Discursos 1981 13


A UNA DELEGACIÓN DEL VALLE DEL BÉLICE, ITALIA


Jueves 22 de enero de 1981

14 1. Con ánimo conmovido y grato acojo esta mañana en audiencia especial a vuestra delegación, hermanos e hijos carísimos del Valle del Bélice, victimas del desastroso terremoto de 1968. Saludo con fraternal afecto al obispo de Mazara del Vallo, mons. Costantino Trapani, y al obispo de Agrigento, mons. Luigi Bommarito, en cuyas diócesis se hallan las zonas donde el sismo produjo los mayores daños.

Saludo también a los párrocos y a los alcaldes de los ayuntamientos que el terremoto destruyó parcial o totalmente; y con ellos saludo también al grupo de ciudadanos que se han congregado aquí para representar a toda la población de aquella querida tierra, tan azotada. Deseo expresar a todos mi aprecio por este gesto cordial, en el que quiero ver un elocuente testimonio de fe en Cristo Señor y de adhesión a la Iglesia que El fundó sobre la roca de Pedro.

Esta presencia me es aún más grata al saber que con ella vosotros queréis manifestar vuestro siempre atento reconocimiento por el interés efectivo que demostró hacia vosotros mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, cuya solícita intervención, desde las primeras horas de aquellos terribles días, ha dejado un rastro indeleble en vuestros corazones.

2. El regalo que me habéis traído es particularmente significativo: un Cristo construido con hilos de cobre. Me parece poder leer en él como un símbolo de vuestra situación y, si me lo permitís, también de la de las poblaciones de Basilicata y Campania, perturbadas por el reciente y desastroso sismo.

Las dimensiones de la desgracia que se cernió sobre vosotros han sido grandes: 231 muertos, 623 heridos, pueblos enteros destruidos. Y después de aquella terrible noche de mediados de enero de 1968, ¡cuántas tribulaciones y cuántos sacrificios!: Primero, el abrigo de urgencia bajo las tiendas para hacer frente a la primera emergencia; luego, las casetas destinadas a asegurar un alojamiento provisional en espera de que se pudieran construir las casas. Desgraciadamente, la situación provisional dura todavía, con desventajas y complicaciones fácilmente imaginables.

Al expresar el augurio de que de la dedicación de las autoridades competentes y de la correspondencia responsable de los ciudadanos pueda surgir un impulso decisivo para la solución satisfactoria de los antiguos problemas, quiero recordar aquí que nuestra fe nos anuncia que, tras los sufrimientos atormentadores de la pasión. Cristo resucita glorioso en su Pascua eterna.

3. Y entonces yo auguro que las generosas poblaciones del Valle del Bélice puedan "resucitar" de la triste condición en que las arrojó el sismo de 1968. La palabra de orden que debe guiaros es "reconstruir" para vosotros, para vuestros hijos, para las generaciones futuras.

De todas formas, quisiera subrayar que una auténtica reconstrucción no puede por menos que empezar de la promoción de esos valores religiosos y morales que vuestros antepasados os han dejado en herencia. Una comunidad humana no se forma sólo sobre la base de factores materiales, como la casa, las posesiones, el territorio. Ella se recoge, se amalgama, se estructura en un pueblo con sus señas características gracias a la asimilación compartida de convicciones, principios, normas de comportamiento, que constituyen su substrato humano más profundo y su patrimonio espiritual duradero.

Vosotros sabéis muy bien cuáles han sido los valores en los que vuestros padres han inspirado su existencia: ellos fundaron su vida privada y comunitaria sobre los valores perennes del Evangelio. Desde luego, nadie pretende pintar el pasado con tintas exclusivamente luminosas. También entonces hubo sombras. Sin embargo, no se puede poner en duda el papel fundamental desarrollado por la fe en orientar, sostener y estimular hacia sentimientos nobles y grandes a las generaciones que, a lo largo de los siglos, han vivido en las tierras que vosotros amáis tan intensamente.

Estad, pues, orgullosos de vuestras tradiciones cristianas y sentid en vosotros mismos el compromiso de estar a la altura de los ejemplos de religiosidad, de amor a la familia, de honradez, de altruismo, que os han dejado vuestros antepasados. De esa manera estableceréis los presupuestos más válidos y seguros para ese renacimiento del Valle del Bélice que, junto con vosotros, yo también deseo de corazón.

