interesa particularmente que la acción evangelizadora de toda la Iglesia no se debilite jamás ante un mundo que aún no conoce a Cristo y ante las numerosas personas que, aun habiéndolo conocido, viven alejadas de él.

Ciertamente, el testimonio de vida es la primera palabra con la que se anuncia el Evangelio, pero esta palabra no es suficiente, "si no se anuncia el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (Evangelii nuntiandi
EN 22). Este anuncio claro es necesario para mover el corazón a aceptar la buena nueva de la salvación. Al hacerlo, se presta un enorme servicio a los hombres que buscan la luz de la verdad.

3. Ciertamente, el Evangelio exige la libre adhesión del hombre. Pero, para que esta adhesión pueda expresarse, es preciso proponer el Evangelio, puesto que "las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad" (Redemptoris missio RMi 8). La adhesión plena a la verdad católica no disminuye, sino que exalta la libertad humana y la estimula a su realización, con un amor gratuito y lleno de solicitud por el bien de todos los hombres.

Este amor es el sello valioso del Espíritu Santo que, como protagonista de la evangelización (cf. Redemptoris missio RMi 30), no cesa de mover los corazones al anuncio del Evangelio y también los abre para que lo acojan. Este es el horizonte de caridad que impulsa la nueva evangelización, a la que en repetidas ocasiones he invitado a toda la Iglesia y a la que deseo exhortarla, una vez más, al inicio de este tercer milenio.

4. Un tema ya tratado otras veces es el de la recepción de los documentos magisteriales por parte de los fieles católicos, a menudo desorientados, más que informados, por las reacciones e interpretaciones inmediatas de los medios de comunicación social.

En realidad, la recepción de un documento, más que un hecho mediático, debe considerarse sobre todo como un acontecimiento eclesial de acogida del magisterio en la comunión y en la participación más cordial de la doctrina de la Iglesia. En efecto, se trata de una palabra autorizada que ilumina una verdad de fe o algunos aspectos de la doctrina católica contestados o tergiversados por algunas corrientes de pensamiento y de acción. Precisamente en este valor doctrinal reside el carácter eminentemente pastoral del documento, cuya acogida se convierte, por tanto, en ocasión propicia de formación, de catequesis y de evangelización.

29 Para que la recepción llegue a ser un auténtico acontecimiento eclesial, conviene prever modos oportunos de transmisión y difusión del documento mismo, que permitan su pleno conocimiento, ante todo, por parte de los pastores de la Iglesia, que son los primeros responsables de la acogida y de la valoración del magisterio pontificio como enseñanza que contribuye a formar la conciencia cristiana de los fieles frente a los desafíos del mundo contemporáneo.

5. Otro tema importante y urgente que quisiera presentar a vuestra atención es el de la ley moral natural. Esta ley pertenece al gran patrimonio de la sabiduría humana, que la Revelación, con su luz, ha contribuido a purificar y desarrollar ulteriormente. La ley natural, de por sí accesible a toda criatura racional, indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. Sobre la base de esta ley se puede construir una plataforma de valores compartidos, en torno a los cuales es posible mantener un diálogo constructivo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad secular.

Hoy, como consecuencia de la crisis de la metafísica, en muchos ambientes ya no se reconoce una verdad inscrita en el corazón de toda persona humana. Así, por una parte, se difunde entre los creyentes una moral de índole fideísta y, por otra, falta una referencia objetiva a las legislaciones, que a menudo se basan sólo en el consenso social, de modo que es cada vez más difícil llegar a un fundamento ético común a toda la humanidad.

En las cartas encíclicas Veritatis splendor y Fides et ratio quise ofrecer elementos útiles para redescubrir, entre otras cosas, la idea de la ley moral natural. Por desgracia, no parece que estas enseñanzas hayan sido aceptadas hasta ahora en la medida deseada, y la compleja problemática requiere ulteriores profundizaciones. Por tanto, os invito a promover oportunas iniciativas con la finalidad de contribuir a una renovación constructiva de la doctrina sobre la ley moral natural, buscando también convergencias con representantes de las diversas confesiones, religiones y culturas.

