Audiencias 1981 41

Miércoles 9 de diciembre de 1981

Espiritualización y divinización del hombre en la futura resurrección de los cuerpos

42 1. "En la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo" (Mt 22,30 análogamente Mc 12,25). "Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección" (Lc 20,36).

Tratemos de comprender estas palabras de Cristo referentes a la resurrección futura, para sacar de ellas una conclusión sobre la espiritualización del hombre diferente de la de la vida terrena. Se podría hablar aquí incluso de un sistema perfecto de fuerzas en las relaciones recíprocas entre lo que en el hombre es espiritual y lo que es corpóreo. El hombre "histórico", como consecuencia del pecado original, experimenta una imperfección múltiple de este sistema de fuerzas, que se manifiesta en las bien conocidas palabras de San Pablo: "Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente" (Rm 7,23).

El hombre "escatológico" estará libre de esa "oposición". En la resurrección, el cuerpo volverá a la perfecta unidad y armonía con el espíritu: el hombre no experimentará más la oposición entre lo que en él es espiritual y lo que es corpóreo. La "espiritualización" significa no sólo que el espíritu dominará al cuerpo, sino, diría, que impregnará plenamente al cuerpo, y que las fuerzas del espíritu impregnarán las energías del cuerpo.

2. En la vida terrena, el dominio del espíritu sobre el cuerpo —y la simultánea subordinación del cuerpo al espíritu—, como fruto de un trabajo perseverante sobre sí mismo, puede expresar una personalidad espiritualmente madura; sin embargo, el hecho de que las energías del espíritu logren dominar las fuerzas del cuerpo, no quita la posibilidad misma de su recíproca oposición. La "espiritualización", a la que aluden los evangelios sinópticos (Mt 22,30 Mc 12,25 Lc 20,34-35) en los textos aquí analizados, está ya fuera de esta posibilidad. Se trata, pues, de una espiritualización perfecta, en la que queda completamente eliminada la posibilidad de que "otra ley luche contra la ley de la... mente" (cf. Rm 7,23). Este estado que —como es claro— se diferencia esencialmente (y no sólo en grado) de lo que experimentamos en la vida terrena, no significa, sin embargo, "desencarnación" alguna del cuerpo ni, consiguientemente, una "deshumanización" del hombre. Más aún, significa, por el contrario, su "realización" perfecta. Efectivamente, en el ser compuesto, psicosomático, que es el hombre, la perfección no puede consistir en una oposición recíproca del espíritu y del cuerpo, sino en una profunda armonía entre ellos, salvaguardando el primado del espíritu. En el "otro mundo", este primado se realizará y manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de oposición alguna por parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo como una "victoria" definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección consistirá en la perfecta participación por parte de todo lo corpóreo del hombre en lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la realización perfecta de lo que en el hombre es personal.

3. Las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el "otro mundo" será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de fundamental "divinización" de su humanidad. Los "hijos de la resurrección" —como leemos en Lucas 20, 36 — no sólo "son semejantes a los ángeles", sino que también "son hijos de Dios". De aquí se puede sacar la conclusión de que el grado de espiritualización, propia del hombre "escatológico", tendrá su fuente en el grado de su "divinización", incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de "divinización". La participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma, sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre.Hablamos aquí de la "subjetividad" (y no sólo de la "naturaleza") porque esa divinización se entiende no sólo como un "estado interior" del hombre (esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios "cara a cara", sino también como una nueva formación de toda la subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios en su misterio trinitario y de la intimidad con El en la perfecta comunión de las personas. Esta intimidad —con toda su intensidad subjetiva— no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena.

4. La "divinización" en el "otro mundo", indicada por las palabras de Cristo aportará al espíritu humano una tal "gama de experiencias" de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios "cara a cara", participará también, a su modo, el cuerpo humano. Cuando Cristo dice que los que participen en la resurrección futura "ni se casarán ni serán dadas en matrimonio" (Mc 12,25), sus palabras —como ya hemos observado antes— afirman no sólo el final de la historia terrena, vinculada al matrimonio y a la procreación, sino también parecen descubrir el nuevo significado del cuerpo. En este caso, ¿es quizá posible pensar —a nivel de escatología bíblicaen el descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo, sobre todo como significado "virginal" de ser, en cuanto al cuerpo, varón y mujer? Para responder a esta pregunta que surge de las palabras referidas por los sinópticos, conviene penetrar más a fondo en la esencia misma de lo que será la visión beatífica del Ser Divino, visión de Dios "cara a cara" en la vida futura. Es preciso también dejarse guiar por esa "gama de experiencias" de la verdad y del amor, que sobrepasa los límites de las posibilidades cognoscitivas y espirituales del hombre en la temporalidad, y de la que será partícipe en el "otro mundo".

