Discursos 2004 82

82 Con este fin, también es importante el cultivo de un serio conocimiento histórico de los diversos campos en los que se articula la vida de los individuos y de las comunidades. No existe nada más inconsistente que hombres o grupos sin historia. La ignorancia del propio pasado lleva fatalmente a la crisis y a la pérdida de identidad de los individuos y de las comunidades.

2. El estudioso creyente sabe también que posee en las sagradas Escrituras de la antigua y la nueva alianza una clave ulterior de lectura con vistas a un adecuado conocimiento del hombre y del mundo. En efecto, en el mensaje bíblico se conoce la historia humana en sus implicaciones más profundas: la creación, la tragedia del pecado y la redención. Así se define el verdadero horizonte de interpretación, dentro del cual pueden situarse los acontecimientos, los procesos y las figuras de la historia en su significado más recóndito.

En este contexto también hay que indicar las posibilidades que un marco histórico renovado puede ofrecer a una convivencia armoniosa de los pueblos, sostenida por una comprensión mutua y un intercambio recíproco de las respectivas realizaciones culturales. Una investigación histórica sin prejuicios y vinculada únicamente a la documentación científica desempeña un papel insustituible para derribar las barreras existentes entre los pueblos. En efecto, a menudo, a lo largo de los siglos se han levantado grandes barreras a causa de la parcialidad de la historiografía y del resentimiento recíproco. Como consecuencia, aún hoy persisten incomprensiones que son un obstáculo para la paz y la fraternidad entre los hombres y los pueblos.

La aspiración más reciente a superar los confines de la historiografía nacional, para llegar a una visión ensanchada a contextos geográficos y culturales más amplios, podría constituir una gran ayuda, porque aseguraría una mirada comparativa sobre los acontecimientos, permitiendo una valoración más equilibrada de los mismos.

3. La revelación de Dios a los hombres tuvo lugar en el espacio y en el tiempo. Su momento culminante, la encarnación del Verbo divino y su nacimiento de la Virgen María en la ciudad de David bajo el rey Herodes el Grande, fue un acontecimiento histórico: Dios entró en la historia humana. Por eso, contamos los años de nuestra historia partiendo del nacimiento de Cristo.

También la fundación de la Iglesia, a través de la cual él quiso transmitir, después de su resurrección y su ascensión, el fruto de la redención a la humanidad, es un acontecimiento histórico. La Iglesia misma es un fenómeno histórico y, por tanto, un objeto eminente de la ciencia histórica. Numerosos estudiosos, algunos de los cuales ni siquiera pertenecen a la Iglesia católica, le han dedicado su interés, dando una importante contribución a la elaboración de sus vicisitudes terrenas.

4. La finalidad esencial de la Iglesia no sólo consiste en la glorificación de la santísima Trinidad, sino también en transmitir los bienes salvíficos confiados por Jesucristo a los Apóstoles -su Evangelio y sus sacramentos- a cada generación de la humanidad, necesitada de la verdad y de la salvación. Precisamente este recibir del Señor y transmitir a los hombres la salvación es el modo como la Iglesia se realiza y se perfecciona a lo largo de la historia.

Dado que este proceso de transmisión, cuando se desarrolla a través de los órganos legítimos, está guiado por el Espíritu Santo conforme a la promesa de Jesucristo, adquiere un significado teológico, sobrenatural. Por tanto, cuanto se ha verificado a lo largo de la historia en lo que atañe al desarrollo de la doctrina, de la vida sacramental y del ordenamiento de la Iglesia, en sintonía con la tradición apostólica, debe considerarse como su evolución orgánica. Por eso, la historia de la Iglesia se manifiesta como el lugar oportuno al que es preciso acudir para conocer mejor la verdad misma de la fe.