6. Por último, deseo aludir a una cuestión delicada y actual. En el último bienio vuestra Congregación ha afrontado un notable incremento del número de casos disciplinarios referidos a ella para la competencia que el dicasterio tiene ratione materiae sobre los delicta graviora, incluidos los delicta contra mores. Las normas del derecho canónico que vuestro dicasterio está llamado a aplicar con justicia y equidad tienden a garantizar tanto el ejercicio del derecho de defensa del acusado como las exigencias del bien común. Una vez comprobado el delito, es necesario en cada caso analizar bien no sólo el justo principio de la proporcionalidad entre culpa y pena, sino también la exigencia predominante de tutelar al pueblo de Dios.

Sin embargo, esto no depende sólo de la aplicación del derecho penal canónico, sino que tiene su mejor garantía en la formación justa y equilibrada de los futuros sacerdotes, llamados de modo explícito a abrazar con alegría y generosidad el estilo de vida humilde, modesto y casto, que es el fundamento práctico del celibato eclesiástico. Por tanto, invito a vuestra Congregación a colaborar con los demás dicasterios de la Curia romana que tienen competencia en la formación de los seminaristas y del clero, a fin de que se tomen las medidas necesarias para asegurar que los clérigos vivan de modo coherente con su llamada y con su compromiso de castidad perfecta y perpetua por el reino de Dios.

7. Queridos hermanos, os agradezco el valioso servicio que prestáis a la Sede apostólica y en favor de la Iglesia universal. Quiera Dios que vuestro trabajo dé los frutos que todos deseamos. Con este fin, os aseguro un recuerdo especial en la oración.

Os acompañe también mi bendición, que con afecto y gratitud os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos en el Señor.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL VI ENCUENTRO INTERNACIONAL


DE OBISPOS Y SACERDOTES


AMIGOS DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO






Al venerado hermano
Monseñor VINCENZO PAGLIA
Obispo de Terni-Narni-Amelia

30 1. Mientras está a punto de concluir el VI encuentro internacional de obispos y sacerdotes amigos de la Comunidad de San Egidio, deseo enviarle a usted y a todos los participantes mi cordial saludo. Os habéis reunido en Roma, provenientes de diversos países, para vivir juntos momentos de reflexión y de oración en un clima de fraternidad, enriquecido también por la presencia de responsables de otras Iglesias y comunidades eclesiales. Os une el vínculo con la Comunidad de San Egidio, asociación que desde hace treinta y seis años presta un apreciado servicio de evangelización y de caridad en la ciudad de Roma y en otras localidades de Europa, África, América Latina y Asia. Sus múltiples actividades son particularmente valiosas en este momento histórico, en el que se siente la urgencia de anunciar y testimoniar el evangelio de la caridad a todos los pueblos, superando dificultades, obstáculos e incomprensiones, hoy dramáticamente presentes.

Por tanto, muy oportunamente vuestra reflexión durante estos días se ha centrado precisamente en el tema: "El evangelio de la caridad", reconociendo en él el mensaje de esperanza que es preciso llevar sobre todo a los pobres, aún muy numerosos, a pesar del bienestar generalizado existente en varios países.

2. Mi venerado predecesor el beato Juan XXIII solía decir que la Iglesia es de todos, pero de modo especial de los pobres, haciéndose eco de la bienaventuranza evangélica: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (
Lc 6,20). El reino de Dios pertenece a los pobres, los cuales, según algunos santos Padres, pueden ser nuestros abogados ante Dios. Por ejemplo, san Gregorio Magno, comentando la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, escribe: "Cada día podemos encontrar a Lázaro, si lo buscamos, y cada día nos encontramos con él, incluso sin ponernos a buscarlo. Los pobres, que podrán interceder por nosotros en el último día, se nos presentan también de modo inoportuno y nos hacen peticiones... Ved bien que no conviene rechazarlos, dado que quienes nos piden algo son nuestros posibles protectores. Por tanto, no desaprovechéis las ocasiones de obrar con misericordia" (Hom. in evangelia, 40, 10: PL 76, 1309).

