Discursos 2004 129

129 distinguidos señores:

El cortés y apreciado gesto que os ha traído hoy a esta casa es para mí particularmente grato. Testimonia los sentimientos de atención recíproca y de intensas relaciones que San Petersburgo y la Sede apostólica han mantenido a lo largo de los tres siglos pasados desde la fundación de la ciudad. Sed bienvenidos.

Le agradezco, señor presidente, las amables palabras que me ha dirigido también en nombre de los presentes y de toda la Asamblea legislativa de vuestra espléndida ciudad, situada a orillas del Neva.
Acepto con gratitud la medalla conmemorativa de vuestro tercer centenario, que me entregáis hoy.

En San Petersburgo, puerta que introduce en el gran país de la Federación Rusa, todo habla del fecundo diálogo cultural, espiritual, artístico y humano entre el occidente y el oriente de Europa.
Ojalá que esta constructiva actitud de apertura siga ejerciendo su influencia positiva en beneficio del entendimiento mutuo entre personas de tradiciones humanas, religiosas y espirituales diversas.

A la vez que invoco sobre vosotros y sobre vuestros conciudadanos la abundancia de las bendiciones de Dios, expreso mis mejores deseos de serena prosperidad y de paz para la amada ciudad de San Petersburgo.






AL SEÑOR ANTON ROP,


PRIMER MINISTRO DE LA REPÚBLICA DE ESLOVENIA


Viernes 28 de mayo de 2004



Señor primer ministro;
señoras y señores:

1. Me alegra darle la bienvenida a usted y a la delegación que lo acompaña. Su visita tiene lugar después del acto solemne de intercambio de los instrumentos de ratificación del Acuerdo firmado entre Eslovenia y la Santa Sede sobre algunos temas jurídicos de interés común. A la vez que le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, le pido que transmita mi cordial saludo al señor Janez Drnovsek, presidente de la República.

130 2. El Acuerdo que hoy ha entrado en vigor testimonia el compromiso de la República de Eslovenia de mantener buenas relaciones con la Sede apostólica. Estas relaciones se fundan en el respeto mutuo y en la colaboración leal en beneficio de todos los habitantes de vuestro país, que desde hace poco ha entrado a formar parte de la Unión europea. Sé que Eslovenia desea contribuir al esfuerzo común por hacer de Europa una auténtica familia de pueblos en un contexto de libertad y de cooperación mutua, salvaguardando al mismo tiempo su identidad cultural y espiritual.

Señor primer ministro, estoy seguro de que Eslovenia podrá dar su aportación de modo eficaz, porque puede hacer referencia también a los valores cristianos, que constituyen parte de su historia y de su cultura. Ojalá que siempre permanezca fiel a estos valores.

3. Saludo una vez más con afecto y aseguro mi constante oración al querido pueblo esloveno, al que con gran alegría he visitado dos veces. Que Dios le ayude a avanzar siempre por el camino del desarrollo y de la paz. Que Dios bendiga a la querida Eslovenia.

Con estos sentimientos, de buen grado le imparto mi bendición a usted y a sus compatriotas.






AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 28 de mayo de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con alegría y afecto fraterno os doy la bienvenida a vosotros, obispos de las provincias eclesiásticas de Indianápolis, Chicago y Milwaukee, con ocasión de vuestra visita quinquenal ad limina Apostolorum. Ojalá que estos días de reflexión y oración en el centro de la Iglesia os confirmen en vuestro testimonio de Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8), y en "la palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados" (Ac 20,32).

Continuando mis reflexiones con vosotros y con vuestros hermanos en el episcopado sobre el ejercicio del oficio episcopal, deseo pasar ahora de la misión de santificación encomendada a los sucesores de los Apóstoles a la misión profética que cumplen como "predicadores del Evangelio y maestros de la fe" (Lumen gentium LG 25) en la comunión de todo el pueblo de Dios. En efecto, existe una relación intrínseca entre santidad y testimonio cristiano. Al volver a nacer en el bautismo, "todos los fieles quedan constituidos en sacerdocio santo y regio, ofrecen a Dios, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales y anuncian el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa" (Presbyterorum ordinis PO 2 cf. 1P 2,9). Todo cristiano, para cumplir esta misión profética, ha asumido la responsabilidad personal de la verdad divina revelada en el Verbo encarnado, transmitida por la Tradición viva de la Iglesia y manifestada en el compromiso de los creyentes de anunciar la fe y transformar el mundo con la luz y la fuerza del Evangelio (cf. Redemptor hominis RH 19).

