Discursos 2004 66

JUAN PABLO II







DURANTE LA CEREMONIA DE ENTREGA


DEL PREMIO INTERNACIONAL CARLOMAGNO


Miércoles 24 de marzo de 2004



Ilustre señor alcalde;
apreciados miembros del jurado del premio Carlomagno;
eminencias reverendísimas;
excelencias;
67 estimados huéspedes;
distinguidos señores:

1. Doy a todos una cordial bienvenida aquí, en el Vaticano. Dirijo un saludo particular a los representantes de la ciudad de Aquisgrán, encabezados por el alcalde, señor Linden, y a los huéspedes de la República federal de Alemania. Conscientes de que a la Iglesia católica le interesa la unión de Europa, habéis venido aquí para rendir homenaje al Sucesor de Pedro con el premio internacional Carlomagno. Si hoy puedo recibir este premio otorgado de modo extraordinario y único, lo hago con gratitud a Dios omnipotente, que ha colmado a los pueblos europeos del espíritu de reconciliación, paz y unidad.

2. El premio, con el cual la ciudad de Aquisgrán suele honrar los méritos con respecto a Europa, lleva con razón el nombre del emperador Carlomagno. En efecto, el rey de los francos, que constituyó a Aquisgrán como capital de su reino, dio una contribución esencial a los fundamentos políticos y culturales de Europa y, por tanto, mereció recibir ya de sus contemporáneos el nombre de pater Europae.La feliz unión de la cultura clásica y de la fe cristiana con las tradiciones de diversos pueblos se realizó en el imperio de Carlomagno y se ha desarrollado de varias formas como herencia espiritual y cultural de Europa a lo largo de los siglos. Aunque la Europa moderna presenta, en muchos aspectos, una realidad nueva, en la figura histórica de Carlomagno se puede ver un elevado valor simbólico.

3. Hoy la unidad europea, que va creciendo, tiene también otros padres. Por una parte, no se debe subestimar a los pensadores y políticos que han dado y dan prioridad a la reconciliación y al crecimiento conjunto de sus pueblos en vez de insistir en sus propios derechos y en la exclusión. En este contexto, quisiera recordar a los que han sido premiados hasta ahora; a algunos de ellos podemos saludarlos, porque están presentes aquí. La Sede apostólica reconoce y estimula su actividad y el compromiso de muchas otras personalidades en favor de la paz y la unidad de los pueblos europeos. Doy las gracias en particular a todos los que han puesto sus fuerzas al servicio de la construcción de la casa común europea sobre la base de los valores transmitidos por la fe cristiana, como también sobre la base de la cultura occidental.

4. Al encontrarse la Santa Sede en territorio europeo, la Iglesia mantiene relaciones particulares con los pueblos de este continente. Por eso, desde el inicio la Santa Sede ha participado en el proceso de la integración europea. Después de los horrores de la segunda guerra mundial, mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, manifestó el vivo interés de la Iglesia apoyando explícitamente la idea de la formación de una "unión europea", sin dejar dudas sobre el hecho de que para una afirmación válida y duradera de dicha unión es necesario referirse al cristianismo como factor que crea identidad y unidad (cf. Discurso a la Unión de federalistas europeos en Roma, 11 de noviembre de 1948).

5. Ilustres señores y señoras, ¿con cuál Europa se debería soñar hoy? Permitidme trazar aquí un rápido esbozo de la visión que tengo de una Europa unida.

Pienso en una Europa sin nacionalismos egoístas, en la que se considere a las naciones como centros vivos de una riqueza cultural que merece ser protegida y promovida en beneficio de todos.
Pienso en una Europa en la que las conquistas de la ciencia, de la economía y del bienestar social no se orienten a un consumismo sin sentido, sino que estén al servicio de todo hombre que pase necesidad y de la ayuda solidaria a los países que tratan de alcanzar la meta de la seguridad social. Ojalá que Europa, que ha sufrido a lo largo de su historia tantas guerras sangrientas, se convierta en un factor activo de la paz en el mundo.

