Discursos 2004 32

32 5. El redescubrimiento de la naturaleza sacramental de la Iglesia, que es también "comunión misionera" (Christifideles laici CL 32), debe expresarse, por tanto, en una nueva dinámica orientada totalmente a la evangelización. Vuestras diócesis lo han comprendido bien, al elegir como objeto de su reflexión sinodal una perspectiva de alcance misionero, como la reorganización pastoral de la diócesis, la evangelización de los jóvenes o la pastoral de los sacramentos. La movilización de las energías de todos hacia este objetivo permite establecer las prioridades pastorales concretas, que después todos los agentes pastorales ponen por obra más fácilmente sobre el terreno. De igual modo, el hecho de que sacerdotes y laicos trabajen juntos durante mucho tiempo sobre una cuestión tan decisiva como el futuro de la comunidad cristiana permite descubrir en profundidad y apreciar las implicaciones y las funciones específicas de unos y otros en la vida de la Iglesia, y percibir mejor la comunión eclesial que pone de relieve la estima y la complementariedad de las diferencias, así como el servicio común a Cristo y a nuestros hermanos en una misma fe.
Junto con vosotros, me alegro de las asambleas diocesanas que habéis podido realizar, especialmente las de jóvenes, a los que, con toda la Iglesia diocesana, prestáis una atención particular. Perciben mejor el sentido de la Iglesia-comunión, puesto que son personas provenientes de diferentes grupos, de diversos lugares y de distintas sensibilidades, que están llamadas a reunirse para caminar juntas, como lo indica explícitamente la etimología de la palabra sínodo. Ojalá que se logren una unidad y una coherencia cada vez más intensas en torno a los pastores encargados de guiar a la grey. A este propósito, sé que os preocupáis por acoger a los grupos y a los sacerdotes que tienen una sensibilidad más tradicional, y sin duda es posible ir aún más lejos en este sentido.
Los miembros de esas comunidades más tradicionales deben abrirse también a las otras realidades y sensibilidades de las Iglesias locales, para participar cada vez más activamente en la vida diocesana, según la enseñanza del concilio Vaticano II. Como todos sus hermanos en el sacerdocio, los presbíteros de esas comunidades han de desempeñar un papel pastoral específico entre los fieles, manifestando concretamente su comunión filial con el obispo y, de este modo, con la Iglesia universal, dispuestos a aceptar la llamada a la misión.

Para ser fieles al sentido de la misión, que es una necesidad vital para la Iglesia y la expresión de "su identidad más profunda" (Evangelii nuntiandi EN 14), ciertamente no es posible contentarse con reformar las estructuras de nuestras Iglesias mediante una simple adaptación de la dimensión territorial de las parroquias. Es necesario también abrirse a otras dimensiones, prestando la máxima atención a los fenómenos sociales nuevos y a todos los "areópagos modernos" (Redemptoris missio RMi 37). Para lograrlo mejor, algunas diócesis han decidido unir sus fuerzas apostólicas, poniendo al servicio de las diócesis más necesitadas sacerdotes dispuestos a la misión. Me complace esa iniciativa, y deseo que se realice también en otras partes, tal vez con formas diversas, quizá en el marco de las nuevas provincias, donde la diferencia de medios es importante y se corre el riesgo de penalizar a ciertas diócesis. Ojalá que todos los sacerdotes a los que se haga esta petición se muestren disponibles.

6. En vuestras relaciones manifestáis la importancia que dais al hecho de que, en diversas ocasiones durante el año, como en la misa Crismal o en las ordenaciones, la liturgia se celebre solemnemente en la iglesia catedral, en torno al obispo y a sus sacerdotes, y con una gran participación de fieles. La liturgia se convierte así en la "principal manifestación de la Iglesia" (cf. Sacrosanctum Concilium SC 41), donde todo el pueblo de Dios se congrega en el lugar que representa la comunión visible de la Iglesia diocesana y donde toma conciencia de manera más profunda de su identidad, encontrando su fuente sacramental que es nuestro Señor Jesucristo, el Verbo hecho carne, cuyo Espíritu actúa a través del ministerio de los pastores y, en primer lugar, del obispo. El cuerpo eclesial manifiesta así la diversidad de sus miembros y, al mismo tiempo, los vínculos que tienen entre sí y cada uno con el obispo, servidor de la comunión entre todos.

