Teresa III Cartas 20

20

Carta XX

Al muy reverendo padre provincial de la Compañía de Jesús de la provincia de Castilla.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. Una carta de vuestra paternidad me dio el padre rector, que cierto a mí me ha espantado mucho, por decirme vuestra paternidad en ella, que yo he tratado, que el padre Gaspar de Salazar deje la Compañía de Jesús, y se pase a nuestra Orden del Carmen; porque nuestro Señor ansí lo quiere, y lo ha revelado.

2. Cuanto a lo primero, sabe su Majestad, que esto se hallará por verdad, que nunca lo deseé, cuanto más procurarlo con él. Y cuando vino alguna cosa desas a mi noticia, que no fue por carta suya, me alteré tanto, y dio tan grande pena, que ningún provecho me hizo para la poca salud, que a la sazón tenía; y esto ha tan poco, que debí de saberlo harto después que vuestra paternidad, a lo que pienso.

3. Cuanto a la revelación, que vuestra paternidad dice, pues no había escrito, ni sabido cosa desa determinación, tampoco sabría si él había tenido revelación en el caso.

4. Cuando yo tuviera la desvelación, que vuestra paternidad dice, no soy tan liviana, que por cosa semejante había de querer hiciese mudanza tan grande, ni darle parte dello; porque gloria a Dios de muchas personas estoy enseñada del valor, y crédito que se ha de dar a esas cosas: y no creo yo, que el padre Salazar hiciera caso deso, si no hubiera más en el negocio; porque es muy cuerdo.

5. En lo que dice vuestra paternidad, que lo averigüen los perlados, será muy acertado, y vuestra paternidad se lo puede mandar; porque es muy claro, que no hará él cosa sin licencia de vuestra paternidad, a cuanto yo pienso, dándole noticia dello. La mucha amistad que hay entre el padre Salazar, y mí, y la merced que me hace, yo no la negaré jamás; aunque tengo por cierto, le ha movido más a la que me ha hecho el servicio de nuestro Señor, y su bendita Madre, que no otra amistad; porque bien creo ha acaecido en dos años no ver carta el uno del otro. De ser muy antigua, se entenderá, que en otros tiempos me he visto con más necesidad de ayuda; porque tenía esta Orden solos dos padres Descalzos, y mejor procurara esta mudanza que ahora: que gloria [101] a Dios hay, a lo que pienso, más de doscientos, y entre ellos personas bastantes para nuestra pobre manera de proceder. Jamás he pensado, que la mano de Dios estará más abreviada para la Orden de su Madre, que para las otras.

6. A lo que vuestra paternidad dice, que yo he escrito, para que se diga que lo estorbaba, no me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por pensamiento. Súfrase este encarecimiento, a mi parecer, para que vuestra paternidad entienda, que no trato con la Compañía, sino como quien tiene sus cosas en el alma, y pondría la vida por ellas, cuando entendiese no desirviese a nuestro Señor en hacer lo contrario. Sus secretos son grandes: y como yo no he tenido más parte en este negocio de la que he dicho, y desto es Dios testigo, tampoco la querría tener en lo que está por venir. Si se me echare la culpa, no es la primera vez que padezco sin ella; mas experiencia tengo, que cuando nuestro Señor está satisfecho, todo lo allana. Y jamás creeré, que por cosas muy graves permita su Majestad, que su Compañía vaya contra la Orden de su Madre, pues la tomó por medio para repararla, y renovarla, cuanto más por cosa tan leve. Y si lo permitiere, temo que será posible, lo que se piensa ganar por una parte perderse por otras.

7. Deste Rey somos todos vasallos. Plegue a su Majestad, que los del Hijo, y de la Madre sean tales, que como soldados esforzados sólo miremos a donde va la bandera de nuestro Rey, para seguir su voluntad: que si esto hacemos con verdad los Carmelitas, está claro, que no se pueden apartar los del nombre de Jesús, de que tantas veces soy amenazada. Plegue a Dios guarde a vuestra paternidad muchos años.