Pienso en una Europa cuya unidad se funde en la verdadera libertad. La libertad de religión y las libertades sociales han madurado como frutos valiosos en el humus del cristianismo. Sin libertad no existe responsabilidad: ni ante Dios ni ante los hombres. Sobre todo después del concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido dar un amplio espacio a la libertad. El Estado moderno es consciente de que no puede ser un Estado de derecho si no protege y promueve la libertad de los ciudadanos en sus posibilidades de expresión, tanto individuales como colectivas.

Pienso en una Europa unida gracias al compromiso de los jóvenes. Los jóvenes se comprenden entre sí con gran facilidad, más allá de los confines geográficos. Pero, ¿cómo puede nacer una generación de jóvenes que esté abierta a la verdad, a la belleza, a la nobleza y a lo que es digno de sacrificio, si en Europa la familia ya no se presenta como una institución abierta a la vida y al amor desinteresado? Una familia de la que también forman parte los ancianos, con vistas a lo que es más importante: la mediación activa de los valores y del sentido de la vida.

68 La Europa que tengo en la mente es una unidad política, más aún, espiritual, en la que los políticos cristianos de todos los países actúan conscientes de las riquezas humanas que lleva consigo la fe: hombres y mujeres comprometidos a hacer que esos valores sean fecundos, poniéndose al servicio de todos para una Europa del hombre, sobre el que resplandezca el rostro de Dios.
Este es el sueño que llevo en mi corazón y que en esta ocasión quisiera confiarle a usted y a las generaciones futuras.

6. Distinguido señor alcalde, quisiera darle las gracias una vez más a usted y al jurado del premio Carlomagno. Imploro de corazón abundantes bendiciones de Dios sobre la ciudad y la diócesis de Aquisgrán, y sobre todos los que trabajan en favor del verdadero bien de los hombres y de los pueblos de Europa.










A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE AUSTRALIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 26 de marzo de 2004



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro" (1Tm 1,2). Con afecto fraterno os doy una cordial bienvenida a vosotros, obispos de Australia. Agradezco al arzobispo Carroll los buenos deseos y los amables sentimientos que ha expresado en vuestro nombre. Los intercambio con afecto y os aseguro mis oraciones por vosotros y por quienes están confiados a vuestra solicitud pastoral. Vuestra primera visita "ad limina Apostolorum" en este nuevo milenio es una ocasión para dar gracias a Dios por el inmenso don de la fe en Jesucristo, que ha sido acogido y conservado por los pueblos de vuestro país (cf. Ecclesia in Oceania, 1). Como servidores del Evangelio para la esperanza del mundo, vuestra peregrinación para ver a Pedro (cf. Ga Ga 1,18) afirma y consolida la colegialidad que da origen a la unidad en la diversidad y salvaguarda la integridad de la tradición transmitida por los Apóstoles (cf. Pastores gregis ).

2. La llamada de nuestro Señor, "Seguidme" (Mt 4,19), es tan válida hoy como lo fue entonces a orillas del lago de Galilea, hace más de dos mil años. La alegría y la esperanza del seguimiento de Cristo marcan la vida de innumerables sacerdotes, religiosos y fieles laicos australianos que se esfuerzan por responder, juntos, a la llamada de Cristo, haciendo que su verdad influya en la vida eclesial y civil de vuestra nación. Pero también es cierto que la perniciosa ideología del secularismo ha encontrado terreno fértil en Australia. En la raíz de este inquietante desarrollo está el intento de promover una visión de la humanidad sin Dios. El secularismo exagera el individualismo, rompe el vínculo esencial entre libertad y verdad, y corroe la relación de confianza que caracteriza una vida social auténtica. Vuestras relaciones describen de modo inequívoco algunas de las consecuencias destructivas de este eclipse del sentido de Dios: el debilitamiento de la vida familiar; el alejamiento de la Iglesia; una visión limitada de la vida, que no consigue despertar en las personas la llamada sublime a "orientarse hacia una verdad que la trasciende" (Fides et ratio FR 5).