La certeza de que la vida cristiana hunde sus raíces en el misterio eucarístico, "fuente y cumbre de la vida de la Iglesia", según la hermosa expresión de los padres conciliares (cf. ib., 10), lleva a un número cada vez mayor de fieles a comprometerse activamente, junto con los ministros ordenados, en la preparación y en la celebración de la acción litúrgica, para poner de relieve la belleza del culto cristiano, que está ordenado "a la gloria de Dios y a la salvación del mundo", como dice la liturgia de la misa.

7. Servir como Cristo es la misión real de todo bautizado y de toda comunidad eclesial, que la diócesis, por tanto, debe manifestar concretamente. En cierto modo, el ministerio de los diáconos permanentes cumple este compromiso. En efecto, muchos de ellos reciben una misión en relación con el ejercicio de la caridad, en las capellanías del mundo de la salud o del mundo carcelario, o al servicio de instituciones caritativas. Sin embargo, los fieles laicos son los primeros protagonistas de esta misión eclesial de servicio, mediante el testimonio que dan diariamente del Evangelio, con su vida de trabajo y en sus diferentes compromisos en el mundo. A través de las realidades de la vida política y social, en los múltiples ámbitos de la actividad económica y en la acción cultural, actúan en el interior de la sociedad para promover entre los hombres relaciones que respeten y honren la dignidad de cada persona en todas sus dimensiones. También manifiestan su sentido de la justicia y de la solidaridad ante los más necesitados, tanto a nivel local, como nacional e internacional, sobre todo mediante el apoyo a las Obras misionales. Los católicos de Francia tienen también una larga tradición misionera. A pesar de las pobrezas actuales, no deben olvidar los países a los que sus antepasados llevaron el Evangelio. Comprometerse en la misión "ad gentes", lejos de empobrecer la parroquia o la diócesis, les dará nueva fuerza, relacionada con el intercambio de dones.

8. Al final de nuestro encuentro, durante el cual he recordado ante vosotros algunas realidades que constituyen vuestra labor diaria y alimentan vuestra oración de pastores, no puedo olvidar a vuestros colaboradores. Pienso, ante todo, en los vicarios generales, vinculados más directamente al ejercicio de vuestro ministerio, que recorren cada día los caminos de las diócesis para visitar las parroquias, sus pastores y sus fieles, así como en los vicarios episcopales, que trabajan para hacer que la acción pastoral del obispo esté más cerca de todos. Pienso también en las personas que trabajan en la curia diocesana, al servicio de la comunidad de la diócesis, para colaborar en la gestión de su patrimonio, para mejorar el ejercicio de la solidaridad mediante una distribución más justa y más eficaz de los recursos, o también para instruir los procesos de la justicia. Muchas diócesis han abierto recientemente una "Casa diocesana", donde se han reunido movimientos y servicios, para lograr una mejor colaboración entre sí, pero también para permitir el encuentro de las personas, como lo hacen también los medios de comunicación social, en particular la radio y la prensa diocesanas. A través de vosotros, queridos hermanos en el episcopado, quiero estimular a todas las personas que trabajan en esas instituciones diocesanas y que prestan así un servicio de Iglesia cuya dimensión misionera es evidente a todos. Se les agradece cordialmente.

Al volver a vuestras diócesis para reanudar con valentía y fuerza espiritual el servicio de la misión que el Señor os ha confiado, transmitid a todos los bautizados el apoyo y el aliento del Papa.
Quiera Dios que todos los fieles se esmeren en participar plenamente en la vida de la diócesis y fortalezcan así los vínculos de comunión entre sí, sin olvidarse de abrirse a las demás Iglesias y alimentar siempre su adhesión a la Iglesia universal, orando también por el Papa y por el cumplimiento de su ministerio. Como Sucesor de Pedro, he recibido la misión particular de confirmar a mis hermanos en la fe (cf. Lc Lc 22,32) y servir a la comunión entre todos los obispos y entre todos los fieles. Con la alegría de cumplir una vez más en favor vuestro este ministerio mío, y encomendándoos a la intercesión materna de la santísima Virgen María, os imparto de corazón a vosotros, así como a todos vuestros fieles, una afectuosa bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS CAPITULARES DE LA ORDEN


DEL SANTÍSIMO SALVADOR DE SANTA BRÍGIDA


Lunes 9 de febrero de 2004



33 Queridas Hermanas:

1. Vuestra visita es para mí motivo de gran alegría, y me complace acogeros mientras está a punto de concluir el IX capítulo general de vuestra Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida. Junto con vosotras están reunidas espiritualmente aquí, en torno al Sucesor de Pedro, vuestras hermanas que trabajan en diversos países del mundo. A todas y a cada una envío mi más cordial saludo.

