Discursos 2004 72

JUAN PABLO II








Abril de 2004




AL PONTIFICIO COLEGIO PÍO BRASILEÑO


Jueves 1 de abril de 2004



73 Señor rector y superiores;
queridos alumnos del Pontificio Colegio Pío Brasileño de Roma:

1. Me alegra mucho daros la bienvenida a este encuentro, con el cual queréis renovar el afecto y la adhesión al Sucesor de Pedro con ocasión del LXX aniversario de la fundación de vuestro Colegio. Agradezco al rector, padre Geraldo Antônio Coelho de Almeida, s.j., las amables palabras que me ha dirigido para manifestarme vuestros sentimientos y esperanzas.

Vuestra presencia aquí me trae a la memoria la visita que realicé al Colegio en 1982, cuando celebré la Eucaristía en vuestra capilla y tuve la oportunidad de hablaros y visitar algunas instalaciones del centro.

2. El Pío Brasileño fue inaugurado el 3 de abril de 1934, por voluntad del Papa Pío XI y del Episcopado de Brasil, de modo especial por el cardenal Sebastião Leme. El Colegio Pío Brasileño os acoge, enviado cada uno por su obispo, brindándoos un ambiente propicio para una formación académica y espiritual más amplia, tan necesaria para vuestra misión sacerdotal. Residir algunos años en Roma os ofrece muchas posibilidades de entrar en contacto con las memorias históricas de los primeros siglos del cristianismo, de abriros a la dimensión universal de la Iglesia, y de fomentar la comunión eclesial y la buena disposición a acoger las enseñanzas del Magisterio.

3. Aunque estéis lejos físicamente, sé que en vuestro corazón mantenéis vivo el recuerdo de las personas que estaban encomendadas a vuestra solicitud pastoral; en verdad, el pastor no puede olvidarse de sus fieles, cuando vive la caridad pastoral como Cristo. Me complace recordar el mensaje siempre nuevo que os dejé en mi anterior visita: La Iglesia en Brasil necesita ministros de Cristo bien formados (cf. Discurso del 24 de enero de 1982). Es una responsabilidad que recae de modo especial en vuestros formadores, no sólo de las universidades que frecuentáis, sino, sobre todo, en los religiosos de la Compañía de Jesús, encargados de la dirección y la animación de este Colegio. Quiera Dios que el espíritu fundacional legado por san Ignacio os anime continuamente, pues el Episcopado brasileño y todo el pueblo de Dios desean sacerdotes santos y doctos, verdaderos pastores de almas. Esa responsabilidad resulta aún mayor si pensamos que algunos sacerdotes provienen de otros países latinoamericanos y de África, Oceanía y Europa.

4. No quiero concluir estas palabras sin dar las gracias a la comunidad de religiosas, y a todos los que colaboran en las actividades del Colegio, y pido a Dios que os recompense el generoso y abnegado servicio que prestáis a la comunidad.

Nuestra Señora Aparecida, Madre de los sacerdotes, que siempre ha acompañado a todos sus hijos, venerada en vuestro Colegio, os alcance las gracias necesarias para imitar a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Como prenda de estos vivos deseos, os imparto una propiciadora bendición apostólica, que extiendo de corazón a vuestros familiares y amigos.









ENCUENTRO DEL SANTO PADRE CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

COMO PREPARACIÓN PARA LA XIX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Plaza de San Pedro, jueves 1 de abril\i de 2004

1. "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Es la petición que algunos "griegos", que habían acudido a Jerusalén para la Pascua, dirigen a Felipe. El Maestro, advertido de este deseo, comprende que ha llegado su "hora". La "hora" de la cruz, de la obediencia al Padre siguiendo la suerte del grano de trigo que, cayendo en tierra, se pudre y muere para producir fruto.