Ante estos desafíos, cuando hay viento contrario (cf. Mc Mc 6,48), el Señor mismo nos dice: "¡Ánimo!, soy yo, no temáis" (Mc 6,50). Confiando firmemente, también vosotros podéis disipar el temor y el miedo. Especialmente en una cultura del "aquí y ahora", los obispos deben destacar como profetas, testigos y servidores intrépidos de la esperanza de Cristo (cf. Pastores gregis ). Al proclamar esta esperanza, que brota de la cruz, espero que guiéis a los hombres y mujeres desde las sombras de la confusión moral y el modo de pensar ambiguo hacia el esplendor de la verdad y del amor de Cristo. En efecto, sólo mediante la comprensión del destino final -la vida eterna en el cielo- pueden explicarse las numerosas alegrías y ctristezas de cada día, permitiendo a las personas afrontar el misterio de su vida con confianza (cf. Fides et ratio FR 81).

3. El testimonio de esperanza que da la Iglesia (cf. 1P 3,15) es especialmente fuerte cuando se reúne para el culto. La misa dominical, por su especial solemnidad, por la presencia obligatoria de los fieles y por celebrarse en el día en que Cristo venció a la muerte, expresa con gran énfasis la dimensión eclesial propia de la Eucaristía: el misterio de la Iglesia se hace presente de un modo más palpable (cf. Dies Domini, 34). En consecuencia, el domingo es el "día supremo de la fe", "un día indispensable", "el día de la esperanza cristiana".

Todo debilitamiento de la observancia dominical de la santa misa debilita el seguimiento de Cristo y ofusca la luz del testimonio de su presencia en nuestro mundo. Cuando el domingo pierde su significado fundamental y se subordina al concepto secular de "fin de semana", dominado por cosas como el entretenimiento y el deporte, la gente se encierra en un horizonte tan estrecho, que ya no logra ver el cielo (cf. Dies Domini, 4). En vez de sentirse verdaderamente satisfecha o revitalizarse, permanece atrapada en una búsqueda sin sentido de la novedad y privada de la frescura perenne del "agua viva" (Jn 4,11) de Cristo. Aunque la secularización del día del Señor os causa naturalmente mucha preocupación, os puede consolar la fidelidad del Señor mismo, que sigue invitando a su pueblo con un amor que desafía y llama (cf. Ecclesia in Oceania, 3). A la vez que exhorto a los queridos fieles de Australia -y de modo especial a los jóvenes- a permanecer fieles a la celebración de la misa dominical, hago mías las palabras de la carta a los Hebreos: "Mantengamos firme la confesión de la esperanza (...) sin abandonar vuestra propia asamblea, (...) antes bien, animándoos" (He 10,23-25).

69 A vosotros, los obispos, os aconsejo que, como moderadores de la liturgia, deis prioridad pastoral a programas catequísticos que instruyan a los fieles sobre el verdadero significado del domingo y los estimulen a observarlo plenamente. Para este fin, os remito a mi carta apostólica Dies Domini. Describe la índole peregrina y escatológica del pueblo de Dios, que puede quedar fácilmente ofuscada hoy por una concepción sociológica superficial de la comunidad. Como memoria de un acontecimiento pasado y celebración de la presencia viva del Señor resucitado en medio de su pueblo, el domingo también mira a la gloria futura de su retorno y a la plenitud de la esperanza y la alegría cristianas.

4. Con la liturgia está íntimamente relacionada la misión de la Iglesia de evangelizar.Aunque la renovación litúrgica, ardientemente deseada por el concilio Vaticano II, justamente ha permitido una participación más activa y consciente de los fieles en sus funciones propias, dicha implicación no debe convertirse en un fin en sí mismo. "La finalidad de estar con Jesús es partir desde Jesús, con su poder y su gracia" (Ecclesia in Oceania, 3).

Precisamente esta dinámica articula la oración después de la comunión y el rito de conclusión de la misa (cf. Dies Domini, 45). Los discípulos de Cristo, enviados por el Señor mismo a la viña -la casa, el lugar de trabajo, las escuelas, las organizaciones cívicas-, no pueden "estar en la plaza parados" (
Mt 20,3), y aunque se inserten a fondo en la organización interna de la vida parroquial, no deben descuidar el mandato de evangelizar activamente a los demás (cf. Christifideles laici CL 2). Renovados por la fuerza del Señor resucitado y de su Espíritu, los seguidores de Cristo deben volver a su "viña", ardiendo en deseos de "hablar" de Cristo y "mostrarlo" al mundo (cf. Novo millennio ineunte NM 16).