8. Ya sé la merced que siempre nos hace, y aunque miserable, lo encomiendo mucho a nuestro Señor: y a vuestra paternidad suplico haga lo mesmo por mí, que medio año ha que no dejan de llover trabajos, y persecuciones sobre esta pobre vieja; y ahora este negocio no le tengo por el menor. Con todo doy a vuestra paternidad palabra de no se la decir, para que lo haga, ni a persona que se la diga de mi parte, ni se la he dicho. Es hoy diez de febrero.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Confieso, que deseaba ya ver enojada a la Santa. Porque documentos de suavidad, de caridad, y de discreción, de fervor, de valor, y paciencia, muchos nos ha dado; pero es menester, que nos los comunique de saber defenderse de una calumnia, y responder, y satisfacer a ella: [102] y que sepamos los pecadores, que también saben enojarse, y defenderse, no sólo los santos, sino las santas.

Ignorancia grande sería pensar que es imperfección enojarse con razón los varones de espíritu, cuando Dios, que es la misma perfección, y origen de la santidad, tantas veces se muestra enojado en los libros sagrados.

2. Yo estoy pensando, que aquellas palabras del Génesis: Et septimo die requievit (Gn 2,2), no sólo se entienden del descanso de la operación de la creación del mundo (que no costó fatiga a su omnipotencia), sino que nos insinúa, que aquel sólo día descansó Dios con los hombres, después que crió a los hombres; porque desde entonces no le hemos dejado una hora de descanso, irritando a su justicia divina, con repetidas culpas, y pecados la malicia humana.

Bien se ve esto, cuando tan poco después que nuestros primeros padres fueron criados, ya le enojaron con la transgresión del precepto: y desterrados del Paraíso, a vista de su penitencia, y lágrimas, un hijo alevoso mató a su hermano Abel inocente (Gn 4,9 Gn 7,7). Y de allí se fueron multiplicando las culpas en el género humano; de manera, que viendo Dios que los pecadores las cometían, y no las lloraban, los ahogó su justicia con el agua (que faltaba a los ojos) de la culpa; y sólo salvó ocho personas, reservadas de aquel universal naufragio.

3. ¿Es verdad que el Verbo eterno, Hijo de Dios coeterno, no se enojó también en carne mortal? (Mt 21,13 Jn 2,15 Ac 5,5 Ac 10,20). Díganlo los Escribas, y Fariseos, reprendidos severamente en sus pláticas por aquellas calles, y plazas de Jerusalén. Díganlo las dos veces azotados, tan codiciosos Numularios en el templo.

¿Pero san Pedro, su vicario universal, no se enojó? Respondan Ananías, y Zafira, muertos con el aliento de sus palabras: y Simón Mago, maldito en Palestina, y precipitado después por la oración del santo en medio de Roma.

4. No ha habido varón de Dios, que si trae, y llama con la dulzura, y la suavidad, y la caridad, no espante también con el celo, y el valor, porque la caridad desarmada del celo, más fuera relajación, que no caridad. Y terrible cosa sería, que se le pidiese a una santa, descendiente por su profesión del santísimo, y celosísimo Elías, que no se enojase alguna vez, y con tanta razón.

5. ¿Por qué no había de enojarse, y defenderse santa Teresa, si la ponían en cuestión, y pleito el amor que tenía a una religión tan santa, como la Compañía de Jesús? ¿Por qué no ha de enojarse, si le imputan, que con una mano se valía de sus hijos para las fundaciones, y con otra la despojaba de sus mayores, y mejores hijos? ¿Por qué no había de enojarse, y defenderse, si hacían de corazón doblado a un corazón tan santo, ingenuo, y sencillo, como el de la Santa? ¿Por qué no ha de enojarse, privándola con eso de la estrecha correspondencia con una religión tan docta, y tan santa?

6. Esta no era calumnia para cocerla en el horno de su caridad, sino para postrarla, y vencerla, y oponerse a ella con la espada en la mano de su celo. No era para disimularla con la tolerancia, sino para deshacerla, y destruirla con la luz de la misma verdad. [103]

¿Fuera mejor, que acreditando la sospecha el silencio, creciese lo falso, y pusiese en prisiones a lo cierto, y a lo verdadero? ¿Fuera mejor, que no saliendo al encuentro con la satisfacción, creciese la emulación, y el disgusto entre dos religiones tan santas?

