LEON XIII, MAGISTERIO - 14 ¿Qué es la Iglesia, y cual su misión? Sus relaciones con el Estado.


15 La Iglesia perseguida por las pretensiones del Estado. Regalismo redivivo.

Mas, atendiendo a la realidad de las cosas, ¿cuál es la verdad de los tiempos? Es un continuo sospechar de la Iglesia, desdeñarla, odiarla, calumniarla odiosamente; y lo que aún es más grave, por todos medios y con todo empeño se busca el someterla plenamente a la autoridad de los Gobiernos. Así se le han quitado sus bienes, y se le ha restringido la libertad; de aquí las dificultades rebuscadas para impedir la educación de los seminaristas; leyes excepcionales contra el clero; disueltas o prohibidas las órdenes religiosas, firme defensa de la Iglesia; en una palabra, se han renovado con mayor aspereza los principios y actuación de los regalistas. Todo esto no es sino violar los sacrosantos derechos de la Iglesia; y de ello se han derivado inmensos danos para la sociedad civil, por su oposición abierta a la divina voluntad. Porque, la verdad es que Dios, soberano autor del universo, que con suma providencia puso -al frente de la humana sociedad- la potestad civil y la eclesiástica, quiso también que permanecieran distintas, no las quiso separadas, ni tampoco en mutuo conflicto. Más aun, como la voluntad de Dios mismo, así también la común utilidad de la humana sociedad requiere absolutamente que la autoridad civil, al regir y gobernar, se mantenga en armonía con la eclesiástica. Tenga, pues, sus derechos y sus deberes el Estado; los tiene también la Iglesia; mas todo ello de modo tal que uno y otro estén unidos por vínculos de concordia.

Así es como en las relaciones entre Iglesia y Estado tendrá fin aquella tensión, que al presente las perturba, impróvida por muchas razones, y deplorada por todos los buenos. Y a la par se lograra que, sin confundirse ni separarse la naturaleza de ambos, los ciudadanos den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21).



16 La obra nefasta de la Masonería.

Muy grande es el daño que a la unidad religiosa viene de la secta de la Masonería, cuya funesta fuerza hace ya tanto tiempo que pesa sobre las naciones, singularmente sobre las católicas. Gozando de la perturbación de los tiempos, audaz por el crecer de su poderío y por el éxito de sus intentos, se empeña por todos medios en confirmar y ensanchar aún más su propio dominio. Ya de los escondrijos y de las celadas salió a plena luz; y, como desafiando a Dios mismo, se ha asentado en esta misma Roma, capital del catolicismo.

Y, lo que es peor, doquier que pone su pensamiento, se introduce por todas las clases e instituciones sociales, atenta solamente a dominarlas y señorearlas. Gravísimo daño en verdad: clara es la malicia de sus principios, y la perversidad de sus intentos.

Bajo pretexto de defender los derechos del hombre y restaurar la civil coexistencia, ataca encarnizadamente al catolicismo; rechaza la revelación; los deberes religiosos; trata con todo vilipendio los sacramentos y todas las cosas sagradas, que califica de supersticiones; cuanto al matrimonio, a la familia, a la educación de la juventud, a toda institución privada o pública, cuida bien de arrancarles su impronta cristiana, y borra del corazón de los pueblos toda reverencia a la autoridad humana y a la divina.

Proclama el culto de la naturaleza, y que solamente por los principios de ésta se ha de regular la verdad, la honestidad, la justicia. Así es como, con toda certeza, el hombre viene como devuelto de nuevo a las costumbres del vivir pagano, mas corrompido todavía por el refinamiento de los placeres.

