Teresa III Cartas 9

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Carta IX

A la Illma., y Excma. señora doña María Henríquez, duquesa de Alba.

Jesús


1. La gracia del espíritu Santo sea siempre con vuestra excelencia. Mucho he deseado hacer esto, después que supe estaba vuestra excelencia en su casa. Y ha sido tan poca mi salud, que desde el jueves de la Cena, no se me ha quitado calentura, hasta habrá ocho días; y tenerla era el menor mal, según lo que he pasado. Decían los médicos, se hacía una postema en el hígado: con sangrías, y purgas ha sido Dios servido de dejarme en este piélago de trabajos. Plegue a su divina Majestad se sirva de dármelos a mí sola, y no a quien me ha de doler más que padecerlos yo. Por acá ha parecido, que se ha hecho muy bien el remate de los negocios de vuestra excelencia.

2. Yo no sé qué decir, sino que quiere nuestro Señor, que no gocemos de contento, sino acompañado de pena: que ansí creo la debe vuestra excelencia de tener en estar apartada de quien tanto quiere; mas será servido, que su excelencia gane ahora mucho con nuestro Señor, y después venga todo junto el consuelo. Plegue a su Majestad lo haga como yo se lo suplico, y en todas estas casas de monjas, que con grandísimo cuidado se hace. Sólo este buen suceso las he encargado tomen ahora muy a su cuenta; y yo, aunque ruin, ordinariamente le traigo delante: y ansí lo haremos, hasta tener las nuevas que yo deseo.

3. Estoy considerando las romerías, y oraciones, en que vuestra excelencia andará ocupada ahora; como muchas veces le parecerá, era vida más descansada la prisión. ¡Oh válame Dios, qué vanidades son las deste mundo! ¡Y cómo es lo mejor no desear descanso, ni cosa dél! Sino poner todas las que nos tocaren en las manos de Dios, que él sabe mejor lo que nos conviene, que nosotros lo pedimos.

4. Tengo mucho deseo de saber cómo le va a vuestra excelencia de salud, y lo demás; y ansí suplico a vuestra excelencia me mande avisar. Y no se le dé a vuestra excelencia nada, que no sea de su mano; que como [40] ha tanto, que no veo letra de vuestra excelencia, aun con los recaudos, que me escribía el padre maestro Gracián de parte de vuestra excelencia, me contentaba. De a dónde estaré, cuando estuviere para partirme deste lugar, ni de otras cosas, no digo aquí; porque pienso irá por allá el padre Fr. Antonio de Jesús, y dará a vuestra excelencia cuenta de todo.

5. Una merced me ha de hacer ahora vuestra excelencia en todo caso, porque me importa se entienda el favor, que vuestra excelencia me hace en todo. Y es, que en Pamplona de Navarra se ha fundado ahora una casa de la Compañía de Jesús, y entró muy en paz. Después se ha levantado tan gran persecución contra ellos, que los quieren echar del lugar. Hanse amparado del conde Estable, y su señoría los ha hablado muy bien, y hecho mucha merced. La que vuestra excelencia me ha de hacer es, escribir a su señoría una carta, agradeciéndole lo que ha hecho, y mandándole lo lleve muy adelante, y los favorezca en todo lo que se les ofreciere.

6. Como ya sé, por mis pecados, la aflicción que es a religiosos verse perseguidos, helos habido lástima; y creo gana mucho con su Majestad quien los favorece, y ayuda: y esto querría yo ganase vuestra excelencia, que me parece será dello tan servido, que me atreviera a pedirlo también al duque, si estuviera cerca. Dicen los del pueblo, que lo que ellos gastaren, ternán menos: y hace la casa un caballero, y les da muy buena renta, que no es de pobreza; y cuando lo fuera, es harto poca fe, que un Dios tan grande les parezca, que no es poderoso para dar de comer a los que le sirven. Su Majestad guarde a vuestra excelencia, y la dé en esta ausencia, tanto amor suyo, que pueda pasarlo con sosiego; que sin pena, será imposible.

7. Suplico a vuestra excelencia, que a quien fuere por la respuesta desta, mande vuestra excelencia dar esta, que le suplico. Y ha de ir, que no parezca carta ordinaria de favor, sino que vuestra excelencia lo quiere. ¡Mas qué importuna estoy! De cuanto vuestra excelencia me hace padecer, y ha hecho, no es mucho me sufra ser tan atrevida. Son hoy 8 de abril. Desta casa de san José de Toledo. Quise decir, de mayo 8.

