San Justino


INTRODUCCION



San Justino, mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Siquem. De padres paganos y origen romano, pronto inicio su itinerario intelectual frecuentando las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.

Llego a Roma durante el reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundo una escuela, la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con otros seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.

De sus variados escritos, solo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pio; y una obra titulada Dialogo con el judío Trifón, donde defiende la fe cristiana de los ataques del judaísmo. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas -que se propone refutar- y de las doctrinas filosóficas más en boga; como intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo -sabiendo que se jugaba la vida- y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es solo una y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos.

Loarte

San Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a comienzos del siglo Il. Si lo que él mismo nos narra tiene valor autobiográfico y no es -como pretenden algunos- mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a la filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insatisfecho de todas ellas, un anciano le llamo la atención sobre las Escrituras de los profetas, "los únicos que han anunciado la verdad". Esto, junto a la consideración del testimonio de los cristianos que arrostraban la muerte por ser fieles a su fe, le llevo a la conversión.

Más adelante Justino pasa a Roma, donde funda una especie de escuela filosófico-religiosa, y muere martirizado hacia el año 165.

Se conocen los títulos de una decena de obras de Justino: de ellas solo se han conservado dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de una misma obra), y un Dialogo con un judío, por nombre Trifón.

Tanto por la extensión de sus escritos como por su contenido, Justino es el más importante de los apologetas. Es el primero que de una manera que pudiéramos decir sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje cristiano y el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este aspecto, la dirección que iba a tomar la teología posterior.

La aportación más fundamental de Justino es el intento de relacionar la teología ontológica del platonismo con la teología histórica de la tradición judaica, es decir, el Dios que los filósofos concebían como Ser supremo, absoluto y trascendente, con el Dios que en la tradición semítica aparecía como autor y realizador de un designio de salvación para el hombre.

En el esfuerzo por resolver el problema de la posibilidad de relación entre el Ser absoluto y trascendente y los seres finitos, las escuelas derivadas del platonismo habían postulado la necesidad del Logos en función de intermediario ontológico: la idea se remonta al "logos universal" de Heráclito, y viene a expresar que la inteligibilidad limitada del mundo es una expresión o participación de la inteligibilidad infinita del Ser absoluto.

Justino, reinterpretando ideas del evangelio de Juan, identifica al Logos mediador ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha manifestado en Cristo, pero que había estado ya actuando desde el principio del mundo, lo mismo en la revelación de Dios a los patriarcas y profetas de Israel, que en la revelación natural por la que los filósofos y sabios del paganismo fueron alcanzando cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.

De esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la filosofía y las instituciones naturales de los pueblos paganos. Así intenta resolver uno de los problemas más graves de la teología en su época: el de la relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.

Sin embargo, al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico entre el Dios supremo y trascendente y el mundo finito, a la manera en que era postulado de los filósofos, introduce una concepción que inevitablemente tendera hacia el subordinacionismo y, finalmente, hacia el arrianismo. Cuando Justino afirma que el Dios supremo no podía aparecerse con su gloria trascendente a Moisés y los profetas, sino solo su Logos, implícitamente afirma que el Logos no participa en toda su plenitud de la gloria de Dios y que es en alguna manera inferior a Dios.

Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.

Josep Vives




001

La verdadera sabiduría (Dialogo con Trifón, 1-8)

Una mañana que paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzo conmigo cierto sujeto:

-¡Salud, filósofo!, me dijo.

Y a la vez que saludaba, se dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él también sus amigos. Yo le devolví el saludo:

-¿Qué ocurre?, le contesté.

- Me enseñó en Argos Corinto el socrático -respondió- que no se debe descuidar a los que visten habito como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y buscar conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun en el caso de que saliese beneficiado solo uno de los dos, ya sería un bien para ambos. Por eso, siempre que veo a alguien con este habito, me acerco a él con gusto. También los que me acompañan esperan oír de ti algo de provecho...

-¿Y quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.

