Discursos 1981








1                                                                                   Enero de 1981



A LA FEDERACIÓN DE ORGANISMOS CRISTIANOS


DE SERVICIO INTERNACIONAL VOLUNTARIO


Sábado 31 de enero de 1981



1. Con sentimientos de viva alegría me dirijo a vosotros, jóvenes, hombres y mujeres, responsables y miembros de la Federación de Organismos cristianos de servicio internacional voluntario.

En una sociedad de la que tan a menudo se han puesto de relieve las sombras y las manifestaciones deteriores, vosotros me ofrecéis el testimonio de la permanencia de vivaces y genuinas energías espirituales. He comprobado con placer el número elevado de organismos que confluyen en vuestra Federación: según la última documentación que he tenido, son 34, cada uno con su fisonomía particular, sus características y su propio campo de acción. Algunos de ellos han realizado una experiencia de adelantados en el sector de los servicios voluntarios: otros se han formado luego en el clima eclesial suscitado por el Concilio Vaticano II.

¿Cómo puede extrañarnos el hecho de que en las comunidades cristianas, cuando son juvenilmente vivas y pujantes, germinen, como sobre un terreno privilegiado de cultivo, grupos de voluntarios, deseosos de ponerse al servicio de la fraternidad universal para la construcción de un mundo más justo y más humano, según el próvido designio de Dios? En efecto, el voluntariado es como el signo y la expresión de la caridad evangélica, que es don gratuito y desinteresado de sí mismo al prójimo, sobre todo a los más pobres y más necesitados. En una sociedad dominada por el deseo de tener y de poseer para consumir, vosotros habéis hecho una elección típicamente cristiana: la de la primacía del dar. Es en el misterio de la libre y total donación de Cristo al Padre y a los hermanos donde vuestro voluntariado tiene su fuente y encuentra su más alto y convincente modelo. Cristo "dio su vida por nosotros" —escribe el Apóstol San Juan; que de esta comprobación saca la consecuencia—: "y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos" (1Jn 3,16). Convertidos en discípulos e imitadores de Cristo, vosotros os ponéis al servicio de los hermanos no sólo para realizar la justicia social, sino impulsados en primer lugar por "esa fuerza más profunda que es el amor" (Dives in misericordia DM 12).

Debe ser precisamente esta dimensión de fe y de caridad la que cualifique vuestra opción y confiera una huella totalmente especial a vuestro proyecto de vida y a vuestro estilo de acción de voluntarios cristianos. Querría invitaros a profundizar y a interiorizar en la meditación, en la oración, en la celebración eucarística, en una continua conversión a los valores evangélicos: ésta es la motivación fundamental que debe estar y permanecer en la base de vuestras elecciones. De ella podéis sacar siempre nueva inspiración y nuevas energías creativas. De tal manera, vuestra opción de vida no nacerá de un vacío existencia! para ir hacia una evasión, sino que brotará de una plenitud espiritual para orientarse hacia la construcción del Reino de Dios.

2. Animados por este ideal, unos 500 miembros de organismos de vuestra Federación han dejado su comunidad de origen, la familia, la patria, los amigos, una situación confortable, y se han ido, como enviados de una Iglesia local, para compartir la existencia, los problemas, las angustias y las aspiraciones de los hermanos de Asia, de África, de América Latina. Se han puesto al servicio de hombres, mujeres y niños pobres, hambrientos, que sufren en el cuerpo y en el espíritu, que carecen de acceso a la instrucción, a veces humillados en su misma dignidad humana.

Su ideal es también vuestro ideal. Vosotros no queréis exportar ideologías o imponer modelos culturales. Miráis con simpatía y amor al hombre en su ser concreto y en la verdadera y total realidad de su ser y de su destino. Vuestra misión es favorecer una toma de conciencia de la dignidad humana y cristiana integral, que promueva un proceso de maduración de la comunidad en la que os insertáis.

