CARTAS – Teresa del Niño Jesús 213

Cta 213 Al abate Bellière

J.M.J.T. Carmelo de Lisieux 26 de diciembre de 1896 Señor abate: Hubiese querido contestarle antes, pero la Regla del Carmelo no permite escribir ni recibir cartas durante el tiempo de adviento. Sin embargo, nuestra Madre me permitió, por excepción, leer la suya, comprendiendo que usted necesitaba ser ayudado especialmente con la oración. Le aseguro, señor abate, que hago todo lo que está en mis manos para alcanzarle las gracias que necesita; y esas gracias ciertamente le serán concedidas, pues Nuestro Señor no nos pide nunca sacrificios superiores a nuestras fuerzas1. Es cierto que a veces Nuestro Salvador nos hace sentir toda la amargura del cáliz que presenta a nuestro espíritu. Y cuando pide el sacrificio de todo lo que nos es más querido en este mundo, es imposible, a no ser por una gracia especialísima, no exclamar como él en el huerto de la agonía: "¡Padre, aparta de mí este cáliz!... Pero que (1vº) no se haga mi voluntad, sino la tuya". Es muy consolador pensar que Jesús, el Dios fuerte2, conoció nuestras debilidades y tembló a la vista del cáliz amargo, ese cáliz que poco antes había deseado tan ardientemente beber... Señor abate, verdaderamente es hermosa la parte que le ha tocado, pues Nuestro Señor la escogió para sí y fue el primero en mojar sus labios en la copa que a usted le ofrece. Un santo ha dicho: ¡El mayor honor que Dios puede hacer a un alma no es darle mucho, sino pedirle mucho3! Jesús lo trata, pues, como a un privilegiado. Quiere que usted comience ya su misión y que por medio del sufrimiento le salve ya almas. ¿No fue por el sufrimiento y por la muerte como él mismo redimió al mundo...? Yo sé que usted aspira a sacrificar su vida por el divino Maestro, pero el martirio del corazón no es menos fecundo que el derramamiento de sangre, y este martirio es desde ahora ya el suyo. Tengo, pues, mucha razón al decir que es hermosa la parte que le ha tocado y que es digna de un apóstol de Cristo. Señor abate, usted viene a buscar consolaciones junto a la que Jesús le ha dado por hermana, y tiene derecho a hacerlo. Y ya que nuestra Reverenda Madre me da permiso para escribirle, quisiera responder a la grata misión que se me ha confiado; pero siento que el medio más seguro para lograrlo es orar y sufrir... (2rº) Trabajemos juntos en la salvación de las almas, no tenemos más que el único día de esta vida para salvarlas y dar así al Señor pruebas de nuestro amor. El mañana de este día será la eternidad, y entonces Jesús le devolverá centuplicadas las alegrías tan dulces y legítimas que usted hoy le sacrifica. Él conoce el alcance de su sacrificio, él sabe que el sufrimiento de sus seres queridos aumenta aún más el suyo propio. Pero él también sufrió este martirio: por salvar nuestras almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de dolor. Pero eso, espero que nuestro divino Salvador consuele a su madre de usted, y así se lo pido encarecidamente. Si a quienes usted va a abandonar por su amor, el divino Maestro les dejase entrever la gloria que le tiene reservada, la multitud de almas que formarán su cortejo en el cielo, se verían ya recompensados del enorme sacrificio que su alejamiento les va a producir. Nuestra Madre sigue enferma, aunque de unos días a esta parte se encuentra un poco mejor; espero que el divino Niño Jesús le devuelva las fuerzas, que ella gastará en su servicio. Esta Madre venerada le envía esa estampa de san Francisco de Asís, que le enseñará la forma de encontrar la alegría en medio de las pruebas y las luchas de la vida. Espero, señor abate, que (2rº) siga rezando por mí, que no soy un ángel, como usted parece creer, sino un pobre carmelita cargada de imperfecciones, que, sin embargo, a pesar de su pobreza, tiene igual que usted el deseo de trabajar por la gloria de Dios. Sigamos unidos por la oración junto al pesebre de Jesús. Su indigna hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 213 1 El 28 de noviembre de 1896, el abate Bellière escribía a Teresa: «El Maestro me envía una dura prueba, como hace con los que ama. Y yo soy muy débil. Dentro de unos días me enviará seguramente al Seminario de Misiones Africanas. Mi deseo se va a ver al fin realizado. Pero tengo que luchar mucho, tengo que romper con grandes y muy queridos afectos y con hábitos de bienestar que me resultan también muy queridos y agradables. Todo un pasado risueño y feliz que me tienta todavía
fuertemente. Necesito fuerzas, queridísima hermana» (LC 172). Se conserva el sumario de la respuesta de Teresa en borrador, que muestra su manera de actuar (cf CG p. 934).
2 Versículo que se repite con frecuencia en la liturgia de Navidad.
3 P. Pichon; cf Cta 172.

Cta 214 A sor Genoveva

3 de enero de 1897 (?)
¡¡Feliz día de tu santo..!!
El Sr. Totó desea un feliz onomástico a la Señorita Lilí1.

NOTAS Cta 214
1 Observa sor Genoveva: «Este billete me lo ofrecía un bebé, en colores intensos, y que llevaba una florecita».