Entonces me indico, sencillamente, su nombre y su raza:

-Mi nombre es Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de la guerra recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.

-¿Y cómo -le respondí- puedes sacar más provecho de la filosofía que de tu propio legislador y de los profetas?

-¿No tratan de Dios -me replico- los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas sobre su unicidad y providencia? ¿Y no es objeto de la filosofía investigar acerca de Dios?

-Ciertamente -le dije-, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o muchos, ni si tiene o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad (...).

Entonces él, sonriendo, dijo cortésmente:

-Y tu ¿qué opinas de esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?

-Te diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes y el más precioso ante Dios, a quien nos conduce y recomienda (1). Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad y por qué fue enviada a los hombres, es algo que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos (...).

(Al llegar a este punto, Justino explica a sus interlocutores como fue pasando por diversas escuelas filosóficas en busca de la sabiduría, pero ninguna le satisfizo).

Con esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la soledad y evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí a cierto paraje, no lejos del mar. Cerca ya del lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en él.

-¿Es que me conoces?, pregunto.

Contesté que no.

-Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?

-Estoy maravillado -dije- de que hayas venido a parar a este mismo lugar, donde no esperaba encontrar a hombre alguno.

-Ando preocupado -repuso él- por unos parientes míos que están de viaje. He venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti -concluyo- ¿qué te trae por acá?

-Me gusta -le dije- pasar así el rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo. Para quien ama la meditación no hay parajes tan propios como éstos.

- Luego, ¿eres amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien un hombre práctico y no sofista?

-¿Y qué mayor bien hay -le repliqué- que demostrar como la idea lo dirige todo y, concebida en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el extravió de los demás y que en nada de sus ocupaciones hay algo sano y grato a Dios? Sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia (...).

(El relato continua con las más variadas preguntas del anciano acerca de la inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación de las criaturas con Dios... Justino intenta responder, pero llega un momento en el que comprende que los filósofos no son capaces con la sola razón de dar cuenta de todos los interrogantes que se plantean los hombres.)

-Entonces -volví a replicar-, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde podemos sacar provecho, si ni en éstos, como en Platón o en Pitágoras, se halla la verdad?

-Existieron hace mucho tiempo -me contesto el viejo- unos hombres más antiguos que todos éstos tenidos por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el porvenir, lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados profetas.

Éstos son los que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria; sino, que llenos del Espíritu Santo, solo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber.

No compusieron jamás sus discursos con demostración, ya que fueron testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del Espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los Espíritus del error y a los demonios.

Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.

Esto dijo y muchas otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se marcho y después de exhortarme a seguir sus consejos, no le volví a ver jamás. Sin embargo, inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo y, reflexionando sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa.

De este modo, y por estos motivos, yo soy filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador. Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a la vez que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo descanso.

Ahora bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación y tienes confianza en Dios, como a hombre que no es ajeno a estas cosas, te es posible alcanzar la felicidad, reconociendo a Cristo e iniciándote en sus misterios.


002

Las obras del cristiano (Apología 1,3,10,12,14-17)

Tenemos la obligación de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no sea que hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes parecen ignorar nuestra religión, y así pecaron por su ceguera. Pero también vosotros debéis oírnos y juzgar con rectitud porque, en adelante, estando instruidos, no tendréis excusa alguna ante Dios si no obráis justamente (...).

Consideramos de interés para todos los hombres que no se les impida aprender esta doctrina, sino que se les exhorte a ella, porque lo que no lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo divino si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliada a la pasión que habita en cada uno, mala para todo, y multiforme por naturaleza: con esos crímenes nada tenemos que ver nosotros (...).

