Discursos 2004 58

58 Al Señor Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Arzobispo de Santiago de Chile
y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
y a Monseñor Eduardo Vicente Mirás
Arzobispo de Rosario
y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

1. Con ocasión de la solemne conmemoración del centenario de la inauguración del monumento al Cristo de los Andes, me es grato enviar un afectuoso saludo a los Cardenales y Prelados de Argentina y de Chile, así como a las Altas autoridades y demás participantes en ese significativo acto que evoca acontecimientos decisivos en la historia de ambos Países y manifiesta los valores fundamentales y de honda raigambre cristiana sobre los que se basan la identidad y convivencia de sus pueblos, expresando al mismo tiempo el propósito firme de afianzar cada día más el compromiso de seguir siempre por el camino de la paz.

2. En efecto, si la colocación del majestuoso monumento supuso por entonces un notable despliegue de medios y una estrecha colaboración entre numerosas personas e instituciones, no fueron menos los esfuerzos llevados a cabo anteriormente para dar significado a aquel gesto. En los años precedentes se habían logrado varios acuerdos para resolver por medios pacíficos diversos contenciosos entre ambos pueblos, hasta llegar a los cuatro tratados de paz definitivos en 1902.

Se había conseguido la mejor de las victorias y demostrado la verdadera fortaleza del ser humano, así como la auténtica grandeza de las naciones. De la amenaza del conflicto se pasó a la convivencia amistosa entre dos Países vecinos y hermanos. El júbilo y la satisfacción estaban bien justificados al haber logrado el triunfo inapreciable de la paz.

3. El profundo espíritu de fe de argentinos y chilenos reconoció en aquellos acontecimientos un inestimable don de Dios, que "bendice a su pueblo con la paz" (
Ps 28,11), y quiso plasmar su gratitud en las cumbres andinas, para que la bendición divina llegara desde lo alto a todas las tierras hermanas e hiciera del confín lugar de encuentro y nunca de antagonismo.

La figura de Cristo Redentor invita desde entonces a repetir con el salmista la plegaria incesante de quien tiene puesta toda su confianza en Él: "Que los montes traigan paz, y los collados justicia" (Ps 71,3). En efecto, la paz en la tierra, "suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia", es una tarea permanente, que nunca puede darse por concluida y requiere siempre, junto con la sensatez y la experiencia, la ayuda divina (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 1.9).

59 4. En el acto de inauguración se pronunciaron palabras solemnes, que han quedado esculpidas a los pies del monumento como recuerdo perenne para la posteridad de un compromiso inquebrantable: "Se desplomarán estas montañas antes de que se rompa la paz entre chilenos y argentinos". ¿De qué servirían la belleza de las cimas majestuosas y la riqueza de los valles fecundos, si sobre la tierra en la que el Creador le ha puesto el hombre no cultivara también lazos de convivencia y de paz?

Aquellas palabras de entonces recuerdan a los ciudadanos y Autoridades de hoy la necesidad de continuar los esfuerzos por afianzar, mediante la promoción incesante de una cultura de paz y de gestos significativos que la hagan prevalecer, sobre cualquier otra alternativa, los lazos de concordia y amistad, el camino del diálogo leal y el respeto del derecho.

Al comienzo del tercer milenio, en el que no faltan nuevas acechanzas a la paz, deseo invitar a los queridos hijos e hijas de Argentina y de Chile, en la conmemoración de este centenario, a que dirijan su mirada al Redentor para implorarle la luz y la fuerza necesaria para afrontar con esperanza y determinación los retos de hoy. Me uno espiritualmente al gozo de la celebración y, sobre todo, a su oración, para que se acreciente la convivencia fraterna, los ámbitos de colaboración mutua y el compromiso irrenunciable de construir una sociedad fundada ante todo en el reconocimiento de la dignidad inalienable de la persona humana. Así se garantizará la paz y se dejará a las nuevas generaciones una herencia que les permita construir un futuro mejor sobre bases sólidas y duraderas.