Para Jesús ha llegado también la "hora" de la gloria. La "hora" de la pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo. La "hora" en que entregará su vida para recobrarla de nuevo y donarla a todos. La "hora" en que, en la cruz, vencerá el pecado y la muerte en beneficio de toda la humanidad.
74 También nosotros estamos llamados a vivir esa "hora", para ser "honrados" juntamente con él por el Padre.

Amadísimos jóvenes de Roma y del Lacio, me alegra encontrarme con vosotros. Saludo al cardenal vicario, a los demás obispos aquí presentes y a quien, en nombre de todos vosotros, me ha hablado, dándome su testimonio. Saludo a los diversos artistas que participan en este encuentro y a todos vosotros, amadísimos amigos presentes en la plaza o que nos seguís mediante la televisión.

2. Hace veinte años, al concluir el Año santo de la Redención, entregué a los jóvenes la cruz, el madero en el que Cristo fue elevado de la tierra y vivió la "hora" para la cual había venido al mundo. Desde entonces esa cruz, peregrinando de una Jornada de la juventud a otra, está recorriendo el mundo sostenida por los jóvenes y anuncia el amor misericordioso de Dios, que sale al encuentro de todas sus criaturas para restituirles la dignidad perdida a causa del pecado.
Gracias a vosotros, queridos amigos, millones de jóvenes, al mirar esa cruz, han cambiado su existencia, comprometiéndose a vivir como auténticos cristianos.

3. Amadísimos jóvenes, permaneced unidos a la cruz. Mirad la gloria que os espera también a vosotros. ¡Cuántas heridas sufre vuestro corazón, a menudo causadas por el mundo de los adultos! Al entregaros una vez más idealmente la cruz, os invito a creer que somos muchos los que confiamos en vosotros, que Cristo confía en vosotros y que sólo en él está la salvación que buscáis.

¡Cuán necesario resulta hoy renovar el modo de acercarnos a los jóvenes para anunciarles el Evangelio! Ciertamente, debemos replantear nuestra propia situación para evangelizar el mundo juvenil, pero con la certeza de que también hoy Cristo desea que lo vean, de que también hoy quiere mostrar a todos su rostro.

4. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de emprender caminos nuevos de entrega total al Señor y de misión; sugerid vosotros mismos cómo llevar hoy la cruz al mundo.

A este propósito, deseo congratularme por la preparación, que se está realizando en la diócesis de Roma, de una misión de los jóvenes a los jóvenes, en el centro histórico, del 1 al 10 del próximo mes de octubre, que tiene un título muy significativo: "¡Jesús en el centro!". También me congratulo con el Consejo pontificio para los laicos, que durante estos días ha querido organizar un Foro internacional de jóvenes. Os saludo, queridos participantes en el Foro, y os aliento a comprometeros generosamente en la realización del proyecto de una presencia cristiana cada vez más eficaz en el mundo de la universidad.

Alimentados con la Eucaristía, unidos a la Iglesia y aceptando vuestras cruces, haced que explote en el mundo vuestra carga de fe y anunciad a todos la misericordia divina.

5. En este camino, no tengáis miedo de fiaros de Cristo. Ciertamente, amáis el mundo, y hacéis bien, porque el mundo fue creado para el hombre. Sin embargo, en un determinado momento de la vida, es preciso hacer una opción radical. Sin renegar de nada de lo que es expresión de la belleza de Dios y de los talentos recibidos de él, hay que ponerse de parte de Cristo, para testimoniar ante todos el amor de Dios.

A este respecto, me complace recordar la gran atracción espiritual que ejerció en la historia de mi vocación la figura del santo fray Alberto, Adam Chmielowski -así se llamaba-, que no era sacerdote. Fray Alberto era pintor de gran talento y cultura. Pues bien, en un determinado momento de su vida, rompió con el arte, porque comprendió que Dios lo llamaba a tareas mucho más importantes. Se trasladó a Cracovia, para hacerse pobre entre los más pobres, entregándose al servicio de los desheredados. En él encontré un gran apoyo espiritual y un ejemplo para alejarme de la literatura y del teatro, para la elección radical de la vocación al sacerdocio. Después, una de mis mayores alegrías fue elevarlo al honor de los altares, como, anteriormente, dedicarle una obra dramática: "Hermano de nuestro Dios".

