Teresa III Cartas 8

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Carta VIII

Al Illmo. Sr. D. Alonso Velázquez, obispo de Osma.

Jesús


1. Reverendísimo padre de mi alma: por una de las mayores mercedes que me siento obligada a nuestro Señor, es por darme su Majestad deseo de ser obediente; porque en esta virtud siento mucho contento, y consuelo, como cosa que más encomendó nuestro Señor.

2. V. S. me mandó el otro día, que le encomendase a Dios: yo me tengo en esto cuidado, y añadiómele más el mandato de V. S. Yo lo he hecho, no mirando mi poquedad, sino ser cosa que mandó V. S. y con esta fe espero en su bondad, que V. S. recibirá lo que me parece representarle, y recibirá mi voluntad, pues nace de obediencia.

3. Representándole, pues, yo a nuestro Señor las mercedes que le ha hecho a V. S. y yo le conozco, de haberle dado humildad, caridad, y celo de almas, y de volver por la honra de nuestro Señor; y conociendo yo este deseo, pedile a nuestro Señor acrecentamiento de todas virtudes, y perfección, para que fuese tan perfecto, como la dignidad en que nuestro Señor le ha puesto pide. Fueme mostrado, que le faltaba a V. S. lo más principal que se requiere para esas virtudes; y faltando lo más, que es el fundamento, la obra se deshace, y no es firme. Porque le falta la oración con lámpara encendida, que es la lumbre de la fe; y perseverancia en la oración con fortaleza, rompiendo la falta de unión, que es la unción del Espíritu Santo, por cuya falta viene toda la sequedad, y desunión, que tiene el alma.

4. Es menester sufrir la importunidad del tropel de pensamientos, y las imaginaciones importunas, e ímpetus de movimientos naturales, ansí del alma, por la sequedad, y desunión que tiene, como del cuerpo, por [28] la falta de rendimiento que al espíritu ha de tener. Porque aunque a nuestro parecer no haya imperfecciones en nosotros, cuando Dios abre los ojos del alma, como en la oración lo suele hacer, parécense bien estas imperfecciones.

5. Lo que me fue mostrado del orden que V. S. ha de tener en el principio de la oración, hecha la señal de la cruz, es: acusarse de todas sus faltas cometidas después de la confesión, y desnudarse de todas las cosas, como si en aquella hora hubiera de morir: tener verdadero arrepentimiento de las faltas, y rezar el salmo del Miserere,en penitencia dellas. Y tras esto tiene de decir: A vuestra escuela, Señor, vengo a aprender, y no a enseñar. Hablaré con vuestra Majestad, aunque polvo, y ceniza, y miserable gusano de la tierra. Y diciendo: Mostrad, Señor, en mí vuestro poder, aunque miserable hormiga de la tierra. Ofreciéndose a Dios en perpetuo sacrificio de holocausto, pondrá delante de los ojos del entendimiento, o corporales, a Jesucristo crucificado, al cual con reposo, y afecto del alma, remire, y considere parte por parte.

6. Primeramente considerando la naturaleza divina del Verbo eterno del Padre, unida con la naturaleza humana, que de sí no tenía ser, si Dios no se le diera. Y mirar aquel inefable amor, con aquella profunda humildad, con que Dios se deshizo tanto, haciendo al hombre Dios, haciéndose Dios hombre: y aquella magnificencia, y largueza con que Dios usó de su poder, manifestándose a los hombres, haciéndoles participantes de su gloria, poder, y grandeza.

7. Y si esto le causare la admiración que en una alma suele causar, quédese aquí: que debe mirar una alta tan baja, y una baja tan alta. Mirarle a la cabeza coronada de espinas, a donde se considera la rudeza de nuestro entendimiento, y ceguedad. Pedir a nuestro Señor tenga por bien de abrirnos los ojos del alma, y clarificarnos nuestro entendimiento con la lumbre de la fe, para que con humildad entendamos quién es Dios; y quién somos nosotros; y con este humilde conocimiento podamos guardar sus Mandamientos, y consejos, haciendo en todo su voluntad. Y mirarle las manos clavadas, considerando su largueza, y nuestra cortedad; confiriendo sus dádivas, y las nuestras.

8. Mirarle los pies clavados, considerando la diligencia con que nos busca, y la torpeza con que le buscamos. Mirarle aquel costado abierto, descubriendo su corazón, y entrañable amor con que nos amó, cuando quiso fuese nuestro nido, y refugio, y por aquella puerta entrásemos en el arca, al tiempo del diluvio de nuestras tentaciones, y tribulaciones. Suplicarle, que como él quiso que su costado fuese abierto, en testimonio del amor que nos tenía, dé orden, que se abra el nuestro, y [29] le descubramos nuestro corazón, y le manifestemos nuestras necesidades, y acertemos a pedir el remedio, y medicina para ellas.