Pido de corazón al Cristo Redentor que continúe acompañando a las nobles naciones de Argentina y Chile con su protección, guiándolas por el camino de la paz y alentando sus esfuerzos por lograr metas cada vez más altas de prosperidad y de vivencia de los valores espirituales. Con estos sentimientos, les envío mi bendición.

Vaticano, 11 de febrero de 2004

IOANNES PAULUS II







A LOS JÓVENES UNIVERSITARIOS EN LA SALA PABLO VI


Sábado 13 de marzo de 2004



Amadísimos jóvenes universitarios:

1. Es para mí motivo de singular alegría encontrarme con vosotros con ocasión de la segunda Jornada europea de los universitarios. A cada uno de vosotros, que provenís de diversos ateneos de Roma y de otras ciudades italianas, os dirijo un saludo cordial, a la vez que os agradezco vuestra presencia rica de entusiasmo. Saludo al cardenal vicario y a las autoridades civiles y académicas presentes.

Dirijo un "gracias" sincero a mons. Leuzzi y a cuantos han colaborado en la preparación de este acontecimiento, al coro y a la orquesta interuniversitarios que lo han animado, al Centro televisivo vaticano y a la Radio vaticana, que han hecho posible su difusión a varias naciones europeas.
Con gran afecto extiendo mi saludo a los jóvenes en conexión con nosotros vía satélite desde Praga (República Checa), Nicosia (Chipre), Gniezno (Polonia), Vilna (Lituania), Riga (Letonia), Tallin (Estonia), Liubliana (Eslovenia), Budapest (Hungría), La Valletta (Malta) y Bratislava (Eslovaquia). Se trata de los diez países que entrarán en la Unión europea.

2. Esta vigilia mariana reviste un fuerte valor simbólico. En efecto, también a vosotros, queridos universitarios, se os confía un papel importante en la construcción de la Europa unida, firmemente enraizada en las tradiciones y en los valores espirituales que la han modelado. A este respecto, la universidad constituye uno de los ámbitos típicos donde se ha formado, a lo largo de los siglos, una cultura marcada por un determinante influjo cristiano. Es preciso que este rico patrimonio de ideales no se pierda.

60 María, a quien hemos invocado muchas veces como Sedes Sapientiae, os proteja a cada uno de vosotros, vuestros estudios y vuestro compromiso de formación cultural y espiritual.

3. Vosotros, queridos jóvenes de Roma, dentro de poco iréis, llevando la cruz, a la iglesia de Santa Inés en Agone, donde renovaréis juntos la profesión de fe. A esta peregrinación se unen idealmente los universitarios de los demás países, a los cuales envío mi cordial saludo.

(A continuación, dirigió un afectuoso saludo en las respectivas lenguas a los jóvenes universitarios de las diez naciones de Europa con las que estaban en conexión vía satélite. Después prosiguió: )

A vosotros, aquí presentes, y a cuantos están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, imparto una especial bendición, que de buen grado extiendo a vuestras familias, a vuestras naciones y a toda Europa.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS CAPITANES REGENTES


DE LA REPÚBLICA DE SAN MARINO


Lunes 15 de marzo\i de 2004



Señores capitanes regentes:

Me alegra daros mi cordial bienvenida en esta circunstancia, en la que la más alta magistratura de la República del Titano desea reafirmar los vínculos seculares existentes entre los ciudadanos por ella representados y el Sucesor de Pedro. A la vez que agradezco las amables expresiones con las que os habéis hecho portavoces de vuestros compatriotas, os pido que os hagáis intérpretes de mis cordiales sentimientos de cercanía a un pueblo antiguo, que ha hecho de la libertad, la honradez y la laboriosidad no sólo un programa de vida, sino también el fundamento mismo de su existencia civil.