Para confirmar estos sentimientos de buen grado os concedo a vosotros, a vuestros familiares y a las queridas poblaciones que aquí representáis, mi bendición apostólica, propiciadora de todo deseado don celestial.










A UN GRUPO DE RECTORES DE SANTUARIOS DE FRANCIA,


BÉLGICA Y PORTUGAL


15

Jueves 22 de enero de 1981

Queridos amigos:

Al recibiros esta mañana con gozo particular, no puedo por menos de soñar en las multitudes que acuden a lo largo del año a los santuarios que custodiáis y animáis. Por tal motivo doy a este breve encuentro una importancia que se une al placer del contacto personal con vosotros. Permitidme que salude especialmente a vuestro guía, el obispo de Laval, tan cuidadoso de la irradiación del santuario de Nuestra Señora de Pontmain.

Vuestros estudios personales y vuestras reuniones de rectores os han revelado que las peregrinaciones son nota constante en la historia de las religiones. El cristianismo ha asimilado también esta práctica hondamente anclada en la mentalidad popular y que responde a la necesidad de encontrar un espacio donde lo divino se haya manifestado. Sería muy interesante escribir una historia de las peregrinaciones cristianas a partir de las primerisimas que tuvieron por meta Jerusalén y los Santos Lugares, hasta las de nuestra época que se desarrollan en Roma, Asís, Lourdes, Fátima, Guadalupe, Czestochowa, Knock, Lisieux, Compostela. Altotting y tantos otros lugares.

Rectores de santuarios de Francia: Al igual que vuestros compañeros de otras naciones, sois los herederos y administradores de un patrimonio religioso considerable, cuyo impacto en la vida del pueblo cristiano y en muchas personas detenidas en las fronteras de la fe, parece hallarse en plena recuperación actualmente. Tenéis viva conciencia de ello. Y de esto podéis hacer partícipes a muchos otros. Sólo quisiera en estos momentos afianzar vuestras convicciones sobre algunos puntos esenciales de vuestro ministerio particular.

Siempre y en todas partes los santuarios cristianos han sido o han querido ser signos de Dios, de su irrupción en la historia humana. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y la redención. ¿No es vuestro poeta Péguy quien decía en su estilo original que la Encarnación es la única historia interesante de entre todas las acaecidas? Es la historia del amor de Dios a cada hombre y a la humanidad entera (cf. Redemptor hominis RH 13). Y si muchos santuarios románicos, góticos y modernos están dedicados a Nuestra Señora, es porque la humilde Virgen de Nazaret ha concebido por obra del Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios, salvador universal; y porque su papel consiste en presentar a Cristo "rico en misericordia" a las generaciones que se suceden. En nuestro tiempo, que está experimentando en grados diversos la tentación de la secularización, es importante que los altos lugares espirituales construidos a lo largo de los tiempos y frecuentemente por iniciativa de santos, sigan hablando al-espíritu y al corazón de los hombres creyentes y no creyentes que sienten la asfixia de esta sociedad cerrada en sí misma y desesperada a veces. ¿Será un sueño desear ardientemente que los santuarios más frecuentados sean o vuelvan a ser como otras tantas casas de familia donde cada uno de los que pasen o se detengan vuelvan a encontrar el significado de su existencia, el gusto de la vida, por haber hecho una cierta experiencia de la presencia y el amor de Dios? La vocación tradicional y siempre actual de todo santuario es la de ser como una antena permanente de la Buena Noticia de la salvación.