Aunque sobre esta materia ya otras veces hemos alzado con energía Nuestra voz, sentimos, sin embargo, deber de Nuestro apostólico Ministerio el insistir una vez más, y con la mayor seriedad, en avisar que en peligro tan grave Son pocas las cautelas todas. Que Dios, en su bondad, confunda propósitos tan nefarios, mas vea seriamente el pueblo cristiano y comprenda que debe sacudir, ya de una vez, yugo tan indigno como el de la secta; cuiden, sobre todo, de sacudirlo con más empeño los que más se resienten de su opresión, esto es, los pueblos de Italia y de Francia. Los medios y maneras con que mejor puedan hacerlo, ya Nos mismo lo indicamos. Ni es incierta la victoria, si se confía en Aquel que es guía y que dijo: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33)

Vencidos el regalismo y la masonería, surgirían las ventajas; la primera, el trabajo de la Iglesia en libertad.

Desaparecidos ambos peligros, un vez vueltos a la unidad de la fe los Estados y las Naciones, grande seria el remedio eficaz para los males y grande la abundancia de bienes. Señalemos los principales.



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Primero, la dignidad de la Iglesia y de su actuación: volvería ella a tener el grado de honor que le es debido; y, al no ser ya ni odiada ni impedida, recorrería su camino comunicando la verdad y la gracia del Evangelio a todos, con suma ventaja para las naciones mismas. Porque, al estar destinada por Dios para guía y maestra de los hombres, se encuentra ella en grado de prestar el más eficaz concurso al bien común en medio de las graves transformaciones de los tiempos, a resolver los más complicados problemas sociales, y promover la rectitud y la justicia, bases inconmovibles de los Estados.



18 Segunda ventaja: el acercamiento de las naciones, alejando el espectro de un conflicto. La guerra fría.

Además, se impulsaría en forma preclara la unión entre las naciones, que tan de desear es en nuestros tiempos, a fin de conjurar los horrores de la guerra.

Contemplamos ahora mismo la situación de Europa. Hace ya muchos años que se vive en una paz más aparente que real. Dominadas por las mutuas desconfianzas y sospechas, casi todas las naciones luchan a porfía febrilmente en la carrera de los armamentos. La inexperta juventud, alejada de la paternal vigilancia y dirección, se ve lanzada en medio de los peligros de la vida militar; en la flor de la edad y de su vigor, del cultivo de los campos, de la paz de los estudios, de los negocios, de las artes, es arrancada y lanzada a las armas. Y, en consecuencia, los erarios se hallan agotados por los enormes dispendios, aniquiladas las riquezas públicas, disminuidas las fortunas familiares; y, en consecuencia, tal estado de paz armada ha llegado ya a ser casi intolerable. Pero ¿será tal la naturaleza de la humana sociedad? Salir, pues, de semejante estado y conseguir la verdadera paz no puede lograrse sino por beneficio de Jesucristo. Para refrenar la ambición y la codicia, así como las rivalidades, que Son las antorchas que encienden la guerra, nada vale tanto como las virtudes cristianas, sobre todo la justicia: gracias a ésta se mantienen intactos los derechos de cada nación y la santidad de los tratados, y duran estables los vínculos de la fraternidad humana, cuando en los ánimos está grabada aquella verdad, que la justicia hace grandes a las naciones (Pr 14,34)



19 La cuestión social y política en el interior. El papel de la Iglesia.

Y no será otra la condición en el interior de los Estados, donde la salvaguardia del bien público quedara mucho mas asegurada y firme que lo fuera por las leyes o las armas. Nadie deja de ver como cada día creen amenazadores los peligros de la pública seguridad y tranquilidad, mientras, por desgracia, la frecuencia de los más atroces crímenes es testimonio de que las sectas subversivas están conspirando para ruina y destrucción de todos.



20 Con encendido calor se debaten hoy los dos problemas de la cuestión social, y la política. Gravísimas, en verdad, las dos.

Por más que a ambos problemas se les hayan dedicado, para resolverlos con sabia prudencia, loables estudios, modificaciones y ensayos, nada tan oportuno como educar las muchedumbres en el sentimiento recto del deber, por principio interno de la fe cristiana.

Del problema social tratamos ya de propósito en este sentido, no hace mucho, buscando los verdaderos principios en el Evangelio y de la razón natural (Cf. Rerum novarum).