75 Mirad que seguir a Cristo no significa renunciar a los dones que nos concede, sino elegir un camino de entrega radical a él. Si llama a este camino, el "sí" resulta necesario. Por tanto, no tengáis miedo de entregaros a él. Jesús sabe cómo debéis llevar hoy su cruz en el mundo, para colmar las expectativas de muchos otros corazones jóvenes.

6. ¡Cómo han cambiado los jóvenes de hoy con respecto a los de hace veinte años! ¡Cómo ha cambiado el contexto cultural y social en el que vivimos! Pero Cristo, no, él no ha cambiado. Él es el Redentor del hombre ayer, hoy y siempre.

Así pues, poned vuestros talentos al servicio de la nueva evangelización, para recrear un entramado de vida cristiana.

El Papa está con vosotros. Creed en Jesús, contemplad su rostro de Señor crucificado y resucitado, un rostro que muchos quieren ver, pero que, a menudo, está velado por nuestro escaso celo por el Evangelio y por nuestro pecado.

¡Oh Jesús amado, oh Jesús buscado, revélanos tu rostro de luz y de perdón! ¡Míranos, renuévanos, envíanos!

Muchísimos jóvenes te esperan y, si no te ven, no podrán vivir su vocación, no podrán vivir por ti y contigo, para renovar el mundo bajo tu mirada, dirigida al Padre y, al mismo tiempo, a nuestra pobre humanidad.

7. Amadísimos amigos, con creatividad siempre nueva, inspirada por el Espíritu Santo en la oración, seguid llevando juntos la cruz que os entregué hace veinte años.

Los jóvenes de entonces han cambiado, como también yo he cambiado, pero vuestro corazón, como el mío, tiene siempre sed de verdad, de felicidad, de eternidad y, por tanto, es siempre joven.

Esta tarde pongo nuevamente mi confianza en vosotros, esperanza de la Iglesia y de la sociedad.
¡No tengáis miedo! Llevad por doquier, a tiempo y a destiempo (cf.
2Tm 4,2), la fuerza de la cruz, para que todos, también gracias a vosotros, puedan seguir viendo y creyendo en el Redentor del hombre. Amén.








AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 2 de abril de 2004



76 Queridos hermanos en el episcopado:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (
Ep 1,2). Al comienzo de esta serie de visitas ad limina Apostolorum de los obispos de Estados Unidos, os doy una cordial bienvenida a vosotros, mis hermanos en el episcopado de las provincias eclesiásticas de Atlanta y Miami, así como del Ordinariato militar.

De hecho, vuestra visita a la tumba de san Pedro y a la casa de su Sucesor es una peregrinación espiritual al centro de la Iglesia. Ojalá que sea para vosotros una invitación a un encuentro más intenso con Jesucristo, una pausa de reflexión y de discernimiento a la luz de la fe, y un impulso para un nuevo vigor en la misión. Espero que esta serie de visitas ad limina dé también como fruto particular un aprecio más profundo del misterio de la Iglesia en toda su riqueza y un amplio discernimiento de los desafíos pastorales que afrontan los obispos de Estados Unidos en el alba del nuevo milenio.

Nuestros encuentros tienen lugar en un momento difícil de la historia de la Iglesia en Estados Unidos. Muchos de vosotros ya me habéis hablado del dolor causado por el escándalo de los abusos sexuales en los últimos dos años y de la urgente necesidad de reconstruir la confianza y promover la reconciliación entre los obispos, los sacerdotes y los laicos de vuestro país. Confío en que la buena voluntad que habéis mostrado al reconocer y afrontar los errores y las faltas del pasado, tratando al mismo tiempo de aprender de ellos, contribuirá en gran medida a esta obra de reconciliación y renovación. Este tiempo de purificación, con la gracia de Dios, llevará a "un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa" (Discurso a los cardenales y obispos de Estados Unidos, 23 de abril de 2002, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de abril de 2002, p. 9), una Iglesia cada vez más convencida de la verdad del mensaje cristiano, de la fuerza redentora de la cruz de Cristo y de la necesidad de unidad, fidelidad y convicción al dar testimonio del Evangelio ante el mundo.