Indigna sierva de vuestra excelencia, y súbdita.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta la escribió la Santa en Toledo el año de 1580. Y parece para la excelentísima duquesa de Alba, mujer del gran duque D. Fernando de Toledo, grande en todo con eminencia; grande en la sangre, grande soldado, y el primer general de aquellos tiempos, y de los del señor emperador Carlos V. Grande en la sabiduría, y el primer ministro [41] de Estado; grande en el gobierno, y mayordomo mayor del señor rey D. Felipe II.

2. En el número primero insinúa la Santa, que tuvieron buen fin sus trabajos de esta gran señora. Y sin duda fueron los de la prisión, que padeció el duque, por orden de su majestad el señor Felipe II, sobre el casamiento de su hijo, que lo hizo sin pedir licencia a este prudentísimo rey.

El fin que aquí dice la Santa, fue sacarlo de la prisión, para que fuese a allanar, con un grande ejército, las diferencias de la agregación de Portugal a esta corona. Y he oído decir, que aceptando esta orden, y empresa, respondió: Que obedecía; porque se dijese, que tenía su majestad vasallos, que arrastrando cadenas, le adquirían reinos; aludiendo a los sentimientos, que tenía de su prisión.

3. Y que aludiese la Santa a esta prisión, se declara más en el número tercero, y en las oraciones, que ofrece en el número segundo por la empresa, y en el cuidado de encomendarlo a Dios, y en el darle esperanzas de su buen suceso. Así fue, pues lo allanó todo en aquel reino, y con poca sangre, aunque con suma prudencia, y valor. Allí coronó sus victorias este grande, y valeroso señor, asentando la espada, acabando de allanar un reino tan grande.

4. Murió en Lisboa, en edad tan anciana, que pasaba de ochenta años. Y para que alargase algo la vida, lo mandaron los médicos, que mamase la leche de una mujer moza; y él lo hacía así. Y he oído a un antiguo cortesano, que cuando esto hacía, solía dejar el pecho, y sintiendo la flaqueza en sí, que lo iba llevando a la muerte, y mirando a su ama, le decía con grandísima gracia: Ama, mucho temo, que habéis de dar mal cobro de esta cría.

Ejemplo memorable de la debilidad de nuestra naturaleza, y de los triunfos, y trofeos del tiempo, ver un capitán general, a quien temió Alemania, de quien tembló Italia, y que acababa de allanar aquel reino, pendiente, como un niño, de los pechos de un ama, para dar cuatro días más a una vida tan esclarecida, y tan útil al público estado.

5. Al fin del número sexto escribe la Santa una razón muy discreta: Dios dé a V. Excelencia (dice) tanto amor suyo, que pueda en esta ausencia pasarla con sosiego; que sin pena, es imposible. De suerte, que junta la Santa en un corazón el sosiego, y la pena; y esto no puede hacerse sin grande amor de Dios, el cual pacifica lo que la pena en el corazón inquieta. Y cuando los sentimientos de la parte inferior le perturban, las luces, y calor del Espíritu Santo le sosiega; y de tal manera se obra, que se padece el sentimiento; pero que no gobierna al corazón. El sentimiento se siente; pero no se consiente: conque se juntan el dolor, y la paciencia. Como quien dice: Forzoso es el padecer; pero séalo también el sufrir. Así dice el filósofo moral: Non sentire mala sua, saxi est: non ferre, faeminae (Séneca). No sentir sus males, es de peña: de mujer no tolerarlos. Y la Santa quería a esta señora, ni mujer, ni peña; sino hombre valeroso, que siente, y sufre.

6. Al fin de la carta, desde el número quinto, escribe la Santa a esta gran señora, pidiéndola una de favor para los padres de la Compañía, sobre la fundación de Pamplona, solicitando que el señor condestable de [42] Navarra su cuñado (de quien entró, según creo, aquella ilustre casa de los Beamontes en la de Alba) amparase a estos padres en su fundación. Y pídelo ardientemente la Santa: porque ardientemente amaba a esta religión fervorosa; retornándole en sus fundaciones, lo que sus hijos le ayudaron a ella en las suyas; y con vivas razones suplica, que no sea de cumplimiento la intercesión, manifestando, que no era de cumplimiento su amor, y deseo.