9. Tiene de llegarse V. S. a la oración con rendimiento, y sujeción, y con facilidad ir por el camino que Dios le llevare, fiándose con seguridad de su Majestad. Oiga con atención la lección que le leyere: ahora mostrándole las espaldas, o el rostro, que es cerrándole la puerta, y dejándoselo fuera, o tomándole de la mano, y metiéndole en su recámara. Todo lo tiene de llevar con igualdad de ánimo: y cuando le reprendiere, aprobar su recto, y ajustado juicio, humillándose.

10. Y cuando le consolare, tenerse por indigno dello: y por otra parte aprobar su bondad, que tiene por naturaleza manifestarse a los hombres, y hacerlos participantes de su poder, y bondad. Y mayor injuria se hace a Dios, en dudar de su largueza en hacer mercedes, pues quiere más resplandecer en manifestar su omnipotencia, que no en mostrar el poder de su justicia. Y si el negar su poderío, para vengar sus injurias, sería grande blasfemia, mayor es negarle en lo que él quiere más mostrarlo, que es en hacer mercedes. Y no querer rendir el entendimiento, cierto es querer enseñarle en la oración, y no querer ser enseñado, que es a lo que allí se va; y sería ir contra el fin, y el intento con que allí se ha de ir. Y manifestando su polvo, y ceniza, tiene de guardar las condiciones del polvo, y ceniza, que es de su propia naturaleza estarse en el centro de la tierra.

11. Mas cuando el viento le levanta, haría contra naturaleza, si no se levantase; y levantado, sube cuanto el viento lo sube, y sustenta: y cesando el viento, se vuelve a su lugar. Ansí el alma, que se compara con el polvo, y ceniza, es necesario que tenga las condiciones de aquello con que se compara: y ansí ha de estar en la oración sentada en su conocimiento propio: y cuando el suave soplo del Espíritu Santo la levantare, y la metiere en el corazón de Dios, y allí la sustentare, descubriéndole su bondad, manifestándole su poder, sepa gozar de aquella merced con hacimiento de gracias, pues la entrañiza, arrimándola a su pecho, como a esposa regalada, y con quien su Esposo se regala.

12. Sería gran villanía, y grosería, la esposa del rey (a quien él escogió, siendo de baja suerte) no hacer presencia en su casa, y corte el día que él quiere que la haga, como lo hizo la reina Vasthi (Est 1,12), lo cual el rey sintió, como lo cuenta la santa Escritura. Lo mesmo suele hacer nuestro Señor con las almas, que se esquivan dél; pues su Majestad lo manifiesta, diciendo: Que sus regalos eran estar con los hijos de los hombres (Pr 8,31). Y si todos huyesen, privarían a Dios de sus regalos, según este atributo, aunque sea debajo de color [30] de humildad, lo cual no sería, sino indiscreción, y mala crianza, y género de menosprecio, no recibir de su mano lo que él da; y falta de entendimiento del que tiene necesidad de una cosa para el sustento de la vida, cuando se la dan, no tomarla.

13. Dícese también, que tiene de estar como el gusano de la tierra. Esta propiedad es, estar el pecho pegado a ella, humillado, y sujeto al Criador, y a las criaturas, que aunque le huellen, o las aves le piquen, no se levanta. Por el hollar se entiende, cuando en el lugar de la oración se levanta la carne contra el espíritu, y con mil géneros de engaños, y desasosiegos, representándole, que en otras partes hará más provecho; como acudir a las necesidades de los prójimos, y estudiar, para predicar, y gobernar lo que cada uno tiene a su cargo.

14. A lo cual se puede responder, que su necesidad es la primera, y de más obligación, y la perfecta caridad empieza de sí mesmo. Y que el pastor, para hacer bien su oficio, se tiene de poner en el lugar más alto, de donde pueda bien ver toda su manada, y ver si la acometen las fieras; y este alto es el lugar de la oración.

15. Llámase también gusano de la tierra; porque aunque los pájaros del cielo le piquen, no se levanta de la tierra, ni pierde la obediencia, y sujeción, que tiene a su Criador, que es estar en el mesmo lugar que él le puso. Y ansí el hombre ha de estar firme en el puesto que Dios le tiene, que es el lugar de la oración; que aunque las aves, que son los demonios, le piquen, y molesten con las imaginaciones, y pensamientos importunos, y los desasosiegos, que en aquella hora trae el demonio, llevando el pensamiento, y derramándole de una parte a otra, y tras el pensamiento se va el corazón; y no es poco el fruto de la oración sufrir estas molestias, e importunidades con paciencia. Y esto es ofrecerse en holocausto, que es consumirse todo el sacrificio en el fuego de la tentación, sin que de allí salga cosa dél.

