Teresa III Cartas 16

16

Carta XVI

Al reverendo padre maestro fray Domingo Báñez, de la Orden de santo Domingo, confesor de la santa.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced y con mi alma. No hay que espantar de cosa que se haga por amor de Dios, pues puede tanto el de fray Domingo, que lo que le parece bien, me parece, y lo que quiere, quiero; y no sé en qué ha de parar este encantamiento.

2. La su Parda nos ha contentado. Ella está tan fuera de sí de contento, después que entró, que nos hace alabar a Dios. Creo no he de tener corazón para que sea freila, viendo lo que vuestra merced ha puesto en su remedio; y ansí estoy determinada a que la muestren a leer, y conforme a como le fuere, haremos.

3. Bien ha entendido mi espíritu el suyo, aunque no la he hablado: y monja ha habido, que no se puede valer, desde que entró, de la mucha oración que le ha causado. Crea, padre mío, que es un deleite para mí cada vez que tomo alguna, que no trae nada, sino que se toma sólo por Dios; y ver que no tienen con qué, y lo habían de dejar por no poder más: veo que me hace Dios particular merced, en que no sea yo medio para su remedio. Si pudiese fuesen todas ansí, me sería gran alegría; mas ninguna me acuerdo contentarme, que la haya dejado por no tener.

4. Hame sido particular contento, ver cómo le hace Dios a vuestra merced tan grandes mercedes, que le emplee en semejantes obras, y ver venir a ésta. Hecho está, padre, de los que poco pueden: y la caridad, que el Señor le da para esto, me tiene tan alegre, que cualquier cosa haré por ayudarle en semejantes obras, si puedo. Pues el llanto de la que traía consigo, que no pensé que acabara. ¿No sé para qué me la envió acá? [64]

5. Ya el padre visitador ha dado licencia, y es principio para dar más con el favor de Dios: y quizá podré tomar ese lloraduelos, si a vuestra merced le contenta, que para Segovia demasiado tengo.

6. Buen padre ha tenido la Parda en vuestra merced. Dice, que aún no cree, que está acá. Es para alabar a Dios su contento. Yo le he alabado de ver acá su sobrinito de vuestra merced que venía con doña Beatriz: y me holgué harto de verle. ¿Por qué no me lo dijo?

7. También me hace al caso haber estado esta hermana con aquella mi amiga santa. Su hermana me escribe, y envía a ofrecer mucho. Yo le digo, que me ha enternecido. Harto más me parece la quiero, que cuando era viva. Ya sabrá, que tuvo un voto para prior en san Esteban: todos los demás el prior; que me ha hecho devoción verlos tan conformes.

8. Ayer estuve con un padre de su Orden, que llaman fray Melchor Cano. Yo le dije, que a haber muchos espíritus como el suyo en la Orden, que pueden hacer los monasterios de contemplativos.

9. A Ávila he escrito, para que los que le querían hacer no se entibien, si acá no hay recaudo, que deseo mucho se comience. ¿Por qué no me dice lo que ha hecho? Dios le haga tan santo como deseo. Gana tengo de hablarle algún día en esos miedos que trae, que no hace sino perder tiempo: y de poco humilde, no me quiere creer. Mejor lo hace el padre fray Melchor, que digo, que de una vez que le hablé en Ávila, dice le hizo provecho; y que no le parece hay hora, que no me trae delante. ¡Oh qué espíritu, y qué alma tiene Dios allí! En gran manera me he consolado. No parece, que tengo más que hacer, que contarle espíritus ajenos. Quede con Dios; y pídale, que me le dé a mí, para no salir en cosa de su voluntad. Es domingo en la noche.

De vuestra merced hija y sierva.

Teresa de Jesús.
Notas


1. De esta carta, y de otra se halla el sobrescrito, y dice: Al reverendísimo señor, y padre mío, el maestro fray Domingo Báñez, mi señor. Que dice bien el amor, y veneración que la Santa tenía a este religiosísimo padre.

Fue éste gran maestro, e insigne varón catedrático de Prima de teología de Salamanca; y sus escritos dicen la profundidad de sus letras, y su opinión, y la carta de la Santa, la de su espíritu, y santidad.

2. Este grave religioso, fue el primero que defendió en Ávila, en oposición de todos los religiosos, y seglares de aquella ciudad, la primera casa de Descalzas, que es el convento de san José, que fundó la [65] Santa: y con una docta plática, que trae la Corónica (tom. 1, lib.1, c. 45, n. 3), contuvo él solo la resolución de echar por el suelo el convento, por no haberse hecho con el consentimiento de toda la ciudad.

Aquí se conoce, que esta santa reforma se debe en gran parte, si no en todo, en sus santos principios, a la ilustre religión de santo Domingo, que con aquel espíritu soberano, que la comunica Dios, conoció desde luego, cuán crecido fruto se esperaba a la Iglesia, de que este árbol creciese, y se lograse, y no lo cortase por el tronco impróvidamente la segur de la contradicción.

3. Este mismo padre, siendo su confesor, ordenó a la Santa, que escribiese el tratado admirable del Camino de la perfección: y a él le debemos aquella enseñanza del cielo, en la cual, no sólo se lee, sino que se ve, y se recibe, y aprende la perfección del tratado, sólo con leer el Tratado de la perfección.

4. Santa Teresa fue tan devota de esta religión doctísima, que decía con harta gracia, hablando de sí: Yo soy la domínica in passione, para decir, que era domínica, y hija de esta Orden de todo su corazón, y con pasión grandísima: equívoco muy propio de su agudeza, y gracia.

Y no me admiro, porque ¿quién no ha de amar, y ser, no sólo la dominica in passione, sino todas las domínicas del año, venerando a una religión, que es muralla firmísima, y maestra universal de la fe; fiscal constante en defensa de las católicas verdades contra los herejes, luz de la teología escolástica, y dogmática; fuente de toda buena ciencia moral, que desnuda, santa, y desasida de todo humano interés, comunica repetidos rayos de enseñanza, y doctrina a las almas? Yo confieso, que abstrayendo, que santo Domingo, aquel apóstol de España, fue prebendado de la santa Iglesia de Osma, que estoy indignamente sirviendo, sólo por lo que le parecen sus hijos al santo, deben ser amados, imitados, y reverenciados.

5. Esta carta está llena de laconismos, y de concisiones, y de una maravillosa brevedad de estilo. Parece que la escribió la Santa estando en Segovia, y en ocasión, que recibió sin dote a una monja, por intercesión del padre maestro Báñez: y a esa llama su Parda, o porque lo era en el color del rostro, o en el vestido, o en el apellido.

6. En el número primero parece que insinúa, que por su parecer hacía algún ejercicio interior, al cual le rindió su obediencia; y hácele cargo, de que hace por él lo que hace por Dios, y que parece cosa de encanto hallarse tan rendida en todo a su parecer. Con qué como Santa, se humilla, conociendo su propia voluntad; y como a espiritual maestro le pide el remedio, manifestando su resignación.

7. En el número segundo, dice: Que le ha contentado la novicia, y que no quiere que sea lega (que eso quiere decir freyla) y que está contenta con el hábito, y con el convento. Y bien cierto es que profesará, la que estando contenta, tiene también contenta a tan santa prelada.

8. En el número tercero pondera el gozo grande, que es remediar una alma, y cuán poco se ha de reparar en dinero, para que logre el precio inestimable de la redención. Y así había de ser siempre; pero no siempre puede ser lo que siempre había de ser.

9. En el número cuarto pondera lo que se alegra la Santa de que este [66] espiritual, y docto padre haga estas obras tan buenas, y se lo agradece, y estima. Y cuando él ha de agradecer a la Santa el que ella la reciba sin dote, le agradece ella a él el que se la traiga sin dote. Explicando de esta manera esta grande maestra de espíritu, y de fundaciones, cuánto más importan las virtudes, que no los dineros en los monasterios.

10. Al fin habla de la que acompañó a la novicia, que no acababa de llorar, y según muestra con harta gracia en el número quinto, no lloraba la compañera porque se le quedaba la amiga allá dentro, sino porque ella se quedaba acá fuera; pues después dice la Santa, que verá si puede recibir a aquella Lloraduelos.