El monje Marino, vuestro fundador y, en cierto modo, precursor de la idea de la Europa de los pueblos, os legó valores e instituciones que, a distancia de más de mil setecientos años, conservan aún su actualidad y vitalidad. Se resumen en el lema que distingue a vuestro país: libertas. La antigua República, que hoy vosotros dignamente representáis aquí, encuentra sus razones fundacionales en las raíces cristianas que han hecho grande la historia de Europa. Espero que también en el futuro vuestra República, al programar sus iniciativas, siga inspirándose en los justos criterios éticos que la han convertido en un ejemplo de correcta administración del bien común.

A la vez que renuevo la expresión de mi afecto, que vuestro pueblo ya conoce desde el inicio de mi pontificado, cuando, en agosto de 1982, tuve la oportunidad de ir al Titano, deseo que la Serenísima República de San Marino siga testimoniando su patrimonio milenario de valores en el concierto de las naciones. Con estos pensamientos, os imparto a vosotros, a vuestros seres queridos y a todos vuestros compatriotas, mi afectuosa bendición.









DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA COMUNIDAD DEL SEMINARIO "REDEMPTORIS MATER"


Jueves 18 de marzo de 2004




"Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15)

61 1. Amadísimos superiores y alumnos del seminario diocesano Redemptoris Mater, me alegra acogeros con estas palabras de Jesús resucitado, que escucháis y meditáis en la fiesta de san Cirilo y san Metodio, aniversario de la erección canónica de vuestro seminario.

Saludo ante todo al cardenal vicario y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Saludo con afecto a vuestro rector, monseñor Claudiano Strazzari, a los demás superiores y formadores, y a cada uno de vosotros, amadísimos alumnos.

2. Han pasado ya más de dieciséis años desde la fundación de vuestro seminario, que ha representado una experiencia nueva y muy significativa, con vistas a la formación de presbíteros para la nueva evangelización. Desde entonces han surgido en el mundo otros seminarios Redemptoris Mater, que se inspiran en vuestro modelo y comparten vuestras finalidades.

Son particularmente abundantes los frutos producidos durante estos años por vuestro seminario.
Por ellos doy gracias con vosotros al Señor. Por esos mismos frutos deseo, además, dar las gracias al Camino Neocatecumenal, en el que ha nacido y crecido vuestra vocación. Doy las gracias también al rector y a los demás superiores que, bajo la guía solícita del cardenal vicario, dirigen con amor y sabiduría vuestra preparación con vistas al sacerdocio.

Mi pensamiento agradecido va, asimismo, a los fundadores del Camino, a los cuales se debe la feliz intuición de proponer la erección de vuestro seminario y que tanto se prodigan por favorecer en el Camino mismo el nacimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Quiero recordar también con vosotros a dos obispos, monseñor Giulio Salimei y monseñor Maximino Romero, quienes, uno como rector y el otro como padre espiritual, han contribuido en gran medida, con su iluminada dedicación y su ejemplaridad de vida, al desarrollo inicial y a la feliz configuración del Redemptoris Mater.

Me es grato también destacar, como ya ha recordado el cardenal vicario, que durante estos dieciséis años ha salido de vuestro seminario un gran número de celosos sacerdotes, oportunamente dedicados en parte al servicio pastoral de la diócesis de Roma y en parte a la misión en todos los lugares del mundo, como sacerdotes fidei donum.

3. Para obtener estos resultados positivos es fundamental tener siempre claras, en vuestro itinerario formativo, la naturaleza y las características del sacerdocio ministerial, tal como las ilustran el concilio Vaticano II y la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis.

En efecto, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial están ordenados el uno al otro e íntimamente relacionados; ambos participan, cada uno a su modo, en el único sacerdocio de Cristo. Pero su diferencia es esencial, y no sólo de grado (cf. Lumen gentium
LG 10). En virtud del sacramento del orden, los presbíteros son configurados de modo especial con Jesucristo como cabeza y pastor de su pueblo, y, a semejanza de Cristo, deben gastar y entregar su vida al servicio de este pueblo. Por eso, precisamente porque representan sacramentalmente a Jesucristo, cabeza y pastor, están llamados a presidir, en estrecha comunión con el obispo, las comunidades que se les ha encomendado, según cada una de las tres dimensiones -profética, sacerdotal y real- en las que se articula la única misión de Cristo y de la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis PDV 12-16).