5. La comunión que existe entre el obispo y sus sacerdotes exige que cada obispo se interese por el bienestar del presbiterio. La Declaración final del Encuentro interdicasterial de 1998 con una delegación de obispos australianos destacó, con mucha razón, la gran entrega de los sacerdotes que sirven a la Iglesia en Australia (cf. n. 19). A la vez que expreso mi aprecio por su incansable y generoso servicio, os invito a escuchar siempre a vuestros sacerdotes como un padre escucharía a su hijo. En un contexto secular como el vuestro, es muy importante que ayudéis a vuestros sacerdotes a comprender que su identidad espiritual debe caracterizar conscientemente toda su actividad pastoral. El sacerdote no es nunca un administrador o un mero defensor de un punto de vista particular. A imitación del buen Pastor, es un discípulo que trata de trascender sus limitaciones personales y alegrarse en una vida de intimidad con Cristo. Una relación de profunda comunión y amistad con Jesús, en la que el sacerdote habla habitualmente "de corazón a corazón con el Señor" (Instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, 27), alimentará su búsqueda de la santidad, enriqueciéndose no sólo a sí mismo, sino también a toda la comunidad a la que sirve.

Acogiendo la llamada universal a la santidad (cf. 1Th 4,3), se realiza la vocación particular a la que Dios llama a cada persona. A este respecto, estoy seguro de que vuestras iniciativas para promover una cultura de la vocación y apreciar los diversos estados de la vida eclesial, que existen para que "el mundo crea" (Jn 17,21), darán fruto. En cuanto a los jóvenes que responden generosamente a la llamada de Dios al sacerdocio, reafirmo una vez más que deben recibir toda vuestra ayuda mientras se esmeran por vivir una vida de sencillez, de castidad y de servicio humilde, a imitación de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, de quien se han de convertir en iconos vivientes (cf. Pastores dabo vobis PDV 33).

6. La contribución de los hombres y mujeres consagrados a la misión de la Iglesia y a la construcción de la sociedad civil ha sido sumamente valiosa para vuestra nación.Innumerables australianos se han beneficiado con el compromiso abnegado de los religiosos en el ministerio pastoral y en la dirección espiritual, así como en la educación, en el trabajo social y médico, y en la atención a los ancianos. Vuestros informes atestiguan vuestra admiración por esos hombres y mujeres, cuyo "don de sí mismos por amor al Señor Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana" (Vita consecrata VC 3), enriquece tanto la vida de vuestras diócesis.

Este profundo aprecio por la vida consagrada va acompañado justamente por vuestra preocupación por la disminución de las vocaciones religiosas en vuestro país. Hace falta una claridad renovada para articular la contribución particular de los religiosos a la vida de la Iglesia: una misión para hacer presente el amor de Cristo entre los hombres (cf. Instrucción Recomenzar desde Cristo: un compromiso renovado de vida consagrada en el tercer milenio, n. 5). Esa claridad dará origen a un nuevo kairós, con religiosos que reafirmen con confianza su vocación y que, bajo la guía del Espíritu Santo, propongan de nuevo a los jóvenes el ideal de la consagración y de la misión. Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, abrazados por amor a Dios, iluminan espléndidamente la fidelidad, el dominio de sí mismos y la libertad auténtica, necesarios para vivir la plenitud de vida a la que están llamados todos los hombres y mujeres. Con estos sentimientos, aseguro una vez más a los sacerdotes religiosos, a los hermanos y a las hermanas, que dan un testimonio vital siguiendo radicalmente las huellas de Cristo.