Lo que habla en el número sétimo de la elección de san Esteban de Salamanca, convento gravísimo, y espiritualísimo, no se entiende fácilmente, ni importa mucho el entenderlo.

11. En el número octavo habla del reverendísimo padre maestro fray Melchor Cano; y no fue el ilustrísimo, y doctísimo obispo de Canaria, de esta sagrada religión, y de este mismo nombre, sino otro del mismo nombre, sobrino suyo, varón espiritual, y de los más ilustres en santidad, que en aquellos tiempos tuvo su sagrada Orden, de quien hacen mención sus corónicas en el tom. 4, lib. 4, cap. 31, a donde remitimos al lector.



17

Carta XVII

Al muy reverendo padre prior de la Cartuja de las Cuevas de Sevilla.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad. Padre mío, ¡qué le parece a vuestra paternidad de la manera que anda aquella casa del glorioso san José! ¿Y cuáles han tratado, y tratan a aquellas sus hijas, sobre lo que ha muchísimo tiempo, que padecen trabajos espirituales, y desconsuelos con quien las había de consolar? Páreceme, que si mucho los han pedido a Dios, que les luce. Sea Dios bendito.

2. Por cierto, que por las que están allá, que fueron conmigo, yo tengo bien poca pena, y algunas veces alegría, de ver lo mucho que han de ganar en esta guerra, que les hace el demonio. Por las que han entrado ahí, la tengo; que cuando habían de ejercitarse en ganar quietud, y deprender las cosas de la Orden, se les vaya todo en desasosiegos; que como a almas nuevas, les puede hacer mucho daño. El Señor lo remedie. Yo digo a vuestra paternidad, que ha hartos días, que anda el demonio por turbarlas. Yo había escrito a la priora comunicase con vuestra paternidad todos sus trabajos. No debe de haber osado hacerlo. Harto gran consuelo fuera para mí poder yo hablar a vuestra paternidad claro; mas como es por papel, no oso: y si no fuera mensajero tan cierto, aun esto no dijera. [67]

3. Este mozo vino a rogarme, si conocía en ese lugar quien le pudiese dar algún favor con abonarle, para que entrase a servir; porque por ser esta tierra fría, y hacerle mucho daño, no puede estar en ella, aunque es natural de aquí. A quien ha servido, que es un canónigo de aquí, amigo mío, me asegura, que es virtuoso, y fiel. Tiene buena pluma de escribir, y contar. Suplico a vuestra paternidad por amor de Dios, si se ofreciere cómo le acomodar, me haga esta merced, y servicio a su Majestad; y en abonarle destas cosas que he dicho, si fuere menester, que de quien yo las sé, no me dirá sino es toda verdad.

4. Holgueme cuando me habló, por poderme consolar con vuestra paternidad, y suplicarle dé orden, como la priora pasada lea esta carta mía, con las que son de por acá, que ya sabrá vuestra paternidad cómo la han quitado el oficio, y puesto una de las que han entrado ahí, y otras muchas persecuciones que han pasado, hasta hacerlas dar las cartas que yo las he escrito, que están ya en poder del Nuncio.

5. Las pobres han estado bien faltas de quien las aconseje; que los letrados de acá están espantados de las cosas que les han hecho hacer, con miedo de descomuniones. Yo le tengo de que han encargado harto sus almas (debe ser sin entenderse) porque cosas venían en el proceso de sus dichos, que son grandísima falsedad; porque estaba yo presente, y nunca tal pasó. Mas no me espanto las hiciese desatinar; porque hubo monja, que la tenían seis horas en escrutinio; y alguna de poco entendimiento firmaría todo lo que ellos quisiesen. Hanos acá aprovechado, para mirar lo que firmamos; y ansí no ha habido qué decir.

6. De todas maneras nos ha apretado nuestro Señor año y medio; mas yo estoy confiadísima, que ha de tornar nuestro Señor por sus siervos, y siervas; y que se han de venir a descubrir las marañas, que ha puesto el demonio en esa casa. Y el glorioso san José ha de sacar en limpio la verdad, y lo que son esas monjas que de acá fueron: que las de allá no las conozco; mas sé que son más creídas de quien las trata, que ha sido un gran daño para muchas cosas.

7. Suplico a vuestra paternidad por amor de Dios no las desampare, y las ayude con sus oraciones en esta tribulación, porque a sólo Dios tienen; y en la tierra no a ninguno con quien se puedan consolar. Mas su Majestad, que las conoce, las amparará, y dará a vuestra paternidad caridad, para que haga lo mesmo.

8. Esa carta envió abierta, porque si las tienen puesto precepto, que den las que recibieren mías al provincial, dé vuestra paternidad orden como se la lea alguna persona, que podrá ser darles algún alivio ver letra mía. [68]

9. Piénsase las querría echar del monasterio el provincial. Las novicias se querían venir con ellas. Lo que entiendo, es, que el demonio no puede sufrir haya Descalzos, ni Descalzas, y ansí les da tal guerra; mas yo fío del Señor, le aprovechará poco.

10. Mire vuestra paternidad que ha sido el todo para conservarlas ahí. Ahora que es la mayor necesidad, ayude vuestra paternidad al glorioso san José. Plegue a la divina Majestad guarde a vuestra paternidad para amparo de las pobres (que ya sé la merced que ha hecho vuestra paternidad a esos padres Descalzos) muy muchos años, con el aumento de santidad, que yo siempre le suplico. Amén. Es hoy postrero de enero.

Si vuestra paternidad no se cansa, bien puede leer esa carta que va para las hermanas.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta la escribió la Santa en el tiempo más atribulado de la segunda persecución del convento de Carmelitas descalzas de la ciudad de Sevilla. Y puede hallarse aquel santo monasterio contento con la primera, y segunda tribulación, que luego referiremos, pues las hizo ricas de coronas, y merecimientos, y de cartas de santa Teresa; porque la mayor parte de este epistolario, que escribió a sus religiosas, fueron para las de este convento religiosísimo. El cual tengo por cierto, que resplandece en perfección entre los demás, pues el demonio puso tanto en deshacerlo. Porque a este, y al primero de san José de Ávila, asestó todos los principales cañones de su batería.

2. Dos persecuciones, como parece por las corónicas, se levantaron contra aquel convento. La primera, cuando lo fundó la Santa, y despidiendo a una novicia, que no era a propósito, las acusó a la Inquisición de que se confesaban unas con otras; porque hacía el capítulo de culpas, se arrodillaban a pedir consejo a sus preladas.

Esta tempestad se serenó luego, con reconocer el santo tribunal la verdad, y pureza de las religiosas, y los designios de la novicia: y fue más tolerable este trabajo, porque estaba presente la Santa, que confortaba a las atribuladas, y desengañaba a los engañados, y satisfacía a tan santos ministros.

3. La segunda fue, cuando en su ausencia los padres Calzados (a quien visitó el V. P. Gracián después que él salió de la Andalucía), recobrando ellos su jurisdicción, entraron en aquel convento de Carmelitas descalzas, que aún no estaban del todo exentas de ellos. Quitaron priora: pusieron a otra: recibieron información contra el P. Gracián, y contra algunas de sus religiosas, y contra la Santa; y ya fuese con buen celo, ya con alguna pasión, a que está sujeta esta carne humana mortal, hicieron cierta información, que después remitida al ilustrísimo señor Nuncio, levantó una polvareda grandísima contra la Santa, y una recia persecución [69] contra toda la Descalcez; y de esta información, y persecución habla diversas veces la Santa, y muy particularmente en esta carta, y en otra. Pero todo se serenó con hacerse otra por el señor Nuncio, y por el Consejo, y otros tribunales, con que venció a la calumnia la pureza, y luz de la verdad, y perfección de obrar de la Santa, y de sus religiosas, y del V. P. Gracián, y de los demás Descalzos.