¿Fuera mejor, que por no deshacer la Santa esta imposición, y ahogarla al nacer, dos religiones, que produjo de un parto la Iglesia, para el bien del mundo, y alegría universal de los fieles, naciesen luchando, como Jacob, y Esaú? ¿O con una emulación ambiciosa sobre la primogenitura, como Zarán, y Fares? Harto mejor lo entendió la santa, que salió al encuentro con grande valor al engaño, y lo deshizo, y ahuyentó, y postró con la espada de su espíritu, verdad, valor, y sinceridad.

7. El caso lo propone al principio de esta carta la Santa, en el número primero, breve, y ceñidamente, como la que se desembarazaba aprisa dél, para entrar en la batalla espiritual, y vencer, y atropellar la calumnia.

Parece, que el padre Gaspar Salazar, varón espiritual en esta sagrada religión de la Compañía, y uno de los mejores, y mayores de ella, y el primero que de estos padres trató, y confesó a la Santa en Ávila, y por esto muy conocido, y devoto suyo: y ya sea con esa ocasión, ya por algún chisme, que suele tal vez poner el demonio al oído de los muy espirituales, para ver si puede inquietarlos: dijeron a este padre, a quien la Santa responde (que era el padre Juan Suárez, que por los años de 1577 gobernó la provincia de Castilla de la sagrada Compañía de Jesús, como consta de una carta que en esta ocasión escribió él mismo al padre rector de Ávila) que el padre Gaspar de Salazar quería hacerse Carmelita descalzo, y que sobre esto había habido revelación; ya fuese al padre Salazar, ya fuese a Santa Teresa.

8. Este padre, creyéndolo, o recelándolo, sintió justamente esto. Lo primero, porque cualquiera mudanza era descrédito de su religioso; y este lo era muy santo, y espiritual, y así tanto era mayor el descrédito. Lo segundo, porque también lo era de la religión: pues ¿por qué había de dejar a una maestra, y madre tan santa por buscar a otra madre, aunque él la tuviese por santísima? Ningún valor espiritual desampara a su madre, ni halla otra en el mundo, por quien la quiere trocar, sin particularísima vocación.

9. Lo tercero, el que se dijese, que esta mudanza era por divina revelación, hacia más grave la injuria; pues acreditaba la religión que abrazaba, y desacreditaba en alguna manera a la que dejaba.

Lo cuarto, era más viva la queja, haciendo la Santa el tiro sobre tanta amistad, y correspondencia, no sólo de persona a persona, sino de religión a religión: y era cosa terrible, que los padres de la Compañía ayudasen a la Santa a hacer su religión, y la Santa, con llevárseles los sujetos de la Compañía, dispusiera el deshacer la suya.

10. Pero la Santa, como en ello se hallaba inocente, tanto más lo sentía, y debía sentir, cuanto estaba más inculpable, y le parecía a ella todo esto peor, por ser ajeno, y contrario; no sólo de su espíritu, sino de su trato noble, y generoso, y sencillo, que con todos había conservado. Con esto para defender la verdad, y su honor, y que con una batalla brevísima se asegurase entre estas dos religiones una larga, y [104] constante paz, que es con lo que se justifican las guerras, se defiende, satisface, y convence valerosamente, y de tal manera, que se conoce que sabía muy bien amparar su celo, y poner en salvo a su caridad.

11. Porque desde el número primero, después de haber referido, y ceñido brevemente el caso, pasó luego al segundo a dar la satisfacción. Lo primero, asegurando delante de Dios, que nunca la Santa lo deseó; y si no lo deseó, ¿cuán lejos estaría de procurarlo? Lo segundo, que cuando supo algo de esto, no lo llegó a entender por el padre Salazar, y claro está, que si la Santa lo procurara, había de ser con él, que es quien había de ejecutarlo. Lo tercero añade, que cuando lo supo, se alteró muchísimo; así por lo que sentiría ver mudanza en un sujeto tan firme en el espíritu, como porque puede ser, que recetase se le había de imputar a su inocencia tan extraña resolución. Y luego dice, que ha poco que lo supo, y aun después que el padre provincial; y si della hubiera nacido, claro está, que fuera quien primero lo debía saber.