Una condición para la irradiación evangélica de los santuarios es que sean muy acogedores. Y en primer lugar, acogedores en sí. Sea la que fuere su antigüedad y estilo, su riqueza artística o su sencillez, cada uno debe afirmar su personalidad original evitando tanto la acumulación indiscriminada de objetos religiosos. como su arrinconamiento sistemático. Los santuarios se han hecho para Dios, pero también para el pueblo, que tiene derecho a que se respete su sensibilidad. si bien sea necesario educarle pacientemente el gusto. El orden perfecto y la belleza auténtica de la basílica más famosa o de la capilla más modesta, son ya de por sí una catequesis que contribuye a abrir el espíritu y el corazón de los peregrinos o a enfriarlos, por desgracia. Pero si las piedras y los objetos tienen su lenguaje y su parte de influencia en los seres, ¿qué decir de los equipos pastorales entregados a la animación de los santuarios? Vuestra tarea, amigos míos, puede ser determinante, sin dejar de contar con el misterio de la gracia de Dios. Ya se trate de recibir a grupos anunciados y organizados, o bien a visitantes anónimos y aislados —que acuden a suplicar con ansiedad una gracia o a agradecerla—; ya se trate de ayudar a que todo vaya bien en las peregrinaciones preparadas por otros sacerdotes y sus ayudantes, o de mantener los ejercicios de culto propios del santuario de que sois responsables; o bien se trate de velar por el recogimiento de los lugares o de explicar su historia a los visitantes, o también de proponer un momento de oración o aceptar el diálogo solicitado por ciertos peregrinos; en todos estos casos cada miembro del equipo debe dar muestras de amabilidad y paciencia, competencia y perspicacia, celo y discreción; y sobre todo debe hacer transparentar humildemente su fe, debe ser testigo del Invisible. Vuestro privilegiado ministerio es muy exigente. En cierto sentido está en cuestión la apertura de las almas a Dios, su conversión; y para los que están simplemente a la búsqueda, está en cuestión su primer paso hacia la luz y el amor del Señor.

Todos estos esfuerzos de acogida y de encargaros de niños, estudiantes, personas de la tercera edad, enfermos y minusválidos, grupos socio-profesionales muy diferentes, cristianos fervorosos y cristianos en dificultad, todos estos esfuerzos deben converger en una meta única: ¡evangelizar! Mi grande y querido predecesor Pablo VI tuvo cuidado de recordar clara y netamente en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi el contenido esencial y los elementos secundarios de la evangelización (cf. núms. Nb 25-39). Que cada santuario siga sacando de aquí sus orientaciones. ¡Una pastoral. cristocéntrica! Sí, ayudad a los cristianos a llegar de verdad a Cristo, a unirse a El, a comprender "las relaciones concretas y permanentes existentes entre el Evangelio y lá vida personal y social del hombre" (Evangelii nuntiandi EN 29).

Ayudad a los creyentes mediocres a volver a Aquel que se presenta como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Ayudad a los peregrinos a inserirse mejor en la tradición viva de la Iglesia, hecha siempre de fidelidad a la fe y adaptación pastoral ya desde los tiempos de los Hechos de los Apóstoles y hasta el Concilio Vaticano II. Mirad también si no sería posible organizar, al menos de vez en cuando, conferencias espirituales y doctrinales juiciosamente adaptadas a los diferentes auditorios de peregrinos. Muchas enseñanzas importantes del Magisterio quedan prácticamente ignoradas o captadas confusamente.

Y por encima de todo, que la vida entera de los santuarios favorezca lo más posible la oración personal y comunitaria, el gozo y el recogimiento, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la auténtica celebración de la Eucaristía y la recepción personal del sacramento de la Reconciliación, la fraternidad entre personas que se encuentran por primera vez, la preocupación por ayudar con sus ofrendas a las regiones pobres y a las Iglesias pobres, la participación en la vida de la parroquia y de la diócesis.

Que la Virgen María, honrada siempre en los santuarios vuestros que le están dedicados, haga fructificar vuestro importante trabajo pastoral y ayude a los peregrinos a entrar en la voluntad del Señor. Y yo, recordando con gran cariño las muchas peregrinaciones que se me ha concedido realizar o presidir, os doy mi bendición afectuosa.












AL ALCALDE DE ROMA, A LA JUNTA CAPITOLINA


Y LOS DEMÁS MIEMBROS DEL CONCEJO MUNICIPAL


16

Lunes 19 de enero de 1981



1. A usted, señor alcalde, a la junta capitolina y a los demás miembros del concejo municipal aquí presentes, mi saludo deferente y la expresión del más vivo agradecimiento por esta visita que, más allá de las costumbres protocolarias, conserva para mí un significado y un valor totalmente particulares. En efecto, en vosotros saludo a los representantes de esta inmortal ciudad de Roma, que la Providencia ha querido confiar a mis cuidados pastorales, comprometiéndome de tal manera a reservar para ella y para sus problemas humanos y espirituales un lugar peculiar en mi corazón.