El cristiano no reduce este desarrollo sólo a la dimensión económica, social, cultural y política, por importante que sea. En efecto, si la actividad quedara limitada a este plano, sería insuficiente y correría el riesgo de resultar ambigua. En el horizonte de la fe que os ha hecho descubrir en Cristo lo que es el ser humano y cuáles son sus exigencias y su fin supremo, vosotros desempeñáis vuestra misión al servicio del hombre en su totalidad de ser material y al mismo tiempo de sujeto trascendente, criatura de Dios, redimido por Cristo, llamado a la comunión de vida con Dios y a la fraternidad universal, sobre el fundamento de la justicia y del amor.

3. Sacar a la luz el contenido y el fin de vuestra misión significa exponer sus títulos de nobleza, de belleza y de magnanimidad. Pero precisamente porque el servicio voluntario cristiano internacional es una misión elevada, no se puede ocultar que también es difícil, exigente, expuesto a riesgos.

Quien lo afronta debe estar, por tanto, provisto de específica competencia profesional y técnica, y sobre todo debe poder contar con una personalidad madura. No se pueden improvisar "voluntarios" sólo sobre las alas del entusiasmo, sin las necesarias y comprobadas cualidades de carácter. En efecto, tal servicio exige espíritu de pobreza, capacidad de prestar la propia obra sin ostentación, mas con discreta y cordial amistad. Requiere también entrenamiento en el sacrificio, actitud de escucha, sensibilidad ante los valores culturales y espirituales del ambiente, prudencia en los juicios, discernimiento en las elecciones, testimonio de vida auténticamente cristiana. Sólo con estas condiciones será posible ayudar a los hermanos y a las comunidades a que "crezcan", hasta convertirse en protagonistas de su historia.

2 De todo esto se ve lo necesario que es un adecuado tiempo de formación y lo cuidada que debe ser ésta. También se ve la exigencia de realizar elecciones inteligentes y prudentes, cuando se trata de enviar voluntarios en misión, teniendo en cuenta no sólo los deseos, riño también la preparación específica, las cualidades y el temperamento de las personas, como también las características dd lugar y del puesto de servicio.

El campo que se abre ante vuestra solercia es amplísimo. Al exhortaros a que perseveréis generosamente en los compromisos adquiridos, confío cada uno de vosotros y todos los organismos de la Federación a María, Madre de la Iglesia. Que la Virgen Santísima os acompañe con su maternal intercesión y su ejemplo en el camino de vuestro servicio voluntario y lo haga gozoso para vosotros, fructífero para la Iglesia, ejemplar para él mundo. Sobre todos invoco abundantes favores celestiales, en prenda de los cuales os imparto a vosotros y a cuantos militan en vuestras organizaciones la propiciadora bendición apostólica.










DURANTE SU VISITA A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD SALESIANA


Sábado 31 de enero de 1981



Venerados hermanos y queridísimos hijos:

1. A la alegría que habéis querido manifestar al recibirme, abriendo vuestra casa y vuestros corazones, correspondo con igual gozo, hecho más límpido y vivo al coincidir hoy con la fiesta de vuestro inspirador y padre, San Juan Bosco, al que podríamos llamar también fundador de la Pontificia Universidad Salesiana. Efectivamente, de él, insigne modelo de santidad y de sabiduría cristiana, toma vuestro Instituto impulso singular y alimento espiritual, para la propia misión en el campo de los estudios y para su organización práctica.

El conjunto de iniciativas y de empresas apostólicas, que han brotado del carisma peculiar del Santo, llamadas "Obras de Don Bosco", son un don del Espíritu a la Iglesia. Para ser, pues, realmente fieles a sí mismas, deben vivir y actuar con profunda conciencia eclesial, para lograr el encuentro de la Iglesia con el hombre de hoy, y especialmente con la juventud de hoy, haciéndose para ellos camino hacia Cristo y el Padre.