5. Esta "experiencia escatológica" del Dios viviente concentrará en sí no sólo todas las energías espirituales del hombre, sino que al mismo tiempo, le descubrirá, de modo vivo y experimental, la "comunicación" de Dios a toda la creación y, en particular, al hombre; lo cual es el "don" más personal de Dios en su misma divinidad, al hombre; a ese ser, que desde el principio lleva en sí la imagen y semejanza de El. Así, pues, en el "otro mundo" el objeto de la "visión" será ese misterio escondido desde la eternidad en el Padre, misterio que en el tiempo ha sido revelado en Cristo, para realizarse incesantemente por obra del Espíritu Santo; ese misterio se convertirá, si nos podemos expresar así, en el contenido de la experiencia escatológica y en la "forma" de toda la existencia humana en las dimensiones del "otro mundo". La vida eterna hay que entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia de esa gracia (= charis) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá revelarse a los que participarán del "otro mundo" en toda su penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante.

Suspendemos aquí nuestra reflexión centrada en las palabras de Cristo, relativas a la futura resurrección de los cuerpos. En esta "espiritualización" y "divinización", de las que el hombre participará en la resurrección, descubrimos —en una dimensión escatológica— las mismas características que calificaban el significado "esponsalicio" del cuerpo; las descubrimos en el encuentro con el misterio del Dios viviente, que se revela mediante la visión de El "cara a cara".

Saludos

Las palabras de Cristo en el sentido de que los resucitados no tomarán mujer ni marido, sino que serán como los ángeles de Dios, indican que tras la resurrección se dará una tal espiritualización del hombre, que, superando toda oposición anterior, establecerá una perfecta armonía entre cuerpo y espíritu. Se dará también en el hombre escatológico uan divinización, o sea participación más viva en la vida divina que se comunicará a toda la subjetividad del hombre llamado a una profunda intimidad con Dios. Esto le dará una experiencia de la verdad y del amor como no había podido conseguir sobre la tierra y que tendrá en cambio en la visión de Dios cara a cara.

A todos y cada uno de los presentes de lengua española doy mi saludo y mi cordial bendición.





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Miércoles 23 de diciembre de 1981



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. La audiencia de hoy se celebra en el clima de la Navidad ya cercanísima, que habla con tanta elocuencia a la mente y al corazón. La liturgia del Adviento nos ha preparado espiritualmente a revivir el misterio que ha marcado un cambio en la historia humana: el nacimiento de un Niño, que es también el Hijo de Dios, el nacimiento del Salvador.

Se trata de una celebración que ha cambiado realmente el rostro del mundo. ¿Acaso no es un testimonio de ello la misma atmósfera jubilosa que se respira por las calles de las ciudades y de los pueblos, en los lugares de trabajo, en la intimidad de nuestras casas? La fiesta de la Navidad ha entrado en las costumbres como celebración incontrastable de alegría y de bondad y como ocasión y estímulo para un pensamiento noble, para un gesto de altruismo y de amor. Esta floración de generosidad y de cortesía, de atención y delicadezas, coloca a la Navidad entre los momentos más bellos del año, más aún, de la vida, imponiéndose incluso a los que no tienen fe y, sin embargo, no logran substraerse a la fascinación que brota de esta palabra mágica: Navidad.

Esto explica también el aspecto lírico y poético que envuelve a esta fiesta: ¡Cuántas melodías bucólicas, cuántas canciones dulcísimas han brotado en torno a este acontecimiento! Y, ¡qué carga de sentimientos o, a veces, de nostalgia, sabe suscitar! La naturaleza que nos rodea adquiere en este día un lenguaje dulce e inocente, que nos hace saborear la alegría de las cosas sencillas y verdaderas, hacia las cuales aspira nuestro corazón, aún sin saberlo.

2. Pero detrás de este aspecto sugestivo, he aquí inmediatamente la manifestación de otros que alteran su limpidez e insidien su autenticidad. Se trata de los aspectos puramente exteriores y consumísticos de la fiesta, que hacen correr el riesgo de vaciar a la solemnidad de su significado auténtico, cuando se toman no como expresión de la alegría interior que la caracteriza, sino como elementos principales de ella, o casi como su única razón de ser.

La Navidad pierde entonces su autenticidad, su sentido religioso, y se convierte en ocasión de disipación y derroche, cayendo en exterioridades inconvenientes y descomedidas, que suenan a ofensa para aquellos a quienes la pobreza condena a contentarse con las migajas.

3. Es necesario recuperar la verdad de la Navidad en la autenticidad del dato histórico y en la plenitud del significado que trae consigo.

El dato histórico es que en un determinado momento de la historia y en una cierta región de la tierra, de una humilde mujer de la estirpe de David nació el Mesías, anunciado por los Profetas: Jesucristo Señor.