4. Esto presupuesto, esta carta es para el padre prior de las Cuevas de Sevilla, convento religiosísimo de la Cartuja de aquella ciudad; y como hijo de tan espiritual religión, y con la luz que comunica a sus religiosos el vivir sepultados al mundo, sólo vivos, y entregados a Dios, desde el principio ayudó mucho a la Santa. Llamábase Pantoja por el apellido de su sangre, y era de Ávila, según refiere la Santa en sus fundaciones (lib. IV, cap. 5), donde pondera mucho lo que les amparó este religiosísimo padre, y prelado.

5. En el número primero propone el trabajo la Santa con grande dolor. En el sexto dice la confianza que tiene en sus hijas, y que su inocencia las sacará de aquella tempestad a puerto de quietud, y de honor; y porque él siempre andaba turbado, no se atreve a escribirle con claridad. Trabajoso tiempo, cuando pone en prisiones a la libertad la malicia del tiempo.

6. En el tercero habla de una intercesión; y luego pasa al cuarto, y vuelve a explicar su trabajo, y el de las religiosas: y dice cómo les hicieron dar las cartas de la Santa, para ponerlas en el proceso: y yo aseguro, que fueron éstas las que dieron más luz al desengaño de estas calumnias; porque nunca escriben los santos de suerte, que no convenga que les cojan las cartas.

7. Luego en el número quinto le dice los rigores a que se llegó, y que les hicieron firmar cosas, que la Santa sabía que no habían sucedido. Para hacer un proceso ajeno de lo sucedido, aunque sea con buena intención, y más con mujeres, no es menester más que un poquito de enojo en el que pregunta, y un poquito de deseo de probar lo que quiere en el que escribe, y otro poquito de miedo en el que atestigua, y con estos tres poquitos sale después una monstruosidad, y horrenda calumnia. Así puede ser que sucediese aquí, pues tan aprisa constó de todo lo contrario.

8. Advierte al fin de este número la Santa una cosa, que debe abrir los ojos a todos, para que miremos lo que firmamos; pues a ella la hizo cauta este suceso, y a sus religiosas, para mirar bien, y leer de allí adelante lo que firmaban.

9. De esta atención prudente es buen ejemplo el de santa Pulqueria, emperatriz de Grecia, hermana del emperador Teodosio, a quien escribió san León Magno algunas cartas; y esta virgen fue prudentísima. Y viendo que su hermano firmaba sin leer, hizo poner entre los despachos una carta de venta, por la cual el emperador, por cien mil escudos de oro, vendía a la emperatriz su mujer a un mercader rico de Constantinopla; y firmándola Teodosio, después fue el mercader, estando la santa presente, a cobrar su compra: y el emperador admirado, y viendo que había firmado aquel desatino, reparó más en ello; y así deben hacerlo todos los superiores. Es verdad, que en el concurso de innumerables [70] despachos, es preciso que lo más se libre por los reyes, y supremas cabezas en la confianza de los secretarios, que es lo que generalmente gobierna este mundo.

10. En los números siguientes todo es poner a sus hijas en la protección de este prelado de las Cuevas, el cual como hijo espiritual de san Bruno, dio buen cobro de ellas, como se vio; venciendo, y triunfando las Carmelitas descalzas en la persecución que contra ellas se levantó.

18

Carta XVIII

Al padre Rodrigo Álvarez, de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa.

Jesús


1. Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pueden entender estas cosas interiores, cuanto más con brevedad, que si la obediencia no lo hace, sería dicha atinar, en especial en cosas tan dificultosas. Poco va en que desatine; pues va a manos, que otros mayores habrá entendido de mí. En todo lo que dijere suplico a vuestra merced entienda, que no es mi intento pensar es acertado, porque yo podré no entenderlo; mas lo que puedo certificar es, que no diré cosa, que no haya experimentado algunas, y muchas veces. Si es bien, o no vuestra merced lo verá, y me avisará dello.

2. Paréceme, que será dar a vuestra merced gusto comenzar a tratar del principio de cosas sobrenaturales, que devoción, ternura, lágrimas, y meditación, que acá podemos adquirir con ayuda del Señor, entendidas están.

3. (Qué es oración sobrenatural). La primera oración, que sentí, a mi parecer sobrenatural (que llamo yo lo que con industria, ni diligencia no se puede adquirir, aunque mucho se procure; aunque disponerse para ello sí, y debe de hacer mucho al caso), es un recogimiento interior, que se siente en el alma, que parece ella tiene otros sentidos, como acá los exteriores, que ella en sí, parece se quiere apartar del bullicio de estos exteriores: y ansí algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos, y no oír, ni ver, ni entender, sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que es tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún sentido, ni potencia, que todo está entero; mas estalo para emplearse en Dios. Y esto a quien lo hubiere dado, será fácil de entender; y a quien no, no; al menos será muchas palabras, y comparaciones.

4. (Oración de quietud, qué es). Deste recogimiento viene muchas veces una quietud, y paz interior, que está el alma que no le parece le [71] falta nada; que aun el hablar le cansa, digo el rezar, y meditar; no querría sino amor: dura rato, y aun ratos.

5. (Sueño de las potencias, en qué consiste). Desta oración suele proceder un sueño, que llaman de las potencias, que ni están absortas, ni tan suspensas, que se pueda llamar arrobamiento; ni es del todo unión.

6. (Qué es unión de sola la voluntad). Alguna vez, y muchas veces entiende el alma, que es unida sola la voluntad, y se entiende muy claro (digo claro, a lo que parece) que está toda empleada en Dios, y que ve el alma la falta de poder estar, ni obrar en otra cosa; y las otras dos potencias están libres para negocios, y obras del servicio de Dios: en fin andan juntas Marta, y María. Yo pregunté al padre Francisco si sería engaño esto. Porque me traía abobada; y me dijo, que muchas veces acaecía.

7. (Qué es unión de todas las potencias. En esta unión ama la voluntad más que entiende el entendimiento). Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente; porque en ninguna cosa pueden obrar, porque el entendimiento está como espantado. La voluntad ama más que entiende; mas ni entiende si ama, ni qué hace, de manera que lo pueda decir. La memoria, a mi parecer, que no hay ninguna, ni pensamiento, ni aun por entonces no son los sentidos despiertos, sino como quien los perdió, para más emplear el alma en lo que goza, a mi parecer; porque aquel breve rato se pierde, y pasa presto.

8. En la riqueza, que queda en el alma de humildad, y otras virtudes, y deseos, se entiende el gran bien que le vino de aquella merced; mas no se puede decir lo que es: porque aunque el alma se dé a entender, no sabe cómo lo entender, ni decirlo. A mi parecer esta (si es verdadera) es la mayor merced de las que nuestro Señor hace en este camino espiritual; al menos de las grandes.

9. (Qué es arrobamiento, y cómo se distingue de la suspensión). Arrobamiento, y suspensión, a mi parecer, todo es uno, sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arrobamiento, que espanta: y verdaderamente también se puede llamar suspensión esta unión que queda dicha. La diferencia que hace el arrobamiento della, es esta.

10. Que dura más, y siéntese más en esto exterior, que se va acortando el huelgo, de manera que no se puede hablar, ni los ojos abrir; y aunque esto más se hace en la unión, es acá con mayor fuerza (porque el calor natural se va no sé yo a dónde) que cuando es grande arrobamiento. En todas estas maneras de oración hay más, y menos.

11. Cuando es grande, como digo, quedan las manos heladas, y algunas [72] veces extendidas como unos palos, y el cuerpo, si le toma en pié, ansí se queda, o de rodillas: es tanto lo que se emplea en el gozo de lo que el señor le representa, que parece se olvida de animar al cuerpo, y lo deja desamparado. Y ansí, si dura, quedan los miembros con sentimiento.

12. Paréceme que quiere aquí el Señor, que el alma entienda más de lo que goza, que en la unión; y ansí se le descubren algunas cosas de su Majestad aquel rato muy ordinariamente: y los efectos con que el alma queda, son grandes: y el olvidarse a sí, por querer que sea conocido, y alabado tan gran Dios, y Señor. Y a mí me parece, que si es Dios, no puede sino quedar un gran conocimiento de que ella allí no puede nada, y de su miseria, e ingratitud de no haber servido a quien por sola su bondad le hace tan grandes mercedes; porque el sentimiento, y suavidad es tan excesivo de todo lo que acá se puede comparar, que si aquella memoria durase, y no se le pasase, siempre habría asco de contentos de acá; y ansí viene a tener todas las cosas del mundo en poco.