Los numerosos encuentros con el pueblo y con grupos específicos, y las decenas de visitas pastorales a algunas parroquias de la diócesis que he podido llevar a cabo desde el comienzo de mi ministerio en esta Sede, me han permitido adquirir un conocimiento cada vez más profundo de la realidad humana de la ciudad y de su periferia, hasta el punto de que ahora puedo medir en toda su dimensión, las preocupaciones, las ansias, las esperanzas de que usted, señor alcalde, se ha hecho intérprete en las palabras que acaba de dirigirme.

En esta circunstancia me es grato confirmar la plena disponibilidad de la autoridad eclesiástica para aportar su ayuda, en los límites de sus competencias y sus posibilidades, a la rápida y adecuada solución de los problemas que angustian la ciudad.

Al mismo tiempo quiero expresar la confianza de que, por parte de la administración cívica, se preste una atención siempre vigilante hacia los aspectos complejos y graves de una asistencia religiosa que debe enfrentarse con las exigencias de una población en continua expansión. El ser humano vive contemporáneamente en la esfera de los valores materiales y en la de los valores espirituales. Entre estos últimos, la dimensión religiosa tiene un lugar de primera importancia. Esforzarse por el crecimiento integral y armonioso del hombre significa hacer todo lo posible para que a la demanda religiosa que surge de la profundidad de su ánimo se le ofrezca una adecuada posibilidad de expresarse, de madurar, de dar testimonio de ella en la vida.

2. ¿Cómo no reconocer, por otra parte, la aportación fundamental que la dimensión religiosa, auténticamente vivida, da a la sana formación moral del individuo y a su capacidad de mantenerse inmune ante los fermentos de corrupción que serpentean insidiosamente en el ambiente? Las manifestaciones criminales de la violencia terrorista (de la que el bárbaro asesinato del general Enrico Galvaligi y el inicuo secuestro de magistrado Giovanni D'Urso son los más recientes e impresionantes episodios), la creciente difusión del recurso a la droga, las concesiones a la permisividad moral en sus diferentes formas son, entre otros, fenómenos de los que esta nuestra ciudad, por su condición de gran metrópoli y por el papel de capital de la nación, ha debido sufrir de manera particular en estos últimos tiempos. No hay persona juiciosa que no se sienta íntimamente sacudida y turbada frente a estos preocupantes síntomas de una crisis profunda, que amenaza los fundamentos mismos de la convivencia social. La constatación de los males actuales hace espontánea la comparación con los valores morales que hicieron grande a la antigua Roma, y que Salustio sintetizaba con las conocidas palabras "Domi industria, foris iustum imperium, animus in consulendo liber, neque delicio neque libidine obnoxius" (Cat. 52, 21).

Son éstos los valores que, si bien con evidentes revisiones debidas al cambio de las situaciones, es necesario consolidar o recuperar, para volver a dar serenidad a los ciudadanos, dignidad y vigor a las instituciones públicas, florecimiento a la vida económica. Ahora bien, en este empeño común para una recuperación moral, que aparece cada día más urgente, la religión cristiana, que es la de la inmensa mayoría de los romanos —por la nobleza de los ideales que propone, por la fuerza arrebatadora de los ejemplos que presenta, por las energías espirituales y morales que es capaz de suscitar en los ánimos bien dispuestos—, se revela portadora de fermentos positivos extraordinariamente estimulantes.

Los testimonios ofrecidos por la historia son, al respecto, muy elocuentes y confirman la valoración pronunciada por el gran Agustín en un momento de tremenda crisis política y social. Refiriéndose a la estirpe de los "Régulos, los Scevola, los Escipiones, los Fabricios", no dudaba en afirmar: "Si algo que merece alabanzas resalta en ti por natural disposición, sólo con la auténtica religiosidad llega a ser ennoblecido y llevado a perfección, mientras que con la irreligiosidad se pierde y envilece" (De Civitate Dei, II, 29, 1).

3. En esta perspectiva, me agrada acoger los votos de felicitación que usted, señor alcalde, también en nombre de sus valiosos colaboradores, ha querido dirigirme al alba de este nuevo año, que está ante nosotros con el tesoro de sus promesas prácticamente intacto. Correspondo a ellos con ánimo grato, acompañándolos con el deseo de buen trabajo al servicio de la comunidad ciudadana, cuyo bienestar requiere la obra de administradores que se distingan por agudeza de visión al individuar los problemas reales y amplia sabiduría al proponer las soluciones concretas.