De modo especial, saludo con afecto a la abadesa general, madre Tekla Famiglietti, que ha sido confirmada para un nuevo sexenio. A la vez que le agradezco los sentimientos expresados en las palabras que me ha dirigido, le formulo a usted, así como al nuevo consejo general, mis mejores deseos de un provechoso trabajo al servicio de la benemérita familia de las "brígidas", que durante estos años ha ido creciendo y se ha enriquecido con nuevas obras y actividades. Juntamente con vosotras, doy gracias a Dios por este consolador desarrollo apostólico y por el prometedor florecimiento vocacional.

2. "Volver a las raíces... para una renovación de la vida religiosa" es el tema sobre el que habéis querido reflexionar durante la asamblea capitular. En un clima de silencio y oración, os habéis puesto a la escucha del Espíritu Santo para discernir cuáles son las prioridades de vuestra Orden en nuestro tiempo. Toda auténtica renovación requiere una sabia recuperación del espíritu de los orígenes, a fin de traducir el carisma fundacional en opciones apostólicas que respondan a las exigencias de los tiempos. Por eso, fieles a la peculiar vocación monástica que caracteriza a la familia de las brígidas, habéis querido reafirmar el primado absoluto que Dios debe ocupar en la existencia de cada una de vosotras y de vuestras comunidades. Estáis llamadas, ante todo, a ser "especialistas del espíritu", es decir, almas ardientes de amor divino, contemplativas y constantemente dedicadas a la oración.

3. Sólo si sois "especialistas del espíritu", como lo fue santa Brígida, podréis encarnar fielmente en nuestro tiempo el carisma de radicalismo evangélico y de unidad heredado de la beata Isabel Hesselblad. A través de la hospitalidad y la acogida que brindáis en vuestras casas, podréis testimoniar el amor misericordioso de Dios a todo hombre y el anhelo de unidad que Cristo dejó a sus discípulos.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte escribí que el gran desafío del tercer milenio es "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión", y que, para ese fin, hace falta "promover una espiritualidad de comunión" (cf. n. 43). Os pido, queridas hermanas, que seáis por doquier constructoras infatigables del "gran ecumenismo de la santidad". Vuestra acción ecuménica es particularmente apreciada, porque se realiza en naciones del norte de Europa, donde la presencia de los católicos es menor y la promoción del diálogo con los hermanos de otras confesiones cristianas es importante.

Que la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia, vele sobre vuestra Orden e intercedan por vosotras santa Brígida y la beata Isabel Hesselblad. Yo os acompaño con un recuerdo diario ante el Señor, mientras de corazón os bendigo a vosotras y a todas vuestras comunidades.







XII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ENFERMOS AL FINAL DE LA MISA


EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 11 de febrero de 2004

Memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Una vez más, la basílica de San Pedro ha abierto de par en par sus puertas a los enfermos: a vosotros, que estáis aquí presentes, e idealmente a todos los enfermos del mundo. Con gran afecto os saludo, queridos hermanos. Desde esta mañana, mi oración está dedicada de modo especial a vosotros, y ahora me alegra encontrarme con vosotros. Saludo, asimismo, a vuestros familiares y amigos, así como a los voluntarios que os acompañan. Saludo a los miembros de la UNITALSI, al igual que a los responsables y a los agentes de la Obra romana de peregrinaciones, que este año celebra el 70° aniversario de su fundación. Saludo y expreso mi gratitud, de modo particular, al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la santa misa, a los obispos y a los sacerdotes concelebrantes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles presentes.

34 2. Exactamente hace veinte años, en la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, publiqué la carta apostólica Salvifici doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano. Entonces elegí esta fecha pensando en el mensaje particular que desde Lourdes dirigió la Virgen a los enfermos y a todos los que sufren.