16. Porque el estar allí sin sacar nada, no es tiempo perdido, sino de mucha ganancia; porque se trabaja sin interés, y por sola la gloria de Dios: que aunque de presto le parece que trabaja en balde, no es ansí, sino que acontece a los hijos, que trabajan en las haciendas de sus padres, que aunque a la noche no llevan jornal, al fin del año lo llevan todo.

17. Y esto es muy semejante a la oración del Huerto, en la cual pedía Jesucristo nuestro Señor, que le quitasen la amargura, y dificultad, que se hace para vencer la naturaleza humana. No pedía que le quitasen los trabajos, sino el disgusto con que los pasaba; y lo que Cristo pedía para la parte inferior del hombre, era, que la fortaleza del espíritu se [31] comunicase a la carne, en la cual se esforzase pronta, como lo estaba el espíritu, cuando le respondieron, que no convenía, sino que bebiese aquel cáliz: que es, que venciese aquella pusilanimidad, y flaqueza de la carne; y para que entendiésemos, que aunque era verdadero Dios, era también verdadero hombre, pues sentía también las penalidades, como los demás hombres.

18. Tiene necesidad el que llega a la oración de ser trabajador, y nunca cansarse en el tiempo del verano, y de la bonanza (como la hormiga) para llevar mantenimiento para el tiempo del invierno, y de los diluvios, y tenga provisión de que se sustente, y no perezca de hambre, como los otros animales desapercibidos; pues aguarda los fortísimos diluvios de la muerte, y del juicio.

19. Para ir a la oración, se requiere ir con vestidura de boda, que es vestidura de Pascua, que es de descanso, y no de trabajo: para estos días principales todos procuran tener preciosos atavíos; y para honrar una fiesta, suele uno hacer grandes gastos, y lo da por bien empleado, cuando sale como él desea. Hacerse uno gran letrado, y cortesano, no se puede hacer sin grande gasto, y mucho trabajo. El hacerse cortesano del cielo, y tener letras soberanas, no se puede hacer sin alguna ocupación de tiempo, y trabajo de espíritu.

20. Y con esto ceso de decir más a V. S., a quien pido perdón del atrevimiento, que he tenido en representar esto, que aunque está lleno de faltas, e indiscreciones, no es falta de celo, que debo tener al servicio de V. S. como verdadera oveja suya, en cuyas santas oraciones me encomiendo. Guarde nuestro Señor a V. S. con muchos aumentos de su gracia. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de V. S.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta está impresa en las Obras de la Santa, y es de las más discretas, y espirituales, que hay en todo este epistolario; y creo, que la reservó nuestro Señor entera, por el grande fruto que ha de causar, señaladamente a todo género de prelados. Y supuesto que es importantísima, y enderezado a un señor obispo de la Iglesia que yo estoy indignamente sirviendo, pido licencia para dilatarme algo en las notas.

2. En la carta que escribí al padre general en razón de estas epístolas, y está en el principio de este libro, dije quién era este señor prelado. Ahora añadiré dos cosas, para el crédito de su virtud, que hacen al intento de la grandeza del espíritu de santa Teresa, la cual le estaba dando lición espiritual en esta carta, siendo él su confesor, como si fuera a un novicio suyo; y las sé de quien las oyó a un secretario, que le sirvió, prebendado de esta santa iglesia. [32]

3. La primera es, que después de haber servido este gran prelado esta santa iglesia de Osma, estando sirviendo la de Santiago, propuso al señor rey Felipe segundo, que ni su majestad, ni él cumplían con su conciencia, si no la dejaba, por las graves enfermedades, que con la gota le habían sobrevenido. Y después de diversas réplicas, vino bien su majestad en que la dejase; pero con la calidad, de que él mismo primero propusiese dos sujetos, para que de ellos escogiese su majestad el que le pareciese, para sucederle en su iglesia: y así se hizo, y escogió su majestad uno de ellos. Tanto fiaba aquel prudente rey del espíritu, virtud, y juicio de este prelado.

4. La segunda, que habiéndole dicho su majestad que viese qué renta se quería reservar para sus alimentos, respondió, que le bastaban mil ducados para sí, dos criados, y dos capellanes; y le señaló doce mil ducados, y se fue a Talavera a morir. Era natural de Tudela de Duero (Fundaciones, lib. 5, c. 3). De este prelado habla la Santa en sus fundaciones, como de varón apostólico; y bien se ve, pues dice, que visitaba a pie este obispado: y así por aquí se verá cuál era la maestra, de quien tanto prelado era, su discípulo. Vamos ahora a las notas.