Amadísimos seminaristas, ateniéndoos a esta sólida doctrina durante vuestra formación y después en el ejercicio diario del ministerio presbiteral, podréis vivir gozosamente la gracia del sacerdocio y asegurar un servicio auténtico y fecundo a la diócesis de Roma y a las Iglesias hermanas a las que seáis enviados.

La oración, el estudio y la vida comunitaria, bien armonizados en el proyecto formativo y puestos en práctica con fidelidad y generosidad en la existencia concreta de vuestro seminario, son los caminos a través de los cuales el Señor va esculpiendo en vosotros, día tras día, la imagen de Cristo, buen pastor.

62 4. Con estas bases podréis prepararos también para vivir, cuando seáis sacerdotes, de modo sereno y fructuoso vuestra pertenencia constitutiva y sin reservas al presbiterio diocesano, que tiene en el obispo su punto de referencia esencial, y, al mismo tiempo, el profundo vínculo que os une a la experiencia del Camino Neocatecumenal. En efecto, como está escrito en el artículo 18 del Estatuto del Camino, en los seminarios diocesanos y misioneros Redemptoris Mater "los candidatos al sacerdocio encuentran en la participación en el Camino Neocatecumenal un elemento específico y fundamental del camino formativo y, al mismo tiempo, se preparan para la genuina elección presbiteral de servicio a todo el pueblo de Dios, en la comunión fraterna del presbiterio".

De igual modo, es preciso evitar una falsa alternativa entre el servicio pastoral en la diócesis a la que pertenecéis y la misión universal, hasta los últimos confines de la tierra, que hunde sus raíces en la misma participación sacramental en el sacerdocio de Cristo (cf. Pastores dabo vobis
PDV 17-18) y para la que os preparáis particularmente a través de la experiencia del Camino Neocatecumenal.
En efecto, vuestro destino concreto compete al obispo, que se preocupa tanto de las necesidades de su diócesis como de las exigencias de la misión universal. Al acatar con actitud de confiada y cordial obediencia sus decisiones, encontraréis vuestra paz y vuestra serenidad interior y podréis expresar en todo caso vuestro carisma misionero, dado que también aquí, en Roma, la pastoral se caracteriza, y deberá caracterizarse cada vez más, por la prioridad de la evangelización.

5. Amadísimos superiores y alumnos del seminario Redemptoris Mater de Roma, mirad siempre con los ojos de la fe vuestra vida, vuestra vocación y vuestra misión. Al final de este encuentro, deseo manifestaros de nuevo el afecto y la confianza que siento por vosotros y aseguraros mi constante oración por cada uno de vosotros, por todo el seminario, por las comunidades del Camino Neocatecumenal, y especialmente por las vocaciones al sacerdocio que maduran en ellas.
Con estos sentimientos, os imparto a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE


"TRATAMIENTOS DE MANTENIMIENTO VITAL


Y ESTADO VEGETATIVO"


Sábado 20 de marzo de 2004



Ilustres señoras y señores:

1. Os saludo muy cordialmente a todos vosotros, participantes en el congreso internacional sobre "Tratamientos de mantenimiento vital y estado vegetativo: avances científicos y dilemas éticos". Deseo dirigir un saludo, en particular, a monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia pontificia para la vida, y al profesor Gian Luigi Gigli, presidente de la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos y generoso defensor del valor fundamental de la vida, el cual se ha hecho amablemente intérprete de los sentimientos comunes.

Este importante congreso, organizado conjuntamente por la Academia pontificia para la vida y la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos, está afrontando un tema de gran importancia: la condición clínica denominada "estado vegetativo". Las complejas implicaciones científicas, éticas, sociales y pastorales de esa condición necesitan una profunda reflexión y un fecundo diálogo interdisciplinar, como lo demuestra el denso y articulado programa de vuestros trabajos.