12. Pasa luego en el número tercero a afear, que de ella se crea, que se había de mover por revelaciones, que el padre provincial picantemente llamó desvelaciones; y la Santa, repitiendo el desdén, o la injuria, le advierte, que no se guía por ellas, hallándose tan enseñada de grandes maestros de lo que debe de referirse a su crédito en estas materias: y que así no había de obrarse por ese motivo una mudanza tan grande, y extraordinaria; pues si no fuera cierta la revelación, salía liviana la vocación, y venía a ser tentación: y que así, ni de ella, ni del padre Salazar debía creerse esto: conque no sólo se defiende, y lo defiende, sino que pasa también a un poco de queja, de que esto se crea de entrambos.

13. En el quinto número se acomoda con gusto a que se averigüe (como lo dice el padre), porque la inocencia nunca llegó a temer la justicia; y como tiene toda su seguridad allá dentro, no le espantan las diligencias, que se hacen afuera.

Luego pasa a poner en salvo la Santa la correspondencia del padre Salazar, y la suya, por pura, por antigua, y por desapegada. Por pura, pues sólo por Dios se mantuvo: por antigua, pues tuvo su principio desde antes que la Santa comenzase a fundar (con que se conoce, que cuando escribió esta carta, se hallaba en los fines de su vida): y por desapegada, pues sucedía que en dos años no se escribían; con lo cual es señal, que no tuvo parte en esta mudanza.

14. Luego acaba con una santa jactancia, de que tampoco se hallaba necesitada de este sujeto, aunque era tan santo; pues tenía su reforma más de doscientos, a propósito para su pobre manera de vivir. Como si dijera: Si hubiera de solicitar que el padre Salazar se pasase a nuestra religión, no había de ser cuando estoy rica de sujetos, sino cuando estaba pobre, y necesitada de ellos.

15. En el número sexto, creciendo la defensa con la herida, responde la Santa a otra calumnia, que le impusieron: y fue, que no sólo le averiguaron a este espiritual prelado, que ella solicitó, que pasase el padre Gaspar de Salazar a la Descalcez, sino que le escribía al mismo padre Salazar, que dijese, que ella era la que lo estorbaba: y viendo que se le imputaba una traición tan fea, y una fealdad tan traidora, contra el modo [105] sencillo, y santo de obrar, que Dios puso en su alma, defendiendo la honra de Dios con la suya (pues eso es defender la verdad) como otro Moysén, o como otro Elías, dice: No me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por el pensamiento.

16. Y viendo que el dictamen de la razón, y de, la verdad, y del celo, y la honra de Dios la habían obligado a hacer un juramento execratorio, que ella no acostumbraba, aunque justamente, y puede ser no hubiese hecho otro en toda su vida, satisface santamente a esto, diciendo: Súfrase este encarecimiento a mi parecer (esto es, súfrase este juramento tan grande), para que vuestra paternidad vea,que no trato con la Compañía, sino como quien tiene sus cosas en el alma,y pondría la vida por ellas. Sólo este amor de la Santa a la Compañía, manifestado en medio de su enojo, podría templar toda la amargura, y sentimiento de la carta.

17. Pero luego hace una santa limitación a la regla, diciendo: Cuando entendiese no desirviese al Señor en hacer lo contrario. Como si dijera: Moriré por la Compañía de Jesús: moriré; pero como no desirva en ello al Jesús de la Compañía. Porque si quiere Jesús otra cosa, aquello quiere Teresa de Jesús, que quiere Jesús que obre con su Compañía.

18. Y esta limitación la hizo con grande juicio, y espíritu: pues no hay estado, no hay dignidad, no hay profesión, no hay parentesco, no hay obligación, no hay vínculo en esta vida de culpas, y de miserias, al cual no deba darse el amor limitadamente: y sólo a Dios nos hemos de dar sin limitación alguna. Amo a mis padres, y moriré por ellos, y haré cuanto me mandaren; pero ha de ser poniendo primero que en ellos, en Dios mi amor, y mi voluntad, por si se desvían dél al mandarme algo mis padres.