Mi augurio se extiende también a todos los ciudadanos, sobre los que invoco la abundancia de las bendiciones celestiales para un año fecundo de alegrías serenas y de metas positivas. Me es grato confiar tal petición a la intercesión de María Santísima, "Salus Populi Romani", que tantas veces, a lo largo de los siglos, ha dado testimonio de su atención materna hacia esta ciudad. Y también la confío a la intercesión de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, cuya sangre regó esta nuestra Roma, haciendo brotar esa fe cristiana que ningún acontecimiento adverso pudo sofocar jamás.











ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS REPRESENTANTES DE LA FEDERACIÓN ITALIANA


DE ESCUELAS DE PÁRVULOS


Sábado 17 de enero de 1981



17 ¡Hermanos y hermanas carísimos!

1. Estoy realmente contento por este encuentro que me da la feliz posibilidad de saludar cordialmente a los representantes de la "Federación Italiana de Escuelas de Párvulos", reunidos en estos días en Roma para el III congreso nacional.

Os doy mi cordial bienvenida a vosotros y, a través de vosotros, a las veinticinco mil religiosas que en Italia se dedican con tesón a una misión tan importante, y a los padres de familia, que han manifestado su confianza en la validez y la seriedad de vuestra obra incansable y os han confiado a sus niños, para que sean educados y formados durante ese período tan delicado como es el que va de los tres a los seis años.

Las breves palabras que os dirijo en esta audiencia quieren ser de aprobación, de reconocimiento, de aliento y de augurio, para que en este sector tan importante, desde el punto de vista religioso y social, podáis desarrollar en plena serenidad esa obra humilde, discreta, escondida, pero tan valiosa y meritoria para la Iglesia, para la familia y para la sociedad, y que responde al deseo de Jesús: "Dejad que los niños vengan a mí" (cf. Lc
Lc 18,16).

2. Deseo expresar hoy a vuestra federación, a vosotros que la representáis, a todas las religiosas, a las educadoras y a cuantos desempeñan su actividad en los parvularios, mi aprobación y la de la Sede Apostólica por vuestra eficaz presencia, tan difundida y capilar en el ámbito del territorio nacional. En efecto, se trata nada menos que de diez mil parvularios de inspiración cristiana, con cerca de un millón de niños que acuden a ellos y por tanto hay también un millón de familias que son implicadas, solicitadas e interesadas en la compleja y cotidiana acción educativa al servicio del niño, que debe ser el auténtico centro de todo el afecto, de la atención, de los intereses, de los proyectos: el niño, que empieza a dar los primeros pasos, inciertos y cautos, en la fascinante aventura de la vida; que expresa de manera original su propia identidad y personalidad; que se presenta necesitado de amor y de protección; que se abre a la hermosura de la naturaleza; que hace y se hace tantas preguntas sobre el mundo y sobre las personas que lo rodean; que siente profundamente el sentido religioso y es capaz con extraordinaria espontaneidad de dialogar intensamente con el Padre celestial.

Nunca daríamos suficientemente nuestras sinceras "gracias" a cuantos han dedicado lo mejor de sus energías, de su tiempo, toda su vida a este apostolado auténticamente evangélico para con los pequeños, que son la señal concreta del amor fecundo de las familias, la esperanza más hermosa de las naciones, el llamamiento constante a la bondad, a la inocencia, a la limpidez, que deberían animar las relaciones entre los hombres.

3. Cuando la Iglesia, especialmente mediante la obras de las congregaciones y de los institutos religiosos, se dedica a la difusión de las escuelas de párvulos elaborando un proyecto educativo global, inspirado en los valores cristianos, actúa de hecho para la promoción de todo el hombre y de cada hombre. Ella quiere colaborar activamente con las familias a la educación, a la formación y, de manera particular, a la iniciación de los pequeños en la fe. La escuela de inspiración cristiana es elegida y preferida por los padres de familia precisamente por la formación y por la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos. También los parvularios como todas las escuelas católicas, tienen por tanto el grave deber de proponer una formación religiosa que se adapte a las situaciones, a menudo muy diferentes, de los alumnos. La formación es una obra capital, que requiere un gran amor y un profundo respeto hacia el niño, quien tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana, como he recordado en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo (cf. Catechesi tradendae CTR 36 y 69)

Para esto será necesario un continuo contacto y diálogo con los padres, para examinar juntos, analizar, comparar métodos y planteamientos educativos, con el fin de evitar posibles divergencias, aun las aparentemente irrelevantes, que podrían, de todas formas, influir negativamente en la maduración de la personalidad humana y cristiana del niño.