7. Luego en el número sétimo hace la Santa una refleja muy cortesana, acusándose, y diciendo: Mas ¡qué importuna que estoy! De cuanto V. Excelencia me ha hecho padecer, no es mucho que me sufra ser tan atrevida. Y es que habría hecho muchas penitencias la Santa por el buen suceso del duque; y reconviénela que pague su trabajo con otro trabajo; y su sufrimiento con otro sufrimiento; y esto con tal discreción, que obligara a un enemigo a hacer lo que pide, cuanto más a una devota suya tan grande, como esta gran señora. Rara fue esta Santa sin duda; y se ve a cada paso, que no la adornó Dios de una sola, sino de muchísimas gracias.



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Carta X

A la ilustrísima señora doña Luisa de la Cerda, señora de Malagón.


1. Jesús sea con V. S. Ni lugar, ni fuerzas tengo para escribir mucho; porque a pocas personas escribo ahora de mi letra. Poco ha escribí a V. S. Yo me estoy ruin. Con V. S. y en su tierra me va mejor de salud, aunque la gente desta no me aborrece, gloria a Dios. Mas como está allá la voluntad, ansí lo querría estar el cuerpo.

2. ¿Qué le parece a V. S. cómo lo va ordenando su Majestad tan a descanso mío? Bendito sea su nombre, que ansí ha querido ordenarlo por manos de personas tan siervas de Dios, que pienso se ha de servir mucho su Majestad en ello. V. S. por amor de su Majestad, ande intentando haber la licencia. Paréceme no nombren al gobernador, que es para mí, sino para casa destas Descalzas: y digan el provecho, que hacen donde están (al menos por las de nuestro Malagón no perderemos, gloria a Dios) y verá V. señoría, que presto tiene allá esta su sierva, que parece quiere el Señor no nos apartemos. Plegue a su Majestad sea ansí en la gloria, con todos esos mis señores, en cuyas oraciones me encomiendo mucho. Escríbame V. señoría cómo le va de salud, que muy perezosa está en hacerme esta merced. Estas hermanas besan a V. señoría las manos. No puede creer los perdones, y ganancias, que hemos hallado para las fundadoras desta Orden: son sin número. Sea el Señor con V. señoría. Es hoy día de santa Lucía.

Indigna sierva de V. S.

Teresa de Jesús, Carmelita. [43]
Notas


1. Esta carta es para la ilustrísima señora doña Luisa de la Cerda, mujer de Arias Pardo, señor de Malagón, que hoy son marqueses de aquel estado.

Fue este caballero sobrino del Eminentísimo señor cardenal don Juan Tabera, arzobispo de Toledo, inquisidor general, gobernador de los reinos de España (que todo esto ocupó a un mismo tiempo, en el del señor emperador Carlos V) y era tan prudente este prelado, que cuando murió, dijo el señor emperador: Háseme muerto un viejo, que mantenía en paz todos mis reinos.

Era esta señora, a quien escribe la Santa, muy devota suya, hermana del duque de Medina-Caeli. En cuya casa estuvo santa Teresa muchos días, siendo monja de la Encarnación, antes de fundar el convento de san José, cuando aguardaba los despachos de Roma para ello. Entonces no se guardaba la clausura, que ahora después del Breve de Pío V.

2. Puédese advertir en esta carta el estilo lacónico, y breve con que en ella escribe, que admira, pues cada tres palabras, parece que forman un período entero. Y es, que debía de estar ocupada, y se ceñía al escribir, para ocuparse en obrar: en que se conoce, cuán señora era la Santa de la lengua castellana.

3. Con esta ocasión, no puedo dejar de advertir, que habiendo leído yo algunas cartas de la santa reina doña Isabel la Católica, gloriosa princesa, y de las mayores, que han visto los siglos, he reparado, que se parecen muchísimo los estilos de esta gran reina, y de la Santa; no sólo en la elocuencia, y viveza en el decir, sino en el modo de concebir los discursos, en explicarlos, y en las reflejas, en los reparos, en dejar una cosa, tomar otra, y volver a la primera sin desaliño, sino con grandísima gracia.

Y porque puede ser, que me haya engañado en esto, lea quien quisiere, y examine este reparo en las dos cartas, que se hallan de esta esclarecida reina en la corónica elegante de la Orden de san Gerónimo, escrita por el reverendo, elocuente padre fray José de Sigüenza; y las escribió a aquel grande, y espiritual prelado, arzobispo de Granada, el ilustrísimo don fray Hernando de Talavera, de la misma Orden, su confesor: y podrá ser, que aprueben mi dictamen, y son dignas de leerse, y venerarse por muchas razones; y desearía que se imprimiesen al fin de estas cartas.

