Discursos 2004 90

90 ¡Alabados sean Jesús y María!










A LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES


Viernes 30 de abril de 2004



Eminencias;
excelencias;
queridos miembros de la Academia:

1. Os saludo a todos con afecto y estima mientras celebráis el décimo aniversario de la Academia pontificia de ciencias sociales. Doy las gracias a vuestra nueva presidenta, profesora Mary Ann Glendon, y le expreso mis mejores deseos al comenzar su servicio. Al mismo tiempo, expreso mi profunda gratitud al profesor Edmond Malinvaud por su dedicación a la actividad de la Academia, estudiando cuestiones tan complejas como el trabajo y el desempleo, las formas de desigualdad social, y la democracia y la globalización. También doy las gracias a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo por sus esfuerzos para hacer accesible el trabajo de la Academia a un público más amplio a través de los recursos de las comunicaciones modernas.

2. El tema que estáis estudiando actualmente -las relaciones entre generaciones- está íntimamente relacionado con vuestra investigación sobre la globalización. En el pasado se daba por descontado que los hijos adultos debían cuidar de sus padres. La familia era el lugar primario de una solidaridad entre generaciones. Existía la solidaridad del matrimonio mismo, en el que los esposos se apoyaban recíprocamente tanto en la dicha como en la adversidad y se comprometían a ayudarse el uno al otro durante toda la vida. Esta solidaridad de los esposos se extendía también a los hijos, cuya educación exigía un vínculo fuerte y estable. Esto llevaba, a su vez, a la solidaridad entre los hijos adultos y sus padres ancianos.

En la actualidad, las relaciones entre las generaciones están experimentando cambios significativos, como resultado de diversos factores. En muchas áreas se ha producido un debilitamiento del vínculo matrimonial, que a menudo se percibe como un simple contrato entre dos personas. Las presiones de una sociedad de consumo pueden hacer que las familias desvíen su atención del hogar hacia el trabajo o hacia las diversas actividades sociales. A veces se percibe a los hijos, incluso antes de su nacimiento, como un obstáculo para la realización personal de los padres, o se les ve como un objeto que se puede elegir entre otros. Así, se ven afectadas las relaciones entre generaciones, puesto que muchos hijos adultos ahora dejan al Estado, o a la sociedad en general, el cuidado de sus padres ancianos. Además, la inestabilidad del vínculo matrimonial en ciertos ambientes sociales ha llevado a la creciente tendencia de los hijos adultos a alejarse de sus padres y a delegar en otras personas la obligación natural y el mandamiento divino de honrar al padre y a la madre.

3. Dada la importancia fundamental de la solidaridad para construir sociedades humanas sanas (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 38-40), estimulo vuestro estudio acerca de estas significativas realidades y expreso mi esperanza de que esto lleve a una valoración más clara de la necesidad de una solidaridad entre las generaciones, que una a las personas y a los grupos en una asistencia y en un enriquecimiento mutuos. Confío en que vuestra investigación en esta área dará una valiosa contribución al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia.

Es necesario prestar atención particular a la situación precaria de muchas personas ancianas, que varía según naciones y regiones (cf. Evangelium vitae Centesimus annus, 33). Muchas de ellas tienen recursos o pensiones insuficientes, algunas sufren enfermedades físicas, mientras que otras ya no se sienten útiles o se avergüenzan de necesitar cuidados especiales, y muchas se sienten simplemente abandonadas. Ciertamente, estas situaciones resultarán más evidentes cuando el número de los ancianos aumente y la población misma envejezca como consecuencia de la disminución de la natalidad.

4. Al afrontar estos desafíos, cada generación y cada grupo social tiene un papel que desempeñar. Es necesario prestar atención especial a las respectivas competencias del Estado y de la familia en la construcción de una solidaridad eficaz entre las generaciones. Respetando plenamente el principio de subsidiariedad (cf. Centesimus annus CA 48), las autoridades públicas deben interesarse por conocer los efectos de un individualismo que -como vuestros estudios ya han demostrado- puede afectar seriamente a las relaciones entre las diferentes generaciones. Por su parte, también la familia, como origen y fundamento de la sociedad humana (cf. Apostolicam actuositatem AA 11 Familiaris consortio FC 42), desempeña un papel insustituible en la construcción de la solidaridad entre las generaciones. No hay edad en la que uno deje de ser padre o madre, hijo o hija. Tenemos una responsabilidad especial no sólo con respecto a quienes hemos dado el don de la vida, sino también con respecto a aquellos de quienes hemos recibido este don.