2. Animado por esta visión y sostenido por idéntico amor a la Iglesia, os dirijo hoy a todos afectuosos saludos. Deseo saludar, ante todo, al cardenal William Baum, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, y a su inmediato colaborador, mons. Antonio Javierre, que ha sido, durante varios años, rector de esta Universidad. Con igual intensidad de sentimiento saludo también al reverendísimo rector mayor de la Sociedad Salesiana, al rector magnífico de la Universidad, a todo el cuerpo académico, a los alumnos y alumnas.

Os digo a todos: Tened conciencia viva de la tarea eclesial primaria de vuestra Universidad.

Se lo digo en particular a los salesianos que aquí trabajan y a los que aquí realizan sus estudios, como también a todos los demás estudiantes y colaboradores: eclesiásticos, religiosos, religiosas, laicos y laicas. En este sentido deseo atraer la atención también de esa porción de estudiantes que, aunque no pertenece a la Iglesia católica, encuentran aquí, en el nombre de ella y en virtud de ella, una acogida calurosa, una sincera y leal amistad, un espacio auténtico y un instrumento válido para sus estudios y para su preparación a la vida.

3. El rector, en sus amables palabras de saludo, ha dicho que vuestro Instituto de altos estudios es "una pequeña universidad, la última que ha llegado" al coro de las Universidades Eclesiásticas Romanas.

Efectivamente, acerca de vuestra Universidad es más justo hablar de crónica, que de historia, pues tan joven es su existencia. "Las casas de formación", fundadas por Don Bosco, se convirtieron con el tiempo en centros internacionales. En 1940, tres de ellos obtuvieron el estatuto de facultades eclesiásticas, respectivamente de teología, derecho canónico y filosofía, orgánicamente insertadas en el Pontificio Ateneo Salesiano. El Instituto de pedagogía, que existía desde el comienzo, también llegó a madurez académica y a autonomía jurídica en 1961, como facultad de ciencias de la educación. En 1971, el "Pontificium Institutum Altioris Latinitatis" quedó encuadrado en el Ateneo como "facultad de literatura cristiana y clásica". Finalmente, el 24 de mayo de 1973, con el Motu proprio "Magisterium vitae", el Papa Pablo VI promovió el Ateneo a Pontificia Universidad Salesiana. Por esto, es jovencísima y, como los jóvenes, está abierta a la vida y proyectada hacia el futuro.

3 En efecto, toda semilla es siempre pequeña, pero rica de promesas. Lo que importa es que sea vital, y se desarrolle en una planta de frutos buenos y abundantes. Que sea vuestro compromiso hacer que se conviertan ciertamente en sólidas realidades las muchas esperanzas que se han confiado a vuestra Institución.

Mi visita de hoy quiere ser expresión del afecto, del aprecio y de la solicitud que siento hacia vuestra Universidad. El Papa está muy interesado en el feliz éxito de este centro de estudios en la Iglesia y para la Iglesia.

En la reciente Constitución "Sapientia christiana", se incluye una disposición que establece la obligación para las Conferencias Episcopales de "promover con solicitud la vida y progreso de las Universidades y Facultades Eclesiásticas, dada su peculiar importancia eclesial" (art. 4). El Papa considera como su apremiante y dulce deber visitar los Ateneos Romanos. Después del encuentro con las Pontificias Universidades Gregoriana, "Angelicum", Lateranense, Urbaniana, heme ahora aquí en la Universidad Salesiana para traer mi aportación a vuestro desarrollo, promoviendo la realización de las directrices y de las orientaciones de la normativa eclesiástica, y en particular de la mencionada Constitución "Sapientia christiana".

Os invito, pues, a meditar, en particular, el proemio, que delinea el espíritu informador y basilar del Documento: esto es, la llamada a formular incesantemente una síntesis vital de las ciencias y de la praxis humanas con los valores religiosos, de manera que toda la cultura esté penetrada y unificada por ellos.