5. Por su parte, la Santa Sede siempre ha estimulado las ciencias históricas a través de sus instituciones científicas, como lo testimonia, entre otras cosas, la fundación, realizada hace cincuenta años por obra del Papa Pío XII, de ese Comité pontificio de ciencias históricas.
En efecto, la Iglesia está muy interesada en un conocimiento cada vez más profundo de su historia. Con este fin, hoy se necesita, más que nunca, una enseñanza esmerada de las disciplinas histórico-eclesiásticas, sobre todo para los candidatos al sacerdocio, como recomendó el decreto Optatam totius del concilio Vaticano II (cf. n. 16). Sin embargo, para aplicarse con éxito al estudio de la tradición eclesiástica, son absolutamente indispensables unos conocimientos sólidos de las lenguas latina y griega, sin los cuales no se puede acceder a las fuentes de la tradición eclesiástica. Sólo con su auxilio es posible redescubrir también hoy la riqueza de la experiencia de vida y de fe que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, ha ido acumulando durante los dos mil años transcurridos.
6. La historia enseña que en el pasado, cada vez que se adquiría un nuevo conocimiento de las fuentes, se ponían las bases para un nuevo florecimiento de la vida eclesial. Si "historia, magistra vitae", como afirma la antigua expresión latina, la historia de la Iglesia bien puede definirse "magistra vitae christianae".

83 Por tanto, deseo que el actual congreso dé un nuevo impulso a los estudios históricos. Esto asegurará a las nuevas generaciones un conocimiento cada vez más profundo del misterio de la salvación operante en el tiempo, y suscitará en un número de fieles cada vez mayor el deseo de tomar a manos llenas de las fuentes de la gracia de Cristo.

Con estos deseos, le envío a usted, monseñor, a los relatores y a los participantes en el congreso, mi afectuosa bendición.

Vaticano, 16 de abril de 2004









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA


Martes 20 de abril\i de 2004

Señor cardenal;
queridos miembros de la Pontificia Comisión Bíblica:

1. Me alegra acogeros una vez más con ocasión de vuestra asamblea plenaria anual. Deseo saludar en particular al presidente, el señor cardenal Joseph Ratzinger, al que agradezco la interesante presentación de vuestros trabajos.

2. Os habéis reunido nuevamente para profundizar en una cuestión muy importante: la relación entre Biblia y moral. Se trata de un tema que no sólo concierne al creyente, sino también, en cierto sentido, a todas las personas de buena voluntad. En efecto, a través de la Biblia, Dios habla y se revela a sí mismo e indica la base sólida y la orientación segura para el comportamiento humano.
Conocer a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, reconocer su infinita bondad, saber con corazón agradecido y sincero que "toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces" (Jc 1,17), descubrir en los dones que Dios nos ha dado las tareas que nos ha confiado, obrar conscientes de nuestra responsabilidad con respecto a él, son algunas de las actitudes fundamentales de una moral bíblica.

3. La Biblia nos presenta riquezas inagotables de esta revelación de Dios y de su amor a la humanidad. La tarea de vuestro compromiso común consiste en facilitar al pueblo cristiano el acceso a estos tesoros.

Deseándoos un provechoso desarrollo de vuestros estudios, invoco sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la luz del Espíritu Santo, y os imparto a todos mi afectuosa bendición.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


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Viernes 23 de abril



Amadísimos socios del Círculo de San Pedro:

1. Me alegra acogeros y os saludo de corazón. Extiendo mi saludo a vuestros familiares y a cuantos cooperan con vosotros en vuestras diversas actividades caritativas. Saludo con afecto a vuestro consiliario, monseñor Ettore Cunial, así como a vuestro presidente, el marqués Marcello Sacchetti, a quien agradezco las palabras que amablemente me ha dirigido en nombre de los presentes.
Es valiosa la misión que realizáis con admirable celo apostólico. Al salir al encuentro de los pobres y llevar consuelo a los enfermos y a los que sufren, testimoniáis de manera concreta la "creatividad de la caridad", a la que invité en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 50).