2. La Iglesia, con gran estima y sincera esperanza, estimula los esfuerzos de los hombres de ciencia que se dedican diariamente, a veces con grandes sacrificios, al estudio y a la investigación para mejorar las posibilidades diagnósticas, terapéuticas, de pronóstico y de rehabilitación de estos pacientes totalmente confiados a quien los cuida y asiste. En efecto, la persona en estado vegetativo no da ningún signo evidente de conciencia de sí o del ambiente, y parece incapaz de interaccionar con los demás o de reaccionar a estímulos adecuados.

Los estudiosos consideran que es necesario ante todo llegar a un diagnóstico correcto, que normalmente requiere una larga y atenta observación en centros especializados, teniendo en cuenta también el gran número de errores de diagnóstico referidos en la literatura. Además, no pocas de estas personas, con una atención apropiada y con programas específicos de rehabilitación, son capaces de salir del estado vegetativo. Al contrario, muchos otros, por desgracia, permanecen prisioneros de su estado, incluso durante períodos de tiempo muy largos y sin necesitar soportes tecnológicos.

63 En particular, para indicar la condición de aquellos cuyo "estado vegetativo" se prolonga más de un año, se ha acuñado la expresión estado vegetativo permanente. En realidad, a esta definición no corresponde un diagnóstico diverso, sino sólo un juicio de previsión convencional, que se refiere al hecho de que, desde el punto de vista estadístico, cuanto más se prolonga en el tiempo la condición de estado vegetativo, tanto más improbable es la recuperación del paciente.

Sin embargo, no hay que olvidar o subestimar que existen casos bien documentados de recuperación, al menos parcial, incluso a distancia de muchos años, hasta el punto de que se puede afirmar que la ciencia médica, hasta el día de hoy, no es aún capaz de predecir con certeza quién entre los pacientes en estas condiciones podrá recuperarse y quién no.

3. Ante un paciente en esas condiciones clínicas, hay quienes llegan a poner en duda incluso la permanencia de su "calidad humana", casi como si el adjetivo "vegetal" (cuyo uso ya se ha consolidado), simbólicamente descriptivo de un estado clínico, pudiera o debiera referirse en cambio al enfermo en cuanto tal, degradando de hecho su valor y su dignidad personal. En este sentido, es preciso notar que el término citado, aunque se utilice sólo en el ámbito clínico, ciertamente no es el más adecuado para referirse a sujetos humanos.

En oposición a esas tendencias de pensamiento, siento el deber de reafirmar con vigor que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de sus funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertirá en un "vegetal" o en un "animal".

También nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la condición clínica de "estado vegetativo" conservan toda su dignidad humana. La mirada amorosa de Dios Padre sigue posándose sobre ellos, reconociéndolos como hijos suyos particularmente necesitados de asistencia.

4. Los médicos y los agentes sanitarios, la sociedad y la Iglesia tienen, con respecto a esas personas, deberes morales de los que no pueden eximirse sin incumplir las exigencias tanto de la deontología profesional como de la solidaridad humana y cristiana.

Por tanto, el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica (alimentación, hidratación, higiene, calefacción, etc.), y a la prevención de las complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho también a una intervención específica de rehabilitación y a la monitorización de los signos clínicos de eventual recuperación.

En particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al paciente y alivio a sus sufrimientos.

En efecto, la obligación de proporcionar "los cuidados normales debidos al enfermo en esos casos" (Congregación para la doctrina de la fe, Iura et bona, p. IV), incluye también el empleo de la alimentación y la hidratación (cf. Consejo pontificio "Cor unum", Dans le cadre, 2. 4. 4; Consejo pontificio para la pastoral de la salud, Carta de los agentes sanitarios, n. 120). La valoración de las probabilidades, fundada en las escasas esperanzas de recuperación cuando el estado vegetativo se prolonga más de un año, no puede justificar éticamente el abandono o la interrupción de los cuidados mínimos al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación. En efecto, el único resultado posible de su suspensión es la muerte por hambre y sed. En este sentido, si se efectúa consciente y deliberadamente, termina siendo una verdadera eutanasia por omisión.