4. Yo confieso, que cuando las leí habrá como seis años, hice concepto de que eran tan parecidos estos dos naturales entendimientos, y espíritus de la señora reina Católica, y de santa Teresa, que me pareció, que si la Santa hubiera sido reina, fuera otra Católica doña Isabel; y si esta esclarecida princesa fuera religiosa (que bien lo fue en las virtudes), fuera otra santa Teresa: y habiendo vuelto ahora a leerlas, por sí me he engañado, me he confirmado en el mismo dictamen.

5. En el número segundo insinúa la Santa, que estaba detenida en Valladolid, de a donde la llamaron para fundar en Toledo; y a eso mira [44] el decir: Que había ordenado Dios las cosas a su descanso, pues la había de ver con ocasión de la fundación. Y pide a esta señora, que no pida la licencia para ella, sino para sus conventos; porque entonces debía de andar su opinión, y nombre atribulado, y perseguido, y no quería, que por él se impidiese el negocio. O puede ser (y es lo más cierto), que hablase de la fundación de Toledo, en donde vivía esta señora, a quien se endereza la carta, y era el gobernador, de quien habla, el del arzobispado. El cual lo gobernaba en ausencia del ilustrísimo, y reverendísimo señor don fray Bartolomé de Carranza y Miranda, arzobispo de Toledo, de la, Orden de Predicadores, que al presente estaba en Roma; donde, después de cinco años de prisión, con que probó Dios su paciencia, murió con opinión de santidad en el convento de la Minerva, de la Orden de santo Domingo el año de 1576.

6. Lo que dice de los perdones, que han hallado para las que fundan conventos, débelo decir, para las que dan su hacienda para fundarlos, y son pairones de ellos. Y si eso ganan los que los fundan, ¿qué ganarán los que fundan las religiones, y las reforman, como lo hizo la Santa?



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Carta XI

Al ilustrísimo señor D. Diego de Mendoza, del Consejo de Estado de su majestad.

Jesús


1. Sea el Espíritu Santo siempre con V. S. Amén. Yo digo a V. S. que no puedo entender la causa, porque yo, y estas hermanas, tan tiernamente nos hemos regalado, y alegrado con la merced, que V. S. nos hizo con su carta. Porque aunque haya muchas, y estamos tan acostumbradas a recibir mercedes, y favores de personas de mucho valor, no nos hace esta operación, conque alguna cosa hay secreta, que no entendemos. Y es ansí, que con advertencia lo he mirado en estas hermanas, y en mí.

2. Sola una hora nos dan de término para responder, y dicen se va el mensajero: y a mi parecer ellas quisieran muchas; porque andan cuidadosas de lo que V. S. les manda: y en su seso piensa su comadre de V. S. que han de hacer algo sus palabras. Si conforme a la voluntad con que ella las dice, fuera el efeto, yo estuviera bien cierta, aprovecharan; mas es negocio de nuestro Señor, y sólo su Majestad puede mover: y harta gran merced nos hace en dar a V. S. luz de cosas, y deseos; que en tan gran entendimiento, imposible es, si no que poco a poco obren estas dos cosas.

3. Una puedo decir con verdad, que fuera de negocios, que tocan al señor obispo, no entiendo ahora otra, que más alegrase mi alma, que ver a V. S. señor de sí. Y es verdad, que lo he pensado, que a persona tan valerosa, sólo Dios puede henchir sus deseos; y ansí ha hecho su [45] Majestad bien, que en la tierra se hayan descuidado los que pudieran comenzar a cumplir alguno.

4. V. S. me perdone, que voy ya necia. Más que cierto es serlo los más atrevidos, y ruines; y en dándoles un poco de favor, tomar mucho.

5. El padre fray Gerónimo Gracián se holgó mucho con el recaudo de V. S. que sé yo tiene el amor, y deseo, que es obligado, y aun creo harto más de servir a V. S. y que procura le encomienden personas de las que trata (que son buenas) a nuestro Señor. Y él lo hace con tanta gana de que le aproveche, que espero en su Majestad le ha de oír; porque según me dijo un día, no se contenta con que sea vuestra señoría muy bueno, sino muy santo.

6. Yo tengo mis bajos pensamientos: contentarme ya con que V. S. se contentase con sólo lo que ha menester para sí solo, y no se extendiese a tanto su caridad de procurar bienes ajenos: que yo veo, que si V. S. con su descanso sólo tuviese cuenta, le podía ya tener, y ocuparse en adquirir bienes perpetuos, y servir a quien para siempre le ha de tener consigo, no se cansando de dar bienes.