Haré cuanto quisiere mi prelado; pero con calidad de que no me mande cosa contra la ley de Dios mi prelado. Amaré a una religión (dice el obispo) y en todo me conformaré con ella; pero como ella no me pida lo que no puede conceder el obispo. Amará la religión al obispo, y hará cuanto le pidiere; pero como no le pida lo que no conviene a su santa religión. Y así el amor de esta vida a las criaturas, es amor con miedo, amor con condiciones, amor con limitaciones, amor con esquinas. Sólo el amor de Dios ha de ser sin condiciones, ni limitaciones, ni miedos, ni recelos de amar, ni de obedecer: pues aquí no hay que temer riesgo alguno, donde está la suma seguridad. Todo es justo cuanto manda Dios: todo es justo cuanto quiere Dios: todo es lleno de razón cuanto nos manda Díos.

19. Luego, volviendo la Santa a afirmar con juramento, que no había tenido parte en este negocio, dice: Que tampoco querría tenerla en lo que está por venir; esto es, en las dependencias, que a él podían seguirse. Y que si otra cosa se entiende de ella, estando sin culpa, Dios la defenderá, pues es único fiador de los inocentes.

20. De allí con alto, y soberano espíritu, como una celestial profetisa, comienza, y prosigue una plática espiritual sobre pacificar los ánimos, y unirlos, y enlazarlos entre sí con la caridad: y son las razones tales, que podían oírlas en pié, y descubiertos, no sólo todos los hijos de estas dos tan grandes, y tan santas religiones, sino los demás estados de la cristiandad; pues promueve con raro fervor, y palabras de grandísimo [106] peso, y ponderación, la común conservación de la paz, y unión, con que debe obrar, y vivir entre sí la congregación universal de los fieles, y de toda la Iglesia.

21. Últimamente, como un san Gerónimo, escribiendo a san Agustín las quejas sentidas de aquella célebre controversia sobre los Legales, se despide ponderando el sentimiento que le ha causado esta carta, y quejas del padre, y los trabajos que llovían sobre aquella pobre vieja; y que ha sido este último, uno de los más sensibles, por tocarle en el amor entrañable, que tenía a la santa religión de la Compañía.

22. De esta carta se colige: lo primero, que cuando la Santa la escribió, ya estaba al fin de su vida, y muy crecida su religión: pues doscientos sujetos de Carmelitas descalzos, y grandes, ya dicen mucho tiempo para haberse introducido, y criado, y crecido.

23. Lo segundo, el grande amor, que tuvo la Santa a la Compañía de Jesús, pues tanto sintió, que se le pusiesen a pleito, como hemos advertido, con haberle impuesto la calumnia, que dio ocasión a la carta.

24. Lo tercero, la razón, que tenía el padre provincial para defender un sujeto tan grande; y la Santa pudiera haberla tenido para codiciarlo, como el padre Gaspar de Salazar (cuando no le había pasado por el pensamiento a la Santa): pues escribe dél en el cap. 38 de su Vida las siguientes palabras, por donde se conocerá cuán grande era la santidad de este padre: Del retor de la Compañía de Jesús,que algunas veces he hecho mención (era este padre) he visto algunas cosas de grandes mercedes, que el Señor le hacía, que por no alargar, no las pongo aquí. Acaeciole una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido. Estando yo una vez oyendo misa, vi a Cristo en la cruz cuando alzaban la hostia: díjome algunas palabras que le dijese de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir, y poniéndole delante lo que había padecido por el, y que se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo, y ánimo, y todo ha pasado después como el Señor me lo dijo.

25. Lo cuarto, se conoce en esta carta el celo, y valor, que manifiesta la Santa, y la superioridad de espíritu a cuantos trataba: y que ya hiciese el oficio de fundadora, ya el de religiosa, ya de maestra, ya de súbdita, ya de capitán general, como en este caso, todo le asentaba muy bien a esta Santa.