Cta 215 A sor María del Sdo. Corazón Comienzos de 1897

J.M.J.T.
¡¡¡Jesús te ama con todo su corazón, y yo también, madrina querida...!
Teresa del Niño Jesús rel. carm.

Cta 216 A la madre Inés de Jesús

J.M.J.T. Jesús + 9 de enero de 1897 Querida Madrecita, si supieras cómo me emociona ver cuánto me quieres... Nunca podré demostrarte mi gratitud aquí en la tierra... Espero irme pronto allá arriba1. Y puesto que "Si hay un cielo, es para mí"2, seré rica, tendré todos los tesoros de Dios, y él mismo será mi bien, y entonces podré devolverte centuplicado todo lo que te debo. ¡Qué alegría de sólo pensarlo...! Me duele mucho recibir siempre y nunca dar. Hubiera querido no ver correr las lágrimas de mi Madrecita, pero me ha encantado ver el buen fruto que esas lágrimas produjeron, fue algo fantástico. No, yo guardo rencor a nadie cuando miran a mi Madrecita con malos ojos, pues tengo muy claro que las hermanas no son más que instrumentos puestos ahí adrede por Jesús para que el camino de la Madrecita (al igual que el de Teresita) se parezca al que Él escogió para sí cuando fue peregrino en la tierra de destierro... Entonces su rostro estaba escondido, (vº), nadie lo reconocía, era objeto de desprecios... Mi Madrecita no es objeto de desprecios, ¡pero qué pocos la reconocen desde que Jesús ha escondido su rostro3...! ¡Qué hermosa, Madre mía, es la parte que te toca...! Es verdaderamente digna de ti, la privilegiada de nuestra familia; de ti, que nos muestras el camino como esa golondrina que vemos siempre a la cabeza de sus compañeras y que traza en el aire la ruta que debe conducirlas a su nueva patria. ¡Ojalá sepas comprender el cariño de TU hijita que quisiera decirte tantas tantas cosas!

NOTAS Cta 216 1 Primera alusión explícita a su muerte próxima en la correspondencia de Teresa. 2 Probable alusión a este verso de SOUMET: «¿Para quién serían los cielos si no fuesen para mí?» (Jeanne d'Arc martyre). La variante introducida por Teresa: «Si hay un cielo» es una alusión velada a su prueba de la fe. Cf RP 3, 22rº/vº, que atribuye erróneamente este verso a d'Avrigny. 3 Es decir, desde que la madre Inés ya no es priora.

Cta 217 A sor María de San José

Enero de 1897 (?)
J.M.J.T.
¡Preciosas las coplillas...! ¡Qué mezquindad ir a mendigar a casas de otros2 teniendo llena la propia bolsa!
Pero lo que no es mezquindad es dormir, ser amables y alegres; éste el "humilde oficio del tendero"3, que nunca puede cerrar la tienda, ni siquiera los domingos y las fiestas, es decir, los días que Jesús se reserva para probar nuestras almas...
Canta como un pinzón tus graciosos coplas4, que yo, como pobre gorrioncillo, gimo en mi rincón, cantando como el judío errante: "La muerte no puede nada contra mí, lo sé muy bien5..."
(vº) Ya no oigo hablar del famoso mantel6, ¿se sigue hablando aún de él?

NOTAS Cta 217
1 Coplillas compuestas por sor María de San José.
2 La propia Teresa, a quien sor María de San José le había pedido que le compusiese una poesía.
3 Cf Cta 204, n. 3.
4 Alusión a la voz armoniosa de sor María de San José.
5 Endecha del Judío Errante, 15ª estrofa.
6 Trabajo del arreglo de la ropa, del que estaban encargadas las roperas: sor María
de San José y Teresa.

Cta 218 Al Hermano Simeón

J.M.J.T. Carmelo de Lisieux, 27 de enero de 1897 Jesús + Señor Director: Me siento feliz de unirme a mi hermana sor Genoveva para darle las gracias por la preciosa gracia que consiguió para nuestro Carmelo1. No sé cómo expresarle mi gratitud; por eso, quiero, a los pies de Nuestro Señor, mostrarle con mis pobres oraciones cómo me ha conmovido su bondad para con nosotras... A mi alegría se ha mezclado un sentimiento de tristeza al saber que su salud se había quebrantado. Por eso, pido a Jesús con todo el corazón que prolongue el mayor tiempo posible su vida, tan preciosa para la Iglesia. Yo sé que nuestro divino Maestro debe de tener prisa (1vº) por coronarle en el cielo; pero espero que lo deje todavía en el destierro para que, trabajando por su gloria como lo ha hecho desde su juventud, el peso inmenso de sus méritos supla al de otras almas que se presentarán ante Dios con las manos vacías. Yo me atrevo a esperar, queridísimo Hermano, ser una de esas almas afortunadas que participarán de sus méritos. Creo que mi carrera aquí abajo no va a ser larga... Cuando comparezca ante mi amado Esposo, no tendré para ofrecerle más que mis deseos; pero si usted me ha precedido ya en la patria, espero que venga a mi encuentro y que presente en mi favor el mérito de sus obras, tan fecundas... Ya ve que sus carmelitas nunca pueden escribirle sin pedirle algún favor y sin apelar su generosidad... Señor Director, usted es tan poderoso para nosotras en la tierra, nos ha obtenido ya tantas veces la bendición (2rº) del Santo Padre León XIII, que no puedo dejar de pensar que en el cielo Dios le dará un enorme poder sobre su corazón. Le suplico que no me olvide ante él si tiene la dicha de verlo ante que yo... Lo único que le ruego que pida para mi alma es la gracia de amar a Jesús y de hacerle amar todo lo que pueda. Si el Señor viene a buscarme a mí primero, le prometo orar por sus intenciones y por todas las personas que usted ama. De todas formas, yo no espero a estar en el cielo para hacer esta oración: desde ahora me siento ya feliz de poder probarle así mi profunda gratitud. En el Sagrado Corazón de Jesús, me sentiré siempre dichosa, señor Director, de llamarme Su humilde y agradecida carmelita, Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 218 1 La bendición del Santo Padre para el Carmelo, con ocasión de las bodas de oro de la más anciana de las carmelitas, sor San Estanislao.