2. Esta "responsabilidad de la verdad" exige de la Iglesia un testimonio directo y creíble del depósito de la fe. Requiere una correcta comprensión del acto mismo de fe como asentimiento lleno de gracia a la palabra de Dios que ilumina la mente y capacita al espíritu para elevarse a la contemplación de la verdad increada, "para que, conociendo y amando a Dios, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo" (Fides et ratio, Introducción). Un anuncio eficaz del Evangelio en la sociedad occidental contemporánea debe afrontar directamente el espíritu generalizado de agnosticismo y de relativismo que ha puesto en duda la capacidad de la razón de conocer la verdad, que es la única que satisface la incansable búsqueda de sentido del corazón humano. Al mismo tiempo, debe defender firmemente a la Iglesia, que es, en Cristo, el auténtico ministro del Evangelio y "columna y fundamento" de su verdad salvadora (cf. 1Tm 3,15 Lumen gentium LG 8).

Por esta razón, la nueva evangelización requiere una presentación clara de la fe como virtud sobrenatural por la cual nos unimos a Dios y participamos en su conocimiento, en respuesta a su palabra revelada. La presentación de una comprensión auténticamente bíblica del acto de fe, que destaque tanto la dimensión de conocimiento como la de confianza, ayudará a superar enfoques puramente subjetivos y facilitará un aprecio más profundo del papel de la Iglesia, proponiendo autorizadamente "la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica" (cf. Lumen gentium LG 25). Un elemento esencial del diálogo de la Iglesia con la sociedad contemporánea debe ser también una correcta presentación, en la catequesis y en la predicación, de la relación entre la fe y la razón. Esto llevará a una comprensión más fecunda de las dinámicas espirituales de la conversión, como la obediencia a la palabra de Dios, la disponibilidad a "tener los mismos sentimientos que Cristo" (Ph 2,5), y la sensibilidad al sensus fidei sobrenatural, por el que "el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio al que obedece con fidelidad, se adhiere indefectiblemente "a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre"" (Lumen gentium LG 12).

3. La palabra de Dios no debe estar encadenada (cf. 2Tm 2,9); al contrario, debe resonar en el mundo en toda su verdad liberadora como palabra de gracia y de salvación. Si en verdad "Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (Gaudium et spes GS 22), todos los esfuerzos de la Iglesia deben centrarse y dirigirse a este único objetivo: dar a conocer a Cristo por doquier y hacerlo amar como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,5). Esto requerirá una profunda renovación del sentido misionero y profético de todo el pueblo de Dios, y la movilización consciente de los recursos de la Iglesia con vistas a una evangelización que permita a los cristianos dar razón de su esperanza (cf. 1P 3,15) y a toda la Iglesia hablar valientemente y con una única voz al afrontar las grandes cuestiones morales y espirituales que interpelan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

131 La Iglesia en Estados Unidos, con su impresionante red de instituciones educativas y caritativas, debe afrontar el desafío de una evangelización de la cultura capaz de sacar de la sabiduría del Evangelio "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,52). Está llamada a responder a las profundas necesidades y aspiraciones religiosas de una sociedad que corre cada vez más el peligro de olvidar sus raíces espirituales y caer en una visión del mundo puramente materialista y sin alma. Sin embargo, afrontar este desafío requerirá una lectura realista y completa de los "signos de los tiempos", a fin de desarrollar una presentación persuasiva de la fe católica y preparar a los jóvenes especialmente para el diálogo con sus coetáneos sobre el mensaje cristiano y su importancia para la construcción de un mundo más justo, humano y pacífico. Esta es, sobre todo, la hora de los fieles laicos, quienes, con su específica vocación a configurar el mundo secular de acuerdo con el Evangelio, están llamados a cumplir la misión profética de la Iglesia, evangelizando los diversos ámbitos de la vida familiar, social, profesional y cultural (cf. Ecclesia in America ).