26. Lo quinto, el testimonio ilustre que la Santa dejó al fin del número sexto, de lo que la Compañía de Jesús ayudó a que se hiciese esta sagrada reforma, y que justamente lo tomaba por argumento para el amor recíproco, que una, y otra religión tan justamente se tienen: la una, por lo que le dio: la otra por lo que recibió, haciendo con eso eternas las prendas seguras de esta amistad, y buena correspondencia; y más a vista de lo que la Santa ayudó a la Compañía de Jesús en sus fundaciones. Como si dijera: No es justo, que las que fueron unas, y se ayudaron al nacer para Dios, sean diversas, o contrarias entre sí al crecer, merecer, y al llevar almas a Dios.

27. Lo sexto, que con este suceso se quieten los corazones de los imperfectos, que extrañan, que en la Iglesia de Dios haya diferencias entre [107] las religiones, ni con las religiones, ni entre los prebendados, y obispos; ni con los prebendados, y obispos. Porque si la hubo entre ángeles buenos, el del pueblo de Dios, y el de Persia, como lo dice el profeta Daniel (Da 10,13); ¿por qué quieren, que no las haya entre hombres, aunque sean ángeles, y más quedándose siempre en la esfera de los hombres?

28. San Pedro, y san Pablo, sobre los Legales (Ga 2,2), tuvieron diferencia de sentir, y se amaron. A san Pablo, y a san Bernabé unió el Espíritu Santo, diciendo: Segregate mihi Paulum, et Barnabam in opus, ad quod assumpsi eos (Ac 13,2). Y después permitió el Espíritu Santo, que amándose siempre, se desuniesen sobre no recibir san Pablo a Marcos en su compañía, que san Bernabé quiso que se recibiese: y con eso escogió otro compañero san Pablo, que fue Sila; y san Bernabé por otro camino se fue con san Marcos (Ac 15,37). Con la unión convirtió Dios por estos apóstoles gran parte de la Siria, y con la desunión divididos, otras innumerables provincias.

29. ¿Las diferencias de san Gerónimo, y san Agustín, de san Juan Crisóstomo, y san Epifanio, no tuvieron atención a la Iglesia de Dios? ¿Qué religiones han nacido juntas, que no haya también nacido con ellas alguna natural emulación? A la religión augusta de san Benito no pudo emularla otra alguna; porque es la madre, y la mar de las religiones en el Occidente: pero entre aquellas célebres congregaciones hijas suyas, Cluniacense, y Cisterciense, digan el venerable Pedro, abad Cluniacense, y el gloriosísimo, y santísimo Bernardo, hasta donde llegó su santa, y perfecta emulación. La apostólica de santo Domingo, y la seráfica de san Francisco tuvieron a sus principios algunas diferencias, que habiéndolas despertado el celo, las consumió, y allanó muy aprisa la caridad.

30. Los discípulos de san Juan Bautista también tuvieron sus celos de los del Señor (Jn 3,26), y se fueron a quejar al Precursor soberano de que hacía más gente el bautismo de Jesús, que no el suyo; y él los corrigió con las admirables palabras que refiere el sagrado texto. Entre los discípulos de san Pedro, y san Pablo, y Apolo había sus emulaciones, sobre seguir cada uno su pendón: y siendo la bandera universal para todos la fe, y la cruz del Hijo eterno de Dios, y siguiéndola, todavía decían: Ego quidem sum Pauli, ego autem Apollo, ego vero Cephae (1Co 1,12). Yo soy de Cefas (esto es de san Pedro), yo soy de Apolo, y yo soy de Pablo.

31. Pero como aquí dice admirablemente santa Teresa, justo es que contenga la caridad, y encamine a los que tal vez divide el propio dictamen, y amor del intento que causa la diferencia. Porque los ángeles se volvieron a unir, luego que el Señor decretó, que saliese de Persia el pueblo de Dios: y san Pedro, y san Pablo se abrazaron con tan entrañable afecto, que los une en el culto la Iglesia, y en las conmemoraciones, y festividades; y los unió en un mismo día, hora, y lugar el martirio: y a san Epifanio, y a san Agustín, si el dictamen los dividió de san Gerónimo, y san Juan Crisóstomo, a cada uno en su caso, la caridad ternísimamente después los unió, allanando la cristiana piedad, y su recíproco amor todas las diferencias, que a la voluntad despertó el entendimiento. [108]

Esta breve digresión me permita el lector, que no la he hecho de balde, sino para que se serenen los ánimos, creyendo que en estas diferencias de sentir, estando contrarios entre sí los dictámenes, pueden andar las voluntades unidas, y. enlazadas con el reciproco amor.