Cta 219 A la madre Inés de Jesús

22 de febrero de 1897
Querida Madrecita, te has roto la nariz... Sí, pero ¡LA TIENES LARGA...!
Siempre te quedará suficiente, mientras que la mía, si la rompo, no me quedará nada2...
¡Qué felices somos de saber reírnos de todo...! Sí, sí..., en esto no hay peros...

NOTAS Cta 219
1 Contrariedad cuyas circunstancias ignoramos.
2 Sobre la nariz larga de la madre Inés, cf CA 8.7.5, y sobre la «nariz pequeña» de Teresa cf CA 31.7.3.

Cta 220 Al abate Bellière

(Carmelo de Lisieux) Miércoles noche 24 de febrero de 1897 Jesús + Señor abate: Antes de entrar en el silencio de la santa cuarentena1, quiero añadir unas letras a la carta de nuestra venerada Madre para darle las gracias por la que usted me envió el mes pasado2. Si a usted le consuela pensar que en el Carmelo una hermana ora por usted sin cesar, mi gratitud hacia Nuestro Señor no es menor que la suya, pues él me ha dado un hermanito destinado por él a ser su sacerdote y su apóstol... Verdaderamente, sólo en el cielo sabrá usted cuánto le quiero. Siento que nuestras almas fueron hechas para comprenderse. Esa su prosa, que usted llama "ruda y pobre", me revela que Jesús ha puesto en su corazón unas aspiraciones que sólo concede a las almas que él llama a la más alta santidad. Puesto que él mismo me ha elegido para ser su hermana, espero que no mirará mi debilidad, o, mejor dicho, que se servirá de esta misma debilidad para llevar a cabo su obra, pues al Dios fuerte le gusta mostrar su poder sirviéndose de lo que no es nada. Unidas a él, nuestras almas podrán salvarle (1vº) muchas almas, pues el buen Jesús ha dicho: ""Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, mi Padre del cielo se lo concederá". Y lo que nosotros le pedimos es trabajar por su gloria, amarle y hacerle amar... ¿Cómo no van a ser bendecidas nuestra unión y nuestra plegaria? Señor abate, ya que el cántico sobre el amor3 le ha gustado, nuestra Madre me ha dicho que le copie algunos más, pero no los recibirá hasta dentro de algunas semanas, porque tengo pocos momentos libres, incluso los domingos, debido a mi oficio de sacristana. Estas pobres poesías le revelarán, no lo que soy, sino lo que quisiera y debiera ser... Al componerlas, he atendido más al fondo que a la forma. Por eso, no siempre se respetan las reglas de la versificación, pues lo que buscaba era expresar mis sentimientos (o, mejor, los sentimientos de una carmelita) a fin de responder a los deseos de mis hermanas. Esos versos responden mejor a la sensibilidad de una religiosa que a la de un seminarista; no obstante, espero que le gusten. ¿No es acaso su alma la prometida del Cordero de Dios y no será pronto su esposa, el día bendito de su ordenación de subdiácono? Le agradezco, señor abate, el haberme escogido para madrina del primer niño que tenga el gozo de bautizar4. Me toca, pues, a mí escoger el nombre de mi futuro ahijado. Quiero darle por protectores a la Santísima Virgen, a san José y a san Mauricio, patrono de mi querido hermanito. Es cierto que ese niño no existe todavía más que en el pensamiento de Dios, pero ya ruego por (2rº) él y cumplo por adelantado mis deberes de madrina. También ruego por todas las almas que le van a ser confiadas, y sobre todo pido a Jesús que hermosee la suya con toda clase de virtudes, en especial con su amor. Me dice usted que reza también mucho por su hermana. Ya que me hace esta caridad, me gustaría mucho que rezase todos los días esta oración en la que se encierran todos mis deseos: "Padre misericordioso, en el nombre de nuestro buen Jesús, de la Virgen María y de los santos, te suplico que abrases a mi hermana en tu Espíritu de amor y que le concedas la gracia de hacerte amar mucho5..." Usted me ha prometido rezar por mí durante toda su vida, que, sin duda, será más larga que la mía, y no le será dado cantar como a mí: "Mi destierro, lo espero, será breve6..."; pero tampoco le estará permitido olvidarse de su promesa. Si el Señor me lleva pronto con él, le pido que continúe rezando todos los días esa breve oración, pues en el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar. Señor abate, debo de parecerle muy rara, y quizás hasta lamente tener una hermana que, al parecer, quiere ir gozar del descanso eterno y dejarlo a usted solo trabajando... Pero tranquilícese, que lo único que deseo es la voluntad de Dios, y le confieso que si en el cielo no pudiese seguir trabajando por su gloria, preferiría el destierro a la patria. Desconozco el futuro, pero si Jesús convierte en realidad (2vº) mis presentimientos, le prometo seguir siendo su hermanita allá en el cielo. Nuestra unión, lejos de romperse, se hará más estrecha; allí ya no habrá ni clausura ni rejas, y mi alma podrá volar con usted a las lejanas misiones. Nuestros papeles seguirán siendo los mismos: el suyo, las armas apostólicas, el mío, la oración y el amor... Señor abate, me doy cuenta de que me estoy olvidando del tiempo, es ya tarde y dentro de unos minutos tocarán al Oficio divino7; sin embargo, tengo que hacerle todavía una petición. Me gustaría que me escribiese las fechas importantes de su vida, a fin de poderme unir a usted de una manera muy especial para agradecerle a nuestro Salvador las gracias que le ha otorgado. En el Sagrado Corazón de Jesús Hostia, que pronto será expuesto a nuestra adoración8, me siento dichosa de poder llamarme siempre: Su menor y humilde hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.