5. En el número primero, y segundo de la carta, salva la Santa la censura, a que estaba sujeta, enseñando una mujer a un prelado, y una hija de confesión a su confesor, con decir: Que lo hace por obediencia, de quien ella es muy enamorada. Y tiene razón de serlo, por ser esta virtud el reposo, y quietud de espíritu, y en quien sólo descansa. Los que obedecen, escriben con regla, y así pueden formar las líneas derechas. ¡Ay de los que mandamos, si obramos como quien manda, y no como quien obedece a las reglas, que a nosotros nos mandan!

6. En el número tercero dice, que es de Dios cuanto le escribió, que eso significa el Fueme mostrado: se me ha dado a entender. Y así lo creo, y que no sólo es de Dios, porque era de santa Teresa, sierva suya, sino de Dios, porque lo trató primero con Dios en la oración, que es por donde Dios se comunica a las almas, o que tuvo sobre ello revelación: y así esta carta, en mi opinión, tiene tanto más de Dios, cuanto es de la Santa, y de su oración, u de alguna revelación.

7. En el mismo número tercero, dice una cosa que puede hacer temblar a todos los prelados de la Iglesia católica: yo a lo menos no hallo a donde esconderme. Y es, que le dijo Dios a santa Teresa: Que teniendo este prelado humildad, y celo de almas, y de volver por la honra de Dios, le faltaba lo más principal, que se requiere para estas virtudes. Aquí he de parar un poco, con licencia de quien me leyere.

8. ¿Qué es esto? A quien tiene caridad, ¿qué le falta, siendo esta virtud el seminario de todas las virtudes? A quien es obispo, y tiene celo de las almas, ¿qué le falta, siendo éste el heroico ejercicio de su ministerio? A quien mira por la honra de Dios, ¿qué le falta, siendo éste el más soberano fin del obispo? Y todavía le dijo Dios a santa Teresa que le faltaba a este obispo lo mejor, teniendo todo esto. Pero luego lo dijo Dios a la Santa, y la Santa al obispo. Oigámoslo todos los prelados eclesiásticos, y sacerdotes con suma atención.

9. Faltábale la oración con fortaleza, y tal, que rompiese la falta de unión; y esta unión es la unción del Espíritu Santo: y sin unión interior [33] del Espíritu santo, todo vive arriesgado, y sujeto a desunión entre el alma y Dios: ¡y ay del alma sin unión con Dios!

10. Aquí debemos los prelados aprender a formar dictamen, de que ni basta el celo, ni basta la caridad, ni basta el deseo de la honra de Dios, sin la oración. No porque estas virtudes en sí no basten para salvarnos, sino por el riesgo que corren, de que no duren en nosotros sin la oración, y se aparten de nosotros, por no tenerla; y en ausentándose de nosotros ellas, por no tenerla a ella, nos condenaremos, y perderemos nosotros sin ella, y sin ellas.

La razón es clara. ¿Cómo ha de durar la caridad, si no da Dios la perseverancia? ¿Cómo la dará Dios, si no la pedimos? ¿Cómo la pediremos si no hay oración? ¿Cómo se ha de hacer este milagro grande sin ella? Derribadas las canales, y las influencias del alma a Dios, y de Dios al alma, no teniendo oración, ¿por dónde ha de correr esta agua del Espíritu Santo? Luego sin la oración, ni hay comunicación de Dios, para conservar las virtudes adquiridas, ni para adquirir las pérdidas, ni hay medio para lo bueno, y no sé si diga, ni remedio.

11. Esto clamaba con repetidos clamores san Bernardo al pontífice Eugenio, su hijo espiritual; y siendo vicario de Cristo el uno, y un religioso pobre el otro (que parece harto a la interlocución de esta carta de santa Teresa, entre la oveja, y su pastor) le dice: Timeo tibi, Eugeni, ne multitudo negotiorum, intermissa oratione, et consideratione, te ad cor durum perducat, quod devotione non incalescit, compassione non mollescit, compunctione non scinditur, et se ipsum non exhorret, quia non sentit. Témote mucho, Eugenio, que la multitud de los negocios, dejando tú la oración, y la consideración por ellos, no te lleven a la dureza de corazón; y que de tal suerte te lo pongan, que ni lo caliente la devoción, ni lo ablande la compasión, ni lo rompa la compunción, ni tengas horror de ti, por hallarte en estado, que no llegas a sentir la perdición, que hay dentro de ti.

¡Oh qué palabras estas de aquel dulce, y fuerte espiritual Bernardo, órgano animado del Espíritu Santo! ¡Cómo debemos aplicar a ellas el oído, y el corazón los prelados!