El óbolo de San Pedro, que, como todos los años, habéis venido a entregarme, constituye un signo ulterior de esta apertura a los hermanos que se encuentran en dificultades. Al mismo tiempo, es una participación concreta en el compromiso de la Sede apostólica de responder a las crecientes urgencias de la Iglesia, especialmente en los países más pobres.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, me complace manifestar una vez más mi profundo aprecio por vuestro compromiso, animado por una fidelidad y una adhesión convencidas al Sucesor de Pedro. Lo alimentáis todos los días con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Es importante, sobre todo, que vuestra existencia esté centrada en el misterio de la Eucaristía. El secreto de la eficacia de todos nuestros proyectos es la fidelidad a Cristo. Este es el testimonio de los santos. En particular, pienso en los siervos de Dios a los que el próximo domingo tendré la alegría de proclamar beatos. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, cada uno de vosotros intensifique su celo misionero, dispuesto a hacerse "buen samaritano" de cuantos viven hoy en condiciones de pobreza o abandono.
Que os acompañe también la Virgen María con su protección materna. Por mi parte, os aseguro que oro por vosotros, aquí presentes, por cuantos os secundan en vuestras diversas actividades y por quienes encontráis en vuestro apostolado diario, a la vez que con afecto os imparto una bendición apostólica especial.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE JÓVENES DE ROUEN


Sábado 24 de abril de 2004



Queridos jóvenes:

Me alegra acogeros esta mañana durante esta audiencia especial. Saludo al padre Christian Nourrichard, administrador diocesano.

Habéis venido a Roma para vivir una semana de retiro y de vida fraterna. Oro especialmente por los que recibirán la confirmación el lunes. Os invito a todos a hacer de vuestra peregrinación un tiempo de renovación espiritual. Podréis discernir la voluntad del Señor, que quiere ayudaros a llevar una existencia hermosa; vuestra vida interior cobrará nuevo impulso. No tengáis miedo de abrir vuestro corazón y dejar que Cristo os hable. Aprended a dedicar regularmente tiempo a la oración y a la meditación del Evangelio.

85 Encomendándoos a todos a la Virgen María, os animo a proseguir vuestra búsqueda como Iglesia, y os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los seminaristas, a las religiosas y a los laicos que os acompañan.






EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE GIORGIO LA PIRA



Lunes 26 de abril de 2004




Señor cardenal;
ilustres representantes de la Asociación nacional de municipios italianos:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a este encuentro, que se sitúa en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento del profesor Giorgio La Pira. Os saludo a cada uno de vosotros y a las ciudades que aquí representáis. En particular, saludo al cardenal Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, así como al alcalde de esa ciudad y presidente de la Asociación, señor Leonardo Domenici, al que agradezco las palabras que me ha dirigido, aludiendo al servicio que prestó Giorgio La Pira a la causa de la convivencia fraterna entre las naciones. A este propósito, he apreciado que, precisamente para recordar de modo efectivo su esfuerzo encaminado a favorecer la amistad entre los pueblos que se inspiran en Abraham -judíos, cristianos y musulmanes-, vuestra asociación haya decidido dar una ayuda concreta al Hospital infantil de la Cáritas de Belén.

2. Os expreso mi aprecio cordial por este generoso gesto, que honra la memoria de Giorgio La Pira, figura eminente de la política, de la cultura y de la espiritualidad del siglo recién transcurrido.
Ante los poderosos de la tierra expuso con firmeza sus ideas de creyente y de hombre amante de la paz, invitando a sus interlocutores a un esfuerzo común para promover ese bien fundamental en los diversos ámbitos: en la sociedad, en la política, en la economía, en las culturas y entre las religiones.

En la teoría y en la praxis política, La Pira sentía la exigencia de aplicar la metodología del Evangelio, inspirándose en el mandamiento del amor y del perdón. Siguen siendo emblemáticos los "Encuentros para la paz y la civilización cristiana", que organizó en Florencia de 1952 a 1956, con el fin de favorecer la amistad entre cristianos, judíos y musulmanes.