13. (Diferencia entre el arrobamiento, y arrebatamiento). La diferencia que hay de arrobamiento a arrebatamiento es, que el arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exteriores, perdiendo los sentidos, y viviendo a Dios. El arrebatamiento viene con sola una noticia, que su Majestad da en lo íntimo del alma, con una velocidad, que parece que le arrebata lo superior della: a su parecer se le va del cuerpo; y ansí es menester ánimo a los principios, para entregarse en los brazos del Señor, que la lleve donde quisiere. Porque hasta que su Majestad la pone en paz a donde quiere llevarla (digo llevarla, que entienda cosas altas) cierto es menester a los principios estar bien determinada a morir por él; porque la pobre alma no sabe qué ha de ser aquello.

14. A los principios quedan las virtudes, a mi parecer, desto más fuertes; porque déjase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios, para temerle, y amarle; pues ansí, sin ser en nuestra mano, arrebata el alma, bien como señor della, y queda con grande arrepentimiento de haberle ofendido, y espanto de cómo osó ofender a tan gran Majestad, y grandísima ansia, porque no haya quien le ofenda, sino que todos le alaben. Pienso que deben venir de aquí estos deseos grandísimos de que se salven las almas, y de ser alguna parte para ello, y para que este Dios sea alabado como merece.

15. (Qué sea vuelo de espíritu). El vuelo de espíritu, es un no sé cómo le llame, que sube de lo más íntimo del alma: sola esta comparación se [73] me acuerda, que puse a donde vuestra merced sabe, que están largamente declaradas todas estas maneras de oración, y otras; y es tal mi memoria, que luego se me olvida. Paréceme que el alma, y el espíritu deben ser una cosa: sino que como un fuego, si es grande, y ha estado dispuesto para arder; ansí el alma de la disposición que tiene con Dios, como el fuego, ya de que presto arde, echa una llama, y sube a lo alto, aunque este fuego es como lo que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de quedar fuego: ansí le acaece al alma, que parece que produce de sí una cosa tan de presto, y tan delicado, que sube a la parte superior: va a donde el Señor quiere; que no se puede declarar más que esto. Y verdaderamente parece vuelo, que yo no sé otra comparación más propia: sé que se entiende muy claro, y que no se puede estorbar.

16. Parece que aquella avecita del espíritu se escapó de la miseria desta carne, y cárcel deste cuerpo, y desocupada dél puede más emplearse en lo que la da el Señor. Es cosa tan delicada, y sutil, y tan preciosa, a lo que entiende el alma, que no le parece hay en ello ilusión, ni aun en ninguna cosa destas. Cuando pasa, después quedan los temores, por ser tan ruin quien lo recibe, que todo le parecía habría razón de temer, aunque en lo interior del alma quedaba certidumbre, y seguridad, con que se podía vivir; mas no para dejar de poner diligencia, para no ser engañada.

17. (Qué sea ímpetu de espíritu). Ímpetus llamo yo un deseo que da al alma algunas veces, sin haber precedido antes oración, y aun lo más contino una memoria, que viene de presto, de que está ausente Dios; u de alguna palabra que oye, que vaya a esto. Es tan poderosa esta memoria, y de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina: como cuando se da a una persona unas nuevas de presto, que no sabía, muy penosas, o un gran sobresalto, o cosa ansí, que parece quita el discurso al pensamiento para consolarle, sino que se queda como absorta. Ansí es acá, salvo que la pena es por tal causa, que queda al alma un conocer, que es bien empleado un morir por ella. Ello es que parece que todo cuanto el alma entiende entonces, es para más pena, y que no quiere el Señor, que todo su ser le aproveche de otra cosa, ni que pueda tener consuelo, ni aun acordarse que es voluntad suya que viva, sino parécele que está en una tan grande soledad, y desamparo de todo, que no se puede escribir; porque todo el mundo, y las cosas dél le dan pena, y ninguna cosa criada le parece le hará compañía.

18. No quiere el alma sino al Criador; y esto velo imposible, si no muere: y como ella no se puede matar, muere por morir. De tal manera, que verdaderamente es peligro de muerte: y vese como colgada [74] entre el cielo, y la tierra, y no sabe qué hacer de sí. Y de poco en poco dale Dios una noticia de sí, para que vea lo que pierde, de una manera tan extraña, que no se puede decir, ni esta pena encarecer; porque ninguna hay en la tierra, al menos de cuantas yo he pasado, que le iguale. Baste, que de media hora que dure, deja tan descoyuntado el cuerpo, y tan abiertas las canillas, que aún no quedan las manos para poder escribir, y con grandísimos dolores.

19. Desto ninguna cosa siente, hasta que se pasa aquel ímpetu. Harto tiene que hacer en sentirlo interiormente, ni creo sentiría graves tormentos; y está con todos sus sentidos, y puede hablar, y mirar: andar no, que la derrueca el gran golpe del amor. Esto aunque se muera por tenerlo, si no es cuando lo da Dios, no aprovecha. Deja grandísimos efectos, y ganancia en el alma. Unos letrados dicen uno, otros otro: nadie lo condena. El padre maestro Ávila me escribió, que era bueno; y ansí lo dicen todos: el alma bien entiende que es grande merced del Señor: a ser a menudo, poco duraría la vida.

20. El ordinario ímpetu es, que viene este deseo de ver a Dios una gran ternura, y lágrimas por salir deste destierro; mas como hay libertad para considerar el alma, que es la voluntad del Señor que viva, con eso se consuela; y le ofrece el vivir, suplicándole, que no sea para sí, sino para su gloria: con esto pasa.

21. (Herida de amor). Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida, que parece al alma verdaderamente como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella mesma. Ansí causa un dolor grande, que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco se ha de entender que es llaga material, que no hay memoria deso, sino en lo interior del alma, sin que parezca dolor corporal; sino que como no se puede dar a entender, sino por comparaciones, pónense estas groserías, que para lo que ello es lo son; mas no sé decirlo de otra suerte. Por eso no son estas cosas para decir, ni escribir; porque es imposible entenderlo, sino quien lo ha experimentado, digo a donde llega esta pena; porque las penas del espíritu son diferentísimas de las de acá. Por aquí saco yo cómo padecen más las almas en el infierno, y purgatorio, que acá se puede entender por estas penas corporales.

22. Otras veces parece que esta herida del amor saca de lo íntimo del alma los afectos grandes; y cuando el Señor no la da, no hay remedio, aunque más se procure: ni tampoco dejarlo de tener, cuando él es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos, y delgados, que no se pueden decir; y como el alma se ve atada para no gozar como [75] querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo. Parécele como una gran pared, que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces a su parecer que goza en sí, sin embarazo del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad.

23. Esta oración antes de los arrobamientos, y los ímpetus grandes que dije se tuvo, olvideme de decir, que casi siempre no se quitan aquellos ímpetus grandes, sino es con un arrobamiento, y regalo grande del Señor, a donde consuela el alma, y la anima, para vivir por él.

24. Todo esto que está dicho no puede ser antojo, por algunas causas, que sería largo de decir: si es bueno, o no, el Señor lo sabe. Los efectos, y cómo deja aprovechada el alma, no se puede dejar de entender a todo mi parecer.

25. Las personas veo tan claro ser distintas, como vi ayer, cuando hablaba a vuestra merced y al padre provincial, salvo que ni veo nada, ni oigo, como ya a vuestra merced he dicho; mas es una certidumbre extraña, aunque no ven los ojos del alma, y en faltando aquella presencia, sabe que falta: el cómo, yo no lo sé; mas muy bien sé, que no es imaginación: porque aunque después yo me deshaga para tornarlo a representar ansí, no puedo, que harto lo he probado; y ansí es todo lo demás que aquí va, a cuanto yo puedo entender, que como ha tantos años, hase podido ver, para decirlo con esta determinación. Verdad es (y advierta vuestra merced en esto), que la persona que habla siempre, bien puedo afirmar lo que me parece que es: las demás no podría afirmarlo. La una bien sé que nunca ha sido: la causa jamás la he entendido, ni yo me ocupo jamás en pedir más de lo que el Señor quiere; porque luego me parece me habría de engañar el demonio: ni tampoco le pediré ahora, que había temor dello.