También hoy nuestra mirada se vuelve hacia la venerada imagen de María que se encuentra en la gruta de Massabielle. A sus pies están escritas las palabras: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Esas palabras tienen en este año una resonancia especial aquí, en la basílica vaticana, donde, hace ciento cincuenta años, el beato Papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Y precisamente en la Inmaculada Concepción, verdad que nos introduce en el centro del misterio de la creación y de la redención, se ha inspirado mi Mensaje para esta Jornada mundial del enfermo.

3. Contemplando a María, nuestro corazón se abre a la esperanza, porque vemos las maravillas que Dios realiza cuando con humildad estamos dispuestos a cumplir su voluntad. La Inmaculada es signo estupendo de la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el pecado, de la salvación sobre cualquier enfermedad del cuerpo y del espíritu. Es signo de consuelo y de esperanza segura (cf. Lumen gentium
LG 68). Lo que admiramos ya cumplido en ella es prenda de lo que Dios quiere dar a cada criatura humana: plenitud de vida, de alegría y de paz.

Quiera Dios que la contemplación de este inefable misterio os fortalezca a vosotros, queridos enfermos; ilumine vuestro trabajo, queridos médicos, enfermeros y profesionales de la salud; y sostenga vuestras valiosas actividades, queridos voluntarios, que estáis llamados a reconocer y a servir a Jesús en cualquier persona necesitada. Que sobre todos vele maternalmente la Virgen de Lourdes. ¡Gracias por las oraciones y los sacrificios que generosamente ofrecéis también por mí! Os aseguro mi constante recuerdo, y con afecto os bendigo a todos.








AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA


SU EXCELENCIA SEÑOR ÁLVARO URIBE VÉLEZ


Jueves 12 de febrero de 2004



Señor Presidente:

Le recibo con gusto en esta visita que ha querido hacerme, renovándome las muestras de afecto y estima al Papa que distinguen a los colombianos. Me complazco por la colaboración existente entre la Iglesia y las Autoridades de su País. Colombia está muy presente en mi recuerdo y en mi oración, pidiendo que sus gentes caminen sin desánimos hacia la auténtica paz social, rechazando cualquier forma de violencia y generando nuevas formas de convivencia por el camino seguro y firme de la justicia, promoviendo capilarmente desde todos los rincones de la nación unidad, fraternidad y respeto de cada uno.

Es hora de sedimentar bases firmes para la reconstrucción moral y material de vuestra comunidad nacional para el restablecimiento de una sociedad justa, solidaria, responsable y pacífica.

Le agradezco su visita y renuevo mis votos por el progreso espiritual y material de los colombianos, por su convivencia en concordia y libertad, a la vez que invoco del Altísimo toda clase de bendiciones sobre los amadísimos hijos e hijas de Colombia, sobre las familias, las comunidades eclesiales y las diversas instituciones públicas y quienes las rigen, a la vez que, confiando esos deseos a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Reina de Colombia, les imparto la Bendición Apostólica.








AL SEÑOR AHMED QUREI


PRIMER MINISTRO DE LA AUTORIDAD PALESTINA


Jueves 12 de febrero de 2004



Señor primer ministro:

35 Me complace darle la bienvenida al Vaticano. Su presencia me trae intensos recuerdos de mi peregrinación a Tierra Santa, durante la cual oré fervientemente por la paz y la justicia en la región. Aunque no han faltado signos de esperanza, por desgracia la triste situación en Tierra Santa es causa de sufrimiento para todos.

Nadie debe caer en la tentación del desaliento y, mucho menos, en las del odio o las represalias. Lo que la Tierra Santa necesita es reconciliación: perdón, no venganza; puentes, no muros. Esto exige que todos los líderes de la región, con la ayuda de la comunidad internacional, sigan el camino del diálogo y la negociación, que lleva a la paz duradera. Sobre usted y sobre su pueblo invoco cordialmente abundantes bendiciones divinas.








AL MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES DE IRÁN


Jueves 12 de febrero de 2004

Excelencia:

Me complace darle la bienvenida hoy al Vaticano. Su presencia es un signo de la cooperación que, durante más de cincuenta años, ha caracterizado las relaciones oficiales entre la Santa Sede y su país. Confío en que este espíritu de colaboración siga creciendo cada vez con más fuerza, mientras afrontamos las cuestiones que resultan de interés común.