Llamada a formular constantemente una síntesis vital de las ciencias y de la praxis humanas con los valores religiosos

4. Quisiera advertir que vuestra Universidad se halla en una situación particularmente privilegiada para esta tarea. Efectivamente, la característica propia de ella es la que fluye del carisma de San Juan Bosco, es decir, la promoción del hombre integral, esto es, la formación intelectual, moral y social de la juventud, realizada a la luz del Evangelio. Vuestro santo fundador no tuvo temor de definir la esencia de su obra con estas precisas palabras: "Esta Sociedad era desde el comienzo un simple catecismo" (Memorie biografiche, 9, 61), confirmando este programa en el reglamento para el Oratorio.

En armonía consecuente con esta visión, las constituciones de los salesianos establecen: "La actividad evangelizadora y catequística es la dimensión fundamental de nuestra misión. Como salesianos somos todos y en toda ocasión educadores de la fe" (art. 20). Don Pietro Ricaldone, después, venerado sucesor de Don Bosco, al pedir la erección de las facultades del Ateneo salesiano, delineó claramente sus finalidades con estas palabras: "Preparar cada vez mejor a los salesianos para la alta misión de educadores según el sistema preventivo que nos dejó en herencia preciosa nuestro fundador".

Siempre en el marco de este planteamiento, los últimos dos capítulos generales de los salesianos han emanado esta declaración solemne y programática:

"Los salesianos, consagrados al servicio de los jóvenes, especialmente de los más pobres, para ser entre ellos presencia eficaz del amor de Dios, consideran la catequesis juvenil como la primera actividad del apostolado salesiano; esto exige ciertamente reflexión y reorganización de todas las obras en función predominante de la formación del hombre en la fe".

Es claro que la Pontificia Universidad Salesiana, sin detrimento para su carácter de Instituto de estudios superiores, está llamada a potenciar su función evangelizadora, en clave específicamente "catequética".

Vivid, pues, esta vocación típicamente salesiana en favor del hombre de hoy y en particular de la juventud. Podría sintetizarse en una frase programática, que incluso privilegiando —como es normal en una estructura universitaria— la esfera del conocimiento, sin embargo, comprenda todo el proyecto de vuestra Universidad: "Conocer a Dios en el hombre y conocer al hombre en Dios". Lo que, más en concreto, lleva consigo, "conocer a Cristo en el hombre y conocer al hombre en Cristo".

4 5. Es, pues, obvio que vuestro trabajo debe desarrollarse con una orientación sustancialmente teocéntrica y cristocéntrica, para convertirse después en trabajo auténticamente antropocéntrico. No se trata de cerrarse en la ciudadela del estudio, dejando que el mundo recorra sus caminos, sino más bien de subir, como vigilantes centinelas, a la torre de la fe, aprovechándose de todos los auxilios de la ciencia, para indagar, bajo una luz superior y verdaderamente divina, en el camino presente y en la suerte del hombre, para intervenir oportuna y eficazmente en su ayuda, impulsando a todos, en cuanto sea posible, a un encuentro determinante con la Verdad que ilumina y que salva al hombre y a su historia.

Como he aludido antes, la promoción del hombre integral entra en la misión específica de la Pontificia Universidad Salesiana. En ella está la facultad de ciencias de la educación, la cual caracteriza notablemente a todo el Ateneo; facultad que se podría definir como expresión del carisma propio de los hijos y de las hijas de Don Bosco, teniendo tal facultad la tarea de profundizar en esas ciencias que tienen como objeto al hombre. A nadie pasa inadvertido que hoy se han desarrollado humanismos cerrados en visiones puramente económicas, biológicas y sicológicas del hombre, con la consiguiente insuficiencia para penetrar en el misterio del hombre mismo. Impulsar esta penetración forma parte de la misión específica de esta benemérita Universidad.