26. La principal paréceme que alguna vez ha sido; mas como ahora no me acuerdo muy bien, ni lo que era, no lo osaré afirmar. Todo está escrito a donde vuestra merced sabe, y esto muy largamente; y aquí va, aunque no debe de ser por estas palabras. Aunque se dan a entender estas personas distintas por una manera tan extraña, entiende el alma ser un sólo Dios. No me acuerdo haberme parecido que habla nuestro Señor, sino es la humanidad: ya digo, esto puedo afirmar que no es antojo.

27. Lo que dice vuestra merced del agua, yo no lo sé, ni tampoco he entendido a dónde está el Paraíso terrenal. Ya he dicho, que lo que el Señor me da a entender, que yo no puedo escusar, entiéndolo porque no puedo más; mas pedir yo a su Majestad que me dé a entender alguna cosa, jamás lo he hecho, ni osaría hacerlo: luego me parecería que yo [76] lo imaginaba, y que me había de engañar el demonio. Ni jamás, gloria a Dios, fui curiosa en desear saber cosas; si se me da nada, digo de saber más: harto trabajo me ha costado lo que sin querer, como digo, he entendido, aunque pienso ha sido medio que tomó el Señor para mi salvación, como me vio tan demasiada de ruin, que los buenos no han menester tanto para servir a su Majestad.

28. (Presencia de Dios habitual). Otra oración me acuerdo, que es primero que la primera que dije, que es una presencia de Dios, que no es visión de ninguna manera, sino que cada, y cuando (al menos cuando no hay sequedad) de que una persona se quiere encomendar a su Majestad, aunque sea rezar vocalmente, le halla. Plegue a él que no pierda yo tantas mercedes por mi culpa, y que haya misericordia de mí.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra merced.

Teresa de Jesús.
Notas.


1. Esta carta más parece alguna parte de un tratado, y razón que daba de sí al padre Rodrigo Álvarez, su confesor, que no carta.

2. El padre Rodrigo Álvarez, a quien escribía la Santa, fue uno de los primeros, y principales sujetos en letras, espíritu, y opinión de santidad, que tuvo en sus principios la sagrada Compañía de Jesús. Y quien quisiere leer sus clarísimas virtudes, las hallará en los Claros varones de otro varón tan claro, y esclarecido, como el padre Rodrigo Álvarez, que es el reverendísimo padre Juan Eusebio Nieremberg, a quien yo amo con afecto ternísimo. El cual, entre otros insignes escritos con que está alumbrando, encaminando, y enriqueciendo las almas, como un río caudaloso de doctrina espiritual, que riega toda la Iglesia, formó estos cuatro tomos grandes, en los cuales apenas caben las vidas de los hijos insignes desta santa, y sagrada religión: y aquí está también la vida de este espiritual padre, de quien hace diversas veces mención en sus Obras santa Teresa, con grande calificación de sus heroicas virtudes.

3. La materia que aquí trata la Santa, es todo de oración sobrenatural; y escusado estoy, y aun imposibilitado de escribir en ello, siendo sobrenatural, y no habiendo entrado aún en los primeros umbrales de la oración natural; y más cuando la misma Santa confiesa aquí, y en diversas partes, que no basta que tenga el alma esta oración, ni estos favores, y gracias de Dios para darlos a entender, sino que después de habérselas dado, le ha de hacer otro favor, y gracia particular, para saber declararlos: y el explicarlos, y tenerlos, a raras almas lo ha dado. Y pues vemos que a san Pablo no le comunicó este favor, por lo menos cuando fue llevado al tercer cielo, porque no llegó a entender si fue con el alma, o con el cuerpo: Sive in corpore, sive extra corpus, nescio, Deus scit (2Co 22,2). Si yo estaba allá con el cuerpo, o en el alma, eso sólo Dios lo sabe. Pues esto pasó así, no hay que admirar, que otras almas no sepan aquello que pasa en sí. [77]

4. Todavía, porque las notas son deudoras de declarar lo dudoso, y hacer lo dificultoso fácil, la que yo no percibo de estas cosas soberanas, remitiré al lector a quien a escrito mucho de ellas, que será la misma Santa, y el venerable padre fray Juan de la Cruz en sus tratados místicos, porque hallen la interpretación en los autores del texto.

Qué sea oración sobrenatural, lo enseña la Santa en su Morada 4, cap. 3. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el libro 2 de la Noche escura, cap. 5, vers. En una noche escura.

5. Qué sea oración de quietud, la Santa en el Camino de perfección, cap. 30 y 31. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz lib. 2, de la Subida del Monte Carmelo, cap. 12.

Del sueño de potencias, la Santa en la Morada 5, cap. 2. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Noche escura, lib. 2, cap. 15 y 16.

6. Qué sea unión de sola la voluntad, la Santa en su Vida, cap. 17. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo, lib. 2, cap. 5, y en la Llama de Amor viva, Canción 3, §. 3.

7. Qué sea unión de todas las potencias, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo, lib. 2, cap. 5, y en la Llama de Amor viva, Canción 3, §. 3.

Que la voluntad pueda amar más que entiende el entendimiento, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el tratado Llama de Amor viva, Canción 3, §. 10.

Qué sea arrobamiento, y cómo se diferencia de la suspensión, la Santa lo explica aquí, y a cada paso en su Vida.

8. Diferencia entre arrobamiento, y arrebatamiento, la Santa en el cap. 20 de su Vida,y en la Morada 6, cap. 5.

Qué sea vuelo de espíritu, la Santa en su Vida, cap. 20, Moradas 6, cap. 5.

Qué sea ímpetu de espíritu, la Santa Moradas 6, cap. 20.

9. Qué sea herida de espíritu, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el tratado Llama de Amor viva, Canción 2, vers. 2. En estos dos maestros místicos de la vida espiritual, hallará quien quisiere entender esta materia, la luz que busca; aunque aquí lo explicó la Santa de manera, y con tal propiedad, y tan vivas comparaciones, y modos, que parece que sobra toda ajena explicación.

10. Pero porque es nuestra naturaleza tan ambiciosa de todo lo grande, y más si toca en divinidades, desde que les puso al oído la serpiente a nuestros primeros padres el Eritis sicut dii (Gn 3,5), cuando había de ser ambiciosa santamente de lo pequeño, y humilde, para ser con eso grande; y se han visto muchas desdichas espirituales en almas que han querido subir por sí mismas a estos grados altísimos de oración; y cuando a ellas les parecía subían a las estrellas, iban bajando hasta los mismos abismos: me ha parecido hacer sobre esto unos muy breves apuntamientos, no para explicar lo que la Santa explicó, sino para que no se dejen llevar las almas del ansia de tener, y gozar estos favores, con alguna interior, y secreta presunción, que las despeñe de la vida espiritual, cuando van caminando con pasos santos por ella.

11. Lo primero advierto, que todo esto que hizo Dios en santa Teresa, y ha hecho en diversos santos de la Iglesia, no es necesario para [78] ser el alma sumamente espiritual, pues sin ello lo será cualquiera que ame, y sirva a Dios muchísimo: conque aquello que no es precisamente necesario en la vida del espíritu, es superfluo, y aun tal vez temeridad pretenderlo.

12. Lo segundo, que esto se conoce en que el hijo eterno de Dios en el mundo nunca anduvo estático, ni arrobado, ni absorto; y si esto fuese necesario para la perfección, ya que no siempre, por lo menos muchas veces se habría arrobado el Redentor de las almas.

De la Virgen se saben sus soberanas virtudes, su humildad, su santidad; pero no hay evangelista que refiera sus raptos, sus éxtasis, sus arrobos.

A san Pedro, y a san Pablo dos veces los vemos estáticos, y arrobados; pero infinitas los vemos castigados, azotados, afrentados, perseguidos, atribulados, y presos.