7. Queridos hermanos, agradezco vuestros esfuerzos constantes por sostener la unicidad del matrimonio como pacto para toda la vida, basado en el generoso don mutuo y en el amor incondicional. La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la vida familiar estable ofrece una verdad salvífica a las personas y un fundamento sólido en el que pueden apoyarse las aspiraciones de vuestra nación. Explicar de forma incisiva y fiel la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia es de suma importancia para oponerse a la visión secular, pragmática e individualista, que ha ganado terreno en el ámbito de la legislación e, incluso, cierta aceptación en la opinión pública (cf. Ecclesia in Oceania, 45). Es particularmente preocupante la tendencia creciente a equiparar al matrimonio otras formas de convivencia. Esto ofusca la verdadera naturaleza del matrimonio y viola su finalidad sagrada en el plan de Dios para la humanidad (cf. Familiaris consortio FC 3).

Formar familias según el esplendor de la verdad de Cristo significa participar en la obra creadora de Dios. Esto está en el centro de la llamada a promover una civilización del amor. La Iglesia siente el mismo amor profundo de las madres y los padres por sus hijos, como siente también el dolor que experimentan los padres cuando sus hijos son víctimas de fuerzas y tendencias que los alejan del camino de la verdad, dejándolos desorientados y confundidos. Los obispos deben seguir apoyando a los padres que, a pesar de las dificultades sociales a menudo desconcertantes del mundo de hoy, pueden ejercer gran influencia y ofrecer horizontes más amplios de esperanza (cf. Pastores gregis ). El obispo tiene la tarea particular de asegurar que en la sociedad civil -incluyendo los medios de comunicación social y los sectores de la industria del entretenimiento- se sostengan y defiendan los valores del matrimonio y de la vida familiar (cf. ib., 52).

8. Por último, deseo expresar mi gratitud por la noble contribución que la Iglesia en Australia da a la realización de la justicia social y la solidaridad. Vuestro liderazgo en la defensa de los derechos fundamentales de los refugiados, de los emigrantes y de las personas que solicitan asilo político, y el apoyo al desarrollo que brindáis a los australianos indigentes, son ejemplos luminosos de la "práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano" (Novo millennio ineunte NM 49), al que he invitado a toda la Iglesia. El papel creciente de Australia como líder en la región del Pacífico os brinda la oportunidad de responder a la necesidad urgente de un cuidadoso discernimiento del fenómeno de la globalización. La atenta solicitud por los pobres, los abandonados y los maltratados, y la promoción de una globalización de la caridad contribuirán en gran medida a indicar el camino de un desarrollo genuino que supere la marginación social y produzca beneficios económicos para todos (cf. Pastores gregis ).

9. Queridos hermanos, con afecto y gratitud fraterna os ofrezco estas reflexiones y os aseguro mis oraciones mientras apacentáis la grey que se os ha confiado. Unidos en vuestro anuncio de la buena nueva de Jesucristo, avanzad ahora con esperanza. Con estos sentimientos, os encomiendo a la protección de María, Madre de la Iglesia, y a la intercesión y guía de la beata María MacKillop. A vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis, imparto cordialmente mi bendición apostólica.










A LOS PRELADOS Y OFICIALES


DEL TRIBUNAL DE LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA


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Sábado 27 de marzo de 2004

Señor cardenal;
venerados hermanos en el sacerdocio;
amadísimos jóvenes:

1. Me alegra acoger, en este tiempo santo de la Cuaresma, camino de la Iglesia hacia la Pascua tras las huellas de Cristo Señor, a todos los participantes en el curso sobre el fuero interno. Este curso, que organiza todos los años el tribunal de la Penitenciaría apostólica, lo siguen con particular interés no sólo sacerdotes y confesores, sino también seminaristas que quieren prepararse para desempeñar con generosidad y solicitud el ministerio de la reconciliación, tan esencial para la vida de la Iglesia.