7. Ya sabíamos cuando es el santo, que V. S. dice. Tenemos concertado de comulgar todas aquel día por V. S. y se ocupará lo mejor que pudiéremos.

8. En las demás mercedes, que V. S. me hace, tengo visto podré suplicar a V. S. muchas, si tengo necesidad; mas sabe nuestro Señor, que la mayor que V. S. me puede hacer, es estar a donde no me pueda hacer ninguna desas, aunque quiera. Con todo, cuando me viere en necesidad, acudiré a V. S. como a señor desta casa.

9. Estoy oyendo la obra que pasan María, Isabel, y su comadre de V. S. para escribir. Isabelita, que es la de san Judas, calla, y como nueva en el oficio no sé qué dirá. Determinada estoy a no enmendarles palabra, sino que V. S. las sufra, pues manda las digan. Es verdad, que es poca mortificación leer necedades: ni poca prueba de la humildad de V. S. haberse contentado de gente tan ruin. Nuestro Señor nos haga tales, que no pierda V. S. esta buena obra, por no saber nosotras pedir a su Majestad la pague a V. S. Es hoy domingo, no sé si veinte de agosto.

Indigna sierva, y verdadera hija de V. S.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta es para aquel gran caballero, ministro, y discreto cortesano, D. Diego de Mendoza, el que escribió con elocuente pluma, y estilo la rebelión de los moros de Granada: que sin duda esta obra, y [46] la vida de Pío V, escrita por Fuen-Mayor, es de lo más primoroso, y mejor, que está escrito en lengua castellana.

Fue este gran caballero en todo de los primeros sujetos de su tiempo. Gran ministro de Estado en Italia, y por cuyo singular juicio se consiguieron grandes empresas; y en la corte de los primeros políticos, y sin duda el más discreto, y mayor cortesano. Fue consejero de Estado del señor rey Felipe II.

Todas estas partes, que tenía este gran caballero en lo político, y las de santa Teresa en lo espiritual, debió de hacerles, que emparentasen, y se correspondiesen. Y en esta carta la Santa escribe con gran discreción, acomodando su estilo, y su espíritu al sujeto a quien la escribía. Y yo creo, que debía de disponer el alma de este caballero a alguna grande resolución de dejar el mundo. Y esto se conoce en los reparos siguientes, que iremos haciendo por los números.

2. En el número primero, le va ganando con el gusto, que se tuvo en el convento con su carta; y que fue mayor, que con otras de grandes sujetos. Y luego en el número segundo insinúa el cuidado con que ella, y sus hijas (principalmente una de ellas, a quien este entendidísimo cortesano, puede ser que por ser ella muy niña, y él muy anciano, la llamase comadre) encomendaban, y pedían a Dios, que le moviese su corazón, pues su divina Majestad sólo lo podía hacer: y que no era posible, que se dejasen de lograr oraciones, que se enderezaban a que un grande entendimiento fuese alumbrado de Dios. Conque como él era tan entendido, dábale diestramente la Santa por su comer, y cogíale para Dios la voluntad con las alabanzas de su entendimiento.

3. Vuelve otra vez en el número tercero a darle otra batería con lo que le ama; y que sólo al señor obispo ama más: (y puede ser que fuese el ilustrísimo señor D. Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila, de quien ya hemos mención, que juzgo fue su hermano) con lo cual cautivaba, y ganaba con aquella santa lisonja, y con la verdad a su hermano; y quedábase con entrambos la Santa, para darlos a Dios.

4. Luego, porque fue gran soldado este caballero, lo iba persuadiendo para Dios por la parte del valor, insinuándole, que para emprender el seguirlo, le convidaban su valor, y su entendimiento; pues un caballero valeroso, y entendido, ¿qué aguardaba, para lograr todo su entendimiento, y valor en servir a Dios?

5. Es muy discreta razón la que dice: Que se alegraba de verle señor de sí; diciéndole lo que sentía, por lo que deseaba. Y no hay duda, que no es señor de sí el que sirve al mundo, sino siervo del mundo, y esclavo de sí. Por esto cuando se dice: Los señores del mundo, es equivocación; porque no se ha de decir sino los siervos del mundo, pues no son los señores del mundo sino los siervos de Dios, que con una santa humildad dejaron, y pisaron el mundo, y siguieron a Dios. Pero los señores seglares son los siervos del mundo, pues cuando parece que lo mandan, lo sirven.