NOTAS Cta 220
1 La cuaresma, que comenzaba el 3 de marzo.
2 Transcribimos aquí algunos pasajes de esa carta: «Mi muy querida hermana en N.S. La bondad que Dios usa conmigo es realmente conmovedora, y la que a ustedle ha concedido actúa profundamente en mi alma, que se siente plenamente reconfortada por las atenciones que su caridad le inspira. Cada vez que me llega un poco de la piedad de que se vive en el Carmelo, siento que soy mejor y quisiera amar a Jesús como ahí lo aman. Usted, hermana, lo tenía en el corazón cuando compuso ese cántico de amor que tuvo a bien enviarme. En él se respira un aliento divino que hace a uno puro y fuerte. (...) Yo quisiera poder cantar como usted, querida hermana, para poder decirle a Jesús los sentimientos que los suyos me inspiran. Pero él es tan bueno, que se digna también aceptar mi ruda y pobre prosa. Su corazón es tan tierno, que no presta demasiada atención a las formas y su gracia baja siempre a nosotros. Sí, sí, hermana, «Vivamos de amor»» (LC 174, 31/1/1897). 3 Su poesía Vivir de amor, del 26 de febrero de 1895. 4 El abate Bellière está seguro ya de que partirá para Africa en octubre: «El próximo año será un año de noviciado, de preparación inmediata, y después = Dios y el trabajo. Cuando bautice a mi primer negrito, pediré a vuestra Madre que sea usted la madrina, pues será suyo ya que usted lo habrá conquistado para Dios más que yo» (LC 174). 5 Cf una petición parecida al P. Roulland, Cta 189. 6 Poesía Vivir de amor, estr. 9. 7 Oficio de Maitines, a las 9 de la noche. 8 Por los tres días llamados de las Cuarenta Horas.