En el libro del Sirácida leemos: "La oración del pobre va de su boca a los oídos de Dios, y el juicio divino no se deja esperar" (Si 21,5); y el Evangelio afirma claramente que, en el juicio final, el Señor del universo dirá a los que estén a su derecha: "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme" (Mt 25,35-36).

3. Con ferviente oración imploremos la sabiduría evangélica que nos permite comprender el vínculo de amor que une a los pobres con Jesús y sus discípulos. En efecto, el divino Maestro usa el término "hermano" para indicar a los discípulos y a los pobres, abrazándolos en un único círculo de amor. ¡Sí! Para el discípulo de Cristo el pobre es un hermano, al que debe acoger y amar, no un extraño al cual dedicar, ocasionalmente, sólo algunos momentos de atención. Además, los pobres son nuestros "maestros"; nos ayudan a comprender lo que todos somos en presencia de Dios: mendigos de amor y salvación.

Venerado hermano, que el amor a los pobres siga siendo el signo distintivo de la Comunidad de San Egidio y de cuantos quieren compartir su espíritu. Que cada uno se haga "prójimo" de los que se encuentran en dificultades; así experimentará la verdad de las palabras de la Biblia: "Hay mayor felicidad en dar que en recibir" (Ac 20,35).

Mientras aseguro mi oración, invoco sobre cada uno de vosotros la protección materna de María y envío a todos una especial bendición apostólica, extendiéndola de buen grado a las personas con quienes cada uno de vosotros se encuentre en su ministerio pastoral diario.

Vaticano, 7 de febrero de 2004







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL SEÑOR JULIAN ROBERT HUNTE,


PRESIDENTE DE LA 58ª SESIÓN


DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ONU



Sábado 7 de febrero de 2004




Señor presidente:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano en su función de presidente de la 58ª sesión de la Asamblea general de las Naciones Unidas. Como sabe, la Santa Sede considera la Organización de las Naciones Unidas como un medio indispensable para la promoción del bien común universal.
Usted ha puesto en marcha una reestructuración con el fin de que la Organización funcione mejor. Esto asegurará una instancia superior eficaz para la justa solución de los problemas internacionales y también permitirá que la Organización de las Naciones Unidas sea una autoridad moral cada vez más respetada por la comunidad internacional. Espero que los Estados miembros consideren esta reforma como "una precisa obligación moral y política, que requiere prudencia y determinación" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2004, n. 7), así como un requisito previo necesario para el crecimiento de un orden internacional al servicio de toda la familia humana. Expreso mis mejores deseos de éxito para sus esfuerzos en favor de ese objetivo, y de buen grado invoco sobre usted y sobre sus colaboradores las bendiciones divinas de sabiduría, fortaleza y paz.








AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA "AD LIMINA"


31

Sábado 7 de febrero de 2004



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con alegría os acojo a vosotros, obispos de las provincias eclesiásticas de Lyon y Clermont, al final de vuestra visita ad limina. Se trata siempre de un momento fuerte de renovación espiritual, gracias a la oración celebrada en común ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, oración que reaviva en nosotros la conciencia del valor insustituible del testimonio cristiano, a veces hasta el martirio, y del arraigo apostólico de nuestra fe. También es un tiempo de comunión fraterna y de trabajo, que permite fortalecer nuestro sentido de Iglesia gracias a los encuentros con el Sucesor de Pedro, garante de la comunión eclesial, y con los diferentes dicasterios. Doy la bienvenida, en particular, a los nuevos obispos, numerosos en vuestro grupo, y agradezco vivamente al señor cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon y primado de Francia, que en vuestro nombre acaba de presentarme vuestras regiones y algunas de vuestras preocupaciones pastorales. Evocáis una situación a menudo difícil, debido a la falta de pastores y a la secularización de las mentalidades, mientras vuestras diócesis se esfuerzan con valentía por preparar el futuro.