6. Aun el filósofo moral gentil, y bien gentil moral, dice: Magna servitus est magna fortuna (Séneca): grande servidumbre, es gran fortuna; porque el más poderoso en figura de mandar, y de poder, y de gobernar, sirve a pasiones propias, y ajenas. [47]

También el valor se lo acomoda la Santa al saberse vencer; pues es más valeroso el que sabe vencerse, que el que vence a los otros: Fortior est qui se, quam qui fortissima vincit.

7. En el número cuarto, conociendo la Santa, que le iba tocando en lo vivo, dando documentos a un entendido (que es temeraria empresa) para suavizar la materia, le dice: V. S. me perdone, que voy ya necia. Más que cierto es serlo los más atrevidos, y ruines, y en dándoles un poco de favor, el tomarse mucho.

¡Oh qué tal era la Santa en lo natural, y en lo sobrenatural! ¡Qué dones, y gracias de Dios, que llovían sobre ella! Imputa al favor de este gran ministro el atrevimiento; y haciéndolo liberal, sobreentendido, y valeroso, abre más caminos a su desengaño, y ofrece más esfuerzos, y estímulos a la vocación.

8. Vuelve con otra batería a rendirle el alma para Dios, diciendo en el número quinto, lo que el padre Gracián esperaba dél, que lo quería santo; porque un entendido, valeroso, y liberal, ¿por qué no ha de ser para Dios, como es para todos? Valeroso, al seguirle en la cruz; entendido, al escoger el camino seguro; liberal, al darse a quien todo se debe, y se dio por su amor: y si esto hiciese, ya sería ser santo.

9. Pero en el número sexto, con un arte discreto, y espiritualísimo, dice la Santa: Que aunque el padre Gracián lo quiere santo, ella se contenta con menos; y es, que consiga este caballero lo que ha menester para sí solo en la vida del espíritu. Y siendo esto muchísimo, se lo propone en figura de poco: con que lo primero no lo espanta con los temores de la vida interior que piden la santidad, y miedos, que a tantos han retardado el seguir el camino de Dios.

Lo segundo, lo llama primero por su conveniencia; porque sabe la Santa, que después Dios lo llevará a más altos grados de gracia.

Lo tercero, no le quiere principiante predicador, que es cosa imperfecta. Y por eso dice, que se contenta con que él para sí sea bueno y santo, y deje a otros, que hagan a los otros santos, y buenos.

10. En el mismo número le dice a quien debe servir, que es al que sólo puede hacer que duren los premios, y sean eternos. Porque el que sirve al mundo, consigue temporal, y breve el gozar, eterno, y sin fin el padecer.

También le abre los ojos con lo que se olvidan de sus servicios, y que Dios lo permite, cerrándole las puertas del mundo, para que se entre por las del cielo.

11. Habla ahora en el número sétimo de algún santo, de quien era devoto este discreto cortesano, y dice la Santa: Que comulgarán aquel día, que todo esto manifiesta, que debían de tener entre manos alguna gran mudanza de vida a estado de este caballero.

12. En el octavo le escribe la Santa una razón discretísima. Porque le debió de ofrecer su amparo, y socorro este caballero, y responde: Que lo que desea es, que esté donde no le pueda ayudar, que es señal, que lo quería fuera de la corte, y de sus lazos, y donde, pisando al mundo, le faltase lo que era del mundo, y sólo tuviese a Dios.

13. Luego para dejar su ánimo alegre, sobre tantos documentos, y luces, y que no huyese de la disciplina, le dice en el número nono, [48] cuán afanadas andaban sus religiosas, respondiendo a sus cartas: conque le manifiesta su amor, y lo que ella se contenta de esto, ganándolo más para sí, para llevarlo rendido a ser triunfo, y trofeo de Dios.

Poco después con su grandísima gracia, le vuelve la materia, reconociéndolo por gran cortesano, y ministro, diciendo: Es verdad, que es poca mortificación leer necedades; ni poca prueba de la humildad de V. S. haber gustado de gente ruin. Como si dijera: ¿Qué han de decir a un discreto, y tan gran ministro unas simples religiosas, sino necedades? ¿Y qué prueba no es de humildad el leerlas con gusto un varón tan entendido?

Pero la Santa me perdone, que de nada tienen menos, que de necias sus hijas; porque parece, que las dejó herederas forzosas de su discreción, y con ella de su misma gracia, y espíritu. Sino que sobre todo nadaba su grande humildad, y de toda santa retórica se valía, para llevar las almas a Dios.