En cuando al problema político, que se agita tratando de conciliar la libertad con la autoridad, que muchos confunden en la teoría y, lo que es mucho peor, separándolas de hecho, tan solo de la revelación puede lograrse un oportuno auxilio. Porque, puesto y reconocido universalmente que, en cualquier forma de gobierno, la autoridad viene solo de Dios, pronto la razón encuentra legitimo en los unos el derecho de mandar, y connatural en los otros el deber de obedecer, sin que esto sea disconforme a la dignidad personal, porque se obedece más bien a Dios que al hombre. Dios hará juicio severísimo a los que tienen autoridad (Sg 6,6), siempre que no le representen a El con rectitud y con justicia.

La libertad, además, de los individuos no podrá ser sospechosa ni odiada por nadie, porque, sin dañar a ninguno, su acción no se alejara de la verdad, de la rectitud, de todo cuanto va ligado a la tranquilidad pública.

Por último, si se reflexiona en todo lo que puede la Iglesia, madre y reconciliadora de los pueblos y de los príncipes, nacida para ayudar a unos y a otros con la autoridad y con su consejo, entonces será muy evidente cuanto contribuya a la común salvación el que las gentes todas sometan su ánimo a los mismos principios y a la profesión misma de la fe cristiana.



21 Estado ideal de cosas gracias al cristianismo.

Pensando Nos en todas estas cosas con inflamado deseo, vemos ya de lejos el orden de cosas que reinaría doquier, y sentimos la más dulce alegría al contemplar los bienes que de allí se derivarían. Apenas puede imaginarse el feliz progreso que toda grandeza y prosperidad lograría inmediatamente doquier que, reordenadas las cosas en tranquilidad y en paz, se promovieran los nobles estudios literarios, y, además, se constituyeran cristianamente, o multiplicadas según Nuestros documentos, las sociedades de agricultores, obreros, industriales, por medio de las cuales sea comprimida la voraz usura y ampliado el campo de los útiles trabajos.



22 El funesto influjo de las luchas religiosas.

Abundancia tal de semejantes beneficios ya no quedaría limitada a los confines de las naciones civilizadas y cultas, sino que, a guisa de abundantísimo rió, se expansionaría por todas partes. Porque no ha de olvidarse lo que al principio ya dijimos, esto es, que gentes innumerables, ya desde hace muchos siglos, se hallan suspirando por que les llegue la luz de la verdad y de la civilización. En verdad que, en lo que toca a la eterna salvación de las naciones, los designios de la mente divina se hallan muy alejados de la inteligencia humana: sin embargo, si todavía por las más diversas regiones de la tierra se halla tan difundida la infeliz superstición, ello ha de atribuirse precisamente en no pequeña parte a las diferencias surgidas por motivos religiosos. Y en verdad, si es dado a la mente humana el discurrir por los acontecimientos, la misión de Dios confiada a Europa parece haber sido ésta, la de propagar por todo el mundo la verdad de la religión cristiana y su civilización. Los comienzos y progresos de empresas tan magnífica, laboriosamente realizados en los tiempos pasados, caminaban hacia los más alegres incrementos, cuando en el siglo XVI surgió improvisada discordia. Desgarrada la cristiandad por disputas y disensiones, debilitada Europa en su vitalidad por las luchas y las guerras, se resintieron las sacras misiones en la forma mas funesta. Y ahora, pues que duran todavía las causas de la discordia, ¿por qué maravillarse de que parte tan grande de los hombres continué sojuzgada, esclava de bárbaras costumbres y de ritos irrazonables?

Con todo empeño y como a porfía dediquémonos todos, por lo tanto, a restablecer la antigua concordia, en pro del bien común. Para tal fin, y para ensanchar ampliamente los beneficios de la religión cristiana, parecen todavía muy oportunos los tiempos; porque el sentimiento de la fraternidad humana nunca jamás antes penetro tan profundo en los espíritus, y jamás en época alguna se vio al hombre caminar con tanto entusiasmo en busca de sus semejantes, a fin de conocerles y de ayudarles. Con increíble celeridad se recorren las mayores distancias por tierra y por mar; de donde vienen sumos beneficios, no solo para el comercio y para las investigaciones científicas, sino también para que desde el nacimiento del sol hasta su ocaso se propague la palabra de Dios (Ps 49,1 Ps 112,3 Ml 1,11).