6. Encaminándome ya a la conclusión de mis palabras, deseo en particular exhortaros a tener vivo y profundo el sentido de la responsabilidad eclesial, como nota esencial de vuestra tarea. Este sentido de responsabilidad representa la nota distintiva de un Ateneo católico, llamado a formar a los estudiantes, sacerdotes y laicos, a fin de que sean maestros calificados de la enseñanza de Cristo, según el mandato: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas..., y enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (
Mt 28,19-20). En la práctica, una actitud responsable ante la Iglesia lleva consigo lealtad hacia la Sede Apostólica, hacia la sagrada jerarquía, hacia el Pueblo de Dios, y para vosotros, sobre todo, hacia los jóvenes que anhelan el conocimiento cierto de la verdad. Ellos tienen el derecho de no ser turbados por hipótesis o por tomas de posición aventuradas, que aún no tienen la capacidad de juzgar (cf. Pablo VI: AAS 1977, pág. 589). ¡Ved qué campo tan inmenso de reflexión, de donación y de aplicación se abre ante todos y ante cada uno!

Efectivamente, el camino ordinario de la salvación está constituido por el conocimiento del mensaje de Cristo, transmitido íntegro y operante por la Iglesia, y está constituido también por su realización concreta mediante la observancia de la ley moral, natural y revelada. Vuestro estudio universitario debe profundizar en las distintas ciencias, y particularmente en el conocimiento del hombre con su historia y con su sicología; debe interpretar de modo actualizado y sensible las exigencias y los problemas de la sociedad moderna, pero teniendo presente, por encima de todo, que la Verdad viene de lo alto, y que la ciencia auténtica debe ir constantemente acompañada por la humildad de la razón, por el sentido de la adoración y de la oración, por la ascética de la propia santificación personal.

De esta actitud orgánica y lineal deriva, para un Instituto eclesiástico de estudios superiores, la necesidad de tener como punto de referencia el conocimiento del dato revelado como marco de conjunto, organizador y crítico a un tiempo. Sólo dentro de él deberá realizarse la actividad de investigación y de enseñanza, de modo que el necesario diálogo entre las varias disciplinas y las diversas estructuras universitarias sirva para iluminar correctamente los contenidos de la fe con las aportaciones de las ciencias humanistas y de las ciencias del hombre, dando, a la vez, a éstas la posibilidad de ejercitar una atención constante, profunda y no casual a los interrogantes y a las aportaciones de las ciencias teológicas. A este propósito afirma el Concilio Vaticano II: "Los que se dedican a las ciencias teológicas en los seminarios y universidades, empéñense en colaborar con los hombres versados en las otras materias, poniendo en común sus energías y puntos de vista. La investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe" (Gaudium et spes GS 62).

A la luz del ideal de verdad y de amor que animó a Don Bosco, se podrá continuar el diálogo con el mundo moderno, el diálogo con cada persona, un diálogo constructivo, elevador y transformante, que testimonie la certeza de la fe y que esté ansioso de llevar a todos a Cristo "Redentor del hombre".

7. Dejo a vuestra reflexión, queridísimos hijos e hijas, estos pensamientos. Los confío ante todo a las autoridades académicas y al cuerpo docente, pero los confío también a todos vosotros, alumnos y alumnas, porque, en la comunidad universitaria, sólo la cooperación de todos los miembros a un mismo fin y con idéntico espíritu puede construir realmente algo válido y estable.

Que os ilumine el Padre de las misericordias por medio de Cristo, Hijo de su amor, os sostenga el Espíritu de caridad, y os sirva de consuelo la intercesión de la Virgen Auxiliadora y de su fiel servidor, San Juan Bosco.

Os acompañe mi cordial bendición.










A LA SACRA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA Y A LO PENITENCIARIOS


DE LAS BASÍLICAS PATRIARCALES ROMANAS


Viernes 30 de enero de 1981



Señor cardenal,
5 reverendísimos padres penitenciarios:

Estoy particularmente contento al recibir juntamente a la Sagrada Penitenciaría y a todos los Colegios de los Padres Penitenciarios Menores, ordinarios y extraordinarios, de las Basílicas Patriarcales de la Urbe.