3. En una carta a su amigo Amintore Fanfani, escribió palabras de una sorprendente actualidad: "Los políticos son guías civiles, a los que el Señor confía, a través de las técnicas cambiantes de los tiempos, el mandato de guiar a los pueblos hacia la paz, la unidad y la promoción espiritual y civil de cada pueblo y de todos juntos" (22 de octubre de 1964).

Fue extraordinaria la experiencia de La Pira como hombre político y creyente, capaz de unir la contemplación y la oración con la actividad social y administrativa, con una predilección por los pobres y por los que sufren.

Que este luminoso testimonio, queridos alcaldes, inspire vuestras opciones y vuestras acciones diarias. Siguiendo el ejemplo de Giorgio La Pira, poneos generosamente al servicio de vuestras comunidades, con una atención especial a los jóvenes, favoreciendo también su progreso espiritual. Cultivad sin cesar los valores humanos y cristianos que forman el rico patrimonio ideal de Europa.
Ha dado vida a una civilización que, a lo largo de los siglos, ha favorecido el nacimiento de sociedades auténticamente democráticas. Sin fundamentos éticos, la democracia corre el riesgo de deteriorarse con el tiempo e, incluso, de desaparecer.

86 Gracias a la contribución de todos, se puede hacer realidad el sueño de un mundo mejor. Dios conceda a la humanidad que se realice esta profecía de paz. Acompaño este deseo con la oración, a la vez que os bendigo a todos de corazón.





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA


Martes 27 de abril de 2004



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra verdaderamente que hayáis querido celebrar el vigésimo quinto aniversario de la importante constitución apostólica Sapientia christiana, que firmé casi al inicio de mi pontificado. Es una constitución que aprecio mucho, porque guarda una estrecha relación con el ejercicio del "munus docendi" de la Iglesia. El "oficio de enseñar" reviste una importancia particular en la realidad actual, marcada tanto por un progreso técnico impresionante como por diversas contradicciones, divisiones y tensiones.

En realidad, el Evangelio ejerce su efecto benéfico y duradero sólo en la medida en que, a través de su anuncio continuo -"opportune importune" (cf. 2Tm 4,2)- influye en los modos de pensar y penetra a fondo en la cultura (cf. Sapientia christiana, Proemio I). Ahora bien, la elevada vocación que distingue a las Universidades y facultades eclesiásticas consiste en procurar con todas sus fuerzas reunir y unir al mundo de la ciencia y de la cultura con la verdad de la fe, para hacer que descubra el orden salvífico del plan divino en la realidad de este mundo.

2. Me alegra el creciente número de centros eclesiásticos de enseñanza académica. Su primera misión sigue siendo profundizar y transmitir el misterio divino, que Cristo nos reveló. El Espíritu Santo, derramado en la Iglesia, es quien nos introduce en ese misterio y nos guía a penetrar en él cada vez más profundamente mediante el estudio (cf. Hb He 6,4).

Entre las facultades eclesiásticas, revisten peculiar prestigio y responsabilidad las de teología, las de derecho canónico y las de filosofía, "teniendo en cuenta su peculiar naturaleza e importancia dentro de la Iglesia" (Sapientia christiana, art. 65). Pero, además de estas disciplinas fundamentales, las facultades eclesiásticas abarcan otros muchos campos, como el de la historia eclesiástica, la liturgia, las ciencias de la educación y la música sagrada.

Durante los últimos años se ha puesto gran empeño en responder a las necesidades actuales: se ha dedicado particular atención, por ejemplo, a la bioética, a los estudios islámicos, a la movilidad humana, etc. En este sentido, no puedo por menos de estimular las iniciativas encaminadas a profundizar en los vínculos que existen entre la revelación divina y las áreas siempre nuevas del saber en la realidad actual.