No menos importante, a este respecto, es el compromiso constante de salvaguardar los derechos inalienables y la dignidad de la persona humana, especialmente mediante esfuerzos encaminados a fomentar una mayor comprensión entre los pueblos de diferentes tradiciones religiosas, culturales y étnicas.

Señor ministro, le expreso mis mejores deseos para su estancia en Roma e invoco sobre usted las bendiciones de Dios todopoderoso.








AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


CON MOTIVO DE SU VISITA "AD LIMINA"


Viernes 13 de febrero de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Os acojo con alegría, pastores de las provincias eclesiásticas de Burdeos y Poitiers, al final de vuestra visita ad limina. Al venir en peregrinación tras las huellas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, les habéis encomendado a los fieles de vuestras diócesis, pidiéndoles su intercesión para asegurar vuestra misión de enseñar, gobernar y santificar al pueblo que os ha sido confiado. Agradezco a monseñor Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos y presidente de la Conferencia episcopal de Francia, las palabras que me acaba de dirigir, presentándome las esperanzas de vuestras Iglesias diocesanas. Deseo que vuestra estancia en Roma os confirme en vuestro ministerio, contribuyendo a dar nuevo impulso al dinamismo misionero de vuestras comunidades. Acabáis de recordar la atención que prestan los obispos de Francia a la pastoral de la juventud. En efecto, el obispo está invitado a "prestar una atención particular a la evangelización y acompañamiento espiritual de los jóvenes"; su "ministerio de esperanza no puede dejar de construir el futuro junto con aquellos a quienes está confiado el porvenir, es decir, los jóvenes" (Pastores gregis ).

2. En vuestras relaciones quinquenales evocáis el ambiente complejo y difícil en el que viven los jóvenes. Su universo cultural está marcado por las nuevas tecnologías de la comunicación, que cambian su relación con el mundo, con el tiempo y con los demás, y modelan sus comportamientos. Esto crea una cultura de lo inmediato y lo efímero, que no siempre es favorable a la profundización, ni a la maduración interior o al discernimiento moral. Pero la utilización de los nuevos medios de comunicación social tiene un interés innegable. Por otra parte, vuestra Conferencia y numerosas diócesis han captado bien el carácter positivo de este cambio, proponiendo sitios de internet, destinados en particular a los jóvenes, en los que es posible informarse, formarse y descubrir las diferentes propuestas de la Iglesia. No puedo por menos de impulsar el desarrollo de estos instrumentos para servir al Evangelio y para alimentar el diálogo y la comunicación.

36 La sociedad se caracteriza por numerosas fracturas, que hacen a los jóvenes particularmente frágiles: separaciones familiares, familias reconstruidas con hermanos diferentes, y ruptura de vínculos sociales. No podemos por menos de pensar en los niños y en los jóvenes que sufren terriblemente por la desintegración de su familia, o en los que viven en situaciones de precariedad, que los llevan a menudo a considerarse excluidos de la sociedad. Del mismo modo, la evolución de las mentalidades no deja de preocupar: subjetividad exacerbada; liberalización excesiva de las costumbres, que impulsa a los jóvenes a creer que cualquier comportamiento, si es realizable, podría ser bueno; disminución grave del sentido moral, que lleva a pensar que ya no existe ni el bien ni el mal objetivos. Evocáis también situaciones sociales de violencia, que crean tensiones importantes, sobre todo en ciertos barrios de las ciudades y de los suburbios, así como un incremento de comportamientos suicidas y del uso de drogas. Por último, el aumento del desempleo inquieta a los jóvenes. Estos, a veces, dan la impresión de que han entrado demasiado rápido en la vida adulta, por sus conocimientos y sus comportamientos, y de que no han tenido tiempo para lograr una maduración física, intelectual, afectiva y moral, cuyas etapas no son concomitantes. La multiplicidad de los mensajes y de los modelos de vida transmitidos por la sociedad confunden mucho la percepción y la práctica de los valores morales y espirituales, llegando incluso a hipotecar la construcción de su identidad, la gestión de su afectividad y la edificación de su personalidad. Se trata de fenómenos peligrosos para el crecimiento de los jóvenes y para la convivencia entre las personas y entre las generaciones.