Lo mismo se ha de decir de los demás Apóstoles, y santos, que a cada paso los vemos ejercitando virtudes, y raras veces recibiendo estos favores; y bien se ve, que estos fueron los mayores santos.

13. Lo tercero que de aquí resulta es, que para ser santa, y santísima una alma, el verdadero camino es la oración, la devoción, las virtudes de su estado, y profesión, y el ejercitarse en ellas, y el padecer trabajos con paciencia, y humildad, y en esto imitar más al Señor, que en los arrobos; y así aquello habemos de desear, y procurar para salvarnos, que se acerca más a su santísima imitación.

14. Lo cuarto, que lo que nos toca a nosotros, no es lo que hace Dios en nosotros, sino lo que nosotros habemos de hacer con Dios; y en lo que hemos de trabajar, y sudar, es en el elegir, proponer, disponer, y ordenar medios proporcionados, y santos para servirle, agradarle, y tenerle con nosotros, y en nosotros: y esto no es el camino de los éxtasis, los raptos, y los arrobos; porque no está en nuestra mano, sino el guardar sus Mandamientos, y consejos, y el tener las conciencias limpias, puras, desasidas de todo afecto desordenado, y ejercitarse en la oración, y mortificación, y todo lo demás dejarlo a su voluntad. Mire yo bien aquello que hago con Dios, que Dios hará lo que gustare de mí, y en mí.

Y así es menester quitar, no sólo del corazón del espiritual, sino de la imaginación, el deseo de que haga Dios cosas grandes deste género en el alma, ni pensar que en ella hay cosa que pueda inclinar a Dios a que haga exaltaciones sobre ella; porque pensar el alma, que se halla en disposición, que Dios haga en ella grandes cosas, ya es muy soberbio pensar, y está muy cerquita de caer, si ya no está caída, con tal pensar.

15. Lo quinto, que por eso el rey David le decía a Dios: Señor, si yo he pensado de mis cosas maravillosas, y grandes; y si no pensaba humildemente de mí, no me deis retribución (Ps 130,2). Como si dijera: ¿Qué hay en mí, Señor, sino culpas? Y sobre este fundamento, ¿qué podréis edificar sobre mí, sino castigos? Este modo de pensar de David han de tener las almas de sí, si quieren por buenos medios, y fines tener a Dios consigo siempre, y en sí.

16. Lo sexto, que de aquí resulta, que si yo hubiera de explicar estos [79] favores al modo perfecto de obrar, y agradar a Dios las almas, y no a las interioridades, y secretos soberanos que no entiendo, yo lo explicaría desta suerte con mi rústico modo de percibir, y entender, al fin como un grosero, y relajado pastor: y desta suerte querría que obrase mi alma, y las que están a mi cargo.

17. (Qué sea oración sobrenatural en el sentido práctico). Lo primero, que sea oración sobrenatural. Dijera yo que esa es, o por lo menos sería tener frecuentemente la natural, y con profunda humildad muchas veces al día ponerse en la presencia divina, todo el día andar en su divina presencia; y dando el tiempo determinado a la oración, salir el alma a obrar con cuidado, diligencia, y perfección; y hecho esto, deje que obre Dios en ella, venga, o no venga la oración sobrenatural, teniendo, y ejercitando con fervor la natural.

18. (Oración de quietud). De la oración de quietud, dijera yo, que procure, y pida a Dios saque de su atina los deseos de lo criado, que son la misma inquietud: y sólo ponga deseos de Criador. Y para esto procure no salir a desear, a pedir, a procurar, ni a querer más de aquello que es muy preciso a su estado, y profesión: y guárdese de llenar el alma de propiedades, y deseos, ya sean grandes, ya pequeños, ya naturales, ya morales, ya místicos; porque si son deseos con propiedad, ni para sí, ni para otros serán buenos, si no vaya cada día vaciando su alma cuanto pudiere de todo lo que no es Dios, por Dios, y para Dios. Y aquello que no pudiere quitar, pida a Dios que se lo quite; verá que con eso tendrá oración santísima de quietud: y no sólo en la oración, sino afuera en la acción, y en todas partes vivirá con alegría, y quietud, porque los deseos son las espinas, y los cardos, e inquietud del corazón, y el carecer de deseos es la quietud, alegría, y gozo del corazón.

19. (Sueño de potencias). Del sueño las potencias dijera, que procure tenerlas dormidas a esto transitorio, y temporal; y despiertas a lo eterno, conociendo que es sueño breve esta vida, que te despierta dél con la muerte a eterna vida, o condenación: y que atienda el espiritual, que si vive despierto, y amando a lo temporal, morirá para padecer eternamente en lo eterno. Y al revés, si vive dormido a lo temporal, y despierto a lo eterno, y celestial, asegura lo celestial, y lo eterno. Porque allá nos juzga Dios cómo vivimos acá. ¿Viviste muy dormido a mi servicio? Pues yo te despertaré con el eterno castigo. ¿Viviste muy dormido a ofenderme, y muy despierto al servirme? Yo te coronaré con eterno premio. Y así las potencias, el entendimiento, la memoria, y la voluntad anden dormidas al mundo, y muy despiertas a Dios; y este es sueño excelente, de potencias.

20. (Unión de voluntad). La unión de la voluntad del alma con Dios, dijera yo, que será en todo el hacer su voluntad, y desear, y procurar no apartarse un punto de su santa voluntad. Y si por nuestra flaqueza, advertida, o inadvertidamente, nos desviáremos de aquella divina regla; confesarnos, y recibir al Señor, y humillarnos, hacer penitencia, llorar, y pedir a Dios piedad, y procurar que nos vuelva a su camino, y huir como del fuego de todas aquellas ocasiones, que me echaron del camino: y en lo poco, y en lo mucho procurar constantemente el no salir jamás de su voluntad, y navegar en esta vida por ella, y en ella, como navega [80] en su navío el navegante; que no se atreve a sacar del navío el cuerpo, ni aun el pie: porque conoce, que al instante se ha de ahogar, si saliere del navío. Así nosotros hemos de ir navegando desde el destierro a la patria en la voluntad de Dios, sin sacar, ni dejar salir nuestra voluntad de su santa voluntad: suponiendo, que en saliendo della en lo leve, levemente nos perderemos; y si saliéremos en lo grave, para siempre nos ahogamos: y esta es famosa unión de la voluntad con Dios, de Dios con la voluntad.

21. (Unión de potencias). La unión de las potencias, diría yo, que es no querer, ni pensar, ni buscar, ni desear el alma, sino aquello que Dios quiere, con todos sus sentidos, facultades, y potencias. Y pues son tres mis potencias, memoria, entendimiento, y voluntad, y una esencia, esto es, un alma; y son tres personas de la santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y una esencia, esto es, un Dios, le dé el alma a su divina Majestad sus tres potencias; y que el entendimiento no discurra, sino en lo que quiere el Padre; y la memoria no piense, sino en lo que quiere el Hijo; y la voluntad no ame, sino lo que quiere que ame el Espíritu Santo; y que así anden unidas las potencias con las obras, y deseos, palabras, y pensamientos: y todo esto con la presencia, y la voluntad de Dios; y esta es muy buena unión de las tres potencias.

22. (Si ama más la voluntad de lo que entiende el entendimiento). En cuanto a amar más la voluntad de aquello que entiende el entendimiento, no se meta el ánima en averiguarlo en esta vida: déjelo para la eterna, si no navegue dentro de su navío de la voluntad de Dios, amando, sirviendo, agradando, y adorando a Dios; y no cese de adorar, de servir, de amar a Dios; y sirva su entendimiento a su amor; y su amor se deje abrasar del amor divino, y allí arda su entendimiento, su memoria, y voluntad: y del amar salga luego al servir; y del servir, volverse luego al amar; y por decirlo mejor, sirva sin dejar de amar, y ame sin dejar de servir: y luego lo demás déjeselo todo a Dios, y aguarde a verlo, cuando veamos a Dios, suplicándole, que el entender se lo dé a santa Teresa, o a otros santos, a quien sea servido de ilustrar desta manera, para altos fines de mejorar a su Iglesia, y a nosotros nos dé en esta vida el amarlo, y el servirlo, y en la otra el entenderlo, y gozarlo.