91 Queridos miembros de la Academia, mientras proseguís vuestro importante trabajo os expreso mis mejores y más fervientes deseos e invoco cordialmente sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA FUNDACIÓN "CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra enviar mi saludo a todos los ilustres congresistas, que se han reunido en Roma para la conferencia internacional sobre el tema: "Afrontar la globalización: gobierno global y políticas de desarrollo", organizada por la fundación vaticana Centesimus annus, pro Pontifice.

Expreso mi agradecimiento al señor cardenal Attilio Nicora, presidente de la Administración del patrimonio de la Sede apostólica. Saludo al conde Lorenzo Rossi de Montelera, presidente de la fundación Centesimus annus, pro Pontifice, a los relatores y a cuantos se han encargado de la organización del encuentro.

Como es sabido, la globalización constituye un vasto fenómeno social, que plantea muchos desafíos a la comunidad internacional y espera respuestas eficaces y éticamente responsables. Precisamente por eso, resulta muy útil la reflexión que vuestra conferencia quiere desarrollar durante estos días, analizando las instancias emergentes en el contexto social, cultural y económico mundial.

2. Vuestra conferencia parte de la consideración de que, por desgracia, en el proceso de globalización mundial la brecha entre los países ricos y los pobres va ensanchándose cada vez más. Ante poblaciones que viven en condiciones inaceptables de miseria, ante cuantos se encuentran en situaciones de hambre, de pobreza y de creciente desigualdad social, es urgente intervenir para defender la dignidad de la persona y la promoción del bien común.

Por eso, con razón os preguntáis cómo pueden integrarse recíprocamente la globalización y la solidaridad para originar dinámicas mundiales que conlleven un crecimiento económico armonioso y, al mismo tiempo, un desarrollo equitativo.

El desafío sigue consistiendo siempre en promover una globalización solidaria, identificando las causas de los desequilibrios económicos y sociales, y sugiriendo opciones operativas adecuadas para asegurar a todos un futuro caracterizado por la solidaridad y la esperanza.

3. Es necesario que el actual proceso de globalización esté animado por valores éticos de fondo y orientado al desarrollo integral de todo hombre y de todo el hombre; es preciso educar las conciencias en un alto sentido de responsabilidad y de atención al bien de toda la humanidad y de cada uno de sus miembros.

Sólo con estas condiciones la familia humana, constituida por pueblos diferentes entre sí por raza, cultura y religión, podrá promover formas de cooperación económica, social y cultural inspiradas por una fraterna humanidad.

Amadísimos hermanos y hermanas, estoy seguro de que también de vuestro encuentro surgirán indicaciones útiles para afrontar con competencia y apertura de corazón estas amplias y emergentes problemáticas económicas y sociales.

92 Vuestra fundación, respetando las diversas culturas y los estilos de vida, podrá contribuir a la defensa de la dignidad de la persona, en sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Se trata de una noble forma de testimonio cristiano, orientado a impregnar nuestra actual sociedad con los valores evangélicos perennes. Dios bendiga todos vuestros esfuerzos y haga fructuosa vuestra actividad.

Por último, aprovecho de buen grado esta ocasión para renovar a esta benemérita institución mi profundo aprecio por el trabajo que desde hace años viene desarrollando al servicio de la Iglesia y, de modo particular, del Sucesor de Pedro.