12. ¿Qué mayor desdicha de un obispo, o superior, o cura, o sacerdote, que tener el corazón de manera, que arroje de sí, por su dureza, la devoción, y la prontitud de acudir a todo lo bueno, y santo? ¿Qué le queda a esta alma, sino perderse para siempre en lo malo? Quod devotione non incalescit. Pues esto lo causa el no tener oración.

13. ¿Qué mayor desdicha, que no compadecerse un prelado, o superior de las necesidades espirituales, y temporales de sus súbditos, y mirarlas con ojos serenos, y duro corazón? Quod compassione non mollescit. Pues esto lo causa el no tener oración.

14. ¿Qué mayor desdicha, que teniendo el pecho de bronce, y el corazón de hierro un prelado, resistirse a las lágrimas, y a la compunción? Quod compunctione non scinditur. Pues esto lo hace el no tener oración.

15. ¿Que mayor desdicha, que siendo un superior el monstruo, que propone san Bernardo en otro lugar, que hace pies de la cabeza, prefiriendo lo temporal a lo eterno, ojos del cocodrilo, mirando al gozo presente, [34] y no a la cuenta en lo venidero, y hace pecho de las espaldas, dando estas a lo bueno, y aquel a lo malo, y las demás monstruosidades, que pondera allí el santo, mirarse a sí el prelado, y no tener horror de sí mismo? Et se ipsum non exhorret. Pues esto lo causa el no tener oración.

16. ¿Qué mayor desdicha, que llegar con esta enfermedad mortal a estado, que no llegue a sentir el enfermo, ni su muerte, ni su enfermedad? Quia non sentit. Pues esto lo causa el no tener oración.

Esta es la pieza, que dijo Dios, que le faltaba al arnés de las excelentes virtudes de que estaba armado este santo obispo, y esta es la que le avisó de su parte santa Teresa, para que la procurase; porque, aunque algún tiempo pueden estar las virtudes sin la oración, y las tenía entonces, pero (como dice san Bernardo) poco a poco en dejándola, puede llegar a endurecerse el corazón, y a desarmarse de ellas; y desarmado el soldado de las virtudes, y de la oración, ¿qué te queda, sino ser triunfo, y trofeo de sus enemigos?

17. Y debe advertirse, que como parece en este número tercero, ya este santo prelado tenía oración; pero faltaba tal vez en ella la perseverancia: y ya fuese, como lo insinúa la Santa, por las ocupaciones del oficio, o las molestias de las tentaciones, y tribulaciones, no perseveraba, y Dios no le pasaba esta partida, ni quería que tuviese sólo algunos días oración, sino constante, frecuente, fervorosa: continua oración, e instante, como dice san Pablo: Semper gaudete, sine intermissione orate (2Th 5,17LC 11,9). Y como dice el Señor: Llamando, instando, rogando, importunando: conque nos enseña la Santa, que prelado sin oración, no es prelado, sino desdicha, tentación, o perdición.

18. En el número cuarto cada palabra merecía, no una nota, sino un dilatado comento. Es sin duda, que este santo prelado tenía oración; pero persuádele, que no se canse de tenerla, y que venza con la perseverancia a los enemigos ordinarios de la oración, que son la vagueación, y distracción, inquietud, y otras tentaciones, y miserias, a que estamos sujetos; que unas veces proceden del cuerpo mal mortificado, y otras del ánimo distraído; y otras, y muchas, de la voluntad de Dios, que las permite para probar a los suyos, para ver si los halla dignos de sí: Ut digni habeamini Regno Dei, si forte inveniet dignos se (2, Thes. v. 5).

Todas estas se vencen con una humilde perseverancia; porque hemos de asentar, que todo un infierno entero de demonios se juntarán, para estorbar a una alma sola la oración, ¿cuánto más a la de un prelado, fiadora de tantas almas? Y por la resistencia, que ellos hacen al que ora, se conoce bien su importancia.

19. Sobre toda Alejandría, ciudad populosísima, no había más que un demonio, que tentase, como se ve en las vidas de los padres del Oriente; y aun decía el santo, que lo vio en figura de hombre dormido, y descuidado. Pero sobre la ermita de un pobre anacoreta, que estaba cerca de Alejandría, y se hallaba orando, había cien mil demonios. ¿Para qué había menester Alejandría tentadores, siendo ella, y sus habitadores la misma culpa, y la misma tentación? Al que ora, envía el diablo los tentadores, y allí está su cuidado, donde está su daño. [35]

Pero ¿qué son los demonios, sino trasgos, sombras, y musarañas, cuando Dios está con el orador, y con el obispo, que le adora, y ora, y lo llama, y le ruega por sí, y por todas sus ovejas? ¿Qué son sino perros sin dientes? Que como dice san Agustín, no les queda sino la facultad de ladrar, pero no la de morder: Latrare potest, mordere omnino non potest (D. Aug. Serm. 197 de Tempo. circa medium.).