23. (De la suspensión, y arrobamiento). En cuanto a la suspensión, y arrobamiento, yo dijera, que es excelente suspensión procurar suspender todo lo malo para no hacerlo jamás; y hacer muy prontamente lo bueno, para estarlo siempre haciendo. Y en cuanto al arrobamiento, si es forzoso arrobamiento, es muy bueno no pretenderlo, ni desearlo jamás, como enseña en tantas partes la Santa. Y si Dios le mortifica con este género de trabajos, tenerlo por grandísimo trabajo; y pedirle a Dios, que le dé los arrobos en el cielo, y las penas, y los méritos, y la paciencia, y la gracia en la tierra: y estos arrobos que nos los dé por arrobas su infinita piedad, y misericordia, y los otros, ni por onzas. Y si otra cosa le dieren de arrobos, que se humille: y este humillarse, y confundirse, y tener todo esto por peligroso, y apartarse todo lo posible dello, es seguro arrobamiento.

24. (Del arrebatamiento, o rapto). En la diferencia del arrobamiento al arrebatamiento, que quiere decir la Santa rapto, y lo explica maravillosamente, [81] como todo lo demás; yo en mi lengua rústica, como grosero pastor, que no entiendo, diría, que es rapto utilísimo en el alma, el dejarse arrebatar de los deseos del cielo, y del amor divino, y de aquello que ha de durar para siempre, y de una gloria que nunca se ha de acabar, y de la ansia de agradar, de amar, y servir a Dios: y que de tal manera se arrebate desto, que aunque tiren el demonio, mundo, y carne para sí, y contra esto, ella esté firme en su rapto, en su amor, y en su deseo de morir, antes que ofender a Dios; y de no amar cosa que no sea Dios, o por Dios; de no tener en su alma otro amor, sino el de Dios; y este es excelente rapto, y arrebatamiento.

25. (Del vuelo del espíritu). En cuanto al vuelo del espíritu, diría yo, que es el vuelo del espíritu volar con el espíritu a Dios, y esto siempre con un eficaz deseo de agradarle, y de servirle, y no amar cosa terrena, sino andar sobre la tierra con el deseo volando a Dios, sin parar; y dejándola a ella, y despreciándola a ella, y cuanto hay humano, terreno, corruptible, y temporal en ella, sólo por buscar a Dios.

26. Y de la manera que los vencejos, cuando vuelan, y se quieren sustentar, y comer, no se paran en la tierra; porque como tienen las alas grandes, y los pies muy pequeños, si pararan, no se podrían después levantar, ni volar; así el alma no ha de tocar, ni tomar de la tierra con el deseo cosa alguna de tierra, sino lo menos que puede ser; y todo su deseo, y su ansia, y su vuelo ha de encaminarse al cielo. Y si alguna vez, por su flaqueza, y necesidad, deseare algo del suelo, y hubiere de tomar algo de tierra, déjelo con el deseo luego, y vuelva a volar, sin perder de vista al cielo; y viva en el suelo con el cuerpo, y en el cielo con el alma.

27. Y así como hemos dicho del vencejo, que para comer no se para, sino que despunta hasta la tierra, toma el grano, o el gusano, y luego corre volando a volar, y anda comiendo, y volando; así nosotros tomemos del mundo lo menos que puede ser, y demos a Dios lo más que pudiese ser: y nuestra ansia sea de volar por la vida espiritual sin descansar, y huir volando de comer, y de holgarse, y gozar de esta vida corruptible, y temporal con espacio: procurando abrazar aquí el penar, y dejar para la gloria el gozar; y tratar sólo de ir volando a gozar las coronas del penar: y este, en mi opinión, es excelente vuelo del espíritu en las almas.

28. (Del ímpetu de espíritu). Del ímpetu de espíritu, diría mi rusticidad, que es una fuerza grande, que ha de hacer el alma siempre para oponerse a lo malo, y seguir constantemente lo bueno, y dar la vida por no ofender al Señor, y ofrecerse a la muerte por agradarle, y servirle: y aquel valor, perseverancia, y entereza para no volver atrás, teniendo la mano en el arado, sin volver a las espaldas la cara, ni mirar a Sodoma, y Gomorra, cuando va huyendo de sus incendios: y sin descaecer, ni descansar en el camino del espíritu, penar, caminar, y proseguir adelante alegremente con la cruz sobre los hombros, siguiendo al Señor en cruz: y el decirse a sí mismo el varón espiritual, cuando le afligen tibiezas, o sequedades, con el Señor en el Huerto al ir a tomar sobre sí tan intolerables penas, por mis culpas: Surgite, eamus hinc (Jn 14,31): Ea, levantaos, potencias, facultades, y sentidos, [82] vamos de aquí a penar, a padecer, a servir, y a agradar, y a hacer la voluntad de Dios: y en todo, y por todo animarse, y alentarse para no volver atrás, y caminar adelante sin parar.

Este ánimo, este esfuerzo, este aliento, este ímpetu con que le anima la gracia a esta nuestra flaca, y débil naturaleza, y le dice: Pelear hasta morir, y morir para gozar, ánimo, alma, porque el reino de Dios padece fuerza, y sólo le ganan los valerosos: Regnum Caelorum vim patitur, et violenti rapiunt illud (Mt 11,12); este es ímpetu utilísimo de espíritu en el alma.

29. (De la herida del espíritu). En la herida del espíritu, dijera yo, que hay dos géneros de heridas: una del amor divino al alma: esta ya la explica divina, y sentidamente la Santa, como quien tenía, y padecía estas sabrosas heridas. Otras, las de la culpa, que son de las que yo entiendo, por mis grandísimas culpas, son cuando las culpas lastiman, y hieren al alma, y sacan sangre del alma por el pecado, y la culpa. Y no es lo peor herir al alma, o al espíritu, sino que hieren también al Redentor de las almas: que esto es lo que hemos de llorar con lágrimas incansables las almas, que le ofendemos.

Estas heridas del espíritu pueden ser en tres maneras, y todas (¡ay de mí!) las tengo experimentadas.

30. La primera, es herida de culpa grave, y mortal: y para esta herida, no hay sino irse luego, luego llorando a la confesión sacramental, y a recibir, después de la medicina, al médico celestial, y llorar, y llorar, y penar, y padecer sin cesar, y hacer penitencia de lo ofendido, y pecado: y este llorar ha de ser delante del Señor, a quien hirió con pecar: y pensar el pecador, que puede con su gracia, y por su sangre preciosa levantarse más sano, desde el dolor, de lo que estaba antes de pecar, muy confiado en su amor.

Y no huya del herido, por la herida, sino busque el remedio de la herida en el herido. Porque David, si flaco cayó, penitente se levantó a mayor trato de Dios del que tenía inocente. Antes bien tanto más ha de amar, buscar, y servir a Dios, cuanto ve lo que perdió en haber perdido a Dios. Y ha de amar con dos amores el penitente: el uno de amante, y el otro de perdonado: aquel muy puro, pero este mucho más ardiente, más tierno, y reconocido.

31. La segunda herida del espíritu, es de las culpas veniales: y estas, si son de advertencia, u de costumbre, entibian la caridad, y son pasos que lo divierten del amor, y de la gracia, no matan, pero lastiman: no sacan toda la sangre del alma con el golpe, pero la azotan, y dejan muy gruesos en ella los cardenales.

En este caso ha de pugnar el espiritual por defenderse destas heridas, y guardar con gran valor las guarniciones de afuera, y pelear en la antemuralla, antes que llegue el enemigo, y pelee en la muralla. Y tenga presente lo que dice el Espíritu Santo: Que el que desprecia lo poco, él incurrirá en lo mucho: Qui espernit modica, paulatim decidet (Si 19,1). Y ponga delante la vida, exponiéndola a la muerte por no ofender al Señor en lo grave, ni en lo leve.