23 En Cristo esta la gracia y el bienestar.

Ciertamente no ignoramos cuan largo sea el trabajo y cuan arduo habrá de ser hasta que se reconstruya el suspirado orden de las cosas; y hasta tal vez no faltara quien juzgue excesivas Nuestras esperanzas, como si se tratara de cosas que sean más de desear que de esperar. Pero es que Nos colocamos toda esperanza, toda confianza en Jesucristo Salvador del linaje humano, recordando muy bien cuantas y cuan grandes cosas llegaron a triunfar en otro tiempo por la necedad de la Cruz (1Co 1,18) y de su predicación, para estupor y confusión de la humana sabiduría del mundo (1Co 1,20 1Co 2,6 1Co 3,19).

Conjuramos de modo especial a los Príncipes y a los gobernantes, apelamos a su prudencia política y a su amorosa preocupación por los pueblos, a que quieran ponderar la verdad de Nuestros pensamientos, y a que con el favor de su autoridad los secunden. Aunque se recogiese solo una parte de los frutos ansiados, no sería sino un gran beneficio en medio de una decadencia tan universal, cuando al insoportable peso de lo presente acompaña el terror de lo futuro.

El fin del pasado siglo dejo a Europa agotada por las ruinas y temblorosa por las revoluciones. Al contrario, el siglo que esta acabando, ¿por qué no deberá trasmitir como herencia al género humano auspicios de concordia, con la esperanza de los bienes inestimables que se encierran en la unidad de la fe cristiana?



24 Auspicios y Bendición Apostólica.

Dios, rico en misericordia (Ac 1,7), en cuyo poder están los tiempos y los momentos, favorezca benigno Nuestros votos y Nuestros deseos, y se apresure a concedernos con su benignidad suma el cumplimiento de aquella promesa de Jesucristo, de que habrá un solo rebano y un solo pastor (Jn 10,16)

Dado en Roma, junto a San Pedro, a 20 de junio de 1894, de Nuestro Pontificado año decimoséptimo.







IUCUNDA SEMPER: Sobre la devoción al Santísimo Rosario

Del Papa LEON XIII

Septiembre 8 de 1894



1. La eficacia del Santo Rosario.

Con la gozosa expectación y alentadora esperanza de siempre vemos volver el mes de Octubre, en que, consagrado por Nuestra exhortación y mandato a la Bienaventurada Virgen MARIA, florece desde hace no pocos años en todo el mundo católico la unánime y ferviente devoción del Rosario. Hemos explicado muchas veces el motivo de Nuestras exhortaciones.

Como los calamitosos tiempos porque atraviesa la Iglesia y la sociedad civil reclamaban con urgencia el socorro inmediatísimo de Dios, hemos pensado que era preciso implorar ese socorro por la intercesión de su Madre y que debía conseguirse principalmente de aquella manera cuya eficacia el pueblo cristiano siempre estimo saludabilísima.


Frutos de la devoción.

Experimentola, en efecto, desde el mismo origen del Rosario mariano, ya en la defensa de la fe contra los criminales ataques de los herejes, ya en el justo elogio de las virtudes, el cual habrá de volver a entonarse y refirmarse en medio de un siglo de corrompidos ejemplos; y la experimento en privado y en público por la serie de beneficios cuyo preclaro recuerdo está consagrado por doquiera también en instituciones y monumentos. Del mismo modo, en nuestra época, agobiada por los múltiples peligros del mundo, nos regocijamos conmemorando los frutos que de el provenían. Sin embargo, Venerables Hermanos, paseando la mirada en torno vuestro, veréis que esos motivos subsisten y en parte se han agravado, por lo cual, en este año, ha de volver a estimularse en vuestros rebaños el fervor de las suplicas a la Reina del cielo.