El significado es que, con la venida de Cristo, toda la historia humana ha encontrado su salida, su explicación, su dignidad. Dios nos ha salido al encuentro en Cristo, para que pudiéramos tener acceso a Él. Mirándolo bien, la historia humana es un anhelo ininterrumpido hacia la alegría, la belleza, la justicia, la paz. Se trata de realidades que sólo en Dios pueden encontrar su plenitud. Pues bien, la Navidad nos trae el anuncio de que Dios ha decidido superar las distancias, salvar los abismos inefables de su trascendencia, acercarse a nosotros, hasta hacer suya nuestra vida, hasta hacerse nuestro hermano.

Así, pues: ¿buscas a Dios? Encuéntralo en tu hermano, porque Cristo se ha como identificado ya en cada uno de los hombres. ¿Quieres amar a Cristo? Ámalo en tu hermano, porque todo lo que haces a uno cualquiera de tus semejantes, Cristo lo considera hecho a Él. Si te esfuerzas, pues, en abrirte con amor a tu prójimo, si tratas de establecer relaciones de paz con él, si quieres poner en común tus recursos con el prójimo, para que tu alegría, al comunicarse, se haga más verdadera, tendrás a tu lado a Cristo y con Él podrás alcanzar la meta que sueña tu corazón: un mundo más justo y, por lo tanto, más humano.

44 Que la Navidad nos encuentre a cada uno comprometidos a descubrir de nuevo su mensaje, que parte del pesebre de Belén. Hace falta un poco de valentía, pero vale la pena, porque sólo si sabemos abrirnos así a la venida de Cristo, podremos experimentar la paz anunciada por los ángeles en la noche santa. Que la Navidad constituya para todos vosotros un encuentro con Cristo, que se ha hecho hombre para dar a cada hombre la capacidad de hacer se hijo de Dios.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Agradezco vuestra felicitación navideña y saludo con afecto a todos los aquí presentes de lengua española, de modo particular al grupo catequista Dolores Sopeña, a los numerosos miembros de la peregrinación compuesta por españoles y mexicanos, así como a los peregrinos de Colombia y otros países latinoamericanos.

Dentro de unos días celebraremos la Natividad del Señor, la venida del Hijo de Dios para ser el Redentor del hombre. Es el gran misterio del acercamiento de Dios a nosotros, para así acercarnos a Él y revelarnos la medida de nuestra dignad; como hombres, como depositarios de una vocación eterna, de unos valores que no acaban con nuestra dimensión terrena.

El Dios-con-nosotros, nacido en Belén por amor nuestro, es la gran elección del amor de Dios al hombre, a cada hombre. Preparémonos, pues, para celebrar en ese espíritu la Navidad. Abriendo nuestro corazón a los demás, sobre todo a los que sufren, a los necesitados, a los que padecen por falta de paz. En el amor de Cristo que a todos nos hermana, descubramos de veras en cada hombre un hermano. Esa ha de ser la Navidad cristiana, no fiesta de consumismo, sino celebración del amor solidario.

Que el príncipe de la Paz os acompañe especialmente en las próximas Fiestas. Con mi cordial bendición apostólica.





Miércoles 30 de diciembre de 1981



1. Es ésta la última audiencia general del año 1981.

Mientras saludo cordial y afectuosamente a todos los presentes, no puedo dejar de pensar, al menos por un momento, en el año que acaba y recordar con vosotros los innumerables encuentros que han tenido lugar en esta sala, en la basílica vaticana y en la plaza de San Pedro, así como en las otras continuas audiencias celebradas en el Palacio Apostólico. ¡Cuántos peregrinos han venido a Roma, de todas las partes del mundo, para orar junto a la tumba de Pedro! ¡Cada uno con su corazón lleno de alegría y entusiasmo, o también con el peso de penas y dudas interiores! Peregrinaciones diocesanas y parroquiales, asociaciones y escuelas, órdenes y congregaciones religiosas. ¡Un río impresionante de fieles, de turistas, de personas sensibles a las realidades espirituales, se han sucedido en estas audiencias generales, personas llenas de entusiasmo, impregnadas de fe y de oración! ¡Por todo esto damos juntos gracias al Señor! También las audiencias generales son expresión de la misteriosa exigencia de lo divino, arraigada en el hombre, son instrumento y vínculo de gracia, medio de comunión y de fraternidad.