20. Desde el número quinto comienza esta celestial maestra, después de haberle a este prelado embarazado el escudo de la paciencia, y perseverancia en la oración, a decirle, cómo ha de pelear, y orar, limpiando ante todas cosas la conciencia; pues ponerse a hablar con Dios, sin mirarse a sí primero, ni podrá verlo, ni oírlo, ni aun hablarlo: Ut noverim me, et noverim te (D. Aug.), decía san Agustín, que le pedía a Dios. Haced, Señor, que me conozca, para que os conozca. Como si dijera: Si mis pasiones me hacen ruido, ¿cómo oiré a Dios? Y si mis pasiones me enmudecen, por no llorarlas, ¿cómo podré hablar mudo a Dios? Y si mis pasiones me ciegan, ¿cómo veré la luz de Dios? Y así, lo primero es purificarse, y limpiarse, y luego llegarse a Dios.

21. La oración, que aquí le enseña santa Teresa a este prelado, para comenzar a orar, donde dice: A vuestra escuela vengo, Señor, a aprender, y no a enseñar. Hablaré con vos, aunque polvo, ceniza, y miserable gusano de la tierra. Mostrad, Señor, en mí vuestro poder, aunque miserable hormiga; es casi toda de la Escritura, y muy a propósito, para que todos lo digamos al entrar en la oración; y dudo mucho, que haya otra más discreta, espiritual, ni más al intento en todas sus Obras; y para que se note, la he repetido en este número.

22. Al fin del número quinto le pone la Santa a este prelado delante al Señor crucificado, materia dulcísima, y utilísima a la meditación, pues todo nuestro bien nos ha venido de allí; y no conociera nuestra ceguedad a su divinidad, si no nos hubiera redimido su humanidad. Y si no hubiera dado el cuerpo a la cruz, y el alma a las penas, y sus méritos a nuestras almas, ¿cómo sacudiéramos de nosotros las culpas? Allí hemos de buscar el remedio, donde estuvo el remedio a nuestro daño; y vencer la serpiente, que nos mordió por la culpa, y ocasionó nuestra muerte, mirando el madero de la eterna salud. En él hemos de hallar la vida, pues en él está nuestra vida pendiente.

23. En el número sétimo advierte, que si la admiración le suspende al considerar a un Dios crucificado por nuestro remedio, y amor, y aquella divina naturaleza, unida a nuestra bajeza, se detenga; porque no es el fin de la oración meditar, sino amar, y después servir: y al servir, y amar, no tanto discurrir, cuanto unirse por la caridad con Dios; y si el discurso me ha causado admiración, la admiración me causará amor; y es el amor todo el fin de la oración.

24. Desde el número sétimo en adelante, le va poniendo las meditaciones por los miembros sagrados de Jesucristo bien nuestro. Deme licencia el santo fray Pedro de Alcántara, y su altísimo espíritu. Deme licencia la elocuencia cristiana del venerable fray Luis de Granada, admiración de estos siglos, que yo no hallo, que a este pedacito de estilo de santa Teresa, que contiene este número sétimo, y el octavo, y aun a todas sus Obras, ni en el modo, ni en la sustancia haya otro, que le haga ventaja. [36]

25. En el número nono, ¡con qué dulzura lleva a este prelado a la oración! ¡Con qué santa confianza, que dispone su ánimo a lo que Dios hiciere con él! Y dentro de la confianza, ¡con qué suavidad lo alienta, para que padezca constante! ¡Cómo le persuade, que mire con el mismo amor las espaldas, que el rostro del divino Esposo, cuando este le niega, y aquellas le dan! Como quien dice: Haga Dios lo que quisiere de mí, como yo haga lo que quiere Dios.

26. En el número décimo, después de haberle dado medicina para las tribulaciones, le da consejo para los favores de Dios. El primero, humillarse: el segundo, adorar su bondad: el tercero, engrandecer su largueza: el cuarto, no dudar de su omnipotencia. Como quien dice: Si es bueno Dios, si es amante, si es poderoso, y en todo esto es infinito, ¿qué no hará un infinitamente amante, bueno, y poderoso, con el alma a quien ama, y con la alma que le ama?