2. El fruto obtenido, motivo del deseo de un mayor progreso.

Añádase a esto que, al fijar Nuestro pensamiento en la intima naturaleza del Rosario, cuanto mas gloriosas se Nos presenten su grandeza y utilidades tanto más se acucian el deseo y la esperanza de que Nuestra recomendación tenga tanta fuerza que el amor a esta Santísima oración produzca progresos aún mas grandes, al aumentarse su conocimiento en los corazones y al difundirse esa practica.

Para ello no queremos repetir las consideraciones de índole varia que en años precedentes expusimos sobre el tema; más bien conviene explicar y enseñar por qué sublime disposición divina sucede, que, gracias al Rosario, primero influya de un modo suavísimo en los ánimos de los que ruegan la confianza de ser escuchados, y segundo la maternal misericordia de la Virgen Santísima para con los hombres, responda con suma benignidad a ese ruego.



3. María Medianera de la divina gracia

El hecho que busquemos, mediante nuestras oraciones, el auxilio de MARIA se basa, ciertamente, en el oficio, que Ella constantemente desempeña cerca de Dios, de obtenernos la gracia divina, por ser MARIA en sumo grado acepta a Dios a raíz de su dignidad y méritos y por aventajar por mucho el poder de todos los santos. Este oficio, empero, no está, quizás, tan manifiestamente expresado en ningún modo de oración como en el Rosario en que la participación que tuvo la Santísima Virgen en la obtención de la salvación, esta explicado casi con efectos tangibles, lo cual redunda en eximia ventaja para la piedad, ya contemplando los sucesivos misterios, ya repitiendo con labios piadosos las preces.



4. Los misterios gozosos.

Primero vienen los misterios gozosos. El Hijo Eterno de Dios se inclina hacia la humanidad, haciéndose hombre, consintiendo, empero, MARIA y concibiendo del espíritu Santo (Lc 1,35). Luego, JUAN, por una gracia insigne, se santifica en el seno de su madre, favorecido con escogidos dones para preparar los caminos del Señor (Lc 1,76); todo ello, empero, gracias a la salutación de MARIA que por divina inspiración visita a su prima. Finalmente, Cristo, el Esperado de las Naciones () viene al mundo y nace de MARIA; los pastores y los magos, primicias de la fe, apresurándose piadosamente para llegar al pesebre, encuentran allí al Niño con María, su madre. JESUS, para ofrecerse a Dios como víctima en una ceremonia pública, quiere ser llevado al Templo, por el ministerio de MARIA, a fin de ser allí presentado al Señor (Lc 2,22). La misma Virgen en la misteriosa pérdida del Niño, buscándolo con solicita inquietud, lo encuentra con inmensa alegría.



5. Los misterios dolorosos.

Ni de otro modo nos hablan los misterios dolorosos. En el jardín de Getsemaní, donde Jesús se aflige y se entristece hasta la muerte; y en el Pretorio, donde es azotado, coronado de espinas, condenado a muerte, MARIA esta, ciertamente, ausente, pero, mucho tiempo ha, que conoce todo ello y lo medita, porque al ofrecerse a Dios como sierva para ser su madre, y al consagrarse enteramente a Él en el Templo con su Hijo, ya se asocio, en ambos actos, a ese Hijo en la laboriosa expiación del género humano; y por esto, no es dudoso que se haya condolido íntimamente con Él en sus acerbísimas angustias y tormentos.

Por lo demás, en presencia y a la vista de MARIA había de consumarse el Divino Sacrificio para el cual había alimentado la victima de sí mismo, lo cual en el último y más enternecedor de los misterios se nombra, diciendo: junto a la Cruz de Jesús, estaba María su madre, la que, movida de inmenso amor hacia nosotros para acogernos como hijos, ofreció voluntariamente el suyo a la justicia divina, muriendo en su corazón con Él, traspasada por una espada de dolor.