Vuestra mejor ayuda para el mantenimiento de la paz somos nosotros, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que un malhechor, un avaro o un conspirador, pasen inadvertidos a Dios -como tampoco pasa un hombre virtuoso-. Por el contrario, cada uno camina, según el mérito de sus acciones, hacia el castigo o hacia la salvación eterna. Si todos los hombres fuesen conscientes de esto, nadie escogería la maldad por un momento, sabiendo que así emprendía la marcha hacia su condena eterna en el fuego, sino que por todos los medios se contendría y se adornaría con las virtudes, para alcanzar los bienes de Dios y verse libre de la pena. Quienes, por miedo a las leyes y castigos decretados por vosotros, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes, los cometen conscientes de que sois hombres, y que de vosotros es posible esconderse. Si supieran y estuvieran persuadidos de que nadie puede ocultar a Dios, no ya una acción, sino tampoco un pensamiento, al menos por el castigo que les amenaza, se moderarían (...).

Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora solo amamos la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos lo ponemos en común, y de ello damos parte a todo el que está necesitado; los que nos odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con nadie de otra raza que la nuestra, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos juntos y rogamos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir a los que nos aborrecen injustamente para que, viviendo conforme a los preclaros consejos de Cristo, tengan la esperanza de alcanzar, junto con nosotros, los bienes de Dios, soberano de todas las cosas (...).

Sobre la castidad, (Cristo) dijo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno (Mt 5,28-29). Y el que se casa con una divorciada de otro marido, comete adulterio (Mt 5,32) (...). Así, para nuestro Maestro, no solo son pecadores los que contraen doble matrimonio conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para desearla. No solo rechaza al que comete adulterio de hecho, sino también al que lo querría, pues ante Dios son patentes tanto las obras como los deseos. Entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde la niñez, permanecen incorruptos hasta los sesenta y los setenta años, y yo me glorío de que os los puedo mostrar de entre toda raza humana. Y esto, sin contar a la ingente muchedumbre de los que se han convertido después de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues Cristo no llamo a penitencia a los justos y a los castos, sino a los impíos, a los intemperantes y a los inicuos. Así lo dijo: no he venido a llamar a penitencia a los justos, sino a los pecadores (Lc 5,32) (...).

Sus palabras sobre el ejercicio de la paciencia, y sobre el estar prontos a servir y ajenos a la ira, son éstas: a quien te golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte la túnica o el manto, no se lo impidas (Lc 6,29). Mas quienquiera que se irrite, es reo del fuego (Mt 5 Mt 22) A quien te contrate para una milla, acompáñale dos (Mt 5,41). Brillen, pues, vuestras obras delante de los hombres, para que viéndolas admiren a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16). No debemos, pues, ofrecer resistencia. Él no quiere que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhorto a apartar a todos de la vergüenza y del deseo del mal por medio de la paciencia y la mansedumbre. Y esto lo podemos demostrar por muchos que han vivido entre vosotros, que dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, y se convencieron, ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia de sus compañeros de viaje al ser defraudados, ora poniendo a prueba a sus compañeros de negocio (...).

En cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes que nadie procuramos pagarlos a quienes vosotros habéis designado para ello en todas partes: así se nos enseno. Cuando se le acercaron algunos para preguntarle si había que pagar el tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,20-21). Por eso, solo adoramos a Dios, pero en todo lo demás os servimos a vosotros con gusto, reconociendo que sois emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que, junto con el poder imperial, se advierta que también sois hombres de prudente juicio.


(1) Justino, 1 Apología, 46.


003

Como los Apóstoles nos enseñaron (Apología 1,65-67)

Después de ser lavado de ese modo, y adherirse a nosotros quien ha creído (2), le llevamos a los que se llaman hermanos, para rezar juntos por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado, y por los demás esparcidos en todo el mundo. Suplicamos que, puesto que hemos conocido la verdad, seamos en nuestras obras hombres de buena conducta, cumplidores de los mandamientos, y así alcancemos la salvación eterna.

Terminadas las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego, se ofrece pan y un vaso de agua y vino a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza y gloria al Padre del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén, que en hebreo quiere decir así sea. Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con agua sobre los que se pronuncio la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes.

A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseno. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarno por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han ensenado que esta comida -de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre - es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles -en sus comentarios, que se llaman Evangelios- nos transmitieron que así se lo ordeno Jesús cuando, tomo el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y solo a ellos lo entrego (...).