2. La historia de la Iglesia demuestra que no puede haber una reforma eficaz sin renovación interior. Esto no sólo es verdad para las personas, sino también para cada grupo e institución en la Iglesia. En la vida de todo obispo el desafío de la renovación interior debe implicar una comprensión integral de su servicio como pastor gregis, al que Cristo ha encomendado un ministerio específico de gobierno pastoral en la Iglesia y la responsabilidad y la autoridad apostólica que acompañan a ese ministerio. Sin embargo, para ser un pastor gregis eficaz, el obispo también debe esforzarse constantemente por ser forma gregis (cf. 1P 5,3); su autoridad apostólica debe verse ante todo como testimonio religioso del Señor resucitado, de la verdad del Evangelio y del misterio de salvación presente y operante en la Iglesia. La X Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos recordó que el obispo "ha de vivir completamente sumiso a la palabra de Dios mediante la dedicación cotidiana a la predicación del Evangelio con toda paciencia y doctrina" (Pastores gregis cf. 2Tm 4,2).

Así pues, la renovación de la Iglesia está íntimamente relacionada con la renovación del ministerio episcopal. Puesto que el obispo está llamado de un modo único a ser alter Christus, vicario de Cristo en su Iglesia local y para ella, debe ser el primero en conformar su vida con Cristo en santidad y en conversión constante. Sólo teniendo los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp Ph 2,5) y "renovando el espíritu de la mente" (Ep 4,23), podrá desempeñar eficazmente su oficio de sucesor de los Apóstoles, guía de la comunidad de fe y coordinador de los carismas y las misiones que el Espíritu Santo derrama constantemente sobre la Iglesia.

3. El reciente Sínodo de los obispos y la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis hablaron insistentemente de la necesidad de una eclesiología de comunión y misión, que "es necesario tener siempre presente" (Pastores gregis ) para comprender y desempeñar el ministerio episcopal. Al hacerlo, adoptaron la visión esencial del concilio Vaticano II, que pidió un aprecio renovado por el misterio de la Iglesia, arraigado en la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ad gentes AGD 2 Lumen gentium LG 2-4), como base para reafirmar su unidad interna y su impulso misionero en todo el mundo.

Esta llamada del Concilio es válida hoy más que nunca. El regreso al centro de la Iglesia, la recuperación de la visión de fe de la naturaleza y de la finalidad de la Iglesia en el plan de Dios, y la comprensión más clara de su relación con el mundo, deben formar parte esencial de esa conversión constante a la palabra revelada de Dios que se exige a cada miembro del Cuerpo de Cristo, regenerado en el bautismo y llamado a trabajar por la difusión del reino de Dios en la tierra (cf. Lumen gentium LG 36).

Ecclesia sancta simul et semper purificanda. El apremiante llamamiento del Concilio a orar, trabajar y esperar para que la imagen de Cristo brille cada vez con mayor claridad en el rostro de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 15) exige una reafirmación constante del asentimiento de fe a la palabra de Dios revelada y una vuelta a la única fuente de toda auténtica renovación eclesial: la Escritura y la Tradición apostólica, tal como las interpreta autorizadamente el Magisterio de la Iglesia. En efecto, la visión del Concilio, que se expresa en las grandes constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, sigue siendo "una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Novo millennio ineunte NM 57).