6. Los misterios gloriosos

Finalmente, en los misterios gloriosos que siguen, se confirma más el mismo oficio misericordioso de la Santísima Virgen, por los mismos hechos. Goza en silencio la gloria de su Hijo, que triunfa de la muerte; al que sube a su trono celestial le sigue con el afecto de madre; mereciendo el cielo, se halla retenida en la tierra, la mejor consoladora y maestra de la naciente Iglesia, penetrando en los insondables abismos de la divina sabiduría, más allá de cuanto pudiera creerse (San Bernardo, De prerrogativa). Mas como el sagrado misterio de la redención no se había de cumplir antes que viniera el espíritu Santo, prometido por Cristo, hallamos por eso a la Virgen en el memorable Cenáculo donde, orando, en unión con los apóstoles y por ellos, con inefables gemidos va madurando para la Iglesia la gloria del mismo Consolador, don supremo de Cristo, tesoro que jamás había de faltar ya. Ella trasladada al cielo corona y perpetua su misión pidiendo por nosotros, la contemplamos subiendo del valle de lagrimas a la ciudad santa de Jerusalén, rodeada de coros de ángeles; la honramos, exaltada en la gloria de los Santos, coronada por su Hijo divino con la diadema de estrellas y sentada cerca de Él, Reina y Señora de los Universos.

Todas estas cosas, Venerables Hermanos, en que se manifiesta el designio de Dios, designio de sabiduría, designio de piedad (San Bernardo, Serm In Nativ. B.M.V. n. ) y en que brillan al mismo tiempo los grandísimos beneficios de la Virgen Madre en favor nuestro, no pueden menos de causar en todos una honda alegría, inspirándoles la firme confianza de que, por la mediación de MARIA, se obtendrá la divina clemencia y misericordia.



7. Oración vocal

La oración vocal que esta en apropiada consonancia con los misterios, obra en el mismo sentido. Precede, como es justo, la oración dominical, dirigida al Padre celestial; después de haberle invocado con eximias peticiones, la voz suplicante se vuelve del trono de su Majestad a MARIA. Pues, no hay otra ley que la llamada ley de reconciliación y de petición que SAN BERNARDINO DE SENA ha formulado en esta sentencia: "Toda gracia que se comunica a este mundo llega por tres pasos: es decir de Dios a Cristo, de Cristo a la Virgen y de la Virgen a nosotros; así se dispensa la gracia con toda regularidad" (S. Bernardino Serm. VI in festis B.M.V. de Annunc., a. 1 c. 2.); de éstos, que son, ciertamente, de diversa naturaleza, aquel grado en que solemos reposar más larga y gustosamente, es el ultimo, mediante el Rosario, en que la salutación angélica se recita por decenas, como si, de este modo, subiéramos mas confiadamente a los otros grados, es decir, por Cristo a Dios.



8. El por qué de las repeticiones

Elevamos tantas veces la misma salutación a MARIA, para que nuestra oración imperfecta y débil sea sostenida por la necesaria confianza, suplicando a MARIA que ruegue a Dios por nosotros, como en nuestro nombre. Pues, a nuestras plegarias se añade una mayor gracia y eficacia cuando se recomiendan por las suplicas de la Virgen santísima, a quien dirige de continuo el soberano Señor aquella tierna invitación del libro de los Cantares: "Suene tu voz perpetuamente en mi oído; porque es dulce el sonido de tu voz" (Ct 2,14).

Por esto, vuelven tantas veces, enunciados por nosotros, los que Son para Ella títulos gloriosos para suplicar. Saludamos a la que ha encontrado gracia delante de Dios, y especialmente, la que la sido llena de gracia, cuya sobreabundancia se derrama sobre todos; a aquella con quien el Señor esta unido en la misión más intima que pueda darse; a la bendita entre todas las mujeres que sola soporto la maldición y trajo la bendición (S. Thomas op. VIII super salut. ángel. n. 8), aquel fruto dichoso de sus entrañas, en quien serán bendecidas todas las naciones. La invocamos, por último, como a Madre de Dios, y amparada con esta sublime dignidad, ¿qué no podrá alcanzar ella para nosotros, pobres pecadores?, y ¿qué no podremos esperar nosotros de sus ruegos en toda la vida y en la última agonía de nuestro espíritu?