Nosotros, en cambio, después de esta iniciación, recordamos estas cosas constantemente entre nosotros. Los que tenemos, socorremos a todos los necesitados y nos asistimos siempre los unos a los otros. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al Hacedor del universo a través de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo.

El día que se llama del sol (el domingo), se celebra una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envió a los ausentes por medio de los diáconos.

Los que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y también porque es el día en que Jesucristo, Nuestro Salvador, resucito de entre los muertos; pues hay que saber que le entregaron en el día anterior al de Saturno (sábado), y en el siguiente-que es el día del sol-, apareciéndose a sus Apóstoles y discípulos, nos enseno esta misma doctrina que exponemos a vuestro examen.


(2) Justino, 2 Apología, 13.





I. El cristianismo y la filosofía.

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Para que no haya nadie que sin razón rechace nuestra enseñanza objetando que Cristo nació hace solo ciento cincuenta años en tiempos de Quirino... y de Poncio Pilato, urgiendo con ello que ninguna responsabilidad tuvieron los hombres de épocas anteriores, nos daremos prisa a resolver esta dificultad. Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios, el cual, como ya hemos indicado, es el Logos, del cual todo el género humano ha participado. Y así, todos los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun cuando fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates, Heráclito y otros semejantes entre los griegos, y entre los barbaros con Abraham, Azarías, Misael, Elías y otros muchos... De esta suerte, los que en épocas anteriores vivieron sin razón, fueron malvados y enemigos de Cristo, y asesinaron a los que vivían según la razón. Por el contrario, los que han vivido y siguen vi- viendo según la razón son cristianos, viviendo sin miedo y en paz... (1).

Declaro que todas mis oraciones y mis denodados esfuerzos tienen por objeto el mostrarme como cristiano: no que las doctrinas de Platón sean simplemente extrañas a Cristo, pero sí que no coinciden en todo con él, lo mismo que las de los otros filósofos, como los estoicos, o las de los poetas o historiadores. Porque cada uno de éstos hablo correctamente en cuanto que veía que tenía por connaturalidad una parte del Logos seminal de Dios. Pero es evidente que quienes expresaron opiniones contradictorias y en puntos importantes, no poseyeron una ciencia infalible ni un conocimiento inatacable. Ahora bien, todo lo que ellos han dicho correctamente nos pertenece a nosotros, los cristianos, ya que nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al Logos de Dios inengendrado e inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre para participar en todos nuestros sufrimientos y así curarlos. Y todos los escritores, por la semilla del Logos inmersa en su naturaleza, pudieron ver la realidad de las cosas, aunque de manera oscura. Porque una cosa es la semilla o la imitación de una cosa que se da según los límites de lo posible, y otra la realidad misma por referencia a la cual se da aquella participación o imitación... (2).


II. Dios.

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Al Padre de todas las cosas no se le puede imponer nombre alguno, pues es inengendrado. Porque todo ser al que se impone un nombre, presupone otro más antiguo que él que se lo imponga. Los nombres de Padre, Dios. Creador. Señor, Dueño, no son propiamente nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto a su Hijo-el único a quien con propiedad se llama Hijo, el Logos que está con él, siendo engendrado antes de las criaturas, cuando al principio creo y ordeno por medio de él todas las cosas -se le llama Cristo a causa de su unción y de que fueron ordenadas por medio de él todas las cosas-. Este nombre encierra también un sentido incognoscible, de manera semejante a como la apelación de "Dios" no es un nombre, sino que representa una concepción, innata en la naturaleza humana, de lo que es una realidad inexplicable. En cambio "Jesús" es un nombre humano, que tiene el sentido de "salvador". Porque el Logos se hizo hombre según el designio de Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para destrucción de los demonios... (3).

El Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a parte alguna, ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio, sea el que fuere, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de nosotros se le escapa, sin que para ello haya de moverse el que no cabe en lugar alguno ni en el mundo entero, el que existía antes de que el mundo fuera hecho. Siendo esto así, ¿cómo puede él hablar con alguien, o ser visto de alguien, o aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no pudo soportar la gloria de su enviado en el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés entrar en la tienda que él había hecho, pues estaba llena de la gloria de Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie delante del templo cuando Salomón llevo el arca a la morada que él mismo había construido en Jerusalén? Por tanto, ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio al que es Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron a éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le sirve según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciera hombre por medio de una virgen, como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde la zarza... Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros tiempos se apareció por su poder como hombre y como ángel y en la gloria del fuego en la zarza y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he mostrado ya largamente... (4).

Al principio, antes de todas las criaturas, engendro Dios una cierta potencia racional de sí mismo, a la cual llama el Espíritu Santo "gloria del Señor", y a veces también Hijo, a veces Sabiduría, a veces ángel, a veces Dios, a veces Señor o Palabra y a veces se llama a sí mismo Caudillo, cuando se aparece en forma humana a Josué, hijo de Navé. Todas estas apelaciones le vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre y del hecho de estar engendrado por el querer del Padre. Algo semejante vemos que sucede en nosotros: al emitir una palabra, engendramos la palabra, pero no por modo de división de algo de nosotros que, al pronunciar la palabra, disminuyera la razón que hay en nosotros. Así también vemos que un fuego se enciende de otro sin que disminuya aquel del que se tomo la llama, sino permaneciendo el mismo... Y tomaré el testimonio de la palabra de la sabiduría, siendo ella este Dios engendrado del Padre del universo, que subsiste como razón, sabiduría, poder y gloria del que la engendro, y que dice por boca de Salomón: ...El Señor me fundo desde el principio de sus caminos para sus obras. Antes del tiempo me cimento, en el principio, antes de hacer la tierra, antes de crear los abismos, antes de brotar las fuentes de las aguas... (5).


(3) Ibid. 5.

(4) Justino, Diálogo, 127-128.

(5) Ibid. 61.




III. Pecado y salvación.

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Oíd como el Espíritu Santo dice acerca de este pueblo que son todos hijos del Altísimo y que en medio de su junta estará Cristo, haciendo justicia a todo género de hombres (
Ps 81)... En efecto, el Espíritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de que guardarán sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte... Queda así demostrado que a los hombres se les concede el poder ser dioses, y que a todos se da el poder ser hijos del Altísimo, y culpa suya es si son juzgados y condenados como Adán y Eva... (6).

A nosotros nos ha revelado él cuanto por su gracia hemos entendido de las Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios anterior a todas las criaturas, y al mismo tiempo hijo de los patriarcas, pues se digna nacer hombre sin hermosura, sin honor y pasible, hecho carne de una virgen del linaje de los patriarcas. Por esto en sus propios discursos, hablando de su futura pasión dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, y que sea reprobado por los escribas y los fariseos, y sea crucificado, y resucite al tercer día" (Mc 8,31 Lc 9,22). Ahora bien, él se llamaba a sí mismo Hijo del hombre o bien a causa de su nacimiento por medio de una virgen que era del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien porque el mismo Adán era padre de todos esos que acabo de nombrar, de quienes María trae su linaje... Por haberle reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre, Cristo cambio el nombre a uno de sus discípulos, que antes se llamaba Simón y luego se llamo Pedro. Como Hijo de Dios le tenemos descrito en los "Recuerdos de los Apóstoles", y como tal le tenemos nosotros, entendiendo que procedió del poder y de la voluntad del Padre antes de todas las criaturas. En los discursos de los profetas es llamado Sabiduría, Día, Oriente, Espada, Piedra, Vara, Jacob, Israel, unas veces de un modo y otras de otro; y sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen, a fin de que por el mismo camino por el que tuvo comienzo la desobediencia de la serpiente, por el mismo fuera también destruida. Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contesto: "Hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38). Y de la Virgen nació aquel al que hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a los que se arrepienten de sus malas obras y creen en él... (7).


(6) Ibid. 124.

(7) Ibid. 100.