4. De esta manera, el parvulario puede y debe convertirse en lugar privilegiado de encuentro, sobre todo con las jóvenes parejas, tanto para su mismo crecimiento en la fe, como para la correcta y completa educación de los hijos.

En esta perspectiva, el parvulario de inspiración cristiana representa un sector de específica y comprometida acción pastoral para las religiosas, como también para los sacerdotes y para los laicos.

A las religiosas deseo renovarles el grato reconocimiento de la Iglesia por todo lo que ellas hacen con espíritu de materna dedicación en este campo, y recomendar también que no se dejen desanimar por dificultades objetivas, que podrían empujarlas a abandonar este sector por otros tipos de actividades apostólicas; sino que continúen, con renovado vigor, en esta obra, destinándole medios adecuados y personal específicamente preparado, aunque esto pueda traer consigo no pequeños sacrificios.

18 A los sacerdotes, especialmente a los párrocos, quienes al lado de su iglesia han construido con tantos sacrificios un parvulario, quiero dirigir mi pensamiento de complacencia, unido al aliento por esta su elección pastoral, que es auténticamente eclesial.

A los educadores y a las educadoras pertenecientes al laicado, quienes, por su específica preparación, desean contribuir a la educación y a la formación de los niños, quiero hacerles ver también la posibilidad de que elijan el parvulario como campo de evangelización y de promoción humana.

A todos ellos les recuerdo las consoladoras y exigentes palabras de la Declaración conciliar sobre la educación cristiana: "Hermosa es por tanto y de suma transcendencia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñen la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una continua prontitud para renovarse y adaptarse" (Gravissimum educationis
GE 5).

Auguro, por tanto, que todos los fieles sientan sus escuelas de párvulos como escuelas de la comunidad cristiana, que por tanto deben ser alentadas y ayudadas; y auguro también que las sociedades civiles reconozcan el valor social de los parvularios de inspiración cristiana, asegurándoles la ayuda necesaria, mediante adecuadas aportaciones, con el fin de garantizar la efectiva libertad de elección de los padres en el campo de la escuela.

Con estos votos invoco sobre vuestras personas y sobre cuantos trabajan para las escuelas de párvulos la abundancia de los dones del Señor e imparto de corazón mi bendición apostólica.








AL SR. JOSEPH QUAO CLELAND,


EMBAJADOR DE GHANA ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 17 de enero de 1981



Señor Embajador:

Recibo con placer las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Ghana ante la Santa Sede. Aprecio grandemente los buenos deseos que me ha transmitido de parte del Excmo. Dr. Don Hilla Limann y le ruego le dé constancia de mis cordiales sentimientos de respeto.

Con nuestro encuentro de hoy recuerdo vivamente la cálida acogida que me prestó el Presidente, los gobernantes y el pueblo de Ghana en mi visita pastoral a su país el año pasado. La atmósfera de celebración gozosa que resplandeció en aquella ocasión me impresionó en cuanto reflejo del sentido profundo de hospitalidad que caracteriza a su pueblo.

Como usted sabe mi visita me consintió participar directamente en la conmemoración del centenario de la implantación de la fe católica en Ghana. Desde 1880 las semillas de la fe se enraizaron y siguen creciendo por caminos que han beneficiado no sólo a la Iglesia universal, sino también a toda la nación de Ghana. Por esta razón aprecio mucho la alusión en su discurso a la aportación del espíritu evangélico de la Iglesia en el desarrollo de su país, y quisiera asegurarle que la Iglesia desea colaborar plenamente con las autoridades civiles en la promoción de la dignidad y bienestar de todo el pueblo.