Cta 221 Al P. Roulland

Jesús + 19 de marzo de 1897 Querido hermano: Nuestra madre acaba de entregarme sus cartas, no obstante estar en cuaresma (tiempo durante el cual no se escribe en el Carmelo). Y me ha dado permiso para contestarle hoy, pues mucho nos tememos que nuestra carta de noviembre haya ido a visitar las profundidades del río Azul. Las de usted, fechadas en septiembre, hicieron una feliz travesía y vinieron a alegrar a su Madre y a su hermanita en la fiesta de Todos los Santos. La del 20 de enero nos llegó bajo la protección de san José. Y ya que usted sigue mi ejemplo escribiéndome en todas las líneas, no quiero perder yo esta buena costumbre, que, no obstante, hace que mi mala letra sea todavía más difícil de descifrar...
¡Ay, cuándo llegará el día en que no tengamos ya necesidad de tinta ni de papel para comunicarnos nuestros pensamientos...! Usted, hermano, a punto estuvo de ir a visitar ese país encantado donde es posible hacerse comprender sin escribir e incluso sin hablar1; doy gracias a Dios con toda el alma por haberle dejado en el campo de batalla para que pueda ganar para él numerosas victorias. Ya sus sufrimientos han salvado muchas almas. San Juan de la Cruz dijo: "Es más precioso (...) un (1vº) poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, (...) que todas esas otras obras juntas"2. Si eso es así, ¡cuán provechosos para la Iglesia han de ser sus sufrimientos y sus pruebas, dado que sólo por amor a Jesús usted los sufre con alegría! Verdaderamente, hermano, no puedo compadecerlo, pues se cumplen en usted estas palabras de la Imitación de Cristo: "Cuando el sufrimiento te parezca dulce y lo ames por amor a Jesucristo, habrás hallado el paraíso en la tierra"3. Este paraíso es, en verdad, el del misionero y el de la carmelita. La alegría que los mundanos buscan en medio de los placeres no es más que una sombra fugitiva; pero nuestra alegría, la que buscamos y saboreamos en los trabajos y en los sufrimientos, es una realidad extremadamente dulce, un disfrute anticipado de la felicidad del cielo. Su carta, toda ella impregnada de santa alegría, se me ha hecho muy interesante. Siguiendo su ejemplo, me reí de buena gana a costa de su cocinero, al que veo desfondando su olla... También su tarjeta de visita4 me ha divertido mucho; no sé ni siquiera de qué lado volverla, me parezco a un niño que quiere leer un libro poniéndolo al revés. Pero volviendo a su cocinero, ¿creerá que en Carmelo también nosotras tenemos a veces aventuras divertidas? El Carmelo, al igual que el Su-Tchuen, es un país extraño al mundo, donde uno pierde sus costumbres más primitivas. Lo voy a poner un ejemplo. Una persona caritativa nos regaló hace poco una pequeña langosta bien atada en una cesta. Seguramente hacía mucho tiempo que no se había visto en el monasterio semejante maravilla. Sin embargo, nuestra buena hermana cocinera se acordó de que había que poner en agua al animalito para cocerlo. Y así lo hizo, lamentando tener que someter a tamaña crueldad a una inocente criatura. La inocente criatura parecía dormida y (2rº) y se dejaba manejar a capricho; pero en cuanto sintió el calor, su dulzura se cambió en furia y, consciente de su inocencia, no pidió permiso a nadie para saltar en mitad de la cocina, pues su caritativo verdugo no había puesto la tapa a la olla. La pobre hermana se arma enseguida de unas tenazas y corre tras la langosta que da saltos desesperados. La lucha continúa por mucho tiempo, hasta que la cocinera, cansada de luchar y todavía armada de sus tenazas, se va toda desconsolada a buscar a nuestra Madre y le declara que la langosta está endemoniada. Su aspecto era aún más elocuente que sus palabras (¡pobre criaturilla -parecía decir-, tan dulce y tan inocente hace un momento, y ahora endemoniada! ¡Verdaderamente, no hay que creer en los cumplidos de las criaturas!). Nuestra Madre no pudo menos de echarse a reír al escuchar las declaraciones del severo juez que pedía justicia, se dirigió inmediatamente a la cocina, cogió la langosta -que, al no haber hecho voto de obediencia, opuso alguna resistencia- y, metiéndola de nuevo en su prisión, se fue, no sin antes haber cerrado bien la puerta, es decir la tapa. Por la noche, en la recreación, toda la comunidad rió hasta las lágrimas a cuenta de la langosta endemoniada, y al día siguiente todas pudimos saborear un bocado. La persona que quería regalarnos no erró el blanco, pues la famosa langosta, o. mejor dicho, su historia, nos servirá más de una vez de festín, no ya en el refectorio, pero sí en la recreación. Tal vez mi historieta no le parezca a usted muy divertida, pero puedo asegurarle que, si hubiese asistido al espectáculo, no habría podido conservar su gravedad... En fin, hermano, si le aburro, le ruego que me perdone. Ahora voy a hablar más en serio. Después de su partida, he leído la vida de varios misioneros (en mi carta, que quizás no haya recibido, le daba las gracias por la vida del P. Nempon). He leído, (2vº) entre otras, la de Teófano Vénard5, que me interesó y me emocionó mucho más de lo que pueda decir. Bajo esta impresión, he compuesto algunas estrofas, totalmente personales; no obstante, se las envío6, pues nuestra Madre me ha dicho que cree que estos versos le agradarán a mi hermano de Su-Tchuen. La penúltima estrofa requiere algunas explicaciones: en ella digo que partiría feliz para Tonkín si Dios se dignase llamarme allá. Tal vez esto le sorprenda, ¿pues no es acaso un sueño el que una carmelita piense en partir para Tonkín? Pues bien, no, no es un sueño, y hasta puedo asegurarle que si Jesús no viene pronto a buscarme para el Carmelo del cielo, algún día partiré para el de Hanoi, pues ahora en esa ciudad hay un Carmelo, fundado hace poco por el de Saigón. Usted ha visitado hace poco este último, y sabe bien que en Cochinchina una Orden como la nuestra no puede sostenerse sin vocaciones francesas; pero, por desgracia, las vocaciones son muy escasas, y con frecuencia las superioras no quieren dejar partir a las hermanas que a su entender pueden prestar servicios en la propia comunidad. Así, nuestra Madre, en su juventud, se vio impedida, por la voluntad de su superior, de ir a ayudar al Carmelo de Saigón. No soy yo quien deba lamentarlo, antes bien doy gracias a Dios por haber inspirado tan acertadamente bien a su representante; pero pienso que los deseos de las madres se realizan a veces en los hijos7, y no me sorprendería de ir yo a la rivera infiel a orar y a sufrir como nuestra Madre hubiese querido hacerlo... Hay que confesar, no obstante, que las noticias que nos envían de Tonkín no son nada tranquilizadoras: a finales del año pasado, entraron unos ladrones en el pobre monasterio y penetraron en la celda de la priora, que no se despertó, pero a la mañana siguiente no encontró a su lado el crucifijo (por la noche, el crucifijo de una carmelita descansa siempre junto a su cabeza, sujeto a la almohada), un pequeño armario estaba roto y el poco dinero que constituía todo el tesoro material de la comunidad había desaparecido. Los Carmelos de Francia, (3rº) conmovidos por la miseria del de Hanoi, se unieron para proporcionarle los medios de levantar un muro de clausura lo bastante elevado para impedir que los ladrones entren en el monasterio.