A la vez que os aseguro a cada uno y a vuestras familias un recuerdo diario en la oración, envío a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 29 de abril de 2004









MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA NACIONAL DE LAS COMUNIDADES


DE LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU






Al venerado hermano
Mons. MARIANO DE NICOLÒ
Obispo de Rímini

1. Me complace dirigirle, también este año, mi cordial saludo a usted y, por medio de usted, a cuantos participan en la asamblea nacional de los grupos y las comunidades de la Renovación en el Espíritu, que tiene lugar en esa ciudad de Rímini del 29 de abril al 2 de mayo de 2004. El tema -"He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva; habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear" (Is 65,17-18)- ayuda a contemplar el gran misterio de la alegría cristiana. Invito a cada uno a hacer suya la oración conclusiva de la exhortación apostólica Christifideles laici, en la que pedí a la "Virgen del Magníficat" que nos enseñe "a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del reino de Dios, de los nuevos cielos y de la nueva tierra" (n. 64). Los encuentros de los grupos y las comunidades de la Renovación en el Espíritu, si están animados verdaderamente por la presencia del Espíritu del Señor, sobre todo cuando concluyen con la celebración de la Eucaristía, son acontecimientos en los que "se abre en la tierra un resquicio de cielo, y de la comunidad de los creyentes se eleva, en sintonía con el canto de la Jerusalén celestial, el himno perenne de alabanza" (Spiritus et sponsa, 16), que "une el cielo y la tierra" (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 8 y 19).

2. El Espíritu Santo no dejará de enriquecer el testimonio de cada uno con los "dones espirituales y los carismas que él otorga a la Iglesia" (Catequesis del 27 de febrero de 1991, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de marzo de 1991, p. 3). Entre estos carismas, revisten importancia peculiar "los que sirven para la plenitud de la vida espiritual", infundiendo "el gusto por la oración", un gusto que no excluye "la experiencia del silencio" (cf. Spiritus et sponsa, 13-14). "El amplísimo abanico de carismas, por medio de los cuales el Espíritu Santo infunde en la Iglesia su caridad y su santidad" (Catequesis del 27 de febrero de 1991, n. 5), será para vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que participáis en el encuentro, un estímulo a difundir el amor a Cristo y a su Iglesia, "la única Madre sobre la tierra" (Pastores gregis ), y a insertar la alabanza que eleváis a Dios, bajo la guía de vuestros pastores, en los "espacios de creatividad y adaptación, que la hacen cercana a las exigencias expresivas de las diversas regiones, situaciones y culturas" (Spiritus et sponsa, 15).

3. Deseo de corazón que la Renovación en el Espíritu suscite cada vez más en la Iglesia la conversión interior, sin la cual difícilmente el hombre puede resistir a las seducciones de la carne y a la concupiscencia del mundo. Nuestro tiempo tiene gran necesidad de hombres y mujeres que, como rayos de luz, comuniquen la fascinación del Evangelio y la belleza de la vida nueva en el Espíritu. Con la fuerza impetuosa de la oración de alabanza y la gracia que brota de la vida sacramental, el Espíritu otorga incesantemente sus carismas a la comunidad eclesial, para que se embellezca y se edifique constantemente.

Sin embargo, es preciso corresponder al Evangelio de Cristo con la audacia de la fe, que es la madre de todos los milagros de amor, y con la firme confianza que nos hace impetrar de Dios todo bien para la salvación de nuestra alma. Por tanto, cada uno, como verdadero discípulo de Jesús, debe esforzarse sin cesar por seguir sus enseñanzas, haciendo de su camino de renovación espiritual una escuela permanente de conversión y santidad.

93 4. Ser testigos de las "razones del Espíritu" es vuestra misión, queridos miembros de la Renovación en el Espíritu Santo, en una sociedad donde a menudo la razón humana no parece impregnada de la sabiduría que viene de lo Alto. Sembrad en el corazón de los creyentes que participan en las actividades de vuestros grupos y de vuestras comunidades una semilla de fecunda esperanza en la dedicación diaria de cada uno a sus tareas.

Como escribí en la encíclica sobre la Eucaristía, "aunque la visión cristiana fija su mirada en un "cielo nuevo" y una "tierra nueva" (cf. Ap
Ap 21,1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad con respecto a la tierra presente"; nos debe hacer sentir "más comprometidos que nunca a no descuidar los deberes de nuestra ciudadanía terrenal". Así podréis contribuir "a la edificación de un mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios" (Ecclesia de Eucharistia EE 20).

La Virgen María, presente con los Apóstoles en el Cenáculo en espera de Pentecostés, acompañe los trabajos de vuestra asamblea. Por mi parte, os aseguro un especial recuerdo en la oración, a la vez que envío a todos mi bendición.