Nuestro encuentro tiene lugar al inicio de un año nuevo en el que damos un paso más hacia el comienzo del tercer milenio. ¡Qué oportunidad única se presenta a cada pueblo, nación y continente en la generación presente! Como dije en mi Encíclica Dives in misericordia, las posibilidades de avance tecnológico, intercambio intelectual y cultural, y progreso enorme de las ciencias sociales, son múltiples y desafiadoras. Pero precisamente en la posibilidad misma de conseguir tales beneficios subyacen tensiones y riesgos de coartar dicho progreso e incluso de poner en peligro la misma existencia humana. Y tales peligros no se reducen a la fuerza externa de las armas y medios de defensa, sino que comprenden asimismo la mentalidad materialista de admitir "el primado de las cosas sobre las personas" (Nb 11).

19 Su pueblo, Sr. Embajador, goza de una historia notable en cuanto al testimonio de valorar la persona humana.

Al acercarnos al año 2000, ¿no podríamos preguntarnos si en la Providencia de Dios este respeto a la persona humana, que forma una parte tan grande de la vida de su pueblo, podría ser el beneficio más duradero que la comunidad mundial reciba de cada nación o continente? Repito la convicción que manifesté el año pasado en Acra: "África está llamada a traer ideales y visiones nuevas a un mundo que da muestras de cansancio y egoísmo. Estoy convencido de que los africanos podéis hacer esto".

Pido a Dios todopoderoso que bendiga su misión ante la Santa Sede dándole felicidad y éxito. Extiendo mis deseos buenos y cordiales a su querido país, y oro para que su pueblo viva con serenidad plena, impulsando la causa de la justicia, la paz y la hermandad en el mundo.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 7 p.11.










A LOS DIRIGENTES DEL MOVIMIENTO DE LA JUVENTUD ESTUDIANTIL CATÓLICA INTERNACIONAL


Y DEL MOVIMIENTO INTERNACIONAL DE ESTUDIANTES CATÓLICOS


Viernes 16 de enero de 1981




Queridos amigos:

Es una alegría para mí recibir y saludar esta mañana a cuantos toman parte en las reuniones de equipo mundial de la Juventud Estudiantil Católica Internacional (JECI) y del colegio directivo del Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos (MIEC).

1. Nuestra reunión entra en el cuadro de los frecuentes y variados encuentros que tengo con muchos grupos de jóvenes; pero reviste particular importancia por la responsabilidad que incumbe a vuestros Movimientos respecto de la vida cristiana de sus miembros y de la evangelización del ambiente estudiantil. Sois conscientes de ello. Sé que habéis querido celebrar vuestras jornadas de estudio en Roma para poner de manifiesto vuestra fe católica y el sentimiento de comunión eclesial que anima vuestros Movimientos, a fin de arraigarlos más y también para rendir testimonio al Sucesor de Pedro y pedirle orientaciones.

Si la Iglesia presta atención privilegiada a los jóvenes, es porque son en todas las épocas la esperanza del mundo y a la vez de la Iglesia. Ello es especialmente verdad en nuestro tiempo, pues os toca ser testimonios y sobre todo artífices de la aplicación del Concilio en la Iglesia. Esta vive su eterna juventud que recibe del Señor, en la lozanía de la renovación, volviendo a sacar energías de la tradición y dejándose animar de la gracia del Espíritu Santo, para ser cada vez más fiel a la Buena Noticia del Evangelio.

2. Y sin embargo vuestra vida no es fácil; conozco vuestras inquietudes y esperanzas. Asistiréis al final del segundo milenio, en el que los inmensos progresos de la humanidad están intrincablemente mezclados con crecientes amenazas, hacia las que he atraído la atención en varias ocasiones. Pero este mundo convulso es también un mundo de gran esperanza. La acción evangelizadora de la Iglesia tiene el fin de hacer penetrar el mensaje de Cristo en el corazón de cada hombre y en el corazón de los pueblos, pues Él es el principio de la construcción de una civilización del amor. Los jóvenes lo presienten. Debieran estar y desean estar en la vanguardia del impulso de fraternidad humana hacia la paz, la justicia y la verdad, expresadas de modo privilegiado en la solidaridad con los más pequeños, los pobres y los oprimidos. En su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, mi predecesor el Papa Pablo VI indicó los principios, el espíritu y los caminos de la acción evangelizadora. Seguid tales enseñanzas.