Lo saludo ante todo a usted, señor cardenal James Francis Stafford, que, en calidad de penitenciario mayor, acompaña por primera vez a este selecto grupo de profesores y alumnos, juntamente con los oficiales del mismo tribunal. Veo con alegría que están presentes también los beneméritos religiosos de diversas Órdenes dedicadas al ministerio de la penitencia en las basílicas patriarcales de Roma, en beneficio de los fieles de la ciudad y del mundo entero. A todos los saludo con afecto.
Un
2. Hace treinta años entró en vigor en Italia el nuevo Ritual de la penitencia, promulgado unos meses antes por la Congregación para el culto divino. Me parece justo recordar esta fecha, en la que se puso en manos de los sacerdotes y de los fieles un valioso instrumento de renovación de la confesión sacramental, tanto en las premisas doctrinales como en las directrices para una digna celebración litúrgica. Quisiera atraer la atención hacia la amplia selección de textos de la sagrada Escritura y de oraciones que presenta el nuevo Ritual, para dar al momento sacramental toda la belleza y la dignidad de una confesión de fe y de alabanza en presencia de Dios.

Además, conviene destacar la novedad de la fórmula de la absolución sacramental, que muestra mejor la dimensión trinitaria de este sacramento: la misericordia del Padre, el misterio pascual de la muerte y resurrección del Hijo, y la efusión del Espíritu Santo.

3. Con el nuevo Ritual de la penitencia, tan rico en referencias bíblicas, teológicas y litúrgicas, la Iglesia ha puesto en nuestras manos una ayuda oportuna para vivir el sacramento del perdón a la luz de Cristo resucitado. El mismo día de Pascua, como recuerda el evangelista, Jesús entró en el cenáculo, estando cerradas las puertas, sopló sobre los discípulos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22). Jesús comunica su Espíritu, que es el "perdón de todos los pecados", como afirma el Misal romano (cf. Oración sobre las ofrendas del sábado de la VII semana de Pascua), para que el penitente obtenga, por el ministerio de los presbíteros, la reconciliación y la paz.

El perdón de los pecados, necesario para quien ha pecado, no es el único fruto de este sacramento. También "produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1468). Sería ilusorio querer tender a la santidad, según la vocación que cada uno ha recibido de Dios, sin recibir con frecuencia y fervor este sacramento de la conversión y de la santificación.

71 El horizonte de la llamada universal a la santidad, que propuse como camino pastoral de la Iglesia al inicio del tercer milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 30), tiene en el sacramento de la reconciliación una premisa decisiva (cf. ib., 37). En efecto, el sacramento del perdón y de la gracia, del encuentro que regenera y santifica, es el sacramento que, juntamente con la Eucaristía, acompaña el camino del cristiano hacia la perfección.

4. Por su naturaleza, implica una purificación, tanto en los actos del penitente, que abre su conciencia por su profunda necesidad de ser perdonado y regenerado, como en la efusión de la gracia sacramental, que purifica y renueva. Jamás seremos tan santos como para no necesitar esta purificación sacramental: la confesión humilde, hecha con amor, suscita una pureza cada vez más delicada en el servicio a Dios y en las motivaciones que lo sostienen.

La penitencia es sacramento de iluminación. La palabra de Dios, la gracia sacramental, las exhortaciones del confesor, verdadero "guía espiritual", inspiradas por el Espíritu Santo y la humilde reflexión del penitente iluminan su conciencia, le hacen comprender el mal cometido y lo disponen a comprometerse nuevamente con el bien. Quien se confiesa con frecuencia, y lo hace con el deseo de progresar, sabe que recibe en el sacramento, además del perdón de Dios y de la gracia del Espíritu, una luz valiosa para su camino de perfección.

Por último, el sacramento de la penitencia realiza un encuentro que unifica con Cristo. Progresivamente, de confesión en confesión, el fiel experimenta una comunión cada vez más profunda con el Señor misericordioso, hasta la identificación plena con él, que tiene lugar en la perfecta "vida en Cristo", en la que consiste la verdadera santidad.

El sacramento de la penitencia, vivido como encuentro con Dios Padre por Cristo en el Espíritu, no sólo revela su belleza, sino también la conveniencia de su celebración asidua y ferviente. Es un don también para nosotros, los sacerdotes, que, aun estando llamados a desempeñar el ministerio sacramental, cometemos faltas de las que debemos pedir perdón. La alegría de perdonar y la de ser perdonados van juntas.

5. Todos los confesores tienen la gran responsabilidad de desempeñar con bondad, sabiduría y valentía este ministerio. Su cometido es hacer amable y deseable este encuentro, que purifica y renueva en el camino hacia la perfección cristiana y en la peregrinación hacia la Patria.