4. En estas reflexiones sobre la misión profética de la Iglesia, no puedo menos de expresar mi aprecio por los esfuerzos que los obispos norteamericanos han hecho desde el concilio Vaticano II, tanto de manera individual como en la Conferencia episcopal, para contribuir a un debate informado y respetuoso sobre importantes cuestiones que afectan a la vida de vuestra nación.
De este modo, la luz del Evangelio ha iluminado cuestiones sociales controvertidas, como el respeto de la vida humana, los problemas referentes a la justicia y la paz, la inmigración, la defensa de los valores familiares y la santidad del matrimonio. Este testimonio profético, dado con argumentos tomados no sólo de las convicciones religiosas que los católicos comparten con muchos otros norteamericanos, sino también de los principios de la recta razón y del derecho, es un significativo servicio al bien común en una democracia como la vuestra.

Queridos hermanos en el episcopado, en el ejercicio diario de vuestro ministerio de enseñar, os animo a procurar que la espiritualidad de comunión y misión encuentre expresión en un compromiso sincero de cada creyente y de todas las instituciones de la Iglesia en el anuncio del Evangelio como "la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad" (Christifideles laici CL 34). La profesión de la religión católica exige de cada uno de los fieles un testimonio efectivo de la verdad del Evangelio y de los requisitos objetivos de la ley moral. Al esforzaros por cumplir vuestra misión apostólica de "proclamar la Palabra, insistir a tiempo y a destiempo, reprender y exhortar" (2Tm 4,2), estad cada vez más unidos en espíritu, trabajando incansablemente para que los miembros de la grey encomendada a vuestra solicitud pastoral sean testigos de esperanza, heraldos del reino de Dios y constructores de la civilización del amor, que responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.

Con estos sentimientos, os encomiendo a vosotros, a todos los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras Iglesias particulares, a la intercesión amorosa de la santísima Virgen María, y de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA COMUNIDAD DE LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA


Sábado 29 de mayo de 2004



Monseñor presidente;
queridos sacerdotes alumnos de la Academia eclesiástica pontificia:

1. Me alegra acogeros en audiencia especial, al concluir vuestro año académico, y os saludo a todos con afecto. Saludo, en primer lugar, al presidente, monseñor Justo Mullor García, al que manifiesto profunda gratitud por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes de afecto y adhesión filial al sucesor del apóstol san Pedro. Le renuevo mi felicitación cordial por el 25° aniversario de su ordenación episcopal.

Extiendo mi saludo a todos los que forman parte de la Academia eclesiástica pontificia y, en particular, a cuantos se dedican a vuestra formación, queridos alumnos, que provenís de diversas naciones. Envío un cordial saludo también a los pastores de vuestras respectivas diócesis, agradeciéndoles el haberos destinado a este peculiar servicio pastoral.

2. Como acaba de recordar vuestro presidente, nuestro encuentro tiene lugar en la víspera de Pentecostés, solemnidad litúrgica que pone de relieve la vocación misionera de la Iglesia. Después de recibir el Espíritu Santo, los Apóstoles salieron de Jerusalén llenos de valentía y entusiasmo, y comenzaron a recorrer el mundo anunciando la buena nueva. Desde entonces, jamás ha dejado de resonar entre los hombres este anuncio: Cristo, Hijo unigénito de Dios, es el Salvador del hombre, de todo hombre y de todo el hombre.

132 A lo largo de los siglos, la evangelización se ha confrontado con culturas diversas, y, de modo especial recientemente, también ha entablado un diálogo con las instituciones civiles nacionales e internacionales.