3. Como pastores, estáis atentos a esas realidades, conociendo la generosidad de los jóvenes, dispuestos a movilizarse por causas justas y deseosos de encontrar la felicidad. Son fuerzas pastorales que la Iglesia debe tener en cuenta en su pastoral de la juventud, y la Iglesia debe contribuir a su pleno desarrollo. Las comunidades cristianas francesas son herederas de grandes figuras de educadores, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, en su época, supieron inventar pedagogías adecuadas. Os invito, a pesar de la escasez de medios, a no escatimar esfuerzos en el campo educativo. Exhorto en particular a las comunidades religiosas que tienen este carisma a no descuidar el mundo de la educación escolar o paraescolar, puesto que es allí, por excelencia, donde se puede llegar a los jóvenes, anunciarles el Evangelio y preparar el futuro de la Iglesia. Los movimientos juveniles, aunque cuenten con un número reducido de miembros, han de proseguir su acción, sin olvidar jamás que el proceso educativo implica una duración. Exhorto hoy a inventar nuevas propuestas para los jóvenes, a fin de ofrecerles, a nivel diocesano y parroquial, en las capellanías, en los movimientos o en los servicios, lugares, medios y acompañamiento específicos que les permitan crecer humana y espiritualmente. Las comunidades cristianas tienen la misión de llevar a los jóvenes a Cristo e introducirlos en su intimidad, para que puedan vivir de su vida y construir una sociedad cada vez más fraterna. El aspecto social no debe hacer olvidar el objetivo principal de la actividad pastoral: llevar a los jóvenes a Cristo.

4. Los jóvenes aspiran a vivir en grupos donde sean reconocidos y amados. Ningún niño puede vivir o formarse sin amor, sin la mirada benévola de los adultos; este es el sentido mismo de la misión educativa. Por eso, invito a las comunidades diocesanas a prestar una atención cada vez mayor a los lugares educativos; ante todo, a la familia, a la que conviene sostener y ayudar, principalmente en las relaciones entre padres e hijos, en particular en el momento de la adolescencia. Con frecuencia, la presencia de adultos que no sean los padres es muy benéfica. De igual modo, la escuela es un lugar privilegiado de vida fraterna y pacífica, donde a cada uno se le acepta tal como es, respetando sus valores y sus creencias personales y familiares. Estimulo a las escuelas católicas a ser comunidades donde los valores cristianos formen parte del programa y de la práctica educativa, y donde la enseñanza del Magisterio se transmita a los jóvenes mediante catequesis adaptadas a las diferentes edades de la escolaridad. La presencia de niños no católicos no debe ser un obstáculo a este proceso. Asimismo, aprecio la misión de las capellanías escolares y universitarias.Aunque los participantes sean poco numerosos, los que los acompañan no deben olvidar jamás que lo que los jóvenes reciben lo transmiten de una manera u otra a sus compañeros. Es importante llevar a cabo la pastoral de la juventud tanto en tiempos fuertes -"vivir juntos" es fundamental en la educación de los jóvenes- como mediante actividades regulares, para que la formación religiosa contribuya a la estructuración de los jóvenes y de su existencia.

En vuestras relaciones y en vuestros boletines diocesanos se aprecian los frutos que la Jornada mundial de la juventud de París, que recuerdo con emoción, sigue dando entre los jóvenes. Es importante recomendarles vivir con fidelidad su relación con Cristo, para que tomen conciencia de que la vida de fe y la práctica sacramental no dependen del simple deseo del momento, ni pueden constituir una actividad como cualquier otra en la existencia. Deseo que los educadores les ayuden a discernir las prioridades, puesto que no se puede conocer verdaderamente a Cristo si no se hace el esfuerzo de ir a su encuentro y mantener una relación regular con él. Es necesario también contar mucho con los jóvenes para evangelizar a los jóvenes, pues pueden ejercer una gran fuerza de atracción sobre sus compañeros. En estos campos tienen recursos que conviene aprovechar.