NOTAS Cta 221 1 En su carta del 20 de enero, contaba así el P. Roulland su llegada a la misión: «Como usted lo ha hecho, voy a escribir en todas las líneas para no desperdiciar papel. Y con el permiso de nuestra Madre, le diré dos palabras nada más sobre mi querido Su-Tchuen oriental. Llego a las fronteras de esta provincia, recito el Te Deum y ofrezco a Dios todo lo que soy y lo que tengo; pienso en santa Teresa, que decía: o padecer, o morir. ¿Por qué han venido estas palabras a mi mente? No tardé en tener la explicación. Le contaré lo ocurrido, y verá cómo me da la razón. En cuanto acabé de hacer mi ofrenda, tuve que acostarme. Después de dos días, bajamos a Kouy-Fou, a casa de un compañero. Mi malestar iba en aumento, así que llamamos al médico chino, pues europeos aquí no hay más que el Padre. Se me declara incapaz de continuar el viaje; adiós, pues, a mis compañeros de viaje. Diez días después se declara la fiebre, una fiebre muy alta, especie de tributo que tengo que pagar al clima. Me paso diez días delirando, pero, al parecer, lo que dije sólo fueron cosas de hacer reír. El primer médico me desahucia; viene un segundo médico, que había sido perseguido por la fe, y me administra una fuerte dosis de quinina. La fiebre, que, si es continua, suele ser mortal, en mí se hace periódica y comienza a notarse una mejoría. Hoy estoy ya casi curado. Estos fueron los hechos. Y ésta es mi conclusión: a la oración de las personas que se preocupan por mí, y sobre todo a las suyas, debo yo el no haber cantado mi Nunc dimittis al llegar a mi misión. (...) Le había dicho que el día de Navidad celebraría un Misa a su intención, y ése día estaba en cama. Cumpliré mi promesa lo antes que pueda» (LC 173). 2 CE 29,2. 3 Im II,12,11; cf CA 29.5. 4 «Tarjeta de visita» escrita en caracteres chinos. 5 Vie et correspondance de J. Théophane Vénard. Esta lectura está en el origen de una de las «grandes amistades» de Teresa. De ella dimanará un verdadero consuelo y un motivo de aliento para la carmelita enferma y moribunda; cf CA 21/26.5.1. 6 Poesía A Teófano Vénard (PN 47, 2/2/1897). 7 Cf Ms C 9vº/10rº. 8 SANTA TERESA DE JESÚS, C 3,6. 9 «Usted desea que una de las niñitas que yo bautice se llame María (Ma ly ia) Teresa (Te le sa). Elija uno de los dos nombres, pues los chinos sólo se ponen uno» (LC 173). Teresa había expresado este deseo en su carta del 27 ó 28/7/1896, que no se conserva, cf CG p. 874. 10 Cf Cta 189, n. 4.

Cta 222 A la madre Inés de Jesús

19 de marzo de 1897
J.M.J.T.
Gracias, Madrecita. ¡Sí, Jesús te ama y yo también...! El te da pruebas de ello todos los días, y yo no... Sí, pero cuando yo esté allá arriba, será como si mi bracito se alargase, y mi Madrecita tendrá noticias de ello.

Cta 222 bis Al señor Guérin

3 de abril de 1897 Teresa del Niño Jesús, que es la más pequeña de todas, ¡¡¡pero no la que tiene menos amor!!! Eso no es verdad, es la fiebre que tengo todos los días a las 3, hora militar. Teresita Nuestro Padre2 desea que Teresa Pougheol entre aquí en plan de prueba.

NOTAS Cta 222 bis 1 Teresa puso su firma y esta nota en una carta de sor María de la Eucaristía a su padre; cf LD en CG p. 967. 2 El canónigo Maupas, superior.

Cta 223 A la madre Inés de Jesús

4-5 de abril de 1897 Temo haber hecho sufrir a mi Madrecita1. Sin embargo, ¡la quiero! ¡Sí! Pero no puedo decirle todo lo que pienso, tendrá que adivinarlo ella.

NOTAS Cta 223 1 Desconocemos por qué.