Queridos alumnos de la Academia eclesiástica pontificia, en este contexto se inserta vuestra participación específica en la misión evangelizadora de la Iglesia. Las representaciones pontificias, manteniéndose en contacto con el Papa, están llamadas a representarlo ante las comunidades eclesiales de los países donde actúan, ante los Gobiernos de las naciones y los organismos internacionales. Esto exige del personal de dichas misiones capacidad de diálogo, conocimiento de los diferentes pueblos y de sus expresiones culturales y religiosas, así como de sus legítimas expectativas. Al mismo tiempo, os resulta indispensable una adecuada formación teológica y pastoral y, sobre todo, una fidelidad madura y total a Cristo. Sólo si os mantenéis unidos a él con la oración y la constante búsqueda de su voluntad, vuestro trabajo será fecundo y sentiréis plenamente realizado vuestro sacerdocio.

3. Queridos alumnos, os deseo que mantengáis encendido en la mente y en el corazón el fuego vivificante del Espíritu Santo, que en estos días imploramos fervientemente, y que seáis testigos de paz y de amor dondequiera que la Providencia os conduzca.

La Virgen María vele sobre vosotros y os haga mansos y valientes apóstoles de su Hijo divino. Que las dificultades jamás frenen vuestra generosa entrega a Cristo y a su Iglesia.

Os aseguro un recuerdo diario en la oración y con afecto os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA FAMILIA MONÁSTICA DE BELÉN,


DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN Y DE SAN BRUNO


Lunes 31 de mayo de 2004



Queridas religiosas de la Familia monástica de Belén,
de la Asunción de la Virgen y de San Bruno:

Me alegra acogeros con ocasión de vuestro capítulo general. Saludo en particular a la madre Issabelle, vuestra priora, así como a los miembros del consejo general. Asimismo, doy una cordial bienvenida a los miembros del consejo de la rama masculina de vuestra familia monástica, presentes aquí también con vosotras. En este tiempo de Pentecostés, deseo que el Espíritu os fortalezca en vuestra misión específica y os ilumine en las decisiones que tendréis que tomar. Al reavivar vuestra sed de sacar de la fuente de vuestro carisma fundacional, el Soplo de Dios os permitirá entrar en una intimidad cada vez mayor con Cristo, fuente de la eficacia de vuestro testimonio e impulso de vuestra caridad fraterna.

A través de una humilde y audaz fidelidad, en el silencio que caracteriza vuestra vida oculta, os sostiene la oración de la Virgen María. Con vuestra vida contemplativa, eleváis el mundo a Dios y recordáis a los hombres de nuestro tiempo la importancia del silencio y de la oración en la existencia.

Que san Bruno, centinela infatigable del Reino que viene, os obtenga la gracia de permanecer vigilantes en la oración, manteniendo "una guardia santa y perseverante, mientras esperamos la venida del Maestro, para abrirle cuando llame" (cf. Carta a Raúl, n. 4). Invito sobre todo a vuestra familia monástica, que lleva en su título el nombre de Belén, lugar de nacimiento del Emmanuel, a intensificar su oración por Oriente Próximo, pidiendo al Señor que conceda la gracia de la paz y de la reconciliación a todos los habitantes de esta región atormentada por la violencia.

133 De todo corazón, os imparto de buen grado una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todas las religiosas de vuestra familia monástica, a los miembros de la rama masculina y a todas las personas cercanas a vosotras.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO


A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MARIANO


DE CLAUSURA DEL MES DE MAYO






Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Deseo unirme espiritualmente a vosotros, que participáis en el tradicional encuentro mariano que se celebra al concluir el mes de mayo en el Vaticano. Dirijo mi cordial saludo a los señores cardenales y prelados, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a todos los presentes. Doy las gracias a los que han colaborado en la realización de este sugestivo momento de oración.

2. El mes de mayo termina con la fiesta litúrgica de la Visitación, segundo misterio gozoso, que infunde en los corazones un soplo siempre nuevo de esperanza. El encuentro de María con Isabel está totalmente animado por el Espíritu Santo, que llena de alegría a ambas madres y hace que salte de gozo el profeta en el seno de Isabel. Este año celebramos la fiesta de la Visitación al día siguiente de Pentecostés, y eso nos lleva a pensar en el viento del Espíritu, que impulsa a María, y con ella a la Iglesia, por los caminos del mundo, para llevar a todos a Cristo, esperanza de la humanidad.