Mientras doy gracias al señor cardenal Penitenciario Mayor por las corteses expresiones con las que ha interpretado vuestros sentimientos, os doy cordialmente a todos la bienvenida a esta casa, que es la del Padre común, y deseo que este encuentro de fe y de caridad recíproca sea para todos los que lo vivimos una eficaz hora de gracia.

Es muy grande la satisfacción que me proporciona esta audiencia, porque tiene lugar mientras en la Iglesia se va leyendo y profundizando la Encíclica "Dives in misericordia"; vuestra función, bajo diversos aspectos, complementarios entre sí, está dedicada al ejercicio del ministerio de la misericordia divina; la Penitenciaría, pues, realiza una labor de delicadeza extrema y de no poca importancia, al ayudar al Papa en su función de las llaves y en la potestad de atar y desatar. El ámbito de su competencia se extiende a la Iglesia en toda su catolicidad, sin límites que se deriven del rito o del territorio. Los padres penitenciarios, además, por su origen de los más variados países del mundo, por la multiplicidad de las lenguas en que se expresan, y porque en realidad a ellos se dirigen con confianza eclesiásticos y fieles laicos de todo el mundo, cuando vienen "videre Petrum" (
Ga 1, 18, Vulg.), representan de hecho el ministerio de la reconciliación, que, por impulso del Espíritu Santo, igual que en Pentecostés, se ejercita sobre los "viri religiosi ex omni natione, quae sub caelo est" (Ac 2,5).

El Papa se sirve de la Sagrada Penitenciaría para salir al encuentro de los problemas y dificultades, que los fieles sienten y sufren en lo íntimo de sus conciencias. Esta tarea es característica de la Sagrada Penitenciaría: efectivamente, mientras otros dicasterios de la Santa Sede tratan de temas espirituales, ciertamente, pero en cuanto son objeto del régimen externo, la Sagrada Penitenciaría toca esos temas bajo el aspecto de la relación única, misteriosa y digna de la mayor reverencia, que cada una de las almas tiene con Dios, su Creador, Señor, Redentor y Ultimo Fin. De aquí, y por esto, el altísimo e inviolable secreto que concierne a las prácticas del Tribunal de la Sagrada Penitenciaría, porque se trata de absolución de censuras reservadas a la Santa Sede, de solución de dudas de conciencia, frecuentemente angustiosas, de equitativas y caritativas composiciones de obligaciones de religión o de justicia.

Y me resulta grato recordar cómo la Sagrada Penitenciaría, aparte la gracia de estado con la que el Señor socorre a todo el que en la Iglesia desempeña una tarea institucional, goza, en esta obra oculta de sanar y edificar las conciencias, del crédito de más de seis siglos de experiencia exquisita y, además, de aportaciones doctrinales, que le han llegado y le llegan de expertos teólogos y canonistas.

En íntima conexión con esta función, está la otra confiada a la Sagrada Penitenciaría, de "moderari" la concesión y aplicación de las sagradas indulgencias en toda la Iglesia. A este propósito quiero recordar que el amor, entendido sobrenaturalmente, a las indulgencias, ligadas como están con la realidad del pecado y del sacramento de la reconciliación, con la fe en el más allá, especialmente en el purgatorio, con la reversibilidad de los méritos del Cuerpo místico, es decir, con la Comunión de los Santos, es un título evidente de auténtica catolicidad. Me es grato decir al cardenal Penitenciario Mayor, a los prelados y a los oficiales de la Sagrada Penitenciaría, que tengo confianza en su labor y que les estoy agradecido por la ayuda que me prestan en mi ministerio apostólico; y quiero repetirles, con relación al estímulo que he dirigido otras veces a toda la Curia Romana, que detrás y por encima de los papeles, sigan viendo a las almas, el misterio de cada una de las almas, para cuya salvación ha querido el Señor la mediación de otras almas y de toda la Iglesia en su trabazón jerárquica.