3. Hoy, más que nunca, las universidades y las facultades eclesiásticas deben desempeñar un papel en la "gran primavera" que Dios está preparando para el cristianismo (cf. Redemptoris missio RMi 86).
87 El hombre contemporáneo está más atento a ciertos valores: la tutela de la dignidad de la persona, la defensa de los débiles y los marginados, el respeto de la naturaleza, el rechazo de la violencia, la solidaridad mundial, etc. A la luz de la constitución apostólica Sapientia christiana, las instituciones académicas de la Iglesia se están esforzando por cultivar esta sensibilidad en armonía con el Evangelio, la Tradición y el Magisterio. Es sabido que sobre el mundo contemporáneo se cierne la amenaza de brechas cada vez más profundas, por ejemplo, entre países ricos y pobres. Esas brechas se producen porque el hombre se aleja de Dios.

En varias encíclicas he tratado de indicar el camino para realizar una profunda reconciliación entre la fe y la razón (cf. Fides et ratio ), entre el bien y la verdad (cf. Veritatis splendor ), entre la fe y la cultura (cf. Redemptoris missio ), entre las leyes civiles y la ley moral (cf. Evangelium vitae ), entre Occidente y Oriente (cf. Slavorum apostoli), entre el Norte y el Sur (cf. Centesimus annus ), etc. Es necesario que las instituciones culturales eclesiásticas acojan estas enseñanzas, las estudien, las apliquen y desarrollen sus consecuencias. Así, en sintonía con su vocación, pueden contribuir a curar al hombre de sus miedos y de sus heridas interiores.

4. Son muy conocidas las actuales insidias del individualismo, del pragmatismo y del racionalismo, que se extienden incluso hasta los ámbitos que tienen la misión de formación. Las instituciones culturales eclesiásticas han de esforzarse por unir siempre la obediencia de la fe y la "audacia de la razón" (Fides et ratio
FR 48), dejándose guiar por el celo de la caridad. Los profesores no deben olvidar que la actividad de enseñanza es inseparable del compromiso de profundizar en la verdad, particularmente en la verdad revelada. Por tanto, no deben separar el rigor de su actividad universitaria de la apertura humilde y disponible a la palabra de Dios, escrita o transmitida, recordando siempre que la interpretación auténtica de la Revelación ha sido confiada "únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia", el cual ejerce este oficio en nombre de Jesucristo (cf. Dei Verbum DV 10).

5. En este vigésimo quinto aniversario de la constitución apostólica Sapientia christiana, quiero dar vivamente las gracias a todos los que están comprometidos en el cumplimiento de la misión eclesiástica de enseñanza y de investigación científica en la Iglesia: a los rectores y decanos de universidades y facultades eclesiásticas, al claustro de profesores y al personal auxiliar, así como a la Congregación para la educación católica y, en su seno, a la oficina para las universidades. A cada uno le expreso mi gratitud por todo el trabajo realizado con generosa entrega.

Aliento a todos a proseguir en su importante misión de evangelización por medio de la inteligencia de la Revelación, buscando continuamente la "síntesis vital" de las verdades reveladas y de los valores humanos que constituye la "sabiduría cristiana" (cf. Sapientia christiana, Proemio I). El mundo de hoy tiene gran necesidad de esta sabiduría.

6. A la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración por vuestro trabajo, de buen grado os imparto a todos y a cada uno una bendición apostólica especial.










AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 29 de abril de 2004





Queridos hermanos en el episcopado:

1. A vosotros, obispos de las provincias eclesiásticas de Baltimore y Washington, "amados de Dios y llamados a la santidad" (cf. Rm Rm 1,7), os dirijo un saludo cordial en el Señor. Ojalá que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo, y esta visita al Sucesor de Pedro, os fortalezcan en la fe católica que viene de los Apóstoles (cf. Plegaria eucarística I) y en el testimonio gozoso de la gracia de Cristo resucitado.