3. También las llamitas de las velas que habéis llevado en las manos durante la procesión simbolizan la esperanza que Cristo, muerto y resucitado, ha dado a la humanidad. Amadísimos hermanos y hermanas, sed siempre portadores de esta luz. Más aún, como recomienda el Señor a los discípulos, sed vosotros mismos esa luz (cf. Mt Mt 5,14) en vuestra casa, en cualquier ambiente y en todas las circunstancias de la vida. Sedlo con vuestro fiel testimonio evangélico, siguiendo cada día el ejemplo de María, discípula perfecta de su Hijo divino.

Que ella os obtenga este don del Espíritu Santo, el Maestro interior. Lo pido también yo para vosotros al Señor, a la vez que os renuevo mi afectuoso saludo y os bendigo a todos de corazón.

Vaticano, 31 de mayo de 2004





                                                                            junio de 2004



ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SÍNODO PERMANENTE


DE LA IGLESIA GRECO-CATÓLICA UCRANIANA


Jueves 3 de junio de 2004



Señor cardenal;
134 venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra este encuentro con vosotros, que representáis a la Iglesia greco-católica ucraniana, a sus pastores, a los religiosos y las religiosas, así como a todos sus fieles.

Le agradezco, señor cardenal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los hermanos, y deseo aseguraros mi cercanía con el afecto, con la oración y con la admiración más profunda por la vitalidad de vuestra Iglesia y por la fidelidad que la ha caracterizado a lo largo de los siglos.

Llena de heroicos testimonios, dados también en el pasado reciente, está comprometida en programas pastorales en los que el clero y los laicos prestan una colaboración generosa y concorde con vistas a una eficaz obra de evangelización, favorecida por el clima de libertad que hoy se respira también en vuestro país.

2. Por estos motivos, comparto vuestra aspiración, bien fundada también en la disciplina canónica y conciliar, a tener una plena configuración jurídico-eclesial. La comparto en la oración y también en el sufrimiento, esperando el día establecido por Dios en el que podré confirmar, como Sucesor del apóstol san Pedro, el fruto maduro de vuestro desarrollo eclesial. Mientras tanto, sabéis bien que se está estudiando seriamente vuestra petición, también a la luz de la valoración de otras Iglesias cristianas.

Ojalá que esta espera no sea impedimento para vuestra audacia apostólica ni motivo para apagar o atenuar la alegría del Espíritu Santo que lo anima y lo estimula a usted, querido cardenal Husar, así como a sus hermanos en el episcopado, junto con los sacerdotes, los religiosos y los fieles, a un compromiso cada vez más intenso en el anuncio del Evangelio y en la consolidación de vuestra tradición eclesial.

Venerados hermanos, os pido que transmitáis a vuestros fieles la expresión de mi vivo recuerdo y la seguridad de mi constante oración, junto con la bendición apostólica, que de todo corazón os imparto a vosotros y a todos los miembros de la Iglesia greco-católica ucraniana.






AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 4 de junio de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. "No cesamos de dar gracias a Dios porque, al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros" (1Th 2,13). Con este pasaje de san Pablo os doy una cordial bienvenida a vosotros, obispos de la Iglesia en Colorado, Wyoming, Utah, Arizona, Nuevo México y oeste de Texas con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Continuando mi reflexión sobre el munus propheticum del obispo, deseo hablar hoy sobre vuestra urgente tarea de evangelizar la cultura.

2. La Iglesia, con la certeza de su competencia como depositaria de la revelación de Jesucristo (cf. Fides et ratio ), desde Pentecostés inició su peregrinación anunciando que Jesucristo, el Hijo de Dios, es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Su confianza se funda en la seguridad de que su mensaje tiene su origen en Dios mismo. En su bondad y sabiduría, Dios entró en la historia humana para que nosotros, a través de su Hijo, plenitud de la Revelación, pudiéramos compartir su vida divina (cf. Dei Verbum DV 2). Por eso, la dinámica fundamental de la misión profética de la Iglesia consiste en mediar el contenido de la fe en las diferentes culturas, permitiendo a las personas transformarse por la fuerza del Evangelio, que impregna su modo de pensar, sus criterios de juicio y sus normas de comportamiento (cf. Sapientia christiana, Proemio I).