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Carta XXI

Al padre Gonzalo de Ávila, de la Compañía de Jesús. Confesor de la Santa.


1. Jesús sea con vuestra merced. Días ha que no me he mortificado tanto como hoy con letra de vuestra merced. Porque no soy tan humilde, que quiera ser tenida por tan soberbia; ni ha de querer vuestra merced mostrar su humildad tan a mi costa. Nunca letra de vuestra merced pensé romper de tan buena gana. Yo le digo, que sabe bien mortificar, y darme a entender lo que soy; pues le parece a vuestra merced que creo de mí puedo enseñar. ¡Dios me libre! No querría se me acordase. Ya veo que tengo la culpa; aunque no sé si la tiene más el deseo, que tengo de ver a vuestra merced bueno: que desta flaqueza puede ser proceda tanta bobería como a vuestra merced digo, y del amor que le tengo, que me hace hablar con libertad, sin mirar lo que digo: que aun después quedé con escrúpulo de algunas cosas, que traté con vuestra merced y a no me quedar el de inobediente, no respondiera a lo que vuestra merced manda; porque me hace harta contradicción. Dios lo reciba. Amén.

2. Una de las grandes faltas que tengo, es juzgar por mí en estas cosas de oración; y ansí no tiene vuestra merced que hacer caso de lo que dijere; porque le dará Dios otro talento, que a una mujercilla como yo. Considerando la merced, que nuestro Señor me ha hecho de tan actualmente traerle presente, y que con todo eso veo cuando tengo a mi cargo muchas cosas que han de pasar por mi mano, que no hay persecuciones, ni trabajos que ansí me estorben. Si es cosa en que me puedo dar prisa, me ha acaecido, y muy de ordinario, acostarme a la una, y a las dos, y más tarde, por que no esté el alma después obligada a acudir a otros cuidados, más que al que tiene presente. Para la salud harto mal me ha hecho, y ansí debe de ser tentación, aunque me parece queda el alma más libre: como quien tiene un negocio de grande importancia, y necesario, y concluye presto con los demás, para que no le impidan en nada a lo que entiende ser lo más necesario.

3. Y ansí todo lo que yo puedo dejar que hagan las hermanas, me da gran contento, aunque en alguna manera se haría mejor por mi mano; mas como no se hace por ese fin, su Majestad lo suple, y yo me hallo [109] notablemente más aprovechada en lo interior, mientras más procuro apartarme de las cosas. Con ver esto claro, muchas veces me descuido a no lo procurar, y cierto siento el daño: y veo que podría hacer más, y más diligencia en este caso, y que me hallaría mejor.

4. No se entiende esto de cosas graves, que no se pueden escusar, y en que debe estar también mi yerro; porque las ocupaciones de vuestra merced sonlo, y sería mal dejarlas en otro poder, que ansí lo pienso, sino que veo a vuestra merced malo, querría tuviese menos trabajos. Y cierto que me hace alabar a nuestro Señor ver, cuán de veras toman las cosas que tocan a su casa, que no soy tan boba, que no entiendo la gran merced que Dios hace a vuestra merced en darle ese talento, y el gran mérito que es. Harta envidia me hace, que quisiera yo ansí mi perlado. Ya que Dios me dio a vuestra merced por tal, querría le tuviese tanto de mi alma, como de la fuente, que me ha caído en harta gracia, y es cosa tan necesaria en el monasterio, que todo lo que vuestra merced hiciere en él, lo merece la causa.