Este año, durante mis encuentros con los diferentes grupos de obispos de Estados Unidos que realizan su visita ad limina Apostolorum, deseo reflexionar sobre el misterio de la Iglesia y, en particular, sobre el ejercicio del ministerio episcopal. Espero que estas reflexiones sirvan como punto de partida para vuestra meditación y vuestra oración personal, y contribuyan así a un discernimiento pastoral útil para la renovación y la edificación de la Iglesia en Estados Unidos.

Comencemos, por tanto, con una reflexión sobre el munus sanctificandi del obispo, es decir, el servicio a la santidad de la Iglesia de Cristo que está llamado a prestar como heraldo del Evangelio, como administrador de los misterios de Dios (cf. 1Co 4,1) y como padre espiritual de la grey encomendada a su cuidado.

88 2. La misión de santificar del obispo tiene su fuente en la santidad indefectible de la Iglesia. Dado que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ep 5,25-26), ha sido dotada de santidad indefectible y ha llegado a ser, "en Cristo y por Cristo, la fuente y el origen de toda santidad" (Lumen gentium LG 47). Es necesario que todos los miembros del Cuerpo de Cristo comprendan más claramente y aprecien esta verdad fundamental de la fe, reafirmada cada vez que se reza el Credo, pues es una parte esencial de la conciencia de la Iglesia y el fundamento de su misión universal.

La convicción que tiene la Iglesia de su propia santidad es ante todo una humilde confesión de la fidelidad misericordiosa de Dios a su plan de salvación en Cristo. Vista a esta luz, la santidad de la Iglesia se convierte en una fuente de gratitud y de alegría por el don totalmente inmerecido de la redención y de la nueva vida que hemos recibido en Cristo a través de la predicación apostólica y de los sacramentos de la alianza nueva y eterna. Renacidos en el Espíritu Santo y convertidos en hijos adoptivos del Padre en su Hijo amado, hemos llegado a ser un reino de sacerdotes, un pueblo santo (cf. Ex Ex 19,6 Ap 5,10), llamados a ofrecernos como "víctima viva, santa y agradable a Dios" (cf. Rm Rm 12,1), en intercesión por toda la familia humana.

Al mismo tiempo, la santidad de la Iglesia en la tierra es verdadera, aunque imperfecta (cf. Lumen gentium LG 8). Su santidad es don y llamada, una gracia constitutiva y una exhortación a la fidelidad constante a esa gracia. El concilio Vaticano II, como fundamento de su programa para la renovación del testimonio de Cristo dado por la Iglesia ante el mundo, propuso a todos los bautizados el elevado ideal de la llamada universal de Dios a la santidad. El Concilio reafirmó que "todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium LG 40), e invitó a todos los miembros de la Iglesia a un honrado reconocimiento del pecado y de la necesidad de una conversión constante por el camino del arrepentimiento y de la renovación.

La grandeza de la visión de fe de la santidad indefectible de la Iglesia y el reconocimiento realista de la pecaminosidad de sus miembros debe inspirar en todos un compromiso mayor de fidelidad en la vida cristiana. En particular, nos invita a los obispos a un continuo discernimiento sobre la dirección y el fin de nuestra actividad como ministros de la gracia de Cristo. El desafío que el Concilio y el gran jubileo nos plantean a nosotros y a toda la Iglesia sigue siendo válido: la vida de cada cristiano y todas las estructuras de la Iglesia deben estar claramente ordenadas a la búsqueda de la santidad.