5. La pastoral de la juventud requiere, por parte de los acompañantes, perseverancia, atención e inventiva. Por eso, no dudéis en dedicar sacerdotes cualificados, con buena formación y una vida espiritual y moral a toda prueba, para acompañar a los jóvenes, transmitirles la enseñanza cristiana, compartir con ellos tiempos fraternos y de esparcimiento, a fin de que se conviertan en misioneros. Deseo que las diócesis se movilicen cada vez más en este sentido, aunque viváis tiempos difíciles. Los adultos deben proporcionar a los jóvenes los medios concretos para reunirse a fin de vivir y profundizar su fe, formándolos en el estudio y en la meditación de la palabra de Dios, y en la oración personal, y estimulándolos a configurarse cada vez más con Cristo. Es preciso también ayudarles a interrogarse sobre su existencia y su proyecto de vida, para que estén abiertos a las llamadas del Señor a una vocación específica en la Iglesia: el sacerdocio, el diaconado o la vida consagrada. Los padres y los educadores no han de tener miedo de plantear a los jóvenes la cuestión de una eventual vocación sacerdotal o religiosa. Esto no es en absoluto un obstáculo a la libertad de elección, sino, al contrario, una invitación a reflexionar en su futuro, para "hacer de su vida un "te amo"", como recordé durante mi viaje a Lyon en 1986. A todos los protagonistas de la pastoral de jóvenes les corresponde ayudar a estos últimos a tener una fe que les permita confrontarse de manera crítica con la cultura actual, adquiriendo un sano discernimiento sobre las cuestiones que animan los debates de la sociedad.

Evocáis con preocupación las fracturas del mundo de los jóvenes y las precariedades que afrontan, que a veces los arrastran al individualismo, a la violencia y a comportamientos destructores. A ejemplo de Cristo, la Iglesia desea permanecer cerca de los jóvenes heridos por la vida, por los cuales el Señor siente un amor de predilección. Aprecio y estimulo el trabajo de las personas que, en los movimientos, en los servicios y en el mundo caritativo, promueven la creatividad de la caridad, acompañando a los excluidos y a los que sufren, permitiéndoles recuperar la ilusión de vivir. Ojalá que les ayuden a descubrir el rostro de Cristo, que ama a todo hombre, independientemente de su camino y de sus fragilidades.

6. Deseo también atraer vuestra atención hacia el apoyo que se debe dar a los jóvenes que se preparan para el matrimonio. A menudo han conocido numerosos sufrimientos en sus familias de origen y a veces han hecho múltiples experiencias. En la sociedad existen diversos modelos de relación, sin ninguna calificación antropológica o moral. Por su parte, la Iglesia desea proponer el camino de una progresión en las relaciones amorosas, que pasa por el tiempo del noviazgo y presenta el ideal de la castidad; recuerda que el matrimonio entre un hombre y una mujer, y la familia, se construyen ante todo sobre un vínculo fuerte entre las personas y un compromiso definitivo, y no sobre el aspecto puramente afectivo, que no puede constituir la única base de la vida conyugal. Los pastores y los matrimonios cristianos no deben temer ayudar a los jóvenes a reflexionar sobre estas cuestiones delicadas y esenciales, mediante catequesis y diálogos valientes y adecuados, haciendo resplandecer la profundidad y la belleza del amor humano.

7. La Iglesia tiene palabras originales en los debates sobre la educación, sobre los fenómenos sociales, especialmente sobre las cuestiones de la vida afectiva, sobre los valores morales y espirituales. La formación no puede consistir únicamente en un aprendizaje técnico y científico. Tiende principalmente a una educación de toda la persona. Expreso mi aprecio a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas y a los laicos que cumplen esta noble misión de acompañar a los jóvenes. Sé que su tarea es ardua y a veces árida, pues los resultados no siempre corresponden a los esfuerzos realizados. No han de desanimarse, ya que nadie conoce el secreto del corazón de los jóvenes. "Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger su mensaje, aunque sea exigente" (Novo millennio ineunte
NM 9).

Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro, doy gracias con vosotros por la labor que el Espíritu realiza en el corazón de los jóvenes. Estos piden a la Iglesia que los acompañe, porque aspiran profundamente a vivir un ideal de exigencia y de verdad, a pesar de las señales frecuentemente equivocadas que les envía el mundo actual. Os corresponde a vosotros conducirlos a Cristo y proponerles el camino exigente de la santidad, para que puedan participar cada vez más activamente en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Exhorto a las comunidades cristianas de vuestras diócesis a darles el lugar que les corresponde, a acoger los interrogantes que plantean y a responderles con la verdad. Por intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes, cuya fiesta acabamos de celebrar, os imparto de buen grado una afectuosa bendición apostólica a vosotros, así como a todos los miembros de vuestras comunidades diocesanas y, en particular, a los jóvenes, a quienes os pido que transmitáis este mensaje: el Papa cuenta con ellos.








Discursos 2004 32