A este propósito, recuerdo lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae, aclarando que "por eutanasia, en sentido verdadero y propio, se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor"; esta acción constituye siempre "una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (n. 65).

Por otra parte, es conocido el principio moral según el cual incluso la simple duda de estar en presencia de una persona viva implica ya la obligación de su pleno respeto y de la abstención de cualquier acción orientada a anticipar su muerte.

64 5. Sobre esta referencia general no pueden prevalecer consideraciones acerca de la "calidad de vida", a menudo dictadas en realidad por presiones de carácter psicológico, social y económico.

Ante todo, ninguna evaluación de costes puede prevalecer sobre el valor del bien fundamental que se trata de proteger: la vida humana. Además, admitir que se puede decidir sobre la vida del hombre basándose en un reconocimiento exterior de su calidad equivale a reconocer que a cualquier sujeto pueden atribuírsele desde fuera niveles crecientes o decrecientes de calidad de vida, y por tanto de dignidad humana, introduciendo un principio discriminatorio y eugenésico en las relaciones sociales.

Asimismo, no se puede excluir a priori que la supresión de la alimentación y la hidratación, según cuanto refieren estudios serios, sea causa de grandes sufrimientos para el sujeto enfermo, aunque sólo podamos ver las reacciones a nivel de sistema nervioso autónomo o de mímica. En efecto, las técnicas modernas de neurofisiología clínica y de diagnóstico cerebral por imágenes parecen indicar que en estos pacientes siguen existiendo formas elementales de comunicación y de análisis de los estímulos.

6. Sin embargo, no basta reafirmar el principio general según el cual el valor de la vida de un hombre no puede someterse a un juicio de calidad expresado por otros hombres; es necesario promover acciones positivas para contrastar las presiones orientadas a la suspensión de la hidratación y la alimentación, como medio para poner fin a la vida de estos pacientes.

Ante todo, es preciso sostener a las familias que han tenido a un ser querido afectado por esta terrible condición clínica. No se las puede dejar solas con su pesada carga humana, psicológica y económica. Aunque, por lo general, la asistencia a estos pacientes no es particularmente costosa, la sociedad debe invertir recursos suficientes para la ayuda a este tipo de fragilidad, a través de la realización de oportunas iniciativas concretas como, por ejemplo, la creación de una extensa red de unidades de reanimación, con programas específicos de asistencia y rehabilitación; el apoyo económico y la asistencia a domicilio a las familias, cuando el paciente es trasladado a su casa al final de los programas de rehabilitación intensiva; la creación de centros de acogida para los casos de familias incapaces de afrontar el problema, o para ofrecer períodos de "pausa" asistencial a las que corren el riesgo de agotamiento psicológico y moral.

Además, la asistencia apropiada a estos pacientes y a sus familias debería prever la presencia y el testimonio del médico y del equipo de asistencia, a los cuales se les pide que ayuden a los familiares a comprender que son sus aliados y luchan con ellos; también la participación del voluntariado representa un apoyo fundamental para hacer que las familias salgan del aislamiento y ayudarles a sentirse parte valiosa, y no abandonada, del entramado social.
En estas situaciones reviste, asimismo, particular importancia el asesoramiento espiritual y la ayuda pastoral, como apoyo para recuperar el sentido más profundo de una condición aparentemente desesperada.

7. Ilustres señoras y señores, para concluir, os exhorto, como personas de ciencia, responsables de la dignidad de la profesión médica, a custodiar celosamente el principio según el cual el verdadero cometido de la medicina es "curar si es posible, pero prestar asistencia siempre" (to cure if possible, always to care).

Como sello y apoyo de vuestra auténtica misión humanitaria de consuelo y asistencia a los hermanos que sufren, os recuerdo las palabras de Jesús: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (
Mt 25,40).