Los padres penitenciarios de las Basílicas Patriarcales —como es sabido, los Franciscanos Conventuales en San Pedro, los Hermanos Menores en San Juan de Letrán, los Dominicos en Santa María la Mayor, los Benedictinos en San Pablo, todos ellos como penitenciarios— ordinarios; y, además, como penitenciarios extraordinarios, los miembros de otras beneméritas Familias religiosas, en San Pedro, y los de las respectivas familias de los Ordinarios en las otras tres Basílicas— llevan el "pondus diei et aestum" (cf. Mt Mt 20,12) de escuchar durante largas horas, cada día, y especialmente los días festivos, las confesiones sacramentales.

La Santa Sede, con la misma constitución de los Colegios de los Penitenciarios y con las normas particulares, mediante las cuales, eximiéndoles de las prácticas consuetudinarias o "ex lege" de las respectivas Familias religiosas, los consagra a dedicar la totalidad de su ministerio a las confesiones, trata de demostrar con hechos la veneración singularísima con la que mira a la práctica del sacramento de la penitencia y, especialmente, la forma que debe ser normal, esto es, la confesión auricular: Recuerdo aún la alegría y la emoción que experimenté, el pasado Viernes Santo, al bajar a la basílica de San Pedro para compartir con vosotros el alto y humilde y preciosísimo ministerio que ejercitáis en la Iglesia.

Deseo decir a los padres penitenciarios y además a todos los sacerdotes del mundo: dedicaos, a costa de cualquier sacrificio, a la administración del sacramento de la reconciliación, y tened la certeza de que él, más y mejor que cualquier recurso humano, que cualquier técnica sicológica, cualquier expediente didáctico y sociológico, construye las conciencias cristianas; en el sacramento de la penitencia, efectivamente, actúa Dios "dives in misericordia" (cf. Ef Ep 2,4). Y tened presente que todavía está vigente y lo estará por siempre en la Iglesia la enseñanza del Concilio Tridentino acerca de la necesidad de la confesión íntegra de los pecados mortales (Sess. XIV, cap. 5 y can. 7: Denz-Sch. 1679-1683; 1707); está vigente y lo estará siempre en la Iglesia la norma inculcada por San Pablo y por el mismo Concilio de Trento, en virtud de la cual, para la recepción digna de la Eucaristía debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal (Sess. XIII, cap. 7 y can. 11: Denz.-Sch. 1647; 1661).

Al renovar esta enseñanza y estas recomendaciones, ciertamente no se quiere ignorar que la Iglesia recientemente (cf. AAS 64, 1972, págs. 510-514), por graves razones pastorales y bajo normas precisas e indispensables, para facilitar el bien supremo de la gracia a muchas almas, ha ampliado el uso de la absolución colectiva. Pero quiero recordar la escrupulosa observancia de las condiciones citadas, reafirmar que, en caso de pecado mortal, también después de la absolución colectiva, persiste la obligación de una acusación específica sacramental del pecado, y confirmar que, en cualquier caso, los fieles tienen derecho a la propia confesión privada.

6 A este propósito quiero poner en claro que no injustamente la sociedad moderna es celosa de los derechos inalienables de la persona: entonces, ¿cómo, precisamente en esa tan misteriosa y sagrada esfera de la personalidad, donde se vive la relación con Dios, se querría negar a la persona humana, a la persona de cada uno de los fieles, el derecho de un coloquio personal, único, con Dios, mediante el ministro consagrado? ¿Porqué se querría privar a cada uno de los fieles, que vale "qua talis" ante Dios, de la alegría íntima y personalísima de este singular fruto de la gracia?