135 La observación de mi predecesor, el Papa Pablo VI, según la cual "la ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo" (Evangelii nuntiandi EN 20), se manifiesta hoy como "crisis de sentido" (cf. Fides et ratio FR 81). Las posiciones morales ambiguas, la distorsión de la razón por grupos particulares de interés y el subjetivismo exacerbado son sólo algunos ejemplos de una perspectiva de vida que no busca la verdad y renuncia a la búsqueda del fin último y del sentido de la existencia humana (cf. ib., 47). Contra la oscuridad de esta confusión, la luz de la verdad que anunciáis abiertamente (cf. 2Co 4,2) brillará como una diaconía de esperanza, ayudando a hombres y mujeres a comprender el misterio de su vida de una manera coherente (cf. ib., 15).

3. Como ministros de la verdad, con la valentía que infunde el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis ), vuestro testimonio proclamado y vivido del extraordinario "sí" de Dios a la humanidad (cf. 2Co 1,20) aparece como un signo de fuerza y de confianza en el Señor y engendra nueva vida en el Espíritu. Algunos creen hoy que el cristianismo está ahogado por estructuras y es incapaz de responder a las necesidades espirituales de la gente. Sin embargo, lejos de ser algo meramente institucional, el centro vital de vuestro anuncio del Evangelio es el encuentro con nuestro Señor mismo. De hecho, sólo conociendo, amando e imitando a Cristo, sólo con él, podemos transformar la historia, haciendo que los valores del Evangelio influyan en la sociedad y en la cultura.

Así pues, resulta claro que todas vuestras actividades deben dirigirse al anuncio de Cristo. Ciertamente, vuestro deber de integridad personal hace contradictoria cualquier separación entre misión y vida. Enviados en nombre de Cristo como pastores para velar por una porción particular del pueblo de Dios, debéis crecer con ellas como una sola mente y un solo cuerpo en el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis ). Por eso, os exhorto a estar cerca de vuestros sacerdotes y de vuestro pueblo: imitad al buen Pastor, que conoce a sus ovejas y llama a cada una por su nombre. Siguiendo el ejemplo de los grandes pastores que os han precedido, como san Carlos Borromeo, vuestra visita y escucha atenta de vuestros hermanos sacerdotes y de los fieles, y vuestro contacto directo con los marginados, serán quasi anima episcopalis regiminis.De este modo, prolongáis vuestra enseñanza mediante el ejemplo concreto de fe humilde y de servicio, despertando en los demás el deseo de vivir una vida de auténtico seguimiento de Cristo.

4. Para el nuevo impulso en la vida cristiana, al que invité a toda la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte NM 29), es fundamental el testimonio profético inequívoco de los hombres y mujeres consagrados sobre la plenitud de la verdad de Cristo. Este testimonio profético de los religiosos, que tiene su origen en la naturaleza radical de su seguimiento de Cristo, está marcado por su profunda convicción de la primacía con que Dios y las verdades del Evangelio forman la vida cristiana y por su compromiso de ayudar a la comunidad cristiana a elevar todos los sectores de la sociedad civil con estas verdades.

Como consecuencia del creciente secularismo y de la creciente fragmentación del conocimiento (cf. Fides et ratio FR 81), han surgido "nuevas formas de pobreza", especialmente en culturas que disfrutan de bienestar material, que reflejan "la desesperación por la falta de sentido" (Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio, 35). La desconfianza en la gran capacidad de conocer del ser humano, la aceptación de "verdades parciales y provisionales" (Fides et ratio FR 5) y la búsqueda insensata de novedades, hacen cada vez más difícil la tarea de transmitir a la gente -especialmente a los jóvenes- una comprensión del fundamento y de la finalidad de la vida humana.