9. Fuente de confianza y de impetración.

Imposible es que el hombre que con fe y fervor se dedique a estas oraciones y misterios, no se sienta arrebatado en admiración, contemplando los designios de Dios, realizados en la Sma. Virgen para la salvación de todos los pueblos; imposible que no se regocije en pronta confianza de que sea recibido en su protección y regazo maternal, repitiendo las palabras de SAN BERNARDO: ¡Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a vuestra protección, implorado vuestro socorro y pedido vuestros auxilios haya sido des oído ni abandonado!

La misma virtud que el Rosario posee para persuadir a la confianza de ser escuchados a los que rezan, la tiene también para mover a la misericordia al corazón de MARIA. Le causa, sin duda, una gran alegría el vernos y oírnos cuando, según corresponde, vamos tejiendo la corona de las honrosas peticiones y de las mas bellas alabanzas. Pues, cuando, rezando de esta manera, damos a Dios la debida gloria y la anhelamos para Él; cuando buscamos únicamente el cumplimiento de su deseo y voluntad; cuando exaltamos su bondad y munificencia, dándole el nombre de Padre e implorando en nuestra indignidad, los mas preciosos dones, entonces MARIA se complace sobremanera en ello, y, verdaderamente, glorifica al Señor mediante nuestra piedad. Pues, al recitar la oración dominical rezamos una oración digna.



10. La oración dominical.

A las peticiones que en ella formulamos, de suyo tan rectas y bien ordenadas como conformes a la fe, esperanza y caridad cristianas, viene a juntarse el peso de cierta recomendación que es gratísima a la Santísima Virgen, por cuanto a nuestra voz parece asociarse la voz de Jesús su Hijo, quien, siendo su autor, entrego esa oración a sus discípulos en términos precisos, prescribiendo su rezo al decir: así habéis de rezar (Mt 6,9). Cuando, pues, obedecemos a tal prescripción, en la devoción del Rosario, MARIA se hallara, sin duda, más inclinada a ejercer su misión, llena de amor y solicitud, y aceptara benévola esta mística guirnalda, recompensándonos con abundancia de dones.



11. Escuela de oración.

Por eso, una no despreciable razón de poder esperar su liberalísima bondad se halla en el mismo método del Rosario, tan apto para rezar bien; porque muchos y variados intereses suelen apartar de Dios al que reza y frustrar su sincero propósito, pagando así el tributo a la fragilidad humana. Pero quien pondere esto debidamente, comprenderá en el acto cuanta eficacia se encierra en el Rosario para despertar, por un lado, la acción del espíritu y para expulsar la desidia del corazón; por otro lado, para excitarnos a saludable dolor sobre los pecados cometidos y elevar nuestro espíritu hacia las cosas celestiales; puesto que el Santo rosario como todos bien saben, consta de dos partes, distintas entre si y, a la vez unidas: de la meditación de sus misterios y de la oración vocal.



12. Frutos de la meditación de los más grandes misterios de la fe.

Por esta razón, este método de rezar pide la especial atención del hombre por cuanto no solo dirige de algún modo a Dios al espíritu humano sino que ocupa en tal forma de lo que considera y medita que lograra también enseñanza para la enmienda de la vida y alimento para toda clase de piedad, dado que no hay nada mas grande ni admirable que aquellas verdades en torno de las cuales gira la esencia de la fe cristiana y de cuya luz y fuerza surgieron la verdad, la justicia y la paz, las cuales crearon un nuevo orden de cosas en la tierra, produciendo los mas gozosos resultados.