Quisiera añadir también que el sacramento de la penitencia, por cuanto comporta de saludable ejercicio de humildad y de sinceridad, por la fe que profesa "in actu exercito" en la mediación de la Iglesia, por la esperanza que incluye, por el atento análisis de conciencia que exige, no sólo es instrumento directo para destruir el pecado —momento negativo—, sino ejercicio precioso de virtud, expiación él mismo, escuela insustituible de espiritualidad, profunda labor altamente positiva de regeneración en las almas del "vir perfectus", "in mensurara aetatis plenitudinis Christi" (cf. Ef
Ep 4,13). En este sentido, la confesión bien llevada es ya, por sí misma, una forma altísima de dirección espiritual.

Precisamente por estas razones la práctica de acudir al sacramento de la reconciliación no puede reducirse a la sola hipótesis del pecado grave: aparte las consideraciones de orden dogmático que se podrían hacer a este respecto, recordemos que la confesión renovada periódicamente, llamada "de devoción", siempre ha acompañado en la Iglesia el camino de la santidad.

Quiero concluir, recordándome a mí mismo, a vosotros, padres penitenciarios, y a todos los sacerdotes, que el apostolado de la confesión tiene ya en sí mismo su premio: la conciencia de haber restituido a un alma la gracia divina, no puede menos de llenar al sacerdote de una alegría inefable. Y no puede menos de animarle a la más humilde esperanza de que el Señor, al final de su jornada terrena, le abra los caminos de la vida: "Qui ad iustitiam erudierint multos, quasi stellae in perpetuas aeternitates" (Da 12,13).

Mientras invoco sobre vuestras personas y sobre vuestro delicado y meritorio ministerio la abundancia de las gracias divinas, os imparto de corazón la pro-piciadora bendición apostólica, signo de mi constante benevolencia.








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL


SOBRE LA SORDERA



Jueves 29 de enero de 1981




Ilustrísimos señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas:

A la vez que agradezco al secretario general sus nobles palabras, me complazco en saludar a los participantes en la Conferencia internacional organizada en Roma por la Federación mundial de Sordos, en coincidencia con el Año Internacional del Minusválido. Os doy, pues, mi cordial bienvenida y os expreso mi agradecimiento por haber deseado este encuentro que también es para mí altamente significativo.

El sector que vosotros atendéis representa, ciertamente, sólo una parte de las múltiples formas de minusvalía que afligen a muchos de nuestros hermanos, sean niños o adultos. Pero se trata indudablemente de un sector sumamente emblemático, típico de la falta de posibilidad de comunicación recíproca que es una de las mayores cualidades de la persona humana. Esta es la razón por la que promover la habilitación o rehabilitación social y humana de los sordos es un aspecto particularmente laudable y benemérito de interés por el prójimo, tan característico del celo auténticamente cristiano. Viene espontáneamente el recuerdo de la alabanza de las muchedumbres de Palestina a Jesús: "Todo lo ha hecho bien, a los sordos hace oír y a los mudos hablar" (Mc 7,37). Porque también éste es un aspecto de la redención humana, que no se detiene sólo en el alma, sino que llega a tocar el nivel corporal de la persona, ya que el hombre en su totalidad es imagen de Dios. En realidad, cada uno tiene el derecho nato de insertarse plenamente en la urdimbre viva de las relaciones sociales mutuas, y sí alguno queda marginado no puede realizarse adecuadamente. Por ello, vuestras múltiples empresas, además de sensibilizar a la opinión pública sobre este grave problema, contribuyen sobre todo a restaurar en concreto la identidad personal completa comprendida en el proyecto primigenio del Creador, y desgraciadamente dañada por distintas causas de orden genético o traumático.

Derribar las barreras que se oponen a la comunicación verbal, símbolo de otras barreras degradantes

Es obvio que no me corresponde daros sugerencias médicas u organizativas. Pero quiero estimularos con todas mis fuerzas a proseguir con tesón la obra que con tanta entrega y competencia estáis ya realizando.


Discursos 1981