Frente a estas trágicas lacras del desarrollo social, la maravillosa variedad de los carismas propios de los institutos religiosos debe ponerse al servicio del conocimiento completo y de la realización del Evangelio de Jesucristo, el único que "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (Gaudium et spes GS 22). En las culturas dominadas por el secularismo es muy importante el compromiso de los religiosos en el apostolado de "caridad intelectual". La caridad "al servicio de la inteligencia" -mediante la promoción de la excelencia en las escuelas, el compromiso en favor del saber y la articulación de la relación entre la fe y la cultura- asegurará que "por doquier se respeten los principios fundamentales de los que depende una civilización digna del hombre" (Instrucción citada, 38), incluidos los campos político, legislativo y educativo.

5. El desarrollo de la misión profética de los laicos es uno de los grandes tesoros de la Iglesia del tercer milenio. Con razón el concilio Vaticano II consideró detalladamente el deber de los laicos de "buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium LG 31). Sin embargo, también es verdad que en los últimos cuarenta años, mientras la atención política a la subjetividad humana se ha concentrado en los derechos individuales, en el ámbito público ha habido una creciente resistencia a reconocer que todos los hombres y mujeres reciben su dignidad esencial y común de Dios y con ella la capacidad de orientarse hacia la verdad y la bondad (cf. Centesimus annus CA 38). Apartándose de esta visión de la unidad fundamental y de la finalidad de toda la familia humana, los derechos se reducen a veces a exigencias egoístas: el aumento de la prostitución y la pornografía en nombre de una elección adulta, la aceptación del aborto en nombre de los derechos de la mujer, y la aprobación de uniones entre personas del mismo sexo en nombre de los derechos de los homosexuales.

Ante este modo de pensar, erróneo pero generalizado, debéis hacer todo lo posible para estimular a los laicos en su "responsabilidad especial" por la "evangelización de la cultura, (...) así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública" (Pastores gregis ). Las falsas formas laicistas de "humanismo", que exaltan a la persona de un modo que constituye una verdadera idolatría (cf. Christifideles laici CL 5), sólo pueden contrarrestarse mediante el redescubrimiento de la genuina e inviolable dignidad de toda persona. Esta sublime dignidad se manifiesta en todo su esplendor cuando se tienen en cuenta el origen y el destino de la persona. Creados por Dios y redimidos por Cristo, estamos llamados a ser "hijos en el Hijo" (cf. ib., 37). Así pues, digo una vez más al pueblo de Estados Unidos que el misterio pascual de Cristo es el único punto firme de referencia para toda la humanidad durante su peregrinación en busca de la auténtica unidad y de la verdadera paz (cf. Ecclesia in America ).

6. Queridos hermanos en el episcopado, con afecto y gratitud fraterna os ofrezco estas reflexiones y os animo a compartir los frutos del carisma de verdad que el Espíritu os ha otorgado. Unidos en el anuncio de la buena nueva de Jesucristo y guiados por el ejemplo de los santos, proseguid con esperanza. Invocando sobre vosotros la intercesión de María, "Estrella de la nueva evangelización", os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.






AL SEÑOR GEORGE WALKER BUSH,


PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS


Viernes 4 de junio de 2004



Señor presidente:

136 1. Le doy una cordial bienvenida a usted y a la señora Bush, y a la distinguida delegación que lo acompaña. Dirijo también un afectuoso saludo a todo el pueblo de Estados Unidos, al que usted representa. Le doy las gracias porque ha querido encontrarse nuevamente conmigo, a pesar de las dificultades representadas por sus numerosos compromisos durante esta visita a Europa y a Italia, y por mi partida, mañana por la mañana, para encontrarme con los jóvenes en Suiza.

2. Usted está visitando Italia para conmemorar el 60° aniversario de la liberación de Roma y honrar la memoria de los numerosos soldados norteamericanos que dieron su vida por su país y por la libertad de los pueblos de Europa. Me uno a usted al recordar el sacrificio de aquellos valerosos soldados muertos y pedir al Señor que no se repitan nunca más los errores del pasado que dieron origen a espantosas tragedias. Hoy pienso, asimismo, con gran emoción en los numerosos soldados polacos que murieron por la libertad de Europa.