5. No me queda más que decir. Cierto que trato como con Dios toda verdad; y entiendo, que todo lo que se hace para hacer muy bien un oficio de superior, es tan agradable a Dios, que en breve tiempo da lo que diera en muchos ratos, cuando se han empleado en esto; y téngolo también por experiencia, como lo que he dicho, sino que como veo a vuestra merced tan ordinario tan ocupadísimo, ansí por junto me ha pasado por el pensamiento lo que a vuestra merced dije; y cuando más lo pienso, veo que, como he dicho, hay diferencia de vuestra merced a mí. Yo me enmendaré de no decir mis primeros movimientos, pues me cuesta tan caro. Como vea yo a vuestra merced bueno, cesará mi tentación. Hágalo el Señor como puede, y deseo.

Servidora de vuestra merced.

Teresa de Jesús.
Notas.


1. Esta carta es para el padre Gonzalo de Ávila, de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa, y que actualmente ejercitaba este oficio, como se colige del número primero, especialmente de aquellas palabras: Que aun después quedé con escrúpulo de algunas cosas que traté con vuestra merced. Y del contexto consta, que era juntamente rector del colegio donde estaba: que, a lo que se puede colegir de otras cartas, más que por conjetura, era en Ávila.

Hallábase, pues, este santo religioso con el trato exterior del gobierno, menos sazonado para el de Dios. Comunicó su trabajo con la Santa, haciéndose discípulo de quien le tenía por maestro: y mandola, que le [110] enseñase el modo de portarse en las ocupaciones exteriores, de suerte que no dañase a lo interior. La Santa con esa, en el número primero, responde con grande discreción: Que no es tan humilde, que quiera ser tenida por soberbia; y esto lo va repitiendo por todo este número de cuatro, o cinco maneras, y en todas entendidísimamente, y con estilo tan conciso, y lacónico, que es menester tener harto cuidado con la impresión. Y donde dice: Que no es tan humilde, que quiera ser tenida por soberbia, con negar su humildad, la está acreditando, pues no quiere ser tenida por soberbia; porque es tan humilde, que no quiere enseñar de puro humilde, la que Dios crió para alumbrar, y enseñar a las almas.

2. En el segundo número confiesa otra falta suya, de quererlas juzgar a todas por sí. Y esa misma falta es muy grande humildad; pues piensa de todas como de sí, cuando está conociendo tantas mercedes como ha recibido de Dios: creyendo, que lo que ella tiene, no puede faltarles a todas las demás.

Aquí explica el ansia con que deseaba soltar los cuidados exteriores por buscar lo interior. Y no me admiro. Lo primero, porque el alma que tiene sentimientos de Dios, nada exterior la contenta, y sólo lo interior la consuela. Lo segundo, porque lo exterior comúnmente ocasiona distraimiento, y lo interior aprovechamiento. Lo tercero, porque viendo la Santa donde estaba su Amado, y estando en su corazón, que es lo más interior, sentía (como san Agustín) buscar por afuera en las criaturas al que tenía allá dentro del alma. Finalmente, viviendo desterrada en el mundo, en nada hallaba reposo, sino sólo en Dios.

3. En el número tercero sigue la misma materia: y es muy útil para que los prelados dejen cosas de poca importancia, para darse a la oración. Y a este propósito decía san Bernardo al pontífice Eugenio, que había cosas, que las había de hacer él solo; como son orar, meditar, contemplar, llorar, y acudir a Dios. Otras, él, y los demás; como predicar, exhortar, administrar los Sacramentos; y favorecer en lo exterior a las almas. Otras, los demás solos sin él, como es cuidar de la hacienda, y juzgar pleitos, y otros de esta calidad, que las deben hacer los ministros, y sólo el obispo cuidar que lo hagan.

4. En el número cuarto alaba sus deseos, y limita este cuidado de dejar los cuidados, cuando son los negocios graves, y de calidad que requieren la misma persona: y dice, que entonces, con la gracia divina, tal vez se recibe más de aquella infinita bondad, en brevísimo tiempo, que en el recogimiento en el más dilatado. Porque como el arte de servir a Dios, es hacer en todo su voluntad, allí recibe más el alma de Dios, donde el alma más le da a Dios; y nunca tanto más le da, como cuando se niega a sí en lo interior, por darse a Dios, y a su santa voluntad, en lo que es exterior. [111]




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