4. Queridos hermanos, al inicio de estos encuentros del Sucesor de Pedro con los obispos de Estados Unidos, deseo reafirmar mi confianza en la Iglesia que está en vuestro país, mi aprecio por la profunda fe de los católicos norteamericanos y mi gratitud por las numerosas contribuciones que han dado a la sociedad norteamericana y a la vida de la Iglesia en todo el mundo. Visto con los ojos de la fe, el momento actual de dificultad es también un tiempo de esperanza, la esperanza que "no defrauda" (Rm 5,5), porque está arraigada en el Espíritu Santo, que suscita constantemente nuevas energías, nuevas vocaciones y nuevas misiones dentro del Cuerpo de Cristo.

La Asamblea especial del Sínodo de los obispos, celebrada después de los históricos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, afirmó con razón que el obispo está llamado a ser profeta, testigo y servidor de la esperanza ante el mundo (cf. Pastores gregis ), no sólo porque proclama a todos la razón de nuestra esperanza cristiana (cf. 1P 3,15), sino también porque hace presente esa esperanza a través de su ministerio pastoral, centrado en los tres munera: santificar, enseñar y gobernar. El ejercicio de este testimonio profético en la sociedad norteamericana contemporánea, como muchos de vosotros habéis puntualizado, se ha vuelto cada vez más difícil por las consecuencias del reciente escándalo y por la abierta hostilidad al Evangelio en ciertos sectores de la opinión pública, pero no puede eludirse o delegarse a otros.
77 Precisamente porque la sociedad norteamericana afronta una pérdida preocupante del sentido de la trascendencia y la consolidación de una cultura de lo material y lo efímero, necesita con urgencia ese testimonio de esperanza. Con la esperanza hemos sido salvados (cf. Rm Rm 8,24); el evangelio de la esperanza nos permite percibir la consoladora presencia del reino de Dios en este mundo y nos brinda confianza, serenidad y orientación, en lugar de la desesperanza, que inevitablemente produce miedo, hostilidad y violencia en el corazón de las personas y en la sociedad en general.

5. Por esta razón, pido a Dios que nuestros encuentros no sólo fortalezcan la comunión jerárquica que une al Sucesor de Pedro con sus hermanos en el episcopado de Estados Unidos, sino que también den abundantes frutos para el crecimiento de vuestras Iglesias locales en la unidad y en el celo misionero por la difusión del Evangelio. De este modo, reflejarán cada vez más plenamente el "gran misterio" de la Iglesia que, como dice el Concilio, es en Cristo, por decirlo así, un "sacramento (...) de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1), las primicias del reino de Dios y la prefiguración profética de un mundo reconciliado y en paz.

En los próximos meses, deseo hacer con vosotros y con vuestros hermanos en el episcopado una serie de reflexiones sobre el ejercicio del ministerio episcopal a la luz del triple "munus", por el cual el obispo, a través de la ordenación sacramental, se configura con Jesucristo, sacerdote, profeta y rey. Espero que una reflexión continuada sobre el don y el misterio que nos han sido confiados contribuya al cumplimiento de vuestro ministerio como heraldos del Evangelio y a la renovación de la Iglesia que está en Estados Unidos.

6. Queridos hermanos, os aseguro mis oraciones por cada uno de vosotros y por todos los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos encomendados a vuestra solicitud pastoral. Al mismo tiempo que nos esforzamos por afrontar los desafíos que se nos presentan, no dejemos nunca de dar gracias a Dios, uno y trino, por la rica variedad de dones que ha derramado sobre la Iglesia en Estados Unidos, y de mirar con confianza al futuro que su providencia está abriendo, también ahora, ante nosotros. Con gran afecto os encomiendo a todos a la intercesión amorosa de María Inmaculada, patrona de Estados Unidos, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.