Con esto dice también relación la forma en que estos puntos importantísimos se presentan a los devotos del Rosario; es decir, de tal forma que se adapten convenientemente a las inteligencias aún de los menos instruidos por cuanto el rezo está dispuesto de tal modo que casi no se proponen a consideración las verdades principales de la fe y doctrina sino que, más bien se presentan como si los hechos aconteciesen y se repitiesen a la vista del que reza, porque cuando se ofrecen casi con las mismas circunstancias de lugar, tiempo y personas con que sucedieron un día, impresionan mucho más los corazones y los mueven a recoger mayor fruto. Mas como, ordinariamente, penetraron y se imprimieron en, alma desde la más tierna infancia, resulta que, apenas enunciados los misterios, aquel que realmente se preocupa de la oración, los recorra, sin esfuerzo alguno de imaginación, con fácil pensamiento y corazón, y, con la bendición de MARIA, se impregna del roció de la gracia celestial.



13. Los recuerdos de los misterios agradaran a María y la dispondrán a la benevolencia.

Hay, además, otra ventaja que vuelve más agradables a esas coronas y las hace más dignas de recompensa. Pues, cuando piadosamente recitamos el triple orden de misterios, testimoniamos más vivamente nuestro sentimiento de gratitud hacia Ella, porque así declaramos que nunca nos cansamos del recuerdo de aquellos beneficios con que Ella, para contribuir a nuestra salvación, se ha abrazado con insaciable amor.

Apenas podemos imaginarnos en nuestra mente con qué nuevo gozo y alegría se llene su alma bienaventurada, cuando frecuente y fervorosamente celebramos ante sus ojos la memoria de tantos y tan grandes misterios. Por otra parte, estos mismos recuerdos comunican a nuestras suplicas un más vehemente ardor y le dan una mayor fuerza impetratoria, de tal modo que cuantas veces se repita cada uno de los misterios tantas razones de ser oídos se presentan, lo cual tendrá, indubitablemente, un gran influjo sobre el corazón de la Virgen. Pues, a vuestro amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no abandones a los desgraciados hijos de EVA. Os imploramos, reconciliadora de nuestra salud, tan poderosa como clemente, y os suplicamos fervorosamente por las dulzuras de las alegrías que os vienen de vuestro Hijo Jesús, por vuestra unión con sus indecibles dolores y por el esplendor de su gloria. Pese a nuestra indignidad, ¡oídnos benignamente y atendednos!



14. Las bendiciones del Rosario para las aflicciones actuales.

La excelencia del Rosario mariano, considerado desde el doble punto de vista que acabamos de exponer, os hará comprender más claramente, Venerables Hermanos, por qué Nuestra solicitud no cesa de recomendar y de hacer progresar su práctica. El siglo en que vivimos necesita, día a día, como Nos ya lo hemos advertido al empezar, de los favores del cielo, principalmente, porque por doquiera hay muchas cosas que afligen a la Iglesia lesionando sus derechos y su libertad, y muchas, que destruyen radicalmente la prosperidad y la paz de los Estados.

Pues bien, repetimos, afirmamos y proclamamos que tenemos cifradas Nuestras mejores esperanzas en merecer por el rezo del Rosario los auxilios que necesitamos. ¡Quiera Dios que, en todas partes, se restablezca, según Nuestros deseos, el prístino honor de esta sagrada devoción! Que en las ciudades y aldeas, en las familias y talleres, entre los nobles y modestos se ame entrañablemente y se practique, como preclaro santo y seña de la fe cristiana y optima protección para el otorgamiento de la divina clemencia.



15. Nuevo Motivo: Las afrentas hechas a la Virgen.

En esto debemos insistir todos, cada día con mayor urgencia, porque la frenética perversidad de los impíos no omite intriga alguna ni perdona audacia para irritar la cólera de Dios y hacer caer el peso de su justa ira sobre la Patria. Pues, entre todas las demás causas, existe ésta, -deplorada por Nos y con Nos por todos los buenos-, que en el seno de los pueblos cristianos hay demasiados hombres que se recrean en las afrentas con que, de cualquier modo, se insulta la Religión; Son los mismos que, amparados por cierta increíble licencia de publicar cualquier cosa, parecen empeñados en exponer al ridículo y al desprecio de la multitud las cosas más sagradas y la confianza en la protección de la Virgen; justificada por la experiencia.



LEON XIII, MAGISTERIO - 14 ¿Qué es la Iglesia, y cual su misión? Sus relaciones con el Estado.