Cta 224 Al abate Bellière

J.M.J.T. 25 de abril de 1897 Alleluia Querido Hermanito1: Mi pluma, o, más bien, mi corazón se niega a llamarle en adelante «señor abate», y nuestra Madre me ha dicho que, al escribirle, puedo utilizar el mismo nombre que empleo cuando le hablo de usted a Jesús. Creo parece que nuestro divino Salvador se ha dignado unir nuestras almas para trabajar por la salvación de los pecadores, como unió en otro tiempo la del venerable Padre de la Colombière y la de la beata Margarita María. Hace poco leía en la vida de esta santa2: «Un día, al acercarme a Nuestro Señor para recibirle en la sagrada comunión, me mostró su Sagrado Corazón como una hoguera ardiente, y otros dos corazones (el suyo y el del Padre de la Colombière) que iban a unirse y a abismarse en él, y me dijo: Así es como mi amor puro une a estos tres corazones para siempre. Me dio a entender también que esta unión era toda ella para su gloria, y que, por eso, quería que fuéramos los dos como hermano y hermana, participantes por igual de los bienes espirituales. Y como yo le representase al Señor mi pobreza y la desigualdad que había entre un sacerdote de tan gran virtud y una pobre pecadora como yo, me dijo: (1vº) Las riquezas infinitas de mi Corazón lo suplirán todo y lo igualarán todo». Tal vez, hermano mío, la comparación no le parezca acertada. Es verdad que usted no es aún un Padre de la Colombière, pero no dudo que algún día usted será, como él, un verdadero apóstol de Cristo. En cuanto a mí, ni siquiera me pasa por el pensamiento la idea de compararme con la beata Margarita María; simplemente, me limito a constatar el hecho de que Jesús me ha escogido para ser la hermana de uno de sus apóstoles, y las palabras que aquella santa amante de su Corazón le dirigía por humildad se las repito yo con toda verdad. Por eso, espero que sus riquezas infinitas suplirán todo lo que a mí me falta para llevar a cabo la obra que me confía. Me alegro enormemente de que Dios se haya servido de mis pobres versos para hacerle un poco de provecho. Me hubiera avergonzado de enviárselos si no hubiese recordado que una hermana no debe ocultar nada a su hermano. Y usted los ha acogido y juzgado, ciertamente, con un corazón fraternal... Seguramente que se habrá sorprendido de volver a encontrar «Vivir de amor». No era mi intención enviársela dos veces. Ya había empezado a copiarla cuando me acordé de que usted ya la tenía, y era demasiado tarde para volverme atrás. Querido Hermanito, debo confesarle que en su carta hay algo que me ha apenado, y es que usted no me conoce como soy en realidad. Es cierto que, para encontrar almas grandes, hay que venir al Carmelo: al igual que en las selvas vírgenes, germinan en él flores de un aroma y de un brillo desconocidos para el mundo. Jesús, en su misericordia, ha querido que, entre esas flores, crezcan otras más pequeñas. Nunca podré agradecérselo bastante, pues, (2rº) gracias a esa condescendencia, yo, pobre flor sin brillo alguno, me encuentro en el mismo jardín que esas rosas, mis hermanas. Por favor, hermano mío, créame: Dios no le ha dado por hermana a un alma grande, sino a una muy pequeñita e imperfecta. No crea que sea humildad lo que me impide reconocer los dones de Dios; yo sé que él ha hecho en mí grandes cosas, y así lo canto, feliz, todos los días3. Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonado debe amar más; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me preocupo en absoluto por ser un alma pequeña, al contrario, me alegro de serlo. Y ése es el motivo por el que me atrevo a esperar que «mi destierro será breve»4. Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré si el Señor no se digna, él mismo, transformarme. Él puede hacerlo en un instante, y después de todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su misericordia infinita. Me dice, hermano mío, que pida para usted la gracia del martirio. Esta gracia la he pedido muchas veces para mí, pero no soy digna de ella, y verdaderamente se puede decir con san Pablo: No es cosa del que quiere o del que corre, sino de Dios que es misericordioso5. Y como el Señor parece no querer concederme otro martirio que el del amor, espero que me permita recoger, gracias a usted, esa otra palma que los dos ambicionamos. Veo, gustosa, que Dios nos ha dado las mismas inclinaciones y los mismos deseos. Le he hecho sonreír, querido hermanito, con el cántico «Mis armas». Pues bien, le haré sonreír de nuevo diciéndole que (2vº) desde mi niñez he soñado con combatir en los campos de batalla... Cuando comencé a estudiar la historia de Francia, el relato de las hazañas de Juana de Arco me entusiasmaba; sentía en mi corazón el deseo y el ánimo de imitarla; me parecía que el Señor me destinaba a mí también a grandes cosas6. Y no me engañaba. Sólo que, en lugar de una voz del cielo invitándome al combate, yo escuché en el fondo de mi alma una voz más suave y más fuerte todavía: la del Esposo de las vírgenes, que me llamaba a otras hazañas y a conquistas más gloriosas. Y en la soledad del Carmelo he comprendido que mi misión no era la de hacer coronar a un rey mortal, sino la de hacer amar al Rey del cielo, la de someterle el reino de los corazones. Es hora de terminar, y, sin embargo, todavía tengo que darle las gracias por las fechas que me ha enviado; me gustaría que añadiese también los años, pues no sé su edad. Para que disculpe mi simplicidad, le envío las fechas importantes de mi vida; lo hago también con la intención de que en esos días benditos estemos más especialmente unidos por medio de la oración y la acción de gracias. Si Dios me concede una ahijadita, me sentiré feliz de responder a su deseo, dándole por protectores a la Santísima Virgen, a san José y a mi santa patrona. En fin, querido hermanito, termino pidiéndole que disculpe mis interminables garabatos y lo deshilvanado de mi carta. En el Sagrado Corazón de Jesús, soy para toda la eternidad Su indigna hermanita, Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind. (2rºtv) (Quede bien entendido, ¿no?, que nuestras relaciones permanecerán secretas. Nadie, excepto su director, debe conocer la unión que Jesús ha establecido entre nuestras almas.)