14. Vuelve luego al principal negocio la Santa, pidiendo a Dios, que no se pierda la resolución por no saberla pedir con sus hijas. Conque pone en su lugar la recreación espiritual, que con aquellas siervas de Dios tenía aquel gran sujeto.

Finalmente, toda esta carta tiene de lo dulce, de lo útil, y de lo entendido; y se ve vivamente practicado el lugar de san Bernardo, donde enseña: Que es útil la moderación de la lengua; pero que ha de ser tal, que no excluya la gracia de la familiaridad: Utilis est custodia oris, quae tamen affabilitatis gratiam non excludat (D. Bern. lib. 4 de Confid. ad Eug. Pontif. cap. 6.). Y sin esta dulzura, suavidad, y familiaridad discretísima, ¿cómo pudiera esta virgen prudente haber llevado tantas almas a Dios, no sólo viviendo, sino después que vive en la gloria, con la gracia de sus escritos enseñando?



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Carta XII

A la ilustrísima señora doña Ana Henríquez. En Toro.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced siempre. Harto consuelo fuera para mí hallar a vuestra merced en este lugar; y diera por bien empleado el camino, por gozar de vuestra merced con más asiento que en Salamanca. No he merecido esta merced de nuestro Señor: sea por siempre bendito. Esta priora se lo ha gozado todo: en fin, es mejor que yo, y harto servidora de vuestra merced.

2. Harto me he holgado haya tenido vuestra merced a mi padre Baltasar Álvarez algunos días, porque haya alivio de tantos trabajos. Bendito sea el Señor, que tiene vuestra merced más salud que suele. La mía es [49] ahora harto mejor, que todos estos otros años; que es harto en este tiempo. Hallé tales almas en esta casa, que me ha hecho alabar a nuestro Señor. Y aunque Estefanía cierto es a mi parecer santa, el talento de Casilda, y las mercedes que el Señor la hace, después que tomó el hábito, me ha satisfecho mucho. Su Majestad lo lleve adelante, que mucho es de preciar almas, que tan con tiempo las toma para sí.

3. La simplicidad de Estefanía para todo, si no es para Dios, es cosa que me espanta, cuando veo la sabiduría, que en su lenguaje tiene de la verdad.

4. Ha visitado el padre provincial esta casa, y ha hecho elección. Acudieron a la mesma, que se tenían; y traemos para supriora una de san José de Ávila, que eligieron, que se llama Antonia del Espíritu Santo. La señora doña Guiomar la conoce: es harto buen espíritu.

5. La fundación de Zamora se ha quedado por ahora, y tornó a la jornada larga que iba. Ya yo había pensado de procurar mi contento, con ir por ese lugar, para besar a vuestra merced las manos. Mucho ha que no tengo carta de mi padre Baltasar Álvarez, ni le escribo: y no cierto por mortificarme, que en esto nunca tengo aprovechamiento, y aun creo en todo, sino que son tantos los tormentos destas cartas; y cuando alguno es sólo para mi contento, siempre me falta tiempo. Bendito sea Dios, que hemos de gozar dél con seguridad eternalmente; que cierto acá con estas ausencias, y variedades en todo, poco caso podemos hacer de nada. Con este esperar el fin, paso la vida: dicen, que con trabajos, a mí no me lo parece.

6. Acá me cuenta la madre priora del mi guardador, que no le cae en menos gracia su gracia, que a mí. Nuestro Señor le haga muy santo. Suplico a vuestra merced dé a su merced mis encomiendas. Yo le ofrezco a nuestro Señor muchas veces, y al señor don Juan Antonio lo mesmo. Vuestra merced no me olvide por amor del Señor, que siempre tengo necesidad. De la señora doña Guiomar, ya nos podemos descuidar, según vuestra merced dice, y ella encarece. Harto gustará de saber algún principio de tan buen suceso, para atinar a lo que es, por gozar de contento, el que vuestra merced tiene. Désele nuestro Señor a vuestra merced en el alma esta Pascua, tan grande como yo se lo suplicaré.

7. Este día de santo Tomé hizo aquí el padre fray Domingo un sermón, a donde puso en tal término los trabajos, que yo quisiera haber tenido muchos; y aunque me los dé el señor en lo por venir. En extremo me han contentado sus sermones. Tiénenle elegido por prior: no se sabe si le confirmarán. Anda tan ocupado, que le he gozado harto poco, mas con otro tanto que viera a vuestra merced me contentara. Ordénelo [50] el Señor; y dé a vuestra merced tanta salud, y descanso, como es menester para ganar el que no tiene fin. Es mañana víspera de Pascua.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra merced.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta escribió la Santa en Valladolid. Es para la señora doña Ana Henríquez, de la excelentísima casa de los Henríquez de Toro, marqueses de los Alcañices. Era muy espiritual esta señora, y santa Teresa estrecha amiga suya. Y conócese que era espiritual, así en esto, como en ser muy hija del padre Baltasar Álvarez, varón admirable en espíritu, y de los primeros, y más espirituales de su religión.