A la vez que os deseo a todos vosotros, queridos confesores, que la gracia del Señor os convierta en ministros dignos de la "palabra de la reconciliación" (cf. 2Co 5,19), encomiendo vuestro valioso servicio a la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra, a quien la Iglesia en este tiempo de Cuaresma invoca, en una de las misas dedicadas a ella, como "Madre de la reconciliación".
Con estos sentimientos, a todos imparto con afecto mi bendición.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL VIII FORUM INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD



Rocca di Papa (Roma)


31 de marzo - 4 de abril de 2004






1. Deseo ante todo enviar mi más cordial saludo a todos vosotros, queridos estudiantes, que os habéis reunido en estos días en Rocca di Papa para participar en el VIII "Fórum Internacional de la Juventud" sobre el tema: "Los jóvenes y la universidad: dar testimonio de Cristo en el ambiente universitario". Vuestra presencia es para mí motivo de gran alegría, porque es un fúlgido testimonio del rostro universal y siempre joven de la Iglesia. De hecho provenís de cinco continentes y representáis a más de 80 países y 30 Movimientos, Asociaciones y Comunidades internacionales.

Quisiera saludar a los Rectores y Docentes universitarios presentes en el Fórum, así como a los Obispos, sacerdotes y laicos comprometidos en la pastoral universitaria, que en estos días acompa n a los jóvenes en sus reflexiones.

Deseo expresar mi más profunda estima a Mons. Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y a todos sus colaboradores, por la realización de esta feliz iniciativa. Permanece vivo en mi memoria el recuerdo de las precedentes ediciones del Fórum, organizadas en concomitancia con las celebraciones internacionales de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Este año se decidió renovar la fórmula, confiriéndole un espacio más definido, acentuando la dimensión formativa con la elección de un tema específico, orientado a profundizar un aspecto concreto de la vida de los jóvenes. La temática de este encuentro es ciertamente de gran actualidad y responde a una necesidad real. Me alegro que tantos jóvenes, provenientes de culturas tan ricas y diversas, se hayan reunido en Rocca di Papa para reflexionar juntos, para compartir las propias experiencias, para infundirse mutuamente el coraje de dar testimonio de Cristo en el ambiente universitario.

72 2. En nuestra época es importante volver a descubrir el vínculo que une la Iglesia y la Universidad. La Iglesia, de hecho, no sólo ha tenido un papel decisivo en la institución de las primeras universidades, sino que ha sido a lo largo de los siglos taller de cultura, y aun hoy se ocupa activamente en este sentido mediante las Universidades católicas y las diversas formas de presencia en le vasto mundo universitario. La Iglesia aprecia la Universidad como uno de esos "bancos de trabajo, en los que la vocación del hombre al conocimiento, de la misma manera que el lazo constitutivo de la humanidad con la verdad, como objetivo del conocimiento, se convierte en una realidad cotidiana" para tantos profesores, jóvenes investigadores y multitud de estudiantes (Discurso a la UNESCO, nº 19, Ecclesia Nº 1986, 14.06.1980, ).

Queridos estudiantes, en la Universidad no sólo sois los destinatarios de los servicios, sino que sois los verdaderos protagonistas de las actividades que ahí se desarrollan. No es casualidad que el período de los estudios universitarios constituya una fase fundamental de vuestra existencia, durante la cual os preparáis para asumir la responsabilidad de elecciones decisivas que orientarán todo vuestro futuro. Por este motivo es necesario que afrontéis la etapa universitaria con una actitud de búsqueda de las justas respuestas a las preguntas esenciales sobre el significado de la vida, la felicidad y la plena realización del hombre, sobre la belleza como esplendor de la verdad.

Afortunadamente, hoy se ha debilitado mucho la influencia de las ideologías y utopías fomentadas por aquel ateísmo mesiánico que tanto ha incidido en el pasado en muchos ambientes universitarios. Pero no faltan nuevas corrientes ideológicas que reducen la razón sólo al horizonte de la ciencia experimental y, por ende, al conocimiento técnico e instrumental, para encerrarla a veces en una visión escéptica y nihilista. Además de inútiles, estos intentos de huir de la pregunta del sentido profundo de la existencia pueden transformarse incluso en peligrosos.