NOTAS Cta 224 1 El abate Bellière acaba de escribir una larga carta, para Pascua, a la madre María de Gonzaga y a Teresa. Transcribimos aquí algunos párrafos de su carta a ésta última: «Mi buena y muy querida hermanita: (...) Aquí me tiene también usted para decirle la enorme alegría que me dio con las poesías que tuvo la bondad de copiarme. Han tenido que quitarle mucho tiempo de recreación, y casi casi le pido perdón por haber sido la causa de todo ese trabajo. Sin embargo, no quiero insistir demasiado, porque realmente me han gustado mucho. No espere, querida hermana, que se las alabe; ni siquiera se me ocurre, pues creo con toda razón que me quedaría muy por debajo de lo que realmente merecen. Sólo le digo que me he sentido encantado y feliz. Y esto no son simples cumplidos que le dirijo, sino la expresión de lo que siento. Usted las compuso para las carmelitas, pero los ángeles deben cantar con usted, y los hombres, por burdos que sean, como yo, encuentran un auténtico placer al leer y cantar esta poesía que nace del corazón. Todas me han gustado, y tal vez en especial: «Mi cántico de hoy», «A T. Vénard» (¡y con razón!), «Acuérdate», «A mi ángel de la guarda», etc. Perdón, me estoy dando cuenta de que las nombraría todas. Sí, todas me gustan y me parecen preciosas. Gracias, sencilla pero muy sinceramente, por su bondad. Usted sabe captar todos los matices, la dulzura de las sacristanas del Carmelo, y, junto a ella, los acentos viriles del guerrero en «Mis armas» Me gusta verla hablar de la lanza, del casco, de la coraza, del atleta, y me sonrío al imaginármela armada de esa manera. Sin embargo, Juana de Arco, -a quien usted tanto ama, y a la que yo mismo invoco a diario bajo ese título con el que la he saludado al final del cántico: ¡SANTA Juana de Francia!-, Juana de Arco llevó también esas mismas armas que usted canta y que son sin duda alguna su adorno más hermoso. Yo, hermana, soy y seguiré siendo fiel a la breve oración que usted me ha indicado; es algo sagrado para mí, y la rezaré siempre, incluso aunque... su destierro sea breve. Ya le había adivinado el pensamiento, hermana mía: en el Cántico del Amor había subrayado este verso: «Mi destierro, así lo espero, será corto», y este otro: «Siento que mi destierro va a acabar». Comprendo sus deseos y su impaciencia: usted, hermanita, está ya lista para entrar en el cielo, y su Esposo Jesús puede en cualquier momento extender la mano que la colocará en el trono de la gloria; usted está impaciente, como la esposa del Cantar de los Cantares. «Atráeme» hacia ti, dice, arrojándose a los pies de su Amado, totalmente consumida por la llama que la devora. Al estudiar y meditar este libro del Cantar de los Cantares, yo lo aplicaba a la carmelita y a su Esposo Jesús, y sin duda por eso lo he escrito ahora en ese sentido de manera casi natural, y por eso también han venido a caer juntos algunos versos de «Vivir de amor» y otros varios. Y tiene usted mucha razón cuando me dice que a mí no me está permitido cantar como usted. No, la verdad es que no, pues antes tengo que lograr, con un duro trabajo y una verdadera penitencia, que Dios olvide un pasado de pecado, y después hacer algo por Dios, trabajar en su viña. Antes de paladear los honores, Juana de Arco conoció los trabajos, y yo tengo que expiar mucho más que ningún otro. Y si alguna vez llego a conseguirlo, entonces le diré: Hermana mía, pídale a Dios que yo sucumba de dolor, pídale -¿por qué no?- que muera mártir (!). Este ha sido el sueño de toda mi vida. Antes, ambicionaba morir por Francia; hoy, por Dios, y usted lo sabe: «Si morir por su príncipe es una ilustre suerte», «cuando uno muere por su Dios, ¡cuál será la muerte!». (...) «Le agradezco también sus intenciones como madrina, ¿pero no querrá también dar nombre, en recuerdo suyo, al pequeño Beduino, en el caso de que el 1º sea una niña? Le ruego que tenga esta amabilidad». (LC 177, 17-18/4/1897). 2 Texto que Teresa sacó de un Bulletin du Sacré-Coeur de diciembre de 1896; cf Vie et Oeuvres de la Bienheureuse Marguerite-Marie Alacoque. Sa vie inédite par les Contemporaines, Poussièlgue, 1867, t. 2, p. 347. 3 Cf Ms C 4rº. 4 Poesía Vivir de amor (PN 17, estr. 9), del 26/2/1895.
5 Ms A 2rº.
6 Cf Ms A 32rº.


CARTAS – Teresa del Niño Jesús 213