A esta luz, invoco sobre vosotros la asistencia de Aquel a quien una sugestiva fórmula patrística califica como Christus medicus; y, encomendando vuestro trabajo a la protección de María, Consoladora de los afligidos y consuelo de los moribundos, con afecto imparto a todos una especial bendición apostólica.









MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

EN EL LX ANIVERSARIO DE LA DESTRUCCIÓN

DE LA ABADÍA DE MONTECASSINO




Al venerado hermano
65 P. BERNARDO D'ONORIO, o.s.b.
Abad de Montecassino

Han pasado sesenta años desde los sucesos bélicos que marcaron dramáticamente la historia de Montecassino y de su territorio, pero su eco sigue presente y vivo en el corazón y en la vida de numerosas personas y familias de esa antigua e ilustre tierra. El 15 de febrero de 1944, un terrible bombardeo destruyó la abadía; un mes después, el 15 de marzo, fue atacada la ciudad de Cassino. El 18 de mayo, por fin, cesaron los combates y comenzó una nueva vida en la región.

Le agradezco, querido padre abad, que me haya informado sobre las celebraciones que la comunidad diocesana y ciudadana, reunida en torno a la venerada tumba de san Benito, se dispone a realizar, volviendo con el pensamiento a aquellos meses de sufrimiento y dolor, pero también de esperanza y solidaridad. Aprovecho de buen grado esta oportunidad para dirigir a todos mi saludo cordial, con la seguridad de mi cercanía espiritual, reforzada por el constante recuerdo de las visitas que he realizado a la abadía y al cercano cementerio polaco.

Mientras se recuerdan los lutos y las destrucciones, me uno en la oración a cuantos renuevan el sufragio cristiano por todas las víctimas. El pensamiento va también, en este momento, a todos los que colaboraron en la causa de la justicia y de la paz. En particular, deseo fijar la mirada en la abadía de Montecassino, verdadera arca de un tesoro precioso de espiritualidad, de cultura y de arte. Para nosotros, los creyentes, el hecho de que el antiguo monasterio haya sido totalmente destruido por la guerra y que después haya sido perfectamente reconstruido es una invitación a la esperanza, impulsándonos a ver en ello un símbolo de la victoria de Cristo sobre el mal y de la posibilidad que tiene el hombre de superar, con la fuerza de la fe en Dios y del amor fraterno, los conflictos más arduos para hacer que triunfen el bien, la justicia y la concordia.

La segunda guerra mundial fue una espiral de violencia, de destrucción y de muerte como nunca antes se había conocido (cf. Mensaje para la XXXVII Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2004, n. 5). El episodio de Montecassino merece ser conmemorado y propuesto como invitación a la reflexión y llamamiento a todos al sentido de responsabilidad. Las nuevas generaciones italianas y europeas, por suerte, no han vivido directamente la guerra. Sin embargo, conocen los dramas provocados por las guerras, a causa de las víctimas que no pocos conflictos están produciendo en diversas partes del mundo. Los jóvenes son la esperanza de la humanidad; por tanto, se les debe ayudar a crecer en un clima de constante y activa educación para la paz. Es necesario que aprendan de la historia una lección fundamental de vida y de convivencia solidaria: el derecho de la fuerza destruye, mientras que la fuerza del derecho construye.

Este es el pensamiento que encomiendo a la consideración de los que participan en estas celebraciones conmemorativas. En ellas me hago presente espiritualmente con una oración especial a san Benito, el cual hace precisamente cuarenta años fue proclamado patrono de Europa. Invoco también a san Cirilo y san Metodio, copatronos del continente, cuya fiesta celebramos ayer, y sobre todo a la Virgen María, Reina de la paz. Ojalá que la familia de las naciones renueve su compromiso común por la paz en la justicia.