27. Al fin de este número décimo, y en todo el siguiente, propone con raro espíritu, y gracia la comparación del polvo en el que ora; y porque no falte cosa, ni a su elocuencia, ni a su discreción, es la misma que puso en la oración en el número 5, diciendo: Soy polvo. Como quien dice: Como polvo, déjate llevar del viento del Espíritu Santo, a donde él te llevare. Si con favores, como polvo humillado: si con tribulaciones, como polvo pisado. Ya en el suelo, o ya levantado hasta el cielo, siempre te has de quedar polvo, conociendo, que no eres más que un poco de polvo: Cum sim pulvis (Gn 18,27), decía Abrahán: de polvo nos hicieron, polvo somos, y polvo nos hemos de reducir: Et in pulverem revertemur.

28. En el número duodécimo, con la misma eminencia, que el mayor expositor de la sagrada Escritura lo podía hacer, trae lugares admirables del libro de Ester, para probar la atención, y humildad resignada, y obediencia humilde, con que se han de recibir los favores del Esposo, y cuán villana es la correspondencia de la esquiva esposa; porque cuando están de su parte las obligaciones, también de su parte han de estar las finezas. Pues ¿qué cosa más ajena de toda razón, que estar de mi parte la deuda, y no estar de mi parte la paga? ¿Que debiéndole yo a Dios ser, por la creación, de naturaleza; el ser de gracia, por la vocación; el perseverar en ella, por la conservación; el todo cuanto hay, por la redención, sea mi alma la desenamorada, y sólo Dios el enamorado, y el fino? ¡Oh no lo permitáis, Señor!

29. Desde el número decimotercero, hasta el decimosexto, sigue admirablemente la comparación del gusano; y con tanta claridad, que es echarlo a perder añadir cosa alguna. Y con razón puede tener por honra el alma el llamarse gusanillo delante de Dios, cuando en figura del Señor dijo David: Que era el gusano, y el oprobio del mundo: Ego autem sum vermis, et non homo: opprobrium hominum (Ps 21,7). ¿Quién con esta humildad, no se humilla? ¿Quién a vista de esta humildad se ensoberbece?

30. En el número decimotercero satisface a la tentación, que ofrece el demonio a los prelados, de que es mejor trabajar, que no orar; y que para qué gasta el tiempo en orar, que debe gastar en gobernar.

A esto dice la Santa en el número decimocuarto, que su necesidad [37] es la primera en el prelado. Y es santísima respuesta, y es de san Gregorio, y de san Bernardo, y de todos cuantos han escrito Pastorales. Pues si el prelado no tiene oración, ni podrá, ni sabrá, ni querrá trabajar. No podrá, porque le faltarán fuerzas: no sabrá, porque le faltará luz: no querrá, porque le faltará espíritu, y todo su trabajo será faltarle la oración, que es el alivio de todos los trabajos.

31. Puédese ponderar esto sobre aquellas palabras de san Pablo: Attendite vobis, et universo gregi. Primum vobis, deinde gregi (Ac 20,28). Atended (dice san Pablo) a vosotros, y a vuestro ganado. Primeramente a vosotros, y luego a vuestro ganado, pues si anda el pastor perdido, perdido andará el ganado.

Y san Ambrosio dice, que los negocios se han de hacer con diligencia, pero no con congoja: Diligenter, non anxie (D. Ambros.). Como quien dice: No nos impidan el orar, porque me impide lo más importante para el logro del mismo trabajo. Y añade con san Bernardo en otra parte, que salga de la oración el alma del obispo al trabajo, despidiendo centellas, recibidas en la misma oración: Memento, quod omnia debent servire spiritui: et post Orationem igneant, maneant cineres aestuantes ad tempora negotiorum (Ubi sup.).

32. Por todo eso, hablando el mismo san Bernardo con el pontífice Eugenio, llama malditas ocupaciones a las que quitan del todo la oración al prelado, aunque sean de su mismo oficio; porque le quitan la luz, y el calor, y la gracia, para servir bien el oficio. Y así, ponderando este daño, le dice: Ad hoc (esto es al corazón duro) te trahent maledictae istaae occupationes, si totum te dederis illis, nihil tibi relinquens (D. Bern. lib. 1, de Confid. ad Eug. Pontíf.). Harante el corazón duro estas malditas ocupaciones, si todo te entregas a ellas, todo descuidado de ti.

Todo esto lo enseña admirablemente santa Teresa, donde dice: Que desde lo alto de la oración se ve todo el obispado. Porque con la luz de Dios ve el que ora al obispo, y a su obispado; y sin oración, ni ve al obispado, ni ve al obispo; porque no ve sin oración el obispo.

33. Adviértase en el número decimoquinto, donde habla de las sequedades, que dice: Llevando el pensamiento divertido por una parte, y otra, y tras el pensamiento se va el corazón, y con todo eso no es poco el fruto de la oración; no quiere decir la Santa allí, que se va el corazón; esto es, el consentimiento en las tentaciones; porque no habla sino de la parte inferior, y sensitiva, resistiendo la superior.