Vaticano, 29 de abril de 2004, fiesta de santa Catalina de Siena, patrona de Italia y de Europa.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL XVII CENTENARIO DE LA MUERTE


DE SAN AMBROSIO MÁRTIR






Al venerado hermano
Mons. SALVATORE BOCCACCIO
Obispo de Frosinone-Véroli-Ferentino

1. En agosto del año pasado, el cabildo de la catedral de Ferentino, bajo su guía, venerado hermano, convocó el XVII centenario conmemorativo de la muerte de san Ambrosio mártir, protector de la ciudad y patrono, junto con santa María Salomé, de la amada diócesis de Frosinone-Véroli-Ferentino. El año jubilar concluirá el próximo día 1 de agosto.
En esta feliz conmemoración, me complace unirme a la alegría de cuantos dan gracias al Señor por las maravillas realizadas en la heroica existencia y en el martirio del santo centurión Ambrosio, martirizado según la tradición el 16 de agosto del año 304, durante la feroz persecución del emperador Diocleciano. Desde entonces, el recuerdo de este insigne testigo de Cristo ha seguido acompañando el camino de los cristianos de Ferentino y de esa comunidad diocesana.

A la vez que le expreso sentimientos de fraterna cercanía a usted, venerado hermano, hago extensivo mi saludo a los sacerdotes, que son sus colaboradores más cercanos, a las religiosas y a los religiosos, así como a todos los miembros del pueblo de Dios encomendado a su cuidado pastoral.

La fiesta patronal de san Ambrosio mártir se celebra el 1 de mayo, en el marco litúrgico del tiempo pascual, que es tiempo muy adecuado para celebrar a un santo mártir, testigo por excelencia del Señor Jesús muerto y resucitado. A la luz de la Resurrección, la pasión del Señor revela todo su poder salvífico, haciendo más fácilmente comprensibles el significado y el valor del martirio cristiano. La sangre derramada en comunión con el sacrificio redentor de Cristo es semilla de nueva vida evangélica: de fe, esperanza y caridad. Es savia vital para la Iglesia, primicia de una humanidad renovada en el amor y orientada a la búsqueda activa del reino de Dios y de su justicia.
94 Todo esto representa san Ambrosio mártir para la Iglesia que cree, espera y ama en Ferentino y en todo el territorio de la diócesis.

2. Muchas cosas han cambiado en estos diecisiete siglos de historia. El mundo se ha transformado notablemente y muchas conquistas se han realizado en el ámbito humano y social también gracias a la influencia benéfica del mensaje evangélico y a la generosa aportación de numerosas generaciones cristianas. Sin embargo, en nuestro tiempo, el secularismo avanza, amenazando con llevar también a las sociedades de antigua evangelización hacia formas de agnosticismo que constituyen un verdadero desafío para los creyentes. En este contexto cobra extraordinaria elocuencia el testimonio de quienes, por fidelidad a Cristo y al Evangelio, no han dudado en dar su vida. Con su ejemplo impulsan a los cristianos a una coherencia valiente hasta el heroísmo. Sólo quien está dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias es capaz de ponerse sin reservas al servicio del hombre, "camino primero y fundamental" de la misión de los creyentes en el mundo (cf. Redemptor hominis
RH 14).

A este propósito, son muy oportunas las prioridades pastorales que usted, venerado hermano, ha querido indicar a la comunidad eclesial en este centenario. Con razón invita a todos los bautizados a una renovada conciencia de su vocación misionera, y pone de relieve algunos campos de intervención apostólica prioritaria: la paz, los jóvenes, la familia, la pobreza y los inmigrantes. Invito a toda la comunidad diocesana a recorrer con entusiasmo y plena conciencia este camino, impulsada por el deseo de hacer que resuene en nuestro tiempo el anuncio evangélico, testimoniando de modo concreto el amor de Dios a todo ser humano. En el rostro de cada persona, sin distinción de razas y culturas, y especialmente en el más pobre y necesitado de los hombres, los cristianos reconocen el rostro luminoso de Cristo.