32. La tercera herida de espíritu es, cuando va descaeciendo el alma en los ejercicios santos de perfección, y de supererogación; y poco a [83] poco va dejando lo perfecto, y se acerca a lo imperfecto, y ya no es tanta la oración, y son menos las disciplinas, confesiones, y comuniones; y como dice el Profeta, va mudando el buen color: Mutatus est color optimus (Jerem. Thren. 4, v. 1, Daniel. 2, v. 32); y habiendo comenzado la estatua por la cabeza de oro, poco después va ya descaeciendo a la plata, y de allí puede ser que pase al bronce, y dél al hierro, y luego cae toda la estatua al suelo, por haber llegado a labrarle los pies de barro, y cieno.

Contra todo esto se oponga el espiritual, y se defienda destas heridas con la oración, y el fervor: y animarse, y alentarse con el ímpetu de espíritu, y volver a sus ejercicios, doblarlos, y redoblarlos, y huir de las criaturas, y buscar al Criador, y humillarse, acusarse, y confundirse, y pedir todo su remedio a Dios.

33. Finalmente, de las segundas, y terceras heridas se quejaba el alma santa, cuando decía: Que la habían hallado en la calle los que velaban (que son los demonios, que siempre velan en nuestro daño) y que la habían maltratado: Invenerunt me custodes, qui circumeunt Civitatem: percusserunt me, et vulneraverunt me (Ct 5,7). Si ella se estuviera en casa, y dentro de la voluntad divina, y no saliera a la calle de su propia voluntad, y la ocasión, nunca la hubieran herido. Y así almas, huir de las ocasiones, donde se dan las heridas; porque es mejor prevenirlas, que curarlas.

Cuidemos, pues, de que no esté herida el alma con la culpa, que si esto hacemos, y con pureza buscamos constantemente al Señor; yo aseguro, que bien presto se halle herida, sino muerta, por su amor.

34. Acaba la Santa su discurso celestial, subidísimo, y altísimo en el número vigésimo segundo, diciendo: Que esta herida del amor saca de lo íntimo del alma los afectos grandes; y cuando el Señor no la da, no hay remedio, aunque más se procure. Y es cierto, que como todo aquello lo hace Dios en el alma, sólo padece lo que hace Dios; y esto es lo que decía san Dionisio: Pati divina (S. Dionysius.), como hemos dicho otra vez: más es recibir lo que hace, que no obrar.

35. Pero yo también en mi pastoril, pastoral, y rústico modo de discurrir añado a mi natural, y moral explicación con la Santa, que todo lo que he dicho, si no lo hace Dios sólo en el alma, anda del todo perdida: esto es, que nada dello, siendo bueno, puede hacer la naturaleza sin la gracia; y que después de haber sudado, y trabajado la naturaleza, todo lo debe a la gracia, pues es quien da fuerzas a nuestra naturaleza.

Y así, que el alma esté siempre muy asida de Dios, y con Dios, y por Dios, y en Dios por medio de la oración, y siempre dependiente de su gracia, para que la tenga de su santa mano Dios; porque infalible verdad es, que no podemos servir a Dios sin Dios: Nemo potest dicere, Dominus Jesus, nisi in Spiritu Sancto (1Co 12,3).

36. Y finalmente, para las almas a quien Dios llevare por el camino que llevó a la Santa, que es tan subido, superior, y soberano, yo les diera un consejo; pero a los que Dios llevare por el camino de esta mi rústica explicación, les diera tres.

Para los que padecen todo lo que padeció la Santa, arrobos, éxtasis, raptos, vuelos de espíritu, revelaciones, y lo demás, sea el consejo: [84] Hacer lo que hizo la Santa, humillarse cada día más y más. Viene un arrobo, humillarse: viene un rapto, humillarse: viene una herida de espíritu, humillarse: viene un vuelo del espíritu, humillarse, que si ella anda en humildad, confíe en Dios, que andará en seguridad.

37. Para los arrobados de mi explicación, que no tienen esas soberanías, ni alturas, y no son menos seguros, y puede ser que sean tan meritorios, yo les diera por consejo los tres, que escribió santa Teresa en la carta vigésima tercera, núm. 6, al padre Gracián, que son: oración, obras, y buena conciencia.

Oración, porque por allí nos viene todo lo bueno, y perfecto. Ande humilde, resignada, instante, y perseverante en la oración, que de ella saldrá a obrar, penar, y servir, teniendo presente a Dios; y con eso, ni ella dejará de amar a Dios, ni Dios a ella.

Las obras se crían en la oración, y se enderezan a tres fines. El primero, a la limpieza del alma, y apartarse de lo malo. El segundo, a ejercitarse en lo bueno. El tercero, a promover, y procurar lo mejor: que es lo que dijo el Profeta: Diverte a malo, et fac bonum: inquire pacem, et persequere eam (Ps 33,15). Apártate de lo malo, y haz lo bueno: busca la paz, y reposa en ella; porque la paz del alma en Dios, es de lo bueno lo mejor.

38. Para lo primero, que es apartarse de lo malo, es la penitencia, y la mortificación: y esta es la vía purgativa. Y si esta deja, presto dejará todo lo bueno, y no pasará adelante, o se volverá a lo malo.

Para lo segundo, que es buscar lo bueno (que es la vía iluminativa), conviene ejercitarse incesantemente en las virtudes, y meditaciones de la Pasión del Señor: y si destas, y aquellas huye, falsa es su oración, vana, y sin fruto su mortificación.

Para lo tercero, que es la paz del alma (y es la vía unitiva), conviene el actuarse en la presencia de Dios, y hacer actos heroicos de caridad, y de amor: y en todo obrar con amor, y por amor, con Dios, en Dios, y por Dios.

39. Cuanto a la buena conciencia (que es el tercer remedio, y nace de los dos primeros, oración y obras) se tengan tres atenciones. La primera, de limpiarla de culpas graves. Para esto huir de las ocasiones, y frecuentar los Sacramentos, orar, y vivir en la divina presencia.

La segunda, evitar las culpas leves: y destas, como hemos dicho, el remedio es huir dellas, como si fueran muy graves; pues aunque no lo son en lo malo, en siendo apartarse de la voluntad de Dios, nada ha de tener por leve a su amor, el que es buen espiritual.

La tercera, procurar que no haya asimientos, ni deseos en su alma: y para esto, poner sólo en Dios su amor, y negarlo a todo lo criado, y que todo el corazón se lo ocupe el Criador. De suerte, que ha de procurar, no sólo que esté limpia de lo malo, sino llena de lo bueno, y que no nazca apenas la propiedad, ni el asimiento a cosa criada, ni otra mala yerba alguna, que no procure desarraigarla al nacer.

40. Esto lo conseguirá pidiéndolo a Dios, y con la propia observación, y con recibir al Señor frecuentemente con grandísimo fervor, comulgando a aquel intento, y volando, como el animal de Ezequiel, lleno de ojos por afuera, y por adentro, guardando que no entre adentro cosa [85] imperfecta de afuera: cuidando que por afuera no se haga cosa, que no corresponda al amor, que arde allá dentro.

41. Desta suerte, viviendo el alma atenta, vigilante, diligente, y humillada, espere el espiritual lo que quisiere hacer Dios, en todo, y por todo, de su alma.

Y esta es doctrina repetida infinitas veces de la Santa: la cual en todos sus favores, sus peligros, sus trabajos, sus alturas, ya tribulada, ya honrada, y favorecida, en todo, y con todo se humillaba, y se dejaba llevar por donde Dios la llevaba: como quien tenía presente lo que dice san Agustín: Que es la humildad la medicina de todos los males, la fiadora de todos los riesgos, la curación de todas las heridas, el remedio de todos los daños; y quien la tiene, vive seguro; y a quien le falta, camina perdido: O humilitatem (dice el santo) medicinam omnibus consulentem, omnia tumentia comprimentem, omnia superflua resecantem, omnia depravata, corrigentem (D. Aug. Ep. Ep 58).

Finalmente, como dice san Gregorio: Todo lo bueno, santo, perfecto, y soberano se pierde, si la humildad no lo guarda, y defiende: Periit omne quod agitur, si non humilitate custoditur (D. Greg. lib. 8, Moral).


Teresa III Cartas 16