2. Vivimos todavía en la atmósfera navideña, caracterizada por la conmemoración litúrgica del nacimiento del Verbo Divino en la humildad y en el silencio de la gruta de Belén. Estos días nos hemos arrodillado ante el pesebre: nuestra fe, basada en los documentos históricos de los Evangelios. nos dice que en la cuna de Belén adoramos al Verbo Encarnado, a Dios hecho hombre por nuestra salvación. La Navidad nos hace pensar en el acontecimiento central y determinante de la historia: ¡La Encarnación de Dios! En el Niño de Belén adoramos al Hijo de Dios, al Verbo por medio del cual ha sido creado todo y sin Él nada de cuanto existe ha sido hecho. En El estaba la vida y la vida es la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas... "De su plenitud hemos recibido todos gracia tras gracia.... porque la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo" (cf. Prólogo de San Juan). En efecto, Jesús es "el esplendor de la gracia de Dios y la impronta de su sabiduría y El sostiene todo con su poderosa palabra" (cf. Heb He 1).

45 El ángel dice a los hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes, como dice a los pastores: "Os anuncio una gran alegría, que es para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor". Y, lo mismo que los pastores, es necesario decidir: "Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor" (cf. Lc Lc 2,8-15).

¡Es preciso ir a Belén para conocer la verdad! Hay que volver a Belén para poder comprender algo del significado auténtico de nuestra vida y de nuestra historia. Es decir, hay que interpretar las vicisitudes del hombre en la tierra, en este ilimitado y desconocido universo, a la luz de la Encarnación del Verbo. La Navidad es mensaje de verdad por lo tanto, de alegría.

3. Ante el pesebre, con espíritu de adoración. en esta última audiencia general del año, reflexionemos, ante todo, sobre el tiempo que pasa, que se va inexorablemente, y se lleva consigo nuestras breves existencias. Jesús, con su palabra divina, nos quita la angustia del vacío insensato y nos dice que en la curva gigantesca y misteriosa del tiempo toda la historia humana se reduce únicamente a un retorno a la casa del Padre, un retorno a la patria; y por esto, también cada una de las existencias forma parte de este inmenso retorno. Nacer significa comenzar el camino hacia el Padre; vivir significa recorrer, cada día, cada hora, un tramo de camino en el retorno a la propia casa.

Al pensar de modo particular en este atormentado año que acaba, recordemos cómo el mensaje de Navidad afirma con absoluta certeza que, aún en medio de las contradicciones de la historia humana, Dios está siempre presente. El que, al crear al hombre inteligente y libre, ha querido esta historia con tantas cumbres sublimes y tan trágicos abismos, no abandona a la humanidad. La Navidad es la garantía de que el Altísimo nos ama y que su Omnipotencia se entrelaza, de modo casi siempre oscuro e insondable para nosotros, con su Providencia. por lo que debemos recordar las palabras de San Pablo a los Corintios: "No juzguéis antes de tiempo, mientras no venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos de los corazones, y entonces cada uno tendrá la alabanza de Dios" (1Co 4,5). Un gran pensador del siglo pasado, el cardenal Newman, se expresaba así en un sermón: "La mano de Dios está siempre sobre aquellos que le pertenecen y los guía por senderos desconocidos. Lo más que ellos pueden hacer es creer la que todavía no logran ver y verán después y, permaneciendo firmes en la fe, colaborar con Dios en esa dirección" (Parochial and Plain Sermon, 7 de mayo de 1837).

Finalmente, mirando al próximo año, que comenzaremos dentro de poco, es humano sentir cierta ocupación por lo que podrá suceder, al no saber nada del futuro. Sin embargo, la luz de Navidad nos ilumina también a este respecto: sabemos que, si es verdad que continuará la lucha entre el bien y el mal, Dios estará siempre conduciendo la historia. Y nosotros nos empeñaremos en ofrecer nuestra colaboración al plan divino de la salvación, prometida a cada uno de los hombres.

4. La alegre coincidencia de esta audiencia me permite daros a todos las felicitaciones más cordiales de un feliz año nuevo, en la gracia de Dios, en la paz, en la serenidad, en amor recíproco; a todos.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Al saludaros hoy, en la última audiencia de este año, no puedo dejar de recordar por un instante los encuentros mantenidos con peregrinos de diversos países y continentes en esta misma Aula, en la Basílica Vaticana y en la Plaza de San Pedro: encuentros que corroboran los vínculos de comunión eclesial y de amor fraterno.

La navidad nos hace vivir en estos días un hecho único en la historia del mundo: el Hijo de Dios se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación. reflexionemos sobre la caducidad de la vida ante el pesebre, donde está recostado el Niño. Nacer significa comenzar el camino que nos conduce a la casa del Padre Eterno. Y aunque, mirando el futuro, podamos sentir cierto temor por lo que pueda suceder, no olvidemos que Dios es nuestra Luz, que nos ama y está presente siempre en nuestras vidas. Esforcémonos en ofrecer nuestra colaboración al plan divino de salvación prometida a todos y cada uno. Con mis mejores deseos de paz y felicidad para el nuevo año, me es grato impartiros la bendición apostólica, que extiendo cordialmente a todas vuestras familias.



























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