Fue este santo religioso de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa, y de los que gobernaron su espíritu, y la supo mortificar, y guiar, como muy alumbrado de Dios.

2. He entendido, que en una ocasión, cuando la Santa andaba más fervorosa en sus fundaciones, le escribió un papel en un grave negocio, que tocaba a ellas, para que la aconsejase; y pedíale con encarecimiento en él, que le respondiese luego, porque con la dilación se aventuraba la fundación. Y este espiritual padre, para probar, y mortificar a la Santa, le respondió al instante; pero cerró el papel, y se lo remitió poniendo en el sobrescrito: No lo abra en dos meses, y así lo tuvo cerrado la Santa, hasta que le escribió, que lo abriese. Buena prueba en un natural vivo, eficaz, activo, vehemente en el servicio de Dios, como el que tenía la Santa, y muy discreta mortificación.

3. En el número segundo, y tercero alaba, y hace juicio de dos religiosas suyas, hijas del convento de Valladolid (Tom. 1, lib. 2, c. 17, n. 5). La una se llamaba Casilda de san Angelo, como lo refieren las Corónicas; y fue tan espiritual, que se dice en ellas, que recibió de Dios grandes mercedes: no siendo las menores el heroico acto que hizo de chupar con sus labios la podre, y materia, que salía de la llaga de una religiosa, manifestando, que bien bebería del costado de Cristo bien nuestro, la que por su amor hacía un acto tan excelente de caridad, y de mortificación.

4. Esta santa religiosa vio un día en un arrobamiento una luz, que bajaba del cielo al convento, y le hacía todo uno; y oyó una voz, que dijo: Vere locus iste sanctus est; acreditando la observancia de aquel santo convento, y que estaba hecho un cielo por medio de la luz de la oración.

En un día de los Reyes, cuando (conforme a su costumbre) se renuevan los votos por las religiosas, vio esta sierva de Dios al niño Jesús en las manos de la prelada, que los recibía. Y esto también yo lo vi. Pues ¿cómo es posible, que dejase de estar en sus manos al recibir tantas virtudes, y actos heroicos, como allí le ofrecían? De la misma se refiere en las Corónicas otras admirables revelaciones (Tom. 1, lib. 2, c. 18, n. 2).

5. De Estefanía de los Apóstoles (que así se llamaba la otra, de quien [51] con grande gracia dice la Santa: Que sabía mucho en su lenguaje) (Loc. proxim. cit.), dicen las corónicas que fue penitentísima. Y en una ocasión que se trataba de elección de priora (y pudo ser que fuese de la que habla la Santa en el número cuarto, en que fue reelegida la madre María Bautista, sobrina de la Santa), estando en el coro orando con la comunidad, vio que del sagrario salía una mano hermosísima, y blanquísima, y se fue a echar la bendición sobre la cabeza de una de las religiosas, y aquella salió después por priora. Y según el acierto con que se gobiernan estos santos conventos de Descalzas, y el de Valladolid, aunque no se ve la mano en cada una de las que se eligen por prioras, sin duda debió de ser esta bendición para todas las de la Orden, que eran, y serían para siempre jamás; y así gobiernan alegres con el espíritu de esta bendición.

6. En el número quinto habla otra vez del padre Álvarez, manifestando cuanto es suya, y lo que se mortifica en no poderle escribir.

En el sexto, donde dice de su guardador, juzgo que sería algún hijo de esta señora, que quería ser custodia de la Santa; y no excluye estas gracias, por ver si con eso los gana, y los lleva a la gracia.

7. En el sétimo dice, que oyó predicar de los trabajos al padre fray Domingo Báñez su confesor, de tal manera, que se holgaría haberlos tenido. Porque cuarenta años de trabajos la dejaron con sed de trabajos: manifestando cuál es su importancia, por lo que los deseaba, y que no hay camino seguro, sino el de la cruz, y de los trabajos; y que éste hace cielo a los mismos conventos, como vio aquella religiosa, y se refiere en el número cuarto.




Teresa III Cartas 9