3. Con la ofrenda de su vida, los mártires testimonian que este apasionado servicio a la causa del hombre sólo se puede realizar eficazmente si se permanece íntimamente unido a Cristo. Esto es posible si nos mantenemos bien arraigados en la oración, si nos alimentamos de la Eucaristía y de la palabra de Dios, y si nos renovamos constantemente en el sacramento de la reconciliación (cf. Novo millennio ineunte, parte III). Con su ejemplo, el mártir recuerda que la verdadera prioridad para el bautizado es tender a la santidad, como enseña el concilio Vaticano II en el capítulo quinto de la constitución Lumen gentium.

Desde el gran jubileo del año 2000, muchas veces he puesto de relieve esta "urgencia pastoral", condición indispensable para una auténtica renovación de la comunidad cristiana. La santidad exige que la mirada de nuestro corazón permanezca fija en el rostro de Cristo, imitando a María, modelo de todo creyente. Además, es necesario que cada uno saque de los sacramentos, y especialmente de la Eucaristía, la fuerza para cumplir su misión. En efecto, sin una profunda renovación de fe y de santidad, y sin la constante ayuda divina, ¿cómo podría la comunidad eclesial afrontar el gran desafío de la nueva evangelización?

4. Que el recuerdo y el ejemplo de san Ambrosio mártir constituyan para todos aliento y estímulo a seguir a Cristo en plena y dócil fidelidad. Para ayudar a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de esa diócesis a recorrer con mayor conciencia este camino de coherencia cristiana, en unión con los creyentes de todas las partes del mundo, quisiera volver a entregar idealmente a cada uno las cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, junto con la encíclica Ecclesia de Eucharistia.En esos documentos he recogido las indicaciones que he considerado más necesarias para ayudar a cada uno a avanzar con esperanza en el tercer milenio.

Renuevo de buen grado este don a la querida diócesis de Frosinone-Véroli-Ferentino, invocando la intercesión celestial de su santo patrono, el mártir Ambrosio, así como la materna protección de María santísima, mientras de corazón le envío a usted, venerado hermano, y a los fieles encomendados a su solicitud pastoral, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 27 de abril de 2004







Mayo de 2004



ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASOCIACIÓN MUNDIAL DE JURISTAS


Martes 4 de mayo de 2004



Distinguidos señores y señoras:

95 Me complace saludaros a vosotros, miembros de la Asociación mundial de juristas, mientras os reunís en Roma con ocasión de vuestra conferencia de este año, y agradezco al presidente Yevdokimov sus amables palabras.

El tema de vuestras discusiones se centra en los aspectos legales de ciertas cuestiones económicas que afronta nuestro mundo cada vez más globalizado. Para que los sistemas legales y los instrumentos jurídicos presten realmente un servicio a todos los hombres, especialmente a los pobres y a los menos favorecidos, deben defender la verdad total de la persona humana. Por tanto, es muy importante que las diversas expresiones del derecho internacional reconozcan y respeten las verdades morales y espirituales que son necesarias para defender y promover adecuadamente la dignidad y la libertad de las personas, de los pueblos y de las naciones.

Con la esperanza de que vuestro trabajo dé una significativa contribución en este campo, invoco cordialmente sobre todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE ALESSANDRIA


EN EL V CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN PÍO V




Al venerado hermano
Mons. FERNANDO CHARRIER
Obispo de Alessandria

1. Me complace enviarle un cordial saludo con ocasión de las celebraciones jubilares organizadas para el V centenario del nacimiento de mi predecesor san Pío V. Extiendo mi afectuoso saludo a los fieles de esa amada diócesis, que recuerda merecidamente, con alegría y gratitud hacia Dios, a su ilustre hijo.

Las diversas manifestaciones convocadas para celebrar este feliz aniversario brindan la oportunidad de reavivar la memoria de este gran Pontífice y reflexionar sobre la rica herencia de ejemplos y enseñanzas que transmitió, muy valiosos también para los cristianos de nuestro tiempo.

Ojalá que la celebración del V centenario de su nacimiento sea motivo de bendición para toda la Iglesia y, de manera especial, para la amada diócesis de Alessandria, así como para la comunidad eclesial de Piamonte. Que la intercesión de san Pío V y el ejemplo de sus virtudes estimulen a cada uno a fortalecer su fe, manteniéndola incontaminada y en contacto permanente con las fuentes de la Revelación, y difundiéndola en la sociedad, para edificar una humanidad abierta a Cristo y ordenada a la construcción de la civilización del amor.