Y así esto se ha de entender en dos casos. El primero, cuando los pensamientos que en la oración se ofrecen no son malos, sino fuera del intento, y distraen; como ocupaciones honestas, o otros negocios indiferentes, o cuidados, que en ese caso, tal vez se le aplica el corazón, y entonces no se peca.

El segundo, cuando son pensamientos, y tentaciones malas, y pecaminosas; y en ese caso, decir que se le va tras ellos el corazón, no es decir, que consiente la voluntad, sino que las inclinaciones de la voluntad, y los primeros movimientos del corazón mal mortificados quisieran irse tras ellas, si no hallasen la resistencia por la gracia en lo superior de la voluntad, perseverando, y negándose a ellas en la oración: y así ha de entenderse este lugar de la Santa. [38]

34. En el número decimosexto pone la excelente comparación del hijo que trabaja sin jornal, y después se lo lleva todo al cabo del año, que es lo que advirtió el padre de los dos hijos, obediente, y pródigo, diciendo al obediente: Hijo, todo es tuyo, cuanto es mío: a este he menester cobrar, que andaba perdido (Lc 45,31).

35. En el número decimoséptimo aplica la oración del Huerto a la de los atribulados, manifestando cuán alto, y puro espíritu enseñaba a la Santa en la teología mística, escolástica, y expositiva, que allí derrama, tratando de la parte superior, e inferior del alma de Cristo bien nuestro: declarándonos, cuán poco se padece en la oración, a vista de lo que el Señor padeció por nosotros en ella.

36. En el número decimoctavo, trae la comparación de la hormiga, para que andemos, no sólo ajustados, sino próvidos, y prevenidos en la oración. Esto es, que tengamos trabajado mucho en la oración en el tiempo desocupado, advirtiendo que a esto nos guía el Espíritu Santo, cuando remite al perezoso a la hormiga: Vade ad formicam, o piger (Pr 6,6). Para que como ella entroja en el verano para el invierno trigo, entrojemos nosotros oración en el desembarazado, para el de la ocupación.

Por eso advierte san Pascasio, abad, que oró tres veces el Señor en el Huerto, para suplir los tres días, que había de estar en el sepulcro: Ter rogat in oratione Dominum, quia tribus diebus futuros erat in corde terrae (S. Pasch. in , Mt 12). Pero en las tres horas de la cruz oró mucho más fuertemente; pues si en el Huerto oró, y sudó sangre, para vencer la aprensión de estos dolores, aquí oró, la derramó por todo su cuerpo, para vencer los dolores, que causaron, y despertaron la aprensión.

37. En el número décimo nono, para decir la limpieza con que se ha de estar en la oración, y al comunicarse con Dios, propone cortesanamente la comparación de los que van a bodas; y en esto imita al Señor, que la puso, para explicar la limpieza con que ha de ser recibido sacramentado: y lo que el Señor aplica al misterio Eucarístico, pide la Santa, que tengamos para el Señor adorado, y reverenciado por la oración. ¿Pues quién es el que va a la audiencia del rey, que no se componga, se limpie, y disponga? ¿Y qué ha de causar la presencia divina en el alma, sino pureza, y limpieza interior?

38. En el número vigésimo, luego después de haber enseñado, como un serafín a este santo lo que debe hacer, se despide dél con cien mil humildades: y no sabe donde ponerse, para ser deshecha, la que no sabemos donde ponerla, para ser venerada.

39. También debe advertirse, que siendo las virtudes de que se compone el ministerio pastoral, tantas, y tan multiplicadas, no le habló a este señor obispo, sino de la oración. Lo primero, porque era señal, que tenía todas las demás. Lo segundo, por la modestia singular de la Santa, que sólo trató de su profesión. Lo tercero, porque con la oración juzgó, que le aplicaba el remedio de todos los daños, y el fomento de todas las virtudes; pues de ella se puede decir lo que el Espíritu Santo dice de la sabiduría: Et venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sg 7, v.11). [39]

40. Finalmente, no acierto a despedirme de esta celestial carta, y siento hallarme atado con la rigorosa clausura de notas; aunque en éstas me he dilatado sobradamente, y casi he llegado a comento. Pero merécelo la intención de la Santa, y nuestra necesidad; y más la mía, y la importancia de que tengamos oración los prelados. Y así verdaderamente esta carta, y sus vivas razones, no habían de estar estampadas sólo en el papel, sino en los corazones de los que servimos en este importante, y peligroso ministerio de almas.




Teresa III Cartas 8