A usted, venerado hermano, a los reverendos monjes, a las autoridades civiles y militares y a toda la población envío de corazón la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 15 de febrero de 2004

JUAN PABLO II








MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS PARTICIPANTES EN EL XV CAPÍTULO GENERAL


DE LAS MISIONERAS DEL APOSTOLADO CATÓLICO






A la hermana Stella HOLISZ
Superiora general de las religiosas
66 Misioneras del Apostolado Católico

Con gran afecto en el Señor, le envío mi saludo a usted y a todas las hermanas Misioneras del Apostolado Católico, con ocasión de vuestro XV capítulo general, durante el cual reflexionaréis sobre el tema: "Reaviva tu primer amor: responde a los desafíos de hoy". A la vez que os aseguro mis oraciones por el éxito de vuestro encuentro, doy gracias al Señor por vuestra entrega a su reino. Confío en que vuestro capítulo, guiado por el Espíritu Santo e inspirándose en el ejemplo de san Vicente Pallotti, impulsará a todas las hermanas a renovar su compromiso de testimoniar la unidad indisoluble del amor a Dios y del amor al prójimo (cf. Vita consecrata
VC 63).

Vuestra vocación de misioneras, modelada según la vida de los Apóstoles, muestra de modo elocuente que cuanto más se vive en Cristo tanto más se le sirve en los demás, yendo incluso hasta las fronteras más lejanas de la misión y afrontando los mayores peligros (cf. ib., 76). El firme compromiso de dar a conocer y amar a Cristo tiene su origen sublime en el "amor fontal" del Padre hecho presente en la misión del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ad gentes AGD 2). Atraídas por el amor apremiante de Cristo, no podéis por menos de hablar (cf. Hch Ac 4,20) de esta fuente de esperanza y alegría que suscitó vuestra primera respuesta a la llamada del Señor y que sigue fortaleciéndoos en la vida de servicio apostólico a los demás.

En un mundo donde las sombras de la pobreza, la injusticia y el secularismo se ciernen sobre todos los continentes, la necesidad de discípulos auténticos de Jesucristo es más urgente que nunca. Precisamente testimoniar el evangelio de Cristo disipa las tinieblas e ilumina el camino de la paz, fomentando la esperanza en el corazón de las personas, incluso de las más marginadas y rechazadas. Los hombres y mujeres de diversas religiones, culturas y grupos sociales con quienes os encontráis, los cuales buscan sentido y dignidad para su vida, no podrán nunca ver cumplidos sus anhelos con una vaga religiosidad. Sólo mediante la fidelidad gozosa a Cristo y anunciándolo valientemente como Señor -un testimonio fundado en su mandamiento de ir y hacer discípulos a todas las gentes (cf. Mt Mt 28,19)-, podéis ayudar a los demás a que lo conozcan. Al hacerlo, experimentaréis la belleza plena y la fecundidad de vuestra vocación misionera.

Queridas hermanas, la Iglesia no sólo os pide que "habléis" de Cristo a aquellos a quienes servís, sino también que se lo "mostréis" (cf. Novo millennio ineunte NM 16). Este testimonio exige que vosotras mismas contempléis primero el rostro de Cristo. Por esta razón, vuestros programas de formación inicial y permanente deben ayudar a todas las hermanas a conformarse totalmente con Cristo y con su amor al Padre. Para que esta formación sea verdaderamente cristiana, cada uno de sus aspectos debe apoyarse en un profundo fundamento espiritual que modele la vida de cada hermana. De este modo, no sólo seguiréis "viendo" a Dios con los ojos de la fe, sino que también seréis eficientes al hacer que su presencia sea "perceptible" a los demás a través del ejemplo de vuestra propia vida (cf. Vita consecrata VC 68), vida caracterizada por el celo y la compasión por los pobres, tan fácilmente asociados a vuestro amado fundador.

Invocando sobre vosotras la intercesión de san Vicente Pallotti, de cuyo dies natalis se celebra hoy el aniversario, y la protección de vuestra patrona, María, Reina de los Apóstoles, le imparto de buen grado a usted y a todas las hermanas Misioneras del Apostolado Católico mi bendición apostólica.

Vaticano, 22 de enero de 2004


Discursos 2004 58