2. La época en la que le tocó vivir era realmente muy diferente de la actual y, sin embargo, no faltan entre ellas analogías singulares. En los dos períodos históricos se han consolidado energías religiosas convergentes y, al mismo tiempo, se han registrado crisis profundas en la sociedad, con enfrentamientos entre ciudades y pueblos, que han desembocado a veces en dolorosos conflictos armados. En ambas épocas la Iglesia se ha comprometido a buscar caminos nuevos para reavivar la fe y proponerla de modo adecuado en las nuevas condiciones culturales y sociales, incluso mediante la celebración del concilio de Trento, entonces, y del concilio Vaticano II, en el siglo pasado. Tras los respectivos concilios, se ha realizado el esfuerzo, no siempre fácil, de aplicar fielmente sus enseñanzas, dando vida a procesos de auténtica reforma de la Iglesia.

En ese contexto histórico y religioso, que caracterizó el siglo XVI, se sitúa la historia humana y espiritual de san Pío V, que concluyó el 1 de mayo del año 1572. Desde su infancia, Michele Ghislieri experimentó la dureza de la pobreza, y tuvo que contribuir con su trabajo al mantenimiento de su familia. Se inspiró en los valores típicos de su amada tierra de Alessandria, a la que permaneció siempre muy unido, hasta el punto de que, llamado a formar parte del Colegio cardenalicio, se le conocía como el cardenal Alessandrino.

96 A los 14 años entró en la Orden de Predicadores y realizó el itinerario formativo en los conventos de Vigevano, Bolonia y Génova, aplicándose sin descanso a recorrer el camino de la perfección evangélica mediante la oración y el estudio, y bebiendo abundantemente de los manantiales de la palabra de Dios, según el carisma dominicano.

Ya entonces manifestaba un gusto particular por la sagrada Escritura y por la doctrina de los Padres, dedicándose con pasión también al estudio de las obras de santo Tomás de Aquino, a quien él mismo, al convertirse en Sumo Pontífice, incluyó en el número de los doctores de la Iglesia. Fue ordenado sacerdote en Génova el año 1528.

Encargado por el Papa Pablo III de velar por la pureza de la fe en las regiones de Padua, Pavía y Como, tomó como modelos y protectores a santo Domingo, san Pedro mártir de Verona, san Vicente Ferrer y san Antonino de Florencia, con la única preocupación de buscar siempre la mayor gloria de Dios y el auténtico bien de los hermanos, fiel al lema que escogió: "caminar en la verdad". Prosiguió con el mismo celo cuando fue nombrado en Roma comisario para la doctrina de la fe, y en los demás cargos que le confiaron los Papas Julio III, Pablo IV y Pío IV. Elegido obispo de Nepi y Sutri en 1556, fue creado cardenal en 1557, y en 1560 fue nombrado obispo de Mondoví.

3. A los 62 años, en enero de 1566, fue elegido Sucesor de Pedro y, durante los años de su pontificado, se dedicó a reavivar la práctica de la fe en todos los miembros del pueblo de Dios, dando a la Iglesia un providencial impulso evangelizador. Incansable en el trabajo pastoral, buscaba contactos directos con todos, sin tener en cuenta la fragilidad de su estado de salud. Se preocupó por aplicar fielmente las decisiones del concilio de Trento: en el campo litúrgico, con la publicación del Misal romano renovado y del nuevo Breviario; en el ámbito catequístico, encomendando sobre todo a los párrocos el "Catecismo del concilio de Trento"; en teología, introduciendo en las universidades la Summa de santo Tomás. Recordó a los obispos el deber de residir en la diócesis para una esmerada solicitud pastoral de los fieles; a los religiosos, la conveniencia de la clausura; y al clero, la importancia del celibato y de la santidad de vida.

Consciente de la misión recibida de Cristo, buen pastor, se dedicó a apacentar la grey que le había sido encomendada, invitando a recurrir diariamente a la oración, privilegiando la devoción a María, que contribuyó a incrementar notablemente, dando un fuerte impulso a la práctica del rosario. Él mismo lo rezaba íntegro cada día, aunque tuviera numerosas y arduas tareas que realizar.