Nuestro pensamiento también se dirige hoy a los veinte años en que la Santa Sede y Estados Unidos han gozado de relaciones diplomáticas formales, entabladas en 1984 durante el gobierno del presidente Reagan. Estas relaciones han promovido el entendimiento mutuo sobre importantes cuestiones de interés común y de cooperación práctica en diferentes áreas. Envío mi saludo al presidente Reagan y a su esposa, que lo atiende con esmero en su enfermedad. También desearía expresar mi estima por todos los representantes de Estados Unidos ante la Santa Sede, así como mi aprecio por la competencia, la sensibilidad y el gran compromiso con que han fomentado el desarrollo de nuestras relaciones.

3. Señor presidente, su visita a Roma tiene lugar en un momento de gran preocupación por la continua situación de gran conflictividad en Oriente Próximo, tanto en Irak como en Tierra Santa. Usted conoce muy bien la inequívoca posición de la Santa Sede a este respecto, expresada en numerosos documentos, a través de contactos directos e indirectos, y en muchos esfuerzos diplomáticos que se han hecho desde que usted me visitó, primero en Castelgandolfo, el 23 de julio de 2001, y luego en este palacio apostólico el 28 de mayo de 2002.

4. Es deseo evidente de todos que esta situación se normalice cuanto antes con la participación activa de la comunidad internacional y, en particular, de la Organización de las Naciones Unidas, para asegurar un rápido restablecimiento de la soberanía de Irak, en condiciones de seguridad para todo su pueblo. El reciente nombramiento de un jefe de Estado en Irak y la formación de un Gobierno iraquí provisional son un paso alentador hacia la consecución de ese objetivo. Ojalá que esta misma esperanza de paz se reavive en Tierra Santa y lleve a nuevas negociaciones, dictadas por un sincero y decidido compromiso de diálogo entre el Gobierno de Israel y la Autoridad Palestina.

5. La amenaza del terrorismo internacional sigue siendo una fuente de preocupación constante. Ha afectado seriamente a las normales y pacíficas relaciones entre los Estados y los pueblos desde la trágica fecha del 11 de septiembre de 2001, que no dudé en definir "un día tenebroso en la historia de la humanidad". En las últimas semanas han salido a la luz otros deplorables sucesos que han turbado la conciencia civil y religiosa de todos, y han hecho más difícil un sereno y decidido compromiso en favor de los valores humanos compartidos: sin este compromiso jamás se superarán ni la guerra ni el terrorismo. Que Dios conceda fuerza y éxito a todos los que esperan y trabajan sin cesar por el entendimiento entre los pueblos, respetando la seguridad y los derechos de todas las naciones y de todo hombre y mujer.

6. Al mismo tiempo, señor presidente, aprovecho esta oportunidad para reconocer el gran compromiso de su Gobierno y de numerosas organizaciones humanitarias de su nación, especialmente las de inspiración católica, por superar las condiciones cada vez más intolerables en varios países africanos, donde ya no se puede pasar por alto el sufrimiento causado por conflictos fratricidas, enfermedades pandémicas y una pobreza degradante.

Sigo también con gran aprecio su esfuerzo por promover los valores morales en la sociedad norteamericana, especialmente por lo que atañe al respeto a la vida y a la familia.

7. Un entendimiento mayor y más profundo entre Estados Unidos y Europa desempeñará seguramente un papel decisivo en la resolución de los grandes problemas que he mencionado, así como de muchos otros que afronta la humanidad hoy. Ojalá que su visita, señor presidente, dé un nuevo y fuerte impulso a esta cooperación.

Señor presidente, en el cumplimiento de su elevada misión de servicio a su nación y a la paz mundial, le aseguro mis oraciones y de corazón invoco sobre usted las bendiciones divinas de sabiduría, fuerza y paz.

¡Dios conceda paz y libertad a toda la humanidad!





Discursos 2004 129