A LA COMUNIDAD DE LA PARROQUIA DE SANTA ANA,


EN EL VATICANO


Sábado, 3 de abril de 2004



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os acojo y os saludo con afecto. Saludo a vuestro párroco, padre Gioele Schiavella, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes. Saludo al vicario general de la Orden, que no ha querido faltar a este encuentro, y a los beneméritos religiosos agustinos, así como a sus colaboradores. Saludo a los eclesiásticos presentes, a los representantes de las comunidades religiosas presentes en el territorio parroquial, a las familias y a todos los queridos fieles de la parroquia pontificia de Santa Ana.

2. Vuestra intención es celebrar, con oportunas iniciativas, el 75° aniversario de la fundación de la parroquia, instituida por voluntad de mi venerado predecesor el Papa Pío XI con la constitución apostólica Ex Lateranensi pacto, del 30 de mayo de 1929. Después de la firma de los Pactos lateranenses, que constituían el Estado de la Ciudad del Vaticano, quiso proveer al bien espiritual de los fieles domiciliados en el territorio del nuevo Estado, y encomendó la parroquia a la solicitud pastoral de la Orden de San Agustín.

Desde entonces, la comunidad parroquial ha llevado a cabo una diligente acción pastoral, creciendo en la experiencia de la fe y en la comunión entre sus diversos componentes. Gracias al esfuerzo constante de todos, la iglesia de Santa Ana se ha convertido en un oasis del espíritu, donde se puede orar y participar en celebraciones litúrgicas, realizadas con gran decoro y devoción.
Sé también que en el seno de la parroquia hay diversos grupos dedicados a múltiples actividades apostólicas y evangelizadoras. Además de su esfuerzo por difundir la buena nueva, dan un incesante testimonio de caridad fraterna y solicitud en favor de los hermanos más necesitados.

3. La celebración de los 75 años transcurridos constituye una feliz ocasión para dar gracias a Dios por la fecunda experiencia del pasado. Al mismo tiempo, es una circunstancia oportuna para hallar estímulos y aliento para proseguir el camino emprendido, mirando con confianza al futuro. Deseo que los religiosos agustinos y los sacerdotes que les ayudan, así como los agentes pastorales y los feligreses, crezcan cada vez más en el impulso espiritual y apostólico.

78 Amadísimos hermanos y hermanas, vuestra iglesia, situada precisamente en la entrada del Vaticano, es la parroquia a la que me siento particularmente unido. Por eso, os aseguro un recuerdo constante en la oración. Pido al Señor que guíe con su Espíritu a vuestra comunidad, para que sea centro de irradiación del Evangelio y de la paz de Cristo.

4. Además, en la inminencia de la Pascua, me complace desearos que la luz de la pasión, muerte y resurrección de Cristo ilumine toda vuestra existencia. Sólo Jesús puede colmaros el corazón de serenidad, y suscitar en vosotros el deseo de anunciar su Evangelio con alegría y entrega total.

Deseándoos a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos una santa Pascua, invoco la intercesión de la Virgen María y de su santa madre Ana, y os imparto a vosotros aquí presentes mi bendición, que extiendo a toda la comunidad parroquial.







DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA


SU EXCELENCIA SEÑOR ABEL PACHECO DE LA ESPRIELLA


Lunes 5 de abril de 2004



Señor Presidente:

Me es grato recibirle en esta visita que ha querido hacerme, renovándome las muestras de afecto y estima de los costarricenses al Papa. Me complazco por la colaboración existente entre la Iglesia y las Autoridades de su País, el cual tengo muy presente en mi recuerdo desde que tuve ocasión de visitarlo. Espero vivamente que sus gentes sigan caminando sobre la base firme de una sociedad justa, solidaria, responsable y pacífica.