3. La búsqueda de la santidad personal debe ser fundamental para la vida y la identidad de cada obispo. Debe reconocer su necesidad de ser santificado cuando se compromete en la santificación de los demás. El obispo mismo es ante todo un cristiano -"vobiscum sum christianus" (san Agustín, Sermo 340, 1)-, llamado a la obediencia de la fe (cf. Rm Rm 1,5), consagrado por el bautismo y dotado de vida nueva en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, por la gracia de su ordenación y el carácter sagrado que esta imprime, cada obispo hace las veces de Cristo mismo y actúa en su persona (cf. Lumen gentium LG 21). Por tanto, está llamado a recorrer un camino específico de santidad (cf. Pastores gregis ): el alma de su apostolado debe ser la caridad pastoral que conforma su corazón al corazón de Cristo mediante un amor sacrificial por la Iglesia y por todos sus miembros.

El Sínodo de los obispos más reciente insistió en que la santificación objetiva que deriva de la ordenación y del ejercicio del ministerio episcopal ha de coincidir con la santificación subjetiva, en la que el obispo, con la ayuda de la gracia de Dios, debe progresar continuamente (cf. Pastores gregis ). Por tanto, el principio unificador del ministerio del obispo ha de ser su contemplación del rostro de Cristo y el anuncio de su Evangelio de salvación: una interacción dinámica de oración y trabajo que enriquecerá espiritualmente tanto su actividad exterior como su vida interior.

4. De hecho, el Sínodo invitó a los obispos a ser oyentes de la palabra de Dios cada vez más atentos, a través de la oración diaria y de la lectura contemplativa de la sagrada Escritura. En efecto, para la renovación de la Iglesia en la santidad es fundamental que el obispo no sólo se dedique a contemplar; debe ser también maestro del camino de contemplación (cf. ib., 17). Su oración debe alimentarse sobre todo de la Eucaristía: "No sólo cuando aparece ante todos tal cual es, es decir, como sacerdos et pontifex, (...) sino también cuando dedica largos ratos de su tiempo a la adoración ante el sagrario" (cf. ib., 16). Para que esa oración alcance su culmen y su plenitud en la Eucaristía, debe alimentarse también con el recurso regular al sacramento de la penitencia y, de modo especial, con la celebración de la liturgia de las Horas. Así, toda su vida de oración, tanto personal como litúrgica, será fuente de fecundidad apostólica, ya que se presenta al Padre en el Espíritu Santo como intercesión por todo el Cuerpo de Cristo.

Por esta razón, el obispo ciertamente ha de cultivar una espiritualidad eclesial, "porque todo en su vida se orienta a la edificación amorosa de la santa Iglesia" (Pastores gregis ). Al inicio del reciente Sínodo de los obispos, quise unir esta actitud de servicio a la comunidad eclesial con la adopción de un estilo de vida que imite la pobreza de Cristo, e invité a los obispos a "verificar hasta qué punto se está realizando en la Iglesia la conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica" (Homilía de apertura, 30 de septiembre de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de octubre de 2001, p. 7). Os aliento ahora a vosotros y a vuestros hermanos en el episcopado a realizar ese discernimiento con respecto al ejercicio práctico del ministerio episcopal en vuestro país, para asegurar que se vea cada vez más claramente como una forma de servicio sacrificial en medio de la grey de Cristo. Esto seguramente dará abundantes frutos, proporcionando una mayor libertad interior en el ejercicio del ministerio, un testimonio más evangélico de Jesucristo, que "realizó la obra de la redención en la pobreza y la persecución" (Lumen gentium LG 8), y una mayor solidaridad con las dificultades y los sufrimientos del pobre.

5. Estoy profundamente convencido de que, en una Iglesia llamada constantemente a la renovación interior y al testimonio profético, el ejercicio de la autoridad episcopal debe construirse sobre el testimonio de la santidad personal. El gran desafío de la nueva evangelización, a la que la Iglesia está llamada en nuestro tiempo, requiere una credibilidad que brota de la fidelidad personal al Evangelio y a las exigencias del seguimiento de Cristo. Según las memorables palabras de Pablo VI, "será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desprendimiento de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra, de santidad" (Evangelii nuntiandi EN 41).