3. Mediante el don de la fe hemos encontrado a Aquel que se nos presenta con aquellas palabras sorprendentes: "Yo soy la verdad" (
Jn 14,6). ¡Jesús es la verdad del cosmos y de la historia, el sentido y el destino de la existencia humana, el fundamento de toda realidad! A vosotros, que habéis acogido esta Verdad como vocación y certeza de vuestra vida, os toca dar razón de vuestra fe también en el ambiente y en el trabajo universitario. Ahora se impone la pregunta: ¿cuánto incide la verdad de Cristo en vuestro estudio, en la búsqueda, en el conocimiento de la realidad, en la formación integral de la persona? Puede suceder, también entre aquellos que profesan ser cristianos, que algunos de hecho se comporten en la Universidad como si Dios no existiese. El cristianismo no es una simple preferencia religiosa subjetiva, finalmente irracional, relegada al ámbito de lo privado. Como cristianos tenemos el deber de testimoniar aquello que afirma el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes: "La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas". (Nº 11). Debemos demostrar que la fe y la razón no son inconciliables, sino que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (cfr. Fides et ratio, Intr.).

4. ¡Jóvenes amigos! Vosotros sois los discípulos y los testigos de Cristo en la Universidad. Sea para todos vosotros el tiempo universitario un tiempo de gran maduración espiritual e intelectual, que os haga profundizar vuestra relación personal con Cristo. Pero si vuestra fe está unida simplemente a fragmentos de tradición, a buenos sentimientos o a una ideología genérica religiosa, entonces no estaréis en condiciones de resistir al impacto ambiental. Por lo tanto, intentad permanecer fieles a vuestra identidad cristiana y enraizados en la comunión eclesial. Para ello alimentaos de una constante oración. Elegid, cuando sea posible, buenos maestros universitarios.
No os quedéis aislados en ambientes que a menudo son difíciles, sino participad activamente en la vida de las asociaciones, movimientos y comunidades eclesiales que actúan en el ámbito universitario. Acercaos a las parroquias universitarias y dejaos ayudar por las capellanías. Hay que ser constructores de la Iglesia en la Universidad, o sea, de una comunidad visible que cree, que reza, que da testimonio de la esperanza y que acoge en la caridad toda huella del bien, de la verdad y de la belleza de la vida universitaria. Todo esto no sólo en el campus universitario sino donde viven y se encuentran los estudiantes. Estoy seguro que los Pastores no dejarán de preocuparse por dedicar un especial cuidado a los ambientes universitarios y destinarán a esta misión santos y competentes sacerdotes.

5. Queridos participantes en el VIII Fórum Internacional de Jóvenes, me alegro de saberos presentes en la Plaza de San Pedro el próximo jueves en el encuentro con los jóvenes de la diócesis de Roma, y el domingo en la Misa del Domingo de Ramos, cuando celebremos juntos la XIX Jornada Mundial de la Juventud sobre el tema: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Será la última etapa de preparación espiritual al gran encuentro de Colonia en el 2005. No basta "hablar" de Jesús a los jóvenes universitarios: también hay que hacerles "ver" a Cristo a través del testimonio elocuente de la vida (cfr. Novo millennio ineunte NM 16). Os deseo que este encuentro en Roma contribuya a fortificar vuestro amor por la Iglesia universal y vuestro compromiso al servicio del mundo universitario. Cuento con cada uno y cada una de vosotros para transmitir a vuestras Iglesias locales y a vuestros grupos eclesiales la riqueza de los dones que en estas intensas jornadas recibís.

Al invocar en vuestro camino la protección de la Virgen María, Sede de la Sabiduría, imparto de corazón una especial Bendición Apostólica a vosotros y a todos los que junto a vosotros - estudiantes, rectores, profesores, capellanes y personal administrativo -, componen la grande "comunidad universitaria".

Desde el Vaticano, 25 de marzo 2004


Discursos 2004 66