3. Para vosotros que estáis en el mundo estudiantil, las inquietudes, al igual que las esperanzas y actividad, están marcadas por vuestra situación particular, que es transitoria por definición. Pues vivís un período de formación en el que las preocupaciones personales inmediatas tales como el porvenir profesional, familiar y social, no pueden dejar de ocupar un lugar importante, y os dan aptitud especial para captar los cambios en curso y las demandas de nuestro mundo.

20 Por ser estudiantes vivís en ambientes escolares y universitarios cuyo objetivo es la difusión y progreso del saber y de la cultura, que son al mismo tiempo el lugar donde os veis de cara a una multiplicidad casi indefinida de técnicas, mensajes, propuestas e ideologías. Precisamente en este ambiente estáis llamados a formaros, a motivar vuestras opciones y a dar testimonio de vuestra fe en el Señor Jesucristo, que es quien os da la verdad del hombre vinculada indisolublemente a la verdad de Dios, como he dicho ya en distintas ocasiones y especialmente en mis dos Encíclicas.

4. Y por esto os doy la consigna, queridos amigos, de fijaros primero en lo esencial. Por vuestro bautismo y la profesión de fe de la Iglesia sois hombres nuevos, según las palabras de San Pablo. Sed auténticos convertidos al Señor, impregnados del espíritu de las bienaventuranzas incluso en vuestras opciones de vida, espíritu que se preocupa de llevar intensa vida espiritual, principalmente eucarística. Esta es la base; los programas, deliberaciones y debates de vuestros Movimientos no servirían de nada sin esta profunda raíz religiosa y espiritual.

Sed testimonios de la verdad. La buscáis en vuestros estudios y en la disciplina que éstos imponen. Ojalá contribuyan a que os desarrolléis intelectualmente lo más posible y os den comprensión de la complejidad de lo real no sólo física, sino también humana, y capacidad y voluntad de no deteneros en posturas demasiado simplistas. Y ahondad asimismo vuestra identidad de jóvenes intelectuales católicos, como acabo de deciros. Una de las tareas que os incumben es la de superar con el pensamiento y la acción la dicotomía entre Dios y el hombre, entre teocentrismo y antropocentrismo, planteada por algunas corrientes de pensamiento tanto antiguas como contemporáneas. Cuanto más quiera centrarse en el hombre vuestra acción y la de la Iglesia, tanto más debe poner claramente su eje en Dios, o sea, orientarse en Jesucristo hacia el Padre (cf. Dives in misericordia, l). Aquí está el fundamento de la necesidad de ser dóciles al Magisterio de la Iglesia. Por esta fidelidad a la verdad entera, os pondréis al abrigo de las tentaciones de la ideología pura y de sus efervescencias, sus eslóganes simplistas y de las consignas de la violencia que destruyen y no construyen nada.

5. Aquí tenéis algunos principios que os quería recordar para guiar vuestro deseo de profundización y acción. Apoyados en ellos anunciaréis incansablemente el Evangelio a vuestros compañeros, colaboraréis en la implantación de comunidades cristianas vivas en vuestros ambientes y acreceréis también la participación de las jóvenes en vuestros Movimientos. De este modo pondréis realmente en acto la comunión eclesial en estrecho contacto con vuestros Pastores, estando abiertos a la colaboración con otros Movimientos católicos y bien insertos en la urdimbre comunitaria de parroquias y diócesis de la vida de la Iglesia. Ya desde ahora, y todavía más cuando estéis enrolados en una vida profesional responsable, serán cristianos y cristianas capaces de prestar aportación peculiar en la evangelización de la cultura de vuestras naciones, y al servicio del progreso integral, material y espiritual, de todos los hombres.

Me ha impresionado, queridos amigos, vuestro deseo de venir a verme. Quisiera que os llevarais con vosotros y para todos los miembros de vuestros Movimientos, la certeza de que el Papa os alienta y confía en que seréis cada vez más fermento evangélico de vuestro ambiente. Recordad la promesa del Señor de que la levadura fermentará toda la masa. Entonces nos hablaba de su palabra y de su gracia. Sedle fieles siempre. Encomiendo vuestras intenciones apostólicas a la Virgen María. Puesto que Ella ha dado Cristo Salvador al mundo, conviene que pasemos por Ella para ir al Señor, y que bendiga vuestra voluntad de trabajar por Él. En su nombre os doy la bendición apostólica a vosotros, a vuestra familia y a cuantos representáis










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