Le agradezco, Señor Presidente, su presencia aquí y renuevo mis votos por el progreso espiritual y material de su pueblo, por su convivencia en concordia y libertad, a la vez que invoco del Altísimo, por la maternal intercesión de Nuestra Señora de los Ángeles, copiosas bendiciones para los amadísimos hijos e hijas de Costa Rica, a los cuales imparto de corazón la Bendición Apostólica








A LOS JÓVENES DEL UNIV


Lunes 5 de abril de 2004



Amadísimos jóvenes:

1. Me alegra acogeros también este año, y os doy a cada uno mi más cordial bienvenida. Habéis venido a Roma de diversos países y de múltiples universidades para vivir juntos la Semana santa y participar en el encuentro internacional del UNIV. Así, tenéis la oportunidad de intercambiar las experiencias adquiridas a través de la participación en las actividades de formación cristiana que la Prelatura del Opus Dei promueve en vuestras respectivas ciudades y naciones.

Os saludo con afecto, y saludo a cuantos os han acompañado, así como a los sacerdotes que os dirigen espiritualmente. Ayer, domingo de Ramos, en la plaza de San Pedro, oímos resonar estas palabras: "Queremos ver a Jesús". Son el tema del Mensaje que escribí a los jóvenes de todo el mundo con ocasión de la Jornada mundial de la juventud.

79 Queridos jóvenes, ¡que jamás falte en lo más hondo de vuestro corazón el deseo de ver a Cristo! Superad las emociones superficiales, resistiendo a las seducciones de los placeres y a las ambiciones del egoísmo y de las comodidades.

2. En vuestro congreso internacional estáis afrontando un tema de gran actualidad: "Proyectar la cultura: el lenguaje de la publicidad". Realmente es necesario saber usar lenguajes adecuados para transmitir mensajes positivos y para dar a conocer de modo atractivo ideales e iniciativas nobles.
También es necesario saber discernir cuáles son los límites y las insidias de los lenguajes que los medios de comunicación social nos proponen. En efecto, a veces los anuncios publicitarios presentan una visión superficial e inadecuada de la vida, de la persona, de la familia y de la moralidad.

3. Para cumplir esta ardua misión, es preciso seguir a Jesús de cerca en la oración y en la contemplación. Ser sus amigos en el mundo en el que vivimos exige, además, el esfuerzo de ir contra corriente.

En la universidad, en la escuela y dondequiera que os encontréis, cuando sea necesario, no tengáis miedo de ser anticonformistas. En especial, os invito a difundir la visión cristiana de la virtud de la pureza, sabiendo mostrar a vuestros coetáneos que "nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud" (san Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 40, 6).

4. En este mundo que busca a Jesús, a veces sin ni siquiera saberlo, vosotros, queridos jóvenes del UNIV, sed fermento de esperanza. En uno de nuestros primeros encuentros dije a vuestros amigos: "Si el hombre (...) camina con Dios, es capaz de cambiar el mundo" (cf. Discurso al UNIV, 11 de abril de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de abril de 1982, p. 10). Os lo repito a vosotros hoy: para mejorar el mundo, esforzaos ante todo por cambiar vosotros mismos acudiendo al sacramento de la penitencia e identificándoos íntimamente con Cristo en la Eucaristía.

A María, que nunca dejó de contemplar el rostro de su Hijo Jesús, os encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Invoco sobre cada uno de vosotros la protección de san Josemaría, así como la de todos los santos de vuestras tierras, y os bendigo de corazón.







VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

Viernes Santo, 9 de abril de 2004

1. Venit hora! ¡Ha llegado la hora! La hora del Hijo del hombre.

Como todos los años, recorremos ante el Coliseo romano el vía crucis de Cristo y participamos en la "hora" en la que se realizó la obra de la Redención.

Venit hora crucis! "La hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). La hora del sufrimiento desgarrador del Hijo de Dios, un sufrimiento que, veinte siglos después, sigue conmoviéndonos íntimamente e interpelándonos. El Hijo de Dios llegó a esta hora (cf. Jn Jn 12,27) precisamente para dar la vida por sus hermanos. Es la "hora" de la entrega, la "hora" de la revelación del amor infinito.