2. Hoy deseo reflexionar con vosotros sobre la vida de la Iglesia diocesana.Desde la última visita ad limina de los obispos de Francia en 1997, muchas diócesis han iniciado una reflexión importante sobre la vida y el papel de las parroquias, que ha sido necesaria a causa de la evolución demográfica y de la urbanización creciente, pero también por la disminución del número de sacerdotes, que se sentirá aún más en los próximos años. En muchas diócesis ese trabajo se ha realizado en el marco de un sínodo diocesano; en otras se ha emprendido lo que se ha llamado un "camino sinodal", tratando en todos los casos de implicar ampliamente a los pastores y a los fieles, para valorar juntos lo que representa la parroquia en la vida de la Iglesia y cuál debe ser su futuro. Con mucha frecuencia, el obispo ha decidido después llevar a cabo una reorganización pastoral de toda la diócesis, ya sea creando nuevas parroquias, menos numerosas y más adecuadas, ya sea reagrupando las parroquias existentes en conjuntos más coherentes, para responder mejor a las necesidades de la evangelización.

3. Lejos de limitarse a una simple reforma administrativa y a una nueva definición de los límites parroquiales, esa reflexión pastoral ha permitido llevar a cabo un verdadero trabajo de formación permanente y de catequesis con los fieles, aprovechando de manera más consciente las riquezas de lo que constituye la vida de una parroquia, a saber, las tres grandes misiones de la Iglesia: la misión profética, caracterizada por la tarea de anunciar a todos los hombres la buena nueva de la salvación, misión confiada a la Iglesia por el Señor mismo; la misión sacerdotal, que consiste en participar en el único sacerdocio de Cristo, celebrando los misterios divinos; y, por último, la misión real, que se expresa en el servicio a todos, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús.

Así, los fieles han podido evaluar juntos la manera como la parroquia realiza concretamente sus tareas, aprendiendo a relacionarlas entre sí y comprendiendo mejor lo que constituye su unidad. En efecto, es esencial que los fieles capten bien que la catequesis de los niños, la vida de oración y el servicio a los enfermos no son actividades yuxtapuestas, encomendadas a "especialistas" o a voluntarios, sino que corresponden a misiones fundamentales de la vida cristiana y que, en consecuencia, son para el bien de todos, como lo expresó acertadamente san Pablo, comparando la Iglesia con un cuerpo (cf. 1Co 12,12-28). Toda comunidad eclesial, y especialmente la parroquia, que es la célula básica de la vida de la Iglesia diocesana, debe anunciar el Evangelio, celebrar el culto que corresponde a Dios y servir como Cristo.

También es importante velar para que la comunidad parroquial exprese la diversidad de los miembros que la componen y la variedad de sus carismas, y para que se abra a la vida de las asociaciones o de los movimientos. De ese modo será una expresión viva de la comunión eclesial, que pone los bienes de cada uno al servicio de todos (cf. Hch Ac 4,32) y no se cierra jamás en sí misma. Así, los fieles se preocuparán por la comunión en la parroquia y se sentirán miembros tanto de la diócesis como de la Iglesia entera (cf. Código de derecho canónico, c. 529, 2).

4. Esta toma de conciencia de la identidad auténtica de la parroquia, que no es sólo un territorio geográfico o una subdivisión administrativa, sino más bien la comunidad eclesial fundamental, va acompañada también por un redescubrimiento, por parte de los fieles, de la identidad propia de la diócesis. Ya no es sólo una circunscripción administrativa, sino ante todo la manifestación de una realidad eclesial: la Iglesia diocesana, "parte del pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la colaboración de su presbiterio" (Christus Dominus CD 11). Por tanto, la diócesis es una entidad viva, una realidad humana y espiritual, familia de comunidades, que son las parroquias y las demás realidades eclesiales presentes en el territorio.

Me complace destacar la importancia de este redescubrimiento de la Iglesia en su verdadera naturaleza: no es ni una administración ni una empresa, sino ante todo una realidad espiritual, compuesta por hombres y mujeres llamados por la gracia de Dios a convertirse en hijos de Dios, los cuales han entrado en una fraternidad nueva por el bautismo, que los ha incorporado a Cristo.
Comunión misionera


Discursos 2004 23