4. Venerado hermano, quiera Dios que el celo apostólico, la constante aspiración a la santidad y el amor a la Virgen que caracterizaron la vida de san Pío V sean para todos estímulo a vivir con un compromiso más intenso su vocación cristiana. De modo especial, quisiera invitar a imitarlo en su filial devoción mariana, redescubriendo la sencilla y profunda oración del rosario que, como recordé en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, ayuda a contemplar el misterio de Cristo: "En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. (...) Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor" (n. 1).
Mediante el rezo ferviente del rosario, se pueden obtener gracias extraordinarias por intercesión de la Madre celestial del Señor. San Pío V estaba tan convencido de esto que, después de la victoria de Lepanto, quiso instituir una fiesta específica de la Virgen del Rosario.

A María, Reina del santo rosario, al inicio de este tercer milenio, le encomendé con el rezo del rosario el bien precioso de la paz y el fortalecimiento de la institución familiar. Renuevo esta consagración confiada por intercesión de san Pío V, gran devoto de María.

5. Le aseguro un recuerdo particular en la oración por usted, venerado hermano, por los obispos que estén presentes en la clausura del centenario, por los comités nacionales y de honor, por las autoridades de la región, de la provincia y de los municipios del territorio de Alessandria, por el clero, por los religiosos, por los amados fieles y por cuantos participen en la santa misa del 5 de mayo, al concluir las celebraciones jubilares en la iglesia del monasterio de la Santa Cruz, en Boscomarengo.

A todos envío de corazón una especial bendición apostólica.

Vaticano, 1 de mayo de 2004








AL TERCER GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


97

Jueves 6 de mayo de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os saludo a vosotros, obispos de las provincias eclesiásticas de Detroit y Cincinnati, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros, saludo a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis: la gracia y la paz del Señor resucitado estén con todos vosotros, "consagrados por Jesucristo, llamados a ser santos" (1Co 1,2).

Este año, durante mis encuentros con los obispos de Estados Unidos, he querido proponer algunas reflexiones personales sobre el ministerio episcopal de santificar, enseñar y gobernar al pueblo de Dios. En esta reflexión, deseo continuar nuestro análisis sobre el munus sanctificandi a la luz de la responsabilidad del obispo de construir la comunión de todos los bautizados en la santidad, la fidelidad al Evangelio y el celo por la extensión del reino de Dios.

2. La unidad de la Iglesia es, como su santidad, un don indefectible de Dios y una invitación constante a una comunión cada vez más perfecta en la fe, en la esperanza y en la caridad. "Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, (...) el cual llama a todos los hombres a que participen de la misma comunión trinitaria" (Ecclesia in America ). A través de la efusión del Espíritu Santo, don de Cristo resucitado, la Iglesia fue fundada como "pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium LG 4). Como signo y sacramento de esta unidad, que es la vocación y el destino de toda la familia humana, la Iglesia vive y cumple su misión salvífica como "un cuerpo" (cf. 1Co 12,12 s), que el Espíritu Santo guía por el camino de la verdad total, reúne en la comunión y en las obras del ministerio, dirige a través de la variedad de los dones jerárquicos y carismáticos, y adorna con sus frutos (cf. Lumen gentium LG 4). Este misterio de unidad en la diversidad se manifiesta de modo especial cuando el obispo celebra la Eucaristía juntamente con el presbiterio, los ministros, los religiosos y todo el pueblo de Dios (cf. Sacrosanctum Concilium SC 41); en la Eucaristía se expresa y se realiza esta "santa comunión", que es el alma misma de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 3).

Esta estrecha relación entre la santidad de la Iglesia y su unidad constituye la base de la espiritualidad de comunión y de misión que -estoy convencido- debemos fomentar en el alba de este nuevo milenio, "si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte NM 43). El obispo, como icono de Cristo, buen pastor, presente en medio de su pueblo santo, tiene el deber primario de promover y animar esta espiritualidad (cf. Pastores gregis ). El concilio Vaticano II, a la vez que afirma que la edificación del cuerpo de Cristo se realiza en una rica diversidad de miembros, funciones y dones, explica también que "entre estos dones destaca la gracia de los Apóstoles" (Lumen gentium LG 7), cuyos sucesores están llamados a discernir y coordinar los carismas y los ministerios otorgados para la edificación de la Iglesia mediante la obra de santificar a la humanidad y dar gloria a Dios, que es el fin de toda su vida y actividad (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10).