80 2. Venit hora gloriae! "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (Jn 12,23). Esta es la "hora" en la que a nosotros, hombres y mujeres de todos los tiempos, se nos ha donado el amor más fuerte que la muerte. Nos encontramos bajo la cruz en la que está clavado el Hijo de Dios, para que, con el poder que el Padre le ha dado sobre todo ser humano, dé la vida eterna a todos los que le han sido confiados (cf. Jn Jn 17,2).

Por eso, en esta "hora" debemos dar gloria a Dios Padre, "que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros" (Rm 8,32).

Ha llegado el momento de glorificar al Hijo, que "se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Ph 2,8).

No podemos por menos de dar gloria al Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos y ahora habita en nosotros para dar la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm Rm 8,11).

3. Que esta "hora" del Hijo del hombre, que vivimos el Viernes santo, permanezca en nuestra mente y en nuestro corazón como la hora del amor y de la gloria.

Que el misterio del vía crucis del Hijo de Dios sea para todos fuente inagotable de esperanza. Que nos consuele y fortalezca también cuando llegue nuestra hora.

Venit hora redemptionis. Glorificemus Redemptorem!

Amén.







AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE MOZAMBIQUE,


JOAQUIM ALBERTO CHISSANO


Sábado 17 de abril de 2004


Señor presidente:

Me complace recibirle con ocasión de su visita a Roma, en calidad de presidente de Mozambique y de la Unión africana, trayendo consigo los graves desafíos y las grandes esperanzas de ese continente, cuyas poblaciones tengo siempre en mi corazón y a las que me complace saludar en este tiempo pascual de resurrección.

81 Señor presidente Chissano, lo saludo cordialmente y le expreso mis mejores deseos de éxito en las nobles tareas confiadas a la institución que usted preside actualmente. El Espíritu celestial descienda sobre la gran familia humana y suscite en el corazón de todos el amor y el don de la vida. Dios bendiga a su familia y a todo el pueblo de Mozambique, bendiga a África y a cuantos la ayudan











ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EMIGRANTES


Sábado 17 de abril de 2004



Queridos y venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros con ocasión del Congreso internacional de la Unión cristiana de asociaciones entre y para los emigrantes italianos. Os saludo cordialmente y, a través de vosotros, dirijo un afectuoso saludo a todas las comunidades de emigrantes italianos esparcidas por el mundo. Agradezco al presidente, señor Adriano Degano, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

Trabajáis en las numerosas asociaciones cristianas de emigrantes, bien insertados en las comunidades parroquiales, con espíritu de fraterna y generosa colaboración. Me alegro por ello, y os animo a cultivar siempre la dimensión religiosa de vuestras asociaciones, para mantener vivos los valores heredados de los padres y transmitirlos a las nuevas generaciones. De este modo, dais una importante contribución a la evangelización. En efecto, como ya sucedió en el pasado, también en nuestra época la evangelización está íntimamente vinculada a los fenómenos migratorios. Os exhorto a hacer que vuestra fe vaya acompañada siempre por el testimonio de amor fraterno y por la atención activa a cuantos se encuentran en dificultades.

2. A la vez que os agradezco vuestra visita, os encomiendo a vosotros y a vuestras respectivas asociaciones a María santísima, invocándola como Madre de los emigrantes.

Con estos sentimientos, de corazón imparto a todos mi bendición, extendiéndola a las personas con quienes os encontráis diariamente en vuestro trabajo apostólico.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A MONS. WALTER BRANDMÜLLER,


PRESIDENTE DEL COMITÉ PONTIFICIO DE CIENCIAS HISTÓRICAS




Al reverendo monseñor

WALTER BRANDMÜLLER

Presidente del Comité pontificio de ciencias históricas

1. La Iglesia de Cristo tiene con respecto al hombre una responsabilidad que, en cierto modo, abarca todas las dimensiones de su existencia. Por eso, siempre se ha sentido comprometida en la promoción del desarrollo de la cultura humana, favoreciendo la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza, para que el hombre corresponda cada vez más a la idea creadora de Dios.


Discursos 2004 72