Cuando meditamos, a la luz de la fe, en el plan de Dios para una familia humana reconciliada y unida en Cristo, de quien la Iglesia es sacramento y prefiguración profética, podemos ver más claramente la relación inseparable entre la santidad y la misión de la Iglesia (cf. Redemptoris missio RMi 90). Por tanto, una parte esencial de la nueva evangelización debe ser un nuevo celo de santidad, que inspire todas nuestras iniciativas y se exprese prácticamente en una renovación de la fe y de la vida cristiana. No olvidemos la exhortación profética dirigida a toda la Iglesia a través de la experiencia del gran jubileo: la Iglesia está llamada a ofrecer una genuina "educación en la santidad", adaptada a las necesidades de todos, y a asegurar que cada comunidad cristiana se convierta en una auténtica escuela de oración y de santificación personal (cf. Novo millennio ineunte NM 33).

6. Por tanto, este es el gran desafío que afronta la Iglesia en el alba del nuevo milenio y el camino seguro hacia la auténtica renovación interior. Mientras la comunidad católica en Estados Unidos se esfuerza, bajo vuestra dirección, por afrontar ese desafío, os aseguro mis oraciones para que vosotros y todo el clero, los religiosos y los fieles laicos encomendados a vuestra solicitud pastoral, crezcáis diariamente en santidad y lleguéis a ser auténtica levadura del Evangelio en la sociedad estadounidense.

89 Queridos hermanos, en vuestros esfuerzos por desempeñar vuestro exigente ministerio de santificación en la Iglesia que está en Estados Unidos, tenéis un excepcional modelo de santidad episcopal en san Juan Neumann, que entregó su vida en un generoso y humilde servicio a su grey.
Quiera Dios que, edificados por su ejemplo y guiados por sus oraciones, crezcáis diariamente en la gracia de vuestro ministerio, para realizar siempre la misión perfecta de la caridad pastoral (cf. Lumen gentium
LG 41). Encomendándoos a todos a su intercesión, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.








A UNA DELEGACIÓN DE LA CIUDAD DE DUBROVNIK


Jueves 29 de abril de 2004



Venerado hermano en el episcopado;
señora alcaldesa; queridos hermanos y hermanas:

1. Os acojo con gran alegría. ¡Bienvenidos!

Vuestra visita tiene como finalidad la entrega del documento relativo a la ciudadanía honoraria, que la ciudad de Dubrovnik ha querido conferirme para confirmar los vínculos profundos y pluriseculares que la unen a los Papas y para recordar la visita pastoral que tuve la alegría de realizar el 6 de junio del año pasado. Recuerdo aún con emoción los diversos momentos de esa peregrinación apostólica, durante la cual, precisamente en Dubrovnik, proclamé beata a una ilustre hija de Croacia: María de Jesús Crucificado Petkovic, originaria de Blato, en Korcula.

2. Recuerdo que, al final de la santa misa celebrada en esa ocasión, di las gracias en especial a esa amada ciudad. Renuevo también ahora mi profundo agradecimiento por la cordialísima hospitalidad.

También me siento agradecido y me alegra que me hayáis querido contar entre los ciudadanos de la antigua y hermosa Dubrovnik, auténtica perla del Adriático croata, centro de cultura milenaria impregnada de fe católica y caracterizada por una constante fidelidad a los Sucesores de Pedro, incluso en tiempos muy difíciles. Ojalá que ese patrimonio cultural y religioso se desarrolle y crezca también en el futuro, dando abundantes frutos en beneficio de la misma Dubrovnik y de toda la nación croata.

3. Que la santísima Madre de Dios, invocada como Virgen del gran voto bautismal croata, san José y san Blas velen sobre los habitantes de Dubrovnik y sobre los del condado de Dubrovnik-Neretva, así como sobre todos los croatas.

Dios bendiga a Dubrovnik, desde hoy también mi ciudad, y a toda la tierra croata.
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Discursos 2004 82