3. Esta espiritualidad de comunión, que los obispos están llamados a testimoniar personalmente, lleva naturalmente a "un estilo pastoral cada vez más abierto a la colaboración de todos" (Pastores gregis ). Esto exige de vosotros, en primer lugar, una relación cada vez más estrecha con vuestros sacerdotes, que, por la ordenación sacramental, participan con vosotros en el único sacerdocio de Cristo y en la única misión apostólica confiada a su Iglesia (cf. Christus Dominus CD 11). Por las órdenes sagradas, tanto los obispos como los presbíteros han recibido un sacerdocio ministerial, que se diferencia del sacerdocio común de todos los bautizados de modo "esencial y no sólo de grado" (Lumen gentium LG 10). Al mismo tiempo, dentro de la comunión del Cuerpo de Cristo, vosotros y vuestros sacerdotes estáis llamados a cooperar para permitir a todo el pueblo de Dios ejercer el sacerdocio real conferido por el bautismo.

Precisamente porque los miembros de su presbiterio son sus más íntimos colaboradores en el ministerio ordenado, cada obispo debe procurar continuamente relacionarse con ellos "como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico" (Pastores gregis ). Del mismo modo que el apóstol san Pablo recomendaba a Timoteo a la comunidad cristiana de Tesalónica, también los obispos deben poder presentar a cada uno de sus sacerdotes a las diversas comunidades parroquiales, diciendo: "Es nuestro hermano y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe" (1Th 3,2). Como padre espiritual y hermano de sus sacerdotes, el obispo debe hacer todo lo posible por estimularlos en la fidelidad a su vocación y a las exigencias de llevar una vida digna de la vocación que han recibido (cf. Ef Ep 4,1).

Quiero expresar aquí mi reconocimiento y aprecio por la entrega y la labor fiel que realizan tantos sacerdotes comprometidos en Estados Unidos, especialmente quienes están dedicados a afrontar los desafíos diarios y las exigencias del ministerio parroquial. Os invito a vosotros, sus obispos, a uniros a mí para agradecerles y reconocer con gratitud su incansable compromiso como "pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial" (Ecclesia in America ).

4. Fortalecer una espiritualidad de comunión y de misión exigirá un esfuerzo constante para renovar los vínculos de unidad fraterna en el seno del presbiterio. Para esto hace falta vivir de modo consciente y con un compromiso renovado cada día lo que compartimos como la base misma de nuestra identidad sacerdotal: la búsqueda de la santidad, la práctica de una intensa oración de intercesión, una espiritualidad ministerial alimentada por la palabra de Dios y la celebración de los sacramentos, el ejercicio diario de la caridad pastoral y la vida de castidad en el celibato como expresión de un compromiso radical de seguir a Cristo. Estos valores espirituales, que unen a los sacerdotes, deben constituir la base para una renovación del ministerio sacerdotal y la promoción de la unidad en el apostolado, a fin de que, bajo la guía de sus sacerdotes, la comunidad de discípulos tenga verdaderamente "un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32).

Una espiritualidad de comunión naturalmente dará fruto en el desarrollo de una espiritualidad diocesana arraigada en los dones y en los carismas particulares otorgados por el Espíritu Santo para la edificación de cada Iglesia local. Todo sacerdote debe encontrar "precisamente en su pertenencia y dedicación a la Iglesia particular una fuente de significados, de criterios de discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral como su vida espiritual" (Pastores dabo vobis PDV 31). Al mismo tiempo, un auténtico "espíritu diocesano" inspirará y motivará también a toda la comunidad cristiana a un mayor sentido de responsabilidad con vistas al cumplimiento fecundo de la misión de la Iglesia a través de su rica red de comunidades, instituciones y apostolados (cf. Apostolicam actuositatem AA 10).


Discursos 2004 90